En una situación internacional caracterizada por la crisis capitalista y el ascenso de la lucha de los explotados, la cuestión de la organización política del movimiento obrero, de la creación de partidos revolucionarios y de una Internacional obrera, aparecen como una discusión impostergable.
Este problema aparece planteado objetivamente al movimiento obrero internacional, dada la crisis de las relaciones políticas establecidas en la posguerra, y la ofensiva del capitalismo contra las conquistas obreras y los derechos laborales y jubilatorios en todos los países. Distintas reacciones ante esta crisis política del movimiento obrero son los movimientos por la constitución reciente de partidos laboristas o de trabajadores en distintos países (PT de Brasil, Labor Party de Estados Unidos, Socialist Labour League, en Gran Bretaña). Otra expresión del carácter objetivo de este fenómeno (es decir, que se plantea incluso con independencia de la voluntad de las direcciones de la izquierda o el centro-izquierda), son los distintos movimientos internacionales como el Foro de San Pablo, en América Latina, o los encuentros de partidos de izquierda, en Europa.
Qué carácter deben tener los partidos y la Internacional a construir es, entonces, un debate de primer orden, teórico, práctico e inmediato.
Es por esta razón que queremos comentar un documento publicado en la Revista Alfaguara de Montevideo en mayo pasado, que sostiene una posición movimientista y frentepopulista como supuesta vía para la solución a la crisis de dirección de los trabajadores.
Bajo el título "El mito del centralismo democrático", Alfaguara presentó una ponencia a un "Encuentro Latinoamericano de Revistas Marxistas" realizado en Florianópolis, Brasil, en mayo pasado. Según Alfaguara (1), "las revistas que han anunciado su participación para esta oportunidad son: Praxis, Crítica Marxista, Principios, Cadernos de Debate y Praga, de Brasil; Crítica de nuestro tiempo, La marea, Apuntes del mañana, El Rodaballo y Cuadernos del Sur, de Argentina; y por supuesto, Alfaguara de Uruguay".
La ponencia de Alfaguara, escrita por Juan Carlos Venturini, pretende extraer conclusiones prácticas para la "reconstrucción de la izquierda como movimiento teórico y práctico".
El documento de Venturini ataca el mito del centralismo democrático, como un obstáculo que impediría la elaboración teórica y política, que "aparece como una muralla, no contra el capitalismo, sino contra el rearme teórico y político necesario para combatirlo".
En su ponencia, Alfaguara sostiene posiciones tan diversas y contradictorias como: a) el centralismo democrático no es una invención de los bolcheviques, sino que es propio de cualquier organización obrera; b) ningún obrero puede rechazar el planteo de "la mayor libertad en la discusión, la mayor unidad en la acción"; c) en el partido bolchevique no regía el "centralismo democrático"; d) las "21 condiciones de ingreso" a la Internacional Comunista, y la prohibición de constituir fracciones en el seno del partido bolchevique en 1921, serían la causa de la degeneración stalinista de la URSS, el PC ruso y la IC; e) la incapacidad del trotskismo para construir la IVª Internacional respondería a su objetivo inviable de constituir un partido internacional centralizado, basado en el centralismo democrático; f) el "mito del centralismo democrático", creado por la inmensa autoridad de Lenin y Trotsky, sería un obstáculo fenomenal a la constitución de partidos y una internacional obrera.
La enorme autoridad de Lenin y Trotsky, obstáculo para el análisis
Alfaguara comienza su ponencia con la conocida frase "El recuerdo de los muertos oprime el cerebro de los vivos", comentada de la siguiente forma: "En especial, es el recuerdo de los grandes hombres, cuyas ideas y acciones han tenido una influencia destacada en el curso de la historia, el que se apodera de las generaciones siguientes obstaculizando el análisis crítico y la imaginación creadora".
Más adelante, continúa: "En el caso de la Revolución Rusa, el relevante papel que le cupo a Lenin, Trotsky y sus compañeros, en el triunfo de la revolución y en la dramática guerra civil posterior, elevó a la categoría de dogma indiscutible todas las orientaciones y resoluciones que se tomaron. Allí comenzó a cobrar forma uno de los mitos más persistentes que se arrastra hasta el presente: el mito de que el triunfo de la Revolución Rusa fue posible por la existencia de un partido monolítico, férreamente centralizado y disciplinado, donde no tenían cabida la existencia de fracciones o corrientes internas, y mucho menos opiniones públicas individuales discrepantes con las opiniones mayoritarias".
En resumen, la inmensa autoridad de Lenin y Trotsky habría oprimido el pensamiento de las generaciones siguientes, impidiendo un análisis crítico y la "imaginación creadora". De esta inmensa autoridad de los revolucionarios bolcheviques surgiría el dogma del partido staliniano.
Decir que el "endiosamiento" de Trotsky frena el debate político y el análisis teórico, es una evidente aberración: Trotsky nunca fue endiosado, sino que fue la víctima de la más implacable campaña de difamaciones, tergiversación, persecución política y policíaca que conozca la historia. Quienes defendían las tesis del revolucionario ruso eran confinados en campos de concentración o directamente fusilados. El propio Trotsky y su familia fueron perseguidos hasta el exterminio. Decir que un revolucionario, atacado por igual por la burocracia staliniana y el imperialismo mundial, que apenas encontró en México un país que le ofreciera asilo político, fue "endiosado" al punto de que sus escritos serían tomados como "palabra santa", es a todas luces falso.
