El Estado y la Revolución -y más allá

Tres textos sobre el debate en la izquierda respecto al Estado al calor de la Revolución Rusa.

Ediciones Rumbos acaba de editar El Estado y la Revolución, una de las obras centrales de Lenin. Es el titulo abreviado de “La doctrina marxista del Estado y las tareas del proletariado en la revolución”. Se trata de una edición especial que viene acompañada con textos de Marx, Engels y Trotsky sobre el tema. El análisis leninista sobre el Estado fue entonces (y es ahora) una pieza clave de delimitación entre marxistas revolucionarios y socialdemócratas oportunistas y/o democratizantes.

Pierre Broué en su magnífica historia sobre la “Revolución en Alemania” afirma:

Un esfuerzo parecido de investigación teórica conduce a Julián Marchlewski (dirigente fundador del partido socialdemócrata polaco que participo activamente en la política revolucionaria en Alemania junto a Rosa Luxemburgo en la Liga Espartaquista) , en ocasión de su crítica a la tesis adoptada por el Partido Socialdemócrata sobre la paz, a analizar la posición de la corriente oportunista sobre el problema del Estado y a oponerla a las de Marx y Engels que veían en él al instrumento del poder de una clase. Como Lenin en el “Estado y la Revolución”, Marchlewski afirma:

Los proletarios deben llevar a cabo la lucha contra el Estado; no pueden realizar su ideal, que descansa sobre la libertad y la igualdad de los hombres, sin quebrantar la dominación de clase en el Estado.

Una parte de los revolucionarios alemanes se acercan así a los bolcheviques…”             

El debate político-teórico sobre la concepción marxista del Estado abarco todo un período en las filas de la izquierda marxista. Lenin continuo su labor en este plano escribiendo -entre otras- su célebre La revolución proletaria y el renegado Kautsky desarrollando la polémica contra este dirigente oportunista, ya planteada firmemente en El Estado y la Revolución -escrito antes del triunfo de la revolución de octubre de 1917- pero incorporando la experiencia de los bolcheviques en el poder.

Trotsky también polemizo duramente contra Kautsky sobre el Estado en su libro Terrorismo y Comunismo.

Reproducimos a continuación dos capítulos de La Revolución Proletaria y el renegado Kautsky de Lenin: el Prólogo que enmarca el debate como continuación del iniciado en El Estado y la Revolución y un Apéndice, “Un nuevo libro de Vandervelde sobre el Estado” escrito especialmente para criticar la concepción oportunista de este dirigente socialdemócrata belga de la Segunda Internacional.

Publicamos también “La izquierda mundial hoy, a la luz de los debates estratégicos de Trotsky y Kautsky”, un escrito de Guillermo Kane, dirigente del Partido Obrero, aparecida en 2021 como prólogo a la publicación de la editorial Milena Caserola de Terrorismo y Comunismo de Trotsky, que aborda este debate marxista sobre el Estado, tomando a Trotsky y Kautsky como dos referencias contrapuestas en el desarrollo de la izquierda mundial en el momento histórico actual.

Prefacio a La revolución proletaria y el renegado Kautsky. Lenin

El folleto de Kautsky La dictadura del proletariado, aparecido hace poco en Viena (Wien, 1918, Ignaz Brand, 63 págs.), constituye un ejemplo evidentísimo de la más completa y vergonzosa bancarrota de la II Internacional, de esa bancarrota de que hace tiempo hablan todos los socialistas honrados de todas las naciones. El problema de la revolución proletaria pasa ahora prácticamente al orden del día en bastantes países. De ahí que sea imprescindible analizar los sofismas de Kautsky, propios de un renegado, y ver cómo abjura por completo del marxismo.

Pero ante todo hay que subrayar que quien escribe estas líneas, desde el mismo principio de la guerra, ha tenido que indicar muchas veces que Kautsky había roto con el marxismo. A ello estuvo consagrada una serie de artículos, publicados de 1914 a 1916 en Sotsial-Demokrat y Kommunist, que apare cían en el extranjero. El Soviet de Petrogrado ha reunido estos artículos y los ha editado: G. Zinóviev y N. Lenin, Contra la corriente, Petrogrado, 1918 (550 págs.). En un folleto publicado en Ginebra en 1915, y traducido también entonces al alemán y al francés, decía yo del “kautskismo”:

