Cuando Friedrich Engels planteó que la contrarrevolución burguesa necesitaría actuar contra la revolución proletaria bajo las banderas de la democracia y el sufragio universal estaba reforzando la división irreconciliable entre el democratísimo burgués y el socialismo revolucionario que pelea por la dictadura del proletariado.
Cualquiera que estudie los 125 años que nos separan de la desaparición de este revolucionario puede confirmar el acierto de su pronóstico.
Lo que difícilmente se pudiera imaginar es lo precisa que sería esta caracterización para describir la evolución de uno de sus colaboradores más cercanos en sus últimos años, Karl Kautsky. Kautsky, principal teórico de la socialdemocracia alemana, había defendido los conceptos del marxismo en las polémicas con el reformista Eduard Bernstein, que dominaron la vida de esta organización en el cambio del siglo diecinueve por el veinte. Sin embargo, para cuando la revolución efectivamente se había abierto paso en el imperio zarista en 1917, Kautsky dirigió una agitación sistemática contra el primer gobierno obrero que lograba una existencia perdurable. Al mismo tiempo reunía bajo su autoridad y liderazgo, en Alemania y en Europa, a una corriente centrista rival a los bolcheviques que habían tomado el poder y a quienes intentaban emular sus pasos. Es cierto que al mismo tiempo se diferenciaba de la derecha socialdemócrata, llamada “socialpatriota” por haber apoyado a la burguesía de sus respectivas potencias imperialistas en la Primera Guerra Mundial y responsable directa de los graves hechos de represión contra los comunistas en la Alemania revolucionaria de la posguerra.
La campaña con argumentos en apariencia democráticos que emprende Kautsky contra el bolchevismo intenta distanciar a la vanguardia obrera de la defensa de la Revolución Rusa, que había sido un punto de inflexión mundial de la evolución política de la clase obrera. En este emprendimiento intenta usar su autoridad como supuesta encarnación de la ortodoxia marxista para embellecer al dominio burgués efectivamente existente.
Para la dirección revolucionaria rusa, la respuesta a esta polémica “democrática” contra el desarrollo de la revolución fue una prioridad. Era un elemento importante para sumar a la revolución al movimiento obrero internacional, y en particular de Alemania y Europa Occidental, era un asunto central en la pelea desesperada por la supervivencia del régimen soviético, que tomó el poder en una nación agotada por la guerra y sufrió el inmediato estallido de la contrarrevolución apoyado por trece ejércitos imperialistas.
Terrorismo y Comunismo, de León Trotsky, es una pieza fundamental de esta lucha política. Es un poderoso alegato en defensa de la lucha revolucionaria de los trabajadores y no solo el derecho, si no la obligación histórica de recurrir a todos los medios posibles y necesarios para poder instalar y sostener el gobierno de los trabajadores.
Su vigencia y su vitalidad están centradas en la tajante delimitación entre revolución proletaria y democratismo formal o, lo que es lo mismo, burgués, que se traza en sus páginas.
En la defensa del gobierno de los soviets en Rusia y en la polémica contra sus críticos de la izquierda democrática, Trotsky da elementos que parecen haber sido escritos hoy para desnudar la adaptación de gran parte de la izquierda mundial al régimen político democrático de la burguesía. La reivindicación de una democracia formal, sin contenido de clase, fue el planteo que preparó a gran parte de la izquierda del mundo para su asimilación al Estado burgués. Fue el caso de la izquierda guerrillera que en América Latina se nucleó en el Foro de San Pablo para dar fe de su disposición a ser una administradora de la sociedad capitalista de explotación de clase. Los sandinistas y el Frente Farabundo Martí, bajo el consejo de la dirección castrista de Cuba, habían abandonado las armas para encauzarse en restaurados regímenes electorales burgueses. La democracia fue la bandera que jugó en el operativo de darles una salida institucional a las caídas de las sangrientas dictaduras latinoamericanas de los 70 y principios de los 80.
Fue el caso de una generación de izquierdistas argentinos que buscaban complicadas explicaciones con citas de Gramsci para pasar a ser funcionarios radicales o peronistas. También del eurocomunismo que signó la lenta disolución de los viejos partidos estalinistas en una centroizquierda difusa. El Secretariado Unificado de la Cuarta Internacional, que se reivindica la continuidad directa de la organización fundada por Trotsky, dio el paso de sacar la dictadura del proletariado de su programa para abrir una etapa de partidos “amplios” que no tienen como objetivo la conquista del gobierno de los trabajadores sino la acción electoral de militantes de reclamos sociales en el marco del régimen burgués. El Nuevo Partido Anticapitalista de Francia que nació de ese aggiornamiento se ha dividido luego de un lento desangre hacia un frente con la centroizquierda.
Estos desarrollos políticos han abierto un camino para que militantes sociales o políticos, muchos de los cuales incluso se consideraban revolucionarios, se pasaran al arribismo más abyecto en la búsqueda de cargos en el Estado.
