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Un crudo y abrumador testimonio de la política de limpieza étnica llevada a cabo por el Estado sionista

Sobre el libro "Israel- Palestina: como acabar con el conflicto", de Tanya Reinhart

El valor de este libro consiste en sus denuncias respecto a la función genocida del Estado de Israel. No así la salida al conflicto que la autora presentaba allá por el año 2003, en que se publicó. Tanya Reinhart, quien falleció en 2007, pocos años después de la publicación de esta obra fue profesora de lingüística en las universidades de Tel-Aviv y Utrecht. En 1994 comenzó a escribir sobre cuestiones políticas en uno de los medios de prensa israelí más leídos, Yediot Aronot, , luego de los Acuerdos de Oslo, que tuvieron lugar en 1993. Sobre este libro dijo Noam Chomsky: “El análisis objetivo y espeluznante de Tanya Reinhart no podía ser más oportuno. Debería leerse y considerarse con mucho cuidado y seriedad”. Ya han pasado veinte años desde su primera publicación; y sin embargo las denuncias de la autora tienen una enorme actualidad, especialmente a la luz del despiadado genocidio por parte del Estado, el ejército y los colonos israelíes que están teniendo lugar en Gaza, y también en la Cisjordania. Esto, debido a que desnuda todas y cada una de las trampas pergeñadas por los sucesivos gobiernos israelíes (tanto del Likud de derecha como del Partido Laborista, encabezado por Barak) en el transcurso de los diversos acuerdos firmados a partir de Oslo, cuya finalidad fue siempre liquidar al pueblo Palestino, siendo Oslo y los pactos posteriores la continuidad de la expulsión de masas de palestinos de su tierra a partir de la creación del Estado de Israel en 1948. También repasa brevemente las anexiones a partir de 1967. La autora señala en la introducción de su obra: “El Estado de Israel se construyó, por tanto, mediante la limpieza étnica de la población palestina”. Pero luego sostiene que: “Si Israel se hubiese contentado con lo obtenido en 1948, yo podría haberlo aceptado.” Y concluye: “ Como israelí he crecido en la creencia de que el pecado original sobre el que se ha construido nuestro país sería perdonado algún día, pues las generaciones de los fundadores se dejó guiar por la fe en que éste era el único modo posible de salvar al pueblo judío del peligro del nuevo holocausto”. Así, Tanya Reinhart, expone su vieja ilusión sobre la posibilidad de que Israel podría coexistir con los palestinos sobre la base de la interrupción de su política de limpieza étnica y genocidio, que, por el contenido de sus denuncias, esta ilusión se muestra inviable a lo largo del libro.

Al referirse a Oslo, acuerdo firmado por iniciativa de la Casa Blanca, Reinhart opina que “Desde la perspectiva palestina, aceptar la existencia de dos Estados ha supuesto una enorme concesión, que pasa por la renuncia a casi el ochenta por ciento del territorio histórico de Palestina (Cisjordania y la Franja de Gaza no representa más que el 22% de la Palestina histórica) , y solo de esa porción territorial se habla hoy como emplazamiento del futuro estado palestino”.

La autora va a revelar la conducta capituladora del Consejo Nacional Palestino frente al Estado sionista: “En noviembre de 1988, cuando la primera intifada palestina se encontraba en su punto álgido, se celebró en Argelia la decimonovena sesión del Consejo Nacional Palestino(CNP)- la cumbre de todas las organizaciones palestinas- bajo el título de ‘Reunión de la Intifada’. Una abrumadora mayoría de 253 votos frente a 46 aprobó distintas resoluciones inequívocas que aceptaban la división de Palestina histórica y la coexistencia de Israel y Palestina de acuerdo a las fronteras anteriores a la guerra de 1967” , “ y denunciaban el terrorismo en todas sus formas”. 

