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Trotsky y el psicoanálisis, un libro de Jacquy Chemouni

“(…) entre los teóricos marxistas de comienzos de siglo, Trotsky es el que demuestra la actitud más positiva respecto del psicoanálisis. Esta posición es acorde a su interés por las ciencias humanas (…) y la atención que no deja de prestar al hecho de que la revolución no se conforma con desterrar todo tipo de explotación económica, sino que también le aporta al hombre mucho más que pan, es decir también la posibilidad de una plenitud cultural, despierta de alguna manera su interés por la revolución del freudiana”

 Jacquy Chemouni, Trostsky y el psicoanálisis.

Introducción

Psicoanálisis, Revolución y dictadura del proletariado

Trotsky y el psicoanálisis es un libro de Jacquy Chemouni, psicoanalista e historiador, que fue editado hace exactamente trece años y que vale la pena examinar este año, en que se cumplen 80 años del asesinato de León Trotsky.

El libro escrito por Chemouni indaga la vida del revolucionario bolchevique desde una temática poco abordada, la relación de Trotsky y el psicoanálisis. El autor del libro va recorriendo la vida del revolucionario, a partir de sus conocimientos, acercamientos y su interés por el psicoanálisis, para ello, Chemouni recurre a una perspectiva más teórica de este acercamiento y en otros momentos los aborda desde una perspectiva ligada a la vida personal y familiar de Trotsky.

En el presente análisis no pretendemos abordar todas las relaciones que el autor de Trotsky y el psicoanálisis realiza, sino que nos abocaremos algunas temáticas como el psicoanálisis en Rusia, el interés de Trotsky por el psicoanálisis, materialismo dialéctico, una psicología experimental, el encuentro del Trotsky con Breton, el cual dividiremos en dos apartados, el primero, en relación al Manifiesto Surrealista y al psicoanálisis, y el segundo apartado relacionado a Trotsky, el arte y el psicoanálisis; por último, indagaremos sobre las perturbaciones mentales de Zina (segunda hija del primer matrimonio del revolucionario bolchevique). Por lo tanto, quedarán por fuera de este trabajo algunas temáticas abordadas por Chemouni en su libro, como la relación de Trotsky en el exilio con diferentes psicoanalistas pertenecientes a diferentes escuelas o las indagaciones que el autor realiza sobre el ligamiento de Max Eitingon y Leonid Eitingon en el asesinato de Trotsky, la hostilidad de Freud hacia la revolución rusa en general y hacia Trotsky en particular, entre otras temáticas más que aborda el libro y que no estarán presentes en el análisis de este escrito.

A 80 años del asesinato de León Trotsky, nos parece pertinente poder indagar sobre su relación con el psicoanálisis, más en tiempos recientes y actuales, donde posturas posmodernistas han elaborado una mirada mecanicista, estática y caricaturesca de Trotsky en particular y del marxismo en general.

Estas posiciones posmodernistas hablan de un marxismo preocupado principalmente por elaborar estudios ligados al plano económico (estructura) y su réplica y reproducción en el plano de la política, ideológicos, etc. (superestructura), abandonando en cierto modo el interés por esta última. Este posicionamiento posmoderno cae en saco roto, cuando indagamos la relación del revolucionario ruso y su interés por el psicoanálisis, el arte, el movimiento revolucionario mundial y otros.

Para Freud, “el edificio teórico del psicoanálisis creado por nosotros no es, en realidad, sino una superestructura que habremos de asentar algún día sobre una firma orgánica. (…) Trotsky comparte la misma opinión; la mente responde a una necesidad del material”[1].

Psicoanálisis en Rusia

El psicoanálisis tuvo un comienzo prematuro en Rusia, siguiendo al autor, se inicia antes incluso que en Francia, esto debido a la temprana traducción de la obra de Freud y otros psicoanalistas como discípulos de éste; Adler, Reich, Stekel, Jung, entre otros.

Luego del triunfo de Octubre, el autor reconoce por lo menos tres grupos dentro de los teóricos marxistas en relación al posicionamiento con respecto al psicoanálisis: a) un “grupo hostil” al psicoanálisis liderado por Lenin, quien, al decir del Chemouni, condenaba al psicoanálisis por su “naturaleza burguesa y antirrevolucionaria”; b) un segundo grupo en donde se destacaban Trotsky y Ioffe[2] (quien estudió psicoanálisis durante su exilio), convencidos de una posible “unificación” entre el marxismo y el psicoanálisis; c) el grupo austromarxista, Viktor y Friedrich Adler, Otto Bauer, entre otros, quienes, según el autor, estarían “menos encerrados en el dogma teórico” y también mostrarían un interés apreciable por el psicoanálisis.

El autor intenta aportar datos sobre el rechazo del psicoanálisis por parte de Lenin debido a la “ausencia de control en la vida sexual”, lo cual implicaría una desviación y “pérdida de energía de la juventud revolucionaria”[3] pero, aunque se esfuerza y asegura la hostilidad de Lenin con respecto al psicoanálisis, Chemouni cita a Christfreid Tögel, quien precisamente afirma lo contrario, que Lenin era un conocedor de la obra de Freud y que de ningún modo era hostil a ella.