“Kautsky, autoridad suprema de la II Internacional, constituye un ejemplo sumamente típico y claro de cómo el reconocer el marxismo de palabra condujo, de hecho, a transformarlo en ‘struvismo’ o en ‘brentanismo’ (es decir, en la doctrina liberal burguesa que admite una lucha de ‘clase’ no revolucionaria del proletariado, lo que han expresado con especial claridad el escritor ruso Struve y el economista alemán Brentano). Lo vemos también en el ejemplo de Plejánov. Con manifiestos sofismas se castra en el marxismo su alma revolucionaria viva, se reconoce en él todo, menos los medios revolucionarios de lucha, la propaganda y la preparación de estos medios, la educación de las masas en este sentido. Kautsky, prescindiendo de ideologías, ‘concilia’ el pensamiento fundamental del socialchovinismo, es decir, el reconocimiento de la defensa de la patria en la guerra actual, con una concesión diplomática y ostensible a la izquierda, absteniéndose al votarse los créditos, declarando verbalmente su oposición, etc. Kautsky, que en 1909 escribió todo un libro sobre la proximidad de una época de revoluciones y sobre la relación entre la guerra y la revolución; Kautsky, que en 1912 firmó el manifiesto de Basilea sobre la utilización revolucionaria de la guerra que se avecinaba, se desvive ahora por justificar y cohonestar el socialchovinismo y, como Plejánov, se une a la burguesía para mofarse de toda idea de revolución, de toda acción dirigida a una lucha efectivamente revolucionaria.

La clase obrera no puede realizar su objetivo de revolución mundial si no hace una guerra implacable a esta apostasía, a esta falta de carácter, a esta actitud servil ante el oportunismo, a este inaudito envilecimiento teórico del marxismo. El kautskismo no ha aparecido por casualidad, es un producto social de las contradicciones de la II Internacional, una combinación de la fidelidad al marxismo de palabra y de la subordinación al oportunismo de hecho” (G. Zinóviev y N. Lenin, El socialismo y la guerra, Ginebra, 1915, págs. 13-14).

Prosigamos. En mi libro El imperialismo, la más nueva etapa del capitalismo escrito en 1916 (aparecido en Petrogrado en 1917), analizaba yo en detalle la falsedad teórica de todos los razonamientos de Kautsky sobre el imperialismo. Allí citaba la definición que da Kautsky del imperialismo: “El imperialismo es un producto del capitalismo industrial en un alto grado de su evolución. Se caracteriza por la tendencia de cada nación industrial capitalista a anexionarse o a someter regiones agrarias cada vez mayores (la cursiva es de Kautsky), sin tener en cuenta las naciones que las pueblan”. Hacía ver también que esta definición es absolutamente falsa, que es “adecuada” para encubrir las más hondas contradicciones del imperialismo, y luego para conseguir la conciliación con el oportunismo. Presentaba mi definición del imperialismo: “El imperialismo es el capitalismo en la fase de desarrollo en la cual ha tomado cuerpo la dominación de los monopolios y del capital financiero, ha adquirido una importancia de primer orden la exportación de capital, ha empezado el reparto del mundo por los trusts internacionales y ha terminado el reparto de todos los territorios del globo entre los países capitalistas más importantes”. Demostraba que la crítica que Kautsky hace del imperialismo es incluso inferior a la crítica burguesa, filistea.

Finalmente, en agosto y septiembre de 1917, es decir, antes de la revolución proletaria de Rusia (25 de octubre – 7 de noviembre de 1917), escribí El Estado y la revolución. La doctrina marxista del Estado y las tareas del proletariado en la revolución, folleto aparecido en Petrogrado a principios de 1918. En el capítulo VI, de esta obra, que lleva por título El envilecimiento del marxismo por los oportunistas, presto una atención especial a Kautsky, demostrando que ha desnaturalizado por completo la doctrina de Marx, suplantándola por el oportunismo, “que ha renunciado a la revolución de hecho, acatándola de palabra”.

En el fondo, el error teórico fundamental de Kautsky en su folleto sobre la dictadura del proletariado, consiste precisamente en que desvirtúa de un modo oportunista la doctrina de Marx sobre el Estado, en las formas que he expuesto detalladamente en mi folleto El Estado y la revolución.

Estas observaciones preliminares eran necesarias porque prueban que he acusado públicamente a Kautsky de ser un renegado mucho antes de que los bolcheviques tomaran el Poder y de que eso les valiera la condenación de Kautsky.

