La Guerra del Pacífico y la consolidación del imperialismo británico en el sur americano

Este artículo aparece con motivo del 145° aniversario del comienzo de la Guerra del Pacífico, conflicto internacional que tuvo como su teatro de operaciones el sur del continente americano.

Introducción

Se cumplieron 145 años del inicio de la Guerra del Pacífico, una contienda bélica en la que el capital y sus agentes extranjeros en la región tuvieron un rol decisivo y que involucró de manera directa a tres países de América del Sur: de un lado Chile, y del otro bando los derrotados aliados Bolivia y Perú. Además, los capitalistas europeos tomaron abiertamente partido a favor de Chile y se colocaron en contra de la alianza peruano-boliviana.

Para algunos historiadores la Guerra del Pacífico fue la “primera guerra moderna”. Una suerte de campo de ensayos donde se probaron armamentos que serían utilizados a escala mundial en las próximas décadas (Manrique, 1996).1Sin embargo, en los últimos años esta tesis es fuertemente cuestionada: “En 1879 los ejércitos de Bolivia, Chile y Perú eran, en mayor o menor grado, organizaciones poco sofisticadas, incluso primitivas, que consistían en lo principal en unidades de infantería apoyadas por contingentes más pequeños de artillería y caballería (…). Era evidente que, aunque involucró acorazados, la conducción del lado naval de la guerra parece notablemente carente de innovación” (Sater, 2016, p. 383). Movilizó a decenas de miles de personas, cuantiosos recursos materiales y se extendió entre 1879 y 1883. Durante estos años los aliados contabilizaron alrededor de 18 mil bajas en combate, mientras que el vencedor Chile unas 2600 (Sater, 2016, pp. 383-385).

Como efecto directo de la guerra, y sobre las ruinas de la derrota, en las siguientes décadas se conformaron “nuevos Estados oligárquicos” tanto en Perú como en Bolivia, con sus correspondientes especificidades o particularidades históricas. Al tiempo que el imperialismo británico consolidó sus dominios económicos y políticos en esta región de América del Sur.2Hacia mediados del siglo XIX el Reino Unido era el mayor mercado para las materias primeras latinoamericanas. Para 1913, esa primacía ya era norteamericana, excepto para Argentina, Chile, Bolivia y Perú. El mismo patrón se observa en el caso de las importaciones (Ansaldi, 2008, p. 337). Por su parte Chile, apoyado por el imperialismo británico, se mostró hacia las clases dominantes del subcontinente como modelo de un régimen político oligárquico exitoso.

Asimismo, las consecuencias de esta guerra tienen profundos alcances hasta el presente, tal como lo demuestran, por ejemplo, los permanentes reclamos internacionales del Estado boliviano por la recuperación de una salida soberana al Océano Pacífico.

Este conflicto armado de escala internacional, que constituyó una verdadera tragedia para los pueblos andinos involucrados, “alteraría de manera dramática no solo las fronteras de estas naciones sino, también, su memoria colectiva” (Sater, 2016, p. 17).

Sobre la base de estos aspectos generales, en este artículo realizaremos un breve recorrido por los núcleos centrales que motivaron la guerra entre los tres Estados andinos, el papel clave que jugaron las potencias imperialistas de la época (principalmente Gran Bretaña), la importante intervención de las comunidades campesinas-indígenas del Perú en la etapa final de la guerra y, por último, sus derivas y continuidades históricas en el siglo XXI.

1- El boom del salitre durante década 1870

¿Por qué una región tan inhóspita como Atacama (epicentro inicial de la guerra) se transformó desde mediados del siglo XIX en el centro geográfico de un dramático y reaccionario conflicto entre tres Estados andinos? El motivo fue ni más ni menos que su enorme riqueza. Una riqueza sustentada, fundamentalmente, en la explotación de dos recursos naturales de exportación a Europa y también a los Estados Unidos: en primer término, el guano y, luego, el salitre (conocido como el “oro blanco”).3El salitre fue utilizado principalmente como un fertilizante, que desde 1870 empezó a desplazar, en esa función, al guano en el mercado internacional.

Como explica el historiador peruano Heraclio Bonilla, “la Guerra del Pacífico estalla en un momento que corresponde a lo que Lenin denomina el inicio del imperialismo [hacia el último cuarto del siglo XIX], es decir, una etapa caracterizada por sustantivas modificaciones en la estructura interna de las potencias europeas y en las modalidades de su expansión ultramarina. Este solo hecho justifica ampliamente la necesidad de examinar el papel de las fuerzas internacionales en el desencadenamiento, en el proceso y en la conclusión de la Guerra del Pacífico” (1979, p. 5).

