La izquierda y la huelga general en Bolivia


Luego de dos meses de huelga general encarnizada, boicoteada por las direcciones sindicales nacionales y salvajemente reprimida por el gobierno proimperialista de Sánchez de Losada ("Goni”), los docentes bolivianos, que no recularon frente al Estado de Sitio decretado desde el 19 de abril, ni frente a la militarización del país, ni frente a la detención y confinamiento en lugares remotos de casi 600 sindicalistas y estudiantes, tuvieron que retroceder frente a la monumental traición de la dirección de la COB (Central Obrera Boliviana), que acordó con el gobierno y la Iglesia el fin de la huelga, entregando sus objetivos y sin ninguna garantía contra las consecuencias de la represión gubernamental (Estado de Sitio, arresto de centenas de luchadores, procesos penales contra los dirigentes combativos, no pago de los días parados, lo que dejaría a los docentes sin el salario de dos meses). La Iglesia y la dirección sindical se unieron así a la "democracia” (parlamento) boliviana, en una sanción favorable a lo que la prensa internacional no vaciló en calificar como un verdadero "autogolpe de Estado”.


 


La cúpula de la COB llegó al colmo de negociar clandestinamente esa capitulación en momentos en que parte de ella se encontraba sufriendo los rigores físicos de los “campos de confinamiento”, situados en lugares recónditos e insalubres del país. Bien atrás quedó la demagogia “democrática” de la oposición burguesa (CONDEPA, ASD, MIR, y variados restos del stalinismo, con influencia decisiva en la dirección de la COB y de la Confederación Nacional de Maestros) que, frente al Estado de Sitio, declaró (MIR) la "ilegitimidad" del Congreso Nacional, y hasta amenazó (CONDEPA) con un proceso por “crimen de responsabilidad” al presidente (1). Toda esta demagogia se reveló parte de la comparsa, junto a la burocracia sindical y al alto clero, destinada a estrangular a las masas para tomar viable la política del imperialismo, directamente impulsada por el gobierno de “Goni”. No es posible sino compartir la conclusión de la Oposición Trotskista del POR en su manifiesto del I° de Mayo: “Esta vergonzosa traición de los dirigentes debe ser castigada por las bases. Lo más grave es que abandonaron la lucha por los objetivos del salario mínimo vital y por la anulación de la reforma educativa y todas las leyes antinacionales del neoliberalismo, así como el aplastamiento de la política global de la dictadura gonista… El heroísmo de las bases en lucha mostró que es indispensable barrer a la burocracia sindical que no sólo traicionó en el levantamiento de la huelga, sino que desde el principio boicoteó la unificación de los diversos sectores, impidió que se potencie y se radicalice aún más la lucha, en fin, se ha convertido en el peor obstáculo que tienen que vencer los trabajadores”.


 


El problema central planteado por la huelga general fue, efectivamente, el de la dirección política de las masas, y es en función de ese problema que es necesario juzgar la conducta política de la izquierda, en especial de la izquierda trotskista, durante el conflicto.


 


Antecedentes


 


La explosión social de marzo no cayó como rayo en cielo sereno. Desde 1994, por lo menos, estaban planteadas las bases, objetivas y subjetivas, de un conflicto global con la política gubernamental. Durante los años anteriores, el gobierno, y el parlamento, con la aprobación de las “tres leyes malditas” (de "capitalización”, o privatización de las empresas estatales; de "participación”, o burocratización del sistema político, y de reforma educativa, o entrega de la educación al clero y los grupos privados) había preparado el arsenal legal para barrer con las conquistas sociales de los explotados bolivianos y hasta con su medios elementales de sobrevivencia (según el propio Banco Mundial, 70% de los 8 millones de bolivianos sobreviven con un ingreso inferior a un dólar diario), a través de la erradicación (hasta junio) de 1.750 hectáreas de plantaciones de coca, y de 5.400 hectáreas hasta diciembre.


 


El gobierno trabajó, en 1994, con la hipótesis del despido de 15.700 trabajadores de las empresas estatales, de 30.000 maestros, de 5.000 empleados de la salud, de 100.000 trabajadores del sector público en general (2), todo con indemnizaciones asumidas por el Estado boliviano (o sea, por los contribuyentes, que no son las grandes empresas) y en beneficio de los sectores privados (en primer lugar los pulpos imperialistas), que pasarían a explotar esos "negocios”, en especial la salud y la educación. Esta es la salida “gonista” a la crisis galopante de la "estabilidad” boliviana (Bolivia fue precursora de los planes estilo Cavallo y Real), que en 1994 llegó a amenazar con una ola de quiebras bancarias debido al impasse del negocio del narcotráfico.


 


La reforma educativa, a través de los conocidos recursos de la reducción presupuestaria y la "descentralización” (municipalización, esto en condiciones de quiebra financiera de las municipalidades), plantea de inmediato el cierre de la mitad de los establecimientos educacionales, y la tendencia hacia la privatización de los restantes. Todo debidamente acompañado de la ya consabida demagogia democrática " anticorporativista (anticlasista) y hasta, "étnica” (pues se ofrece como zanahoria la oficialización de la enseñanza del quechua, aymará y otras lenguas nativas).