Un nuevo libro de Vandervelde sobre el Estado. Anexo II a La revolución proletaria y el renegado Kautsky. Lenin

Sólo después de haber leído el libro de Kautsky ha llegado a mis manos el de Vandervelde: El socialismo contra el Estado (París, 1918). Aun sin quererlo, se impone la comparación de uno y otro. Kautsky es el jefe ideológico de la II Internacional (1889-1914). Vandervelde es su representante oficial en su calidad de presidente del Buró Socialista Internacional. Ambos simbolizan la plena bancarrota de la II Internacional, ambos encubren con palabrejas marxistas, “hábilmente”, con toda la destreza de duchos periodistas, esa bancarrota, su propio fracaso y su paso al lado de la burguesía. Uno nos muestra con particular evidencia lo típico del oportunismo alemán que, pesado y teorizante, falsifica burdamente el marxismo amputando en él todo cuanto la burguesía no puede aceptar. El segundo es una figura típica de la variedad latina — hasta cierto punto podría decirse de la Europa occidental (es decir, de la Europa situada al oeste de Alemania) –, del oportunismo dominante, variedad más flexible, menos pesada, que falsifica el marxismo de un modo más sutil, sirviéndose del mismo procedimiento fundamental.

Ambos tergiversan de raíz tanto la doctrina de Marx sobre el Estado como la doctrina del mismo sobre la dictadura del proletariado, dedicándose Vandervelde más bien al primer problema y Kautsky al segundo. Ambos velan el nexo estrechísimo e indisoluble que enlaza ambos problemas. Ambos son de palabra revolucionarios y marxistas, y en la práctica renegados que hacen todo lo posible por zafarse de la revolución. Ni uno ni otro tienen ni sombra de lo que impregna todas las obras de Marx y Engels, de lo que distingue al socialismo verdadero de su caricatura burguesa: el aclarar las tareas de la revolución diferenciándolas de las tareas de la reforma, la táctica revolucionaria diferenciándola de la táctica reformista, el papel del proletariado en la destrucción del sistema, orden de cosas o régimen de la esclavitud asalariada, diferenciándolo del papel del proletariado de las “grandes” potencias, que disfruta con la burguesía una pequeña parte de sus superganancias y de su cuantioso botín imperialista.

Veamos unos cuantos de los argumentos más esenciales de Vandervelde para confirmar esta afirmación.

Vandervelde cita a Marx y a Engels con extraordinario celo, como Kautsky. Y como Kautsky, cita de Marx y de Engels todo lo que se quiera menos lo que la burguesía no puede aceptar de ningún modo, lo que distingue al revolucionario del reformista. Todo lo que se quiera de la conquista del Poder político por el proletariado, porque eso lo ha circunscrito ya la práctica dentro de un marco exclusivamente parlamentario. Pero ni una palabra de que Marx y Engels, después de la experiencia de la Comuna, creyeron necesario completar el Manifiesto Comunista, parcialmente anticuado, explicando una verdad: ¡la clase obrera no puede adueñarse sencillamente de la máquina estatal existente, tiene que destruirla! Vandervelde, lo mismo que Kautsky, como si se hubieran puesto de acuerdo, guarda completo silencio acerca de lo más esencial de la experiencia de la revolución proletaria, lo que distingue la revolución del proletariado de las reformas de la burguesía.

Lo mismo que Kautsky, Vandervelde habla de la dictadura del proletariado para zafarse de ella. Kautsky lo realiza valiéndose de burdas falsificaciones. Vandervelde hace lo mismo con más sutilidad. En el apartado correspondiente, el 4, La conquista del Poder político por el proletariado, dedica el punto “b ” al problema de la “dictadura colectiva del proletariado”, “cita” a Marx y a Engels (repito, omitiendo precisamente lo más importante, lo que se refiere a la destrucción de la vieja máquina estatal democrático-burguesa) y concluye:

. . .”En los medios socialistas se suele imaginar la revolución social como una nueva Comuna, esta vez triunfante no en un punto, sino en los principales centros del mundo capitalista.

Hipótesis, pero hipótesis que no tiene nada de improbable en estos tiempos en que se ve ya que la postguerra conocerá en muchos países antagonismos de clase y convulsiones sociales jamás vistos.

Sólo que, si el fracaso de la Comuna de Paris, por no hablar de las dificultades de la revolución rusa, demuestra algo, es que no se puede poner fin al régimen capitalista mientras el proletariado no se prepare suficientemente para ejercer el Poder que las circunstancias hayan podido poner en sus manos” (pág. 73).

¡Y ni una palabra más sobre el fondo del asunto!

