Stanley Moore Harvard University Press Cambridge, Massachusetts and London, England 1980
La tentativa de presentar al comunismo como una utopía, como una quimera cuya única existencia real sería posible en la cabeza de algunos soñadores idealistas es, ciertamente, muy antigua. Marx, cuyo esfuerzo consistió, precisamente en demostrar científicamente las tendencias del desarrollo histórico en el sentido de una sociedad liberada de la explotación del hombre por el hombre, ha sido, paradojalmente, uno de los objetivos constantes de este tipo de críticas. La crítica al "idealismo'' de Marx surgió no sólo entre sus enemigos declarados sino también en el interior del "campo marxista”, bien que muchos revisionistas (Kaütsky) buscaron no cuestionar directamente este aspecto del marxismo, concentrando sus esfuerzos en el ataque a los "métodos" defendidos por Marx: la revolución, la dictadura proletaria, los medios "violentos” y "antidemocráticos”. Este punto de vista "centrista” tenía por función conservar literariamente aquello que era uno de los mayores atractivos de la teoría para las masas. El libro de Stanley Moore, no tiene este defecto, pues pretende revisar al marxismo justamente en sus objetivos. Para Moore, el comunismo es un "dogma" basado en un idealismo filosófico de carácter hegeliano, sin bases científicas, que Marx no quiso abandonar cuando estableció las bases científicas (estas sí) del materialismo dialéctico. Es un resabio del "joven” Marx idealista en las teorías científicas del Marx "maduro”.
El pensamiento de Marx, según las concepciones de Moore, sería, en su conjunto, ecléctico, mezclando elementos de base científica, materialistas y dialécticos, con filosofía especulativa de carácter hegeliano. Este eclecticismo se evidenciaría en el “conflicto entre el abordaje del comunismo filosófico —centrado en el problema de la alienación, el conflicto entre la existencia y la esencia humana- y el abordaje del materialismo histórico -centrado en el problema de la explotación, el conflicto entre el proletariado y la burguesía-” (Cap. II, pág. 11). Escapa completamente a Moore. la unidad del pensamiento de Marx. Marx no fue un sociólogo de la explotación capitalista, sino que integró a esta última en el proceso histórico de la opresión humana, como resultante de las relaciones sociales que son engendradas en cada fase del desarrollo de las fuerzas productivas. La división de la sociedad en clases antagónicas, la dominación de la mayoría de los hombres por una o más clases minoritarias, la lucha a muerte entre estas clases es una característica de todas las sociedades que existieron hasta el presente, la "burguesía no hizo sino substituir por nuevas clases, nuevas condiciones de opresión, nuevas formas de lucha, a las que existieron en el pasado”, (“Manifiesto Comunista”). Para Marx, el capitalismo era, como etapa histórica del desarrollo social, un aspecto de la condición contradictoria de la humanidad, "última forma contradictoria del proceso de producción social” (prefacio de la "Contribución a la Crítica de la Economía Política”). Todo el esfuerzo de Marx consistió en demostrar científicamente lo que, en un estadio inicial, había propuesto como conclusión, no de "su” filosofía sino de la crítica a la filosofía establecida (Hegel) y a los críticos de izquierda de ésta. Una crítica materialista al idealismo hegeliano que se continuaría más tarde en la crítica a la economía política. Su análisis concreto de la sociedad capitalista demostró que el desarrollo de las fuerzas productivas conduciría a la destrucción del modo de producción capitalista y a la edificación de la sociedad comunista.
¿Qué plantea Stanley Moore?
En su trabajo, Moore parte de la distinción realizada por Marx en la "Crítica al Programa de Gotha” entre los denominados dos estadios del comunismo. El primero, emergente de la revolución social y que suponía: a) la abolición de la propiedad privada capitalista de los me-dios de producción; b) el establecimiento de un sistema de distribución igualitario en los términos de a igual trabajo, igual remuneración; c) un amplio desarrollo de las fuerzas productivas a partir de la eliminación de la anarquía de la producción y de la planificación económica. El segundo, resultado del desarrollo acabado de esta transición: eliminación de la escasez, posibilidad de imponer el principio de la producción y la distribución comunista propiamente dicha: cada cual según su capacidad, a cada cual según su necesidad.