El autor de Trotsky y el psicoanálisis no explora las medidas revolucionarias que impulsa adelante la Revolución de Octubre, las cuales no solo marcan una vanguardia con respecto a temas sexuales y género, “Desde la Revolución de Octubre, bajo el liderazgo de Lenin y Trotsky, de 1917 a 1926, se sancionaron leyes a favor de la diversidad sexual y la identidad de género que se adelantaron a las de los países en la actualidad en términos de derechos humanos y democráticos: se legalizó el matrimonio entre personas del mismo sexo, las personas transgénero podían acceder a todo trabajo (incluso a las fuerzas armadas), la investigación sobre temas de intersexualidad fue patrocinada por el Estado, se permitían las intervenciones quirúrgicas de readecuación sexual a pedido de los pacientes (con las limitaciones que la ciencia y la medicina posibilitaban en la época) y el cambio de género en los documentos oficiales se conseguía sin necesidad de someterse a cirugías ni consultas psicológicas). Un signo de los nuevos tiempos fue que el nuevo comisario de Relaciones Exteriores, sucesor de Trotsky cuando este debió marchar a hacerse cargo del Ejército Rojo, fue Tchitcherine, un reconocido homosexual, representante del Estado soviético en la arena mundial de 1918 a 1930.”[4] Cheumoni marca las críticas de Lenin, en cuanto al “exceso” de las prácticas sexuales, pero no menciona las medidas que los bolcheviques impulsaron en favor de diversas prácticas sexuales que, para Occidente en general y para el padre del psicoanálisis en particular, en dicha época eran marcadas como desviaciones y patológicas.

En este punto es conveniente detenerse para realizar dos observaciones: la primera, Cheumoni no solo distancia las posiciones de Lenin con respecto de las de Trotsky por su aceptación o no del psicoanálisis y la sexualidad, por otra parte, deja entrever a lo largo de todo el libro una supuesta “demarcación” teórica y política entre ambos revolucionarios, acercando el autor las posiciones de Lenin a las posiciones de Stalin.

Trotsky y su interés por el psicoanálisis

Varios revolucionarios rusos tuvieron un interés por el psicoanálisis, Trotsky fue uno de los “militantes preocupados por emancipar al hombre de su alienación histórica, desea que el psicoanálisis contribuya a la acción revolucionaria”[5], por otro lado, el autor sostiene que el interés del revolucionario está ligado por su interés a las ciencias humanas.

La deportación de Trotsky coincide con la caída en “desgracia” del psicoanálisis en la URSS, dato que a Chemouni no se le escapa, pero no confía en que el triunfo de Trotsky hubiera significado aire nuevo para el psicoanálisis, puesto que el revolucionario es un ferviente defensor de la dictadura del proletariado. En este punto, Chemouni, pese a bucear citas en Literatura y Revolución, choca con un “dique” que no le permite poder apreciar el concepto de “dictadura del proletariado”.

El “dique” está edificado sobre dos elementos que parecen influir sobre el autor del libro. Primero, la visión de Freud con respecto a la revolución bolchevique en general y a Trotsky en particular, a quien califica como “destructor de la revolución”[6] y, en segundo lugar, el autor confunde “dictadura del proletariado” con una sociedad totalitaria, el estalinismo; en cuanto al primer punto, el autor sigue a Freud de quien afirma que vio “claramente” la incompatibilidad entre el pensamiento y la práctica de “libre asociación” con un poder que, en nombres de ideales, “el fin justifica los medios”, además de mantener una preocupación por las cuestiones ideológicas[7], dejando entrever -aunque no lo diga- que en la sociedad burguesa, sí existirían las libertades necesarias para realizar un pensamiento y práctica psicoanalítica, lo cual sí es incompatible con el marxismo, puesto que choca con el concepto marxista de alienación. El segundo punto, concepto de “dictadura del proletariado”, confunde dicho término con el llamado “socialismo real” (estalinismo) establecido en la URSS a partir de la derrota de la oposición, a pesar de citar en reiteradas ocasiones Literatura y Revolución de Trotsky, donde éste describe la “dictadura del proletariado” como un “breve período de transición”[8], Chemouni desconfía que sea de carácter transitorio y que dicha transición tenga como misión histórica la destrucción del “Estado burgués” y la “destrucción de todo tipo de Estado” -es decir, lejos está de conformar un Estado “todopoderoso”, “totalitario” al estilo estalinista. Por otro lado, a diferencia de lo que el autor de Trotsky y el psicoanálisis deja entrever, Lenin coincide con Trotsky respecto del papel histórico de la “dictadura del proletariado”. “(…) Engels habla aquí, de la ‘supresión’ del Estado de la burguesía por la revolución proletaria, mientras que las palabras sobre la extinción del Estado se refieren a los restos del Estado proletario después de la revolución socialista. Según Engels, el Estado burgués no se “extingue”, sino que “es suprimido” por el proletariado en el curso de la revolución. Lo que se extingue después de esta revolución, es el Estado o semi-Estado proletario”[9]. En conclusión, tanto para Trotsky como para Lenin, la revolución no solo “destruirá el Estado burgués”, más aún extinguirá todo tipo de Estado y explotación.

