Henri Weber, flamante ex-dirigente del SU, visitó Nicaragua en 1980 para corroborar, como él mismo señala en la Introducción, no sólo “la manera como los sandinistas conducían su transición al socialismo" sino, fundamentalmente, como lo hacían sin caer en el “despotismo burocrático". Para el autor, a pesar de algunos errores, insuficiencias o lagunas de la dirección sandinista, existiría en Nicaragua un Estado Obrero revolucionario y una “democracia socialista”. El problema central, según Weber, sería evitar que Nicaragua se burocratice, como sucedió con otras revoluciones, para la cual plantea el mantenimiento de un amplio sector privado en la economía y el pluralismo de los partidos políticos.
La tesis del libro es que la revolución nicaragüense estuvo dirigida en la primera fase por la burguesía y se transformó en proletaria y socialista a partir del momento en “que el FSLN conquistó la dirección de la lucha”. Esto porque “el FSLN, a pesar de su composición pequeño-burguesa, es una organización revolucionaria del proletariado nicaragüense. Forma parte integrante del movimiento obrero internacional y, por la mediación castrista, de su ala comunista. Su grado de autonomía respecto de la burocracia soviética es inicialmente muy amplio…" (pág. 73).
El autor dice que la existencia de un amplio sector privado en la economía o la presencia de sectores burgueses en el gobierno no altera su caracterización puesto que “el criterio decisivo es: ¿quién detenta el Estado? ¿Qué dinámica inducen las relaciones de fuerza entre las clases? Si el poder del Estado está en las manos revolucionarias, y si ellos se apoyan en la movilización de las masas para contrarrestar la lógica de la ganancia, para imponer una política económica centrada en la satisfacción de las necesidades fundamentales de los trabajadores, el hecho de que el sector público sea al comienzo minoritario y el sector privado dominante, no es decisivo. Una dinámica está abierta, que debe rápidamente invertir esa relación" (pág. 100)
Weber reconoce que la composición social del FSLN no es obrera, pero le atribuye al sandinismo ese carácter, nada menos que por sus relaciones con el aparato stalinista mundial, en el que integra-ría una fracción comunista. Pero caracterizar al castrismo como comunismo es una impostura y considerarlo una parte del aparato controlado por Moscú otra: porque ni Moscú tolera facciones comunistas, ni Castro pertenece a otro aparato que al que ha montado en La Habana. Todavía hay que maravillarse de cómo Weber pretende un comportamiento “pluralista” del FSLN cuando lo caracteriza como parte de un aparato totalitario por excelencia.
En la revolución nicaragüense la clase obrera no intervino como clase. El FSLN es una organización de origen foquista de conformación pequeño burguesa con un programa nacionalista y que, aún después de tomar el poder, según Weber, tiene una implantación “débil en el movimiento obrero” (pág. 146).
Weber utiliza la categoría de “revolucionarios" a secas para definir a quienes detentan el poder. Pero esta rúbrica es muy vaga, ya que no solamente el proletariado es una clase revolucionaria, también lo son la pequeño-burguesía y el campesinado cuando se levantan contra la opresión imperialista. Otra cosa es que la pequeño-burguesía cumpla un papel revolucionario consecuente y aún, como sostiene Weber, que pueda transformarse en socialista-revolucionaria. El criterio de Weber de que el FSLN sería proletario porque se apoyaría en la movilización de las masas contra la “lógica de la ganancia” o en favor de las necesidades de los trabajadores es una tontería porque ninguna de estas dos características son incompatibles con el capitalismo, (y son propias de situaciones en que el Estado está en manos de fracciones pequeño-burguesas radicalizadas). Lo que importa no es restringir la ganancia capitalista o elevar la legislación social obrera sino consumar la expropiación económica y política de la burguesía estructurando al proletariado como clase en el poder.
En Nicaragua no es el proletariado sino la Pequeño burguesía la que detenta el poder. Nicaragua no es un Estado Obrero sino un Estado Burgués porque las relaciones de producción son capitalistas y porque la fracción que dirige el Estado plantea un régimen de capitalismo de Estado en alianza con el capital privado.
Esta estrategia forma parte del programa del FSLN desde su fundación (Estado democrático, Ejército de nuevo tipo etc.) y se mantuvo en sus lineamientos básicos, a pesar de las profundas crisis por las que atravesó.
