El partido leninista: la vigencia de un legado

Uno de los aspectos más distintivos de la lucha librada por Lenin fue su perseverancia en la defensa de un método de construcción del partido obrero revolucionario. Su intransigencia en la defensa de la construcción de un partido de combate de la clase obrera se fundaba en la caracterización del período histórico: “una época de guerras y revoluciones”. Lenin fue, por sobre todas las cosas, un hombre de partido. La vida de Lenin es indisociable de la historia del partido que lideró la Revolución de Octubre, el Partido Bolchevique, así como la historia de este se entrelaza con la vida y la personalidad política de Lenin.

A lo largo de este artículo intentaremos repasar algunas de las luchas políticas fundamentales que libró Lenin, vinculadas a la construcción del partido y a momentos críticos del bolchevismo durante la Revolución rusa de 1917. A su vez, repasaremos la enorme actualidad que tiene una gran parte de esas polémicas y el fracaso de las tendencias revisionistas que imperan en la mayoría de la izquierda mundial.  

¿Qué hacer?

Una de las obras más reconocidas de Lenin, su ¿Qué hacer? Problemas candentes de nuestro movimiento, aborda los desafíos que enfrenta la socialdemocracia rusa y sienta, en forma polémica, las bases y principios fundamentales de la acción de los partidos obreros revolucionarios. La obra, publicada en 1902, defenderá las concepciones y los métodos plasmados y desenvueltos a través del periódico Iskra, aparecido en diciembre de 1900 y fundado por los socialdemócratas en el exilio, entre quienes se encontraba Gueorgui Pléjanov, el fundador del marxismo ruso; Vladimir Ilich Ulianov, quien pronto pasará a denominarse Lenin; Yuli Martov, quien más tarde se convertirá en el dirigente del menchevismo, y otros. La experiencia de Iskra representa el esfuerzo de un grupo de intelectuales emigrados que, constituyendo un centro situado en el extranjero a salvo de la represión zarista, publica un periódico político para toda Rusia tratando de unificar, mediante una red clandestina, a los distintos grupos socialdemócratas actuantes a lo largo y a lo ancho de la geografía rusa.

La experiencia de Iskra vino a superar las tentativas previas de avanzar en la constitución efectiva del partido socialdemócrata ruso. Lo que se denominó en 1898 como el “primer congreso del partido obrero socialdemócrata ruso (POSDR)”, que contó con la participación de nueve delegados, se topó con la persecución implacable del régimen zarista. La totalidad de los congresistas, casi inmediatamente después de concluido el congreso, fueron encarcelados. Aunque la apelación de “partido” subsiste como etiqueta común de los distintos círculos y organizaciones que se reclaman de la socialdemocracia, estos actúan en forma independiente unos de las otros sin una orientación y campañas comunes.

En el ¿Qué hacer? Lenin polemiza con otra ala de la socialdemocracia rusa, que también actuaba en el extranjero, reagrupada detrás del periódico Rabócheie Dielo.

El capítulo I del ¿Qué hacer? Lenin lo destinará a la lucha teórica contra el reformismo, encarnado en la figura de Bernstein dentro de la socialdemocracia alemana, por Millerand en Francia, y Martinov y su periódico Rabócheie Dielo en Rusia. Lenin denuncia que, detrás de los planteos de Bernstein, está planteada la idea de que la socialdemocracia no sea el partido de la revolución social, sino un partido democrático de reformas sociales. Y que “al exigir que la socialdemocracia revolucionaria diese un viraje al socialreformismo burgués, se efectuaba un viraje no menos decisivo hacia la crítica burguesa de todas las ideas fundamentales del marxismo”. La crítica contra el reformismo burgués de Bernstein, el teórico del ala oportunista de la socialdemocracia, ya había sido desarrollada en parte por Rosa Luxemburgo, en su famosa obra Reforma o Revolución de abril de 1899.

Los socialdemócratas rusos agrupados en Rabócheie Dielo exigían la “libertad de crítica” para concertar una unión de los socialdemócratas que actuaban en el extranjero, ya que les disgustaba la “tendencia de Iskra y Sariá a pronosticar la ruptura entre la Montaña (Jacobinos) y la Gironda en la socialdemocracia internacional”. Lenin caracteriza implacablemente que Rabócheie Dielo asume la defensa de la tendencia oportunista de la socialdemocracia internacional y que, cuando exige “libertad de crítica”, lo que reclama en realidad es “libertad” para defender esa orientación al interior de la socialdemocracia rusa.   

