¿En qué estadio se encuentra actualmente la crisis capitalista mundial que estalló en 2007/8? ¿Se salió de ella como venían anunciando los principales gurúes económicos y políticos capitalistas? ¿Hay una reactivación general de la economía mundial como venían pregonando, entusiastas, basándose en que el PBI yanqui creció 3,4% en 2018 (aunque en el cuarto trimestre comenzó a caer) y que el nivel de desocupación es del 3,7%, el menor en tres décadas?
Las “turbulencias” de fin de año que se han producido en Wall Street y las Bolsas de todo el mundo, con caídas fuertes en los precios de las acciones y grandes pérdidas para sectores capitalistas, ha modificado este punto de vista optimista, dándonos la razón en los análisis de que no sólo la crisis no fue superada, sino que estábamos en las puertas de nuevas catástrofes y bancarrotas.
Estos quebrantos bursátiles-financieros son una señal de que se agotó el efecto de las medidas de inyección monetarias de rescate desesperado, ejecutado por los bancos centrales y los gobiernos, para intentar revivir los mercados después del derrumbe de 2008.
La tendencia a la debacle financiera tiene como base el creciente agotamiento de los recursos estatales para el rescate de los capitales en crisis. Pero, como telón de fondo, está la crisis de sobreproducción, tanto en la fabricación industrial de mercancías como en los mercados de materias primas. No estamos ante una nueva crisis -una vez superada la bancarrota de 2007- sino en una nueva fase de esa crisis. Estamos ante el fracaso de las salidas capitalistas a la crisis, que han sido sólo maniobras para rescatar a los grupos capitalistas, postergando desenlaces de liquidación del capital, pero endeudando a fondo los tesoros nacionales. Por lo tanto, entramos en esta nueva fase con importantes recursos monetarios de los Estados agotados.
En Estados Unidos, donde hubo crecimiento del PBI en 2018… la empresa Fox com, que comprometió la creación de 13 mil empleos, anunció que iba a cerrar. Sólo a pedido directo de Trump mantiene su “funcionamiento”, pero con dotaciones mínimas. La sueca Electrolux cierra una de sus plantas con despidos masivos, justificando esta acción por el achicamiento del mercado y por la elevación de costos que la dejan fuera de competencia por los mayores aranceles de importación de acero y aluminio. Antes ya, General Motors había anunciado el cierre de varias plantas.
Hasta el gigante Caterpiller ha declarado “ganancias decepcionantes” para el cuarto trimestre, que tienen como origen la desaceleración del crecimiento y de las obras en China, una de cuyas bases es la “guerra comercial” con Estados Unidos.
Detrás de los signos de crisis financiera se incuba el ingreso de Estados Unidos y la economía mundial en una nueva caída recesiva. Por presión directa del presidente Donald Trump, la FED (el Banco Central norteamericano) decidió limitar el alza de las tasas de interés que venía ejecutando para repatriar capitales hacia Estados Unidos que le permitieran enjugar sus déficits fiscales y comerciales. Trump acusó a la FED de que con su política de aumento de las tasas estaba propiciando la desinversión, el estancamiento económico y… la recesión.
El diario yanqui The New York Times se pregunta: “¿qué significa cuando una tasa de interés de sólo un 2,4% -nivel actual- sea suficiente para que la economía esté en peligro y pueda derrumbarse?”. Pero esto no es sólo un cuadro de la marcha económica en Estados Unidos, que se ha constituido en el epicentro de la crisis capitalista mundial. El mismo diario señala que “también en la Unión Europea, donde las tasas de interés se ubican ligeramente abajo de cero, sin embargo, el crecimiento vacila”.
Italia se contrajo 0,2% en el último trimestre comparado con el anterior. Es la tercera recesión desde 2008. El peso de la deuda, una de las más altas del mundo, pone al rojo vivo su situación de crisis. Una recesión más prolongada contribuiría al riesgo de incumplimiento de pago (defol) y aceleraría la crisis de la UE y mundial.
La desaceleración económica mundial tiene, en primer lugar, a China, que continúa creciendo, pero a un ritmo considerablemente menor y estimulada por una amplia batería de créditos y subsidios de la banca estatal a empresas, en su mayoría estatales que, sin ese financiamiento, no podrían subsistir. Detrás siguen Alemania y Japón.
Pero “China está alcanzando los límites de la acumulación de deuda” (Financial Times, 14/1).
Se aceleró el ciclo de la deuda a largo plazo. Estamos ante la construcción de gigantescas burbujas (hipervaloración artificiosa de acciones) y niveles de endeudamiento imposibles de saldar en el actual cuadro económico.
Las “soluciones monetaristas” (préstamos a tasa cero o negativas, compra de bonos basura, etc.) han estirado los desenlaces de la crisis. Pero el problema está en la sobreproducción de capitales y mercancías. El valor se crea por la plusvalía en el proceso de explotación de la mano de obra obrera, no en las tasas de interés y las combinaciones monetarias que presentan salidas ficticias.
¿Y el pleno empleo? Los panegiristas del capital esgrimen las tasas de cuasi pleno empleo no sólo en Estados Unidos, sino también en Japón y otras metrópolis. Pero esto se debe a que la crisis ha sido utilizada para abaratar la mano de obra y precarizarla. En Japón, la mano de obra empleada temporal o parcialmente ha pasado del 19% en 1966 al 34,9% en 2009. Y también aumentó el número de japoneses que viven en la pobreza relativa, definida por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) como la de salarios un 50% inferiores al ingreso medio: de 12% en 1980 pasó a 15,3% en 2000 y ha seguido subiendo.
Pero la producción nacional de Japón se estancó, ha tenido un crecimiento nulo en relación a fines de 2017. Aunque el gobierno japonés incurrió continuamente en déficits presupuestarios anuales, no consiguió reactivar el crecimiento del PBI.
En “Prensa Obrera on line” hemos reproducido artículos (de Forbes y The Nation) relatando el crecimiento de la precarización y pobreza de amplias franjas de trabajadores también en Estados Unidos: proliferación de los comedores populares “Alimentando América”, de las crecientes decenas de miles que, a pesar de tener “trabajo”, no les alcanza para pagarse una vivienda y duermen en refugios, en las calles o en sus coches (necesarios para trasladarse a sus empleos), que se han convertido en sus viviendas, etc. Si la mano de obra fuera esclava, probablemente estaríamos en “pobreza cero”, pero con los capitalistas reclamando subsidios estatales para mantenerlos.
Es esta crisis sistémica de sobreproducción lo que está impulsando las guerras comerciales. La pelea es una competencia abierta entre los diversos grupos capitalistas, apoyados por sus Estados nacionales, por capturar mercados donde colocar sus “excesos” de capitales y mercancías.
Se incrementan los choques entre las diferentes potencias e imperialismos. Las alianzas preexistentes se están hundiendo (crisis de la alianza político-militar de la Otan, propuesta de constituir fuerzas armadas de la Unión Europea independientes de las norteamericanas; etc.).