Con respecto a Lenin, tampoco hubo tal "endiosamiento": más bien hubo una "momificación" de sus ideas, utilizando sus escritos para uno u otro fin de acuerdo a las necesidades del momento de la burocracia soviética. Lenin fue tergiversado sistemáticamente, mutilado y, en algunos casos acallado al extremo de que quienes distribuían algunos de sus escritos (como el célebre "Testamento") eran encarcelados o asesinados. La tarea planteada es rescatar al verdadero Lenin de su "embalsamamiento" stalinista, y no atribuirle a Lenin la responsabilidad por la regimentación del pensamiento.
Todo el análisis del compañero Venturini peca de formalismo e idealismo. No explica la regimentación de las organizaciones obreras y el burocratismo por la presión de fuerzas y clases sociales, sino por "concepciones" erróneas sobre la organización. Es así que no explica el surgimiento del stalinismo por la lucha de clases, sino que el mismo sería el resultado de errores garrafales de la dirección bolchevique.
El origen del stalinismo
No podría establecerse un método más idealista y ajeno al marxismo, pues éste exige partir de las bases materiales de un fenómeno para comprender su evolución. El artículo de Alfaguara parte de abstracciones para pretender explicar el fenómeno concreto del stalinismo.
El hecho de que la burocracia del Kremlin haya utilizado para sus propios fines la autoridad política de la Revolución bolchevique, presentándose como su heredera y continuadora, no tiene nada de extraño, y no puede explicar nada. La burocracia se vio obligada a presentarse como "marxista-leninista" porque no estaba en condiciones de acabar con las bases sociales del Estado obrero y porque las tradiciones de la Revolución de Octubre todavía estaban frescas en la conciencia de las masas. Por otra parte, la burocratización del Estado soviético, la degeneración del partido bolchevique, la subordinación de la Internacional Comunista a los intereses de la casta burocrática (hasta su completa disolución, para defender los pactos con el imperialismo, en 1943), en fin, el papel de freno de la revolución socialista internacional por el stalinismo, no pueden ser analizados a partir de cuestiones formales u organizativas, sino que deben ser explicadas a partir de la lucha de clases internacional.
Ha sido el propio bolchevismo, a través de Trotsky en primer lugar, el que ha explicado las condiciones en las cuales surgió la burocracia como casta parasitaria y conservadora, interesada en mantener el statu quo. Fue el retraso de la revolución en Europa, principalmente en Alemania, el elemento fundamental para la degeneración staliniana: el aislamiento del Estado obrero durante un período prolongado condujo al copamiento del Estado y del partido por la burocracia, que encontró en la fracción stalinista su mejor expresión política. El proceso no obedeció a las "consecuencias lógicas" de las decisiones bolcheviques, como Venturini parece creer, sino que siguió las reglas de la lucha de clases e incluso de la guerra civil, como se puede comprobar con los juicios sumarios, las ejecuciones, los campos de exterminio, los asesinatos y la represión masiva, con los que se liquidó a la vanguardia bolchevique a fines de la década del 20 y en la década del 30.
El pragmatismo de Lenin
Venturini se lanza contra el centralismo democrático con todas sus baterías, aunque las mismas apunten muchas veces en sentidos opuestos. En su artículo afirma, contradictoriamente, que "en el bolchevismo no regía el centralismo democrático", para a continuación sostener que "Los defensores del partido monolítico, conscientemente o no, han tergiversado el concepto de unidad de acción por el de unidad de opinión", falsificando el pensamiento de Lenin. Es decir, en realidad sí regía el centralismo democrático, pero no éste que defienden los partidarios del monolitismo. En el artículo no se defiende el método bolchevique contra su tergiversación staliniana, sino que se tira a la basura, junto al engendro burocrático, al partido de tipo bolchevique.
En la ponencia de Alfaguara se afirma que "Lenin exhibió a lo largo de su trayectoria militante un sano pragmatismo y opiniones notablemente cambiantes en materia de organización (como en tantos otros temas)". Tendríamos a un Lenin empírico, que justifica teóricamente cada una de sus necesidades prácticas del momento. Nada más falso.
Lenin luchó incansablemente por construir un partido revolucionario, basado en la clase obrera, y en cada circunstancia polemizó y luchó contra las tendencias que diluían al partido o lo convertían en una fuerza antirrevolucionaria. En una primera etapa, contra quienes pretendían sustituir la acción revolucionaria de la clase obrera por la acción del grupo terrorista. Más adelante, contra quienes querían apartar al movimiento obrero de la lucha política contra la autocracia zarista, en nombre de la preeminencia de la lucha económica sobre la política, o de la concepción economicista de que la lucha política surgiría "naturalmente" de la lucha económica. En torno al carácter de la revolución rusa, y también al carácter del partido (la célebre discusión sobre el artículo 1º de los Estatutos), Lenin rompió con los mencheviques. También se enfrentó, y llegó a la escisión, con aquellos bolcheviques que rechazaban la participación en el parlamento trucho del zarismo, planteando la necesidad de combinar el trabajo legal e ilegal. Luego se enfrentó a quienes pretendían disolver el partido socialdemócrata, sustituyéndolo por un "congreso obrero legal" forzosamente reformista en las condiciones de la dictadura más feroz, con posterioridad a la derrota de la Revolución de 1905. Más adelante, durante la guerra imperialista, se opondrá a cualquier unificación con los socialdemócratas que apoyaban la "defensa de la patria", y en 1917 será partidario del ingreso al partido bolchevique de todas las tendencias auténticamente revolucionarias e internacionalistas (en primer lugar, el grupo de Trotsky), que justamente reforzaban la orientación leninista de derrocamiento del gobierno provisional de frente popular (coalición burguesa-socialista) y de instauración de la dictadura proletaria.