Desde luego que los representantes israelíes tomaron esa capitulación como una señal de que podían aprovecharse de ella y se envalentonaron. “durante las negociaciones de Oslo, Israel insistió en que no desmantelaría ninguno de los asentamientos de Gaza, al menos en el interín de cinco años”. Esa fue la posición sostenida por Yitzak Rabin, quien representaba a Israel. Cumplidos más que esos cinco años, la realidad es que se han instalado en Gaza y también en Cisjordania innumerable cantidad de colonias, con el apoyo del ejército sionista con continuas provocaciones y atropellos.

Tanya Reinhart nos narra que apenas a un mes de la reunión de la Casa Blanca (en que se firmaron los acuerdos de Oslo), el envalentonamiento israelí se potenció: “En el curso de las negociaciones de Taba (Egipto), solo un mes después de la ceremonia de la Casa Blanca, Israel presentó sus nuevos mapas de Gaza, en los que crecía sustancialmente el número de asentamientos bajo control israelí” . “La delegación palestina abandonó la reunión en señal de protesta y la crisis se reveló bastante grave”. “Pero dos semanas más tarde, durante los Acuerdos de El Cairo, 18 de noviembre de 1993, los palestinos aceptaron plenamente las exigencias israelíes.” 

Y sobre Cisjordania, como resultado del mismo acuerdo señala: “Así dos millones de palestinos de Cisjordania se amontonan en cuatro enclaves aislados, que en su conjunto representan el 50% de este territorio mientras el porcentaje restante padece el bloqueo de líneas defensivas de casi cuarenta mil colonos. Las tierras que rodean los asentamientos fueron confiscadas por Israel durante los años de ocupación y anexionadas posteriormente. Estas zonas incluyen no solo los asentamientos, sino también las montañas circundantes, algunas de las cuales están ocupadas por una solitaria caravana de un colono aislado. Al igual que en Gaza, se confiscaron aquí amplias zonas de tierra para construir una red vial de circunvalación especial para los colonos, dotadas de zonas de seguridad en el perímetro de las carreteras y puestos militares para su protección.” Y algo más: “Otras porciones del supuesto ´Estado Palestino´ son áreas ampliamente militarizadas y “zonas de combate”, particularmente las situadas en el valle del Jordán”. Israel ha dejado bien claro que estos territorios continuarán siendo zonas militares “por cuestiones de seguridad”. Podemos observar con claridad que los acuerdos de Oslo y posteriores han sido un instrumento del Estado sionista para mayores anexiones, control militar y represión . 

Los acuerdos de Oslo, de acuerdo a la caracterización de Tanya Reinhart, siempre fueron letra muerta. El Estado sionista sostenía e incrementaba su intervención militar y la intrusión de los colonos en territorio formalmente palestino. Así señala que: “La postura predominante desde Oslo es que los palestinos deben mantener todos sus compromisos y concesiones, mientras que Israel no solo está exento de poner en práctica los acuerdos firmados, sino que también puede extender el control sobre los territorios ocupados. Esto implicaba anular por las fuerza de su poderoso ejército los acuerdos de Oslo que decían que Israel debía retirarse de los territorios palestinos en el plazo de cinco años desde la fecha de la firma del acuerdo”. La autora revela declaraciones públicas del General Sharon en 2001 primer ministro en ese momento), quien hablaba abiertamente de expulsar a los palestinos o liquidarlos: “La guerra de la independencia no ha concluido. No, 1948 fue solo un capítulo. Si me preguntan si el Estado de Israel es capaz de defenderse diré que sí con absoluta convicción (…) ¿ Pero vivimos con seguridad? No. Y por lo tanto no cabe decir que hayamos terminado el trabajo, y ahora podamos dormirnos en los laureles.” Esto incluyó una campaña de provocaciones y ataques sistemáticos contra los árabes israelíes: “En septiembre de 2000 se puso en marcha una campaña de instigación perfectamente orquestada contra los palestinos israelíes”. Pero también en territorio palestino la violencia sionista se potenció: “Un niño de 12 años, Muhamad Durra, asesinado por el ejercito israelí dio la vuelta al mundo y contribuyó a armar el sentimiento de rabia y de dolor.” “El gobierno israelí desató una campaña contra los palestinos que culminó con manifestaciones en Tiberíades al grito de MUERAN LOS ÁRABES”. Por eso “El 1º de octubre los palestinos israelíes se declararon en huelga general en solidaridad con los palestinos de los territorios ocupados y en protesta contra la brutalidad de Israel.” 