Moore objeta, entonces, que no hay ningún argumento científico que demuestre la necesidad del pasaje de un estadio al otro, fuera de consideraciones puramente metafísicas sobre la justicia social, la esencia humana, etc… De hecho, indica Moore, ya el socialismo es una "economía sin clases” donde ha sido eliminada la explotación. Se pregunta, en consecuencia: ¿de dónde surge la necesidad del comunismo y de la eliminación de los salarios, de la venta de artículos de consumo y del mercado, que -afirma- permitiría concilio la diversidad individual con la producción socializada? La eliminación de las relaciones mercantiles implicaría formas de totalitarismo y opresión que el autor identifica en el desarrollo de los actuales países que se autodenominan socialistas. El error de Marx, por lo tanto, consistiría en identificar exportación e intercambio, sin entender que la abolición de lo primero no implica necesariamente la liquidación del segundo: remunerar la contribución de los productores al proceso productivo, ofrecer bienes alternativos para que distribuyan su poder de compra, mantener, por esto, un mercado que ya no sería capitalista ni, por lo tanto, vehículo de la explotación. Admite Moore que si se mantiene el intercambio en una sociedad socialista, éste debe apoyarse en alguna medida, en algún patrón de equivalencias, en algún derecho, pero objeta que esto constituya un principio “burgués” de distribución igualitaria entre individuos desiguales. ¿Por qué esto es burgués? -indaga- El modo de producción capitalista es un sistema de explotación a través del intercambio. El modo de producción socialista es un sistema de intercambios sin explotación" (pág. 82).
Cabe observar que a lo largo de su trabajo Moore trata de destruir los argumentos de Marx sobre la inexorabilidad del comunismo como no científicos, pero en ningún momento desarrolla de una manera positiva la explicación y el fundamento de su propia tesis sobre la superioridad de las formas mercantiles de intercambio en una sociedad socialista. Nos plantea, de este modo, la necesidad de clarificar dos grandes problemas: determinar, de un lado, en que se apoya la emergencia del comunismo como resultado de las leyes del propio desarrollo social y precisar, por otro lado, la relación existente entre intercambio mercantil y explotación.
Las bases materiales del comunismo
El intercambio —y el valor de cambio de los productos del trabajo— es un resultado de la división del trabajo. El valor no es una forma natural del producto del trabajo; como tal forma natural reviste una utilidad concreta determinada -un valor de uso- El valor es una pura expresión del carácter social del trabajo humano, desde el momento en que la producción resulta de la actividad de productores individuales, que no actúan de acuerdo a un plan previo. Formas de intercambio mercantil aparecen muy temprano en la historia del hombre pero sólo adquirirán un carácter universal con la emergencia de la sociedad burguesa, reguladas precisamente por la ley del valor. En estas condiciones, el intercambio de mercaderías está determinado, en última instancia, por el tiempo socialmente necesario de trabajo para su producción.
La aparición del intercambio de mercaderías y su desarrollo histórico sólo pueden entenderse en el cuadro de un desenvolvimiento de las fuerzas productivas aún dominado por la escasez. Por esto mismo el comunismo, la abolición de toda forma de explotación del hombre por el hombre, supone esta otra precondición decisiva: la abundancia, el desarrollo de las fuerzas productivas a un nivel tal que se elimine la escasez material, la lucha por la vida y la necesidad del trabajo. Es notable que Moore no haya comprendido que lo esencial en el comunismo no es la emancipación del trabajo asalariado (cf. pág. 35) sino la emancipación de la humanidad del trabajo, de la necesidad de la participación directa del hombre en la producción. La posibilidad real -material- y no ideal, metafísica o moral de alcanzar el umbral del comunismo está dada por la gran industria desarrollada por el capital. Con ésta, “el proceso de producción deja de ser un proceso de trabajo, en el sentido en que el trabajo constituiría la unidad dominante del mismo (…) Dispersos, sometidos al proceso conjunto de la maquinaria, ya ellos (los trabajadores) no forman más que un elemento del sistema, cuya unidad no reside en los trabajadores vivientes, sino en la maquinaria viviente (activa) que, respecto a la actividad aislada e insignificante del trabajo vivo, aparece como un organismo gigantesco (…). Con este trastorno, no es ni el tiempo de trabajo utilizado, ni el trabajo inmediato efectuado por el hombre lo que aparece como el fundamento principal de la producción de la riqueza; es la apropiación de su fuerza productiva general, su conocimiento de la naturaleza y su facultad de dominarla desde el momento en que se constituye en cuerpo social; en una palabra, el desarrollo