Bajo esa coyuntura histórica, esta contienda tiene como otra de sus particularidades o de sus claves el haber sido la primera guerra en la que los capitalistas europeos tomaron abiertamente partido por uno de los contendientes, en favor de Chile. (Halperín Donghi, 2008, p. 276). Mientras que inicialmente los Estados Unidos “coquetearon” con brindar apoyo al Perú, al ver el desenlace militar favorable a Chile abandonaron esa perspectiva y adoptaron un rol “pacifista”.

A partir de 1866, compañías salitreras de capitales chilenos comenzaron a operar en el litoral boliviano con derechos de exclusividad sobre la explotación del mineral. Desde 1869, la principal empresa chilena del sector se asoció a capitales ingleses, creando la Compañía Melbourne & Clarke. En 1872, esta sociedad pasará a llamarse Compañía de Salitres y Ferrocarril de Antofagasta (Nitrates and Railway Company of Antofagasta, en inglés). Un año después, dicha empresa firmó un contrato con el gobierno de Bolivia que le autorizaba la libre explotación del mineral por quince años.

Así, el proceso de penetración de la burguesía chilena, asociada a los capitalistas británicos, en esta región de Bolivia tomó características de colonización económica y política al lograr los chilenos ser designados para ocupar cargos en las municipalidades bolivianas. Un ejemplo del dominio económico de Chile sobre Bolivia está vinculado con el hecho de que “el Banco Nacional de Bolivia, íntimamente relacionado con las operaciones salitreras de las casas financieras de Valparaíso controladas por Edwards, abrió sucursales en Cobija y Antofagasta en enero de 1873. Hacia 1876 se había convertido en el banco más poderoso de Bolivia. El segundo banco de importancia era el Banco Boliviano controlado por el súbdito inglés Enrique Meiggs, vinculado también a las actividades mineras y a los grupos financieros de Chile” (Vitale, 2011).

Como muestra de esa enorme y creciente influencia chilena sobre el territorio boliviano, el censo poblacional del año 1875 arrojó los siguientes resultados: de los 5.384 habitantes del Municipio de Antofagasta, 4.530 eran chilenos y solo 419 eran bolivianos. Para finales de 1878, es decir algunos meses antes del inicio de la guerra, la población de todo ese distrito era de 8.507 habitantes, de los cuales eran chilenos 6.554, bolivianos 1.226, argentinos 226, peruanos 121, ingleses 104 y de otras nacionalidades 276. “La población chilena, avanzando por el Desierto de Atacama y a lo largo de su costa marítima, había invadido prácticamente el litoral de Bolivia, e instalado en él centros industriales, iniciando una era de progreso en una región antes inexplotada y despoblada. Las estadísticas de población citadas revelan el importante grado de penetración chilena de las provincias de Tarapacá y Antofagasta” (Sutter y Sunkel, 1982, p. 74).

De esta manera, como sostiene el historiador Guerra Vilaboy, los capitalistas chilenos-ingleses “lograron dominar en forma casi exclusiva la extracción del salitre y toda la actividad productiva y la infraestructura, favorecidos por la endémica debilidad de Bolivia, que convertía a sus gobiernos en poco resistentes a la presión foránea” (2013, p. 202).

Por su parte, “Perú y Bolivia atravesaban por una crisis económica de estructura agravada por la crisis coyuntural de 1875-1878. Sus clases dominantes entraron a la guerra no solo para defender las riquezas salitreras amenazadas por la burguesía chilena, sino también esperanzadas en que un resultado favorable les permitiría remontar la grave crisis económica y afianzar sus posiciones en el orden latinoamericano” (Vitale, 2011).

Frente a las políticas expansionistas chilenas e inglesas, Bolivia y Perú firmaron un tratado secreto el 6 de febrero de 1873, mediante el cual ambos países se comprometían a aliarse en caso de un ataque de parte de Chile. Desde 1874, ambos países intentaron incluir a la Argentina en el acuerdo defensivo. Sin embargo, y también bajo la presión del imperialismo británico, los distintos gobiernos argentinos se negaron a suscribirlo (Rath, 2017).

2- La guerra: el estallido en febrero de 1879 y sus tres grandes etapas

En el año 1878 el gobierno boliviano, a través de su Asamblea Nacional, decidió imponer un impuesto de 10 centavos por tonelada de salitre exportada a la Compañía Salitres y Ferrocarril de Antofagasta. La empresa, con el apoyo del gobierno chileno, se negó a pagar este impuesto alegando que vulneraba lo estipulado por los tratados y contratos vigentes. Un año después, el 1 de febrero de 1879, el prefecto antofagastino embargó los bienes de la compañía y el gobierno rescindió unilateralmente el contrato. Se trataban de elementales medidas de defensa nacional.