La finalidad del Estado sionista era la expulsión total del pueblo palestino de sus tierras. Tanya Reinhart da cuenta de los pasos dedos en ese sentido por parte del entonces primer ministro Ariel Sharon, que incluía a su vez el derrocamiento de Arafat, quien ya había prestado a Israel un inapreciable servicio al aceptar todas las condiciones impuestas por Israel, a partir de Oslo. También, de acuerdo a la misma autora (quien lo relata en esta obra) la policía de la Autoridad Palestina bajo el mando de Arafat sustituía al ejército sionista en la represión a los activistas palestinos, incluso asesinando a alguno de ellos. Ya no les servía y era necesario pasar a la ocupación lisa y llana de los territorios pertenecientes formalmente a Palestina en los que también, como cartón pintado, figuraba que gobernaba la misma. Tanya Reinhart lo relata así: “Los medios de comunicación israelíes develaron que las actividades diarias del ejército en los territorios ocupados formaban parte de un plan más amplio destinado a conquistarar esas zonas. El 9 de marzo de 2001, diversos periódicos se hicieron eco de los planes militares definitivos autorizados por Sharon. Entre esos objetivos se incluía la “conquista” total de los territorios y el restablecimiento del gobierno militar israelí.” “El nuevo plan israelí suponía una vuelta al concepto de administración militar de los años anteriores a Oslo: los territorios ocupados se dividirán en “diez células territoriales” aisladas, a cada una de las cuales se asignará una fuerza militar especial” y el mando local tendrá libertad para decidir a su arbitrio “cuando y a quién matar”. Era necesario montar una provocación que legitimara la acción israelí planeada. En ese sentido la autora del libro cita lo siguiente: “El Jane´s Foreign Report del 12 de julio de 2001 sacaba a la luz que, bajo el gobierno del general Sharon , el gobierno israelí ha actualizado su plan de “asalto total para aplastar a la Autoridad Palestina, desterrar a Yasir Arafat y matar o detener a su ejército.”

El plan preveía el lanzamiento de una ofensiva tras un gran bombardeo en Israel, y justificaba la acción como legitima defensa contra el terrorismo y el derramamiento de sangre. Como parte de este plan “El 23 de noviembre de 2001, Israel asesinó al líder militar de Hamas, Mahmud Abu Hanoud”. Reinhart dice que este asesinato tuvo lugar justo cuando Hamas respetaba por segundo mes consecutivo el acuerdo alcanzado con Arafat de no cometer atentados en Israel- y que se diseñó para provocar la justificación del “derramamiento de sangre” y poder contratacar de este modo en la víspera de la visita de Sharon al presidente George Bush en Estados Unidos. Alex Fishman (con vínculos estrechos con el ejército) periodista del Yediot Aharonot (uno de los diarios israelíes más leídos) opinaba: “Quien haya dado luz verde a este acto de liquidación sabía perfectamente que con ello hacía estallar de un golpe el pacto entre caballeros alcanzado por Hamas y la Autoridad Palestina; según este acuerdo, Hamas debía evitar en el futuro inmediato, (acciones armadas) en el interior de la Línea Verde (la frontera israelí anterior la guerra de 1967)” “ Ciertamente, la sangrienta venganza de Hamas se produjo una semana más tarde, justo cuando Sharon se encontraba en Estados Unidos” En ese momento Arafat estaba a punto de convertir la resistencia armada en desobediencia civil. Los planes de Sharon dieron sus resultados. Lo ocurrido llevaba a Tanya Reinhart a la siguiente conclusión: “Quien haya presenciado el horror y el dolor infligido a los civiles israelíes por el terrorismo palestino tendrá dificultades para digerir la situación”. Y añade: “No es solo que la vida de los palestinos no valga nada en Israel, sino que, además, la secta militar no tiene reparo alguno en sacrificar a su propio pueblo”. Tal como afirmó el analista Ran Hacohen, “A ojos de la Junta Militar(israelí) hay (dos) tipos de seres humanos. Primero, los palestinos, cuya vida es una molestia de la que hay que librarse. Segundo, los israelíes, cuya vida es una baza del juego nacional que puede liquidarse en caso necesario. La ocupación puede beneficiarse del sacrificio de civiles en atentados terroristas, al utilizar la muerte como pretexto para desencadenar una guerra”.