 


El cretinismo "democrático cómplice de esta brutal ofensiva antiobrera, antidemocrática y antinacional está ejemplificado en este análisis de una "izquierdista” docente de Sociología de la UMSA (Universidad Mayor de San Andrés): “Es evidente la falta de coherencia en las acciones y demandas explícitas de la COB y los maestros. La resistencia a ceder privilegios gremialmente adquiridos habla más de atrincheramientos corporativos que de un auténtico sindicalismo revolucionario. Es más: los maestros son el principal sujeto y el principal obstáculo para cualquier puesta al día de nuestro anticuado aparato educativo. Pero, ¿quiénes son los maestros? Son producto de la reforma educativa de 1956 y están, en ese sentido, hechos a semejanza del Estado del 52. Los mismos aparatos clientelares y círculos de influencia. La misma corrupción” (3).


 


La realidad, sin embargo, es que a pesar de la izquierda democratizante, el gobierno de "Goni” perdió todo apoyo popular e inclusive todo apoyo entre las clases medias que lo habían votado, con la esperanza de la “modernización”, por lo que era posible afirmar: “En 18 meses se trata de un gobierno completamente agotado. Fides realizó una encuesta en la que aproximadamente un 90% de la población muestra su repudio al gobierno y un 40% llega a plantear la necesidad de sustituir de inmediato al actual presidente, por su total incapacidad en la solución de los grandes problemas de los bolivianos” (4).


 


El camino hacia la Huelga General


 


Por todo lo dicho, las condiciones objetivas obedecían, a principios de 1995, al análisis hecho por Trinchera Revolucionaria: “Para el imperialismo y su instrumento, el gobierno MNR-MBL, es el momento decisivo. También para las masas lo es. Ahora se sabrá, en los hechos, si el gobierno logra aplicar el programa imperialista de entrega de nuestra economía a los pulpos transnacionales, de agravación de la miseria y la desocupación de los bolivianos; de destrucción de la educación fiscal y gratuita; de liquidación de la autonomía universitaria; de anulación de la seguridad social y privatización de la misma; de eliminación de los cocales con la ‘opción cero’.


 


En el caso de los campesinos, en especial los “cocaleros”, 1994 fue un año de luchas: fue realizada una gran marcha campesina que arrancó concesiones del gobierno, en contraposición a la presión imperialista por la erradicación de los cocales. Las luchas del 94 anticiparon la reacción de las masas frente al Estado de Sitio, pues su represión “provocó un mayor encrespamiento de la ola de movilizaciones y repudio a la dictadura gonista… No se amedrentaron ante los gases y de su enfrentamiento con la policía resultaron fortalecidos en su lucha” (5). La lucha de los campesinos ataca directamente la intervención imperialista, que ya monitorea militarmente los cocales y que amenaza abiertamente bombardearlos (y a sus habitantes) con armas químicas.


 


En este cuadro de movilizaciones, la lucha de los docentes expresó toda la indignación nacional desde el inicio del año lectivo, y apuntó al corazón de la estrategia gonista para imponer los objetivos imperialistas: el acuerdo gobierno-COB. En los plenarios sindicales de inicio del año, la burocracia intentó infructuosamente hacer pasar como “avances” los frutos de su negociación tras las bambalinas con el “Goni”.


 


La huelga general docente fue decretada a partir del 14 de marzo. Rápidamente, la lucha docente empalmó con la preexistente movilización campesina, que recurrió (en el clima de radicalización creado por la lucha docente) al tradicional y osado método del bloqueo de caminos, lo que, a su vez, crea las condiciones de una paralización general de la economía boliviana: objetivamente, ambas luchas se fortalecen mutuamente, y abren el camino para que la vanguardia obrera plantee la alianza obrero- campesina en la lucha.


 


En la concentración del 18 de abril, el dirigente docente rural Raúl Nina arrebató el micrófono al principal dirigente de la COB (Oscar Salas) y denunció la traición de la burocracia sindical, que a pesar de haber decretado la huelga a partir del 27 de marzo, mantenía un diálogo con el gobierno a espaldas de los trabajadores (Raúl Nina fue detenido una hora después, lo que ilumina la complicidad burocracia- “Goni”). La represión desatada a partir del 22 de marzo no impidió la marcha hacia La Paz de los docentes desde Oruro y Cochabamba, ni la enorme concentración de 80 mil personas en El Alto (La Paz).


 


El decreto de la huelga general por la dirección cobista apunta sólo a no ser desbordada por las bases, pues esa misma dirección no organiza la huelga, que es cumplida parcial y fragmentada-mente en los sectores fabriles y mineros. El desarrollo desigual del movimiento de las masas es un hecho objetivo, pero de ninguna manera una justificación de la inacción burocrática, cuya política se apoya en esa desigualdad para acentuarla y estrangular a los sectores más radicalizados (debido a su propia situación desesperante), en pro de las migajas que recogería de una victoria gubernamental.


