La mascare de los refugiados palestinos de los campos de Sabra y Chatila es el resultado natural de la invasión sionista del Líbano y de la rendición de la OLP y de las organizaciones del frente progresista libanés. Esa invasión no tuvo lugar para dirimir un antagonismo entre estados, sino para aplastar físicamente a un movimiento nacional (el palestino) que estaba íntimamente entrelazado con un movimiento de revolución social de los explotados libaneses. Nunca en la historia la realización de objetivos semejantes (la contrarrevolución social) pudo prescindir del método de la masacre. Esta constatación elemental pone de relieve la insuperable hipocresía de quienes apoyaron políticamente la invasión sionista para luego quejarse de sus consecuencias inhumanas.
En este festival de la superchería el Reagan derechista, el Mitterrand socialdemócrata y el Pretini del gobierno social-católico de Italia, sólo se distinguen en la competencia por el primer lugar del cinismo. Estados Unidos, Francia e Italia asumieron la responsabilidad por la integridad física de los refugiados, pero se retiraron a pesar de conocer exactamente las intenciones del binomio Sharon-Beguin. Los estados imperialistas que coadyuvaron a la expulsión de la OLP de Beirut, compartían, por esto mismo, el objetivo de “limpiar” los “remanentes” de la OLP que no se hubieran embarcado hacia el exterior. Toda la invasión sionista fue una orgía de masacres, como testimoniaron con pruebas y fotografías la Cruz roja y la deserción de oficiales del ejército israelí asqueados por los crímenes masivos. La primera etapa de la invasión produjo la detención de unos diez mil militantes de la OLP, que fueron, y son, salvajemente torturados y asesinados. Hay “cárceles clandestinas” en el Sur del Líbano, bajo jurisdicción sionista. A ningún gobierno imperialista se le podía escapar lo que serían las consecuencias de un dominio exclusivo del Líbano por parte de Israel.
Es curioso observar que quienes se desgarran las vestiduras por las masacres de Sabra y Chatila han reconocido impávidamente al gobierno de Amin Gemayel, sin el menor reproche, cuando sus “falanges” fueron las ejecutoras directas del genocidio. Cuando, como consecuencia de las masacres, la fuerza yanqui-francesa-italiana reingresa al Líbano, su primera función es desarmar y arrestar en masa a los militantes de las organizaciones libanesas de izquierda, en Beirut Oeste, sin ocurrírsele hacer lo mismo con los fascistas cristianos de la parte Este. La fuerza multinacional ha completado el trabajo de Sharon, y no hubiera podido hacerlo sin el trabajo previo de Sharon. La contrarrevolución ha cerrado su círculo; el sionismo, la democracia occidental y fascismo libanés han cumplido cada uno su papel.
Los roces entre Reagan y Beguin
La difusión que se han dado a las denuncias internacionales de las masacres de Sabra y Chatila es un síntoma indudable de una crisis en el bloque yanqui-sionista, aunque constituye, al mismo tiempo, una maniobra para utilizar al equipo Beguin-Sharon como el único fusible del enorme cortocircuito creado por la ola de agresiones, crímenes y mascares cometidos, y preservar al conjunto del tablero sionista.
Esta crisis está referida a los alcances que debe darse a la victoria contrarrevolucionaria que se acaba de obtener. En el planteo de Beguin-Sharon de quedarse con la Cisjordania entera y convertir al Líbano en un protectorado no hay, solamente, una ambición específica de ala fascista del sionismo, sino que está formando un planteo con miras más amplias del imperialismo para el conjunto de la región: convertir a Israel en el gendarme del oriente árabe (sustitución del Sha) frente a la dislocación de Irán y al hundimiento imparable de los gobiernos petroleros y feudales de golfo. Sharon llegó a señalar, recientemente, que se debería contemplar una acción definida ante la perspectiva de un desmoronamiento del gobierno militar… de Turquía!
Para el imperialismo yanqui un desborde indisciplinado del expansionismo sionista sólo puede comprometer las conquistas contrarrevolucionarias alcanzadas, esto si lleva a una internacionalización prematura de la crisis. Por eso Reagan acaba de formular un explícito plan que, de hecho, significaría colocar al Líbano y a Jordania bajo un protectorado sionista, lo que cristalizaría la liquidación del movimiento nacional palestino y la reversión de la tendencia política del gobierno sirio.
Reagan ha planteado una autonomía de orden municipal a los palestinos de Cisjordania, en el cuadro de una federación con Jordania. Pero este objetivo debería resultar de negociaciones directas con Israel, lo que significaría contemplar los intereses estratégicos de éste. Asimismo, se señala una reconstrucción del estado libanés sobre la base de la presente correlación de fuerzas, dominada por los quislings sionistas (Falange y el ejército del mayor Haddad)
El jefe del laborismo israelí, S. Perés, que se esfuerza por ser el hombre de recambio de los yanquis, especificó mejor la propuesta de estos. Las fronteras de Cisjordania serían alteradas, las colonias israelíes substituirían, el ejército de Haddad integraría el ejército libanés y el ejército sionista custodiaría una franja de 40 kilómetros del sur libanés.
Es evidente que esta ampliación de camp David (paz con Egipto) deberá conducir a una nueva guerra: esta vez para acabar con la independencia de Siria. Pero no solo esto: es muy probable que surgida federación jordana no resista una forzada amalgama artificial de palestinos y beduinos, lo que plantaría en otra etapa, una intervención militar de Israel. De este modo el plan Reagan aparece como una versión gradualista del plan Beguin-Sharon.
La evidencia de que el capital norteamericano no está unido en torno al plan Reagan lo demostró un reciente pronunciamiento de Haig, ex secretario de Estado, en favor de la anexión inmediata de Cisjordania a Israel. La resistencia de Beguin se asienta, entonces, en divergencias en el seno mismo del imperialismo yanqui.
Lo que está claro es que se ha consumado una monumental victoria de la contrarrevolución, que ha abierto una nueva etapa de guerras y revoluciones en el Medio Oriente.
Publicado originalmente en Política Obrera N° 333 del 12 de octubre de 1982