Siendo tan concluyente en su análisis, en lo referido al rol que le cupo (y le cabe) al Estado israelí, Tanya Reinhart, sin embargo se refiere a las acciones defensivas de los activistas palestinos como terroristas, en un sentido peyorativo. Podría caracterizarse, que siendo enormemente valiosa su denuncia, la autora del libro que aquí analizamos seguía atada a la idea de una solución pacífica, aun cuando los atropellos y provocaciones del Estado sionista y terrorista israelí, dieran irremediablemente lugar a acciones de esa naturaleza por parte de un pueblo oprimido contra una nación opresora. Podríamos añadir que el cuadro en el que escribía, de fuerte animosidad anti- palestina en la sociedad israelí significaba para ella una ostensible presión que influyó al escribir el libro. Tanto es así, que al referirse a la “Operación Escudo defensivo” ocurrida entre marzo y abril de 2002, que formaba parte del plan de limpieza étnica del Estado sionista y que ocupa el capítulo 8º del libro Tanya Reinhart señala: “El 29 de marzo de 2002, tras un sangriento atentado terrorista en la víspera de la Pascua judía, y luego de una larga espera y una detallada planificación, Israel lanzó una ofensiva sobre las ciudades y campos de refugiados de Gaza que destruyó por completo todas las instituciones de la Autoridad Palestina y redujo a Cisjordania a un montón de ruinas.” La cruda descripción de los asesinatos sionistas por parte de la autora, tienen el mérito de desnudar la naturaleza criminal del Estado de Israel, cuya existencia sería inviable sin la limpieza étnica. En ese sentido se vale de la información de The Independent Palestinian Information Network, escrito por Mouin Rabbani del Centro de Investigación Palestino -Estadounidense de Ramallah: “Según confirmaron soldados israelíes en distintos reportajes, los no combatientes palestinos fueron obligados a actuar como escudos humanos, a llamar a las puertas de las casas, a abrir paquetes sospechosos e incluso a participar en operaciones de combate. Los residentes de las ciudades y los pueblos ocupados quedaron sometidos a un estricto toque de queda permanente mientras durase la operación militar, sin excepciones en casos de urgente necesidad.” “…En Nablus y Yenin, el toque de queda estuvo vigente casi durante el tiempo total de la ocupación y se sometió a la población a severos cortes de luz y agua. Las tropas israelíes impidieron la actuación de los servicios médicos y de ayuda tanto palestinos como internacionales, mediante amenazas y el uso de la fuerza, lo que se tradujo en un número indeterminado de muertos a causa de complicaciones en las heridas o enfermedades fácilmente tratables en condiciones normales. Los soldados asaltaron clínicas y hospitales, sacaron a los enfermos de sus casas para llevárselos detenidos y destrozaron las instalaciones.”

