En junio del año pasado, de acuerdo a la información brindada por sus protagonistas, la Liga Internacional de los Trabajadores-Cuarta Internacional (LIT-CI) y la Internacional Obrera para Reconstruir la Cuarta Internacional (WI-RFI) aprobaron los “puntos constitutivos” de un “Comité de Enlace” entre las dos organizaciones. A pesar de su sonoridad, las siglas apenas albergan a dos pequeñísimos grupos políticos —el Mst de Argentina y el POR de España. Estas dos organizaciones se destacaron en los últimos años por su ruidoso reclamo de “armas para Bosnia”, lo que motivó incluso un reclamo del Mst al Congreso argentino para que el gobierno de Menem proveyera armamento al llamado gobierno bosnio musulmán. Como lo previó reiteradamente la prensa del Partido Obrero, el encargado de cumplir ese cometido fue finalmente el gobierno norteamericano, primero a través de países como Arabia Saudita y, por supuesto, de la CIA; y luego a través de Croacia y de la invasión croata contra la región serbia de Krajina. El resultado último fue, acuerdo de Dayton mediante, la ocupación militar de Bosnia por parte de la OTAN y la transformación de la ex Yugoslavia en una semi-colonia del imperialismo yanqui.
Esto de lado, la ‘declaración’ pone en evidencia una confusión política realmente descomunal. Es interesante que este ‘Comité’ reincida en el encubrimiento del Frente Popular, caracterizado por el programa de transición de la IV Internacional, como uno de los recursos últimos del imperialismo contra la revolución proletaria. Decimos reincidencia porque toda la historia del morenismo, al cual pertenece la LIT-CI, está vinculada al apoyo al frente popular —desde los bloques con los partidos patronales y la defensa de la ‘institucionalización”, bajo el gobierno peronista de 1973-75, hasta el apoyo a la UP de Chile, pasando por los textos de Moreno que caracterizan como progresivo al frente popular en los países atrasados u oprimidos.
Frente Popular
El lector no podrá, estamos seguros, reconocerla perfidia del punto 14 de la Declaración, que dice: “Afirmamos que los gobiernos de Frente Popular, es decir los gobiernos de colaboración entre las direcciones de la clase obrera con sectores burgueses (como el que intentó construir Lula en Brasil) son gobiernos burgueses y como tal contrarrevolucionarios”.
Ocurre que no solamente los gobiernos, sino antes que ellos los propios frentes populares que aspiran a ser gobierno, son contrarrevolucionarios, precisamente por su carácter de colaboración de clases, no importando para el caso que hayan llegado a la cima del Estado, ya que cumplen igualmente la función de contener y desviar la lucha de las masas cuando todavía se encuentran en la oposición. El programa de transición se refiere a los frentes populares, no hace la distinción de que para ser contrarrevolucionarios deban llegar al gobierno.
El lenguaje de la Declaración ha sido diseñado precisamente para encubrir el ingreso de todas las corrientes morenistas (excluido el PTS de Argentina) al Frente Brasil Popular integrado por el PT, agentes de la burguesía como el PC do Brasil y políticos oficiales del capitalismo como Arraes, Buaiz y un sinnúmero de terratenientes locales brasileños. La justificación oficial del morenismo internacional fue que su integración a ese frente no significaba que ingresarían o apoyarían al gobierno que surgiera en caso de victoria electoral. Llamaban, en síntesis, a votar al frente popular y a llevarlo al gobierno, al mismo tiempo que susurraban a los iniciados que no apoyarían al gobierno que se esforzaban por consagrar. La mención de la Declaración a los gobiernos de Frente Popular apunta, conscientemente, a encubrir el apoyo al Frente Brasil Popular, asumiendo la doble perfidia de dar como ejemplo de gobierno de frente popular al que Lula intentó (subrayado nuestro) construir en Brasil, sin mencionar al frente popular que efectivamente construyó, y no sólo intentó construir, con el apoyo del PSTU y del Mst.
La justificación oportunista del apoyo a los frentes populares se revela a renglón seguido del encubrimiento. De acuerdo a la Declaración, “las direcciones traidoras, al ponerse a la cabeza del gobierno burgués, pueden, con más facilidad, ser desenmascaradas ante las masas…”. En síntesis, ayudemos a los frentes populares a llegar al gobierno para desenmascararlos mejor.