 


El 19 de abril, el gobierno decreta el Estado de Sitio, aprobado por el Congreso Nacional (donde posee mayoría en ambas Cámaras) y desata una brutal represión (o mejor, eleva cualitativamente el nivel de brutalidad ya existente). A pesar de ello, no logra quebrar a la huelga docente ni a la movilización campesina, aunque sí crear (con el apoyo de la burocracia sindical) las condiciones de su creciente aislamiento. Si hasta ese momento la cúpula de la COB fragmentaba las luchas (impidiendo su generalización), a partir de entonces pasa a atacar directamente la continuidad de la lucha en los sectores más radicalizados. El gobierno y la COB anuncian, el sábado 29 de abril, un acuerdo en tres puntos, llamado "Acta de Entendimiento”, que afirma que las partes retomarán el diálogo; la COB se compromete a levantar la huelga general a partir del 2 de mayo, y el gobierno libertará a los sindicalistas presos. Berzain Chaves, ministro de interior y representante del gobierno en las negociaciones, anuncia también que el Estado de Sitio continuará vigente después del 2 de mayo (o sea, que la burocracia se compromete a levantar su medida de lucha sin que el gobierno haga lo mismo).


 


El Acta de Entendimiento es usada como pretexto para la represión de los sectores que continúan en la lucha contra la traición burocrática: más importante que el Estado de Sitio “parlamentario” (que no impidió la celebración del acto obrero del 1° de Mayo), revela el vaciamiento total de la *democracia” boliviana, que es apenas el taparrabos de una dictadura cívico-militar con cobertura de la burocracia sindical. El Estado de Sitio y el Acta de Entendimiento constituyen una única pieza jurídico-política, en la que uno supone la existencia de la otra.


 


Bancarrota del oportunismo electorero


 


A pesar de la continuidad de la huelga (después del 2 de mayo) en diversos sectores docentes y campesinos, éstos se ven finalmente aislados, lo que los obliga a levantar las medidas de lucha (bajo protesta). Una dirección alternativa a la burocracia no se constituyó durante la huelga. Se trata de una derrota de la huelga, en nada definitiva, como lo demuestra el hecho de que, a mediados de mayo, ((más del 80% del magisterio urbano de Bolivia cumplió un paro de 24 horas para repudiar la continuidad del encarcelamiento de los dirigentes del sindicato docente de La Paz y el apaleamiento de Vilma Plata, dirigente de la docencia paceña y del POR. El gobierno no cumplió con el pago de los salarios de marzo. Los maestros de Chuquisaca comenzaron una huelga indefinida hasta el pago de los salarios de marzo, y los sindicatos docentes de La Paz, Oruro, Sucre y de Potosí cumplieron paros de 24 horas” (6).


 


La proyección revolucionaria objetivamente planteada (esto es, con independencia del carácter de la política de las direcciones de las masas) por la enorme movilización de marzo-abril, queda reflejada en las palabras de un dirigente del “izquierdista” MBL (Movimiento Bolivia Libre), partido miembro del gobierno de “Goni”: el Estado de Sitio atendía a una opción “entre un gobierno trotskista y uno del MNR” (7). Idéntica preocupación a la del embajador yanqui, Curtis Kamman, para quien “el único país donde parece haber sobrevivido el trotskismo es Bolivia” (8).


 


Lo que está planteado es la superación de una dirección sindical y política de las masas, de origen democratizante y stalinista, que ya dio pruebas de su completo anacronismo en relación al movimiento obrero y popular durante el período del gobierno frente populista de la UDP y que, en nombre de la “democracia" y de la “nación”, revela ahora su carácter de cómplice de los peores objetivos antidemocráticos y antinacionales.


 


Perfectamente incapacitada para encabezar esa superación se encuentra la dirección del sector cocacolero (Evo Morales), que fue sorprendida por el ascenso de masas en plena preparación de su intervención electoral, a través del llamado “instrumento político”. Se trata de explotar electoralmente las luchas campesinas del período anterior para proyectar políticamente a Morales y sus seguidores como integrantes de una nueva coalición gubemamental-parlamentaria (frente al agotamiento de la actual) más “popular”, que dé continuidad, en lo esencial, a los planes privatizantes y antiobreros del imperialismo, a cambio de algunas migajas para los sectores más miserables de los explotados bolivianos (los campesinos en régimen de sobrevivencia).


 


Para caracterizar la política de los morenistas del Mst (Movimiento Socialista de los Trabajadores), baste decir que se trata de un furgón de cola del planteo enunciado anteriormente, pretendiendo asumir la condición de “ideólogos” del mismo, adoptando hasta su misma terminología (esto para no mencionar que usan para el “instrumento” los mismos símbolos del PT brasileño, estrellita incluida, con el que supuestamente ya rompieron en Brasil).