Y continúa con la descripción de la masacre de Yenin: “Poco a poco el testimonio de los soldados de la reserva comenzó a filtrarse en las páginas de los diarios israelíes: Tras los primeros momentos del combate, cuando un oficial de mando resultó muerto (….), las instrucciones fueron claras: ‘disparad a todas las ventanas, pulverizad todas las casas, tanto si disparan desde ellas como si no’”. “A la pregunta de si vio civiles heridos, este reservista respondió: ‘Yo no los vi, porque estaban dentro de las casas’. La mayoría de los que salieron los últimos días eran ancianos, mujeres y niños que se habían ocultado allí bajo nuestro fuego. No tuvieron la menor oportunidad de abandonar el campamento, y estamos hablando de muchas personas” y Reinhart describe la acción de la artillería israelí para consumar la masacre: “Lo que en verdad ocurrió en Yenin fue que las tropas israelíes simplemente pasaron por alto el hecho de que había un número indeterminado de civiles en las zonas que atacaban día y noche, con misiles lanzados desde los helicópteros Cobra o que demolían con las excavadoras, a fin de despejar el camino para los tanques invasores. Nadie ejecutó a estas gentes individualmente; fueron aplastadas y enterradas bajo los escombros de sus hogares bombardeados o arrasados por las excavadoras. Otros murieron heridos en las calles o gritaron durante días bajo las ruinas hasta que sus voces se extinguieron”. Luego, la presión sionista desbarató la acción de una comisión investigadora de la ONU que pusiera claridad sobre la masacre con el apoyo norteamericano en el Consejo de Seguridad. “(Israel) reconoció la ayuda prestada por la Administración Bush para desbaratar los planes de investigación de la ONU sobre el ataque en el campo de refugiados Yenin (…) Podríamos habernos visto envueltos en una situación muy complicada”, afirmó Ariel Sharon en un discurso pronunciado ante la Liga Antidifamación , una organización judía (…). Sharon dijo que el presidente Bush, Colin Powell y otros funcionarios estadounidenses presionaron para que la comisión fuera disuelta. El libro realiza muchas más denuncias de la limpieza étnica del Estado sionista contra el pueblo palestino, pero las que hemos seleccionado son más que elocuentes, y revelan que los acontecimientos presentes en Gaza, no tienen diferencia con aquellos, en materia de genocidio, desprecio por la vida de los palestinos, pero también de los israelíes por parte del Estado de Israel bajo cualquiera de sus gobiernos, sin importar su signo político.

El apartheid, peor que en la Sudáfrica racista

Cabe mencionar dos cuestiones más. La primera de ellas referida al apartheid. En ese sentido la autora señala la mayor dureza de la que lleva a cabo el Estado de Israel contra los palestinos que la que practicaba el régimen racista sudafricano. “En 1959 se aprobó en Sudáfrica la Ley de autogobierno de los pueblos bantúes, con la que se institucionalizó la separación (apartheid) entre blancos y negros. Las “reservas” asignadas a negros se proclamaron entidades autónomas, conocidas como bantustanes.” El poder de estas entidades se depositó en manos de esbirros locales, y en algunos bantustanes incluso llegaron a celebrarse elecciones y a constituirse parlamento o instituciones casi gubernamentales. Sin embargo funciones esenciales como las relaciones exteriores, la seguridad, los recursos naturales, quedaron celosamente en manos del régimen blanco. En un principio las “reservas” carecían de recursos de empleo propios. Los bantustanes eran políticamente formalmente independientes de Sudáfrica, desde donde se controlaba la entrada de la población negra en territorio blanco. Se requería un permiso especial para pasar de un lado a otro. Los que lograban obtener unos visados de salida y permisos de trabajo se ganaban la vida como empleados de los blancos en vergonzosas condiciones de explotación. Los trabajadores regresaban a sus hogares a la caída del sol, o acampaban en barracones situados en la periferia de las ciudades blancas. Los bantustanes gozaban de cierta soberanía simbólica: una bandera, sellos de correos y una policía fuerte (que reprimía las protestas negras, agregamos nosotros, como en Soweto). Pero lo cierto es que “se los convertía en extranjeros en Sudáfrica y se les privaba de sus derechos sociales y electorales”. Según describe Haaretz (citado por Reinhart) después de los acuerdos de Gaza y Jericó: “El acuerdo deja sustanciales partes de Gaza en manos de Israel. Estas zonas reciben el nombre de territorios amarillos en los mapas que acompañan el acuerdo. Según Mansour a Shawa, candidato a la presidencia del Consejo de Gaza, los palestinos solo tendrán autonomía sobre el 50% de las tierras de Gaza. Los territorios amarillos abarcan la mayor parte de la tierra aun disponible para la construcción y la agricultura en esta híper poblada región. El anexo de seguridad del acuerdo prohíbe a los palestinos construir en dichas zonas, y deja la planificación y la construcción bajo control de Israel. Gush Katif ha quedado definitivamente excluida de la Franja de Gaza, y las IDF (ejército israelí) han comenzado a construir una alambrada eléctrica con un costo de 35 millones de NIS (new Israelí Shekels: la moneda israelí) para cerrar la zona de Gush Katif. Además del control territorial, Israel ha conservado el control sobre el agua. El acuerdo preserva al detalle la situación actual. Con el fin de resolver el problema que representa la escasez de agua en Gaza, los palestinos tendrán autorización para comprar agua a Israel (Anexo 2). De ahí que el punto de partida para Gaza sea peor que un bantustán: ni agua ni tierra.” “A lo largo de los años de ocupacion , Israel no ha desarrollado ni permitido el desarrollo de una infraestructura independiente en Gaza y Cisjordania.”