Este planteo no solamente revela la ignorancia de los autores de la declaración. Primero, no siempre “las direcciones traidoras” se encuentran a la cabeza de un gobierno de frente popular; entre febrero y abril de 1917, el gobierno de frente popular en Rusia estaba encabezado por la burguesía liberal; lo mismo ocurrió en España entre el estallido del golpe franquista y el nombramiento de Largo Caballero como primer ministro. Segundo, tampoco sería cierto, aunque la hipótesis no es considerada por la Declaración, que “las direcciones traidoras” tiendan a ponerse a la cabeza del gobierno, por ejemplo como consecuencia de la dinámica política. En Rusia y en España ocurrió eso, sí, pero en el frente popular francés de 1936-39 ocurrió lo contrario: el socialista León Blum fue sustituido por un primer ministro radical. En Sudáfrica, en la actualidad, es más probable que el gobierno de Mandela sea sustituido hacia la derecha que hacia la izquierda.
La especie de que es más fácil desenmascarar a las burocracias obreras cuando encabezan un gobierno burgués, simplemente da vuelta la tesis del programa de transición, según la cual el frente popular es un recurso del imperialismo; para los autores de la Declaración sería, al revés, el preludio más probable, cuando no inevitable, de la revolución proletaria. De cualquier manera, lo que no resulta para nada 'fácil' es que los co-responsables políticos del ascenso de un gobierno de frente popular, reúnan las mejores condiciones para desenmascararlo. Al suscribir esta absurda posición, el POR de España está haciendo la reivindicación del POUM, que apoyó en 1936 al frente popular español. Con estas posiciones se puede justificar el turismo internacional, nunca pretender reconstruir la IV Internacional.
La fantasía de que los gobiernos de frente popular facilitan la acción de los revolucionarios es de viejísima data; la LIT-CI y el WI-RFI sólo han dado vida a antiguos prejuicios, y no sólo por parte de la izquierda. La extrema derecha y el fascismo siempre afirmaron que “los Kerenskys” eran la “antesala del comunismo”. Pero Trotsky se encargó de llamar al orden en esto a los trotskistas británicos que, bajo un gobierno laborista en 1930, opinaban que el kerenskismo es sinónimo de gobierno débil. La debilidad real del kerenskismo ruso, explicaba Trotsky, no provenía de sus características maniobreras frente a la clase obrera sino de la presencia del partido bolchevique. En ausencia de un partido consecuentemente revolucionario, el kerenskismo puede ser, por el contrario, muy fuerte, como lo demuestra la longevidad de Mitterrand, que subió a la cabeza del frente popular de la “unidad de las izquierdas”, y como lo demostró más todavía la acción del partido socialista de Portugal que, aliado a la burguesía, puso fin a la revolución de 1974, sin necesidad de recurrir a la contrarrevolución armada o al terror blanco. Más atrás en el tiempo, el kerenskismo alemán, en 1918-19, derrotó a la revolución proletaria en su país y cumplió la gigantesca función internacional de aislar a la revolución rusa.
En un plano más doméstico, y por supuesto más prosaico, hay que tener también presente la experiencia del Mas argentino, a partir de 1989, frente al peronismo, una especie de frente popular, ya que integra (o integraba en esa fecha) a las principales direcciones sindicales. Integrando la Izquierda Unida, es decir, un frente popular en miniatura, el Mas aceptó la posibilidad de que sus aliados (Pe, Fral) votaran a Menem para el caso de que ningún candidato obtuviera mayoría absoluta en el colegio electoral. Para el Mas, por otra parte, un ascenso al gobierno provocaría “el estallido del peronismo”; Menem gobierna aún hoy y el que estalló en más de mil pedazos fue el Mas. Que luego de esto, el morenismo insista con eso de la ‘facilidad’ que representarían los gobiernos de frente popular revela su impermeabilidad a la vida y su irreprimible tendencia a la colaboración de clases.