Con lo dicho hasta aquí tal vez podamos arriesgar una respuesta a los interrogantes del autor con respecto a si hubiera podido prosperar el psicoanálisis bajo la “tutela” de Trotsky si este hubiera vencido al estalinismo; en este sentido, el psicoanálisis, como teoría, podría seguirle resultando interesante en el llamado período de transición, o como lo denominaba Lenin, “la etapa inferior del comunismo”. Pero una vez establecida “la etapa superior del comunismo”, seguramente, esta teoría perdería su potencial, no por ser una teoría defectuosa sino por las nuevas características de la vida comunista, el psicoanálisis perdería su potencial, como lo perderían los Estados, la económica, la política y, como lo menciona el propio Trotsky, el “propio proletariado”, porque la misión histórica de éste reside en “terminar de una vez y por todas con la cultura clasista y abrir el camino a una cultura humana”[10].

Un tercer elemento que podríamos colocar es la confusión recurrente que el autor realiza al referirse a la sociedad socialista y comunista, en este punto parece no apreciar las diferencias entre ambos términos y los aspectos que diferencian a un tipo de sociedad de la otra, a veces, incluso, la confusión llega a invertir el “orden” cronológico en el que Marx y Engles marcaban. En este sentido el señala: “Así como el comunismo es una etapa necesaria antes del acceso al socialismo (…)”[11].

Materialismo dialéctico

En su testamento, Trotsky se autodefinió como “un revolucionario proletario, un marxista, un materialista dialéctico y, en consecuencia, un ateo irreconciliable”[12]; para el autor del libro, el interés de Trotsky por el psicoanálisis depende de que éste pueda “adaptarse” al materialismo dialéctico. Chemouni sostiene que, para el organizador del Ejército Rojo, las “ciencias verdaderas(..)”, sobre todo de las ciencias naturales sometidas a métodos de verificación experimentales, es una y  no depende de la concepción del mundo”, y siguiendo al autor, para Trotsky, para que “una ciencia calificada de proletaria no sea considerada como ideológica, obediente a motivos subjetivos o incluso de clase, aunque se trate del proletariado, sino como un criterio de objetividad a la manera de quien opera en las ciencias naturales”[13].

En principio, el Trotsky, como lo describe el autor del libro, tan interesado por las ciencias, debe “exigir” que un método científico posea, por decirlo de alguna manera, una “verificación experimental”, puesto que, en dicha experiencia y verificación, distingue a las ciencias de otras disciplinas. Por otro lado, el marxismo, a diferencia del positivismo, no sostiene un “proceso de evolución natural”[14] o un “progreso lineal” -como parece ver Chemouni en Trotsky y su exigencia de objetividad-, donde una forma de producción supera a otra, por el solo hecho de ser o de pretender ser superadora. Para el marxismo, el “proletariado” no tiene ganado el partido antes de jugarlo, puesto que el triunfo no depende solo de las crisis del capital (factor objetivo), sino que también necesita de una dirección y de las masas obreras (factor subjetivo) que puedan poner fin al capitalismo. Lo objetivo se pone en juego junto a lo subjetivo en un proceso dialéctico que pueda ocasionar la transformación de la sociedad.

El propio Trotsky ya advertía contra las “acusaciones” formuladas por Chemouni, “más de una vez se ha comprendido al marxismo de un modo mecánico y simplista, falso por lo tanto”, luego prosigue analizando la premisa marxista que señala que una sociedad debe desaparecer cuando no puedan ya desenvolverse las fuerzas productivas. “Esta proposición no significa sólo que el antiguo régimen resbalará infaliblemente y por su propio impulso cuando se haya hecho reaccionario, desde el punto de vista económico, es decir a partir del momento en que empieza a trabar el desarrollo de la potencia técnica del hombre”; es decir que no hay ningún cambio mecánico, “se hace necesario para la ulterior evolución del poder humano, entonces se produce la evolución, no por sí misma, como una salida o puesta de sol, sino gracias a la acción humana, gracias a la lucha conjunta de los hombres reunidos en clases”[15]. Lejos de la mirada positivista (objetivista-evolutiva-natural) que el autor le asigna al marxismo, esta última toma como referencia los factores sociales-históricos y analiza los factores objetivos y subjetivos, la contradicción, la negación, de los fenómenos naturales e históricos.

Una psicología experimental

“La valorización social de la ciencia, su valoración histórica, queda determinada por su capacidad para incrementar el poder del hombre y para armarlo con el poder de prever los acontecimientos y dominar la Naturaleza”[16] (León Trotsky)

El tema de la “objetividad” y el “método experimental” lo lleva al autor, a concluir que Trotsky marcha hacia una psicología “objetiva”; un “psicoanálisis pavloviano”. Esto llevaría a Trotsky a intentar fusionar una teoría “subjetiva” del psicoanálisis con una teoría “orgánica” de reflejos condicionados. Esta fusión daría lugar a una corriente freudo-marxista-pavloviana que, según el autor, lleva a un intento de fusión de dos escuelas psicológicas disímiles , así entonces, Pavlov le “sirve” (a Trotsky) como sostén para adherir a Freud, en otras palabras, la “objetividad” de la que carecería el psicoanálisis y, por consiguiente, lo “liberaría” de no contradecir al materialismo dialéctico.

El autor menciona el interés de Trotsky no sólo por la estructura sino por la superestructura, la literatura, el arte, etc., y deja entonces pasar, según nuestro criterio, donde reside en sí el intento de fusión propuesto por el padre de la teoría de la Revolución Permanente, sobre todo porque, como sostiene el autor del libro, Trotsky no mostrara interés alguno por la teoría de Pávlov, luego de la carta que le envió, mientras que el psicoanálisis será un tema al que volverá a ligarse en diferentes momentos de su vida.