La guerra político-comercial entre Estados Unidos y la Unión Europea refleja el propósito de Trump de subordinar más firmemente el accionar de sus competidores “ex” aliados. No se trata sólo de los aranceles que dificultan la exportación europea del acero, aluminio, automotores y otros productos en Estados Unidos. Trump tiene un fuerte choque con Alemania, que ha firmado un acuerdo de compra permanente de gas a Rusia. Estados Unidos se opone, no sólo porque esto daría una fuente de financiamiento a la Rusia de Putin, bloqueándoles la colocación de sus excedentes de gas del shale, muchos de cuyos yacimientos han entrado en crisis por la sobreproducción mundial y caída de los precios del petróleo y materias primas en general (para lo cual financió la construcción de un puerto de aguas profundas en Polonia, donde podrían descargar el fluido los barcos gasíferos norteamericanos), sino porque daría cierta independencia en materia energética a la Unión Europea (detrás del acuerdo ruso-alemán están asociadas Francia, Bélgica, etc.). Alemania y el núcleo dirigente de la UE no quieren quedar prisioneros, subordinados al imperialismo yanqui en materia energética.
Con el mismo ángulo debemos analizar la ofensiva de Trump contra Irán, denunciando los pactos nucleares firmados por Obama y demás potencias capitalistas. El bloqueo comercial y financiero (y hasta las amenazas de intervención militar) no sólo pretenden un cambio de gobierno en la República Islámica, que abra más su economía (y su petróleo) y que retroceda de la intervención político-militar en Medio Oriente (Siria, Líbano, etc.). El bloqueo amenaza ser extendido a los integrantes de la Unión Europea si no retiran las importantes inversiones realizadas en Irán (Total francesa, etc.), bajo pena de tomar medidas de boicot a sus importaciones por Estados Unidos.
El choque fundamental de la guerra económica emprendida por Trump está dirigido contra China. Asistimos a una gran confrontación comercial: China ha aprovechado su mano de obra barata para desplazar a Estados Unidos en la colocación de mercancías en variados mercados, llevando al paroxismo la sobreproducción capitalista y la falta de mercados. Un ejemplo de ello es la competencia que se ha establecido con Huawei, de China, en materia de productos de comunicación y electrónica. Huawei se adelantó a las empresas yanquis y logró sacar al mercado la tecnología 5G de Internet y la está vendiendo desde agosto, mientras AT&T aún no terminó de sacar su modelo a fin de año. Acusando a China-Huawei de robar tecnología yanqui, Trump ha forzado (algunos países han declarado -Australia y otros- que no permitirán el ingreso de los 5G chinos) una negociación para dividir mercados: el occidente para AT&T y el resto para Huawei. Estos “acuerdos”, trabajados durante la “tregua” de 90 días pactada entre Trump y Xi Jinping en el marco del G20, aún no están vigentes y son inestables. Son producto de forcejeos y amenazas imperialistas: tarde o temprano se romperán y abrirán nuevos y crecientes choques por mercados.
La dificultosa renovación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte entre Estados Unidos con México y con Canadá es producto de esta guerra comercial mundial. El tratado prohíbe nuevos acuerdos de libre comercio con China y Cuba e incrementa el contenido regional de los componentes de la industria automotriz (industria motora de industrias). Se trata de extender el proteccionismo antichino a toda América del Norte.
La guerra comercial en pleno desarrollo es la partera de fuertes tendencias a conflictos bélicos. Lo que se ha venido manifestando en las guerras coloniales de Medio Oriente. El fin del Ejército Islámico en Siria no significa la paz para la región, sino el preanuncio de nuevas y más extendidas guerras. Israel y Arabia Saudita son la punta de lanza del imperialismo yanqui contra la República Islámica de Irán, contra el Líbano, etc. Y la que sostiene la guerra de masacre que se está desarrollando contra Yemen.
Igual con Corea del Norte: ¿se ha disipado la guerra? Está en una precaria situación: sometida al chantaje yanqui no sólo para que abra su economía a la restauración capitalista -en marcha e impulsada por la misma burocracia de Estado- y el ingreso de capitales imperialistas, sino para que se aleje de la alianza con China. Y la experiencia histórica tiene demostrado con lo sucedido en los preámbulos de la Primera y Segunda Guerra mundiales que, de las amenazas y acuerdos arrancados bajo presión, se termina pasando a la guerra militar abierta, porque las contradicciones no disminuyen sino que continúan incrementándose. La puja Trump/Kim Jong-un está inscripta en el cerco estratégico que el Pentágono y todas las fracciones políticas dirigentes de la burguesía están impulsando sobre China, para que esta abra su economía a la penetración indiscriminada del capital imperialista. Como parte de esto, vemos la mayor presencia militar de Estados Unidos en los mares que rodean a China.
La guerra comercial de Trump contra China tiene como uno de sus objetivos forzar a una apertura mayor o total de su economía. El acuerdo que está pergeñando Trump con Xi Jinping avanza en el camino restauracionista: abre más la economía al ingreso de capitales imperialistas y coloca frenos al robo de la propiedad intelectual de los mecanismos productivos de las empresas capitalistas. La crítica yanqui y de los demás imperialismos es que el régimen de Xi no avanza en desmantelar las empresas estatales deficitarias, que los bancos privilegian en sus créditos. El objetivo estratégico del imperialismo es avanzar en una colonización profunda de China y Rusia.
¿Esto significa que China y Rusia constituyen un bloque antiimperialista?
De ninguna manera: son Estados donde la restauración impulsada por las burocracias los hizo ingresar a la competencia capitalista como regímenes de capitalismo tardío no plenamente acabados. Trotsky ya había analizado el carácter restauracionista de las burocracias que se habían apoderado del Estado (y sus propiedades). Si bien usufructuaba en su provecho la propiedad estatal, no tenían pleno derecho sobre ella: no la podían heredar a sus descendientes. La restauración capitalista se ha ido consumando sobre la base de la evolución contrarrevolucionaria de la burocracia estalinista, no del triunfo de una ofensiva militar imperialista. Hitler fracasó en ese intento en la Segunda Guerra Mundial, al estrellarse contra el Ejército Rojo en Stalingrado y Estados Unidos en los ’50-’60 en sus ataques a Corea del Norte y China al ser derrotado en Corea y Vietnam.
¿Son China y Rusia potencias imperialistas?
Son Estados capitalistas que están en una actitud defensiva frente a las tendencias agresivas del imperialismo, que intenta colonizarlos, no sólo financiera sino hasta físicamente. La peculiaridad es que el proceso de restauración capitalista se hizo sobre la base de la no disolución nacional, sino la defensa de los Estados. Putin surgió de un golpe bonapartista como respuesta al descalabro y disolución creados por el gobierno de Boris Yeltsin. En China, aplastando la tendencia democratizante con el ejército, masacrando la rebelión de la Plaza de Tiananmén, se instaló un régimen bonapartista. Es la burocracia estalinista en alianza con el imperialismo la que guio el proceso restauracionista. Gran parte de la protoburguesía que se ha ido desarrollando proviene de la transformación de la propia burocracia de administradora en dueña de las empresas privatizadas. Se trata de una burguesía sin historia ni tradición. Para consolidarse y desarrollarse, necesitó de la intervención regulacionista y el arbitraje del Estado para consumar la transición restauracionista. Pero ahora, un sector importante de los capitalistas ‘nativos’ y del imperialismo se queja del exceso de regulacionismo: que se manifiesta, entre otras cosas, en la defensa de las empresas estatales deficitarias que se sostienen con el apoyo del crédito de la banca estatal (protegiendo los privilegios de camarillas burocráticas estatales y de la burguesía tercerizadora). Se trata de un régimen bonapartista asentado en el aparato del PC que, habiendo jugado un rol ‘progresivo’ para el capital, éste quiere hoy desembarazarse de ese control para poder penetrar libremente en un copamiento y colonización total de China. Y amenaza con la guerra para obtener crecientes concesiones de la burocracia y estratégicamente penetrar totalmente y descuartizar al país, como antes de la revolución de 1949, para mejor colonizarlo.
