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Lenin y la guerra imperialista

Artículo escrito por León Trotsky en diciembre de 1938. Publicado en la revista “Fourth International” en Enero de 1942, reproducimos tambien la introducción escrita por los editores de la publicación.

El decimoctavo aniversario de la muerte de Lenin (murió el 21 de enero de 1924) encuentra a nuestro planeta sumergido en la Segunda Guerra Mundial.

En medio de la primera matanza mundial, Lenin había predicho esta segunda matanza. Es más, predijo que mientras el imperialismo sobreviviera, infaliblemente seguirían conflictos mundiales. Si el imperialismo también sobrevive a esta guerra actual, vendrá una tercera y una cuarta…

Por medio del mismo método científico que le permitió predecir el curso de los acontecimientos bajo el continuo dominio del imperialismo, Lenin llegó a un programa de lucha realista: el único programa que ofrece a la sociedad una salida a su estancamiento.

Lenin alcanzó su madurez en el período de la Primera Guerra Mundial. Su análisis de las guerras imperialistas y las conclusiones que extrajo de este análisis se encuentran entre los mayores triunfos del marxismo. Fue el programa leninista contra el imperialismo lo que allanó el camino para la victoria de las masas rusas en octubre de 1917. Y esta victoria, a su vez, resultó en el fin de la primera guerra mundial imperialista.

Ningún otro programa que el de Lenin ofrece hoy la salvación a la humanidad.

No se nos ocurre nada más apropiado para 1942 que la publicación del brillante resumen de Trotsky de las conclusiones leninistas de la guerra de 1914-1918. El documento fue escrito por León Trotsky a principios de 1939. Ésta es la primera vez que aparece en inglés.

Editores Fourth International


Lenin sobre el imperialismo

“Siempre ha sucedido -escribió Lenín en 1916- que después de la muerte de los dirigentes revolucio­narios populares entre las clases oprimidas sus ene­migos traten de asumir sus nombres para engañarlas.” La historia lo confirmó respecto al mismo Lenín más cruelmente que con nadie. La actual doctrina oficial del Kremlin y la política de la Comintern hacia la cuestión del imperialismo y la guerra arrasan con todas las conclusiones a las que llegó Lenín y que aportó al partido entre 1914 y 1918.

En agosto de 1914, cuando estalló la guerra, el primer interrogante que se planteó fue si los socialistas de los países imperialistas tenían que asumir la “defen­sa de la patria”. El problema no residía en si los socialistas individualmente cumplirían o no con las obligaciones militares: no quedaba otra alternativa; la deserción no es una política revolucionaría. El nudo de la cuestión era: ¿debían los partidos socialistas apoyar políticamente la guerra, votar el presupuesto militar, renunciar a la lucha contra el gobierno y agitar en favor de “la defensa de la patria”? La res­puesta de Lenin fue: ¡No! El partido no debe hacerlo, no tiene el derecho a hacerlo, no porque se trate de una guerra sino porque es una guerra reaccionaria, una lucha bestial entre los esclavistas para lograr una nueva división del mundo.

La formación de los estados nacionales en el conti­nente europeo ocupó toda una época que comenzó aproximadamente con la Gran Revolución Francesa y concluyó con la Guerra Franco-Prusiana de 1870-1871. Durante estas dramáticas décadas las guerras eran de carácter predominantemente nacional. La guerra librada por la creación o defensa de los estados nacionales, necesarios para el desarrollo de las fuerzas productivas y de la cultura, asumió en ese período un carácter histórico profundamente progresivo. Los revolucionarios podían apoyar políticamente las guerras nacionales; más aun, estaban obligados a hacerlo.

Entre 1871 y 1914, el capitalismo europeo, apoyado en los estados nacionales, no sólo floreció sino se sobrevivió al transformarse en capitalismo monopolista o imperialista. “El imperialismo es la etapa del capita­lismo en que éste, luego de haber avanzado todo lo posible, comienza a declinar.” La causa de la deca­dencia reside en que las fuerzas productivas resultan trabadas por los marcos de la propiedad privada y los limites del estado nacional. El imperialismo pre­tende dividir y redividir el mundo. A las guerras nacionales les suceden las guerras imperialistas, que son de carácter totalmente reaccionario y expresan el impasse, el estancamiento y la decadencia del capital monopolista.