De todos modos, si bien las denuncias de Reinhart son válidas y muchos han comparado a las zonas palestinas aisladas unas de otras como réplicas de los “Bantustanes” sudafricanos, el objetivo del Estado sionista nos es implantar el “apartheid” como lo hizo en su momento la Sudáfrica blanca. El Estado sionista busca la limpieza étnica, la desaparición de la población originaria palestina expulsándolos fuera de su territorio nativo. Esta política del Estado sionista comenzó desde el momento de la fundación del Estado en 1947-8 y se fue acentuando a lo largo de los años. Tanto la implantación de los colonos en Cisjordania como la anexión de Jerusalén este son hitos en la política de expulsión de los palestinos de sus territorios ancestrales. La masacre actual en Gaza apunta a desplazar a la población palestina hacia otros países. 

La salida según Tanya Reinhart

Tanya Reinhart, curiosamente, a pesar de desenvolver una descripción del genocidio, la limpieza étnica y las provocaciones del Estado, el ejército y de los colonos israelíes contra el pueblo palestino en Gaza y Cisjordania, y de reconocer la usurpación de los territorios a los palestinos desde 1948, plantea en su libro una solución limitada (que no es realmente una solución) consistente en la retirada de los colonos de esos territorios, del mismo modo que los del ejercito israelí, pero de ninguna manera del resto del territorio históricamente habitado por el pueblo palestino, hoy ocupado por Israel desde 1948. Añade además que, a diferencia de la actual situación, en la que carecen de infraestructura propia (luz, agua, industrias, etc) deben tenerla, y que esto debe ser resuelto en forma pacífica.

Hay una afirmación que pinta de cuerpo entero la conclusión política a la que arriba la autora: “Como ya ocurriera en El Líbano , el precio de la ocupación se revela insostenible para el ejército y la sociedad israelí que debe soportar además los atroces e imperdonables atentados de palestinos desesperados”. Es imprescindible que nos detengamos en esta sentencia, ya que si reconoce el genocidio y la limpieza étnica por parte del Estado sionista, la calificación de los atentados palestinos no puede ser ni “imperdonable” ni “ atroz”, en la medida que asistimos a actos provenientes de un pueblo oprimido y desesperado (tal como la autora reconoce) que no encuentra salida, ni la encontrará en negociaciones pacificas en cuyo transcurso, antes y después están plagadas de violaciones de los derechos humanos de los palestinos: persecuciones, pogroms, falta de agua, desocupación, bombardeos sistemáticos. El planteo de salida sostenido por Reinhart pretende imitar al seguido por Nelson Mandela en Sudáfrica; para ello cita a un activista pacifista palestino, Edward Said quien afirmaba: “La lucha palestina, dice Said (cita la autora) debe responder a la aceptación de que los judíos están aquí para quedarse: La batalla ha de orientarse hacia una modalidad de asentamientos que permita la coexistencia sobre la base de la dignidad humana y despierte la imaginación del mundo” Parte de una cita de Mandela: “La lucha de los negros en Sudáfrica logró despertar la imaginación y los sueños del mundo entero porque ofrecía al conjunto de la sociedad- incluso aparentemente a los blancos que se beneficiaban con el apartheid, la única solución que permite preservar los valores humanos esenciales”.