Si en el futuro un frente imperialista atacara a China, la defendemos saliendo a combatirlo. Debemos ser conscientes que la intervención imperialista no es para imponer la “democracia” contra el régimen bonapartista totalitario ni por ayuda humanitaria, ni porque China amenace la paz mundial (argumentos de propaganda imperialista para justificar la intervención y guerra incluida contra Irak, Venezuela, Libia, etc.). Un ataque imperialista a China es para avanzar en la colonización restauradora a fondo: que es la esencia estratégica de su programa. De triunfar, llevaría a la disolución nacional de China (y Rusia) para hacer más digerible la penetración imperialista. Un espejo de esto es el proceso de restauración capitalista en Yugoslavia, que terminó con la constitución de republiquetas manejadas por diferentes sectores imperialistas. Esta lucha contra el imperialismo neocolonizador deberá hacerse sin apoyar a la dirección burocrática restauradora china que, por su esencia capitalista, buscará cerrar lo antes posible la crisis, conciliando con el agresor imperialista y bloqueando cualquier proceso de lucha revolucionaria anti-imperialista que ponga en marcha a las masas trabajadoras. Pero, llegada la circunstancia, el análisis debe ser concreto: cambia si China integra una alianza con un bando imperialista contra otro.
La tendencia a la guerra por parte del imperialismo se ha ido generalizando. Constituye una de las salidas a la crisis capitalista en curso. Venezuela demuestra que no es sólo un fenómeno zonal del Medio Oriente. Las tendencias belicistas se están desarrollando en América Latina.
¿Cómo se traduce este cuadro en el campo político? Y, más concretamente, sería importante responder al interrogante de si el mundo gira a la derecha.
Las bancarrotas económicas llevan casi inevitablemente a las crisis políticas y de régimen en los diferentes países y también a nivel internacional. No de otra manera debe ser analizado el próximo período. La no salida de la crisis de 2007/8 y la amenaza concreta de volver a caer en otra recesión internacional ha agudizado los conflictos políticos e indican un giro en las relaciones. Es lo que Lenin caracterizó en el momento del estallido de la Primera Guerra Mundial, como que el viejo equilibrio estaba roto.
Tenemos el ascenso de la derecha y la llamada ultraderecha fascistizante al poder en varios países de Europa: Italia, Polonia, Hungría, etc., y el fortalecimiento de las oposiciones encaradas por estos ultraderechistas (Alemania, Italia, España, etc.). Pero su ascenso, canalizando la protesta de las masas frente a los “ajustes” antiobreros y antipopulares en curso, se ha hecho no por una acción contrarrevolucionaria directa (como lo fue Mussolini en Italia, Hitler en Alemania o Franco en España), sino por vía electoral y parlamentaria, atizando demagógicamente la xenofobia, el antisemitismo, el pseudo-nacionalismo: el “socialismo” o “nacionalismo” de las masas lumpenizadas. Ha sido una “reacción” frente al impasse de los regímenes centroizquierdistas que se transformaron en ejecutores de los planes fondomonetaristas y de la Unión Europea. El fascismo es una guerra de clases, donde la burguesía dirige a las clases medias y a sectores lúmpenes de los explotados contra el proletariado.
En la actualidad, no podemos hablar de una estructuración ni una movilización masiva de la pequeño burguesía contra los trabajadores. Es necesario distinguir el carácter y la identidad fascista de ciertas fuerzas políticas del ascenso y consolidación de un régimen fascista. En el momento actual, asistimos a la parálisis y el hundimiento de los regímenes parlamentarios y a una creciente tendencia a ser reemplazados por regímenes autoritarios bonapartistas y semibonapartistas. Este es un fenómeno generalizado no sólo en países europeos, sino en Rusia y China -cuyos bonapartismos tratan de garantizar la transición al capitalismo en ‘orden’, tanto frente a las masas como a la presión imperialista-, como en los países atrasados o como se los llama ahora “emergentes”: Bolsonaro en Brasil, Erdogan en Turquía, que conviven con un Parlamento y se apoyan en un régimen policial, represivo y proscriptivo. En el centro de la tormenta se encuentra Estados Unidos, con la tendencia de Trump a potenciarse como un régimen personalista, tratando de superar los controles y trabas parlamentarios, aunque esta tentativa tropieza con obstáculos crecientes.
Pero el ascenso de estos regímenes ultraderechistas y fascistoides no resuelve el problema de las tendencias disolventes de la bancarrota capitalista en curso y sus consecuencias sobre los regímenes políticos y sobre las masas. “Obligados” a continuar el camino de los “ajustes” contra las masas, llevan a estas a una nueva frustración, con tendencias a la movilización. Es lo que está sucediendo en Hungría, donde los intentos del gobierno ultraderechista de Viktor Orban, de imponer una reforma laboral antiobrera, eclosionaron una fuerte movilización de los trabajadores.
Se trata de un panorama de crisis políticas en la mayoría de los regímenes europeos. En Gran Bretaña en torno del Brexit, donde ni el gobierno ni el Parlamento británico, ni la dirigencia de la Unión Europea alcanzan a encontrar una salida, mientras la situación se sigue degradando. La primera ministro británica parece un títere que va y viene sin autoridad alguna. Esto puede terminar, en elecciones próximas, con la caída de los conservadores y el ascenso del laborismo de Jeremy Corbyn. Al mismo tiempo, cruje la Unión Europea por las consecuencias del Brexit y por crisis en marcha en diferentes países que la cuestionan, incluida la propia Alemania, donde Angela Merkel presentó su renuncia y hay un ascenso neofascista.
En Italia se derrumba el régimen político de frente único derechista entre la Liga del Norte y el Movimiento 5 Estrellas, que tampoco logran encontrar un cauce superador a la profundización de la crisis en curso. Aunque el frente derechista llegó al poder con una retórica “nacionalista”, no logran plasmarla. El Ministro de Economía italiano señaló su propósito de mantenerse dentro de la Unión Europea.
Es que no se puede simplemente desandar el camino recorrido por la concentración capitalista que ha impulsado la”‘globalización” de los monopolios y el capital financiero. El desarrollo de las fuerzas productivas (en la actualidad, su no desarrollo) reclama una economía internacional, lo que choca con las relaciones sociales capitalistas de propiedad y el mantenimiento de los Estados nacionales que sirven de protección a los diferentes grupos imperialistas-financieros.
El grado de interconexión alcanzado por la economía mundial no permite plantear un régimen de autarquía nacional. Y esto entra en crisis con las fronteras, los Estados nacionales y el dominio del capital que sigue teniendo como base esos Estados. Se trata de una fuerte contradicción que no puede ser superada por un pseudo-nacionalismo, sino por su superación revolucionaria mediante los Estados Unidos Socialistas de Europa (como transición a la Federación Socialista Mundial). Como señaló Savas Matsas en su artículo “¿Europa Marchita? Crisis, lucha de clases y el de la extrema derecha” (EDM N° 52), una de las diferencias existentes entre la actual crisis capitalista y la de la década del ’30 es la mayor internacionalización de las fuerzas productivas y los intentos realizados -más avanzado que nunca- de integración pacífica interimperialista, que ahora se quiebran por la envergadura alcanzada por la crisis y sus consecuencias sociales.
