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“La izquierda y el gobierno de FHC”


Hay mucho más que fascinación personal en el revoloteo de las súbitas adhesiones en la izquierda conquistadas por el declaradamente ´neoliberal' Fernando Henrique Cardoso, poco después de su victoria electoral. El sociólogo Francisco J. Wefifort, ex (primer) secretario general del PT, justificó su decisión de incorporarse al gabinete de FHC con consideraciones de orden personal (el ‘respeto", la ‘admiración’ y la ‘amistad’ que lo unen a su ex profesor y colega) presentando aquella decisión como de ‘fuero íntimo’ Pero WeíFort había sido miembro de la dirección de la campaña de Lula, lo que no es una cuestión de ‘fuero intimosu largo y elaborado artículo de !Adhesión’ publicado el 4 de octubre por la Folha de Sao Paulo (entregado, por lo tanto, todavía durante el fatídico 3 de octubre, cuando ni siquiera el resultado de las elecciones estaba claro, y había mucho fraude para denunciar) sólo podría, por su tamaño y elaboración haber sido escrito todavía en plena campaña electoral —o sea, cuando Weffort era todavía uno de los 13 autores de las 13 razones para votar por Lula. Nada de esto tiene que ver con la ‘intimidad’ de quién quiera que sea, y vuelve más notable el hecho de que el PT haya aceptado las explicaciones (lo que implica, también, aceptar al ‘explicado’) de Weffort. A la luz de todo esto, se revela como justificada, y hasta moderada, la indignación del Profesor Bernando Kucinski, de la ECA-USP:


“Encuentro que la confusión que se está haciendo es entre lo público y lo privado. Weffort es una personalidad pública y su cambio de campo es un hecho político que se da en la esfera pública. Eso exige explicaciones públicas de carácter político. Por ese motivo, creo que el PT también debe explicaciones sobre las razones presentadas por Weffort para pedir desligarse, y las razones deí PT para concederlo. Lo que Weffort presentó hasta ahora como ‘explicaciones’ y hasta ‘apoyos’, de Lula, de Gilberto Carvalho, no son nada más que gestos de cordialidad de la cultura petista. Y, al contrario de lo que ahora dice, Weffort sí participó de la campaña. Se apartó del comando, para el cual fue nombrado por Lula, pero continuó participando de las reuniones semanales del grupo de coyuntura y del programa de gobierno” (1).


 


Ahora, si las explicaciones 'personales’ de Weffort no ‘pasan’, tampoco ‘paso' hacer del caso Weffort un caso personal. No se trata de una actitud aislada, ni siquiera internacional-mente.


 


Perry Anderson y la “esperanza” FHC


 


Poco después del inicio de la aventura ministerial de Weffort, el bien conocido marxista (o mejor, marxólogo) inglés Perry Anderson, autor de meritorios trabajos mundialmente divulgados, que le confirieron una especie de aura de ‘conciencia crítica’ de la izquierda internacional, publicó un artículo en la London Review of Books, reproducido en Brasil en O Estado de Sao Paulo del 25 de diciembre (tal vez como regalo de Navidad), un artículo desarrollado totalmente sobre la premisa que sigue:


“Por primera vez en su historia, el país (Brasil) eligió un presidente inequívocamente capaz de incluirlo en el mapa mundial. Cuando asuma la presidencia, en enero, Fernando Henrique Cardoso será, sin duda, y desde el punto de vista intelectual, el más sofisticado jefe de Estado contemporáneo”.


 


Realmente, no se sabe lo que FHC gana al ser comparado, intelectual-mente, al borracho Boris Yeltsin, a Bill Clinton, o, para quedar más cerca, al brillante matemático peruano, Alberto Fujimori (que resolvió su ‘ecuación’ parlamentaria a través del sofisticado procedimiento de suprimir el parlamento), o al inefable consumidor de tintura capilar, Carlitos Menem, del cual nunca se sabe si su envolvimiento familiar con el tráfico de drogas respondía a un interés lucrativo o a una necesidad de consumo personal.


 


El artículo de Perry Anderson es, básicamente, un raconto bastante superficial de los avatares políticos brasileños, desde la dictadura militar hasta la elección de FHC. Llega a insinuar una vocación brasileña por tener presidentes sociólogos, nacida con la propia república brasileña, en cuya bandera los militares inscribieron la máxima ‘orden y progreso' del padre de la sociología, Auguste Com-te: este genial descubrimiento sirve para medir la calidad del artículo. Pero Anderson no deja de constatar que, si un viento histórico de raíces tan profundas impulsó la candidatura del'gran intelectual', el signo modernizante que señala (el artículo se titula, nada menos, “FHC es la esperanza de colocar a Brasil en la Historia") está en contradicción con las alianzas políticas de FHC, hechas con ios partidos que proveyeron la base política del gobierno de Collory de la propia dictadura militar, en fin, con los representantes de las más atrasadas oligarquías regionales: “rara vez la derecha brasileña se movilizó a favor de una candidato de un modo tan visible”, llega a afirmar Anderson.