El primer capítulo del ¿Qué hacer? concluye reivindicando la importancia de la lucha teórica. Es justamente allí donde figura una reconocida frase de Lenin: “sin teoría revolucionaria no puede haber tampoco movimiento revolucionario”. Recoge las observaciones hechas por Engels en 1874 en La guerra campesina en Alemania, cuando señala que junto a la lucha política y económica la socialdemocracia debe librar una intensa e implacable lucha teórica.

En los capítulos II y III del ¿Qué hacer? Lenin va a desenvolver una fuerte polémica contra el culto al espontaneísmo de las masas y contra la política tradeunionista (sindicalismo). Rabócheie Dielo acusa a Iskra de “subestimar la importancia del elemento objetivo o espontáneo del desarrollo”. Lenin explica, a la luz de la propia experiencia histórica, que “el ‘elemento espontáneo’ no es sino la forma embrionaria de lo consciente”. En alusión a los procesos huelguísticos de la última década del siglo XIX en Rusia, Lenin afirmaba que “no tenían, ni podían tener, la conciencia del antagonismo irreconciliable entre sus intereses y todo el régimen político y social contemporáneo; es decir, no tenían conciencia socialdemócrata”. Es aquí donde Lenin afirma que la conciencia socialista solo puede serles aportada a los obreros “desde el exterior”:

La historia de todos los países demuestra que la clase obrera, abandonada a su propia fuerza, sólo es capaz de elaborar una conciencia tradeunionista, es decir, la convicción de que es necesario agruparse en sindicatos, luchar contra los patronos, reclamar al gobierno la promulgación de tales o cuales leyes necesarias para los obreros, etc. En cambio, la doctrina del socialismo ha surgido de teorías filosóficas, históricas y económicas elaboradas por intelectuales, por hombres instruidos de las clases poseedoras. Por su posición social, los propios fundadores del socialismo científico moderno, Marx y Engels, pertenecían a la intelectualidad burguesa.1Lenin, V.I. (1946). ¿Qué hacer? Obras Escogidas Tomo I, Editorial Problemas.

Lenin señala que todo lo que sea rebajar la ideología socialista equivale a fortalecer la ideología burguesa, y que el movimiento espontáneo de las masas obreras, en tanto no existe la acción consciente y organizada de la socialdemocracia desde afuera, marcha hacia la subordinación a la ideología burguesa.

En el capítulo III Lenin no solo polemiza con Rabócheie Dielo sino en general con los llamados “economistas” y su política tradeunionista (sindicalista). Estos, circunscriben su acción política a recoger las denuncias económicas de los obreros contra sus patrones, rechazando la formulación de planteos políticos. Menosprecian la importancia crucial que tiene para la socialdemocracia el desenvolvimiento de una agitación y una propaganda denunciando todos los atropellos de las clases dominantes, del gobierno y el conjunto del régimen político, no solo contra la clase obrera sino contra todas las clases oprimidas. Esas denuncias que debe emprender la socialdemocracia apuntan a socavar la autoridad política del gobierno y las clases dominantes, a elevar la conciencia política de los trabajadores y a conquistar al resto de las clases oprimidas para alianza con la clase obrera.

Finalmente, los últimos dos capítulos del ¿Qué Hacer? son destinados a formular los problemas organizativos que afronta la socialdemocracia rusa. Lenin concluye que, de los planteos economicistas o tradeunionistas de Rabócheie Dielo “no hace falta en absoluto una organización centralizada destinada a toda Rusia, que agrupe en un solo impulso común todas las manifestaciones de oposición política, de protesta y de indignación; una organización formada por revolucionarios profesionales y dirigida por verdaderos líderes políticos de todo el pueblo. Y es natural que sea así. La estructura de cualquier institución está, natural e inevitablemente, determinada por el contenido de su actividad”2Ídem.. En oposición a los “métodos primitivos” de organización, Lenin va a defender para llevar a cabo la lucha contra la autocracia, y más en general contra el capitalismo, una organización fuertemente centralizada y, para el caso propiamente ruso, de carácter secreto y clandestino. Esta condición, evidentemente, se imponía en el marco de la fuerte persecución y represión zaristas. El instrumento que va a plantear Lenin como el gran organizador del partido es un periódico quincenal para toda Rusia, el cual, en línea con los planteamientos defendidos en los capítulos previos de su libro, no puede circunscribirse a recoger o impulsar las luchas económicas de los trabajadores sino que debe ser el mascarón de proa de las grandes campañas y luchas política del partido. En definitiva, Lenin defenderá la construcción de un partido de combate de la clase obrera.