Durante todo este proceso, Lenin no actuó con pragmatismo, sino con una consecuencia (teórica y práctica) impresionante, combatiendo todas las tendencias pequeño-burguesas que pretendían disolver al partido.
Venturini afirma que "No existió una teoría leninista de la organización". Fue el propio Lenin el que se defendió frente a las críticas del propio Trotsky y de Rosa Luxemburgo, que lo acusaban de híper-centralista, aclarando que él no tenía un "esquema" o "modelo" de partido, sino que luchaba por construir un partido obrero con los únicos métodos posibles. Con el paso del tiempo, Trotsky le daría la razón, y todo indica que la propia Rosa Luxemburgo evolucionaba en el mismo sentido. Pero si no existió una "teoría", el leninismo sí levantó un método para construir el partido, en el que las cuestiones organizativas estuvieron subordinadas a las caracterizaciones y objetivos estratégicos, es decir, unidad de teoría y práctica, o sea partido de combate, no discursivo. Donde la unidad en la acción revolucionaria fue la búsqueda constante a partir de la deliberación, la polémica y las luchas políticas más encarnizadas.
Obviamente que para Lenin los objetivos revolucionarios estaban por encima de las cuestiones organizativas o la disciplina formal. Lo demuestra el propio Venturini cuando recuerda la enorme batalla desplegada por Lenin, en 1917, para hacer adoptar al bolchevismo el programa de la dictadura proletaria y para organizar la insurrección. Lenin incluso llega a manejar la posibilidad de renunciar a la dirección e "ir a la base", para provocar una pequeña "revolución" en el seno del partido bolchevique, como vía para derrotar la política de conciliación y pasividad que mantenía al principio la mayoría de la dirección bolchevique (con Kamenev y Stalin a la cabeza). Y luego del triunfo de la insurrección, cuando un sector de la dirección bolchevique planteaba constituir un gobierno de unidad con mencheviques y socialistas revolucionarios, llegó a amenazar con recurrir a los "marinos" revolucionarios en contra del propio partido. En definitiva: tanto desde la mayoría como desde la minoría, la tarea es cohesionar al partido detrás de la estrategia revolucionaria. Los problemas organizativos están, forzosamente, subordinados a esta tarea política fundamental.
Lenin, el padre del stalinismo
La ponencia de Alfaguara sostiene que el centralismo democrático era una idea común a todos los movimientos proletarios del siglo XIX. "Pero con posterioridad al X Congreso del Partido Bolchevique y a la aprobación de las 21 Condiciones de ingreso a la Internacional Comunista, centralismo democrático es la fórmula que resume la concepción de un partido monolítico, rígidamente jerarquizado y centralizado, con una disciplina casi militar". Es decir, el padre de la criatura sería el propio Lenin. Stalin sería algo así como una conclusión lógica de este proceso.
Para fundamentar teóricamente esta afirmación, Venturini se apoya en un texto de 1918 de Rosa Luxemburgo, que su autora nunca quiso publicar por considerarlo superado, y que fuera editado dos años después de la muerte de Rosa por Paul Levi, en 1921, para atacar al bolchevismo luego de su ruptura con el Partido Comunista Alemán. En ese texto, Rosa Luxemburgo plantea una serie de temores con relación a la revolución rusa, para terminar afirmando que los bolcheviques han actuado revolucionariamente, que todas las dificultades y errores "son comprensibles" y que "en última instancia fueron sólo repercusiones de la bancarrota del socialismo internacional en esta guerra mundial".
La ponencia de Alfaguara afirma: "En forma clarividente Rosa Luxemburgo planteaba, a fines de 1918, los riesgos enormes que representaba para la revolución la supresión de la vida política: Con la supresión de la vida política en todo el país, los mismos soviets no podrán evitar sufrir una parálisis cada vez más extendida. Sin elecciones generales, sin libertad de prensa y de reunión irrestrictas, sin el libre enfrentamiento de opiniones, y en toda institución pública, la vida se agota, se vuelve aparente y lo único que permanece activo es la burocracia".
