1820: del levantamiento popular al “orden” con sangre

La llamada “anarquía del año 20”, y cómo se impuso un orden reaccionario de los estancieros. El rol de Rosas.

Las lecturas más difundidas sobre el origen del Estado argentino presentan una continuidad entre la Revolución de Mayo de 1810 y la Declaración de Independencia de 1816. En polémica con las mismas, Christian Rath y Andrés Roldán caracterizan en su libro “La revolución clausurada” que la Independencia de 1816 buscó poner fin a la Revolución1Ciucci, Juan. “La Independencia para poner fin a la Revolución. Entrevista con Christian Rath y Andrés Roldán”. Presa Obrera 25/5/2018. Recuperado de: https://prensaobrera.com/archivo/la-independencia-para-poner-fin-a-la-revolucion, acordando en forma secreta con los portugueses la entrega de la Banda Oriental para acabar con Artigas, y así derrotar las tendencias federales-populares que se desarrollaban sobre todo en el litoral: Entre Ríos, Santa Fe y extendiéndose hasta Córdoba y con vínculos con la Salta de Güemes.

Pero si bien los portugueses, protegidos por Buenos Aires avanzaron sobre la Banda Oriental, el bloque federal se fortaleció en el litoral y amenazó a Buenos Aires. De ese modo el proceso revolucionario independentista, que se había abierto años antes con la resistencia popular a las Invasiones Inglesas de 1806 y 1807, volverá a levantar cabeza a comienzos de 1820 con el triunfo de Cepeda.

La salida reaccionaria a la crisis de 1820, lo que la historia oficial dio en llamar “el triunfo del orden sobre la anarquía” constituyó el triunfo de la dictadura de los terratenientes, los grandes comerciantes porteños y sus socios mayoritarios ingleses contra el interior y las masas oprimidas.

Siguiendo los apuntes redactados por Rath y Roldán para un texto inédito, nos proponemos en este artículo recorrer los acontecimientos de ese año y sus conclusiones, de una importancia capital para la historia posterior de nuestro país. Baste señalar que hablamos del fin de los federales revolucionarios del interior, del reflujo de la guerra social en la Banda Oriental (futuro Uruguay) y de una “Masacre olvidada” de los terratenientes porteños que acabó con el protagonismo del “bajo pueblo” en la ciudad de Buenos Aires. Desde ese momento, el Cabildo solo tendrá funciones municipales, las milicias populares serán disueltas y la junta de representantes de los hacendados votará un gran endeudamiento -la primera deuda externa de la que pronto pasaría a llamarse República Argentina.

La batalla de Cepeda y el comienzo de la crisis del año 20

La invasión de los portugueses a la Banda Oriental en 1816-1820, provocó un descontento de las masas en todo el país que reclamaban una respuesta. El Directorio de las Provincias Unidas del Río de la Plata, centralista y aristocrático, se encontraba totalmente desprestigiado por ser cómplice de la invasión, por su inacción posterior y por la persistente guerra civil contra la mayoría de provincias federales. Sumado a ello, los proyectos monárquicos expresados por la Logia Lautaro –con influencia decisiva en el Directorio- aumentaban el odio popular, al percibirse como una forma de restablecer el viejo régimen colonial con nuevos amos.

En ese escenario, en octubre de 1819 se levantan en armas contra el directorio las provincias de Santa Fe y Entre Ríos, auxiliadas por las provincias de Corrientes y Misiones. A este campamento federal se pliegan varios emigrados, entre ellos los generales Alvear y Carrera. En respuesta, el Directorio se puso en campaña para suprimirlos el 1 de noviembre de 1819; pero en la posta de Arequito, el 8 de enero de 1820, el grueso de la tropa se le sublevó (a instancias de los coroneles Bustos y Heredia y el comandante Paz) al grito de “federación”. Finalmente, el primero de febrero de 1820 se produjo, el enfrentamiento armado entre los bandos, en la cañada del arroyo bonaerense Cepeda. En una batalla que duró 10 minutos, resultaron victoriosos los federales Estanislao López y Francisco Ramírez. En aquel momento López y Ramírez eran aliados de José Gervasio Artigas, representante del ala radical de los independistas, caudillo federal de la Banda Oriental y líder de la lucha contra los invasores portuguesas.