¡Así son los jefes y representantes de la II Internacional! En 1912 suscriben el Manifiesto de Basilea, en el que hablan francamente de la relación que guardan la guerra que estalló en 1914 y la revolución proletaria y amenazan abiertamente con ésta. Pero cuando la guerra llegó y se ha creado una situación revolucionaria, esos Kautsky y Vandervelde empiezan a zafarse de la revolución. Fijaos: ¡la revolución del tipo de la Comuna no es más que una hipótesis que no tiene nada de improbable! Esto guarda una analogía completa con el razonamiento de Kautsky sobre el posible papel de los Soviets en Europa.

Pero así razona cualquier liberal culto, que indudablemente coincidirá ahora con que una nueva Comuna “no tiene nada de improbable”, que los Soviets tienen reservado un gran papel, etc. El revolucionario proletario se distingue del liberal en que, como teórico, analiza el nuevo valor estatal de la Comuna y de los Soviets. Vandervelde calla todo lo que sobre este tema exponen detalladamente Marx y Engels al analizar la experiencia de la Comuna.

Como práctico, como político, un marxista debería aclarar que sólo traidores al socialismo podrían actualmente evadir la tarea de explicar la necesidad de la revolución proletaria (del tipo de la Comuna, del tipo de los Soviets o, supongamos, de cualquier tercer tipo), de explicar la necesidad de prepararse para ella, difundir entre las masas la revolución, refutar los prejuicios pequeñoburgueses contra ella, etc.

Nada parecido hacen ni Kautsky ni Vandervelde, puesto que son traidores al socialismo, que quieren conservar entre los obreros su reputación de socialistas y marxistas.

Veamos cómo se plantea teóricamente el problema.

Incluso en la república democrática, el Estado no es más que una máquina para la opresión de una clase por otra. Kautsky sabe esta verdad, la reconoce, la comparte, pero. . . elude el problema más esencial: a qué clase, por qué y con qué medios tiene que someter el proletariado cuando conquiste el Estado proletario.

Vandervelde sabe, reconoce, comparte y cita esta tesis fundamental del marxismo (pág. 72 de su libro), pero. . . ¡¡pero no dice ni una palabra acerca de un tema tan “desagradable” (para los señores capitalistas) como es el aplastamiento de la resistencia de los explotadores!!

Vandervelde, lo mismo que Kautsky, evita totalmente este tema “desagradable”.
Por ello son renegados.

Lo mismo que Kautsky, Vandervelde es gran maestro en el arte de sustituir la dialéctica por el eclecticismo. De una parte, no se puede menos de confesar, de otra, hay que reconocer. De una parte, puede entenderse por Estado el “conjunto de una nación” (véase el diccionario de Littré, obra sabia, ni que decir tiene, pág. 87 de Vandervelde); de otra parte, puede entenderse por Estado el “gobierno” (ibídem). Esta docta vulgaridad la copia Vandervelde, aprobándola, junto a citas de Marx.

El sentido marxista de la palabra “Estado” se diferencia del corriente — escribe Vandervelde –, por ello son posibles los “malentendidos”. “El Estado, en Marx y Engels, no es Estado en sentido amplio, no es el Estado como órgano de administración, representante de los intereses generales de la sociedad (intérets généraux de la société ). Es un Estado-Poder, el Estado órgano de autoridad, el Estado instrumento de la dominación de una clase sobre otra” (págs. 75-76 de Vandervelde).

De la destrucción del Estado hablan Marx y Engels tan sólo en el segundo sentido. . . “Afirmaciones demasiado absolutas correrían el riesgo de ser inexactas. Entre el Estado de los capitalistas, fundado en la dominación exclusiva de una clase, y el Estado proletario, que persigue la supresión de las clases, hay muchos grados transitorios” (pág. 156).

Ahí tenéis la “manera” de Vandervelde, que apenas si se distingue de la de Kautsky y que en realidad es idéntica a ella. La dialéctica niega las verdades absolutas, explicando la alternación de contrarios y el significado de las crisis en la historia. El ecléctico no quiere afirmaciones “demasiado absolutas” para pasar de contrabando su deseo pequeñoburgués y filisteo de sustituir la revolución por los “grados transitorios “.

Los Kautsky y los Vandervelde silencian que el grado transitorio entre el Estado órgano de dominación de la clase de los capitalistas, y el Estado órgano de dominación del proletariado, es precisamente la revolución, la cual consiste en derribar a la burguesía y en romper, en destruir su máquina estatal.

Los Kautsky y los Vandervelde ocultan que la dictadura de la burguesía tiene que ser sustituida por la dictadura de una clase, el proletariado, que a los “grados transitorios” de la revolución seguirán los “grados transitorios” de la extinción paulatina del Estado proletario.