Desde el punto de vista político, debemos hablar, no de una consolidación de la derecha, sino de una situación de alta volatilidad. España y su inestabilidad es un espejo de esto: en menos de un año, hemos visto la caída del gobierno derechista de Mariano Rajoy, el ascenso del PSOE al poder, el triunfo de la corriente más fascistizante de la derecha (Vox) en Andalucía, la crisis del PSOE con la resistencia republicana independentista de Cataluña y la ruptura de los acuerdos establecidos con los diputados de ese bloque (en el marco del juicio a varios de sus dirigentes) y la convocatoria anticipada a elecciones, con resultados inciertos.
Este cuadro de crisis y volatilidad se da también -y muchas veces con más fuerza en lo inmediato- en los “países emergentes”, donde se ha producido un verdadero derrumbe económico, producto del freno en la economía mundial y de la sobreproducción capitalista y caída de los precios de las materias primas.
En Latinoamérica, particularmente, los regímenes nacionalistas burgueses, que usufructuaron durante un período los altos precios de los “commodities”, fueron incapaces de aprovechar estos recursos para desarrollar las economías nacionales. Su objetivo fue tratar de poner en pie burguesías nacionales rapiñando los recursos del Estado y sin enfrentar decisivamente la opresión nacional ejercida por el imperialismo. Chávez, en Venezuela, con la boliburguesía que vive del robo y la especulación en los mercados de cambio y las licitaciones; Lula, en Brasil, apoyando a los “campeones nacionales” vía el endeudamiento sin límite y la corrupción de los Odebrecht y compañía, o Néstor Kirchner en la Argentina, buscando poner en pie a la patria constructora con la protección y los sobreprecios de las licitaciones públicas, son un ejemplo fallido. Todos ellos evitaron tener choques esenciales con el capital financiero internacional: pagaron religiosamente la usuraria e ilegítima deuda externa, protegieron a los monopolios radicados en sus países (privatización de los servicios públicos en Argentina, etc.), acompañaron las aventuras reaccionarias y militaristas del imperialismo (fuerza latinoamericana de “pacificación” de Haití, etc.). La crisis capitalista internacional ha hundido estos proyectos de relativa convivencia pacífica entre las burguesías nacionales y el capital financiero imperialista. “Lavajato” y “carpetazos” mediante, estamos viendo una ofensiva imperialista sobre los gobiernos latinoamericanos para desplazar a los “corruptos” representantes de las burguesías nacionales en el dominio de los planes de infraestructura y obras públicas. Al mismo tiempo que se trata de ‘ajustar’ a las masas trabajadoras y explotadas para garantizar el pago de las deudas externas que se han potenciado terriblemente en la ‘década ganada’ por el nacionalismo burgués.
La crisis e impasse de estos regímenes nacionalistas burgueses, que actuaban conteniendo la lucha de clases, ha dado paso a alternativas de gobiernos de signo derechista, de ofensiva contra las masas. Macri subió al poder por vía electoral, explotando la crisis e impotencia del kirchnerismo. Temer, en cambio, lo hizo a través de un golpe de Estado ‘parlamentario’, sostenido directamente por los militares que fueron armando la salida electoral (proscripción de Lula, etc.) para que triunfara el facho de Bolsonaro. Este tiene un discurso político-ideológico fascistoide, pero un planteamiento económico abiertamente ultraliberal (privatizaciones, reforma previsional, etc.). Pero está limitado no sólo por las contradicciones en su base político-social, sino porque debe imponer las reformas reaccionarias por vía parlamentaria (donde teniendo minoría, debe congeniar con los otros bloques burgueses en el marco de un creciente rechazo popular a estos ataques).
El gobierno de Macri intentó llevar adelante su giro derechista a través del ‘gradualismo’, teniendo en cuenta la resistencia de las masas y la necesidad de coordinar con el bloque del PJ para obtener mayorías parlamentarias que aprueben sus leyes. La crisis capitalista mundial ha hundido ese “gradualismo” y ha planteado un ataque más brutal pero, ahora, en un marco mucho más deteriorado de la economía nacional que lo colocó al borde del defol y lo obligó a los acuerdos con el FMI y su política de mayores ajustes, y que también está dividiendo el frente burgués de apoyo que lo llevó al poder.
La ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, es la vanguardia en el seno del gobierno macrista de una mayor derechización represiva con mayores poderes para las fuerzas represivas policiales y militares, etc.
¿Estamos ante un avance de la derecha en el continente? No alcanza con reconocer lo que es empíricamente evidente, sino va acompañado por la crisis que atenaza a los nuevos gobiernos derechistas y que en muchos casos se está transformando en una bancarrota del régimen político de conjunto (Argentina). La volatilidad política mundial se manifiesta con fuerza también en América Latina. El ascenso del ultraderechista Bolsonaro en Brasil va acompañado por el del centroizquierdista Andrés López Obrador en Méjico.
Bolsonaro mismo aparece empantanado por el ahondamiento de las divergencias dentro de su base de apoyo, que ya tempranamente ha planteado una crisis de gabinete. Se juega una carta fuerte en el intento de imponer la reaccionaria reforma previsional. Los problemas que plantea la crisis lo tienen indefinido en toda una serie de temas de primera importancia. La guerra comercial mundial que enfrenta al gobierno yanqui con China, Rusia y con la Unión Europea divide a su gobierno. Ante la situación venezolana están los halcones que quieren una intervención militar directa y los que la rechazan. Trump está tratando de cooptar al Alto Mando militar, factor fundamental en las definiciones políticas del nuevo gobierno. El Pentágono acaba de nominar para la segunda jefatura del Comando Sur -que “vigila” Centroamérica y el Caribe, incluyendo la defensa del Canal de Panamá- al general brasilero Alcides Farias, jefe de la 5ª Brigada de Caballería Blindada. Algo inédito, porque nunca antes se había asociado directamente a un militar extranjero al manejo de una fuerza militar yanqui.
También esgrime la promesa de un acuerdo de libre comercio entre Estados Unidos y Brasil, pero esto se haría a expensas del creciente deterioro y hundimiento del Mercosur y contra la influencia China, que es el principal destino de las exportaciones brasileras. Pero… primero la reforma previsional y el avance concreto en las privatizaciones (Embraer, etc.). El análisis-“promesa” que ha realizado el Bank of América es que adoptando este rumbo antiobrero y proyanqui Brasil volvería a crecer este año un 3,5% en su PBI y habría una “lluvia” de 100.000 millones de dólares en inversiones para trabajos de infraestructura (versus los Odebrecht). En 2015 y 2016, el PBI retrocedió 3,5 y 3,3%, respectivamente. En 2017 “creció” un débil 1,1%, performance que repitió en 2018, que cerró el año con tendencias contractivas: la desocupación aumento al 12%.
En el marco de su guerra comercial contra China y Rusia, Trump ha lanzado una ofensiva para bloquear la penetración comercial de estas potencias en América Latina. Se trata de una feroz lucha política. Este es uno de sus principales objetivos intervencionistas en su campaña contra Venezuela: disminuir el peso y la influencia de estas dos potencias sobre el petróleo y la economía venezolana. En la Argentina también está bloqueando inversiones chinas en usinas hidroeléctricas y atómicas, etc.