Un paso adelante, dos pasos atrás

En el segundo congreso del POSDR realizado durante los meses de julio y agosto de 1903 en Bruselas primero y en Londres después, los partidarios de Iskra fueron mayoría. En él se aprobó el programa del partido, redactado por Plejanov y Lenin, en el que por primera vez en la historia de los partidos socialdemócratas figura la consigna “dictadura del proletariado”. Sin embargo, surge inesperadamente una división al interior del equipo de Iskra en torno a la cuestión del punto uno de los estatutos. Lenin, como representante de los “duros”, defiende reconocer como militante del POSDR solo a aquellos que “participen personalmente en una de las organizaciones del partido”. Mártov, portavoz de los “blandos”, se inclina por reconocer como militante a aquellos que “colaboran regular y personalmente bajo la dirección de alguna de las organizaciones del partido”. Lo que parece una diferencia de formulación menor esconde, en realidad, problemas político-organizativos de enorme importancia. Mientras Mártov defiende un partido ampliamente abierto y vinculado con la “intelligentsia”, es decir, con la intelectualidad pequeñoburguesa, Lenin va a defender un partido restringido a la vanguardia disciplinada de revolucionarios profesionales.3Ver Broué, P. El Partido Bolchevique. Marxiste Internet Archive.

Los “duros”, que obtienen una mayoría, tienen la potestad para nombrar un comité de redacción y un comité central, y serán llamados en adelante bolcheviques o mayoritarios. Los “blandos” se convertirán en los mencheviques o minoritarios.

Recogiendo las actas del II Congreso del POSDR y haciendo un análisis minucioso de ellas, Lenin escribe, en mayo de 1904, su libro Un paso adelante, dos pasos atrás. El título condensa el balance que hace Lenin del II Congreso. El “paso adelante”, para Lenin, fue la victoria de las posiciones y el método planteado por Iskra, y desenvuelto a fondo por Lenin en su ¿Qué hacer?, en el II Congreso. Los “dos pasos atrás” fue el centrismo organizativo en el que cayó la mayor parte del propio equipo de redacción de Iskra y una minoría del Congreso. En el prólogo de su libro, Lenin condensó su crítica de la siguiente manera:

En el fondo, ya en la discusión habida con respecto al artículo primero comenzó a despuntar toda la posición de los oportunistas en el problema de organización; su defensa de una organización del Partido difusa y no fuertemente cimentada; su hostilidad a la idea (a la idea “burocrática”) de estructurar el Partido de arriba abajo, a base del Congreso y de las instituciones por él creadas; su tendencia a proceder de abajo arriba, permitiendo sumarse al Partido a cualquier profesor, a cualquier estudiante de bachillerato y a “cualquier huelguista”; su hostilidad al “formalismo” que exija a todo miembro del Partido la pertenencia a una de las organizaciones reconocidas por este; su propensión a la psicología del intelectual burgués, dispuesto tan sólo a “reconocer platónicamente las relaciones de organización”; la facilidad con que se entregan a elucubraciones oportunistas y a frases anárquicas; su tendencia al autonomismo en contra del centralismo; en una palabra, todo lo que florece ahora exuberantemente en la nueva Iskra, contribuyendo cada vez más a una palmaria y completa aclaración del error cometido en un principio.4Lenin, V.I. (1946). Un paso adelante, dos pasos atrás. Obras Escogidas, Editorial Problemas.

En los años posteriores se verificaría que aquella divergencia organizativa tenía profundas implicancias en materia política: mientras el bolchevismo defendía una estructuración claramente independiente del proletariado, el menchevismo tendía a una conciliación con el liberalismo burgués. La expresión más aguda de esta tendencia al interior del menchevismo fueron quienes pasaron a ser denominados como los “liquidacionistas”, que pugnaban por liquidar el partido ilegal y adaptar los métodos partidarios a la legalidad zarista, tal cual lo hacían los liberales. Desde la escisión del II Congreso hasta 1912 van a existir numerosas unificaciones y nuevas rupturas al interior de la socialdemocracia rusa. Pero Lenin va a sostener siempre al bolchevismo como fracción independiente dentro del POSDR. En 1912 se consolidará la ruptura, cuando los mencheviques rechazan la iniciativa bolchevique de expulsar del partido al sector liquidacionista. Es aquí cuando el bolchevismo se estructura, definitivamente, como un partido independiente. El estallido de la Primera Guerra Mundial, en 1914, recrudeció las divergencias al interior de la socialdemocracia rusa y a escala internacional.