Pávlov, como lo recuerda el autor, cuenta con un respeto absoluto para la década del ’20. Respeto que comenzó en la época zarista y se prolongó más allá de la era soviética, Trotsky no escapa a esto (es un hombre en un contexto histórico), por eso envía la carta a Pávlov con el fin de que tome en cuenta la teoría psicoanalítica de Freud a la que sostiene, que puede combinar con su teoría de los reflejos condicionados. Trotsky, como sostiene Chemouni, un hombre interesado en la alienación del hombre y convencido en buscar un aporte en el psicoanálisis para combatir dicha alienación, no busca “liberarse” de nada, sino que observa; tal vez, el psicoanálisis guarde más relación con el materialismo dialéctico que una teoría que solo se reduce al ámbito biológico.

Para Trotsky, el psicoanálisis posee un método dialéctico[17] y aborda cuestiones que ponen en escena la alienación del hombre y la represión como producto de la sociedad capitalista. En su carta a Pávlov escribe, “En el fondo, la teoría psicoanalítica está basada en el hecho de que el proceso psicológico representa una superestructura compleja fundada sobre procesos psicológicos, respecto a los cuales se halla subordinado. El lazo entre los fenómenos psíquicos “superiores” y los fenómenos fisiológicos “inferiores” permanece, en la aplastante mayoría de los casos, subconsciente y se manifiesta en los sueños, etc.”[18], esta frase resume el pensamiento dialéctico que Trotsky encuentra en el psicoanálisis.

Como ya mencionamos, Chemouni señala una particularidad histórica, la “caída” de Trostky coincide con el abandono que sufrirá la teoría del psicoanálisis en la URSS, esto último se relacionaría en partes, con la pérdida de influencia de Trotsky y también con el abandono de indagación científica-dialéctica por parte del estalinismo, que sostuvo como teoría predominante psicológica a la teoría pavloviana. En principio, la teoría de los reflejos condicionados carece de un método dialéctico y es más cercano al mecanicismo; en segundo lugar, porque reduce a lo biológico los problemas psíquicos y, por lo tanto, suscriben los problemas psíquicos a ese ámbito alejándolos de los problemas sociales y culturales. Por otra parte, el autor describe cómo Luria[19] fue un ferviente psicoanalista antes de la venida del estalinismo y cómo éste luego se transformó en un discípulo de Vygotsky. En efecto, tal vez, no hubo psicología que haya surgido abiertamente del marxismo y como producto directo de la Revolución de Octubre, como la teoría “socio-histórica” de Vygotsky y Luria, la cual se funda en el método del materialismo dialéctico, pero así y todo, el estalinismo la condenó al armario de la historia, no por no encajar con el método dialéctico sino, por el contrario, por ser materialista y dialéctico.

Chemouni sostiene, acertadamente, que la represión y persecución hacia las corrientes psicológicas en general y al psicoanálisis en particular comenzó de la mano del estalinismo, pero sostiene que esto en parte fue producto del legado heredado de Lenin. Si el estalinismo es la continuidad del leninismo, no se entiende por qué durante el período de mayor influencia de Lenin, en el partido y en la URSS, las investigaciones sobre psicoanálisis iban en auge, como también la teoría “socio-histórica”, además de aplicarse leyes de vanguardistas en cuanto a las relaciones de género y otras, justamente el estalinismo y su carácter conservador va a poner fin a investigaciones y diferentes corrientes de pensamiento surgidas antes y durante la Revolución de Octubre.

Por otra parte, un análisis un poco más profundo de la Revolución de Octubre y del Termidor soviético[20] llevaría al autor de Trotsky y el psicoanálisis a observar que el proceso de censura y persecución bajo el estalinismo no solo abarcó a la Oposición de izquierda al ámbito de la psicología, sino también tuvo un correlato similar en el ámbito de la literatura: “Mientras la dictadura (del proletariado) tuvo el apoyo de las masas y la perspectiva de la revolución mundial, no temió las experiencias, la lucha de las escuelas, pues comprendía que una nueva fase de la cultura solo podía prepararse por ese medio (….) se crearon modelos más precisos de la legislación socialista y las mejores obras de la literatura revolucionaria (…) las mejores películas soviéticas, por el contrario, cuando el estalinismo comenzó a desplegar y poner en práctica la ‘teoría del socialismo en un solo país’ no solo libró una “lucha contra la oposición en el seno del partido, todas las escuelas literarias fueron sofocadas una después de la otra”, así entonces todas la fuerzas creativas liberadas con la Revolución liderada por Lenin fueron eliminadas por el proceso de burocratización liderado por Stalin; es que, como sostenía Trotsky, “la burocracia siente un temor supersticioso por todo lo que no la sirve y por todo a lo que no comprende”[21].

Rechazamos hace instantes que el estalinismo haya sido partidario del método dialéctico, sino su negación rotunda y, por consiguiente, la negación de Lenin. El autor afirma que la influencia de Lenin llega con su obra Materialismo y empiriocriticismo, puesto que el libro “intenta demostrar que toda actividad o realidad, natural o social, pertenece a un conjunto dialéctico”[22], lo cual no nos dice mucho y menos del por qué Stalin fue un buen discípulo de Lenin.