Lo que se juega en Venezuela
El imperialismo yanqui ha montado un amplio y elaborado operativo para producir un golpe contra Nicolás Maduro y colocar un gobierno títere que garantice la entrega lisa y llana del petróleo. Ha alineado en forma cipaya a la mayoría de los gobiernos latinoamericanos. Pero, a pesar del desgaste de Maduro, no ha podido voltearlo hasta el presente.
¿Va a haber una intervención militar directa para voltear a Maduro?
Hasta el momento no ha logrado escindir a los altos mandos militares que siguen cerrando filas en torno del gobierno. Y sin eso, gran parte de los países latinoamericanos y el imperialismo de la Unión Europea se niegan a avalar tal acción. La Unión Europea no quiere otra guerra dirigida por Trump: critican las decisiones unilaterales de este, de retirarse de Siria, etc., y temen las consecuencias de una intervención militar en materia de guerra civil y extensión de la agitación y movilización antiimperialista en América Latina. La escalada contra Venezuela es avalada por la mayoría de las fracciones de la burguesía yanqui, incluyendo al propio candidato Sanders, autollamado socialista, y una amplia mayoría del Partido Demócrata en la oposición. Sin una fractura en los altos mandos militares venezolanos, el imperialismo teme una fuerte resistencia. Maduro -siguiendo el ejemplo cubano- ha comprometido al Alto Mando militar, dándole puestos de dirección en sectores vitales del Estado, controlando empresas relacionadas con el comercio exterior (fuente de corrupción por el contrabando y el manejo espurio de los mercados de cambios) y, particularmente, en la gran petrolera estatal PDVSA. Gran parte de los ministros bolivarianos son militares. Su destino y sus negocios están unidos al régimen bolivariano en crisis. Este es uno de los problemas centrales: ¿quién desarma a los militares metidos en todos los rincones de la producción de PDVSA y de negocios y negociados bolivarianos?
La experiencia chavista, y particularmente la resistencia de Maduro al golpe dictado por el imperialismo, tiene sus admiradores-seguidores, particularmente en sectores de la izquierda europea. Ven este proceso como una resistencia revolucionaria y hasta “socialista” al avance imperialista.
Pero en América Latina, la mayoría de las corrientes que se reclaman del nacionalismo burgués se han mandado a cuarteles de invierno. Lula y Cristina Kirchner casi no abren la boca al respecto, y cuando lo hacen, su voz es inaudible. Dirigentes peronistas se han sumado a los reclamos de ‘democratización’, justificando la intervención contra el totalitarismo de Maduro. Gran parte del nacionalismo burgués latinoamericano ha sido golpeado por la propaganda democratizante y ‘humanitaria’ contrarrevolucionaria del imperialismo y por la terrible evolución de Maduro, que ha acrecentado a niveles inauditos la miseria que sufren las masas. El “socialismo del siglo XXI” y su llamado, hace años, a la construcción de la V Internacional, ha sido una caricatura del internacionalismo proletario revolucionario y fue utilizado oportunamente como un arma contra la diferenciación independiente del proletariado. El chavismo, y particularmente Maduro, han reprimido los intentos de avance de la clase obrera por el camino de su organización sindical y política independiente, y se han preocupado por su cooptación y regimentación en el marco de su apoyo al régimen: uno de los dirigentes de la central obrera es el actual ministro de Trabajo. Las huelgas son fuertemente reprimidas, suspendió la vigencia de los convenios colectivos de trabajo en el sector público, etc.
No sólo el gobierno choca con los golpistas, sino también con el otro polo, el de la lucha y organización independiente de los trabajadores. Maduro ha llevado la miseria de su pueblo a niveles inauditos, propios de una catástrofe o guerra. Mientras hay desabastecimiento de medicinas y alimentos, y la hiperinflación se ha disparado a un millón por ciento, con salarios de siete dólares, Maduro ha seguido pagando religiosamente una deuda externa usuraria que se ha llevado la friolera de más de 700 mil millones de dólares: una riqueza impresionante que hubiera servido para un amplio plan de desarrollo. El chavo-madurismo ha sido incapaz de avanzar en una modificación de la estructura productiva del país. Más que nunca, Venezuela es dependiente de la monoproducción y monoexportación petrolera. Con el agravante que tampoco esta rama ha sido mantenida, exige fuertes inversiones para frenar el retroceso de su producción. Esto ha sido acompañado por la entrega-privatización de una parte importante de su riqueza minera y petrolera. La empresa estatal Citgo, que tiene refinerías y una cadena de expendedoras en territorio norteamericano, ha sido vendida en un 49% a la petrolera rusa Rosneft.
La derrota del golpe cipayo-imperialista contra Venezuela es fundamental para todos los trabajadores de América Latina. La caída del gobierno a manos del golpe será la apertura de los ataques directos contra Cuba, para acelerar la restauración capitalista en la isla y volcarla nuevamente a la injerencia directa del imperialismo yanqui. Y luego vendrá Nicaragua, donde el “sandinista” Daniel Ortega ha sido cuestionado por una fuerte rebelión popular -por seguir los planes hambreadores del FMI-, reprimida a tiro limpio, pero no liquidada. Habiendo entregado las perspectivas revolucionarias del triunfante levantamiento sandinista de 1979, Ortega ha seguido los pasos de otros regímenes nacionalistas burgueses, que han intentado, vía la corrupción y la superexplotación de sus pueblos, crear una nueva burguesía nacional. Ha devenido en una oligarquía represiva y regimentadora, que el imperialismo quiere modificar a través de un proceso electoral para prevenir la organización independiente de las masas y el retome de sus tradiciones revolucionarias.
Un triunfo golpista serviría para instaurar más abiertamente la injerencia directa, diplomática-política-económica-militar de la mano del FMI, el grupo Lima y la OEA, y la intervención directa del imperialismo, a través de la ayuda humanitaria y la intervención militar. Vuelve -nunca se fue- la política del “gran garrote” del imperialismo yanqui.
El rechazo a este intervencionismo imperialista-cipayo reclama de una estrategia y coordinación continental de los trabajadores conscientes y de la izquierda que se reclama anti-imperialista. No sólo debemos movilizarnos reclamando por el ¡Fuera yanquis…!, sino enfrentando, fundamentalmente, a los gobiernos cipayos latinoamericanos que apoyan y acompañan este accionar contrarrevolucionario que avala incluso la confiscación imperialista de bienes del Estado venezolano en el mundo. El enemigo no está sólo en Washington sino también dentro de las fronteras de las naciones latinoamericanas. Tenemos la experiencia contemporánea de la formación de una fuerza militar latinoamericana, incluso con gobiernos nacionalistas burgueses, como el de Lula en Brasil y los Kirchner en la Argentina, para llevar adelante una acción militar “pacificadora” en Haití. Hace más de una década que están allí instalados, como carne de cañón del imperialismo yanqui y mundial contra el pueblo haitiano, que ahora está protagonizando un nuevo y heroico levantamiento contra el gobierno títere que ejecuta los planes ajustadores del FMI. Golpeando con la lucha de clases en cada uno de nuestros países a los cipayos, cumplimos a fondo con los deberes de solidaridad anti-imperialista e internacionalistas, y preparamos las condiciones no sólo para la instauración de gobiernos de trabajadores en cada país, sino de la Unidad Socialista de América Latina.