Como quiera que no existe una colaboración con la burguesía nativa al margen del capital mundial, esto ha significado compromisos políticos y económicos efectivos con éste (reconocimiento de la deuda de Somoza a cambio de la renegociación de la deuda externa).
El sandinismo, por su base social y su programa, es una expresión nacionalista. La vinculación con el castrismo (que es una de las vinculaciones del sandinismo porque también existen otras como con la socialdemocracia y la burguesía mejicana V panameña, no sólo no altera esto sino que la refuerza, porque el castrismo utiliza su influencia política para apuntalar la estrategia "democrática” del FSLN.
Weber le adjudica al sandinismo un programa internacionalista, cuando el FSLN proclama su adhesión a la coexistencia pacífica y al “no-alineamiento , y ha mantenido a fondo esta posición frente a los principales acontecimientos de la lucha de clases internacional (justificación del golpe de Jaruzelsky, apoyo al triunfo electoral de la socialdemocracia en Costa Rica, apoyo a la seudodemocratización de Honduras, apoyo al Plan Portillo de solución negociada para El Salvador, etc. -acontecimientos todos producidos después del libro de Weber, pero ya inscriptos en los planteos de base del FSLN).
Como para Weber en Nicaragua existe “una democracia revolucionaria" con “sus contradicciones, sus excesos, sus límites” (pág. 132), va a centrar sus propuestas en elogiar el sistema político nicaragüense actual y sugerir recomendaciones que lo preservan de cualquier burocratización. Plantea, entonces, un "período de democratización real” (Weber se opone a “la instauración inmediata de la pirámide de los consejos obreros”, pág.160) basado en un conjunto de medidas como “el pluralismo de los partidos burgueses con la sola condición del respeto a la legalidad revolucionaria”, elecciones en todos los niveles, “mantenimiento de un amplio sector privado” (inclusive afirma que el diario “La Prensa” es “un precioso instrumento de conocimiento de la sociedad nicaragüense” y que “las ideas que defiende corresponden a la ideología espontánea de amplias capas de la población” por lo que, “en último análisis, (La Prensa) es útil a los revolucionarios”, pág. 163). Es decir, el programa de Thomas Enders, Willi Brandt, Robelo y Edén Pastora.
Weber asimila el pluralismo no a la democracia socialista sino a la democracia burguesa. Pero en Nicaragua, como resultado de la revolución, es la burguesía la que reclama la libertad de organización y agitación para reconquistar plenamente el Estado. Por eso, el pluralismo es una consigna contrarrevolucionaria. La condición que pone Weber, que la burguesía respete la legalidad revolucionaria, no tiene sentido porque éste no puede actuar sino en forma contrarrevolucionaria. Lo que en Nicaragua está planteado es la necesidad de aplastar política y socialmente a la burguesía y no darle los medios para que actúe contra la revolución.
Weber dice que su programa incorpora la experiencia de la burocratización de los Estados Obreros y descarga la crítica sobre Lenin, Trotsky la III Internacional de los cuatro primeros Congresos. Dice así que Lenin tenía una concepción abusiva de la dictadura del proletariado (pág. 162) y que “el marxismo cominteriano -el de los cuatro primeros congresos de la III Internacional”- ocultó la cuestión de la lucha antiburocrática, que fue en cambio una obsesión de la oposición de izquierda y en particular de León Trotsky, "sin que sus respuestas sean siempre convincentes” (pág. 162).
Para el autor, que fue dirigente del SU que se reclama de la IV Internacional y entre los que continúan existiendo hoy una estrecha colaboración, el stalinismo encontraría su fundamento en el propio leninismo, y el programa del trotskismo no se aplicaría para los Estados Obreros burocráticos. Weber no dice ni una palabra en apoyo a sus afirmaciones, pero sabemos que fue quien más recalcitrante-mente apoyó las tesis del SU sobre la “dictadura del proletariado y la democracia socialista”, presentadas al último Congreso de esta organización (1979). Estas tesis significan un repudio de la dictadura del proletariado y del programa de la revolución política, reflejando la enorme presión política del llamado “eurocomunismo” y de la socialdemocracia sobre las filas del SU. Weber no hace sino aplicar estas tesis a la revolución nicaragüense: su conclusión es que para evitar el supuesto “despotismo burocrático" Nicaragua debe mantenerse en el cuadro del Estado burgués.