Allí radica su apostasía política.

En esto reside, teórica, filosóficamente, la sustitución de la dialéctica por el eclecticismo y la sofistería. La dialéctica es concreta y revolucionaria, distingue el “tránsito” de la dictadura de una clase a la de otra clase del “tránsito” del Estado proletario democrático al no-Estado.

Vandervelde, como ecléctico y sofista, tiene más arte y más sutileza que Kautsky, porque con la frase “transición del Estado en sentido estricto al Estado en sentido amplio” pueden eludirse absolutamente todos los problemas de la revolución, toda diferencia entre revolución y reforma, incluso la diferencia entre un marxista y un liberal. En efecto, ¿a qué burgués culto de Europa se le ocurrirá negar “en general” los “grados transitorios” en este sentido “general”?

“Coincidimos con Guesde — escribe Vandervelde — en que es imposible socializar los medios de producción y de cambio sin que se hayan cumplido previamente las dos condiciones siguientes:

La transformación del Estado actual, órgano de dominación de una clase sobre otra, en lo que Menger llama Estado popular del trabajo, mediante la conquista del Poder político por el proletariado.

La separación del Estado órgano de autoridad, del Estado órgano de administración, o, empleando la expresión de Saint-Simon, la dirección de los hombres de la administración de las cosas” (89).

Esto lo escribe Vandervelde en cursiva, subrayando especialmente la importancia de tales principios. ¡Pero esto no es sino el más puro embrollo ecléctico, una ruptura completa con el marxismo! Porque el “Estado popular del trabajo” no es más que una paráfrasis del viejo “Estado popular libre” de que hacían gala los socialdemócratas alemanes en la década del 70 y que Engels condenaba como un absurdo. La expresión “Estado popular del trabajo” es una frase digna de un demócrata pequeñoburgués (por el estilo de nuestros eseristas de izquierda), una frase que sustituye los conceptos de clase por conceptos al margen de las clases. Vandervelde coloca la conquista del Poder estatal por el proletariado (por una clase ) al lado del Estado “popular”, sin ver la confusión que de ello resulta. A Kautsky, con su “democracia pura”, le sale la misma confusión, el mismo desconocimiento antirrevolucionario y pequeñoburgués de las tareas de la revolución de clase, de la dictadura de clase, proletaria, del Estado de clase (proletario).

Prosigamos. El gobierno de los hombres desaparecerá y cederá su puesto a la administración de las cosas tan sólo cuando se haya extinguido todo Estado. Con este porvenir relativamente lejano, Vandervelde vela, deja en la sombra la tarea inmediata: el derrocamiento de la burguesía.

Este proceder es también servilismo ante la burguesía liberal. El liberal no tiene inconveniente en hablar de lo que sucederá cuando no haya que gobernar a los hombres. ¿Por qué no dedicarse a tan inofensivos sueños? Pero no digamos nada de que el proletariado tiene que aplastar la resistencia de la burguesía, que se opone a su expropiación. Así lo exige el interés de clase de la burguesía.

El socialismo contra el Estado. Esto es una reverencia de Vandervelde al proletariado. No es difícil inclinarse en un saludo, todo político “demócrata” sabe inclinarse ante sus electores. Pero tras la “reverencia” viene el contenido antirrevolucionario y antiproletario.

Vandervelde parafrasea detalladamente a Ostrogorski acerca del sinfín de engaños, violencias, sobornos, mentiras, hipocresías y opresión de los pobres que encubre la fachada civilizada, pulida y alisada de la democracia burguesa contemporánea. Pero de ello no saca consecuencia alguna, no advierte que la democracia burguesa aplasta a las masas trabajadoras y explotadas, mientras que la democracia proletaria tendrá que aplastar a la burguesía. Kautsky y Vandervelde son ciegos ante ello. El interés de clase de la burguesía, tras la que se arrastran estos pequeñoburgueses traidores al marxismo, exige que se evite este problema, que se calle o se niegue francamente la necesidad de tal represión. xtinción del Estado”). ¡El eclecticismo y la sofistería de los Kautsky y Vandervelde, para complacer a la burguesía, borran todo lo concreto y exacto de la lucha de clases, sustituyéndolo por el concepto general de “tránsito”, en el que puede esconderse (y en el que las nueve décimas partes de los socialdemócratas oficiales de nuestra época esconden ) la renuncia a la revolución!

Eclecticismo pequeñoburgués contra marxismo, sofistería contra dialéctica, reformismo filisteo contra revolución proletaria. Así debería titularse el libro de Vandervelde.

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