El 14 de febrero de 1879, el día en que el gobierno de Bolivia debía poner en práctica las medidas anunciadas contra la compañía chileno-británica, la provincia boliviana de Antofagasta fue ocupada por el ejército de Chile, con la excusa de proteger a los residentes chilenos del lugar. Luego de dos días, y aún no declarada oficialmente la guerra, las fuerzas militares de Chile ocuparon sin resistencias las minas de plata de Caracoles (Mesa et al., 2012, p. 388). Recién un mes después se produjo el primer enfrentamiento entre los dos ejércitos, y a comienzos de abril Chile declaró oficialmente la guerra. También en abril de ese mismo año, en cumplimiento del tratado secreto suscripto en 1873, Perú ingresó a la contienda bélica.

En la primera etapa de la guerra el principal teatro de operaciones fue el océano Pacífico y allí solo había dos protagonistas, Chile y Perú, ya que “Bolivia no tenía ni una pequeña goleta” (Mesa et al., 2012, p. 391).4En febrero de 1879, el ejército boliviano de línea tenía apenas 2175 soldados y 808 militares profesionales, distribuidos en tres batallones y contaba, además, con dos secciones de artillería (Querejazu Calvo, s/d, p. 66). En solo dos meses, las fuerzas chilenas se apoderaron del litoral en la región de Antofagasta, incluido el puerto de Cobija, despojando a Bolivia de su salida al mar. Esta primera gran etapa de la contienda se extendió hasta octubre de 1879.

La segunda gran etapa del conflicto, conocida como “Campaña Terrestre”, se extendió hasta el 17 de enero de 1881 y se caracterizó por “la guerra de posiciones y el enfrentamiento de grandes unidades militares” (Guerra Vilaboy, 2013, p. 206). En esta etapa es cuando Bolivia, luego de la batalla del “Alto de la Alianza” (Tacna) producida en junio de 1880, se retiró de la guerra. Es decir que, para Bolivia, la guerra duró poco más de un año.

La tercera gran etapa de la Guerra del Pacífico (1881-1883), conocida como la “Campaña de la Breña”, se caracterizó por la ocupación militar del Perú (específicamente de su capital Lima) por parte del ejército chileno y estuvo marcada por la férrea resistencia popular peruana contra el invasor. Los grandes protagonistas de la defensa nacional del Perú fueron las guerrillas lideradas por Andrés Avelino Cáceres, apodado el “Brujo de los Andes”. El corazón de estas fuerzas irregulares lo integraban las tropas indígenas y mestizas (Guerra Vilaboy, 2013, p. 208). Sin embargo, como afirma la historiadora Ivanna Margarucci “los diferentes gobiernos peruanos y las oligarquías regionales acordaron en establecer la paz lo más pronto posible y renunciaron a resistir la ocupación chilena, frente al desorden social que ya estaba generando tal estado de situación” (2018, p. 7).

Finalmente, en octubre de 1883 se firmó un tratado de paz entre ambos países. Algunos meses después, en abril 1884, se rubricó un pacto de tregua entre Chile y Bolivia.5El Pacto de Tregua de 1884 fue ratificado por el Tratado de Paz y Amistad del año 1904. Ambos tratados fijaron condiciones muy favorables para Chile y, en contraposición, la pérdida de territorios para los aliados.

3- La participación de las comunidades campesinas-indígenas del Perú en la guerra

En esta parte del artículo presentaremos algunas características salientes de la tercera y última fase de la guerra. Entre finales de la década de 1970 y comienzos de los años 1980 (en el contexto de la conmemoración del centenario de la Guerra del Pacífico) se produjo una importantísima renovación historiográfica sobre los estudios de esta contienda, a partir de la aparición de historiadores peruanos influenciados por el materialismo histórico, y formados académicamente en el exterior. Hasta entonces, se imponía una historiografía de tipo tradicional, centrada en lo descriptivo y narrativo, muy proclive a enfatizar la figura de los gobernantes, las batallas, fechas y actos heroicos, que privilegiaba a actores individuales sobre los sujetos colectivos (Abanto Chani, 2022).

El cuestionamiento a la manera en que se había orientado la historia sería uno de los puntos de partida de la joven corriente historiográfica conocida como “nueva historia” o de los “estudios sociales”. El legado central de esta corriente historiográfica fue colocar en el foco del debate la participación, más o menos autónoma, de las comunidades campesinas tras la caída de Lima (en 1881) y el desarrollo de la “Campaña de la Breña”.

Sus trabajos pioneros fueron las publicaciones de Heraclio Bonilla, Nelson Manrique y de la historiadora chilena Florencia Mallon. Aunque existen riquísimas polémicas6Fundamentalmente en lo que respecta al problema de la “nación” y la emergencia de un “nacionalismo popular” durante la etapa final de la guerra, según las evidencias que muestran las diversas investigaciones o estudios regionales realizados. y diferencias entre los autores de la nueva historia, en líneas generales estos investigadores opinan que la ocupación territorial chilena (y el fin de la “guerra convencional” luego de la caída de Lima), habría hecho aflorar entre los grupos de combatientes campesinos-indígenas de la sierra central un sentimiento de pertenencia a una comunidad nacional antes inexistente y de una conciencia étnica (Margarucci, 2018).