Encuentro con Breton: I. Manifiesto surrealista y psicoanálisis     

“(…) somos revolucionarios de la cabeza a los pies, lo hemos sido y seguiremos siéndolo hasta el final” (André Breton)[23]

Breton arribó a México enviado por el Ministerio de Asuntos Exteriores de Francia, relata Chemouni, aprovechando esta estadía en el país azteca, el padre del surrealismo tenía una decena de encuentros con Trotsky. Chemouni realiza una breve introducción a la obra de Breton y a su adhesión al marxismo, y en particular su fuerte admiración por la figura de León Trotsky.

Al encuentro entre Trotsky y Breton, Chemouni le dedica uno de los capítulos más extensos del libro, es el capítulo 4, el cual se titula “Un psicoanálisis vuelto a visitar”, donde repasa las divergencias entre ambos revolucionarios y utiliza dichas divergencias no como un punto válido de donde ambos parten, para luego converger en el “Manifiesto por un arte revolucionario y libre”, sino que es utilizado constantemente por Chemouni, por una parte, para distanciar la figura de ambos revolucionarios y acercar la figura de Breton a la de Freud, desdibujando así el carácter marxista del primero y para dejar en pie su simpatía y comprensión sobre el psicoanálisis y, por otro lado, para mostrar las limitaciones de Trotsky a la hora de comprender la teoría elaborada por Freud.

El encuentro de Trotsky con Breton da un nuevo acercamiento al psicoanálisis, ya que de él surgirá el “Manifiesto por un arte revolucionario independiente” y el intento de vincular a los artistas revolucionarios en una agrupación independiente del estalinismo, la Federación Internacional del Arte Revolucionario Independiente (Fiari). En este punto, Chemouni no deja de presentar el encuentro como una oportunidad, que ve un Trotsky aislado[24] de poder reagrupar cierto sector de la vanguardia obrera; en este sentido, lo que Chemouni deja deslizar como una actitud oportunista, no deja de ser el primer acto de un militante revolucionario, que no deja de dar pelea, en todo caso, podría ser calificada de oportunista si Trotsky hubiera “entregado” o “negociado” ciertos principios, cuestión que no negocian ni Trotsky ni Breton.

El autor recuerda algunos aspectos de controversia entre los autores del Manifiesto, como por ejemplo en cuanto a la poesía de Zola y también en torno de la locura, ya que para Trotsky es impensable un “mundo de la alienación”[25], mientras que para los surrealistas “la locura es presentada como una forma superior de liberación de la imaginación”[26].

El Manifiesto toma conceptos del psicoanálisis cuando sostiene: “El mecanismo de sublimación, que sobreviven en un caso como éste y que el psicoanálisis deja en evidencia, tiene como objeto restablecer el equilibrio quebrado entre el “yo” coherente y los elementos reprimidos. Este restablecimiento obra en beneficio del “ideal del yo” que erige contra la realidad actual, insoportable, la potencia del mundo interior, del “uno mismo”, comunes a todos los hombres y en constante vía de expansión en el devenir”[27].

Chemouni critica la implementación de los términos provenientes en el Manifiesto. En primer lugar, sostiene que Trotsky pretende volver siempre lo inconsciente en consciente, como si fueran dos dimensiones diferentes, y observa aquí una concesión de Breton, ya que para los surrealistas ambas dimensiones aparecen como parte de una realidad absoluta: “Creo en la resolución futura de estos dos estados, en apariencia contradictorios, que son el sueño y la realidad, en una especie de realidad absoluta, de surrealidad”[28]. En cuanto al término de sublimación, para Chemouni, Trotsky y Breton aplicarían en forma equívoca el término ya que “la sublimación es, ante todo, un proceso de desexualización; por lo tanto es la sexualidad la que la especifica. Los autores del Manifiesto conservan la idea del conflicto, presente en la sexualidad, pero expulsan completamente a esta última. Su sublimación es asexuada desde el comienzo y abreva sus fuerzas en las relaciones sociales, hace de las consecuencias, a saber, la vida social y cultural, la causa que moviliza la sublimación.”[29]

Estas últimas críticas son muy representativas de algunas ideas que se repiten en todo el libro, señalar las limitaciones de Trotsky sobre los conceptos del psicoanálisis, poner más el acento en los procesos históricos y sociales que en los individuales; en otras palabras, es como si le reclamara a Trotsky su exceso de marxismo y su poco o no suficiente acercamiento al psicoanálisis.