El resultado de la batalla de Cepeda abrió una etapa de convulsiones políticas y de crisis de poder que se extendió hasta finales de ese año. “La victoria de las fuerzas federales en Cepeda”, señalan Rath y Roldán en un artículo, “les abría el camino hacia la capital. Es lo que todos esperaban. La información de que en un enfrentamiento menor con las fuerzas portuguesas cerca del Rosario (Río Grande do Sul), en diciembre, Artigas les había propinado una derrota acentuó la zozobra de los círculos dirigentes de Buenos Aires y en particular de la Logia (Lautaro) Directorial”.2Rath, C. y Roldán, A. (5/9/20). “A 200 años del triunfo federal en Cepeda al exilio de Artigas”. Prensa Obrera. Recuperado de: https://prensaobrera.com/aniversarios/a-200-anos-del-triunfo-federal-en-cepeda-al-exilio-de-artigas

El Directorio se disolvió junto al Congreso: se derrumbó el poder central y el régimen político que había manejado los destinos del país por más de siete años. Este hundimiento se llevó consigo a la Logia Lautaro, el eje ideológico-político del régimen, durante todos esos años. Frente a la disolución del poder central, el poder pasó a manos de las provincias y los federales porteños tomaron el control del estado bonaerense.

Los federales porteños timonean la crisis

Este derrumbe del régimen directorial en febrero de 1820 generó un vacío de poder. En las vísperas de Cepeda, Juan Martín de Pueyrredón y Juan Gregorio García de Tagle, las figuras más desprestigiadas de la logia, abandonaban el país por temor a ser linchados en las calles porteñas.

Después de Cepeda, emerge una fracción bonaerense de hacendados partidaria de un entendimiento con López y Ramírez y que se presentaba a sí misma como “federal”, inicialmente encabezada por Manuel de Sarratea. Esta fracción federal se apodera de la gobernación de Buenos Aires con un golpe de mano, y no vacilará en apelar a maniobras y demagogia para mantener el “orden”.

“Tras la caída del Directorio, retornaron numerosos opositores exiliados y expatriados por Pueyrredón desde 1816, muchos de ellos por denunciar su pasividad con Portugal, y con gran prestigio, como [Manuel] Dorrego y [Manuel Vicente] Pagola, que ocuparán lugares destacados en la corriente ‘federal’ bonaerense. Buenos Aires asistió a una suerte de primavera democrática”.3Rath, C. y Roldán, A., “La Revolución Clausurada II”. Capítulo VI. El rol de los “federales” porteños. Inédito. Bartolomé Mitre, en su relato histórico liberal conservador, caracteriza a Sarratea como el “candidato del miedo de unos, del egoísmo de otros y de la prudencia de todos”, aunque le reconoce su mantenimiento del “orden” en un momento de crisis de poder. En estos primeros meses de 1820 la causa del “orden” estuvo garantizada por una amalgama heterogénea autodenominados “federales bonaerenses”. Como dice el poema de Borges, “no los unió el amor sino el espanto”.

Esta fracción buscó un entendimiento con López y Ramírez, para aislar a Artigas. Pactando con unos y dividiendo a todos, los federales porteños timonearon la crisis política abierta por Cepeda. para impedir un verdadero protagonismo de los sectores populares. El 21 de febrero de 1820 llegó a Buenos Aires la noticia de que Artigas había sufrido una brutal derrota, a manos de los invasores portugueses, que habían diezmado sus fuerzas el 31 de enero, horas antes de Cepeda. El debilitamiento de Artigas preparó las condiciones que hicieron posible el Pacto de Pilar.

Pilar y la traición federal

El 23 de febrero de 1820 Buenos Aires firma con Santa Fe y Entre Ríos el pacto de Pilar, que establece a estas tres provincias como “hermanas” y compromete la defensa mutua frente a cualquier invasión extranjera. La provincia de la Banda Oriental es definida como “aliada” y no se establece en ninguna parte la necesidad de salir en su auxilio, pese a que era una de las Provincias Unidas del Río de la Plata.

