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León Trotsky en palabras de su compañera Natalia Sedova Parte III

La serie de entrevistas con Natalia Sedova se publicaron en cuatro números del semanario “Hoy” de México D.F, los días 26 de septiembre, 6, 13 y 20 de octubre de 1951.

Dado que era la primera vez que Natalia hablaba de su compañero para el público, estos artículos fueron reproducidos por numerosas revistas latinoamericanas parcial o totalmente, y resumidos por diversas agencias internacionales.

Traemos en esta ocasion la entrega final de la serie. Al final de este articulo podes encontrar las partes I y II

Capítulo IV

Del 9 de enero de 1937, día de la llegada de Trotsky a México, al 21 de agosto de 1940, día de su fallecimiento, hay tres años, ocho meses y doce días. Ni un instante de paz para el viejo revolucionario que se acerca a la sesentena.

Natalia Sedova prefiere no hablar de lo que esos años fueron ni de cómo ocurrieron las agresiones contra León Davidovich. Pero el simple lector de periódicos que tenga algo de memoria puede imaginarlos.

Lista de tragedias:

En enero de 1937, segundo proceso de Moscú, el de los diecisiete, Karl Radek, entre ellos, Trotsky y su hijo León Sedov son, como ya va siendo costumbre, los principales acusados.

Se pierde toda traza de Sergio y el otro hijo de Natalia y León Davidovich, que estaba deportado en Siberia, donde muchos “trotskistas” son fusilados. “Quizás mi muerte hubiera salvado a Sergio”, dijo León Davidovich a su compañera.

En mayo de 1937, un tribunal secreto condena a muerte al mariscal Tukachevsky y a otros siete generales de la Revolución.

León Sedov muere en París, en febrero de 1937, de una operación realizada en condiciones sospechosas. Hacía mucho tiempo que agentes de la GPU lo seguían y asediaban.

En enero de 1938, otro proceso en Moscú, con 21 acusados, entre ellos Bujarin, Rykov y Yagoda -exjefe de la GPU que organizó los procesos anteriores-. Vichinsky sigue siendo el acusador y Trotsky el acusado principal.

En España, durante la guerra civil desaparecen uno a uno amigos políticos y amigos personales de Trotsky: su exsecretario Erwin Wolff, el líder del proletariado catalán Andrés Nin, así como el socialista austriaco Kurt Landau y el anarquista italiano Bernico.

En abril de 1937, se reúne en Coyoacán una comisión investigadora nombrada por el Comité Norteamericano de Defensa de León Trotsky. John Dewey, Suzanne Lafollette, Otto Ruhle, entre otros, componen esta comisión. Durante muchos días Trotsky es interrogado, presenta las pruebas de las falsedades de los procesos de Moscú y finalmente, en diciembre de 1937, la Comisión dicta su veredicto: impostura de los procesos de Moscú, inocencia de Trotsky y de León Sedov.

Entretanto, los comunistas de México piden que sea expulsado Trotsky. Lo califican de provocador y otras lindezas.

Breves viajes a Taxco, a Veracruz, para pasear y descansar. Alarmas, también, que obligan a cambiar de residencia, primero cerca de Chapultepec, luego a Coyoacán. Frente a la puerta de esta residencia, un viejo caserón con jardín al cual le levantan altos muros, al parecer infranqueables.

Marzo y agosto de 1940

Para el 24 de mayo de 1940, un grupo de hombres disfrazados de policías logra entrar en la casa y varias ráfagas de disparos despiertan a Trotsky y a los suyos. El secretario de León Davidovich, Bob Sheldon Harte, desaparece y luego es encontrado su cadáver. Sesenta balas habían penetrado en el cuarto de dormir de Trotsky. La justicia da orden de aprehensión contra D.A. Siqueiros como jefe de ese atentado.

Se aumentan las precauciones, se ponen puertas y contraventanas de acero. Esto no impide que el amigo de una muchacha trotskista, que se hace llamar Jacques Mornard, logre sus entradas en la casa de Coyoacán. Un día, a media tarde, el 20 de agosto de 1940, Mornard se halla a solas con Trotsky en el despacho de éste. Saca un piolete y le fractura el cráneo al “Viejo”. Detenido, afirma ser un trotskista desengañado, pero durante el proceso se demuestra que es un agente de la GPU. Purga, ahora, una condena de 20 años de prisión en la penitenciaría de la capital mexicana.

Trotsky, tras muchas horas de agonía, fallece a las 19.25 horas del 21 de agosto en la Cruz Verde. Natalia está junto a él. Las palabras que ha pronunciado han sido con tono irónico: “Ahí está el peluquero”, cuando una enfermera le ha tapado la cabeza para poder curarlo. Siempre iba el peluquero a su casa y esos días lo había llamado, pero todavía no acudía, a pesar de que lo aguardaron. Eso es lo que le provocó la frase a Trotsky por asociación de ideas. Su cadáver es incinerado. Mientras Trotsky estaba muriendo, la prensa comunista lo acusa de buscar complicaciones internacionales para México.