La lucha contra el golpe imperialista debe hacerse en Venezuela sin apoyar políticamente al gobierno represor de Maduro. Por el contrario, la izquierda revolucionaria debe plantear, agitar y organizar la ejecución de las medidas que de verdad puedan derrotar al golpe. Denunciando la inoperancia del gobierno y su tendencia a la conciliación. De ninguna manera se puede hacer causa común con la derecha proimperialista, que se disfrazara de defensora de la democracia, pero que actúa como agente directo de un acentuamiento antidemocrático de la opresión nacional.
Pero hay corrientes que se reclaman trotskistas que prácticamente se colocan en el terreno de la derecha. El PSTU, por ejemplo, levanta como consigna “Ni Maduro ni Guaidó” y dice que “es necesario en este momento, que las masas venezolanas retomen sus movilizaciones contra Maduro, sin ninguna confianza en Guaidó”. Al igual que en Brasil frente al golpe contra Dilma Rousseff, el PSTU se jacta: “Nosotros apoyamos y estuvimos en las grandes movilizaciones por el ‘Fuera Maduro’ en Venezuela, luchando contra su dirección burguesa”. Se ha colocado en el campo ‘democrático’ proimperialista.
Por su parte, Marea Socialista (que integra la corriente internacional del MST argentino) y que en su momento formó parte del movimiento chavista, del cual hace un tiempo se ha abierto, anuncia que se ha conformado una “Alianza por el referéndum consultivo” con un nuevo Consejo Nacional Electoral (CNE) “para relegitimar los poderes públicos”, que sería una instancia de “frente único de lucha”. También está en el terreno del frente proimperialista, no hay un programa de movilización contra el golpe (constitución masiva de milicias obreras en las fábricas, etc.). Colocado en el campo democrático, levanta una plataforma democratizante: “demandamos democracia real con participación y consulta al pueblo”. No sólo un programa participacionista de integración al Estado burgués, sino colocado directamente en el campo democrático de Juan Guaidó.
Polarización
El carácter inestable y volátil de la situación política internacional no debe taparnos el peligro del crecimiento de las salidas bonapartistas y semibonapartistas derechistas o fascistas, y cómo debemos enfrentarlas. Como bien ha planteado Savas Matsas, en el artículo antes citado, publicado en el último número de En defensa del marxismo: “La falta de una estrategia económica efectiva no significa que la clase capitalista gobernante, especialmente en los centros metropolitanos del sistema mundial, con su colosal experiencia acumulada de las más variadas formas de regímenes políticos, de represión y control, sea incapaz de elaborar una estrategia política contrarrevolucionaria que, interactuando siempre con los desarrollos socioeconómicos, intentará derrotar las amenazas revolucionarias a su gobierno, por cualquier medio, mediante la demagogia, utilizando chivos expiatorios, por la fuerza, mediante la guerra de clases y las guerras imperialistas. Como había advertido Trotsky en el Tercer Congreso Mundial de la Internacional Comunista en 1921, contra todo economicismo reduccionista y determinismo mecanicista, es precisamente en momentos de peligro mortal para la clase capitalista y la desintegración de la sociedad capitalista, que existe también ‘el florecimiento más elevado de la estrategia contrarrevolucionaria de la burguesía’”.
Los “avances” de la derecha crean una tendencia a la polarización política y de la lucha de clases. Lo del polo derechista, contrarrevolucionario, con sus contradicciones, está claro. Pero el otro polo, el de la resistencia a estos planes y gobiernos, aunque en desarrollo, está políticamente desdibujado. Se manifiesta con explosiones de masas en Europa Oriental, pero -y lo más importante- es que también está emergiendo con fuerza en los grandes centros imperialistas. Como lo evidencia la explosión de los “chalecos amarillos” en Francia contra los aumentos de combustibles y que han puesto en crisis al gobierno de Emmanuel Macron.
También en Estados Unidos se plantea con fuerza esta tendencia a la polarización, contra las tentativas reaccionarios de Trump, manifestado no sólo en el crecimiento renovado de las candidaturas centroizquierdistas que se presentan como socialistas, de Bernie Sanders y otros, sino también por el creciente desarrollo de huelgas de los trabajadores, en un país donde los niveles de sindicalización habían retrocedido terriblemente.
La Nación (23/2) reproduce la tapa del semanario británico The Economist, que titula: “La izquierda resurge en el mundo de la mano del socialismo millennial”. Y el propio Trump tomó como eje en su discurso de polarización política (y electoral) el planteo de que “América nunca será socialista”. Ya hemos publicado la sentencia del New York Times dirigida a las elites capitalistas gobernantes: “Si no quieren socialistas, dejen de crearlos”.
La bancarrota capitalista y su consecuencia en la ruptura profunda de los equilibrios y la estructura política mundial abre brechas para la irrupción de las masas y la creación de situaciones revolucionaria. Macron ha sido fuertemente golpeado por el estallido combativo de los “chalecos amarillos”. Acorralado, tuvo que retroceder en el tarifazo. Ahora pretende contraatacar en forma desesperada convocando -como hizo su antecesor, De Gaulle, frente al Mayo francés de 1968- a un referéndum para intentar recuperar un punto de equilibrio, bloqueando que la situación se transforme en revolucionaria con la intervención masiva de las grandes masas obreras y juveniles. En Gran Bretaña, la crisis del Brexit, que es la crisis de la Unión Europea, que es la crisis capitalista mundial, ha provocado una terrible crisis política que no sólo preanuncia giros políticos (ascenso del laborismo de Corbyn), sino una ola de conflictos de los trabajadores (ferrocarriles, etc.).
En América Latina tenemos un ascenso de luchas en Centroamérica, producto de la crisis y las medidas pro-FMI que se intentan aplicar (Nicaragua, Haití, Costa Rica, etc.). También se evidencia en Argentina, en las grandes movilizaciones de masas por el derecho al aborto y en los límites -aún difusos y limitados- con que se va desarrollando la resistencia contra la ofensiva de Macri, que quiere imponer los planes fondomonetaristas (contra los tarifazos, etc.). En Chile se están retomando las masivas marchas contra el negocio antiobrero del régimen de las jubilaciones privadas, reclamando su nacionalización.
En Africa y el Medio Oriente están en desarrollo importantes y masivas huelgas, y movilizaciones en Irán, Túnez, Irak, Jordania. En Sudán, combativas y persistentes manifestaciones políticas de masas van en flecha hacia un estallido revolucionario. El camino de las revoluciones árabes, que fue aplastado o contenido hace casi una década, está siendo retomado. Ahora ha estallado una rebelión de proporciones en Argelia que plantea el derrocamiento del gobierno. Argelia no había intervenido en el anterior proceso de la Primavera Arabe de 2010.
Lo importante a destacar es el renacimiento de las luchas de masas en las metrópolis imperialistas: no sólo en Francia, con los “chalecos amarillos”; el proceso huelguístico en curso en Portugal, contra un gobierno frentepopulista, apoyado por la izquierda, etc. Y, fundamental, la creciente ola de huelgas que está recorriendo Estados Unidos: las huelgas docentes en Oakland, Los Angeles y otras ciudades de California no son sólo reivindicativas, sino que adoptan diferentes reclamos y connotaciones políticas (contra la privatización de la educación, por mayores presupuestos, etc.) y están siendo acompañadas por padres, estudiantes y diversos sectores obreros.