Al dejar de lado a la Banda Oriental, ocupada por los portugueses, el pacto quiebra a los federales del interior (aceitado por el compromiso de Buenos Aires de otorgar una indemnización a Santa Fe y Entre Ríos). Su aspecto central es su función reaccionaria: la formación de un bloque contra Artigas y el abandono de la provincia oriental frente a sus invasores -algo enmascarado en el relato federal de la historia, que ha reflotado el revisionismo histórico kirchnerista. De esta manera los federales porteños, entre ellos algunos representantes de la disuelta Logia, contuvieron la amenaza posterior a Cepeda y aislaron al artiguismo para preparar su derrota final.

La comprensión de este acto antinacional se relaciona con el carácter de clase de los firmantes del Pacto de Pilar. Los estancieros comerciantes del litoral (bonaerenses, santafesinos y entrerrianos) temían que el reclamo nacional encendiera el reclamo social; de conjunto, los terratenientes del litoral de ambos márgenes del Plata no querían ser molestados por las consecuencias de una movilización popular. Especialmente los grandes propietarios de Montevideo, que habían transado con el invasor portugués. Por esto es que la cuestión fuertemente disputada en esos años, acerca de cómo se iba a reorganizar el gobierno de las Provincias Unidas (si de forma centralista o federal), ocupaba un lugar secundario en el pacto.

El golpe fracasado de Balcarce, la asonada de Alvear y la derrota de Artigas

Presentándose como federal, Sarratea fue elegido gobernador de Buenos Aires el 17 de febrero de 1820, obteniendo pocos días después su gran logro con el Pacto de Pilar -y marcando muy tempranamente el giro reaccionario que signaría los siguientes años.

Pero el poder de la Logia no estaba todavía totalmente desarticulado; intentó retomar el poder porteño. A principios de marzo de 1820, Juan Ramón Balcarce aprovechó su mando militar dentro del gobierno de Sarratea y tomó el poder, en oposición a las indemnizaciones comprometidas con Santa Fe y Entre Ríos. Sin embargo Balcarce -por su clara identificación con el Directorio caído-, fracasó rotundamente en ganar a la opinión pública porteña, teniendo que renunciar a los pocos días y marchar hacia el exilio.

Otro directorial reciclado que quiso probar suerte en esos turbulentos días de marzo fue Carlos María de Alvear (en 1815, Alvear había sido Director Supremo, pero tuvo que renunciar en pocos meses, tras intentar entregarle la Argentina a Inglaterra como protectorado y ser derrotado por Artigas). Buscando aprovechar la acefalía abierta por la caída de Balcarce, Alvear desembarcó en Buenos Aires en la noche del 25 de marzo de 1820 para liderar un complot. Convocó a un Cabildo Abierto, que se reunió con gran tumulto. Pero cuando Alvear en persona se presentó en la Plaza de la Victoria (actual Plaza de Mayo), se amotinó parte de la tropa y del pueblo allí presente, y tuvo que ocultarse para salvar su vida. El repudio y la rebelión popular impedían que los directoriales retomaran el control. El fracaso del golpe de Balcarce y de la asonada de Alvear abrió un período de amplio predominio de la corriente federal. El Cabildo recuperó su papel central en la política porteña, como el segundo pilar del gobierno de Sarratea.

Por su parte el entrerriano Ramírez, ayudado por los pertrechos y fondos de Buenos Aires, enfrentó a Artigas, quien lógicamente repudiaba al pacto de Pilar por no plantear la recuperación de la Banda Oriental. El 24 de junio, en Las Tunas, Ramírez derrotó decisivamente a las tropas de Artigas. Poco después, este marcharía hacia el exilio en Paraguay, de donde nunca saldrá hasta su muerte.

El partido del orden y los terratenientes

Utilizando la divisa federal, reaparece un partido del orden. Aparte del Cabildo, existía la Junta de representantes, donde se nucleaban elementos de la burguesía terrateniente liderados por el “clan Anchorena”. En estos meses, conformarán un nuevo polo político, junto a algunos restos de la Logia y a representantes del sector comerciante que se había enriquecido, después de Mayo, con sus inversiones en estancias y saladeros.

Un joven Juan Manuel de Rosas, primo de Anchorena, adquiere un fuerte protagonismo en los meses siguientes, por su doble carácter de líder militar y gran hacendado.

