Cuando Juan Domingo Perón asumió su primera presidencia, el 4 de junio de 1946, las reservas al contado del Banco Central sumaban 5628 millones de pesos, en oro y divisas. En dólares, eran equivalentes a 1700 millones, y representaban un tercio del total de las reservas de toda América Latina, contra una deuda pública que en aquel entonces alcanzaba los 246 millones de dólares.
La Argentina atravesaba un boom exportador. En 1930, el país fue el responsable de 1,9% de las exportaciones del planeta. Luego de varios años de ascenso llegó, en 1945, al punto más alto, con 2,7% del total global (La Nación, 03.10.2021). Aunque ese porcentaje empezó a declinar desde entonces, las exportaciones argentinas se duplicaron entre 1946 y 1948, llegando en el último de esos años a los 1600 millones de dólares.
Las condiciones favorables en sus primeros años de gobierno permitieron a Perón desenvolver un “nacionalismo fiscal” con el que evitó tocar cualquier propiedad de la burguesía agraria al mismo tiempo que, mediante el monopolio de la comercialización de las exportaciones argentinas en el exterior y pagando precios más bajos a los productores que los recibidos en el mercado mundial, pudo hacerse de un colchón para subsidiar a la burguesía industrial nacional, cuyas empresas estaban imposibilitadas por su atraso y obsolescencia de competir con las manufacturas de los países imperialistas, fundamentalmente Estados Unidos. Esa intermediación fue desenvuelta por el IAPI, Instituto Argentino de la Promoción del Intercambio.
En un cuadro internacional que marchaba a la apertura económica y al multilateralismo dominado por los yanquis luego de la Segunda Guerra Mundial, el peronismo se empeñó en extender el desenvolvimiento de la industria argentina que emergió en la década del ’30 sustituyendo lo que antes se importaba, especialmente en Europa y mayormente en Gran Bretaña (industria por sustitución de importaciones, ISI) , consecuencia primero de la carencia de divisas a partir de la crisis de 1929/30 para pagar importaciones (como ocurre hoy), y luego por la imposibilidad de abastecer el consumo local de manufacturas de parte de los países en guerra, particularmente Gran Bretaña, desde 1939. Lo que la economía no permitía a partir del fin de la guerra, el peronismo lo hizo por la vía de la imposición política. Esto estableció el marco político de su llegada al poder, de fricción entre el imperialismo norteamericano y los sectores más poderosos de la burguesía argentina, y otro en favor de los capitalistas vinculados a la producción para el consumo interno representados por Perón, y la emergencia de dos bloques que dirimieron las elecciones de 1946. En este choque, el naciente peronismo se apoyó en el imperialismo inglés y se empeñó en conquistar un apoyo popular, regimentando a la clase obrera, para poder enfrentar la presión oligárquico-imperialista (desarrollo que no veremos en este texto que tiene por objetivo directo estudiar las limitaciones del peronismo frente al imperialismo). La primera de estas coaliciones fue apoyada públicamente por el embajador norteamericano Spruille Braden, lo que motivó una de las consignas políticas más contundentes de la historia política argentina: Braden o Perón.
Un plan económico con la “oligarquía adentro”
Aun así, esta política que producía una transferencia de recursos del agro a la industria, también fue un respaldo para los terratenientes locales, porque en el período en el cual el IAPI tuvo superávit –entre lo que el país vendía y compraba en el mercado mundial-, en los años 1946, 1947 y 1948, por 197, 560 y 1045 millones de pesos respectivamente (unos 540 millones de dólares al tipo de cambio oficial) esos superávits también fueron usados para reajustar hacia arriba los precios de los productores locales. Por ejemplo, el precio promedio anual pagado por 100 kilos de trigo prácticamente se duplicó entre 1945 y 1948 (Juan Vital Sorrouille, CEPAL, 2005). Y cuando las exportaciones argentinas de alimentos y materias primas comenzaron a decaer en sus volúmenes y en sus precios, el IAPI directamente subsidió a la denominada “puta oligarquía” (en términos del folclore peronista), manteniéndole los precios a 1949.
Esta intervención del Estado en rescate de los capitalistas, siempre defendida por el peronismo, produjo, en el corto plazo, pérdidas en lugar de ganancias, “pues el gobierno debió continuar pagando al productor los precios básicos prometidos sin modificar el régimen de tenencia de la tierra ni la paridad cambiaria”.1Novik,S.(2022). IAPI: Auge y decadencia. El comercio exterior durante el primer peronismo
Obviamente, como se siguió subsidiando a los patrones industriales, el costo total de esa pérdida fue pagada por completo por la clase obrera con un fuerte plan de ajuste, que incluyó congelamiento de salarios y de paritarias, por dos años (y el llamado “Congreso de la Productividad” 1953/54, para avanzar en la “racionalización”-eliminación de conquistas obreras).