En el marco de cierre de plantas (General Motors, Ford y otras) y de la perspectiva de una nueva recesión, la ola de huelgas en curso sería la segunda en importancia después de la década del ’30.
Estos procesos extraordinarios de la lucha de clases hablan de una inflexión en la tendencia mundial hacia la irrupción de la lucha de masas y, potencialmente, la creación de situaciones revolucionarias. Algunas corrientes, como el WSWS de Estados Unidos, directamente caracterizan que se ha abierto un “nuevo período revolucionario”. Nuestros compañeros del DIP de Turquía también caracterizan que “Sudán y posiblemente el lejano Haití ahora se están convirtiendo en revoluciones. Este es un salto cualitativo. Ya no es una inflexión, sino una estruendosa irrupción de la revolución en el escenario mundial”.
Pero esta irrupción tiene, aún, sus propias características: Elle Não en Brasil, la lucha por el derecho al aborto en Argentina, los “chalecos amarillos” en Francia, la participación protagónica de la clase media en Argelia y Sudán, y otros grandes procesos de lucha de las masas evidencian un progreso notable en el desarrollo de tendencias combativas y anticapitalistas.
Vemos la movilización radicalizada de las mujeres, de la juventud, de las masas empobrecidas, pero hay, aún, un gran ausente: la clase obrera. El proletariado de la gran industria no se moviliza decisivamente como clase ni en Francia ni en Brasil, ni en la Argentina. Aquí es donde se ve que actúan como bloqueo las burocracias obreras de los sindicatos y centrales obreras, crecientemente entrelazadas con el Estado. La burocracia de la CGT francesa, con influencia del viejo PC estalinista, hizo lo imposible (paros paralelos en otras fechas, etc.) para evitar que la poderosa clase obrera gala confluyera con los “chalecos amarillos” e hiciera saltar por el aire al gobierno de Macron. Hace cuarenta años jugó el mismo papel en el Mayo francés, cuando trató de evitar la unidad de la clase obrera con el estudiantado alzado. Y una vez que fue superada por la iniciativa de las bases obreras y el estudiantado, se empeñó en levantar las ocupaciones de fábricas y la huelga general a cambio de algunas reivindicaciones económicas, cuando lo que estaba objetivamente planteado era el problema del poder.
Lo mismo hemos visto en el accionar de la poderosa CUT brasilera, que luego de la exitosa huelga general protagonizada hace dos años (la primera después de casi dos décadas) contra la reforma laboral, desactivó toda profundización de un plan de lucha y se empeñó en la desmovilización organizada de la lucha de masas. Cuando estalló el movimiento de los camioneros que ocupó las rutas de Brasil durante 15 días contra el tarifazo de combustible ejecutado por el gobierno de Michel Temer, la CUT hizo mutis por el foro. En ese momento se desarrolló también una huelga de los obreros de las refinerías petroleras. Pero la “central” obrera puso todo su empeño en impedir que confluyeran. La CUT se subordinó políticamente al PT de Lula, que no quería “desestabilizar” al golpista Temer y dejó avanzar la reforma laboral. Ni qué hablar del papel de la burocracia peronista de la CGT argentina, que le dio la espalda a las combativas movilizaciones del 14 y 18 de diciembre de 2017 contra la reaccionaria reforma previsional. Y es el sostén de la ‘paz social’ que pretende allanar el camino para el paquetazo de Macri y el FMI.
Si bien -al decir de Trotsky- la lucha de las masas terminará superando el control de los aparatos, es evidente que estos todavía logran diluir una intervención de conjunto de la clase obrera.
Si las burocracias van a fondo con sus políticas de bloqueo y desorganización de las filas obreras, quizá logren temporalmente éxito, pero la continuidad de la crisis llevará a estallidos más fuertes que crean un campo favorable para pasar por encima de ellas. No podemos prever si esto se dará a través de los sindicatos, recuperándolos, o por fuera de ellos, a través de comités de fábrica, coordinadoras, juntas, etc.
Hay corrientes que plantean que los sindicatos en la época actual ya no servirían; que no podrán jugar ningún rol porque han sido vaciados por las burocracias corrompidas, integradas al Estado y a los partidos burgueses. Que la dinámica de la lucha obrera y de clases pasará por movimientos autónomos, como el de los “chalecos amarillos” en Francia.
No debemos hacer ningún fetichismo de los sindicatos ni tampoco un antifetichismo abstracto al respecto. No sabemos por dónde pasarán las futuras irrupciones de las masas (en el levantamiento que se está desarrollando en Túnez parece que la central obrera está jugando un papel protagónico).
Trabajamos dentro de ellos, desarrollando oposiciones clasistas y organizando a los trabajadores contra las políticas colaboracionistas con las patronales y el Estado, y estamos atentos a la evolución concreta de lucha de clases, no le damos la espalda a nuevos desarrollos. Cuando constatamos que existen real o potencialmente, los impulsamos. Incluso en una etapa de no ascenso revolucionario hemos impulsado la constitución de sindicatos paralelos, como la AGD de los docentes universitarios o el Sipreba de los trabajadores de prensa, para dotar de una organización real a los trabajadores, despertando el entusiasmo y agrupando en torno de una masa importante de la clase.
El nuevo pico de bancarrota del capital en desarrollo, las inevitables tendencias a las crisis políticas que van preparando situaciones revolucionarias, el ascenso de regímenes ultraderechistas, las intervenciones militares imperialistas, han abierto un debate en el seno de la izquierda.
El problema no es el ascenso de la derecha -a la que tenemos que combatir- sino las políticas de desgaste y adaptación de la centroizquierda y la izquierda que posibilitan el surgimiento de estos fenómenos políticos. Contradictoriamente, mientras más avanza la crisis del capital, mayor es la tendencia a la integración política de la izquierda, buscando retomar el viejo equilibrio que se ha perdido.
El avance de la derecha, que estas corrientes facilitaron con su política burocrática de conciliación de clases, es el argumento utilizado ahora para volver a replantear su rechazo a la independencia obrera. El “enemigo” es la derecha, no el capitalismo. Lo que está de moda en estas corrientes es plantear la necesidad de formar frentes antifascistas y/o contra la derecha.
El candidato “socialista” Sanders, que pretende enfrentar a Trump en las próximas elecciones presidenciales de 2020, se niega a romper con el Partido Demócrata y conformar una organización independiente de la burguesía imperialista. El Partido Demócrata compite con el Partido Republicano en la alternancia del poder del Estado imperialista. Sanders convocó a la unidad dentro del Partido Demócrata y a conformar un Frente Antifascista Mundial, es decir, impulsar el Frente Popular en todas partes.
Die Linke, el partido de la “izquierda” alemana, también con la misma concepción, se derechiza. En su reciente congreso ha eliminado toda crítica a la Unión Europea. Esto -afirma- para no confluir con los partidos derechistas europeos que atacan a la UE (Italia, Hungría, Francia, la propia Alemania, etc.). La plataforma original criticaba a la Unión Europea planteando hacerla “más social y democrática”. Una concepción pseudo-reformista sobre el Estado y el imperialismo. Pero ahora, esa frase puramente demagógica ha sido eliminada de la plataforma con la que se presentará en las elecciones europeas de mayo.
En Francia, Jean-Luc Mélenchon también propugna un frente popular contra la derecha. Y ha sido reticente en el apoyo a los “chalecos amarillos” hasta muy asentada esta irrupción.