La estructura económica de la Argentina no era homogénea ni balanceada: existía claras divergencias entre las diferentes regiones. Por un lado, se encontraban los comerciantes y hacendados del litoral, con los porteños a la cabeza, a los que les interesaba exportar al exterior y por lo tanto eran librecambistas. El control de la renta de la aduana, la propiedad de la tierra y la relación directa con el capital inglés eran las prioridades de esta naciente burguesía porteña. Del otro lado estaba el interior, en choque con la tiranía aduanera de Buenos Aires y que, conservando una industria primitiva que podía abastecer al territorio, era opuesto al libre cambio.

En la provincia de Buenos Aires, los comerciantes criollos e ingleses, que prosperaron en esos años a partir del libre comercio, volcaron su excedente a la explotación ganadera y saladeril. Al mismo tiempo, se produjo una ampliación de la frontera hacia el sur, territorio que hasta ese momento era poblado por pueblos originarios. En esa permanente guerra y desplazamiento del indígena, los terratenientes fueron creando sus legiones armadas de gauchos fieles y disciplinados. El joven Rosas fue ganando autoridad y liderazgo en esas acciones.

La “Anarquía” del año 20 y el supuesto “día de los tres gobernadores”

Los fundadores de la historiografía liberal conservadora armaron un gran relato del año 20 como el año de la “anarquía”, naturalmente para justificar la enorme represión que permitió así consolidar el Orden como veremos más adelante.

Y el 20 de junio de 1820, fue presentado falsamente como prueba de esa anarquía y pasó a ser presentado como “el día de los tres gobernadores”. Los “tres gobernadores” habrían sido Ildefonso Ramos Mejía, Miguel Estanislao Soler y el Cabildo de Buenos Aires, pero en verdad no hubo ese día ningún solapamiento. Ramos Mejía, quien había asumido como gobernador dos semanas antes renunció. La Junta le ordenó a Ramos Mejía dejar el bastón de mando en el Cabildo. Allí permaneció durante unas horas, pero durante las mismas esta institución no tuvo la menor intención de tomar medida alguna, con lo cual no puede ser considerada como Ejecutivo provincial. Finalmente, Soler asumió como reemplazante de Ramos Mejía. La recordada declaración de Belgrano en su lecho de muerte, diciendo “Ay, patria mía” ante este turbulento escenario político, viene a complementar el relato de una supuesta acefalía.

Rath y Roldán señalan en sus notas inéditas que la historiografía liberal fabricó este “día de los tres gobernadores” como “símbolo inequívoco de las características anárquicas de ese denostado período”.4Ídem. Lo cierto es que la caracterización del año 20 como de “anarquía” sirve para justificar la necesidad de poner “orden”; es decir, la necesidad de una minoría patronal de estancieros de imponerle a una mayoría de tenderos, orilleros, gauchos y originarios condiciones de mayor opresión, proletarización y expulsión de la tierra. Específicamente, se trata de justificar la masacre que vendría pronto y serviría para imponer el nuevo orden oligárquico.

En oposición a este relato, hubo tres gobernadores federales (Sarratea, Soler y Dorrego) que se fueron sucediendo desde febrero hasta septiembre de 1820, mostrando una continuidad que establecía una nueva configuración política, con ascendente en el llamado bajo pueblo, pero que no satisfacía al partido del orden, reconvertido a “federal” pero que desconfiaba profundamente de Dorrego que recordemos había sido expulsado del país por los directoriales (y con peligro de muerte) por su oposición a los arreglos con los portugueses.

La primera gobernación de Dorrego

López, el gobernador santafesino, venía reclamando las indemnizaciones comprometidas para su provincia. Ante el incumplimiento por parte de Buenos Aires, invadió nuevamente la provincia (contaba ahora con la colaboración de Alvear, quien después de escapar de la ira de las masas porteñas, se había refugiado con sus nuevos amigos: los federales del interior).

El enfrentamiento le fue favorable a López, y solo se salvó del ejército de Buenos Aires una columna al mando del coronel Pagola, que logró retornar entera a la ciudad, se atrincheró en el Fuerte y se hizo proclamar Comandante de armas. Alvear, por su parte, se hizo elegir gobernador de Buenos Aires. el 1 de julio de 1820, en el Cabildo de Luján. Las tropas de López acamparon a pocas leguas de la ciudad, en Santos Lugares. López suspendió las hostilidades para que la ciudad pudiese elegir un gobierno provisorio verdadero. En este cuadro fue elegido como gobernador interino Manuel Dorrego, el líder “federal” porteño de mayor prestigio.