El bolchevismo y la Revolución de Febrero

El partido formado por Lenin va a atravesar sus pruebas de fuego durante todo el convulsivo 1917. Entre ellas la Revolución de Febrero será un hito fundamental. El comienzo de la revolución encontrará al Partido Bolchevique apenas retomando un rearme organizativo, luego del retroceso sufrido por el período de reacción abierto con el comienzo de la guerra interimperialista. Sin embargo, León Trotsky, en su Historia de la Revolución rusa, ante la pregunta “¿Quien dirigió la Revolución de Febrero?” afirmó:

Podemos contestar de un modo claro y definido: los obreros conscientes, templados y educados por el Partido de Lenin. Y dicho esto, no tenemos más remedio que añadir: este liderazgo que bastó para asegurar el triunfo de la insurrección no bastó, en cambio, para poner la dirección del movimiento revolucionario en manos de la vanguardia proletaria.5Trotsky, León: Historia de la Revolución Rusa. Ediciones IPS, 2017.

Lenin, que se encontraba en el exilio en Suiza cuando estalla la revolución, explicará en sus cinco “Cartas desde lejos” que la Revolución de Febrero había triunfado tan rápidamente por una situación histórica extremadamente original, donde se conjugaron, de un lado, la voluntad de los imperialistas anglo-franceses, que empujaron a los partidos burgueses rusos (Kadete y Octubrista) a adueñarse del poder para continuar la guerra y, del otro, un profundo movimiento proletario y popular, de carácter revolucionario, por el pan, la paz y la verdadera libertad. En sus Cartas, Lenin esboza la línea revolucionaria ante la nueva situación creada: impulsa el armamento del proletariado; convoca a sostener una completa independencia del gobierno provisional, liderado por las fuerzas capitalistas y guerreristas; y llama a preparar una nueva revolución para que todo el poder pase a manos de los obreros y campesinos. Lenin afirmaba: “Quien pretenda que los obreros deben apoyar al nuevo gobierno en nombre de la lucha contra la reacción del zarismo, traiciona a los obreros, traiciona la causa del proletariado, la causa de la paz y de la libertad”6Lenin, V.I. (1957). Cartas sobre táctica. Obras Completas, Tomo XXIV, Editorial Cartago..

Pero la adopción de la orientación de Lenin, por parte del Partido Bolchevique, será el resultado de una intensa lucha política y teórica. Contra lo que sostiene la revista Jacobin Latinoamérica7Lih, Lars T. (2024). Dos concepciones sobre el bolchevismo en 1917. Jacobin Latinoamérica., dirigida en América Latina por el ex Secretariado Unificado de la IV Internacional, luego de la Revolución de Febrero se plasmarán dos líneas antagónicas al interior del Partido Bolchevique. Kámenev y Stalin, que se encontraban al frente de la dirección del partido durante marzo de 1917, se mantenían aferrados a la vieja consigna bolchevique “dictadura democrática revolucionaria de obreros y campesinos”, la cual había sido defendida por el propio Lenin hasta la víspera de la Revolución de Febrero. Es por esto que Kámenev y Stalin se inclinaban a la derecha, otorgándole un “apoyo crítico” al gobierno provisional burgués e incluso pergeñando una reunificación del bolchevismo con el menchevismo.

Fue necesario el retorno de Lenin a Rusia para reencauzar al Partido Bolchevique en una senda revolucionaria. Para ello, Lenin presentará en Pravda, el periódico bolchevique, sus famosas Tesis de Abril, donde reafirmará como la única orientación correcta el rechazo a la continuidad a la guerra, la necesidad de mantener una delimitación tajante con el gobierno provisional y de que el poder pase a manos de los soviets. También planteará los principios básicos para un nuevo programa del partido y, finalmente, la necesidad de un cambio de nombre de la organización, abandonando la etiqueta de “socialdemócratas” -que confundía al bolchevismo con los partidos socialdemócratas identificados con el apoyo a la guerra imperialista- para pasar a llamarse Partido Comunista, y la construcción de una nueva Internacional obrera revolucionaria. En la conferencia que realiza el Partido Bolchevique en abril, Lenin logrará persuadir a los delegados de la necesidad de emprender el cambio de rumbo condensado en sus Tesis y por el que venía machacando. Sin embargo, votará en completa soledad su propuesta de cambio de nombre del Partido. Como se ve, Lenin jugará un papel fundamental en el rearme político y programático del Partido Bolchevique luego de su momento derechista de marzo, papel sin el cual, como afirmó Trotsky, “la revolución no hubiera podido seguir adelante”.