Luego de la caída de Lima, se abrió una nueva etapa de “confrontación que presentaría características étnico-raciales y de lucha de clases, con una evolución de la conciencia del campesinado, en la medida en que la guerra se introdujo con mayor fuerza en la sierra central, al pasar de la indiferencia (1879-1881) hasta concebir una conciencia anti chilena, patriótica y anti terrateniente (1881-1884) (Manrique, 1981, pp. 379-380).

Por su parte, Bonilla sostiene que, una vez dislocado el Estado, en enero de 1881, estalla una guerra de razas. Este autor realiza el estudio de caso de los chinos, los negros y los indígenas, apoyándose en documentación del Foreign Office de Inglaterra (Bonilla, 1980, pp. 59-67) (citado en Abanto Chani, 2022).

Así, según explica Manrique (1987), la entrada de un ejército extranjero hizo posible el desarrollo de una conciencia campesina en torno a la nación, mediante dos niveles, uno étnico y otro clasista. Se promovió en las comunidades campesinas la conformación de guerrillas y se “consintieron” los ataques, en nombre del líder militar Andrés Cáceres y la patria, contra los terratenientes colaboracionistas, cuyas haciendas sufrieron las consecuencias directas. Empero en 1885, luego de obtener el triunfo en la guerra civil, el propio Cáceres suprimió y castigó todo tipo de rebeldía y cualquier intento de autonomía campesina que amenazara a su gobierno y los intereses de la clase terrateniente (citado en Abanto Chani, 2022).

Consideraciones finales

En la Guerra del Pacífico, al igual que en otros conflictos bélicos internacionales ocurridos entre finales siglo XIX y las primeras décadas del XX, el capital y sus agentes extranjeros jugaron un rol decisivo. Aquí, los capitalistas ingleses tomaron abiertamente partido a favor de Chile y en contra de la alianza militar peruano-boliviana. Por su parte, los Estados Unidos recién iniciaban su avance imperialista y buscaron no enfrentarse abiertamente con los británicos. Fue una época imperialista donde se buscaban “acuerdos” de reparto de colonias y áreas de influencia entre las diversas potencias (en África, Asia, etc.). Por ejemplo, en América Latina “se firmó en 1901 el tratado yanqui-británico Hay-Pauncefote, por el cual se reconocía al Caribe como zona yanqui y al Sur del continente como zona británica” (Santos, 1978).

Desde mediados del siglo XIX, la riqueza de sus recursos naturales convirtió a la región de Atacama en un botín de guerra para los capitalistas chilenos y los intereses del imperialismo británico en América del Sur. Como explicamos a lo largo de estas páginas, el rápido proceso de penetración de la burguesía chilena, asociada a los capitalistas ingleses, en esta región de Bolivia tomó características de una colonización económica y política, logrando dominar en forma casi exclusiva la extracción y comercialización del salitre.

Esta contienda internacional constituyó una tragedia para los pueblos andinos y sus clases explotadas, modificando dramáticamente no solo las fronteras de los países involucrados, sino también su memoria colectiva.

Diferentes investigaciones históricas muestran cómo luego de la caída de Lima (1881) se abrió una nueva dimensión del conflicto que logró adquirir características étnico-raciales y de lucha de clases, y, al mismo tiempo, mostró diversos rasgos de una acción de independencia de clase por parte del campesinado indígena (y de otros sectores de los explotados) de la sierra central peruana. También estos campesinos y pueblos indígenas, con sus correspondientes cambios históricos, fueron la columna vertebral de la resistencia al golpe de la derecha peruana ocurrido a finales del 2022.

A pesar de los largos 145 años y de las diversas transformaciones que nos separan de aquel lejano momento en que se inició la Guerra del Pacífico, quedan para el presente siglo XXI muchísimas lecciones históricas y tareas pendientes que requieren necesariamente de una intervención política consciente e independiente de las masas: resolver los justos reclamos territoriales de las naciones derrotadas y despojadas al finalizar la guerra (fundamentalmente la salida al mar de Bolivia), el desconocimiento de las deudas con el capital financiero, una verdadera revolución agraria y la necesidad de nacionalizar (bajo control obrero) en cada uno de nuestros países la explotación de todos los recursos naturales. Sin embargo, esto no será posible mientras persistan los regímenes capitalistas semicoloniales en cada país. Por eso, y como gran tarea histórica, es necesario poner fin a la dominación imperialista y de las oligarquías capitalistas, luchar por gobiernos obreros y campesinos, y avanzar hacia la unidad socialista de América Latina.


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