El primer problema de Dorrego fueron las exigencias de López. Reclamaba que su provincia fuera indemnizada por los años de destrozos resultantes de las reiteradas invasiones directoriales. A este desafío se le sumaba la irrupción de un nuevo núcleo de poder de los estancieros: Martín Rodríguez, quien también había sido miembro de la Logia Lautaro, impulsaba a Rosas como líder militar.

Rosas estaba constituyendo una fuerza militar, el Regimiento de los Colorados del Monte, a partir de las milicias del sur de la provincia. Se trataba de milicias forjadas en el combate permanente contra los originarios para ampliar el territorio de las estancias hacia el sur, y que contaban con una disciplina mayor que las milicias urbanas federales. Estas tropas fueron ganadas a los objetivos reaccionarios de restauración del orden y la lucha contra la supuesta anarquía. Se preparaban para actuar como el brazo armado de la fracción política liderada por los Anchorena.

Dorrego al asumir, seguía teniendo a las tropas del santafesino López y el reciclado Alvear a las puertas de Buenos Aires. En este cuadro, se vio obligado a encarar la defensa de la ciudad. Para esta campaña contó con el apoyo de las milicias encabezadas por Rosas, además de las fuerzas de Gregorio Aráoz de Lamadrid y Martín Rodríguez. Este frente de los federales porteños obligó a Alvear y a López a retirarse. Los de Alvear se atrincheraron en el pueblo de San Nicolás, donde el 2 de agosto de 1820 fueron aplastados por las fuerzas bonaerenses.

Rosas, convertido en el vocero de los hacendados, tuvo una reunión con Dorrego y le planteó su propuesta de paz con Santa Fe: ayuda frente al entrerriano Ramírez, no entrar al territorio santafesino y entregarle ganado (indemnización). Y le sugirió que la firma de este tratado sería su boleto para obtener la gobernación definitiva. Dorrego, demasiado confiado en su popularidad, y desconfiando de las intenciones de loa Anchorena, rechazó la propuesta. Fue entonces que Rosas se reunió con López en una sesión secreta y selló los términos de un acuerdo contra Dorrego.

Ramírez acusó a López de traición, ya que el tratado con Rosas dejaba de lado a Entre Ríos. Esgrimió el argumento de que el santafesino tranzaba así con los directoriales, reciclados ahora en el nuevo núcleo de poder de los hacendados porteños; se repetía la historia del Pacto de Pilar pero ahora en su contra. Ellos habían abandonado a su líder Artigas. Lo cierto es que Ramírez, después de cumplido el trabajo sucio de derrotar al disminuido ejército de Artigas, se había vuelto una molestia. Mantenía el reclamo anti portugués, aunque fuera solo de forma demagógica. Y el pueblo de Entre Ríos estaba demasiado ligado al oriental, con quien compartía el odio hacia el invasor portugués y la tiranía porteña. López derrotó a Ramírez, lo asesinó, contando con el apoyo de sectores de Buenos Aires y del cordobés Juan Bautista Bustos.

Mientras tanto, en Buenos Aires, “el nuevo bloque político que reunía a los restos del partido directorial y de la Logia, junto a los nuevos protagonistas como el clan de los Anchorena, los hacendados y Rosas se planteó el desafío de frenar la elección definitiva de Dorrego”.5Ídem.

Los límites de Dorrego y la conspiración de los hacendados

El primer terreno donde se marcó la nueva delimitación de fuerzas fue en el militar. Rosas y Rodríguez manifiestan a Dorrego que no lo acompañarían en su intención de perseguir a López por la provincia de Santa Fe. “Que los jefes de las tropas de la provincia de Buenos Aires desconocieran abiertamente al gobernador, aunque fuera provisorio, era un signo inequívoco de insubordinación y hasta de anarquía. Pero resulta que desde el historiador Saldías, por lo menos, en adelante, se lo considera una actitud de supuesta responsabilidad frente a una supuesta injustificada lucha contra López”.6Ídem. Fue una conspiración del nuevo núcleo de los hacendados para dejar a Dorrego muy debilitado, preparando su caída.