Jacobin, practicando el revisionismo histórico, pretende desconocer el “rearme” del Partido Bolchevique con la llegada de Lenin y sus Tesis de Abril. Para Lars T. Lih no hubo un “rearme” del bolchevismo, sino simplemente un “ajuste”, y fue el “culto a Lenin” lo que “exageró su impacto en abril”. Lih concluye que “el punto de vista de Kámenev fue sistemáticamente distorsionado”. Jacobin no solo contradice lo sostenido por Trotsky en su Historia de la Revolución rusa, en Lecciones de Octubre y otras numerosas obras, sino también contradice al propio Lenin.

La consigna “dictadura democrática de obreros y campesinos” fue una orientación que le permitió al bolchevismo actuar en forma revolucionaria durante todo el período previo a la Revolución de Febrero. La consigna expresaba que las tareas democrático-burguesas en Rusia solo podrían ser consecuentemente ejecutadas por la clase obrera en el poder en alianza con el campesinado. Es decir, planteaba la realización de una revolución burguesa sin burguesía.

Pero Trotsky, en su Resultados y perspectivas de 1905, señala que esta consigna encerraba un enorme peligro, ya que limitaba el accionar del gobierno obrero y campesino a la ejecución de las tareas democrático-burguesas, cuando en realidad el gobierno revolucionario se vería empujado y obligado a combinar esas tareas con tareas propias de una revolución socialista. Trotsky señalaba la inevitable necesidad de un gobierno obrero y campesino de proceder -ante un lock out patronal en protesta contra la instauración, por ejemplo, de las 8 horas de trabajo- a la expropiación de los capitalistas e incluso a la organización de la producción sobre una base estatal.

Los peligros señalados por Trotsky se verificaron ciertos. La atadura de los “viejos bolcheviques” a la “vieja” consigna era lo que motivaba a Kamenev y Stalin a otorgar un apoyo crítico al gobierno provisional. Lenin en sus Cartas sobre táctica, escritas con posteridad a las Tesis de abril y como parte de la polémica abierta al interior del bolchevismo e incluso al interior de la propia Pravda, explica el error de los “viejos bolcheviques”. Kamenev acusa a Lenin de “considerar terminada la revolución democrático-burguesa”, a lo que Lenin le responde:

La realidad nos muestra tanto el paso del poder a la burguesía (una revolución democrático-burguesa “terminada” del tipo corriente), como la existencia, junto al gobierno oficial, de un gobierno colateral, que representa la “dictadura democrático-revolucionaria del proletariado y el campesinado”. Este último gobierno, “gobierno entre comillas”, ha cedido él mismo el poder a la burguesía, se ha atado él mismo al gobierno burgués.
¿Es abarcada la realidad por la vieja fórmula bolchevique del camarada Kamenev: “la revolución democrático-burguesa no ha llegado a su fin?
No, la fórmula ha envejecido. No sirve para nada. Es una fórmula muerta. Serán vanos los esfuerzos hechos para resucitarla.8Lenin, V.I. (1957). Cartas sobre táctica. Obras Completas, Tomo XXIV. Buenos Aires: Editorial Cartago.

Pero si fue Trotsky quien mejor había previsto la dinámica que adquiriría el proceso revolucionario ruso, fue Lenin quien construyó el partido necesario para poder intervenir en esa dinámica revolucionaria. La grandeza de Lenin se ve expresada en su capacidad para detectar en el acto el envejecimiento de una consigna y su suplantación por aquella que permitiese hacer avanzar al movimiento. La grandeza de Trotsky se ve, más que en su acierto sobre la dinámica del proceso histórico, en su reconocimiento del Partido Bolchevique como la única fuerza capaz de liderar el proceso revolucionario y, por ese motivo, incorporarse a él.