Encuentro con Breton: II. Trotsky, el arte y el psicoanálisis

Para Trotsky, el arte no debe está dirigido por el partido ni por el Estado. Como bien afirma en una cita el autor, para Trotsky no existiría el arte proletario, puesto que el socialismo, al abolir la sociedad clasista, se convertiría en una sociedad humana, con una cultura humana. Pese a esto, el autor no hace más que dudar de los dichos de Trotsky y puesto que sostiene que la postura de éste es cuanto menos ambigua, cita a Trotsky, “Si la revolución se ve obligada a destruir puentes o monumentos cuando hace falta, no dudará en levantarle la mano a toda tendencia del arte que, por grandes que sean sus realizaciones formales, amenazarían con introducir fermentos de desunión en los medios revolucionarios (….) Por supuesto, el Partido no puede, ni siquiera por un sólo día, abandonarse al principio liberal de dejar hacer, dejar pasar, ni siquiera en el arte. La cuestión radica en saber en qué momento debe intervenir, en qué medida y en qué caso”[30]. Podríamos retomar aquí el tema de la dictadura del proletariado, que ya abordamos en otro apartado. La cita de Trotsky corresponde a la etapa en la que el proletariado, empleando su dictadura, tiene como objetivo “destruir” el Estado burgués, en este punto Trotsky, como revolucionario y marxista, sabe mejor que nadie que la batalla se da en el marco de lo económico, político y cultural, de aquí que el Partido no pueda permitir ninguna expresión artística que ponga en peligro la revolución. Lo cual no contradice el hecho que él no crea en el arte proletario, ni que el Partido deba dirigir el arte, puesto que Trotsky parece hablar de tiempos diferentes. Una cosa es cuando el poder obrero se está construyendo y otro cuando el poder obrero esta sólido, en el primer caso no puede darse el lujo de permitir expresiones que pongan en peligro su poder, en el segundo no debe intervenir ni el Estado ni el Partido, tanto que ambos, como sostuvimos al comienzo, también tenderán a “disolverse”. Para Trotsky, “es falso afirmar que, para nosotros, solo es nuevo y revolucionario un arte que hable del obrero; en cuanto a pretender que exigimos de los poetas que describan exclusivamente chimeneas de fábricas o una insurrección contra el capital, es un disparate”[31], lo que no implica que para el revolucionario todo arte supone, de una u otra manera, una postura política.

Las perturbaciones mentales de Zina

Chemouni le dedica un capítulo aparte a las perturbaciones psíquicas de Zina, la hija mayor del primer matrimonio de Trotsky. A través de todo el capítulo, el autor continúa con su intento de demostrar las limitaciones del revolucionario, como si éste hubiera dedicado gran parte de su vida a la teoría desarrollada entre otros por Freud, pero en este caso, a diferencia de otros capítulos, las limitaciones no van a estar ligadas a tal o cual interpretación o aplicación de conceptos provenientes del psicoanálisis por Trotsky, sino que lo va a indagar a través de la relación del “padre” (Trotsky) e hija (Zina).

Al comienzo de este capítulo, Chemouni sostiene que su trabajo, “quiere permanecer intencionalmente ajeno a toda psicobiografía o a todo intento de “psicoanalizar” al revolucionario[32]. Pero si uno lee el capítulo atentamente, parecería que su objetivo es el contrario del que enuncia, sobre todo cuando utiliza categorías como “padre idealizado” o cuando habla de la “denegación de su función paterna”[33], conceptos tan significativos para el psicoanálisis.

Chemouni desarrolla a lo largo del capítulo, la enfermedad de Zina y las expectativas que primero tenía Trotsky sobre la cura que le podía brindar un tratamiento psicológico y, más tarde, como Trotsky descree de dicho tratamiento, sosteniendo que su hija era presa de síntomas de una patología somáticos, negando así los síntomas de una patología psiquiátrica[34], Chemouni llega a la conclusión, por un lado, de algunas falencias que Trotsky tenía al interpretar el psicoanálisis y, por otro lado, de la pocas expectativas que tenía en el abordaje clínico del psicoanálisis, esto independientemente de que Zina será tratada, como bien menciona el autor, por un médico psicoanalítico de nombre Kronfeld[35].

Un concepto muy importante que desarrolla el autor del libro es el del “doble exilio” de Zina, quien permanecía fuera de la URSS para realizarse un tratamiento[36].

El otro punto destacado por Chemouni es el ya mencionado “doble exilio” de Zina, donde el autor va a destacar el impacto que marca en la hija de Trotsky su partida de la URSS, la cual liga al rol histórico jugado por su padre durante la revolución bolchevique y a su infancia, un padre que no solo cumplió un rol destacado sino que, a entender de Chemouni, configuró “(…) sus relaciones con el padre, un padre, repitámoslo, profundamente amado, idealizado, mundialmente conocido, tan venerado como odiado y, en este sentido, inaccesible”[37]. Este doble exilio, marcado, por un lado, por el alejamiento de la “madre patria” y, por el otro, la inaccesibilidad al padre tan amado, hace, a entender de Chemouni, que el cuadro psiquiátrico de Zina se profundice y lo que va marcando la también ya mencionada “denegación de su función paterna”, de un Trotsky que no comprende no solo la enfermedad de su hija[38], sino que le asigna a los problemas psíquicos un origen, por un lado, biológico, sus problemas pulmonares y, por otro, su exilio de la URSS, lo cual a entender de Chemouni, coloca el problema en un aspecto social y nunca interno (familiar).

