Se trata de un extenso y sumamente documentado trabajo, que analiza un período, 1897-1905, en el que se produce un viraje del movimiento anarquista argentino hacia el trabajo en los sindicatos y su consolidación. El rasgo peculiar de las organizaciones obreras argentinas, a principios de siglo, lo constituirá la hegemonía que en ellas ejerce el anarquismo.
El grueso libro —y prácticamente toda su tesis— consiste en analizar la lucha interna que precedió, en el movimiento anarquista, la realización de tal viraje. Sus protagonistas eran la corriente “anarco-individualista”, enemiga no sólo de todo tipo de organización obrera sino de todo tipo de organización (inclusive la de los propios anarquistas), y la corriente “pro-organización”, representada por el periódico “La Protesta Humana”, que emergerá triunfante.
En los anarco-individualistas, la ideología anarquista aparece claramente como una variante extrema del liberalismo: "…censura inclusive la ayuda mutua y llama a dejar librados a su suerte a los débiles. Los fuertes y talentosos no deben frenar su progreso para ayudar a los débiles. El dejar librados a su suerte a los débiles, los pondrá ante la disyuntiva de sobreponerse o ser aniquilados, lo que acaso dé por resultado que se decidan a luchar. En la lucha por la existencia, el individuo debe confiar sólo en sí mismo y luchar contra las órdenes de la sociedad que, en nombre de la “mayoría”, quiere oprimirlo” (p. 81). No es de extrañar que, en este sector, la negación de todo carácter de clase de las ideas anarquistas aparezca con toda claridad. Su periódico "El Rebelde” llega a sostener: “…un anarquista puede ser masón, burgués, policía, ir a la iglesia, y hasta confesarse. Pero por el solo hecho de ser anarquista es indudable que lo hace contra su voluntad y que algo desea conseguir por estos medios, que no le sería posible adquirir de otra manera” (p. 97). Es nítidamente claro lo que se podía conseguir por estos “medios”: se trata de una ideología del ascenso social individual, y de la “libre competencia”.
La corriente “organizadora" defiende la creación de sindicatos. Llega a considerar incluso a la federación de los sindicatos como "el embrión de la sociedad futura”. Esta corriente recibe el aporte de numerosos militantes sindicales europeos, emigrados a la Argentina, algunos de los cuales había ya jugado un rol de importancia en sus países de origen (como el sindicalista catalán Pellicer Pereira y, sobre todo, el abogado italiano Pietro Gori).
Bien que partidaria de la organización obrera, esta corriente no deja de manifestarse como ajena a la concepción de la lucha de clases. En uno de los congresos sindicales que marca su apogeo (el IV de la FORA) proclama como su objetivo: “un pueblo de productores libres para que al fin el siervo y el señor, el aristócrata y el plebeyo, el burgués y el proletario, el amo y el esclavo, que con sus diferencias han ensangrentado la historia, se abracen al fin, bajo la sola denominación de hermanos”.
Desde luego, se opone a toda lucha política del proletariado contra el Estado existente, y su ideología se hermana con la de la corriente "individualista” en el sentido que aparece como una variante extrema del liberalismo: “nuestra organización, puramente económica, es distinta y opuesta a la de todos los partidos políticos, burgueses y obreros, puesto que así como ellos se organizan para la conquista del poder político, nosotros nos organizamos para que los estados políticos y jurídicos, actualmente existentes, queden reducidos a funciones puramente económicas…” (p. 430-33).
El autor poco nos dice sobre las razones del triunfo de esta última corriente sobre la "individualista”, salvo ponerla en relación con un viraje hacia la organización obrera que se opera, por esa época, en las principales secciones del movimiento anarquista mundial (en Italia, en España, con la creación de la Federación Obrera Regional Española, en Francia, con el surgimiento del “anarco sindicalismo" de Fernand Pellotier, etc.). En realidad, el libro (que es una tesis universitaria) profundiza poco y nada en las causas de la hegemonía anarquista sobre la clase obrera de la época, en su correlación con la situación política y social de* país, y en una sincronización con la secuencia histórica de otros movimientos obreros de la época: se trata casi de un ensayo bibliografía0 sobre las publicaciones anarquistas de principios de siglo.
Un tal trabajo hubiera permitido poner de relieve lo siguiente: mientras los primeros intentos de organización obrera en Argentina corresponde 3 corrientes socialistas (la Federación Obrera que intentan crear en 1891)’ son los anarquistas quienes primero la concretaron con éxito (la FOA, fundada en 1901). Mientras que a fines del siglo pasado, Engels constataba la victoria del socialismo sobre el anarquismo en los principales países europeos, en Argentina, los anarquistas, organizados más tardíamente, desplazan a los socia-listas en prestigio e influencia en las filas obreras. En Argentina, además, que es un país eminentemente agrario, se produce a fin del siglo pasado un vertiginoso proceso de concentración urbana e industrial, centrado sobre todo en Buenos Aires. En el proletariado naciente de origen sobre todo inmigratorio, la formación de su conciencia de clase arranca tempranamente. ¿En qué medida el hecho de que buena parte de ese proletariado de origen extranjero estuviese compuesto de artesanos y campe-sinos arruinados en sus países de origen (y que por ese motivo emigran hacia Argentina) contribuyó al fortalecimiento del anarquismo argentino?