Pero la conclusión de Rosa Luxemburgo no fue ésa: ella supo analizar a la revolución rusa, no aisladamente del marco internacional, sino como parte de la revolución mundial. Venturini extrae de contexto la frase de Luxemburgo, pretendiendo explicar el surgimiento de la burocracia de la supresión de la vida política, es decir, de la proscripción de los partidos contrarrevolucionarios, de la exclusión de éstos de los soviets, de la limitación de la vida interna del partido. Pero Rosa Luxemburgo concluye su análisis con un método distinto: "Todos vivimos bajo la férula de la historia, y el ordenamiento socialista sólo es realizable internacionalmente. Los bolcheviques han mostrado que pueden hacer lo que un partido verdaderamente revolucionario está en condiciones de hacer en los límites de las posibilidades históricas. Ellos no pueden pretender hacer milagros, puesto que una revolución proletaria modelo en un país aislado, agotado por la guerra, estrangulado por el imperialismo y traicionado por el proletariado internacional sería un milagro. Lo que importa es saber distinguir en la política de los bolcheviques lo esencial y lo accesorio. En este último período, vísperas de luchas decisivas en el mundo entero, el problema más importante para el socialismo ha sido y es la candente cuestión del día: no este o aquel detalle de táctica, sino la capacidad de acción del proletariado, la energía de las masas, en general, la voluntad en el socialismo de lograr el poder. Desde este punto de vista los Lenin y los Trotsky con sus amigos fueron los primeros en dar el ejemplo al proletariado mundial, y son todavía los únicos que con Hutten pueden exclamar: ¡Yo he osado. He aquí lo esencial e imperecedero de la política bolchevique. En este sentido su mérito imperecedero es haberse colocado en la vanguardia del proletariado internacional con la conquista del poder político y haber formulado en la práctica el problema de la realización del socialismo, contribuyendo así poderosamente al ajuste de cuentas entre el capital y el trabajo en todo el mundo. En Rusia el problema sólo pudo ser planteado. No podía ser resuelto allí. Y en este sentido el porvenir pertenece en todas partes al socialismo".
En esta caracterización de la revolución proletaria como un fenómeno internacional, imposible de culminar en el plano nacional, es donde se encuentra la verdadera clarividencia de Rosa Luxemburgo, ya que tanto la burocratización del Estado obrero, como el posterior derrumbe de los regímenes burocráticos, se explica por la incapacidad de resolver en un país aislado "el problema de la realización del socialismo". Todas las medidas bolcheviques que limitaban la vida política, no eran más que medidas obligadas; de no haberlas adoptado, la revolución habría sido derrotada mucho antes. Para los bolcheviques se trataba de defender la "fortaleza sitiada" hasta que la revolución mundial viniera en su auxilio. Es con ese sentido que luego adoptarán el retroceso estratégico de la Nueva Política Económica (NEP) y limitarán la posibilidad de organizar fracciones en el seno del partido bolchevique. Se puede teorizar hasta el hartazgo sobre la conveniencia o inconveniencia de estas medidas: la realidad es que, de no haber sido adoptadas, la revolución habría sucumbido.
Venturini responsabiliza a las resoluciones del X Congreso, que prohibieron organizar fracciones (no así desarrollar polémicas en las publicaciones del partido), de la posterior burocratización. En realidad podría acusar aún con mucho más sentido a la NEP, en la medida en que desarrolló una capa social interesada en abandonar la utopía y la locura de la revolución mundial, que correspondía a los campesinos acomodados (kulaks) y a los nuevos ricos (nepman). A la creciente burocracia del Estado, a estos sectores pequeño burgueses del campo y la ciudad, y a la presión del propio imperialismo mundial, respondió la política de la fracción stalinista. La política del stalinismo a nivel internacional agravará las condiciones del aislamiento, como se comprobará en Alemania (1923), China (1923-1927) y Gran Bretaña (1926). Esas derrotas, a su vez, reforzarán a la burocracia, debilitando todavía más a la clase obrera y a la Oposición de Izquierda, que defendía el programa de la revolución internacional.
El partido monolítico
"Aparte de las famosas 21 Condiciones, que fueran correctamente calificadas por Claudín como un modelo de sectarismo y de método burocrático en la historia del movimiento obrero, el otro factor que contribuyó a consagrar la teoría del partido monolítico fue la propia evolución interna de Rusia y la prolongación y acentuamiento de su aislamiento internacional", sostiene Venturini. Afirmar, con Fernando Claudín, que las "21 Condiciones" son sectarias, significa pasarse al campo de la IIª Internacional o de la llamada Internacional IIª y 1/2. Las "21 Condiciones" tenían como finalidad la ruptura de los jóvenes partidos comunistas con los líderes reformistas de la socialdemocracia, incluidos aquellos centristas y kautskistas que aceptaban de palabra la revolución socialista pero defendían en la práctica una política parlamentarista y antirrevolucionaria. Criticar el sectarismo de las "21 Condiciones" equivale a colocarse en el plano de los llamados reconstructores de la Internacional Socialista, que defendían la autonomía de cada partido nacional con relación a la Internacional y la existencia de diversas tendencias (revolucionarias y reformistas) conviviendo en la Internacional: en Uruguay, la crítica al sectarismo y burocratismo de las "21 Condiciones de ingreso" corresponderá a Frugoni, Troitiño y demás sectores reformistas del PS, que defendieron el ingreso a la IC con condiciones.
Luego de las "21 Condiciones", el otro craso error de Lenin, tendría que ver con "la trampa del monolitismo", que estaría expresada en "la resolución del X Congreso" del PC ruso. Para Alfaguara "constituye una completa tontería seguirla reivindicando como una medida transitoria obligada por la situación. La plena libertad de discusión política no es un lujo para tiempos de bonanza sino la condición en que se fundamenta la unidad de acción". Suponemos que Venturini también defenderá la plena libertad de discusión política, como fundamento de la unidad de acción, en medio de un tiroteo, ya que no admite atenuantes a este "dogma". La libertad de debate estaría, entonces, por encima de todo, incluso cuando pone en riesgo, justamente, la sobrevivencia en una situación desesperada. Lo que Lenin le planteó al X Congreso es un acuerdo que fue voluntariamente asumido para limitar el debate hasta salir de esa situación. Cualquiera fueran las diferencias sobre las medidas a adoptar por el gobierno soviético, éstas requerían en primer lugar asegurar su continuidad: de otro modo, podría darse la plena libertad de discusión política en un debate de emigrados en el exilio… luego de la caída de la revolución (si es que algún bolchevique sobrevivía). El que el stalinismo haya utilizado esta medida contra el bolchevismo tiene tan poco que ver, como el que haya utilizado citas de Lenin anteriores a 1917 contra Trotsky, o al propio Ejército Rojo para reprimir a las masas.