La adaptación a la “relación de fuerzas” existente que Trotsky critica como concepción de los reformistas de su época en el primer capítulo del libro es la concepción de toda la izquierda que reniega de la lucha revolucionaria para adaptarse al régimen político burgués, mediante el electoralismo, el ingreso a partidos patronales o coaliciones con ellos o la adopción de los puntos de vista policlasistas que predominan en muchos movimientos de lucha.
La subordinación a lo “posible” es la bandera del reingreso de la izquierda británica al Partido Laborista detrás de Jeremy Corbyn, de la disolución detrás del ala “demócrata socialista” del imperialista Partido Demócrata de gran parte de la izquierda norteamericana, de la derechización de Podemos y su cogobierno con el PSOE y de los chavistas, maoístas y estalinistas que integran el gobierno fondomonetarista de Alberto Fernández en Argentina. La particularidad de los Demócratas Socialistas de América, es que han elegido hacer este trabajo de disolución en un partido del imperialismo rescatando a Kautsky como referencia teórica, lo cual también hace a la actualidad de esta nueva edición de la polémica de Trotsky.
Detrás del abandono de la perspectiva revolucionaria por posiciones ecologistas, feministas o de electoralismo reformista se anida la expectativa de que la democracia burguesa pueda ser el vehículo para un progreso social y reivindicaciones de los explotados.
El valor de esta obra es concentrar el debate en la disyuntiva entre revolución y contrarrevolución que sigue la lucha de clases en esta etapa histórica, limpiando el rasero de estos intentos de caminos intermedios, que han llevado inevitablemente al fracaso.
Esta obra constituye un conjunto con el libro de Vladimir Lenin La Revolución Proletaria y el Renegado Kautsky, que había sido editada dos años antes que Terrorismo y Comunismo. El libro de Lenin respondía a La Revolución Proletaria de Kautsky, mientras que Trotsky le replica a su Comunismo y Terrorismo.
Ambas obras se complementan para desterrar la identificación de la democracia burguesa con una democracia universal y desnudar la opresión de clase que se oculta detrás.
En Alemania, el abandono de la revolución proletaria por la democracia universal encarnada en la Asamblea Constituyente, el camino que Kautsky proponía para los rusos, llevaría a una victoria de la contrarrevolución. Sería la bandera para que la aristocracia imperial lograra desarmar los soviets de obreros y soldados e imponga una brutal represión. En el camino, sin embargo, la posición “intermedia” de Kautsky quedó revelada como una entelequia. Él era dirigente en Alemania del Partido Socialdemócrata Independiente, que se intentó mantener equidistante del nuevo Partido Comunista y del Partido Socialdemócrata mayoritario que se había vuelto la principal herramienta de la reacción burguesa contra el ascenso obrero. Al calor de la lucha de clases, y de esta propia polémica política, la mayoría de su partido, en particular los dirigentes obreros, se sumarían a la tercera internacional de Lenin y Trotsky y se fusionarían en el Partido Comunista Alemán. Kautsky, derrotado, retornaría al partido de los asesinos de los revolucionarios Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo.
La idea de que la explotación burguesa de la clase obrera, así como del mundo colonial y semi-colonial sometido al imperialismo es una expresión democrática es una concesión política a las clases dominantes que es incompatible con cualquier política revolucionaria. Esto, que la Revolución Rusa vino a poner de manifiesto en el movimiento socialista de su momento, generando una violenta divisoria de aguas, sigue siendo absolutamente vigente el día de hoy.
Las potencias que se han dedicado a incontables invasiones más o menos abiertas en distintos países, con la coartada de la defensa de la democracia, la libertad y la propiedad privada, viven realidades que nadie podría confundir con democracia. Estados Unidos, la nación que más lejos ha llevado el intervencionismo “democrático” ha sufrido este año una rebelión popular que vuelve a poner de manifiesto el enorme aparato policial y carcelario dedicado a sostener el status de población de segunda de una parte importante de su clase obrera, que proviene de la mano de obra esclava que fue traída de África en los primeros siglos de su existencia o de la mano de obra inmigrante que ha atraída más recientemente. Las elecciones norteamericanas, en el marco de una gran crisis capitalista y de esta rebelión, mostraron las enormes distorsiones que existen en los mecanismos electorales para distorsionar la voluntad popular, con una sub-representación sistemática de las poblaciones urbanas donde la clase obrera es más numerosa.
La Unión Europea pareció por unos años cumplir el sueño kautskiano de que el imperialismo pudiera dar lugar a una integración pacífica supranacional y no a competencia y guerras. La retirada del Reino Unido de la UE, las crecientes tensiones nacionales separatistas en España y en Italia y sobre todo la muestra del carácter saqueador de la UE en el manejo de la crisis nacional de Grecia mostraron que no existe ese final feliz capitalista.
La actual crisis capitalista ha marcado una polarización social y política cada vez más extrema en el conjunto de los continentes. La presión para que el “realismo” y la “amplitud” disuelvan a la izquierda revolucionaria está a la orden del día. Sin embargo, en las condiciones agravadas de la crisis capitalista, se vuelve cada vez más claro que solo una transformación revolucionaria profunda puede sacarnos del curso de la barbarie donde es cada vez más evidente que las clases dominantes nos han embarcado.
Diciembre de 2020.