La Declaración comete un enorme furcio con la afirmación de que “las direcciones traidoras, al ponerse a la cabeza del gobierno burgués, pueden, con más facilidad, ser desenmascaradas frente a las masas”. Ocurre que equipara a la variante contrarrevolucionaria que condena el programa de transición, con otra variante potencialmente revolucionaria, a saber, la de que las ‘direcciones traidoras’ puedan encabezar gobiernos, no burgueses, sino obreros, es decir, independientes de la burguesía. Que este último caso sea caracterizado por el programa de transición como un “corto episodio” hacia la dictadura del proletariado, se explica, precisamente, por el hecho de que ‘las direcciones traidoras’ (y no sólo traidoras, sino representativas de la democracia revolucionaria, como lo fue el castrismo) se encontrarían privadas, en este caso, del apoyo del aparato del Estado burgués y del sistema de relaciones internacionales de la burguesía. La diferencia entre el gobierno de frente popular y el gobierno obrero-campesino encabezado por direcciones que no son obreras revolucionarias, estriba en que la tarea fundamental del primero es desarmar al proletariado y defender al Estado burgués, mientras que la del segundo es desarmar a la burguesía y armar a la clase obrera.
La Declaración del Comité de Enlace constituye, entonces, un planteamiento político contrarrevolucionario. A esto se llega como resultado de toda una trayectoria política centrista y oportunista, pero también por proceder con el método del aparato y de la secta en la pretensión de reconstruir la IV Internacional. Esta reconstrucción requiere el debate abierto y la delimitación clara de las posiciones, no la diplomacia bilateral.
Cuando la restauración del capitalismo es un progreso
Otra manifestación de la descomunal confusión de los firmantes de la Declaración es su afirmación de que “La restauración del capitalismo en Rusia y en Europa del Este no ofrece al capitalismo un camino para superar sus contradicciones”. Preguntamos: ¿los redactores, pensaron antes de escribir?
Durante bastante tiempo el POR de España sostuvo en su prensa que la restauración del capitalismo en Rusia era un “impresionismo” del Partido Obrero, pero la declaración no se toma el trabajo, que hubiera sido útil y conveniente, de explicar el cambio.
Lo primero que llama la atención, por cierto, es la vacuidad del lenguaje y hasta su manipulación. Porque: ¿puede algún sistema social, no sólo el capitalismo, “superar sus contradicciones”? Para un marxista, las contradicciones de un régimen social constituyen su identidad; si las superara se transformaría en otro régimen social. De modo que si el capitalismo pudiera “superar sus contradicciones”, sea por medio de la restauración capitalista en Rusia o por cualquier otro medio, se transformaría en otro sistema social, quizás socialista. De lo que se concluye que la “restauración del capitalismo en Rusia y en Europa del Este”, al que hace referencia la Declaración, “no ofrece al capitalismo un camino”… para convertirse en socialista. Una perfecta tontería.
El problema es naturalmente otro: el de si la restauración capitalista puede permitirle al capitalismo mundial prolongar su existencia y superar, no sus contradicciones, es decir su naturaleza, sino su presente crisis histórica. Esta posibilidad no sólo existe, sino que ha sido considerada desde Lenin en adelante como el único gran recurso que le queda al capitalismo para sobrevivir a los cataclismos de un época de guerra y revoluciones. Negar esta posibilidad significa simplemente afirmar que el imperialismo mundial ya no tiene política ni estrategia, ni tampoco podría tenerla, y que la contrarrevolución no existe como alternativa para el capitalismo (liquidación de las conquistas sociales y política de los últimos doscientos años).