De la abundancia a la decadencia
En menos de dos años, a fines de 1948, las reservas habían caído a prácticamente la mitad ($ 2425 millones) lo cual, sumado al déficit comercial generado por el incremento de las importaciones frente a una caída de las ventas y de los precios, marcó el fin del “viento de cola” del primer peronismo.
Desde entonces, la política económica a partir de 1949 incluyó no la quita sino el resguardo de las ganancias de los exportadores, “el fomento de la producción agropecuaria (subsidios y precios favorables para la oligarquía), la racionalización de las obras públicas, la reducción de los gastos oficiales y la vinculación de los aumentos salariales a una mayor productividad obrera” .2Gambini H. (1983) Las presidencias peronistas: La primera presidencia de Perón. Un plan de ajuste contra los trabajadores. Así, Perón pasó de ser el canal de conquistas obreras de sus inicios a desempeñar el papel de “primer flexibilizador” de conquistas laborales y salariales de la clase obrera, en su segunda presidencia.
Otros factores de crisis fueron la imposibilidad de solventar los pagos en dólares de las importaciones de insumos industriales, fundamentalmente máquinas y tecnología, provenientes de Estados Unidos. Esto generó una deuda externa creciente, y la política asumida con las empresas de servicios públicos a partir de sus nacionalizaciones con indemnización al capital extranjero que tenía las concesiones, favorables para los privatizadores, pero ruinosas para el Estado y para los trabajadores.
Las políticas antiobreras de ajuste del peronismo no son entonces un exabrupto actual: comenzaron a fines de la primera presidencia, se profundizaron también en el período 1973-1976 y, a partir de la caída de la dictadura genocida, en forma sistemática desde Menem hasta la actualidad kirchnerista.
Nacionalismo semicolonial
Rolando Lagomarsino, secretario de Industria y Comercio en la primera presidencia de Perón, describió a la Argentina de la “industria nacional” como a “país al que le faltaba de todo: maquinarias, material de perforación, material eléctrico, hierro, caucho, etcétera, y para colmo lo que teníamos no se podía extraer y elaborar por falta de transportes”.3Gambini H. (1983) Las presidencias peronistas: La primera presidencia de Perón.
La falta de todo también se aplica a la escasez de combustibles, no por inexistencias sino por incapacidad para extraerlos. En 1944, siendo Perón vicepresidente de facto del golpe militar desenvuelto por el GOU (Grupo de Oficiales Unidos, una logia militar secreta del Ejército Argentino de 1943), un golpe nacionalista de ideología derechista (que proclamó la restauración de la Cruz y la Espada), “la industria argentina, hambrienta de combustible, una vez más quemó maíz, trigo y hasta cáscaras de maní y bagazo de arroz. En 1944 esas fuentes de emergencia cubrieron el 31,4 por ciento del consumo total de energía de país”.4Solberg, C. E. (1983) Petróleo y Nacionalismo en la Argentina
Como consecuencia de este desarrollo atrasado y parasitario de la burguesía argentina, se requería aumentar las exportaciones agrarias (especialmente a Europa y particularmente a Gran Bretaña) para, con las divisas obtenidas, comprar insumos industriales y maquinarias a Estados Unidos.
Así, la dependencia del nacionalismo burgués respecto de la oligarquía agraria argentina, por un lado, y de los imperialismos británico y norteamericano, del otro, serán la marca distintiva de su orillo.
¿Ni yanquis ni marxistas?
“La presión económica ciñe más fuerte que la presión bélica; no es cruenta, pero es implacable e integral”.
La frase corresponde al general Manuel Savio, pilar del industrialismo militar nacionalista, director de Fabricaciones Militares y uno de los principales colaboradores de Perón en su primera presidencia hasta su muerte en 1948. Esta frase estuvo destinada a incentivar empresas mixtas –asociación del Estado y capitalistas privados, en la cual el Estado correría con el gasto de la exploración y extracción y los empresarios con el negocio de su elaboración– para explotar la extracción y elaboración de mineral, mientras duraba la etapa de sustitución de importaciones durante la II Guerra Mundial. “No se trata –decía Savio– de una infundada tendencia proteccionista. No pensamos desalojar productos extranjeros. Creemos que nosotros también podemos llegar a producirlos pronto, a precios aceptables, pero aprovechando fuentes naturales, y ansiamos producirlos cuanto antes, porque nadie nos asegura que luego no se nos restringirán las iniciativas de esa especie, dado que la presión económica no es cruenta, pero es implacable e integral” (1942, conferencia en la UIA).