En este punto se nos abren dos perspectivas más para tratar, en primer lugar, un padre que es categorizado “ausente”, aunque, a lo largo de todo el capítulo, el propio autor cita innumerable correspondencia entre Trotsky y su hijo León Sedov, en la que se nota a un padre que tal vez no entienda el origen y la enfermedad de su hija, pero muy preocupado, no solo por su salud sino por la búsqueda de tratamientos. Un segundo aspecto es el punto en el que Chemouni le asigna a los aspectos sociales y personales. Para el autor del libro de Trotsky y el psicoanálisis, Trosky siempre asigna una posición más relevante a las cuestiones históricas y sociales que a las individuales, por eso, “desde que fui expulsado, leí más de una vez en los diarios consideraciones sobre ‘la tragedia’ que me aqueja. No conozco ninguna tragedia personal”[39], el límite de Trotsky para Chemouni estaría dado por una personalidad que liga todos los aspectos personales al desarrollo histórico social, y se mueve a través de éste. En un aspecto, el límite parecería tenerlo Chemouni, quien no llega a comprender que la posición de un socialista no está marcado por su relación particular, de ser así, muchos teóricos y revolucionarios socialistas no hubieran dedicado su vida a una causa, ya que en muchos casos, como los de Engels hasta el propio Trotsky, si hubieran analizado y conformado su vida por sus recursos personales o por sus posibilidades dentro del capitalismo, nunca se hubieran convertido en revolucionarios; entonces, el pensar en lo social e histórico no es menor. Por otro lado, Chemouni, al asignarle un acento primordial al aspecto individual, realiza la contracara de su señalamiento a Trotsky, que es poder reducir la significatividad de lo social, en el caso de Zina a su exilio de la URSS, que no solo es negarle el acceso a ella de su patria, sino a su familia, a la falsificación de la historia (a la que el autor hace referencia) y a vivir en una Alemania en la que el fascismo se encuentra en ascenso. Chemouni cita a Víctor Serge en una descripción de los padecimientos de Zina en el país germano: “Zina veía las camisas negras conquistar las calles, se enteraba antes que nosotros, ya no tenía noticias de su marido, Platón Volkov, joven intelectual de formación obrera, prisionero desde hacía mucho tiempo (…) incapaz de adaptarse a Occidente, la pérdida de la nacionalidad soviética fue para ella la gota de amargura que hizo desbordar la copa”[40].

Para Chemouni, los límites de Trotsky en la negación de la importancia de los problemas personales, en parte son los límites que marcan la interpretación del revolucionario bolchevique del psicoanálisis, en parte a no comprender la verdadera afición de su hija y el rol que debería tener como padre, colocando en el aspecto social, histórico, político, las causas de los males de su hija. De esta manera, Chemouni menciona, pero disminuye los aspectos sociales y políticos por la que atraviesa, de persecución, intimidación, detenciones y exilio, que sufre la familia del revolucionario.

Sea como fuera, las “limitaciones” de Trotsky para la interpretación del psicoanálisis, que Cheimuni le asigna, se relacionan a algo persiste durante todo el libro y es que Trotsky era un revolucionario marxista, por un lado, no era un psicoanalista y, por otro, ve en el psicoanálisis una teoría auxiliar del marxismo, una marca de “dolor” que el autor del libro no deja abordar a lo largo de todo su texto.

Por último, las limitaciones del “Trotsky padre” no creemos que sean diferentes a las limitaciones que a muchos seres humanos se les presenten a la hora de llevar a delante la “función paterna”, lo que Chemouni marca como un límite teórico, a nuestro entender es un límite como ser humano.

Algunas conclusiones

El libro de Chemouni no deja de ser interesante por su temática tan original, en el sentido que no siempre abordada la relación de Trotsky con el psicoanálisis. Pero el autor, a nuestro criterio, se adhiere a una visión del marxismo que ha sido desarrollada desde variantes posmodernas, en la que se lo ve como una teoría mecanicista, más ligada a las ciencias positivistas que al marxismo en sí.

El posmodernismo ha comprado la caricatura del marxismo en su versión estalinista. Por un lado, un marxismo estático, no dialéctico, de un Estado omnipresente, todopoderoso y, en otros aspectos, una separación teórica e histórica de Lenin-Trotsky, para pasar a una relación Lenin-Stalin. Esta última relación, en gran parte del libro Chemouni la utilizara no para señalar falencias de Trotsky sino para reivindicarlo, como cuando se pregunta si su triunfo sobre Stalin (discípulo de Lenin) lo ubica posibilitando un desarrollo del psicoanálisis. El tema no es que reivindique o no a Trotsky, sino que de esta concepción se van a desprender algunos conceptos desacertados, como el rol de la dictadura del proletariado, la sociedad socialista y la sociedad comunista, así como la concepción que Trotsky tiene del arte y la libertad.

Por otro lado, como señalamos, por más que el autor se trace como objetivo no realizar una psicobiografía de Trotsky, en parte creemos que es lo que realiza, en tanto que marcar aspectos personales y familiares de Trotsky le brindan herramientas para marcar sus límites de la interpretación del psicoanálisis; en otras palabras, el Trotsky “padre” es utilizado por Chemouni para marcar los límites del Trotsky “teórico”.

Para finalizar queríamos señalar un aspecto que Chemouni hace mención, describiendo en parte la entrega de Trotsky a la revolución, “(…) fue un hombre profundamente convencido de la validez de su causa. Le sacrificó su vida y sus hijos. Su tragedia familiar da la medida de la ambición de su proyecto político”.[41] Trotsky no sacrificó su vida y sus hijos, estos últimos y el padre fueron sacrificados, asesinados en forma indirecta o directa por el estalinismo, su “tragedia” familiar no está ligada a aspectos individuales sino a aspectos políticos, históricos y sociales, porque “su ambición” estaba conformada por una causa y un ideal político, que se enmarca en la liberación de la humanidad y cuando el proyecto es de tal magnitud que, de suyo va, se incluye la liberación de lo familiar.


[1]. Chemouni, Jacquy: Trotsky y el psicoanálisis, Nueva visión, 2007, pág. 178.   

[2]. Ioffe, Adolf fue un destacado médico, quien se mostró muy interesado por el psicoanálisis. Por otro lado, fue colaborador de Trotsky en el exilio prerrevolucionario. Luego de la revolución se convirtió en un diplomático soviético y con posterioridad adhirió a la Oposición de Izquierda.      