Lo que de entrada sorprende en la afirmación de la Declaración es la exclusión de China y de Vietnam del ámbito geográfico, económico y político de la restauración capitalista. No es, claro, una omisión inocua para lo que quiere probar la Declaración, ya que China y Vietnam son el testimonio contundente de que “la restauración del capitalismo” sí “ofrece al capitalismo un camino para superar” su presente crisis mundial. China y Vietnam se han transformado en gigantescos mercados para la producción y las inversiones capitalistas mundiales; en el centro más importante de la acumulación capitalista mundial de la última década; en el factor principal que ha contrarrestado la tendencia a una generalizada depresión económica mundial, y también en un factor poderoso de presión a la baja de los salarios y al crecimiento de la superexplotación de la clase obrera mundial, en virtud de la competencia de la dominada clase obrera de China y de Vietnam. Ni Rusia ni Europa del Este pueden ofrecer todavía un resultado similar, porque la combinación de la restauración capitalista con movimientos de revolución política y de organización obrera independiente, han creado aquí un ámbito convulsivo, y por momentos revolucionario. Pero la diferencia entre China y Vietnam, de un lado, y Rusia y Europa del Este, del otro, son sólo diferencias de grado, tanto en lo relativo a la economía como a la política. Si Rusia y sus ex satélites logran estabilizar su situación política, el proceso restauracionista cobrará un auge inusitado, mientras que en China especialmente, y en Vietnam, las contradicciones internas e internacionales de la restauración capitalista habrán de provocar gigantescos levantamientos políticos. El Comité de Enlace que suscribe la Declaración revista, entonces, entre las corrientes que sostienen que China, al revés de Rusia, continúa siendo un Estado obrero y que, por lo tanto, un stalinista arriba es mejor que un stalinista abajo.
La Declaración caracteriza también a los procesos del Este como “un colapso del stalinismo.
¿Pero es verdad que “ha caído el stalinismo”? Si por stalinismo entendemos, como debe ser, una forma específica, irrepetible, de dominación de la burocracia obrera estatal y de sometimiento internacional de las principales burocracias obreras, el stalinismo cayó hace mucho tiempo, es decir, a partir de la modificación de las condiciones internacionales que permitieron su consolidación en la década del 30 (derrota catastrófica de la clase obrera mundial, gigantesco aislamiento del proletariado en la Unión Soviética). Pero la gran crisis de fines de los ochenta no tiene que ver con el stalinismo sino con la burocracia soviética como casta social; esta burocracia y su aparato estatal no han colapsado todavía; la restauración capitalista, por el contrario, se opera bajo la protección política y militar del aparato de esa burocracia, que ha dejado de ser ‘soviética’ para convertirse en restauracionista. El golpe de agosto del 91 sólo pretendió hacer la restauración capitalista a la china. Ahora se puede ver cómo el partido comunista, opositor a Yeltsin, que participó en aquel golpe, se la pasa diciendo que “no hay vuelta al pasado”.
La Declaración deja claro, sin embargo, en su punto 6, que ha habido “una caída de las burocracias”, ya no sólo del stalinismo, y que esto ocurrió nada menos que “a través de la acción revolucionaria de las masas”. Lo cierto es esto otro: a pesar de la acción revolucionaria de las masas, la burocracia ha podido mantener su dominación política, aunque en condiciones precarias y con el socorro permanente del imperialismo mundial. Una “caída de la burocracia” como consecuencia de “una acción revolucionaria de las masas” es sinónimo de victoria de una revolución proletaria. Es claro que los autores de la Declaración sólo consiguen mantener sus tesis a fuerza de no completar sus propios razonamientos.
Para la Declaración, en Rusia ha habido un colapso del stalinismo y una restauración capitalista, pero en China no habría ocurrido ni una cosa ni la otra. Los autores vuelven a poner un signo igual entre el colapso del stalinismo y la restauración del capitalismo, exactamente lo que dicen los demagogos del stalinismo. De ser cierto esto, el stalinismo debería ser caracterizado, como un defensor HISTORICO del Estado obrero, no como un defensor coyuntural y condicionado, y de ninguna manera como el principal factor interno de su socava-miento. Pero a pesar de la identidad que establece entre un colapso del stalinismo y la restauración del capitalismo, la Declaración asegura que “La caída del stalinismo no es una victoria del capitalismo” (¿por qué debería serlo?, JA), y no sólo esto, sino que; “la clase capitalista no tiene más la ayuda de su principal instrumento en el movimiento obrero, el stalinismo”. Es decir, la cosa ahora es más fácil. A fuerza de derribar obstáculos en sus fantasías, los autores del texto ya no tienen necesidad de una estrategia o de una política.