 


En vísperas de la huelga general, la primera página del periódico del Mst era una confesión primorosa: “Se vienen las luchas. Pero… es hora de impulsar el instrumento político”. Contraponerlas luchas al “instrumento” revela de qué clase de instrumento se trata (cualquier cosa menos un instrumento de lucha). La pretensión del Mst de presentarse como el “polo revolucionario del futuro “instrumento” no resiste el menor análisis, pues propone “un programa obrero, campesino y popular que genere empleos y dé salarios dignos” (9), o sea, un programa burgués, no basado en la expropiación del imperialismo y la burguesía y en la toma del poder por los trabajadores, sino en la reactivación de la economía capitalista de empleos”) y en dádivas a la clase obrera C salarios dignos”). La construcción de un partido revolucionario en Bolivia pasa también por barrer la política del ya maltrecho morenismo, que fue tan sorprendido por la huelga general como la burocracia sindical.


 


La política del POR


 


A pesar de no poder ser acusado de electoralista, el POR (Partido Obrero Revolucionario) liderado por Guillermo Lora, estaba tan preparado como los arriba mencionados para enfrentarla emergencia de las masas. Esto, al punto de haber afirmado en la víspera que se vivía el preludio de “un nuevo 21 de abril de 1946”, cuando la movilización de ciertos sectores populares, en una especie de versión boliviana de la “Unión Democrática” argentina de 1945, encubrió a un golpe proimperialista contra el gobierno nacionalista RADEPA-MNR (encabezado por el mayor Villai Toel).


 


A finales de 1994, el POR, que en junio de ese año, a través de URMA, conquistó la dirección del magisterio paceño, votó en favor de la dirección stalinista de la Confederación Nacional de Maestros. En la práctica, durante el conflicto de 1995, la política del POR osciló entre el ultraizquierdismo aventurero y la capitulación frente a la dirección cobista, lo que no constituye sino las dos caras de una misma moneda.


 


Frente a la reforma educativa, el POR llamó a luchar contra la oposición entre trabajo manual e intelectual, y levantó la reivindicación “socialista” de la integración de la educación con la producción social (lo que, al margen del gobierno obrero-campesino y de la expropiación del capital, es el peor planteo burgués) sin plantear la ampliación de la lucha de los maestros mediante un amplio movimiento en defensa de la escuela (y de la universidad) pública, que estaba presente en la constitución de los “Comités de Defensa de la Autonomía y la Educación Fiscal” (a los que se integró, con una política diferenciada, la Oposición Trotskista).


 


Una vez en la huelga, sostuvo que el problema de la dirección estaba de hecho resuelto, porque “las federaciones de maestros urbanos y rurales de La Paz se han convertido de inmediato en la dirección nacional de la huelga y de la movilización. En los hechos han suplantado a la burocracia tanto de la COB como de la propia Confederación de Maestros, donde actúan resabios del stalinismo derechizado” (10). Casi simultáneamente, afirmó que “uno de los mayores obstáculos para la generalización del movimiento huelguístico, la burocracia sindical (direcciones de la COB-FSTMB), ha quedado neutralizado al ser arrastrado por la poderosa radicalización de los maestros urbanos y rurales. Hay que tomar en cuenta que las masas bolivianas, cuya radicalización se va profundizando, ven en las mencionadas federaciones a su verdadera dirección política” (11).


 


Si esto es verdad, eso significa que la burocracia no ha quedado “neutralizada” (pues no ha sido desalojada de esas direcciones), lo que se probaría posteriormente por la efectividad y eficacia de su traición a la huelga. El POR no planteó ninguna consigna para superar/sustituir a esas direcciones en el curso de la lucha, por una representación directa de las masas combatientes,, como sí lo esbozó la Oposición Trotskista al platear “unificar a los sectores formando comités intersectoriales y rematando en un Comité Nacional de Huelga”.


 


La verdad es que, durante la etapa previa, el POR sembró todo tipo de ilusiones en la dirección de la COB, llegando a presentarla como un instrumento objetivo de la política revolucionaria: “Significado del rechazo por la burocracia cobista a asistir a Palacio a conversar con Goni: por el momento nuestra táctica se ha potenciado y parecería dominar a la burocracia cobista. No tiene que olvidarse que nuestro objetivo es controlar estrechamente a la dirección de la COB con miras a anularla” (12). En la lucha por el partido revolucionario, no se trata de “anular9 a la dirección traidora, ni de “neutralizarla”, sino de sustituirla a la cabeza de las organizaciones de las masas.