Venturini critica la ceguera de Lenin al adoptar esta medida, y "para relacionar los problemas de la burocratización del Estado, de los que era consciente, con el régimen de partido que propuso en 1921". En realidad, Lenin no propuso ningún régimen de partido especial, sino que con aquel pragmatismo que el propio Venturini le encomiara adoptó una medida elemental de autodefensa del partido y la revolución. "La misma ceguera afirma el articulista de Alfaguara se puede encontrar en sus últimos trabajos dirigidos abiertamente contra la burocracia. Así en sus propuestas para organizar la Inspección Obrera y Campesina contra los abusos y los robos de la burocracia a todos los niveles del aparato del Estado, Lenin propugnaría mayores medidas de control y sanciones draconianas llevadas adelante por los inspectores centralizados desde arriba, desde el aparato. La ironía de la historia querrá que esta función recayera sobre … Stalin".
La ceguera en realidad es del articulista. Los artículos y documentos que escribiera Lenin en sus últimos meses de vida, apuntan justamente contra Stalin, incluidos los que tratan sobre la Inspección Obrera y Campesina, que ya era dirigida por Stalin en 1923. El que el Bureau Político discutiera la posibilidad de no publicar este artículo revela que el mismo era un golpe tremendo contra Stalin. El planteo de Lenin no era el control por el aparato, sino controlar al aparato con el partido y la clase obrera: por ello planteaba remover a Stalin de Secretario General, ampliar el CC con 100 obreros, e introducir comunistas probados en la Inspección Obrera y Campesina.
Venturini afirma que "Trotsky y los 46 siguen presos mentalmente en la idea del partido monolítico consagrado por las resoluciones del X Congreso" y que "no se quería reconocer (¿no se podía?) que la situación era una consecuencia directa de las resoluciones prohibiendo las agrupaciones y el libre debate público de las divergencias, contrarias a toda la tradición anterior del bolchevismo". El mismo Trotsky, siempre según Venturini, haría "una patética defensa de la disciplina autoritaria implantada en el X Congreso, errónea posición que lógicamente no lo salvará de ser defenestrado". ¿Y acaso si hubiera defendido "la plena libertad de discusión política" sí se hubiera salvado? Trotsky, por otra parte, nunca buscó salvarse, como sugiere Venturini, sino que siempre defendió su posición revolucionaria, aun en los períodos más duros y en los que se sabía condenado. Sugerir que su defensa de la resolución del X Congreso tenía por finalidad salvarse es, por lo menos, un agravio gratuito.
Trotsky y la Revolución Española
Según la ponencia de Alfaguara, el mito del centralismo democrático afectó (a) toda la izquierda defensora de la Revolución Rusa. "En el caso de Trotsky vemos que éste estructura su movimiento, Oposición Internacional de Izquierda, primero, IVª Internacional, después, con los criterios ultracentralistas de la IIIª Internacional, del que fue uno de los principales animadores y redactor directo de muchas de sus principales tesis y resoluciones".
Para Venturini, ésta sería la causa del fracaso del trotskismo en constituir un movimiento de masas. "Acosado por la persecución más despiadada, tanto del fascismo como del estalinismo, el movimiento trotskista tuvo su más importante oportunidad de enraizarse con un movimiento revolucionario de masas durante el desarrollo de la revolución española (1931-1937). Sin embargo esta posibilidad se frustró por la persistencia de la concepción monolitista del partido internacional. Ante el surgimiento de diferencias tácticas entre la Izquierda Comunista española liderada por Andrés Nin y Juan Andrade, y el Comité Ejecutivo Internacional de la Oposición de Izquierda dirigido por Trotsky, se va a la ruptura. Es verdaderamente revelador que ni Trotsky ni Nin, formados en la tradición de la Internacional Comunista, fuesen capaces de comprender que una Internacional revolucionaria sólo puede basarse en la colaboración de las distintas corrientes y organizaciones nacionales, respetando sus idiosincrasias y su autonomía, que inevitablemente tienen sus raíces en la historia y en las tradiciones diferentes, y hasta en las herencias culturales específicas, en cada uno de los países".
¿Diferencias tácticas entre Trotsky y el POUM? Aquí el artículo de Alfaguara muestra la hilacha frentepopulista. El planteamiento de Trotsky en 1936, para España, fue el mismo que el de Lenin para la Rusia de 1917 en las "Tesis de Abril". El artículo de Alfaguara recuerda la lucha de Lenin contra la mayoría del Comité Central bolchevique, que apoyaba al gobierno provisional de coalición presidido por Kerensky. La Oposición de Izquierda Internacional reclamó a Nin y Andrade romper con el Frente Popular, es decir, con el kerenskismo español. Lenin se planteaba la ruptura con los sostenedores del gobierno provisional en caso de no lograr ganar al partido para su política. Esa fue justamente la lucha de Trotsky en España. Como Lenin triunfó en su lucha fraccional, en tanto Trotsky no logró imponer su orientación, Venturini elogia a Lenin y critica el monolitismo de Trotsky. Cualquiera que estudie este tema con una mínima honestidad, debe reconocer que la lucha de Trotsky contra el Frente Popular en España fue exactamente la misma que la de Lenin para lograr romper con el frente popular en la Rusia de 1917.