Y si no veamos a qué se reduce su política. De un lado, ratifican la vigencia de los documentos de los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista, que naturalmente se encuentran superados por los acontecimientos de los siguientes 70 años (salvo en los principios marxistas básicos), y del otro, “apoyan lo que dice Marx, la emancipación de los trabajadores será obra de los trabajadores’, pero para eso la clase obrera necesita tener el poder de decidir su destino”. La Declaración omite entonces que la clase obrera sólo puede luchar por el poder a través de un partido revolucionario, que la cuestión del partido es históricamente superior a la del poder, porque es por medio de su organización en partido que la clase obrera se convierte en una clase para sí, y que la decisión de su destino, esto es, su conciencia histórica, no surge del poder sino que es, y sólo puede ser, el resultado de toda una lucha de clase políticamente consciente, es decir partidaria. El morenismo se ha plegado hace mucho a la tesis democratizante, que consiste en reducir la política a la posibilidad de la libre decisión (“que los trabajadores decidan”, dice el texto, como si dentro de las limitaciones propias no lo hicieran incluso en una elección burguesa). Plantea a la libertad como una cuestión de posibilidad formal o institucional y no de conciencia, por parte del proletariado, de sus necesidades históricas propias. No debe extrañar, entonces, que en lugar de desenmascarar y denunciar al Estado burgués, “denuncien el uso de las instituciones de la democracia burguesa por el imperialismo, las burguesías nacionales y la burocracia”. ¿Cómo querrían los autores de la Declaración que fueran usadas? En ningún momento reivindican a la principal institución de poder político de la clase obrera: el armamento del proletariado.
La posición democratizante frente a las cuestiones de la política obrera y principalmente el partido, se pone de manifiesto todavía más en los ‘objetivos’ del nuevo Comité. Dice el texto: “El Comité de Enlace tiene como su objetivo la reconstrucción de la IV Internacional en el proceso de reconstrucción del movimiento obrero como un todo”.
Si entendemos al “movimiento obrero como un todo” a los sindicatos y a otras organizaciones reivindicativas, está claro que el Comité plantea la subordinación de la reconstrucción de la IV y de la política mundial de la clase obrera a las organizaciones reivindicativas de los trabajadores y al movimiento económico de ésta. En realidad, la cosa es al revés: sin la reconstrucción de la IV y de su política obrera mundial no será posible reconstruir consecuentemente el movimiento obrero práctico. El Comité, luego de un breve pasaje por los documentos de la III Internacional, se ha ido al economismo combatido por toda la socialdemocracia rusa antes de 1902.
Como se puede apreciar, la caracterización de la nueva situación mundial por parte del Comité de Enlace y sus conclusiones acerca de las ‘facilidades’ que ella les brinda a los revolucionarios, lo han llevado a la nada. Pero si la restauración capitalista en los ex Estados obreros no tiene ningún significado y alcance, y los Frentes Populares se limitan a allanar el camino de la revolución, ¿por qué la Declaración enfatiza en que “Hoy es absolutamente necesaria una campaña poderosa en defensa del socialismo, contra la ofensiva ideológica del imperialismo…”? Una ofensiva ideológica sólo tiene una posibilidad de éxito si se asienta en una realidad material, en este caso la posibilidad que le ofrece al capitalismo mundial la restauración capitalista en Europa y Asia.
La sobrevivencia de los partidos de origen staliniano en China, Vietnam o Cuba, y la reconstrucción de partidos comunistas por parte del viejo aparato burocrático, o en algunos casos de sus restos, en Europa del Este, en el Báltico y en Rusia, debería advertir al Comité de Enlace que las ‘facilidades’ que creen encontrar en el llamado ‘colapso del stalinismo’ son tan frágiles como las que aseguran que existen bajo los frentes populares. Todo depende de si existe o no un partido revolucionario y esto, a su vez, de la asimilación teórica que los revolucionarios hubieran hecho de la experiencia histórica. Este es el quid de la cuestión. A la luz del texto del Comité de Enlace y del método diplomático bilateral con que procede, está claro que los únicos que siguen encontrando facilitada su tarea, a pesar de sus contradicciones gigantescas, son los contrarrevolucionarios. Los restos o desprendimientos del movimiento de la IV Internacional han retrocedido, en la teoría, el programa y la política, a la edad de piedra.
¡Y si no, véase a renglón seguido, en qué termina toda la perorata del Comité de Enlace sobre el stalinismo, la restauración capitalista, las facilidades que se le brindan y su caracterización del actual proceso histórico tomado en su conjunto!