Dorrego insistió en invadir la provincia de Santa Fe y terminó derrotado. Los límites de la política de Dorrego, y más en general de todo el partido federal porteño, partían de pretender representar los estrechos intereses particulares de la provincia bonaerense. Esta era la política que favorecía a los más acomodados. De hecho, el hermano de Dorrego era el principal socio de Rosas. A pesar de tener la simpatía de las masas, Dorrego nunca pudo evitar ser representante de los intereses de grandes comerciantes y los hacendados, a los cuales él pertenecía.

Por estos límites fue que Dorrego no encaró el problema de la ocupación portuguesa de la Banda Oriental y la necesidad de una movilización nacional para recuperar la provincia ocupada. Estuvo más preocupado en controlar a Santa Fe que en unificarse con esta y Entre Ríos para defender al país. En esta etapa, la orientación de Dorrego era de autonomismo porteño, lo que explica que careciera de programa frente a la constitución de la nación. Años después volverá a tener otro protagonismo aprendiendo algunas de las enseñanzas de este período.

Las elecciones de agosto

De mediados a fines de agosto de 1820 se realizó en Buenos Aires la elección de la Junta de Representantes. Controlados por los terratenientes, los comicios dieron ganadores a todos los miembros de la lista de los Anchorena. Este naciente Partido del Orden contaba con la figura de Martin Rodríguez, cuya candidatura a la gobernación se veía afianzada por la amenaza de López; sin embargo, el 8 de septiembre la Junta ratificó a Dorrego en el cargo. Sucedía que, desde la caída del régimen directorial, las sucesivas juntas venían votando a gobernadores afines a las corrientes más populares, que tenían sus expresiones más cercanas en el Cabildo y los Tercios Cívicos (las milicias de la ciudad). Y, hasta ese momento, la junta se había abstenido de confrontarlas.

Pero desde el acuerdo con López, el Partido del Orden se preparaba para actuar en una contienda decisiva e imponer sus términos frente a las mayorías populares. Para no reiterar los fracasos de Balcarce y Alvear, esperaron veinte días para juntar las fuerzas necesarias para derrotar a las masas federales. Recién el 26 de septiembre, con las tropas de Rosas en las puertas de la ciudad, la junta eligió a Martin Rodríguez.

De la rebelión a la masacre

El levantamiento popular contra Rodríguez se produjo a los pocos días: en la noche del 1° de octubre. “Protagonizado por el 2° y 3° tercio de las milicias cívicas de la ciudad y liderados por el coronel Pagola salieron a las calles al grito de ‘Abajo los directoriales’. Se dirigieron a la Plaza de la Victoria, donde se enfrentaron a los regimientos de Aguerrido y Cazadores que el gobernador Rodríguez había concentrado en el Fuerte. Las milicias derrotaron a las tropas fieles al gobernador y con Pagola a la cabeza quedaron dueños de la ciudad”.7Ibid. Capítulo VII. Triunfo del “orden” y viraje contrarrevolucionario. La masacre oculta. El levantamiento de Pagola y los Tercios Cívicos.

Acto seguido llamaron al Cabildo abierto. Al día siguiente una multitud se reunió en el Cabildo, desconociendo a la junta y a su elección de Martín Rodríguez, por haber formado parte del régimen directorial. El 3 de octubre se convocó otro cabildo donde se intentó proclamar a Dorrego nuevamente como gobernador, pero terminó en disturbios. Mientras tanto, los partidarios del orden se organizaban para resistir: Rosas se reunía con Rodríguez en su casa en Barracas, en los límites del sur de la ciudad. Ese mismo 3 de octubre comenzaron los combates, que le fueron favorables a Rosas y sus Colorados.

Al día siguiente Rosas y Rodríguez, al frente de unos 1.800 hombres de las milicias del sur de la provincia, avanzaban por las afueras del suroeste de la ciudad tomando a la fuerza las plazas del barrio de Monserrat, llegando hasta la esquina de Defensa y México. Se intentaron negociaciones de paz que fracasaron: el partido del Orden necesitaba tomar el control, antes de la llegada de Dorrego con los restos de su ejército.