La naturaleza reaccionaria del imperialismo

El mundo, sin embargo, sigue siendo muy hetero­géneo El imperialismo coercitivo de las naciones avanzadas puede existir solamente porque en nuestro planeta sigue habiendo naciones atrasadas, nacionali­dades oprimidas, países coloniales y semicoloniales. La lucha de los pueblos oprimidos por su unificación e independencia nacional es doblemente progresiva: por un lado, prepara condiciones favorables para su propio desarrollo; por el otro, golpea al imperialismo. Esa es la razón particular por la que, en una lucha entre una república civilizada, imperialista, democrá­tica y una monarquía atrasada, bárbara de un país colonial, los socialistas están totalmente del lado del país oprimido, a pesar de su monarquía, y contra el país opresor, a pesar de su “democracia”.

El imperialismo oculta sus objetivos peculiares -la conquista de colonias, mercados, fuentes de materia prima y esferas de influencia- con ideas tales como “la salvaguarda de la paz contra los agresores”, “la defensa de la patria”, “la defensa de la democra­cia”, etcétera. Estas ideas son falsas de cabo a rabo. Todo socialista tiene la obligación de no apoyarlas sino, por el contrario, de desenmascararías ante el pueblo. “El problema de qué grupo dio el primer golpe militar o declaró primero la guerra -escribía Lenin en marzo de 1915- no tiene ninguna importancia para deter­minar la táctica de los socialistas. La charla sobre la defensa de la patria, el rechazo de la invasión enemiga, el que la guerra sea defensiva, etcétera, implica en ambos bandos un completo engaño al pueblo.” “Durante décadas -explicaba Lenín- tres bandidos (la burguesía y los gobiernos de Inglaterra, Rusia y Francia) se armaron para desposeer a Alemania. ¿Por qué sorprenderse, entonces, de que los dos bandidos (Alemania y Austria-Hungría) hayan atacado antes de que los tres bandidos consiguieran las nuevas armas que habían ordenado?”.

El significado histórico objetivo de la guerra reviste una importancia decisiva para el proletariado. ¿Qué clase la conduce y con qué fines? Esto es lo determi­nante y no los subterfugios diplomáticos por medio de los cuales siempre se puede mostrar al enemigo como un agresor. Igualmente falsas son las apelaciones de los imperialistas a las consignas de democracia y cultura. “[…] La burguesía alemana engaña a la clase obrera y a las masas trabajadoras […] cuando declara que hace la guerra en beneficio de […] la libertad y la cultura, para liberar a los pueblos oprimidos por el zarismo. Las burguesías inglesa y francesa […] enga­ñan a la clase obrera y a las masas trabajadoras cuando declaran que hacen la guerra […]contra el militarismo y el despotismo alemán.” Una superestructura política de tal o cual tipo no puede cambiar los reaccionarios fundamentos económicos del imperialismo. Por el contrario, es el fundamento el que subordina a la superestructura. “En nuestros días […] es tonto pensar siquiera en una burguesía progresiva, en un movi­miento burgués progresivo. Toda la ‘democracia’ burguesa […] se ha vuelto reaccionaria.” Esta carac­terización de la “democracia” imperialista constituye la piedra fundamental de la concepción leninista.

Desde el momento en que ninguno de los bandos imperialistas hace la guerra en defensa de la patria o de la democracia sino para redividir el mundo y escla­vizar a las colonias, un socialista no tiene derecho a preferir a unos bandidos contra los otros. Es absoluta­mente vano el intento de “determinar, desde el punto de vista del proletariado internacional, si la derrota de uno de los dos grupos de naciones en guerra sería un mal menor para el socialismo”. Ya en los primeros días de setiembre de 1914 Lenín caracterizaba el sentido de la guerra para cada uno de los países impe­rialistas y para todos los grupos de naciones: “La lucha por los mercados y por el saqueo de las tierras extranjeras, la avidez por descabezar al movimiento revolu­cionario del proletariado y pisotear la democracia dentro de cada país, la necesidad de engañar, dividir y aplastar a los proletarios de todos los países, la necesidad de incitar a los esclavos asalariados de una nación contra los de otra en beneficio de la burguesía; ése es el único significado real de la guerra”. ¡Qué lejos está todo esto de la doctrina actual de Stalin, Dimitrov y Cia!