del individuo social representa el fundamento esencial de la producción y la riqueza (…) La producción basada en el valor de cambio se hunde por esta razón, y el proceso de producción inmediato se ve despojado de su forma mezquina, miserable y antagónica. Es entonces cuando tiene lugar el libre desarrollo de las individualidades. No se trata ya desde ese momento de reducir el tiempo de trabajo necesario con vistas a desarrollar el plustrabajo, sino de reducir en general el trabajo necesario de la sociedad al mínimo. Ahora bien, esta reducción supone que los individuos reciban una formación artística, científica, etc., gracias al tiempo liberado y a los medios creados en benéfico de todos” (“Grundisse”, Edit. de Ciencias Sociales, La Habana, 1971 págs 186 yl93). A esta previsión fantástica de Marx, que traza los fundamentos materiales de la sociedad emancipada del trabajo, “base del libre desarrollo de las individualidades”, Moore opone como condición… el intercambio mercantil (!) transformado, éste sí, en algo ahistórico y por lo tanto absolutamente idea-lista. Para Moore no existe ninguna relación entre el comunismo y el desarrollo del control del hombre sobre la naturaleza. Por esto mismo, la alternativa “socialismo de mercado” o "comunismo”, tal como la plantea, sería una decisión institucional que se decreta -aboliendo o no el intercambio- pero que no guarda ningún vínculo con el desarrollo de las fuerzas productivas. Por esto también no comprende que las formas de intercambio mercantil que pueden subsistir en el período inmediatamente posterior a una revolución que expropie al capital, son una expresión del carácter todavía limitado del desarrollo de las fuerzas productivas que se heredan del desenvolvimiento anárquico del propio capitalismo y que revelan que no ha sido superado por completo el problema de la escasez material y de la lucha por la vida. ¿Qué sentido tendría sino la necesidad de dar un valor de cambio todavía a los productos del trabajo y de remunerar directamente al trabajo productivo? Esto último indica que las condiciones del comunismo -no necesidad del trabajo inmediato del hombre en la producción— aún no han sido verdaderamente acabadas.
Intercambio y explotación
En verdad, la subsistencia de formas de intercambio mercantil en el socialismo —o primer estadio del comunismo— indica cosas mucho más concretas que la ausencia de las condiciones más generales del comunismo. Indica, más precisamente, la subsistencia de la propiedad privada, ya no de los capitalistas, pero sí de los pequeños productores, que no puede ser socializada, precisamente, porque refleja estadios de desarrollo previo a la gran industria capitalista, con técnicas atrasadas en relación a ésta y baja productividad del trabajo. Si esta propiedad privada no se mantuviera no existiría intercambio mercantil ni mercado. Si las palabras tienen algún sentido el mercado es justamente el lugar donde se materializa el ínter cambio de equivalentes, es decir, el cambio de mercaderías de productores individuales, unas por otras, conforme al tiempo socialmente necesario para su producción. En el caso de las economías socialistas el intercambio mercantil subsistente se dará entre pequeños propietarios, de un lado, y las empresas estatizadas del otro. En este caso, el mercado establece la competencia entre el sector estatizado y el sector privado, en función de la acumulación necesaria todavía para llevar el desarrollo de las fuerzas productivas al grado necesario para la total y completa colectivización. Alcanzado este punto, ni el mercado, ni la mercadería, ni el intercambio tendrá lugar.
Si el mercado es síntoma y expresión de la subsistencia del sector privado, lo es también de los elementos de diferenciación social que el mismo expresa y promueve, otorgando beneficios extras al productor que produce por encima de las condiciones técnicas medias de producción. En esta medida, por lo tanto, el mercado también en la etapa socialista expresa elementos de acumulación privada y de explotación. Explotación que no deriva del capital -expropiado- pero que se da entre los propios productores que intercambian productos como equivalentes, que contienen desiguales cantidades de trabajo. Explotación que sólo podrá ser superada en la medida en que las bases de la acumulación industrial socialista se desarrollen y permitan extender la base misma de la economía socializada. Moore establece una muralla china entre explotación e intercambio porque no concibe a la realidad en su desarrollo, con sus propias contradicciones. Concibió a su propio modo unilateralmente, la diferencia entre socialismo y comunismo -con arreglo a una definición propia y abstracta de intercambio que el mismo no explica, al margen completamente de la base material, que sí explica tanto el pasaje de un estadio de desarrollo histórico al otro como el carácter y la función de las variadas formas de intercambio mercantil.