Para Venturini y Alfaguara, una Internacional revolucionaria debería "basarse en la colaboración de las distintas corrientes y organizaciones nacionales, respetando sus idiosincrasias y su autonomía", es decir, parecerse mucho a … ¡la IIª Internacional! Pero la existencia de una Internacional tiene por base precisamente la preeminencia de la economía y la política mundiales por encima de la economía y política nacionales. De allí se sigue que la Internacional debe tener una única estrategia a nivel mundial: la autonomía de las secciones significa la vía libre al oportunismo y la colaboración de clases con las burguesías nacionales de cada país.
Más cerca en el tiempo, otro modelo de respeto de la autonomía nacional es el llamado Foro de San Pablo, donde se admite la presencia de partidos que integran gobiernos neo-liberales, como el PS chileno, el PRD panameño y hasta el Movimiento Bolivia Libre, que desde el gobierno apoyó el Estado de Sitio contra la huelga de la COB y el encarcelamiento y confinamiento de dirigentes sindicales en zonas selváticas. ¿Hasta dónde debe respetarse la autonomía e idiosincrasia de cada movimiento? ¿Este respeto incluye a quienes reprimen a las masas? Una Internacional revolucionaria, ¿puede aceptar en su seno la presencia de quienes apoyan e integran un gobierno burgués que desarma las milicias obreras, y prepara por ese camino la derrota de la revolución? El colocar este tema en el terreno de la disciplina, el centralismo y las cuestiones organizativas, es un tremendo error. Lo que determina la unidad o la ruptura de los partidos y corrientes políticas, no es el que se sometan o se rebelen a una autoridad central, sino las diferencias estratégicas.
Es notable la tergiversación que realiza Venturini de la ruptura de Nin con la Oposición de Izquierda: "Nin y Andrade no están de acuerdo con la directiva internacional de Trotsky de realizar la táctica del entrismo en el Partido Socialista, y se orientan en cambio a constituir una organización independiente, el POUM, en acuerdo con la corriente antiestalinista de Maurín. Imposibilitados de acatar las directivas de Trotsky por considerarlas equivocadas, pero fieles al dogma de la Internacional centralizada y disciplinada, no se les ocurre postular y exigir para la Oposición de Izquierda el respeto a las decisiones autónomas de la sección española; consideran en cambio inevitable la ruptura momentánea con Trotsky al que siguen considerando su maestro. Trotsky, a su turno, considerará la actitud de los trotskistas españoles como una traición y lanzará contra el POUM las más duras diatribas. La ruptura condenó a Trotsky al papel de mero comentarista ante la revolución española y contribuyó al aislamiento internacional del POUM, facilitando su posterior destrucción física por la represión estalinista. Sin que los protagonistas tuviesen conciencia de ello, por encima de este trágico desencuentro planeaba la sombra de las 21 condiciones y el mito del partido monolítico".
Primero: es falso que la ruptura se haya producido como consecuencia de divergencias sobre el entrismo en el PS. A pesar de estas divergencias, la Oposición de Izquierda mantuvo una relación con el grupo de Nin e intentó mantener el debate político. La ruptura definitiva obedeció a la firma por parte de Nin y Andrade del programa del Frente Popular, en 1936. Esto es lo que Trotsky caracteriza como una traición, y ante la pretensión de los poumistas de que Trotsky era su maestro, el revolucionario ruso afirmó que "nunca había enseñado la traición".
Segundo: Nin y Andrade se negaron a debatir la política de la Oposición de Izquierda en España. Rehuyeron el debate y actuaron autónomamente. Su negativa a entrar como fracción organizada en el PS (cuando eran invitados a hacerlo incluso por sectores de la izquierda y de la juventud socialistas), que era una organización de masas, se hizo en nombre de la convergencia con el minoritario y oportunista grupo de Maurín, y de una política de diplomacia hacia los dirigentes anarquistas. En lugar de la penetración en las masas, Nin y Andrade se encaminaron a la "proclamación" de un partido centrista y conciliador. Cuando en 1936 se produce su apoyo al programa del Frente Popular y más adelante la integración al gobierno de la Generalitat de Catalunya (desde donde colaboraron al desarme de las milicias obreras), no es concebible ninguna colaboración con la Oposición de Izquierda Internacional.
Para Alfaguara, todas éstas son diferencias tácticas. Una Internacional debería unir, por lo tanto, a quienes apoyan al Frente Popular contra las milicias obreras, junto a aquellos que enfrentan a ese Frente Popular y llaman a luchar por la dictadura proletaria. Para qué podría servir una Internacional de esas características, incapaz de mantener la unidad de acción en medio de la revolución, nadie lo sabe. De todos modos, la caracterización de Venturini sobre la revolución española tiene como virtud clarificar todas sus disquisiciones sobre el centralismo democrático. La negativa al centralismo se ha convertido aquí en la aceptación de cualquier posición política en nombre de la democracia interna. Si al comienzo de su artículo, Venturini afirmaba que ningún obrero rechazaría el planteo de la mayor libertad en la discusión y la mayor unidad en la acción, ahora pasa a defender la libertad de cada tendencia de llevar adelante su política al margen de la discusión y resolución colectivas, en nombre de la autonomía nacional.