Sin embargo, en Sudáfrica, el acuerdo con la burguesía negra, representada por Mandela y respaldada por el imperialismo, como así también a la clase capitalista sudafricana, estuvo relacionada con un cambio de frente cuya función fue preservar los intereses del gran capital y del imperialismo, en condiciones de una creciente insurgencia del pueblo negro sudafricano; el imperialismo y el gran capital sudafricano comprendieron la necesidad de terminar con el apartheid en forma pacífica sin modificar un ápice las condiciones de explotación y de existencia de la clase obrera negra, lo cual puede verificarse en forma concreta algunas décadas después, donde la gran burguesía blanca y el imperialismo coexisten con la nueva burguesía negra en la superexplotación del sumergido proletariado negro sudafricano. Pero ¿puede compararse la situación sudafricana con la de los palestinos de 2002, 2003, e incluso la actual? De ninguna manera, en primer lugar porque ni entonces ni ahora hay alguna fracción imperialista favorable a una salida que no sea la del genocidio y la expulsión del pueblo palestino. Es imposible un debate con la autora debido a que ha fallecido en 2007; sin embargo la “izquierda sionista”, como por ejemplo Nueva Sion que en marzo de 2023 denunciaba pogroms de palestinos por parte de colonos sionistas con la anuencia pasiva del ejercito israelí, hoy defienden la acción de ese ejército después de los hechos del 7 de octubre. Esto decía el periódico mencionado: “De manera constante y sistemática, los colonos atacan física y verbalmente a los palestinos de los territorios ocupados por Israel desde 1967. También agreden a activistas judíos de derechos humanos y de organizaciones de izquierda. Sin embargo los disturbios de Hawara alcanzaron niveles de violencia extrema: un muerto, decenas de heridos, varias casas incendiadas- algunas con familias adentro y más de cien coches vandalizados…” y algo que confirma las denuncias de Tanya Reinhart: “Desde junio de 1967, pero especialmente desde 1974, con el surgimiento de Gush Emunim (El Bloque de los Fieles), gobiernos tanto de izquierda como de derecha han tolerado y normalizado los asentamientos, junto con la hostilidad de los colonos de la derecha nacionalista religiosa”. Y concluye: “Muchos judíos se cuestionarán ahora el apoyo incondicional al Estado de Israel”. Los acontecimientos del 7 de octubre son la consecuencia inevitable de un pueblo oprimido que se levantó contra los asesinatos, la segregación y los abusos sufridos. 

Leer Israel- Palestina: Cómo acabar con el conflicto es recomendable debido a que desnuda la naturaleza supremacista y genocida del Estado de Israel, cuya función y existencia está atada a la limpieza étnica, es inseparable de ella. No así, en lo que respecta a lo que es objeto de su título, esto es: cómo acabar con el conflicto. Y menos aun sobre la base de una solución pacifista, habida cuenta de la acción violenta y homicida contra el pueblo palestino diaria y sistemática. Es necesaria e inevitable la acción armada por parte del pueblo palestino en defensa de su propia existencia. La paz no será el fruto de un acuerdo con los genocidas que pretenden la paz de los cementerios, sino de un triunfo de la insurgencia del pueblo palestino y del conjunto de los oprimidos pueblos árabes contra sus propias burguesías y monarquías opresoras por una Palestina única, libre laica y socialista, por el derecho irrestricto al retorno.


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