El 5 de octubre, Pagola resistía al mando de 1.000 hombres (según las memorias de Gregorio Aráoz de Lamadrid, quien formaba parte de los insurgentes). Las milicias estaban compuestas en su mayoría por novatos y ciudadanos. Según el historiador Adolfo Saldías, Pagola colocó sus cañones en las bocacalles y concentró sus fuerzas alrededor de la Plaza de la Victoria. Los Colorados avanzaban con cargas de caballería. La lucha fue encarnizada, calle a calle, casa a casa. Fue la más sangrienta confrontación armada vivida por la ciudad desde las Invasiones Inglesas. Hacia las últimas horas de la tarde de ese 5 de octubre de 1820, los Colorados de Rosas se habían impuesto y logrado desalojar de la Plaza a las tropas rebeldes. Yacían sobre la plaza más de 300 muertos, en su inmensa mayoría provenientes de las milicias populares. Una matanza impresionante.

​Luego de la terrible derrota, Pagola huyó a la Banda Oriental. Dos días más tarde, el gobierno volvía a conmoverse frente a la llegada de Dorrego a las afueras de la ciudad. Venía por llamado del Cabildo, pero sobre la marcha había recibido la noticia de la masacre de sus seguidores y una comunicación de la Junta anunciándole la ratificación de la autoridad del gobernador Rodríguez. Con desagrado, hizo reconocer y jurar a Rodríguez por su propia tropa. Rehusó, no obstante, a servir al nuevo régimen, y poco tiempo después fue desterrado por el gobierno con el pretexto de que conspiraba.

Esta masacre ocultada es un verdadero punto de quiebre de nuestra historia y tendrá su impacto en toda la década siguiente. El baño de sangre cumplió una función histórica precisa: crear las condiciones para imponer un nuevo orden. Las milicias de la campaña se habían impuesto a los sectores plebeyos movilizados de la ciudad. La tradición del armamento ciudadano, surgida de las Invasiones Inglesas, era aplastada en su mismo escenario catorce años después. El desarme de todas las milicias urbanas fue una de las consecuencias decisivas del aplastamiento del levantamiento de Pagola y los Tercios Cívicos y un signo inequívoco del cambio de ciclo, de la clausura del ciclo revolucionario. Por esta acción el joven comandante Rosas fue premiado como “Restaurador de las leyes y del Orden”, un antecedente que pesará fuertemente años después

“Una de las medidas más importantes tomadas por el gobierno, fortalecido tras la masacre, fue acabar con el rol del Cabildo como centro del poder político ciudadano. Esta tradición del Cabildo se nutría de su rol en los quince años precedentes. Había jugado un rol decisivo cuando poco después de la primera invasión inglesa, depuso al virrey Sobremonte y nombró a Liniers. Diez años después del nombramiento de la Primera Junta el 25 de Mayo de 1810, el Cabildo quedó marginado como institución política”.8Ídem.

El federalismo porteño contó con el apoyo de las mayorías populares y plebeyas de la ciudad. Se hizo cargo del gobierno tras el derrumbe del régimen directorial marcado por sus rasgos autoritarios y aristocráticos. Pero no abordó ninguno de los problemas cruciales que desafiaban a la unidad nacional, transformándose en un rehén de los intereses de los estancieros bonaerenses, clase de la cual ellos mismos formaban parte. No encaró la cuestión de la ocupación portuguesa de la Banda Oriental. Conspiró para aislar y derrotar a Artigas, con el pacto de Pilar, buscando evitar que la guerra social que había atravesado la provincia hermana se trasladara al margen derecho del Plata.


Referencias bibliográficas

Rath, C. y Roldán, A., “La Revolución Clausurada II”. Inédito.

Rath, C. y Roldán, A. (5/9/20). “A 200 años del triunfo federal en Cepeda al exilio de Artigas”. Prensa Obrera.

Saldías, A. “Buenos Aires en el centenario (1810-1830)”. Capítulo: Guerra de las fracciones en 1820. Recuperado de : http://argentinahistorica.com.ar/imprimir_libros.php?tema=25&doc=92&cap=524

Peña, Milcíades. “Historia del pueblo argentino”. Recuperado de: http://www.iunma.edu.ar/doc/MB/lic_historia_mat_bibliografico/Teoria%20de%20la%20Historia/Clase%201/Pr%C3%A1ctico/Milciades%20Pe%C3%B1a_historia-del-pueblo-argentino-%20(1).pdf

Palacio, Ernesto. Historia de la Argentina 1515-1938. Buenos Aires, Ediciones Alpe, 1954.

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