Un estudio exhaustivo del papel del Partido Bolchevique, durante todo el curso de la Revolución rusa, desmiente categóricamente la afirmación que señala el carácter monolítico del partido de Lenin. El bolchevismo era una fuerza viva. La relación dialéctica que existió entre las masas obreras y el partido, entre la base del partido y su dirección, y entre la dirección y su líder, quedó de manifiesto en infinidad de ocasiones. La radicalidad de las masas, típica de todo proceso revolucionario, dejó en muchísimas ocasiones “a la derecha” nada más y nada menos que al bolchevismo, el partido más revolucionario de la historia. Lenin supo valerse de la autoridad del partido para evitar una acción apresurada de las masas, como también supo apoyarse en estas y en la base del partido para superar las vacilaciones de la dirección. Como ejemplos de esa dinámica compleja, imposibles de desarrollar en un artículo como este, podemos mencionar el choque entre el partido y la vanguardia obrera en las Jornadas de Julio, cuando las masas de Petrogrado se aprestaban a concretar una insurrección armada y la dirección bolchevique se oponía por la inmadurez del proceso a escala nacional, lo que planteaba la inviabilidad del sostenimiento del poder. También es válido mencionar la polémica alrededor de la participación o no en el Preparlamento de septiembre, a la que entienden correcto boicotear tanto Lenin como Trotsky, por cuerdas separadas, contra la posición inicial de la mayoría de la dirección. O la severa crisis que se desata al interior de la dirección del partido una vez que el bolchevismo gana la mayoría en el soviet de Petrogrado y, contra la posición inicial de la mayoría del Comité Central, Lenin plantea que era el momento de ponerle fecha y hora a la insurrección. La tensión se extrema a tal punto que Lenin amenaza con renunciar al CC, reservándose el derecho a propagandizar su posición entre la base del partido. Cada una de estas contradicciones que se operaron al interior del bolchevismo, en el curso de 1917, se sintetizan en un sentido revolucionario. Y para esas resoluciones, el genio y la autoridad de Lenin ocuparon un papel fundamental.

Autogestión y movimientismo vs. partido

La lucha por la construcción de partidos obreros revolucionarios, inspirados en la experiencia bolchevique, fue puesta en discusión por autores revisionistas del marxismo. Mientras Lenin sostuvo que “fuera del poder todo es ilusión”, Antonio Negri y John Holloway teorizaron acerca de la posibilidad de “cambiar al mundo sin tomar el poder” y cuestionaron a la clase obrera como el sujeto social revolucionario. Estas teorías tomaron fuerza a principios de este siglo y siguen estando presentes en numerosos movimientos y organizaciones que se reclaman de izquierda y anticapitalistas. Probablemente, la expresión más avanzada de esa orientación fue el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), que hace exactamente 30 años encabezó en Chiapas (México) un levantamiento indígena y campesino. El EZLN ha sido celebrado por muchísimos intelectuales de izquierda por haber introducido un “cambio cultural” en gran parte de la izquierda latinoamericana y mundial. En Argentina, luego de la rebelión popular de 2001, surgieron numerosas organizaciones que se reclamaban autonomistas o autogestionarias. El rechazo a la lucha por el poder iba acompañado, naturalmente, del rechazo a la construcción del partido -ya que todo partido persigue, por definición, la toma del poder gubernamental-.

Pero el autonomismo se reveló como una vía para la adaptación e integración al régimen capitalista. La idea de que pueda existir el socialismo en una sola provincia, región o unidad productiva representa un absurdo, refutado por el mismísimo León Trotsky, aunque a otra escala: cuando desenmascaró el carácter contrarrevolucionario de la teoría stalinista de “la construcción del socialismo en un solo país”. La producción autogestionaria del EZLN se mantiene -con sus tensiones y choques- en los marcos de una convivencia con el Estado y las relaciones de producción capitalistas dominantes en México. Incluso ha recorrido distintos acuerdos políticos con los partidos del sistema, como lo fueron sus apoyos políticos al PRD. El gobierno de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) cooptó a intelectuales provenientes o simpatizantes del EZLN y los ha puesto como voceros y defensores de proyectos que son resistidos por los pueblos campesinos e indígenas, como el Tren Maya o el Proyecto Integral Morelos, y que el zapatismo rechaza abiertamente. Pero el EZLN se limita a defender islas de autonomía y a resistir distintos planes de los gobiernos capitalistas. Aunque hable contra el neoliberalismo y el capitalismo, el EZLN no formula una estrategia de lucha por el poder político para los explotados. Tanto por su programa como por sus métodos, el EZLN no se ha constituido, de ningún modo, en un vehículo para la emancipación de la clase trabajadora y los campesinos mexicanos.

Las expresiones políticas autogestionarias defienden, a su vez, una forma organizativa movimientista y horizontalista, en oposición a la construcción del partido y la dirección revolucionarios. Sin embargo, la mayor parte de las organizaciones autonomistas y horizontalistas han sido cooptadas por los gobiernos nacionalistas burgueses de América Latina. Es el caso, por ejemplo, del Frente Patria Grande de Argentina liderado por Juan Grabois. Surgido de la unión de distintos grupos provenientes del autonomismo, concluyó integrado al gobierno fondomonetarista del Frente de Todos. Patria Grande promueve la “economía popular”, una expresión proveniente de los planteos autogestionarios que, en realidad, representa la legitimación “por izquierda” de un esquema de profunda flexibilización laboral promovida en gran medida por el propio Estado capitalista, como forma de abaratar el valor de la fuerza de trabajo. Pues no son más que cooperativas de reciclado de basura, de talleres textiles, etc., donde sus trabajadores trabajan en condiciones paupérrimas y con salarios de miseria.