 


La caracterización del gobierno de “Goni” como fascista impide la correcta denuncia de la democracia proimperialista como un instrumento contra los explotados. Al servicio de esta confusión está la caracterización de la etapa política como de pasaje de una “situación revolucionaria” para una “insurrección espontánea”, como si no existiera el duro aprendizaje de las masas (que Lora pretende ignorar pretextando la supuesta iluminación "trotskista” de la vanguardia obrera boliviana) acerca del carácter reaccionario de la democracia burguesa y de la burocracia sindical. Es correcto afirmar que “el defecto de esa formulación es triple. Por una parte, no se toma en cuenta el grado de evolución de la crisis gubernamental y de la clase dominante. Por otra, solamente se considera la actitud de algunos sectores de las masas, los más radicalizados; incluso en este campo hay graves defectos de análisis de la maduración política de los explotados bolivianos… La caracterización de Lora sobre la situación es subjetivista y conduce a una posición aventurera, que puede desembocar en una posición putchista y en el aplastamiento de las masas” (13).


 


La caracterización, además, es puramente formal, como lo demuestra que, después del 19 de abril, Lora se refiera a la “situación revolucionaria, momentáneamente cortada por el Estado de Sitio” (14), o sea, una situación revolucionaria anulada por una medida ¡constitucional-parlamentaria!


 


La línea ultraizquierdista-oportunista inhabilita al POR para una efectiva penetración en los sectores fabriles, mineros y campesinos, esto es, para jugar un papel activo en la unificación revolucionaria de los explotados, transformándose en su dirección política clasista. Para explicar su incapacidad en resolver un problema cardinal del trotskismo, Lora, descubrió en la separación de los problemas políticos de los organizativos, la fórmula de la autopreservación permanente: “la orientación política partidista fue acertada y oportuna (así se probó en la lucha). Fue la preparación y el funcionamiento del equipo partidista el que mostró grandes fallas. Nuevamente se puso en evidencia que organizativamente el partido no estuvo a la altura de su línea política” (15). Fue inútilmente que Lenin insistió, en el Qué Hacer, en que todo problema organizativo es un problema político.


 


La política del POR, por tanto, desmiente en los hechos su pretendida vocación para actuar como dirección revolucionaria de las masas, en especial del proletariado industrial y agrario. El nulo esfuerzo del POR por penetrar en estos sectores contrasta con otros “esfuerzos” que sí realiza: “Estamos hablando de ganar, en lo posible, a considerables sectores no corrompidos ni fascistas de la policía y de las Fuerzas Armadas para el programa revolucionario. Este planteamiento necesariamente debe estar basado en el conocimiento de la naturaleza y realidad de esas organizaciones represivas. Las instituciones castrenses y policiales son una síntesis de la realidad boliviana, de la miseria extrema imperante, del poco desarrollo económico y cultural. Partimos del conocimiento de esta realidad para formular la política revolucionaria del proletariado” (16).


 


Como veremos seguidamente, no estamos aquí frente a un simple problema táctico.


 


La degeneración del POR


 


Hace ya más de una década, Guillermo Lora rompió la TCI (Tendencia Cuarta Intemacionalista) después de boicotear su efectivo funcionamiento, alegando que el deber de toda corriente trotskista era volcar sus recursos organizativos (inclusive financieros) hacia Bolivia, donde el POR estaría a un paso de la toma del poder. En plena revolución nicaragüense, por ejemplo, Lora declaró que ésta era menos importante que la boliviana, dado el carácter democrático de la primera y proletario de la segunda. La victoria de esta última, a su vez, estaría garantizada por el hecho de ser Bolivia un país “trotskizado” (sic) en virtud de la influencia histórica ejercida por el POR, a partir de las Tesis de Pulacayo de 1946. Para las organizaciones trotskistas de los otros países, el deber principal consistiría en difundir los escritos del POR (o sea, de Lora) acerca de la revolución boliviana, pues ésta sería la única experiencia exitosa de penetración del trotskismo en las masas, en el mundo entero.


 


Desde entonces, la actividad del POR consistió en la agitación constante de la “dictadura del proletariado” y de la “insurrección proletaria”, con total independencia de las coordenadas de tiempo y espacio, lo que, en el caso de que correspondiese a la realidad, configuraría una inédita situación insurreccional de más de una década de duración. El "nacional-trotskismo” determinado por el aislamiento nacional autoimpuesto por Lora al POR no fue quebrado por la creación de un “Comité de Enlace por la Reconstrucción de la IV Internacional”, con grupos fantasmales de América del Sur, pues la función de tal “Comité” es exactamente la que Lora quería que fuese la de la TCI.


 


Agréguese a eso que el POR afirma haber emprendido una por lo que parece voluminosa “autocrítica” (o sea, que la experiencia del POR sería superada, no por la confrontación con la lucha de clases mundial, sino con… la propia experiencia del POR), tendiente a superarlos errores que impidieron la toma del poder por el proletariado boliviano en la revolución de 1952 y durante la vigencia de la Asamblea Popular (1971). En actitud pedantescamente intelectualista, se afirma que cualquier actividad revolucionaria en el futuro, en cualquier lugar, exigiría la consulta previa de lo que es anunciado como “50 volúmenes de 500 páginas” (sic). Lo esencial de esa autocrítica consistiría en que “la superación del POR se expresa en el estudio de la institución castrense boliviana, de sus particularidades, en fin, de su política militar” (17). Lo que habría faltado, por lo tanto, en los procesos revolucionarios de 1952 y 1971, sería una política dirigida al Ejército, que ahora el POR poseería, a través de una corriente y de una publicación dirigida específicamente a las Fuerzas Armadas (Vivo Rojo) difundida bajo los símbolos del propio Ejército boliviano.