Lo que demostró la experiencia histórica
Como la falla metodológica clave de Moore es que no considera en absoluto el problema de la relación entre fuerzas productivas, socialismo y comunismo, su incomprensión de la experiencia histórica de la revolución socialista es total. Así es como puedo llegar a afirmar que “el dogma de que el socialismo debe ser el preludio del comunismo probó ser un obstáculo cada vez más serio al desenvolvimiento de las economías socialistas eficientes y dinámicas en los países bajo control comunista” (Prefacio, pág. IX) La falta de eficiencia y dinamismo derivarían del hecho de que, al seguir el “dogma”, se evita desarrollar el socialismo de mercado que nuestro autor postula, con intercambio mercantil, salarios, etc… Pero resulta que el propio Moore reivindica las reformas que en esta dirección fueron dadas en las últimas décadas en los Estados del Este Europeo. Lo que no explica, sin embargo, es por qué tales reformas no produjeron la supuesta eficiencia o dinamismo en el desarrollo económico de Rusia y el Este europeo, cuyas economías se encuentran en una impasse enorme.
En realidad toda esta incoherencia se desprende naturalmente del método absolutamente equivocado con el cual Moore trabaja y que no le deja acercarse, ni de lejos, a las cuestiones esenciales: la bancarrota de los estados burocráticos, resultado del atraso de la revolución socialista internacional y del fenómeno de la expropiación del poder político proletario por una casta burocrática contra-revolucionaria, surgida fundamentalmente en función de este atraso. El socialismo siempre fue concebido por los grandes revolucionarios, de Marx a Trotsky, como siendo realizable apenas internacionalmente. Los bolcheviques nunca alimentaron la ilusión de un socialismo nacional —hasta el surgimiento de la degeneración stalinista- sino que vincularon decisivamente el destino de la revolución rusa a la explosión de la revolución proletaria en el resto de Europa. Esto porque el marxismo siempre concibió a la sociedad socialista como siendo necesariamente construida a partir del propio desarrollo de las fuerzas productivas bajo el capital, cosa que Moore ignora olímpicamente. La existencia de una economía mundial, la profunda interrelación de las economías nacionales bajo el predominio del imperialismo muestra que pretender dar al socialismo un ámbito nacional es una utopía reaccionaria.
La burocratización de la URSS es el resultado inevitable del aislamiento de la revolución proletaria en un país atrasado.
La conquista del poder por la burocracia en la URSS se constituyó en un enorme obstáculo a la revolución proletaria internacional, debido a su carácter chauvinista y a su política contrarrevolucionaria. En este sentido, la burocracia es un poderoso freno al desarrollo de las fuerzas productivas en la URSS y en los demás estados obreros. Este es el obstáculo para la construcción de “economías socialistas eficientes y dinámicas” y no el supuesto “dogma” del comunismo, ni la ortodoxia marxista, que el stalinismo lanzara por la borda hace ya casi seis décadas.
La función política del libro de Moore
Es verdaderamente absurdo que Moore plantee como una de sus grandes conclusiones que el “dogmatismo comunista” de Marx “sirve para justificar las características represivas de las sociedades bajo la dominación comunista" (Prefacio, pág. X) ¿Acaso el mercado, el salario y el libre intercambio no sirven también para justificar las más grandes barbaries del imperialismo? Es evidente que la defensa del papel del mercado como antídoto a la represión política y a la ineficiencia económica tiene un origen inconfundiblemente burgués. Los "revisionistas eurocomunistas” y los “reformadores del Este” (se refiere a los economistas que plantean mejorar la economía reintroduciendo mecanismos de precios y de mercado), con quien Moore explícitamente se identifica, constituyen, en realidad, una variante de la política de colaboración de la burocracia soviética con el imperialismo: ¿no defienden los “euros” la existencia de la NATO? ¿no postulan los "reformadores" la necesidad de ampliar la libertad de comercio y la libre circulación internacional de mercaderías? ¿no defienden la necesidad de abrir sus mercados al capital externo, a cambio de divisas? Esta alternativa de aproximación con el imperialismo representa, por parte de un ala de la burocracia, la búsqueda de una salida para la crisis que atraviesan sus economías aisladas y atrasadas. Pero, al contrario de lo que Moore pretende indicar, esta “solución” es una fuente que prepara crisis todavía más profundas. Polonia, en este caso, es mucho más que un botón de muestra. Contra lo que nuestro autor afirma, la práctica prueba que el “intercambio mercantil” entre los países del Este europeo y el imperialismo implica la introducción de una poderosa cuña disgregadora en la economía estatizada que todavía se encuentra muy por atrás de los láveles de productividad y desarrollo del capitalismo avanzado.
No es el mercado el que salvará al socialismo, sino la revolución. La revolución social en los países capitalistas que expropie al capital y la revolución política e los países dominados por la burocracia lo único que podrá abrir una nueva e. para el desarrollo de las fuerzas productivas internacionalizadas por el capital. Sólo así se crearán las bases para una sociedad no sólo emancipada del trabajo salariado sino del propio trabajo, la sociedad comunista.