 


Pero constatar una contradicción, sin resolverla, dejando apenas un signo de interrogación sobre el futuro (y aun, esperanzado como lo revela el propio título del artículo) significa que debemos interrogarnos sobre la propia realidad de la contradicción. Weffort, a su vez, fue más esperanzado todavía, aunque no quedó liberado del uso del condicional:


“Estaremos caminando en el sentido de una economía más desarrollada y de una sociedad menos injusta. ¿No es esto lo que se llama, en general, modernidad? Si este es el camino, y sinceramente espero que así sea, estas elecciones de 1994 quedarán en nuestra historia, después de 1930, como el inicio de nuestra segunda revolución democrática” (2).


 


Pocos días después, aceptando el ministerio de cultura, Weffort parece haber despejado sus últimas dudas.


 


Clase y política de FHC


 


Lo que falta en ambos autores, y eso es sorprendente tratándose de un 1sociólogo’ y de un ‘marxista’, es un análisis de la base de clase del gobierno FHC. La naturaleza de esa base está indicada por las alianzas (con los peores representantes del atraso y de la opresión históricas del pueblo brasileño) hechas por FHC para ganar las elecciones y constituir su gobierno. La independencia de FHC en relación a esa base podrá ser grande o pequeña (por lo tanto, casi nula) pero nunca absoluta. Pretender iniciar, con esa base social, nada menos que una ‘revolución democrática’ (!) sería, en boca de un desinformado, una ingenuidad: en la pluma de un sociólogo, es un engaño.


AAnderson no parece ocurrírsele —y no por falta de conocimientos históricos— que la ‘modernidad capitalista’ (‘globalización’, o como se quiera llamar) comandada por los centros imperiales, se realiza, hoy como ayer, a través de la alianza con las clases dominantes de los países atrasados, en especial sus sectores más retrógrados, justamente para perpetuar ese dominio imperial. Se ha recordado muchas veces que el crecimiento económico brasileño es, junto al de la ex- URSS, el mayor del siglo (sin hablar de la ‘modernización industrial’ del período del ‘milagro’, con las mayores tasas de crecimiento del planeta): pues bien, ninguno de esos hechos consiguió eliminar a las oligarquías nordestinas, con sus ACMs (Antonio Carlos Magalhaes), sus Collor y sus Maciel, ni las oligarquías del sur, con sus Roberto Marinho. ¡Al contrario! Teniendo eso en cuenta, no hay contradicción alguna entre ser el ‘bien querido’ de los círculos ‘modernos’ del ‘Primer Mundo’ y amigo de los ‘coroneles’ en casa (como el personaje de El recurso del Método, de Alejo Carpentier). Y poco importa si los ‘coroneles’ de hoy son dueños de redes de TV y se movilizan en jets o coches importados: la miseria social en la cual se apoyan es peor hoy que en la época de los feudos azucareros: 62 millones de pobres e indigentes, según las cifras de IPEA; 30% de los trabajadores (y sus familias) viven con la miseria de hasta un salario mínimo; 42% con hasta dos; 15% de desempleados; masacres de la Policía Militar en favelas y barrios periféricos; del Ejercito en Río… Cuando Perry Anderson afirma que ‘FHC será el mejor presidente que Brasil tuvo”, no se sabe si se trata de un elogio o un insulto.


 


Pero no es sólo análisis sociológico lo que falta a la adhesión o la esperanza ‘de izquierda’ en FHC: le falta también análisis político. En efecto, es contradictorio (para no decir que se trata simplemente de un abuso) afirmar simultáneamente que “El Plan Real eligió a FHC”, y que su gobierno está por empezar o sólo está empezando: si él fue el candidato del Plan, y del gobierno que lo aplicó, esto significa que él ya gobernaba antes de la elección, lo cual, en este caso, es una verdad literal, pues nadie duda quién dirigía el gobierno de Itamar Franco, cuando FHC era mínistro de Hacienda (y quien dirigía Hacienda cuando FHC se convirtió en candidato).