 


Lo más importante, sin embargo, son los "descubrimientos” que Lora hizo en su estudio de la institución militar, justamente en un país que es paradigma mundial de golpismo militar (más de una centena desde que se tomó independiente) y en el que los dos procesos revolucionarios mencionados fueron abortados por golpes militares (el de Barrientes Ortuño en 1964 y el de Bánzer Suárez en 1971). El principal descubrimiento sería el de que “tenemos un ejército diferente del chileno, brasileño o argentino, (ya que el boliviano) es sumamente permeable a la lucha de clases y a las presiones ideológicas de la izquierda marxista” (18). Para Lora, “el Ejército boliviano no tiene espíritu de casta, ya que en los barrios populares es posible encontrar oficiales viviendo al lado de obreros y yendo en ómnibus a su empleo”. Esta característica no sería reciente, sino histórica, del ejército boliviano, lo que estaría probado por el hecho de que llegaron “a la presidencia y al grado de generales los Belzu, los Daza, los Morales, etc. Las Fuerzas Armadas en ningún momento consiguieron quebrar su entroncamiento con la clase media baja y pobre”.


 


Histórica y sociológicamente hablando, estamos aquí frente a una completa deformación. El análisis de cualquier institución, paira un marxista, debe comenzar por su raíz de clase, y no por su nivel de ingresos (las categorías de clase alta, media y baja pertenecen al arsenal de la sociología burguesa, no del marxismo). No se trata de negar las peculiaridades del Ejército boliviano (o las del chileno, brasileño o lo que sea), sino de cuestionar la afirmación según la cual el Ejército, como institución, sería en todas partes el brazo armado de la clase dominante… menos en Bolivia (país cuyos privilegios históricos parece que nunca se agotan en la imaginación de Lora: durante la Asamblea Popular, por ejemplo, Lora afirmó que el stalinismo boliviano era el único revolucionario del planeta). La afirmación es históricamente ridícula, pues para probarla son citados los excepcionales casos de golpistas "progresistas” (en relación al dominio de la Rosca, no en relación a la independencia política de las masas), en un país que posee el récord sudamericano de golpismo reaccionario. Para la segunda afirmación (la de excepcional permeabilidad del Ejército boliviano), la prueba de Lora es la propia existencia de "Vivo Rojo”, o sea, que se trata de un estudio que comienza por el resultado, de una hipótesis que se demuestra a sí misma, o de una tesis que se anuncia como teorema y se revela como postulado.


 


Revolución o golpismo


 


"Vivo Rojo” ya existe hace una década, lo que configuraría un caso absolutamente inédito de agitación proletaria revolucionaria e insurreccional sobre las Fuerzas Armadas de larga duración”. En las revoluciones victoriosas, especialmente en la Revolución de Octubre, el período de agitación insurreccional sobre el Ejército fue de corta duración, inmediatamente anterior a la propia insurrección, pues ésta es, de acuerdo con Trotsky, exactamente el momento en que el proletariado y su partido “rompen totalmente con la legalidad existente” (ver Problemas de la Guerra Civil)- La cuestión principal, no obstante, es que "Vivo Rojo” no es de acuerdo con Lora, el órgano de la agitación proletaria revolucionaria sobre las Fuerzas Armadas, sino el órgano de una corriente de las propias Fuerzas Armadas que procura ganar el conjunto de la institución “aislando a las corrientes fascistas, corruptas y golpistas entre los uniformados”. Esto significa que la institución ya no debe ser quebrada, sino que puede ser ganada en cuanto tal para la revolución, ya que, según Lora, “si no resolvemos el problema de ganar para el programa de la revolución a lo mejor de las Fuerzas Armadas y de la policía, no vamos a poder ganar la insurrección, que es el método por el cual la política del proletariado habla por el fusil”.


 


El papel específico del partido proletario sería el de “resolver la cuestión de la política militar del proletariado”. En fin, gracias al"partido” (transformado aquí en un ente metafísico y atemporal), el Ejército boliviano sería el único del mundo que tendría un papel histórico propio e independiente, sustituyendo al proletariado en una revolución hecha con los hombres y armas del Ejército, en la que el proletariado entraría con la “doctrina" (de la que sería depositario el POR, o sea, Lora). El POR, realmente, se superó a sí mismo, pues si el stalinismo era golpista por oportunismo, Lora alcanzó el estadio del golpismo filosófico. Y pensar que Trotsky, que era realmente el jefe del Ejército Rojo, se recusó a dar un golpe militar contra Stalin pues, si así lo hiciese, se transformaría en objeto de fuerzas históricas fuera de su control (esto por las características de todo ejército, inclusive el proletario. Ver: Por qué no di un golpe de Estado contra Stalin, en los Escritos de Trotsky). Lora llega al absurdo de suponer al ejército de la Rosca y de los narcotraficantes superior al ejército de la más grande revolución de la historia…