El nacionalismo burgués encarnado por Perón, antes incluso de que el “peronismo” existiese como tal, mostraba sus límites históricos implacables e integrales frente al imperialismo mundial. La presión económica es la presión del mercado internacional dominado por el imperialismo y el nacionalismo burgués. En pleno auge se declaraba incapaz de ponerle freno.
“Marxistas”, claro que no. Pero “antiimperialistas”, tampoco.
La doble subordinación a Inglaterra y Estados Unidos
La opinión generalizada de historiadores y economistas vinculados a los ámbitos académicos afirma que, en los primeros años de la segunda posguerra, la Argentina tuvo una oportunidad histórica para dar un salto como país capitalista más desarrollado, algo que la burguesía argentina fue incapaz de aprovechar.
En palabras de Juan Vital Sorrouille, el ex ministro de economía de Raúl Alfonsín, responsable de los planes económicos Austral y Primavera, que culminaron en la hiperinflación de 1989, “la abundancia de reservas generaba el espacio para una aspiración ampliamente difundida: la recuperación de un mayor grado de autonomía frente a la presencia del capital extranjero en sectores clave de la economía nacional”.5Solberg, C. E. (1983) Petróleo y Nacionalismo en la Argentina
Ese período correspondió a los primeros años de Perón como presidente constitucional. Sobre esa etapa, los nacionalistas destacan el progreso económico durante el primer peronismo a pesar de sus límites y, los detractores, el despilfarro de la política económica y social del peronismo, como justificaciones de esa frustración.
Al finalizar la II Guerra, la industria argentina sustitutiva de importaciones estaba completamente estancada, descapitalizada, sedienta de insumos y de maquinarias, que en la posguerra sólo se podían obtener de parte de Estados Unidos, frente a una Inglaterra postrada por el esfuerzo bélico, endeudada y dependiente del imperialismo yanqui. Para ello, necesitaba de dólares que le permitieran solventar el costo de las importaciones provenientes del mercado estadounidense.
Argentina tenía como principal destino de su producción agropecuaria a Inglaterra, nación con la cual desde 1940 tuvo un balance comercial siempre superavitario, que se mantuvo hasta 1949. El peronismo contaba con este superávit para financiar a la burguesía industrial argentina, y obtener los dólares para comprar los insumos y bienes de capital norteamericanos.
El escollo para ello fue que Inglaterra durante la guerra, e incluso posteriormente a ella, imposibilitada de saldar los pagos de sus importaciones con sus países proveedores del área de la libra, y de varios por fuera de ella (como la Argentina), apeló a la salida de no pagar y de acreditar los valores impagos en saldos de libras esterlinas bloqueadas e inconvertibles, depositadas en el Banco de Inglaterra, a cambio de un interés. El intercambio era así o no era. Mientras tanto, el Estado argentino se hizo cargo del pago a los frigoríficos y exportadores del valor de los productos vendidos durante todo ese largo período, lo que fue sostenido por la dictadura militar del Grupo de Oficiales Unidos (1943-1946) –de la cual Perón fue figura principal– y durante los primeros años de su primera presidencia constitucional.6Skupch P. R. (1972) Nacionalización, libras bloqueadas y sustitución de importaciones
Las tres cuartas partes de las reservas a las que hacen alusión las consideraciones históricas citadas estaban en esa condición, bloqueadas y/o inconvertibles, y por lo tanto inmovilizadas para destinarlas a una inversión productiva en el país.
En 1946, un primer tratado anglo-argentino para regularizar el comercio de ambas naciones, el acuerdo Eady-Miranda, resolvió que los saldos previos a ese año, efectivamente, permanecerían bloqueados, pero que el comercio y los pagos hacia adelante fueran de libre convertibilidad. Esto último no respondió a la presión argentina, sino a la de Estados Unidos, que le impuso a Gran Bretaña la convertibilidad de la libra a partir de los acuerdos de Bretton Woods, lo que comenzó a aplicarse en 1947. Pero duró menos que poco. La vulnerabilidad de la economía británica condujo a que los tenedores de libras las convirtieran inmediatamente en dólares, lo que produjo un agudo vaciamiento de reservas de Inglaterra que, a cinco semanas de su aplicación, volvió a reestablecer la inconvertibilidad de su moneda.