A su vez, es necesario someter a un balance crítico la experiencia de las fábricas recuperadas por sus trabajadores en la Argentina, muchas de ellas surgidas al calor de la bancarrota capitalista de 2001, que fueron colocadas como “modelos de trabajo libre” por parte de numerosas organizaciones autogestionarias y de izquierda. Aunque resulta innegable el carácter completamente progresivo que encierra la ocupación de las fábricas por sus trabajadores y su puesta en producción bajo gestión obrera luego de un vaciamiento patronal, las limitaciones de estas experiencias son incuestionables. Pues es evidente que, en el marco de un Estado y una economía capitalistas, las fábricas o empresas recuperadas se transforman en un engranaje más del régimen de acumulación de capital. En muchos casos, funcionan como empresas “tercerizadas” de las grandes industrias, que ofrecen una mano de obra barata con salarios por debajo del convenio de la rama. El sabotaje estatal contra las fábricas bajo gestión obrera, negándoles por ejemplo el acceso al crédito, empuja más brutalmente a los trabajadores a la auto explotación. La defensa incondicional de las fábricas recuperadas y sus puestos de trabajo, contra el sabotaje del Estado y el mercado, no puede ocultar el límite histórico de estas experiencias para encarnar una salida de conjunto para las masas explotadas.

Finalmente, es significativo el rechazo de los autonomistas y movimientistas a la lucha por la puesta en pie de direcciones revolucionarias. Sin ir más lejos, la zaga de rebeliones populares que tuvo lugar en América Latina -durante los años 2019, 2020 y 2021- puso al descubierto una enorme crisis de dirección. En última instancia, fue esa crisis la que imposibilitó que la emergencia popular diera paso a gobiernos de trabajadores de ruptura con el capitalismo. Es que la mayor parte de la izquierda latinoamericana, al menos en sus expresiones más desarrolladas, ingresó a ese cuadro de convulsión social completamente asimilada al régimen democrático burgués y, en particular, a las variantes nacionalistas.

Partidos de tendencias

Otra tendencia revisionista del planteo leninista, surgida en el seno de la propia izquierda, fue la reivindicación de los “partidos de tendencias”. Una de las experiencias de “partido de tendencias” fue el Nuevo Partido Anticapitalista (NPA) de Francia, surgido por iniciativa de la ex Liga Comunista Revolucionaria (LCR) del ex Secretariado Unificado (SU) de la IV Internacional. El avance en la constitución del NPA fue precedido por el abandono, por parte de la LCR, de la reivindicación de la lucha por la dictadura del proletariado y por considerar cerrado el ciclo abierto por la Revolución de Octubre. Otra experiencia similar fue la constitución del Partido Socialismo y Libertad (PSOL) de Brasil. El PSOL levantó como planteo estratégico la recuperación del “PT de los orígenes” para luchar por “la defensa del socialismo con libertad y democracia”. Ambas experiencias, el NPA y el PSOL, se caracterizaron por la convivencia, al interior de esos partidos, de tendencias políticas cristalizadas y en muchos casos no solo con posiciones políticas disímiles sino incluso también antagónicas. Las definiciones programáticas de ambas experiencias revelaron, desde un comienzo, su carácter democratizante y antirrevolucionario. Los “partidos de tendencias”, en definitiva, no surgieron para transformarse en partidos de combate y luchar por gobiernos de trabajadores. Surgieron, en realidad, con objetivos meramente electoralistas, ubicándose a la extrema izquierda del régimen democrático burgués, sacrificando la lucha por la independencia política de los trabajadores, para pelear por escaños parlamentarios.

La mayoría histórica del NPA, la corriente francesa del SU, supo apoyar a los burgueses “liberales” François Hollande y Emmanuel Macron en los balotajes franceses, invocando “el mal menor”. Su política colaboracionista y electorera, opuesta a la construcción revolucionaria, redundó en la fundición política de miles de militantes. La experiencia del NPA concluyó con una división. La ruptura se produjo a fines de 2022, por la voluntad del SU de disolver a la organización dentro del frente centroizquierdista y nacionalista que encabeza Jean-Luc Mélenchon: el Nupes. El PSOL tuvo un destino similar al NPA. O peor aun: avanzó con casi una completa integración al gobierno frentepopulista liderado por Lula (ministros, etc.).

