El Io de enero de 1994, la rebe lión campesina incubada durante largos años en el sur mexicano, en especial en el estado de Chiapas, tomó forma definitiva bajo la dirección del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), cuando miles de milicianos tomaron San Cristóbal de las Casas (capital del estado, con más de 100.000 habitantes) y las principales ciudades del estado: Ocosingo (también con más de 100.000 habitantes), Chanal, Altamirano y Las Margaritas. El EZLN también atacó el cuartel de Rancho Nuevo, que resistió 50 minutos, luego de los cuales los zapatistas lo invadirán apropiándose de 200 armas pesadas. Muy cerca, el EZLN invadió una prisión, liberando a los prisioneros, en su mayoría indios, lo que también sucedió en las ciudades tomadas.
En las ciudades, las alcaldías y radios fueron los primeros lugares tomados, junto con las prisiones, edificios públicos, bancos y empresas importantes. Los zapatistas poseían ya mensajes grabados para las radios, llevaban potentes armas modernas y se intercomunicaban por radio. Los combates más sangrientos fueron en Ocosingo, donde el Ejército Federal consiguió llegar a través de un puente que el EZLN no consiguió derribar: la retomada de Ocosingo era vital para las fuerzas federales, y fue allí donde ocurrieron los peores crímenes de guerra: prisioneros ejecutados con las manos esposadas a sus espaldas, acostados boca abajo, con tiros en la nuca.
En las ciudades, la mayoría de la población apoyó a los insurgentes, participando de la toma de los locales estratégicos. La mayoría del EZLN está compuesta por las cuatro etnias de Chiapas: tzotzil (85.553 personas), tzeltal (95.953), tojolabal (12.660) y cholos (47.529). El “subcomandante Marcos” comandó el ataque a la capi tal y fue el principal portavoz del EZLN, concediendo una conferencia de prensa frente al palacio municipal ocupado. En los días siguientes, y tras la retirada del EZLN, una violenta represión del Ejército se abatió sobre la población urbana y rural, cobrando centenares de muertes, siendo ejecutada con armas pesadas, incendios y bombardeos aéreos.
Retroceso del gobierno
El cese del fuego fue ordenado el 12 de enero, después de 10 días de violenta represión. El cese oficial no impidió que la represión continuase y que el gobierno del PRI (Partido Revolucionario Institucional) estacionase en Chiapas efectivos militares en número 10 veces superior a los del EZLN. El ‘diálogo’ posterior, oficialmente aceptado por el gobierno priista, e intermediado por la oposición burguesa (el PRD —Partido de la Revolución Democrática—, de Cuau-htémoc Cárdenas) y por la Iglesia, se estancó totalmente con el correr del tiempo: “No hubo avance en las cinco rondas de diálogo realizadas en los últimos 7 meses. Los rebeldes están cercados por el Ejército mexicano” (1).
La primera opción del gobierno priista fue aplastar la insurrección a sangre y fuego, lo que fue evidente por la criminal acción militar y por el juicio sobre la rebelión y los que la apoyaban, emitido por el filósofo oficial del estado del PRI, Octavio Paz— “somos testigos de una recaída en ideas y actitudes que creíamos enterradas bajo los escombros del muro de Berlín” (2)—, el mismo que, pocos días después, afirmaba que “todos debemos esforzarnos para que estas conversaciones no se estanquen, se desvíen o se conviertan en una disputa estéril” (3).
El gobierno, sus ideólogos y el propio imperialismo no demoraron en comprender que no se encontraban sólo frente a la acción de un grupo foquista fuera de época, sino frente a una insurrección campesina dirigida contra las bases económicas y sociales del dominio de la oligarquía del sur mexicano. Entre 400 y 500 grandes propiedades agrarias fueron (y permanecen hasta ahora) ocupadas por los campesinos sin tierra, en toda la región.
Algo más, con la continuidad de una política puramente represiva se amenazaba extender nacionalmente el conflicto y dar inicio a una verdadera guerra civil en el sur mexicano: “Al ocupar las pequeñas ciudades de la región, aunque efectuó algunas operaciones de rastrillaje, el Ejército federal no se atrevió a perseguir en serio a la guerrilla en el campo, donde la rebelión goza de enorme apoyo entre la población y el terreno también favorece al ejército rebelde. No iba a ser fácil acabar militarmente con la guerrilla en el campo, e intentarlo podría desestabilizar aún más al ya de por sí tambaleante régimen reaccionario. Así que el gobierno optó, como le aconsejaron varios representantes del imperialismo norteamericano, por decretar el cese del fuego el 12 de enero… El levantamiento alumbró a toda la Nación. Entre las masas, sobre todo las más pobres, era común escuchar el comentario: ‘si llegan aquí, le entro’. En cambio, entre la gente acomodada reinaba la consternación” (4).
El papel del PRD
No se trató, sin embargo, de una sustitución de la represión por el diálogo, como pretende hacerlo creer la gran prensa, sino de una complementación de la represión (que incluye hasta el asesinato de opositores burgueses, como Antelmo Robledo, candidato del PRD a la alcaldía de Jaltenango, Chiapas) (5) con un ‘diálogo’ destinado a neutralizar a la dirección guerrillera.
El papel central en esa maniobra política le cabe a la oposición burguesa, en especial al PRD y a su líder Cuauhtémoc Cárdenas (directamente asesorado en la materia por el ex-trotskista del Secretariado Unificado de la IVa Internacional, Adolfo Gilly), mucho más que al ‘dialogador’ oficial, Camacho Solís, un hombre directamente impuesto por el imperialismo, o aun que a Don Samuel Ruiz, obispo de San Cristóbal de las Casas. El PRD, en un primer momento, hizo coro con el gobierno condenando los ‘excesos’ de la guerrilla, para posteriormente, junto con el propio gobierno y el imperialismo, cambiar de política.