Durante ese breve período, Argentina pudo convertir unos 200 millones de libras esterlinas a dólares, pero el fin de la convertibilidad en 1947 fue un duro golpe para la economía del país porque anulaba la posibilidad de que el superávit comercial pudiera ser usado para cancelar sus deudas fuera del área de la libra, o avanzar en un comercio trilateral que con recursos de la exportación a Gran Bretaña pudiera oxigenar los dólares que se iban por las importaciones industriales desde Estados Unidos.
El desenlace de esta situación con el imperialismo británico fue la aceptación de Perón de utilizar esas libras bloqueadas para sufragar la nacionalización con pago de los ferrocarriles en manos británicas, además de la compra de la Unión Telefónica a la International Telegraph and Telephone Company (ITT) por 107 millones de dólares. Estas operaciones formaron parte de la repatriación de deuda privada producto de la compra de acciones de empresas de servicios públicos en manos de extranjeros. El drenaje de esos recursos canceló la posibilidad de impulsar un desarrollo independiente de la economía nacional.
El golpe final a estas aspiraciones de Perón fue la creencia nunca concretada de que Estados Unidos habilitaría la participación de la Argentina en el Plan Marshall, por el cual los europeos podían utilizar dólares aportados por Estados Unidos para comprar alimentos en el exterior. “Con esta esperanza Argentina siguió haciendo grandes compras a Estados Unidos a fines de 1947 y el año siguiente. Al hacerlo, gastó gran cantidad de sus muy reducidas reservas en dólares, pero supuso que serían rápidamente recuperadas por el comercio con Europa”.7Rock D (1989) Argentina 1516-1987
Esta tendencia a la integración económica del peronismo con el capitalismo norteamericano desmiente el mito de la ruptura de relaciones con el imperialismo yanqui durante las presidencias peronistas de 1946 a 1955. Más bien demuestra los esfuerzos de Perón de lograr un urgente acercamiento con el gobierno de Washington, lo que rápidamente fue registrado por los funcionarios estadounidenses y se expresó en el retiro del embajador Braden para dar paso en su lugar a una gestión más negociadora con la Argentina.
Efectivamente, esa habilitación dentro del esquema del Plan Marshall jamás ocurrió, pero la zanahoria de “ser parte” fue una de las grandes herramientas de domesticación del imperialismo yanqui sobre el peronismo. Dice un renombrado economista e historiador argentino: “las eventuales compras se iban demorando y las promesas de una participación argentina fueron utilizadas por Washington y la diplomacia norteamericana como un arma de presión para obtener concesiones. Apuntaban a forzar la baja del precio de venta del trigo argentino, a liberalizar las condiciones para la remisión de beneficios de las empresas norteamericanas, a restringir o eliminar el rol del Instituto Argentino de Promoción del Intercambio (IAPI) en las exportaciones e importaciones. En suma, una política de presiones dirigidas al abandono del plan económico llevado adelante por el gobierno y encarnado en la figura de Miguel Miranda, presidente del Banco Central y del IAPI y, de hecho, principal responsable de la conducción económica” (Mario Rapoport, extracto publicado por Página 12, 03.05.2009).
Los esfuerzos norteamericanos obtuvieron sus frutos. En 1949 Miranda es obligado a renunciar, y tras cartón asume Alfredo Gómez Morales, con un plan de ajuste contra la clase obrera, subsidios a la burguesía agraria, privatización económica y acercamiento sistemático hacia Estados Unidos.
En ese derrotero el peronismo acordó con el Export-Import Bank un empréstito de 110 millones de dólares, para costear pagos de importaciones norteamericanas; abrió las puertas de la economía nacional al capital extranjero; realizó contratos con Fiat, para producir tractores y camiones en Córdoba; con la Kaiser de Detroit, para crear nuevas fábricas automovilísticas; con la Standard Oil de California, para explotar el petróleo de la Patagonia. “En mayo de 1955 Perón abandonó súbitamente su compromiso con el nacionalismo petrolero. Enfrentado con un déficit comercial de 244 millones de dólares (…) firmó un contrato provisorio garantizando una gran concesión de petróleo a la Compañía California Argentina de Petróleo, subsidiaria de la Standard Oil de California. Los observadores vinculados con la industria juzgaron muy favorables las condiciones del contrato”, que permitía explotar 50 mil kilómetros cuadrados en Santa Cruz. YPF compraría la producción de petróleo al precio de la empresa Texas Gulf, que además podría girar libremente sus ganancias al exterior.