El punto 6 del acuerdo (¿qué acuerdo?, JA) “constata, tanto en el interior de WI (RFI) como de la LIT-CI… un rico debate sobre la naturaleza de esos estados que el trotskismo definió como estados obreros degenerados (ex URSS) o estados obreros deformados (Hungría, China, Vietnam, Cuba, etc.)” (en el etcétera debe figurar, suponemos, el régimen ‘obrero’ del Pol Pot en Cambodia y, por supuesto, Alemania oriental; la honestidad teórica del Comité está lejos de ser intachable, JA). “El debate”, sigue el texto, “se refiere tanto a qué son estos estados, después de los eventos del 89-91, así como qué fueron en el pasado” (¿pero si no se sabe qué fueron en el pasado, cómo podrían discutir lo que son en el presente?, JA). “Esta polémica”, continúa, “lleva a distintas interpretaciones sobre el peso que tienen las diferentes tareas (antiburocráticas, antiimperialistas, socialistas) en el desarrollo de la revolución que está planteada en esos estados” (¿pero, con tantas incertezas, cómo saben que siquiera esté planteada una revolución?, JA). “Opinamos que estamos ante un debate teórico, histórico, programático y político de largo alcance, que el Comité de Enlace deberá incentivar” (lo que resulta obvio, pero resulta estéril otorgar esa responsabilidad a este comité, JA). “Esta discusión en marcha (¿dónde?, JA), que puede durar mucho tiempo, no puede ocultar el hecho de que entre las dos organizaciones existen coincidencias en aspectos programáticos y políticos centrales…”(un fenómeno extraño, este Comité, cuyas coincidencias, en lugar de ser evidentes, no pueden ocultarse, JA). ¿Y el colapso del stalinismo y la restauración del capitalismo, que nada restaura, etc.?
El círculo se cierra. Los resultados de la diplomacia bilateral, en sustitución de un debate sin exclusiones, como lo propuso el Partido Obrero cuando llamó a una conferencia de izquierda internacional, no han conducido a nada; termina desconociendo los planteos fundamentales de la declaración, aunque deja en pie varios muy graves. Para la futura discusión no hay siquiera temario. El carácter de los procesos en los ex Estados Obreros es presentado en forma aislada, es decir metafísica, sin conexión con la crisis del capitalismo mundial, al cual los regímenes anticapitalistas transitorios se encontraban vinculados y subordinados por mil lazos, y sin conexión con las explosiones revolucionarias de las masas, desde Polonia y los Urales hasta Tien An Men, pasando por las gigantescas movilizaciones que derribaron el muro de Berlín. La restauración capitalista es mencionada pero no analizada; es tomada como un hecho y no como un proceso o movimiento, por eso no puede precisar las gigantescas fuerzas revolucionarias que ha desatado, ni la convulsión económica, social y aun militar que habrá de provocar.
Situación revolucionaria, feliz cumpleaños
En otro orden, uno de los grupos del mencionado Comité de Enlace, el Mst de Argentina, ha convocado a un congreso cuya tesis política sostiene que la situación internacional y nacional es revolucionaria. Estamos ante un caso de autismo político grave, porque esta caracterización es mantenida incólume desde junio de 1982, es decir que está a punto de cumplir catorce años y en poco tiempo más la mayoría legal.
El texto “define la situación revolucionaria”, pero también se detiene en sus “distintos momentos”, algunos de los cuales son menos revolucionarios que los otros, aunque igualmente siguen siendo revolucionarios. “Es evidente”, se dice, “que no podemos tomar los trece años como una profundización permanente o un proceso evolutivo de la situación revolucionaria. En todo el período hubo flujos y reflujos”. La aclaración desnuda la trivialidad de la posición, porque una situación revolucionaria que refluye deja de ser revolucionaria, y no sólo eso, una situación revolucionaria que refluye significa que no pudo ser aprovechada por los trabajadores; significa que esto entrañó un retroceso de los trabajadores y un avance de la burguesía; que el péndulo se movió, no hacia la revolución, sino hacia la contrarrevolución. Seguir llamando a una situación de este tipo de revolucionaria es una cretinada, más cuando se afirma que incluso “La crisis del plan (Cavallo, JA) no elimina (¿por qué habría de hacerlo?, JA) que es el plan que más avanzó en la semicolonización del país y en el ataque alas conquistas obreras”. ¿Una situación de semejante retroceso puede considerarse revolucionaria? Es incuestionable que el Mst sigue poniendo este eterno sambenito a la situación política argentina, porque cree que ésta es una condición para que se lo considere revolucionario.