 


Los objetivos políticos de Lora son muy claros: “Las Fuerzas Armadas y la Policía carecen de una doctrina militar propia (como consecuencia de la extrema debilidad política y económica de la clase dominante) lo que se traduce en la escasa resistencia que oponen a las ideas marxistas revolucionarias. Bolivia es un país trotskizado por su historia, su política, su cultura, etc. Es tarea del partido potenciar la corriente revolucionaria de las Fuerzas Armadas y de la Policía, a través de la propaganda, de la polémica alrededor de los objetivos del programa de la revolución proletaria y del gobierno obrero y campesino”. Para el PÓR, entonces, la vía de la revolución proletaria en Bolivia consistiría en imponer la doctrina marxista al Ejército y a la Policía (la suposición de que la casta militar de los otros países latinoamericanos sí poseería una ideología y una doctrina político-militar propia es otra de las invenciones de Lora), esto a través de la propaganda ideológica. Si este fantástico producto de la imaginación fuese verdadero, estaríamos frente a una revolución militar encabezada por un Bonaparte “trotskista”. Como ya dijo Pablo Rieznik, para Lora la revolución es una cabeza sin cuerpo (19).


 


Lora no tiene la menor disculpa, pues la “particularidad” nacional boliviana consiste en ser, por un lado, el país que demostró en mayor número de veces (y de manera sangrienta) el carácter intrínsecamente contrarrevolucionario de la institución militar latinoamericana, y por otro, el único país de América del Sur que demostró, en la revolución de 1952, que el proletariado debe quebrar a la institución castrense en su lucha por el poder, no ganarla como tal (así como el proletariado no puede limitarse a apropiarse del Estado existente, sino destruirlo para edificar un Estado Obrero, cuya tendencia inmediata a la desaparición se verifica, en primer lugar, en el fin de la separación ejército-sociedad, o de las funciones militares al margen de las demás funciones sociales): en 1952, el Ejército de la Rosca fue quebrado por los mineros en lucha, dejando apenas las milicias sindicales y campesinas en el escenario.


Si el proletariado no tomó el poder en aquella ocasión, se debió a que los partidos que hablaban en su nombre (incluido el POR, en sus diversas fracciones) no plantearan una alternativa de poder obrero lo que habría sido posible, al menos durante un corto período en 1952, a través de la COB) sin superar planteos mencheviques, que oscilaran entre el cogobiemo con el partido nacionalista MNR, con su “ala izquierda”, y el "entrismo” en el propio MNR. Esto se repitió con la Asamblea Popular de 1971, que se autodefinió “órgano de poder obrero” sin que nadie, sin embargo, ni siquiera el POR, lanzase su candidatura al poder y estructurase una política en fundón de eso. Lora se recusó obstinadamente a sacar esta lección de la historia boliviana, y ahora sabemos porque: para Lora, el gran error de la Asamblea Popular fue no haber tenido una política para conquistar el Ejército. Parece como si Lora, de tanto insistir en el carácter “culturalmente atrasado” de las masas bolivianas, hubiese llegado a la conclusión de que son incapaces de luchar por el poder por sí mismas (y mucho más de ejercerlo), precisando entonces de un “guía iluminado” dotado de los medios correspondientes (un Ejército).


 


Lo paradójico es que Lora no es ninguna “particularidad boliviana”: su trayectoria, así como la del pablismo, obedece a la ley universal de sacar conclusiones reaccionarias para justificar la propia impotencia política. Lora y Pablo sacan la misma conclusión; el proletariado, incapacitado históricamente para hacer la revolución, debe ser sustituido por una casta reaccionaria (la burocracia rusa o el ejército) habilitada “objetivamente” a cumplir un papel revolucionario, debido a peculiaridades de un determinado país o de una determinada época. La conclusión, lamentable, es que el POR, que ya fue esperanza del trotskismo latinoamericano y de la IV Internacional, se desplazó hacia el nacional-trotskismo, oscilando ahora entre el nacional-posadismo y el nacional-golpismo.


 


Proyección Internacional


 


Para la izquierda latinoamericana, los acontecimientos bolivianos adquieren un significado fundamental, debido a que en el principal agrupa-miento de esa izquierda a nivel continental, el Foro' de San Pablo (encabezado por el PT brasileño y el PC cubano) se encuentra presente uno de los partidos de la coalición gubernamental represiva de Bolivia, el MBL (Movimiento Bolivia Libre).