Un futuro entregador del petróleo argentino, Arturo Frondizi, señaló que el nivel de sumisión de este acuerdo “llevaba a la Argentina a las mismas condiciones de la China en el siglo XIX”, cuando el país asiático era un botín desgarrado por todos los imperialismos del planeta.8Solberg, C. E. (1983) Petróleo y Nacionalismo en la Argentina
Las concesiones al imperialismo mundial, y especialmente norteamericano, condujeron tempranamente al gobierno peronista a aceptar el orden internacional impuesto por Estados Unidos, particularmente para las naciones de América latina, después de años de neutralidad diplomática. “Por eso, a fines de junio de 1946, Perón derivó al Congreso Nacional los acuerdos de Chapultepec y San Francisco (en Chapultepec se consolidó el sistema panamericano y en San Francisco las Naciones Unidas), y el 1 de agosto declaró a un corresponsal de la United Press que a Argentina es parte del continente americano e, inevitablemente, se agrupará junto a estados Unidos y las demás naciones americanas en todo conflicto futuro”.9Gambini H. (1983) Las presidencias peronistas: La primera presidencia de Perón
Para poner a tono las leyes argentinas con la temprana “desnacionalización” peronista, en agosto de 1953 se aprobó en el Congreso la Ley 14226 que permitía a los capitales extranjeros invertidos en el país remitir libremente sus beneficios al exterior y recibir la asistencia del Banco Industrial.
Socialismo o imperialismo
El papel de ser un canal para un acuerdo con el imperialismo norteamericano del actual gobierno peronista de Alberto Fernández y Cristina Kirchner, garante del pacto con el FMI, no es un fruto caído del cielo, sino parte de las raíces, los límites y la trayectoria del nacionalismo burgués en la Argentina.
El peronismo es hoy soporte esencial, junto a la burocracia sindical pejotista integrada como nunca antes al aparato del Estado, de un ajuste que ha llevado a la pobreza a más del 42 por ciento de la población.
En palabras de un pilar de esta política, Juan Grabois, líder de la Confederación de los Trabajadores de la Economía Popular (CTEP), que permite el ataque de la ministra Tolosa Paz contra los trabajadores desocupados, despojándolos de 100 mil planes “Potenciar Trabajo”, “lo que tenemos acá es una administración colonial, no un gobierno”.
Grabois, sin embargo, no encuentra que haya una contradicción entre esta definición y su apoyo al actual gobierno hambreador y entreguista.
Peor aun, llama a los trabajadores y la juventud a apoyar al Frente de Todos “porque la unidad es clave para evitar el retorno de la derecha, defender nuestros derechos y conquistar los que nos faltan”.
Grabois y el kirchnerismo, que en sus gobiernos ha sido un pagador serial del FMI y de todos los organismos de los usureros internacionales, defienden que el capitalismo actual ha modificado sus contradicciones. Habrían desaparecido las contradicciones de clases oprimidas (la clase obrera) contra clases opresoras (los capitalistas, que según la propia Cristina “se la llevan en pala”), y de naciones oprimidas y naciones opresoras (imperialismo).
Ahora, buscando en el imaginario popular reciclar la coalición peronista que se enfrentó a la Unión Democrática en las elecciones de 1946, para blanquear al Frente de Todos, los Grabois agitan que la contracción fundamental pasaría al choque de dos coaliciones igualmente burguesas: el falso progresismo o la Derecha, dos polos patronales que se disputan la gestión del ajuste contra la clase obrera.
Los que han llevado a la Argentina a esta realidad colonial son los gobiernos capitalistas –incluyendo, por supuesto, los peronistas–, que hundieron a los trabajadores en la indigencia y la pobreza, y colocaron al país en la mesa del FMI. El nacionalismo burgués ha fracasado en su pretensión de ser la dirección para un desarrollo independiente del país, pero sigue siendo, para los capitalistas, el factor más efectivo para regimentar y contener a la clase obrera.
Arrancar a las masas de la influencia del peronismo, especialmente de los sectores que se maquillan de nacionales y populares, es la principal tarea de la izquierda revolucionaria en la Argentina: Poner en pie un nuevo movimiento popular con banderas socialistas que supere definitivamente al nacionalismo colonial de los Grabois y cía, acabe con los políticos capitalistas y abra paso a un gobierno de la izquierda y de la clase obrera, expulse al imperialismo y coloque todos los recursos nacionales al servicio de las necesidades de las mayorías populares.