El texto para el Congreso asegura que “La situación revolucionaria se dinamiza desde el santiagueñazo”; sin embargo, “la crisis revolucionaria (es) una hipótesis”. A “los compañeros que se preguntan” acerca de “una situación revolucionaria (que) ya lleva trece años, desde el 82”, responde que es una contradicción de la propia situación. Los redactores del documento parecen desconocer que la función del cerebro humano es, precisamente, dar una expresión lógica o coherente a las contradicciones de la situación objetiva y a las de la relación de los seres humanos o sujetos, con esa situación. Una situación que no puede ser definida debido a sus contradicciones es una completa contradicción, que retrata la impasse del observador, no, claro, de la realidad.
El texto transcribe la definición de Lenin de una situación revolucionaria y concluye en “Creemos (sic) que estos elementos se dan en nuestra realidad”. Señala “grietas por arriba por la crisis del plan” y “el ascenso” que llevó a la CGT a declarar el paro general del pasado 6 de setiembre. Nada más. Es una tomadura de pelo. Lenin se refiere a “grietas” vinculadas con “la imposibilidad para las clases dominantes de mantener su dominio en forma inmutable”, y no al ascenso (que tampoco lo hay), sino a la “acción histórica independiente” de los explotados. Ni la una, ni menos la otra, están presentes en el escenario argentino, desde que la burguesía y el imperialismo resolvieron la crisis del régimen militar. La posición del Mst traduce su revolucionarismo vulgar y verborrágico, porque confunde las luchas que se ven obligados a librar los explotados frente a la barbarie que los acosa, con una acción que rompe los marcos ‘normales’ de su actuación y, por sobre todo, con los del Estado burgués.
Caracterizar a toda y cualquier situación política como revolucionaria no deja ver cómo se forma una situación revolucionaria. Esto explica que el Mst llame ‘crisis del plan * a lo que es un derrumbe del régimen político especial montado en tomo al menemisffió, tal como se manifiesta en las innumerables crisis políticas y en un excepcional derrumbe económico. Hasta hace muy poquito el Mst explicaba el voto del electorado a Menem por el “efecto licuadora”, es decir el crédito al consumo; pero no percibe ahora el “efecto desocupación masiva”, que ha hecho caer a Menem y Cavallo por debajo del 20% de las manifestaciones de apoyo (80% de los “índices de popularidad”). La crisis políticas han permitido la irrupción de huelgas políticas en Río Negro y Jujuy y de grandes movilizaciones juveniles. El daltonismo del Mst en la apreciación de la situación política lo ha llevado a caracterizar al golpe Mestre-Cavallo en Córdoba como “una victoria popular”, que sin embargo ha producido el mayor retroceso de los trabajadores cordobeses en los últimos quince años.
El Mst de las situaciones revolucionarias, desconoce el derrumbe del 'plan Cavallo' y se niega obstinadamente a levantar como consigna de conjunto Fuera Menem-Cavallo. La lucha por la caída del dúo está planteada objetivamente por la naturaleza de la propia crisis política. En lugar de esto, el Mst prefiere luchar “contra el ajuste”, una consigna redistribucionista superficial, vinculada a la administración pública, totalmente ajena a la superexplotación capitalista y a la lucha de clases que engendra esta superexplotación. En plena situación revolucionaria, el Mst propone formar un partido de los trabajadores encabezado por el 'Perro’ Santillán, el cual, a su tumo, prefiere llamar a formar una multisectorial con la oligarquía jujeña.
Como cualquier otra situación en el mundo, la Argentina tiene también sus lados farsescos. Uno de ellos es que la corriente más derechista de la izquierda sea la que caracteriza a la situación política como revolucionaria; otro, que le atribuya casi catorce años de vida. Feliz cumpleaños.