[3]. Para sostener la argumentación de la hostilidad de Lenin al psicoanálisis recurre a algunas citas de Clara Zetkin, de 1934, donde Lenin liga la ausencia de un control sexual a un fenómeno burgués, también recurre a otras citas en el mismo sentido. Es interesante observar que en las citas referidas por el autor no se encuentra ninguna mención en particular al psicoanálisis, de lo cual se desprende que la vida sexual y el psicoanálisis son tomados como sinónimos por el autor. En Chemouni, Jacquy: Trotsky y el psicoanálisis, Nueva visión, 2007, págs. 36 y 37.

[4]. Cabanilla, German: “El Movimiento LGBTI y el ejemplo de la Revolución Rusa”, Prensa Obrera (18/9/2017). http://www.po.org.ar/prensaObrera/online/lgbti/el-movimiento-lgbti-y-el-ejemplo-de-la-revolucion-rusa

[5]. Chemouni, Jacquy op. cit., pág. 19.

[6]. Chemouni, Jacquy op. cit., pág. 13.

[7]. Chemouni, Jacquy op. cit., pág. 54.

[8]. Trotsky, León: Literatura y Revolución, Ediciones RyR, 2015, Bs. As., pág. 319.

[9]. Lenin V.I.: “El Estado y la Revolución”, En: Obras Selectas, Tomo dos (1917/1923). IPS, Bs.As.2013, pág 135.

[10]. Trotsky, León, op. cit., pág. 320.

[11]. De no ser un error de traducción, está claro que el manejo conceptual sobre la sociedad socialista y comunista no son apreciadas correctamente por el autor. Para una mayor claridad sobre ambas socialistas, ver Lenin, El Estado y la revolución. Chemouni, op. cit., pág. 185.

[12]. Trotsky, León: Mi vida: intento autobiográfico, CEIP León Trotsky, Bs. As., 2012, pág. 651.

[13]. Chemouni, Jacquy op. cit., pág. 45.

[14]. Chemouni, Jacquy op. cit., pág. 207.

[15]. Trotsky, León. “Una escuela de estrategia revolucionaria”1921 https://www.marxists.org/espanol/trotsky/eis/1921-escuela-rev.pdf

[16]. Trotsky, León: “Materialismo dialéctico y la ciencia”, discurso pronunciado el 17 de septiembre de 1925 ante el Congreso de Mendeleyev por Trotsky como presidente del Consejo técnico y científico de la Industria” En: https://www.marxists.org/espanol/trotsky/1920s/literatura/8d.htm#caa

[17]. Lo cual no implica materialista.

[18]. Carta de Trotsky a Pavlov. http://marxists.org/espanol/trotsky/1920s/literatura/8d.htm#caa

[19]. Uno de los creadores, junto a Lev Vygotsky, de la teoría socio-histórica.

[20]. Nombre con el que Trotsky denomina al establecimiento de Stalin en el poder y su traición a la Revolución de Octubre.

[21]. Trotsky, León: La Revolución Traicionada, El viejo fantasma, Buenos Aires, 2017, pág. 166.

[22]. Chemouni, Jacquy op. cit., pág. 161.

[23]. Breton, Andrés: La revolución surrealista, citado por Chemouni, pág. 109.

[24]. Breton también se encontraba en cierta manera aislado ya que parte de sus excompañeros surrealistas, Aragón, Sadoul, se ligaron al PCF estalinista, como bien señala Chemouni. Véase Breton, André: “Visita a León Trotsky, discurso pronunciado por André Breton el 11 de octubre de 1938 en el meeting del aniversario de la revolución de octubre organizado por el Partido Obrero Internacional en París”, págs. 39-40; en Breton, André; Trotsky León y Rivera Diego: Manifiesto por un arte revolucionario independiente, Siglo XXI, 2019 (versión digital).

[25]. Chemouni, op. cit., pág. 202.

[26]. Costa Pimenta, Rui: “Centenario de André Breton”, En: En defensa del marxismo N° 16, 1996, pág. 99.

[27]. Breton, André; Trotsky, León; Rivera, Diego: Por un arte Revolucionario Independiente, pág. 62. En: Breton, André; Trotsky, León y Rivera, Diego: Manifiesto por un arte revolucionario independiente”, Siglo XXI, 2019 (versión digital).

[28]. Chemouni, Jacquy op. cit., pág. 193.

[29]. Chemouni, Jacquy op. cit., pág. 219.

[30]. Chemouni, Jacquy op. cit., pág. 193.

[31]. Chemouni, Jacquy op. cit., pág. 194.

[32]. Chemouni, Jacquy op. cit., pág. 247.

[33]. Chemouni, Jacquy op. cit., pág. 262.

[34]. Chemouni, Jacquy op. cit., pág. 260.

[35]. Chemouni, Jacquy op. cit., pág. 264.

[36]. Según Víctor Serge, padecía tuberculosis. Véase: Serge, Víctor: Vida y muerte de León Trotsky, El Yunke, Bs. As., 1974, pág. 201.

[37]. Chemouni, Jacquy op. cit., pág. 250

[38]. Chemouni, Jacquy op. cit., pág. 262

[39]. Chemouni, op. cit., pág. 244.

[40]. Chemouni, op. cit., pág. 258.

[41]. Chemouni, op. cit., págs. 243-242.

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