De todo esto, Natalia Sedova no quiere hablar. Pero cómo le brillan los ojos cuando habla del viaje a Veracruz juntos con León Davidovich, por ejemplo, o de los muchachos que trabajaban en la secretaría de Trotsky, copiando el texto que León Davidovich había dictado en la mesa del despacho, contestando a las centenares de cartas o bien preparando las pruebas de la imprenta para que León Davidovich las corrigiera con la minuciosidad que ponía en todo.

Cansancio y optimismo

-Algunas veces -explica Natalia- me decía: “Qué insoportable debo ser en la vida diaria con mis manías de exactitud y de orden”. Eso que él consideraba manías permitió que sus libros, sus artículos, nunca tuvieran dato erróneo, una falsedad involuntaria. Pese a que a veces se sentía cansado… y asqueado por la atmósfera de mentiras e indignidades que llegaron a uno de sus puntos máximos, cuando los procesos con Moscú, jamás se dejó abatir y nunca perdió la fe y su optimismo profundo.

Pero Natalia prefiere que otros hablen por ella. Busca en su archivo y saca algunas cartas y artículos. Me señala, en uno de Karl Mayer, unas cuantas frases. “Así era Trotsky, durante su instancia en México”, indica.

Así lo vio Karl Mayer: “Tenía un físico asombroso. Lo que ante todo impresionaba era la frente, fenomenalmente alta, vertical y nada ensanchada por la calvicie. Luego los ojos azules, profundos, con la mirada fuerte y segura de su fuerza. Cuando en Francia se rasuró la barba para disfrazarse, al verlo salir yo pensaba con inquietud que de todos modos lo reconocerían porque no podía cambiar su mirada.

“Después cuando León Davidovich se ponía a hablar, la boca atraía enseguida la atención, la mirada. Ya hablara en ruso o en alguna lengua extranjera para él, los labios se esforzaban en formar claramente las palabras. Le irritaba que los demás hablaran precipitadamente, confusamente… Sólo cuando se dirigía en ruso a Natalia, su pronunciación se hacía a veces más apresurada y menos articulada, apagábase hasta el susurro.

“Cuando charlaba con visitantes en su despacho, las manos apoyadas en la mesa de trabajo, primero, pronto se agitaban con gestos amplios y firmes como para colaborar con los labios a moldear la expresión del pensamiento.

“El rostro, aureoleado de cabellos; el porte de la cabeza y de todo el cuerpo eran altivos, firmes. Su talla rebasaba la medianía, el pecho era fuerte, la espalda ancha y robusta y las piernas en comparación parecían algo delgadas.

“Nunca pude ver en el rostro de Trotsky la más ligera expresión de vulgaridad y tampoco se podía descubrir en él lo que se llamaba bonhomía, pero no faltaba cierta dulzura producida, sin duda, por la formidable inteligencia que el visitante adivinaba siempre dispuesta a comprenderlo todo.”

Doce horas diarias

La inteligencia de Trotsky se revela en sus libros, en sus artículos y sobre todo en sus actos. Pero, ¿cómo lo veían quienes convivieron con él, cómo se les manifestaba cotidianamente esa potencia formidable?

“Lo que se veía, ordinariamente, de su inteligencia, dice Mayer, es un ardor juvenil, una alegría de emprender cualquier cosa y una fuerza extraordinaria para arrastrar a los demás a colaborar en la empresa. Cuando se trataba de fustigar a un adversario, esta especie de alegría transformábase en mordiente y maliciosa ironía, en mueca de desprecio, y cuando el enemigo era especialmente canalla, bordeaba por momentos con la malevolencia. Pero pronto volvía al entusiasmo. ‘Nous les Aurous’, repetía entonces con energía.

“En el aislamiento de la emigración, las circunstancias más dramáticas en que vi a León Davidovich fueron sus altercados con policías o incidentes con adversarios de mala fe. Entonces su rostro se endurecía, fulgurábanle los ojos, como si en ellos se concentrara esa formidable fuerza de voluntad que, de otro modo, no podía medirse más que por la obra de toda su vida. Era evidente para todos, en tales casos, que nada, absolutamente nada, lo habría hecho ceder ni una pulgada.”

México fue para Trotsky uno de sus períodos de mayor actividad como escritor y polemista. “Todo lo que le molestaba sin motivo -nos dice Mayer- lo irritaba. Detestaba las conversaciones sin objetivo, las visitas no fijadas, los retrasos en la cita… Trabajaba unas doce horas diarias, a veces más. Permanecía lo menos que podía a la mesa y no recuerdo haberlo visto jamás prestar atención a lo que comía o bebía. Y aun paseando, andaba con viveza, en silencio, y se adivinaba que su espíritu trabajaba siempre. De vez en cuando hacía una pregunta: ‘¿Pueden buscarme una cita?’ o ‘¿Cuándo contesté a esta carta?’.”