El historiador español G. Zaragoza Rovira señala que fue la actividad sindi-cal de los socialistas, y sus éxitos en ese terreno, la que inclinó a los anarquistas a imitarlos. Para los socialistas, sin embargo, la actividad sindical era un soporte de la actividad política, centrada en la obtención de bancas parlamentarias a través de las cuales se impulsarían reformas sociales favorables a la clase obrera. El sistema político oligárquico existente —voto calificado, fraude, marginamiento de los extranjeros— marginaba sin embargo a las grandes mayorías de la participación política, lo que socavaba las bases de la perspectiva socialista. Oved nota correctamente, sin ir más allá, que “la experiencia de la campaña electoral en la Argentina de esos años, parecía fortalecer los argumentos anarquistas” (p.87). Para el autor, el apoliticismo anarquista caía como anillo al dedo de los obreros, “que tropezaron con vías políticas cerradas, (aunque) les quedaba la posibilidad de actuar como grupos de presión, principalmente en los terrenos económicos y gremiales, articulando intereses sectoriales e incorporándolos a la sociedad” (p. 25). Sin embargo, el “apoliticismo" anarquista no lo era tanto. El autor nota, sin vincularlo con lo anterior, que los anarquistas vieron con simpatía, y llegaron a apoyar de hecho, los levantamientos radicales de fines del siglo pasado y principios del actual. El abstencionismo anarquista lo emparentó con el "abstencionismo revolucionario” practicado por un movimiento burgués que se proponía la democratización del Estado. Se puede concluir que, en las condiciones del Estado oligárquico, el anarquismo representó una convergencia progresiva con el radicalismo opositor, lo cual era su gran ventaja "política" sobre el socialismo (que des-preciaba al radicalismo, tildándolo de variante de la "política criolla”). La progresividad del socialismo consistía, entre-tanto, en procurar dar una expresión política independiente a la clase obrera. Ambas cuestiones no llegaron a estar unidas en una sola expresión política.
El Estado oligárquico pudo integrar al raquítico socialismo, mientras perseguía sañudamente a los combativos sindicatos obreros. Las primeras tímidas insinuaciones de una política de conciliación social dirigidas a la clase obrera, la Ley Nacional del Trabajo puesto a discusión en 1904, fueron combatidas por los anarquistas. Sin embargo, los primeros tanteos de convergencia con una política social del Estado partieron del propio sector anarquista: Oved relata cómo es una fracción anarquista (encabezada por P. Gori) la que impone en un congreso sindical una resolución favorable al arbitraje obligatorio en los conflictos, recibiendo el apoyo de los socialistas. El socialista José Ingenieros escribe, en esa época: “lo único que harás, será alguna huelguita para mejorar las condiciones de trabajo. Ustedes se siguen llamando anarquistas pero, en realidad, han dejado de ser lo que eran antes… En otras palabras el anarquismo de los pocos anarquistas inteligentes y estudiosos ha evolucionado, de la misma manera que el socialismo” (p. 162). La tendencia hacia la convergencia e integración al Estado se desarrollará ampliamente luego del ascenso de Irigoyen, aunque teniendo por protagonista fundamental a la corriente anarcosindicalista, que amén de ganar a buena parte de los obreros socialistas, hará otro tanto con los anarquistas, y desplazará a unos y otros en influencia en el movimiento obrero organizado.
No es preocupación del libro el determinar cómo contribuyó el anarquismo al afianzamiento de una consciencia clasista (es decir, un balance histórico del anarquismo como etapa del movimiento obrero argentino). Esto lo hubiera llevado a evaluar en qué medida el anarquismo era una ideología importada, no de otro país (argumento preferido de los nacionalistas, los que admiten que el país incorpore todos los adelantos de la técnica mundial, pero no que la clase obrera incorpore las ideas más avanzadas del proletariado mundial), sino de otra clase social: la primera etapa del movimiento está caracterizada por la presencia dominante de abogados, escritores, profesionales (el Dr. J. Creaghe, el poeta A. Ghiraldo, que dirige durante varios años “La Protesta”), elementos que conservan en todo momento un gran peso. Del mismo modo, la defensa por los anarquistas de la huelga general como arma suprema de la lucha contra la explotación, que no será mero palabrerío, sino que se concretará en las huelgas generales de 1902 y 1904 (para tomar sólo el período abarcado por el autor). (Oved pasa por alto que el primer gran intento, parcialmente exitoso, de los anarquistas de concretar una huelga general, se produjo en 1896). Puede decirse que las huelgas generales se incorporaron a la tradición del movimiento obrero argentino de ahí en más, y será uno de los elementos de conciencia clasista que el peronismo no logrará borrar.