La Internacional que defiende la ponencia de Alfaguara está basada en el movimientismo y en el frentepopulismo. Movimientismo porque debería servir para unir a distintas corrientes al margen de las diferencias estratégicas, es decir, sería lo contrario de un partido. Frentepopulismo, como se ve en la revolución española, porque considera que las posiciones de Nin y Andrade se adaptaban a la idiosincrasia, tradiciones o la herencia cultural específica, que aparentemente Trotsky no comprendería.
No es casual que, cuando hace un balance de las distintas corrientes internacionales que se reclaman del trotskismo, la única que arrojaría un balance positivo sería el SU: "Más allá de las debilidades teóricas y políticas, hasta cierto punto inevitables, de todas las corrientes trotskistas, la relativa fortaleza en su momento del llamado Secretariado Unificado de la IVa Internacional, orientado por Ernest Mandel, tuvo que ver probablemente con la renuncia, tal vez en forma empírica, a establecer una disciplina estricta en sus filas, adoptando una relación laxa entre las diversas corrientes nacionales".
El Secretariado Unificado se caracterizó, precisamente, por su integración y apoyo a todos los frentes populares que se pueda concebir, rompiendo completamente con la política de la IVª Internacional. El hecho de que una organización pequeño-burguesa y frentepopulista haya logrado, en algún momento y sólo en algún país, una relativa fortaleza, no tiene ninguna importancia desde una perspectiva revolucionaria. La historia del Secretariado Unificado es la historia del sometimiento a la opinión pública pequeño-burguesa europea, desde las posiciones pro-stalinistas de la década del 50, pasando por las tesis del neo-capitalismo que negaban el agotamiento del capitalismo, por la disolución en el foquismo y el castrismo, y finalmente por la adaptación al pacifismo y la democracia burguesa, el eurocomunismo y el apoyo a Mitterrand.
Pero además, el SU sólo admitió cierta autonomía como expresión de una descomposición imparable. La historia de esta corriente comenzó, precisamente, cuando la tendencia mayoritaria (de Michel Pablo y Mandel) impuso a todas las secciones de la Internacional la política de disolución en el stalinismo. Con la negativa de la mayoría de la sección francesa a acatar esta orientación, y su expulsión por la dirección pablista, es que comienza la escisión de la IVª Internacional. La corriente que elogia Venturini fue fundada justamente en torno a una política de liquidación de la IVª Internacional y de su programa. En Brasil, el SU juega un papel fundamental en el sostenimiento de la política derechista de la dirección del PT, al punto que el propio E. Mandel, poco antes de morir, criticó la orientación de la sección brasileña por su carácter abiertamente frentepopulista.
Pero la colaboración entre tendencias políticas opuestas no podría limitarse al plano internacional. Si es concebible que dentro de la Internacional convivan quienes apoyan a un gobierno burgués con quienes plantean la lucha por la dictadura proletaria, ¿por qué no podrían convivir estas tendencias en el seno del mismo partido o sección nacional? Si esto es aceptado, ¿dónde queda entonces la unidad de acción? ¿Para qué serviría un partido político que se organizara sobre esta base? Fue contra este tipo de partido que se levantó Lenin en 1903, cuando rompió con el menchevismo. Alfaguara, que de a ratos parece reivindicar aquel "centralismo democrático" del bolchevismo original, plantea en realidad un partido en el que, no importa lo que se discuta y resuelva, cualquier tendencia puede hacer lo que quiera.
Más arriba, Venturini criticaba a "Los defensores del partido monolítico, (los que) conscientemente o no, han tergiversado el concepto de unidad de acción por el de unidad de opinión". Ahora él mismo culmina defendiendo la ruptura de la unidad de acción, en nombre de la libertad de opinión.
¿Y en Uruguay?
Las referencias de Alfaguara a las particularidades e idiosincrasias nacionales, no la llevan a formular qué política habría que tener para construir un partido revolucionario en Uruguay, si es que se plantea esa tarea.
No es casual que el artículo no se pronuncie sobre el Frente Amplio, aclarando si es posible la "reconstrucción de la izquierda como movimiento teórico y práctico" desde dentro del frente de colaboración de clases.
El articulista prefiere seguir manejándose con abstracciones. En la única referencia a la política nacional, Venturini opina sobre un debate actual en el seno del PC de Uruguay. Afirma que "para muchas generaciones de militantes comunistas, desconcertados ante los espectaculares vuelcos de la línea partidaria, el centralismo democrático es la verdadera y única marca de la identidad comunista. Leemos por ejemplo en el órgano del Partido Comunista Uruguayo (Carta Popular, 9/8/96): El Comité Central del PCU en su primera sesión posterior al Congreso, reafirmó el principio del centralismo democrático… componente fundamental del Partido de nuevo tipo… herramienta fundamental, que aplicada no por imposición sino por aceptación consciente, es una muralla ofensiva insustituible contra todo intento de penetración enemiga".