 


Ninguna perspectiva sobre el gobierno FHC puede ser hecha sin incluir lo que FHC .ya hizo, desde que comenzó a gobernar, poco tiempo después de la caída de Collor. Desde este ángulo, el veto al salario mínimo de 100 reales y la amnistía a Lucena no aparecen como un ‘mal comienzo’ (por lo tanto redimible) sino como una 'continuidad lógica La base social es la misma, pero los beneficios de esa base en el ‘período FHC’ dejan chicos al antiguo coronelato, la dictadura militar y hasta al gobierno de Collor. La deuda tributaria de las empresas alcanza a la mitad del monto total de la deuda externa.


 


“Todo sumado da 57 mil millones de reales, una montaña de dinero para que nadie encuentre defectos. Por efecto de comparación: esos recursos si fueran efectivamente re-eaudadados, cubrirían todo el déficit presupuestario potencial previsto por el propio gobierno para 1995 (10 mil millones de reales) y todavía sobrarían 47 mil millones para inversiones” (3).


 


Las mismas empresas que se nie-iran a pagar impuestos (en cambio los n uestros ya vienen descontados en la planilla de sueldo) son las beneficiarías principales de lo que el propio Delfim Neto calificó de ‘indecenteel lanzamiento por el Banco Central de títulos que dan a los especuladores la garantía de que, en caso de desvalorización del real, el especulador nada pierde. El peijuicio se hace con los tesoros públicos brasileños, o sea, con nosotros, que pagamos impuestos.


 


Como si eso fuese poco, el gobierno FHC-Itamar, según denuncia el periodista José Casado, “amplió en cerca de mil millones de dólares, el año pasado, las donaciones de recursos públicos al sector privado, bajo la forma de beneficios tributarios (84% vía impuestos a las ganancias y productos industrializados). Cuando terminó diciembre, el Tfesoro había dejado en la caja de las empresas nada menos que 5,9 mil millones de dólares, en forma de incentivos fiscales variados. O sea, donó 11,2% de su ingreso anual por impuestos. Eso equivale a medio Fondo Social de Emergencia (FSE)… La Dirección de Rentas Federal (Secretaría de Impuestos) acaba de confirmar, por escrito, a los líderes de partidos gubernamentales en el Congreso: ‘Solamente el 35% de las personas jurídicas obtienen beneficios, y, por lo tanto, pagan Impuesto a las ganancias’. O sea, 65% de las empresas registran pérdidas con el objetivo de no pagar impuesto… Hay un ‘stock’ de pérdidas de 45 mil millones de reales a ser descontado por las empresas de sus impuestos en los próximos cinco años, según la Dirección de Rentas. Creció 4 mil millones de reales en el año pasado. El gobierno patrocina la fiesta. Algunas veces grita y entrega a cuenta a las masas que viven de su salario” (4).


 


El veto al mínimo, el fin de la estabilidad del empleado público, las reformas reaccionarias de jubilación y de tributación, el saqueo de la salud y de la enseñanza públicos (todo para ‘cerrar las cuentas’, que son sistemáticamente ‘abiertas o sea, agujereadas, por los beneficios exigidos y concedidos al conjunto de las clases dominantes) están al servicio de esta orgía de super beneficios para los ‘inversores’ (?) nacionales y extranjeros. Quien tuvo dudas sobre el gobierno FHC, puede olvidarlas. Quien las siembra con conocimiento de causa, puede ser considerado un impostor, ' como Anderson, cuando finaliza su artículo afirmando que “conviene aguardar para ver lo que va a dar”.


 


El papel de la izquierda


 


¿Y la izquierda, qué hace? El trecho más significativo del ya citado artículo de Weffort, donde se revela que su participación en el gobierno FHC nada tiene de ‘personal’, sino que es una maniobra destinada a construir un ‘puente’ entre el gobierno y la izquierda, es aquél en que dice que FHC “sólo podrá llevar adelante sus reformas si cuenta con una oposición también reformista, tal vez más reformista que él. Esta oposición reformista estará bajo el liderazgo del PT o simplemente no existirá”. Anderson, a su vez, dice mucho más de lo que piensa cuando afirma que “el PT será el fiel de la balanza del nuevo gobierno”.


 


El significativo aumento parlamentario del PT (46 diputados y 6 senadores), presentado como ‘premio consuelo’ de la derrota de Lula, es, en verdad, un cuchillo de dos filos, que hasta ahora sólo mostró el peor. Las clases dominantes son perfectamente conscientes de la fragilidad del consenso social’ establecido en tomo de ^ FHC: al final de cuentas, él solo fue votado por el 35% del padrón electoral (incluido allí un enorme número de votos ‘fraudulentos0 y sus índices de popularidad cayeron a la mitad sólo en el primer mes de gobierno. La integración de la oposición de izquierda aparece así como un objetivo vital para la estabilidad política del gobierno FHC, y del propio régimen capitalista en la actual etapa.