Más todavía que en la época de paz, durante la guerra la política de “unidad nacional” implica el apoyo a la reacción y la perpetuación de la barbarie imperialista. Sin embargo, el negar ese apoyo, deber elemental de todo socialista, es sólo el aspecto negativo o pasivo del internacionalismo. Con esto solo no alcanza. La tarea del partido del proletariado consiste en “una amplia propaganda, tanto sobre el ejército como sobre el campo de batalla, en favor de la revo­lución socialista y de la necesidad de no dirigir las armas contra nuestros hermanos, los esclavos asala­riados de otros países, sino contra los gobiernos y partidos reaccionarios y burgueses de todos los países. Es absolutamente indispensable organizar célu­las y grupos ilegales en los ejércitos de todos los países para que difundan la propaganda en los diversos idiomas. La lucha contra el chovinismo y el ‘patriotis­mo’ de los filisteos y la burguesía de todos los países debe ser implacable.”

Pero una lucha revolucionaria en época de guerra puede llevar a la derrota del propio gobierno. Esta conclusión no atemorizaba a Lenín. “En todos los países la lucha contra el propio gobierno, que lleva adelante una guerra imperialista, implica la agitación revolucionaria en favor de la derrota de ese país. Esto es precisamente lo que significa la línea de la teoría llamada “derrotista”. Los enemigos inescrupu­losos trataron de interpretarla en el sentido de que Lenín aprobaba la colaboración con el imperialismo extranjero para derrotar a la reacción nacional. En realidad, se refería a la lucha paralela de los obreros de cada país contra su propio imperialismo, que es su enemigo fundamental y más inmediato. “Para nosotros los rusos, desde la perspectiva de los intereses de las masas trabajadoras y de la clase obrera de Rusia -escribía Lenín a Shliapnikov en octubre de 1914-, no cabe la menor duda, y al respecto no se puede vacilar, que el mal menor sería la derrota del zarismo ya, sin demora, en la guerra actual.”

Es imposible luchar contra la guerra imperialista suspirando por la paz al estilo de los pacifistas. “Una de las formas de engañar a la clase obrera es el paci­fismo y la propaganda abstracta en favor de la paz. En el capitalismo, especialmente en su etapa imperia­lista, las guerras son inevitables.” Silos imperialistas acuerdan la paz será sólo un respiro antes de una nueva guerra. Sólo la lucha revolucionaria de masas contra la guerra y el imperialismo que la Origina puede garantizar una paz verdadera. “Sin unas cuantas revoluciones la llamada paz democrática es una utopía de la clase media.”

La lucha contra las narcotizantes y debilitantes ilusiones del pacifismo constituye el elemento más importante de la doctrina de Lenín. Rechazó con especial hostilidad la exigencia del “desarme, evidentemente utópico bajo el capitalismo”.

“La clase oprimida que no trata de aprender a utilizar las armas ni trata de conseguirlas merece que no se la trate mejor que a un esclavo.” Y más adelante: “Nuestra consigna debe ser el armamento del proleta­riado para derrotar, expropiar y desarmar a la burguesía […] Sólo después de haber desarmado a la burguesía el proletariado podrá tirar todas sus armas a la basura sin traicionar su misión histórica mundial.” Esto lleva a la conclusión que Lenín plantea en docenas de artículos: “La consigna ‘paz’ es errónea. La con­signa debe ser transformar la guerra nacional en guerra civil.”

La raíces del social-chauvinismo


Durante la guerra la mayoría de los partidos obreros de los países capitalistas avanzados se volcaron del lado de sus respectivas burguesías. Lenín llamó a esta tendencia social-chovinismo: socialismo de palabra y chovinismo de hecho. La traición al internacionalismo no cayó del cielo; fue la continuación y el desarrollo inevitables de la política de adecuación reformista. “El contenido ideológico-político del oportunismo y el del social-chovinismo son idénticos: colaboración de clases en lugar de lucha de clases, apoyo al gobierno ‘propio’ cuando está en dificultades en lugar de utilizar sus dificultades en favor de la revolución.”

El período de prosperidad capitalista inmediatamente anterior a la última guerra -desde 1909 hasta 1913- ligó muy estrechamente con el imperialismo a las capas superiores del proletariado. En la bolsa de la aristocracia y la burocracia laborales calan jugosas migas de las grandes ganancias que obtenía la burgue­sía imperialista de las colonias y de los países atrasados en general. En consecuencia, su patriotismo estaba determinado por un interés directo en la política imperialista. Durante la guerra, que dejó al descubierto todas las relaciones sociales, “los oportunistas y chovi­nistas se vieron investidos de un gigantesco poder a causa de su alianza con la burguesía, con el gobierno y con los estados mayores”.