Y esos paseos constituían pequeñas operaciones militares. Durante los once años y medio de su tercera emigración, solo durante breves temporadas en Francia y Noruega, pudo pasear libremente, sin guardias por el campo.

“Exigía igual espíritu de método de los camaradas que lo ayudaban. Y prestaba mucha atención a la salud de cuantos lo rodeaban. La salud es un capital revolucionario que no se debe malgastar. ‘Hay que arriesgar la vida por la revolución, pero ¿por qué echar a perder la vista cuando se puede leer cómodamente?´

“Repetía muy a menudo la frase de Hegel: ‘Nada grande en este mundo se hace sin pasión’.”

Juventud permanente

Hay una anécdota que retrata a Trotsky mejor que ninguna otra, la cuenta el poeta peruano Juan Luis Velázquez. Este lo visitó en Coayacán, le entregó un poema suyo. Después de leerlo en otra visita, Trotsky le dijo a Velázquez:

-Mire camarada Velázquez, la poesía suya, ”Juventud proletaria”, que he leído con algún esfuerzo, porque mi conocimiento del español aún no es suficiente para leer poesías, me ha parecido magnífica; y además me he sentido tan contento viendo que usted dice que soy joven, que represento a la juventud del mundo, que llevé el periódico a Natalia para que ella mirara que no estoy viejo, que a mí me sienten joven, más aun expresando a la juventud.

Velázquez, otro día, le decía que imaginaba cuál era su tragedia ante los hechos que lo traicionaban y Trotsky le contestó:

-No siento ninguna tragedia, tragedia siente el que se traiciona a sí mismo porque traiciona la vida. Tragedia debieron sentir Kamenev y Zinoviev cuando declararon en contra sus convicciones. Yo siempre me he sentido contento por defender mis íntimas convicciones, nunca me he traicionado a mí mismo.

Y prosiguiendo, hablaba de que en sus momentos de decaimiento tenía contra ellos un remedio infalible, la lectura de las obras o las cartas de Federico Engels. Los motivos de su cariño por Engels añaden otros rasgos al retrato de Trotsky.

-Engels –comentaba- fue de un valor humano excepcional. Nacido en un ambiente de familia adinerada, con una rica sensibilidad para sentir la alegría de vivir, se consagró íntegramente a la labor revolucionaria, se casó con una obrera y, muerta su mujer, se casó con una hermana de ella. La amistad entre Marx y Engels es de lo más hermoso que pueda darse, sin reserva alguna, desbordante de fraternal franqueza, pendiente siempre de solícitos cuidados, sana, limpia, fecunda. Marx no habría podido realizar su obra trascendental sin la ayuda de Engels. Una vez, Marx iba a descansar en un lugar en donde la naturaleza era pródiga. Engels le recomendaba, en una carta, que no dejara de visitar todos los sitios agradables que le enumeraba, indicándole que debía tomar el buen vino de la región y gozar de toda la alegría que deparaba la vida en aquel primoroso lugar. Yo tengo un gran cariño por Engels.

Pero esas confidencias no las hacía Trotsky a sus amigos, más que en raros momentos, y cuando la amistad era estrecha. Cuando hablaba con visitantes que venían de países a los cuales jamás fue, Trotsky era distinto. El método reaparecía en esas entrevistas políticas.

“Dejaba primero que hablase su interlocutor -explica Mayer-, y de cuando en vez escribía alguna nota en una hoja de papel que tenía delante. A veces pedía una precisión: ‘¿Cuántos miembros tiene ese partido?’ o ‘Ese político es abogado, ¿verdad?’. Luego hablaba. La masa de informes que acababa de reunir se organizaba, y su interlocutor se pasmaba de ver cuán profundamente había sabido penetrar en la realidad del problema particular y salía del despacho de Trotsky conociendo algo mejor su propio país.”

Como un arco

Pensativa, como quien regresa a un largo viaje a través del pasado, queda Natalia Sedova después de evocar a Trotsky. En el jardín, la luz maravillosa del octubre mexicano destaca el verde transparente de los lirios. En pluralidad de gestos, resaltan su belleza plástica los cactus que hace años plantara León Davidovich. El silencio es profundo. Al despedirme a Natalia y cruzar mi mirada con la suya, creo adivinar lo que me dice: “no olvide que León Davidovich, cuando tenía 22 años, escribió: ‘No es sino abriendo una amplia ventana sobre las mentalidades colectivas, sobre los problemas de las masas, sobre la lucha social, que pueden sacudirse las pesadillas de la espera de la muerte’”… Ese fue el tema inviolable de su vida. A lo largo de su existencia no cerró un solo instante esa amplia e íntima ventana que tuvo proyectada en cuerpo y espíritu sobre las ansias, las angustias y las necesidades del inmenso grupo social desheredado. Ni los obstáculos de la vida ni la violencia a los hombres quebrarían la fe y la voluntad de este ser extraordinario, tendido como un arco del hombre de la selva, vibrante y pleno.


A continuacion te dejamos las partes I y II:

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