Sin embargo, el ala izquierda del NPA, que correctamente rechazó la integración a Nupes, evitó sacar todas las conclusiones del proceso y hacer una crítica de fondo -política, programática, metodológica y organizativa- de la experiencia del NPA. Lo mismo vale para la izquierda que terminó rompiendo hace poco con el PSOL. Gran parte de la izquierda, que incluso se reclama trotskista, justificó su pertenencia al NPA y/o al PSOL (la UIT-CI, a la que está adherida Izquierda Socialista de la Argentina, rompió hace poco con el PSOL; igual que Socialismo y Barbarie a la que está adherido el MAS argentino; la LIS en la que participa el MST argentino, sigue aún dentro del PSOL) afirmando que se encontraban realizando “entrismo” dentro de estas organizaciones, emulando la táctica desenvuelta por Trotsky en la década del 30. Pero mientras Trotsky impulsaba el entrismo en partidos obreros de masas que giraban a la izquierda, como lo era el SFIO (el partido socialista francés), para a los pocos meses romper críticamente con la dirección reformista y de esa manera incrementar la influencia y la conquista de cuadros para la IV Internacional; la LIS y la UIT-CI lo hicieron durante larguísimos años al interior de partidos que no eran más que un conglomerado de camarillas con apetitos electorales, que perdían efectivos militantes y que giraban, cada vez más, hacia la derecha. En nombre del “entrismo” una parte de la izquierda trotskista se adaptó al oportunismo reinante en la izquierda internacional.  

Vigencia del legado leninista

Como señalamos al principio de este ensayo, la reivindicación de la lucha por la construcción de partidos de combate parte, antes que nada, de la caracterización del momento histórico. La guerra en Ucrania, que enfrenta a la Otan contra Rusia, el genocidio del Estado de Israel contra el pueblo de Gaza, que encuentra en pie de guerra a la heroica resistencia palestina, y el crecimiento de las tensiones comerciales y militares entre EE.UU. y China, dan cuenta de las tendencias crecientes a una nueva conflagración mundial. Junto a esto, el desenvolvimiento de la crisis capitalista y la emergencia de numerosas rebeliones populares en distintas partes del globo, plantean la actualidad de la caracterización que Lenin sintetizó como “una época de guerras, crisis y revoluciones”. Es esta caracterización, justamente, la que le otorga una completa actualidad a la lucha por la construcción de partidos obreros de combate para luchar por gobiernos de trabajadores y el socialismo.

Es importante apuntar que, muchas de las organizaciones que han roto por izquierda con el stalinismo y el eurocomunismo, no dan el paso a la recuperación de la reivindicación de la dictadura del proletariado, y se mantienen en formulaciones democratizantes, como “socialismo con democracia” o “poder popular”. Desde el punto de vista del Partido Obrero, la reivindicación del gobierno de trabajadores no es más que la formulación popular de la lucha por la dictadura del proletariado. Otra parte de la izquierda argentina, que formalmente suscribe la idea de la construcción de un partido leninista para pelear por el gobierno de trabajadores, en los hechos abandona, cada vez más, esa perspectiva. Se trata del pasaje de esta izquierda a una estrategia electorera. El caso más destacado es el del PTS. Su desprecio por el movimiento piquetero, reproduciendo incluso los prejuicios que los capitalistas introducen al interior de la propia clase obrera contra la vanguardia piquetera, es sintomático. Desde hace muchos años el PTS no concentra sus principales esfuerzos en estructurarse entre la vanguardia obrera, sino en proyectar a sus figuras electorales. Todo esto revela una orientación profundamente pequeñoburguesa.

Junto a la caracterización del momento histórico y la claridad programática, hace falta una dirección probada y audaz, forjada en el combate de clases, en la lucha teórica y con una fuerte personalidad política. Así lo indica la experiencia histórica: el proletariado español, que contaba con una conciencia socialista muchísimo más elevada que el proletariado ruso, careció de una verdadera dirección revolucionaria. “La victoria era posible” sentenció Trotsky. Pero la política errónea y la incapacidad de la dirección del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), luego de la traición del stalinismo y del anarquismo, de abandonar su condición de consejero de izquierda de los jefes del Frente Popular y avanzar en transformarse en el partido dirigente de las masas explotadas, frustraron la posibilidad de un triunfo revolucionario en España. En definitiva, la lucha por la construcción del partido y la Internacional obrera revolucionaria, entendidos como el instrumento insustituible de la historia en la lucha por terminar con el régimen de explotación capitalista, encuentra en la obra de Lenin un activo invaluable.


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