En el socialismo, la tendencia intermedia, y tal vez la más extendida, fue el llamado centro (Kautsky et al). En tiempos de paz vacilaban entre el reformismo y el marxismo; mientras continuaban ocultándose tras amplias frases pacifistas, se convirtieron casi sin excep­ción en cautivos del social-chovinismo. En lo que concierne a las masas, fueron tomados desprevenidos y sepultados por su propio aparato, creado por ellos en el transcurso de décadas. Después de caracterizar sociológica y políticamente a la burocracia obrera de la Segunda Internacional, Lenín no se detuvo a mitad de camino. “La unidad con los oportunistas es la alianza de los trabajadores con su ‘propia’ burguesía nacional, e implica dividir las filas de la clase obrera revolucionaria mundial.” De aquí se deducía la conclu­sión de que los internacionalistas tenían que romper con los social-chovinistas. “En la época actual es imposible realizar los objetivos del socialismo, es imposible lograr una verdadera fusión internacional de los trabajadores sin romper decididamente con el oportunismo […]”, como con el centrismo, “esa tendencia burguesa metida en el socialismo”. Hasta el nombre del partido se debía cambiar. “¿No es mejor dejar de lado el nombre de socialdemócratas, que ha sido ensuciado y degradado, y volver al viejo nombre marxista de comunistas?” Era hora de romper con la Segunda Internacional y construir la Tercera.

¿Qué cambió en los veinticuatro años que trans­currieron desde entonces? El imperialismo asumió un carácter todavía más violento y opresivo. El fascismo es su expresión más acabada. Las democracias imperia­listas se degradaron mucho más y evolucionan natural y orgánicamente hacia el fascismo. La opresión colonial se hace más intolerable a medida que las nacionali­dades oprimidas despiertan y se hace mayor su ansia de independencia nacional. En otras palabras, todos los rasgos que Lenín señalaba como fundamento de su teoría sobre la guerra imperialista asumieron ahora un carácter más agudo y evidente.

Con toda seguridad, los comunistas-chovinistas señalarán la existencia de la URSS, que supuestamente introduce un cambio total en la política del proletariado internacional. A esto se puede responder brevemente: antes de que surgiera la URSS ya existían naciones oprimidas, colonias, etcétera, cuya lucha también merecía apoyo. Si los movimientos revolucionarios y progresivos dentro de las fronteras del propio país se pudieran apoyar sosteniendo a la vez a la propia burguesía imperialista, la política del social-patriotismo sería en principio correcta. No hubieran existido, razones, entonces, para fundar la Tercera Interna­cional. Este es un aspecto de la cuestión, pero también hay otro. La URSS está desde hace veintidós años. Durante diecisiete años los principios de Lenín conser­varon toda su fuerza. Recién hace cuatro o cinco años tomó forma la política comunista-chovinista. Por lo tanto, el argumento de la existencia de la URSS es falso.

Si hace un cuarto de siglo Lenín consideraba que la deserción de los socialistas al bando de su imperia­lismo nacionalista, con el pretexto de la defensa de la cultura y la democracia, era social-chovinismo y social- traición, desde el punto de vista de los principios leninistas hoy la misma política es mucho más criminal. No es difícil adivinar cómo hubiera calificado Lenin a los actuales dirigentes de la Comintern, que revivieron toda la sofistería de la Segunda Internacional, bajo las condiciones de una descomposición aun más profunda de la civilización capitalista

Constituye una maligna paradoja el que los dege­nerados epígonos de la Comintern, que transformaron sus banderas en un trapo sucio con el que limpian las huellas de la oligarquía del Kremlin, llamen “rene­gados” a los que se mantuvieron fieles a las enseñanzas del fundador de la internacional Comunista. Lenin tenía razón. Las clases dirigentes no sólo persiguen en vida a los grandes revolucionarios también se vengan de ellos después de su muerte con medidas más refinadas, tratando de transformarlos en iconos cuya misión es preservar “la ley y el orden”. Por supuesto, nadie está obligado a basarse en las ense­ñanzas de Lenín. ¡Pero nosotros, sus discípulos, no permitiremos que nadie se burle de estas enseñanzas transformándolas precisamente en su opuesto!


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