 


En ocasión del Vo Encuentro de ese Foro, en Montevideo (24 a 27 de mayo de 1995), sólo el Partido Obrero de Argentina concurrió con una posición clara al respecto: “Las cosas son claras. El MBL debe ser inmediatamente expulsado del Foro de San Pablo, y éste debe comenzar una campaña contra la represión de los trabajadores bolivianos y en apoyo a sus reivindicaciones educacionales, sociales y agrarias. Está en juego la democracia política. En toda América Latina está planteándose una lucha decisiva contra el descuartizamiento de la enseñanza pública y su entrega a los monopolios imperialistas. La no expulsión del MBL transformará al Foro de San Pablo en una organización cómplice de los opresores sanguinarios de nuestros pueblos” (20).


 


La moción presentada por el PO recibió el apoyo de 10 partidos de izquierda latinoamericanos (Tupamaros-MLN de Uruguay, PC y PDP del Paraguay, MIR de Chile, MPP, MRO y PST del Uruguay, los PRT de México, además del propio PO argentino), siendo rechazada con los peores métodos burocráticos. La conclusión de PO fue clara, y fundamentó su ruptura con el Foro: “El Vo Encuentro del Foro estuvo confrontado a una elección decisiva. Es responsabilidad de sus organizaciones dirigentes haber cruzado una línea que divide lo más elemental, es decir, la frontera que separa a la víctima del victimario, al explotador del explotado, al opresor del oprimido, a los trabajadores de los patrones, a la izquierda de la derecha. El Vo Encuentro se vio confrontado a elegir entre el pueblo apaleado y sus represores, entre obreros huelguistas y los métodos del fascismo, o sea, la abolición de las garantías democráticas y constitucionales, el Estado de Sitio, la deportación y aun el apaleamiento de dirigentes sindicales ya detenidos y que encabezaron una gigantesca huelga general… Hasta aquí llegamos. Se han superado los límites inclusive de un inocuo debate e intercambio de ideas. Como lo afirmamos en nuestra moción de expulsión del MBL, estamos del lado de las víctimas y no de los victimarios. No somos cómplices. El Foro, ahora con los verdugos confesos incluidos, no puede ser ninguna alternativa a las masas humilladas de nuestro continente. Este es el contenido de la ruptura que hiciéramos pública ante todos los delegados” (21).


 


La huelga general boliviana ha sido un episodio de lucha cuya experiencia sé proyecta para todos los explotados latinoamericanos, poniendo al desnudo el carácter proburgués, proimperialista y antirevolucionario de la izquierda democratizante: la intervención del PO en el Foro tornó consciente y explícito este hecho decisivo.


 


La necesidad de un nuevo reagrupamiento revolucionario para la izquierda y la clase obrera latinoamericana está planteada también en Bolivia, donde, pese a la derrota de la huelga, las masas no han sufrido ninguna derrota decisiva. El trotskismo organizado debe ser el motor consciente de ese proceso. La Oposición Trotskista, surgida del POR, tiene en sus manos todos los elementos, nacionales e internacionales, para que el balance de la huelga general boliviana se transforme en un eje programático de la lucha por el partido revolucionario en el Altiplano, como parte del combate por la reconstrucción de la IV Internacional.


 


15 de junio de 1995


 


 


 


Notas:


(1) Folba de S. Paulo, 20 y 22 de abril de 1995.


(2) Trinchera Revolucionaría N° 68 y 72, La Paz, 24 de octubre y 21 de noviembre de 1994.


(3) Hoy, La Paz, 23 de abril de 1995.


(4)TVinchera Revolucionaria N° 81, La Paz, 27 de marzo de 1995.


(5) Idem N° 60, Io de setiembre de 1994.


(6) Prensa Obrera N° 449, 30 de mayo de 1995.


(7) Presencia, La Paz, 20 de abril de 1995.


(8.)  Hojas de Mi Archivo N° 113, Red Andina de Información, abril 1995.


(9) Chasqui Socialista, La Paz, febrero 1995.


(10) Guillermo Lora, ¿Hacia dónde apunta la actual situación política?, La Paz, abril 1995.


(11) Guillermo Lora, La Colmena N° 1201, La Paz, marzo 1995.


(12) Guillermo Lora, Idem N° 1173, La Paz, enero de 1995.


(13) Trinchera Revolucionaria N° 70, La Paz, 7 de noviembre de 1994.


(14) Guillermo Lora, Retomar el Hilo Roto por el Estado de Sitio, La Paz, mayo de 1995.


(15) Guillermo Lora, Balance Global del Ultimo Conflicto Social, La Paz, mayo de 1995.


(16) Guillermo Lora, La Colmena N°1156, La Paz, diciembre de 1994.


(17) Revolución Proletaria N°l, La Paz, noviembre de 1993.


(18) Idem N° 2 y 3, La Paz, marzo de 1994, así como las citas siguientes.


(19) Pablo Rieznik, “El POR en la Revolución Boliviana de 1952”, En Defensa del Marxismo N° 2, Buenos Aires, diciembre de 1991.


(20) Declaración del Partido Obrero al V Encuentro del Foro de Sao Paulo, Buenos Aires, 15 de mayo de 1995.


(21) Prensa Obrera N° 449, Buenos Aires, 30 de mayo de 1995

Temas relacionados:

Artículos relacionados

Deja un comentario