Todos estos sectores de la “izquierda amplia” y democratizante se pronuncian contra los inmigrantes… en la medida que son usados para disminuir los salarios de los trabajadores nativos y radicados. La lucha contra la explotación del capital pasa, según esta “izquierda”, por el rechazo de los trabajadores inmigrantes, no por la igualdad salarial obligatoria y la reducción de la jornada laboral (sin reducción de salarios).
En nombre de la lucha contra la derecha plantean que los trabajadores deberían renunciar a su organización y movilización independiente para no espantar a sus aliados de la burguesía y pequeño-burguesía.
En América Latina tenemos un planteamiento similar. En Argentina, los kirchneristas llaman a conformar un frente anti-Macri para vencerlo en las próximas elecciones. Aunque dicen llamar a la izquierda a integrarlo, no estamos ante un giro a la izquierda del nacionalismo burgués: es un intento de subordinar políticamente a la izquierda revolucionaria y hacer retroceder la organización política independiente de la clase obrera. El verdadero objetivo del kirchnerismo es una alianza político-electoral con la derecha del PJ, que es xenofóbica, propicia la intervención militar sobre Venezuela, apoya el plan del FMI y su política de ajuste contra los trabajadores, se opone al derecho al aborto, etc.
En Brasil, el PT se ha entregado sin lucha al golpe contra Dilma Rousseff, ejecutado por Temer con el apoyo del Alto Mando militar, a pesar de contar con la dirección de las principales organizaciones de masas (Central de Trabajadores, central de campesinos, central estudiantil, de los inquilinos, etc.), lo que terminó pavimentando el camino al ascenso del fascista Bolsonaro. Ahora insiste en conformar un frente antifascista con la oposición burguesa y hasta con alas del gobierno Bolsonaro: en el debate que se está desarrollando dentro del gabinete y las Fuerzas Armadas sobre una invasión a Venezuela, el PT coquetea con el vicepresidente, el general Hamilton Mourão, que está en contra de invadir ahora y propugna otras vías de presión para consumar el golpe en Venezuela. Como el PC argentino en la dictadura de Videla, que se dedicaba a buscar el ala militar contrario a los pinochetistas de Menéndez. Mientras tanto, el PT viene desorganizando la resistencia a la reaccionaria reforma previsional que quiere sancionar Bolsonaro. Las organizaciones obreras y de masas están paralizadas en aras de la construcción del frente popular antifascista.
Estos frentes contra la derecha, que impulsa el nacionalismo burgués y el socialismo pequeño burgués, se fijan el campo parlamentario-electoral como el terreno de lucha. Pero a la derecha no se la va a derrotar parlamentariamente, sino en la lucha obrera y en las calles. El Parlamento podrá tratar de sancionar una realidad impuesta por la lucha de los trabajadores y lo hará como elemento de maniobra para volver a colocarla bajo caución del Estado y la burguesía. El PSOL ha ido a la rastra del PT, ha sido su sombra. Un ‘partido’ de izquierda que no interviene en la lucha de clases, sólo se moviliza en los procesos electorales, se ha fisonomizado como un partido de arribistas que quieren conquistar un cargo estatal. La mayoría de las organizaciones y partidos de la izquierda brasileña (muchos de los cuales también actúan en la Argentina: MST, MAS, PTS) integran y se adaptan al PSOL -que, insistimos, no es un partido ni un frente de lucha-, que funciona explícitamente como una cooperativa de tendencias autónomas.
La integración de la izquierda a los frentes populares de conciliación de clases o directamente a los partidos burgueses en busca de un cargo electoral se ha ido transformando en una norma. En Perú, una pequeña organización ligada a la corriente internacional que impulsa la morenista IS de Argentina, integró el burgués Frente Amplio con la candidatura a intendente de Lima. En Venezuela, varias de estas corrientes han oscilado entre el apoyo, cuando no la directa integración, al chavismo, y ahora coquetea con la derecha proimperialista.
La emergencia de una profundización del desbarranque de la crisis capitalista y de las crisis políticas con sus giros, plantea la urgencia de avanzar en la construcción de partidos revolucionarios en cada país y una Internacional socialista revolucionaria.
Los estallidos de crisis y la creación de situaciones revolucionarias plantean la necesidad de construir estos partidos y la Internacional. Porque en esos momentos es donde es más importante la experiencia y la orientación de una vanguardia obrera y de la izquierda para sortear los impresionantes problemas que se plantean y llevar al poder a los trabajadores. La perspectiva revolucionaria de instaurar el gobierno de trabajadores es la gran divisoria de aguas en el seno de la izquierda mundial. La necesidad de la Internacional para apuntalar estos procesos es vital.
• Construyamos partidos obreros revolucionarios, independientes de la burguesía, la pequeño burguesía y las burocracias. Pongamos en pie una Internacional revolucionaria: la IV Internacional.
• No a los frentes de colaboración de clases. Por frentes revolucionarios, de independencia de clase, de la izquierda y los trabajadores.
• Al fascismo y la represión derechista la combatimos en todos los terrenos, incluidos los parlamentos. Pero la derecha será derrotada por la acción directa de las masas, en sus huelgas y manifestaciones, en las calles. En defensa de las libertades democráticas, hagamos frentes únicos de acción y movilización con todos los que estén dispuestos a movilizarse.
• Que la crisis la paguen los capitalistas: expropiación, sin indemnización, de los monopolios y el gran capital. Expropiación de los bancos y creación de una banca estatal única, bajo control de los trabajadores. Monopolio estatal del comercio exterior y de los mercados de cambio. No pago de la deuda externa.
• Combatamos la desocupación prohibiendo los despidos y el reparto de las horas de trabajo existentes entre todos los trabajadores ocupados y desocupados, disminuyendo la jornada laboral, sin afectar la totalidad del salario actual.
• Contra la inflación y la carestía: salario mínimo igual a la canasta familiar, que se indexa mensualmente con el costo de vida.
• No a las reformas previsionales reaccionarias: no elevar la edad de retiro ni disminución de haberes. No al robo de la jubilación privada. Aportes previsionales íntegros a cargo de las patronales.
• Contra la corrupción capitalista: instalar el control obrero y la apertura de los libros contables de las empresas, para conocer sus verdades ganancias y maniobras, y hacer pública la verdad de los negociados, contra las maniobras políticas de los carpetazos. Cárcel e incautación de los bienes de los corruptos.
• Contra la xenofobia y la persecución a los inmigrantes. Plenos derechos a los inmigrantes. Unidad de los trabajadores nativos y extranjeros contra la explotación capitalista.
• Derogación de las llamadas leyes antiterroristas y represivas. Libertad a los presos políticos, desprocesamiento de los luchadores.
• Contra el golpe imperialista en Venezuela. Cese del bloqueo, devolución de los bienes venezolanos, retiro de las tropas de la frontera. Movilicémonos en cada país contra los gobiernos que programan la intervención y el golpe imperialista. Retiro de las tropas latinoamericanas de Haití. Retiro de las bases imperialistas (Guantánamo, etc.). Levantamiento incondicional del bloqueo imperialista a Cuba. Abajo las guerras imperialistas: fuera las tropas imperialistas de Africa y Medio Oriente.
• Por gobiernos de trabajadores. Por los Estados Unidos Socialistas de América Latina.
Aprobado por unanimidad. Ausentes: Alejandro Crespo, Carla Deiana, Federico Navarro y Rafael Santos
17/3/19
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