La crítica de Venturini es una completa abstracción. Ante las críticas de Rosa Luxemburgo a sus esquemas ultra-centralizadores, Lenin respondía reclamando un análisis concreto de la situación ("la primera regla de la dialéctica es que la verdad es siempre concreta"). Partiendo de este método, hay que analizar si las posiciones que dentro del PCU reclaman terminar con el centralismo democrático, como las que levantan Turiansky y el llamado Espacio Paraninfo, son progresivas; si plantean una crítica a la orientación de la dirección partidaria, que defiende la colaboración de clases y el objetivo del gobierno popular del Frente Amplio en 1999. La realidad es que los críticos al centralismo dentro del PCU plantean un viraje todavía más hacia la derecha, y esto es evidente para todo el mundo. Si la repetición ritual de que el centralismo democrático es una barrera ante la burguesía, no puede ser ninguna salida al margen de definir una política de independencia frente al Estado capitalista y los frentes de colaboración de clases, lo menos que se puede decir de las críticas abstractas al centralismo democrático es que constituyen un apoyo involuntario a los planteos de tipo "Confa" o "Paraninfo". Alfaguara debería ser un poco más concreta y exigir al PCU no la ruptura con el monolitismo sino… con el Frente Amplio, claro que para ello primero debería fijar ella misma una posición ante el FA.
Por la refundación de la IVª Internacional
El partido y la Internacional que necesita el movimiento obrero para llevar al triunfo su revolución, no tienen nada en común con los modelos de Alfaguara, la IIª Internacional y el Foro de San Pablo.
Es necesario construir partidos revolucionarios y un partido mundial de la revolución socialista. Esto no se puede construir sobre el vacío: hay que retomar las tradiciones y conquistas teóricas del movimiento obrero internacional. Hay que reconstruir la continuidad histórica del movimiento obrero y el marxismo, y para ello hay que recomenzar la tarea pendiente de la fundación de la IVª Internacional.
La crisis de la IVª Internacional no se explica por su apego al método del centralismo democrático. La realidad ha sido en general la opuesta: todas las fusiones y unificaciones se han dado sobre una base oportunista, a través de pactos entre camarillas y sectas, no basándose en acuerdos programáticos ni en una verdadera unidad de acción y disciplina internacional.
La crisis de la IVª Internacional tiene que ver con su incapacidad para jugar un papel protagónico en la situación revolucionaria de la posguerra, dada su escasa o nula inserción en el movimiento obrero de los distintos países, lo que en el marco del fortalecimiento aparente del stalinismo y de la estabilización transitoria del capitalismo, llevó a una desorientación y desmoralización políticas. En las pocas secciones donde el trotskismo tenía una inserción importante en el movimiento de masas (como en Bolivia y Sri Lanka), la orientación de la dirección de la IVª Internacional fue de subordinación a movimientos nacionalistas burgueses y pequeño-burgueses, es decir, la negación del programa marxista. La crisis de la IVª Internacional es, entonces, esencialmente programática.
La refundación de la IVª Internacional debe hacerse reivindicando lo esencial de su legado programático: la lucha por la dictadura proletaria, la ruptura con los Frentes Populares y la movilización de las masas en torno a las reivindicaciones transitorias, como preparación para la toma del poder por la clase obrera. Su funcionamiento debe ser el del bolchevismo: "Sin democracia interna no hay educación revolucionaria. Sin disciplina no hay acción revolucionaria. El régimen interior de la IVª Internacional se rige conforme a los principios del centralismo democrático: completa libertad en la discusión, absoluta unidad en la acción" (Trotsky, "El Programa de Transición").
Es por ello que reivindicamos el método adoptado por diversas organizaciones trotskistas, que lanzaron un movimiento por la refundación de la IVª Internacional, en una declaración que transcribimos a continuación:
"Declaración"
Los cambios que se desarrollan en la situación política internacional, especialmente la profundización de la crisis económica del capitalismo mundial y los levantamientos populares en diversas partes del globo, obligan a todas las organizaciones que se reivindican trotskistas a plantear la refundación de la IVª Internacional, para ofrecer a la vanguardia de los trabajadores de todo el mundo una orientación y una organización marxistas revolucionarias.
El Secretariado Unificado de la IVª Internacional (SU), que se reivindica como la continuidad de la IVª Internacional, no es la IVª Internacional ni puede ser reformado para serlo. La refundación de la IVª Internacional requiere la derrota política del SU.
En nuestra opinión, las bases de discusión para refundar la IVª Internacional deben incluir: 1) La actualidad de la lucha por la revolución socialista mundial y la dictadura del proletariado; 2) la reafirmación de la caracterización de la IVª Internacional de los Frentes Populares como un bloque con la burguesía democrática, que condena al partido del proletariado a ser un apéndice del capital; 3) la necesidad de la revolución social y política en la antigua Unión Soviética, Este europeo, China, Indochina, Corea del Norte y Cuba; 4) la elaboración de una estrategia anticapitalista basada en el método y en las reivindicaciones de transición.
Génova, 10 de marzo de 1997
Partido Obrero (Argentina); Partido Causa Operaria (Brasil); Oposición Trotskista Internacional; Asociación Marxista Revolucionaria Proposta (Italia); Liga Trotskista (Estados Unidos); Oposición Trotskista (Bolivia)".
Notas
1 . Alfaguara, mayo de 1997.