 


El creciente peso de los parlamentarios (y también de los gobernadores electos por el partido, que recibieron en el segundo tumo el apoyo del propio FHC) inclina la balanza interna del PT en el sentido de esa integración. Esto no es un preconcepto ideológico ni anti parlamentarismo. El propio diario de los Mesquita, que lanzó pestes contra el PT durante más de una década, registra ahora con satisfacción en su editorial:


“El líder del partido en la Cámara, diputado José Fortunatti, tiene respaldo político para informar a la prensa que ‘Luiza Erundina tiene una propuesta de estabilidad igual a la del m inistro Bresser’ (con una referencia explícita de que la estabilidad está reservada a las ‘funciones típicas de Estado’), pero que 'con certeza’ el PT hará oposición programática al gobierno. Los tiempos del partido de la contra acabaron, anuncia el líder, sin miedo de persecuciones de cualquier especie. La situación cambió de tal modo que el diputado no descarta ni siquiera su participación en el gobierno. Los términos fueron claros: De ninguna manera ahora’… pero el futuro pertenece a Dios”, concluyendo que “anunciando que participará de la reforma constitucional, el PT señaliza otro tipo de oposición” (5). La gran paradoja es que el PT, que era la 'gran esperanza’ de izquierda pasa (en el mismo momento en que parte de la izquierda comienza a creer en la esperanza' FHC) a ser considerado como esperanza por la derecha capitalista.


 


El contenido de esta valorización es claro: la participación en esta reforma, en un Congreso dominado por la derecha, que asume los proyectos reaccionarios de FHC, equivaldrá a jugar el papel de “oposición de Su Majestad’, contribuyendo a dar legitimidad política a la reforma. El episodio Weffort, en ese cuadro, deja de ser un caso aislado (aunque Weffort ya no pertenezca al PT) y se junta a la calificación hecha por Suplicy del gabinete FHC (“de excelente calidad”) y a otras (como la participación del PT en el gobierno PMDB de Rondonia).


 


Las consecuencias de esto no son para el ‘futuro’ sino que se verifican ya diariamente en la actividad sindical y parlamentaria. Vicentinho ingresó al Consejo de Administración de las Empresas de Energía del Estado (Cesp, CPFL, Electropaulo y Comgás) justo cuando estas empresas proceden a una ola de despidos, “quebrando la hasta entonces firme decisión del PT de no participar del gobierno Co-vas", según el Estado de Sao Paulo. A través, o a remolque del PT, la mayoría de la izquierda va entrando en el inmenso 'partido del orden’ que se constituyó en Brasil, bajo el liderazgo de FHC.


 


No fue un ‘shiita radical’, sino el columnista Carlos Heitor Cony, quien denunció que la única oposición al vergonzoso empréstito brasileño destinado a cubrir el agujero financiero dejado en México por los especuladores internacionales vino de… Esperidiao Amin: “El senador Amin no dispone de estructura ni de militancia para sacar al pueblo a las calles protestando contra el empréstito. Esas cosas estaban a cargo del PT, que está de brazos cruzados esperando otras invitaciones del presidente para, dulcemente constreñido, ceder nuevos Wefforts a la causa de la modernidad neoliberal. La omisión del PT es más ruinosa para su imagen que la controvertida ayuda financiera que aceptó durante la campaña. A menos que ya esté pagando con el actual silencio el precio de la ayuda recibida” (6). Qué esta denuncia sea hecha por un columnista de la Folha, y no por la izquierda o por el movimiento de los trabajadores, es cosa que debe causar más preocupación que indignación.


 


Para el movimiento obrero y sindical, el dilema de hierro es: quedar de brazos cruzados dentro de esta evolución, o estructurar una oposición sobre bases clasistas contra el gobierno FHC y la descomposición capitalista de la nación brasileña.


 


 


NOTAS:


1. Folha de Sao Paulo, 24 de diciembre de 1994


2. Folha de Sao Paulo, 4 de octubre de 1994


3. Folha de Sao Paulo, 24 de diciembre de 1994 4.O Estado de Sao Paulo, 25 de enero de 1995


5. Estado de Sao Paulo, 26 de enero de 1995


6. Folha de Sao Paulo, 3 de febrero de 1995

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