Debe decirse, además, que la posibilidad de esa maniobra fue determinada por la propia política del EZLN, que reclamó correctamente su reconocimiento como ‘fuerza beligerante’, pero no denunció a la coalición gobierno-oposición (o sea, de la totalidad del régimen) contra la insurrección armada, y al no desenmascarar a la segunda, permitió su 'reciclaje político’ indoloro.
De acuerdo con el “subcomandante Marcos”: “Hablando con el Ingeniero Cárdenas le reiteramos nuestra disposición como ejército zapatista a buscar una salida política de paz con dignidad. Saludamos su interés, el esfuerzo que para él significó venir hasta acá. Por mi voz, el Comité Clandestino Revolucionario Indígena, Comandancia General del EZLN, declara que reconoce al Ingeniero Cárdenas como interlocutor político válido del EZLN y declara que la palabra de Cuauhtémoc Cárdenas será siempre recibida con respeto y dignidad, y analizada por nuestros compañeros en todas sus implicaciones. Hacemos un reconocimiento a él y a las personas que lo acompañan por haber tenido la valentía de tomar esta iniciativa en la búsqueda de una salida pacífica y digna al conflicto.
“Enseguida, Cárdenas declaró: ‘Bueno, en parte aquí lo dijo ya el subcomandante (que de ‘insurrecto’ pasó a ‘subcomandante’, OC). Ante la-ausencia de iniciativas por parte del gobierno, y el evidente estancamiento de la situación en Chiapas, el que no estemos viendo que se den avances a pesar de la existencia de un Comisionado de Paz y de que hay una nueva comisión de intermediación. El que no veamos que se den pasos que conduzcan a lo que la mayoría de los mexicanos queremos: una solución con dignidad para todos los conflictos que se han presentado desde el 1° de enero, cuando se da el levantamiento del ejército zapatista, Para eso hemos venido aquí’” (6).
Las limitaciones del EZLN
Esta supuesta ‘astucia’ política, destinada a ganar a Cárdenas (un político originado en el propio riñón del régimen) para el ‘frente democrático’, fue reafirmada en la “Asamblea Democrática” de Chiapas, donde el EZLN llamó a Cárdenas y al PRD a encabezar un ‘"Movimiento de Liberación Nacional”. Esta lavada de cara de la capituladora oposición cardenista, no tiene nada de astuta, como lo revelarían los resultados de la elección presidencial de 1994, cuando, pese a que por primera vez en la historia del régimen el candidato priista obtuvo (a pesar de los reiterados fraudes) menos del 50% de los votos emitidos (48,77%), esto benefició principalmente al candidato de la oposición derechista (PAN), Fernández Cevallos, con casi el 26% de los votos, mientras Cárdenas, que había vencido realmente en las elecciones de 1988 (victoria de la que fue despojado por el fraude que consagró al priista Carlos Salinas de Gortari), retrocedió espectacularmente hasta poco más del 16%, esto pese a las enormes movilizaciones antigubernamentales de 1994 y a la imparable descomposición del régimen del PRI. En el punto central del debate electoral (la integración al NAFTA norteamericano), Cárdenas defendió una posición semejante al PRI.
Las mismas masas que simpatizan con la rebelión de los campesinos indígenas chiapanecos sancionaron en las urnas al PRD, que en todo el ‘diálogo’ EZLN-gobiemo se comportó como un aliado de este último, inclusive en la cuestión clave de la campaña de los monopolios de la comunicación contra la insurrección en Chiapas: “El EZLN vetó la participación de Televisa en las conferencias que todos los días ofrecía al país desde la iglesia de San Cristóbal de las Casas, sede de las negociaciones. Los zapatistas siguieron firmes en su veto a Televisa. En cambio, el PRD y otros partidos de oposición en el Congreso se sumaron a una iniciativa del PRI que condenaba la posición ‘intransigente’ del EZLN y llegaron incluso a firmar una declaración conjunta en que se pedía ‘tolerancia’ en relación a esta empresa privada” (7).
Conciliacionismo
La táctica política de alianza con el PRD revela una estrategia de conciliación con el régimen burgués en su conjunto. La ‘novedad’ del EZLN, en relación a otras corrientes militaristas de América Latina en los años 70 y 80, consiste en que si éstas se caracterizaban por un programa de conciliación de clases encubierto por el ‘radicalismo’ metodológico, el zapatismo tiene también de salida un programa de conciliación política.
Las posiciones políticas del EZLN incluyen la lucha por “Democracia, Libertad y Justicia” y sus “10 puntos”: “trabajo, tierra, techo, alimentación, salud, educación, independencia, libertad, democracia, justicia y paz”. En sus comunicados iniciales, su demanda central era “la renuncia del gobierno ilegítimo de Carlos Salinas de Gortari y la formación de un gobierno de transición democrática, el cual garantice elecciones limpias en todo el país y en todos los niveles de gobierno”.
Al mismo tiempo, esclarece que: “Un gobierno de transición democrática NO es un gobierno transitorio, NO es un gobierno temporal, NO es un gobierno interino, NO es un gobierno de excepción. Un gobierno de transición democrática es un gobierno con un programa político de democratización de la vida política del país” (8).
El horizonte político del EZLN es, por lo tanto, la 'democracia’. Lo que esto significa es esclarecido por el propio ‘Marcos’'. “Le permiten a un banquero (Roberto Hernández) decir que si no gana el PRI va a haber fuga de capitales. Entonces nadie dice nada. Son iguales de absurdas las dos premisas. Los zapatistas no hemos dicho: ‘Bueno, si no sale el que yo quiero entonces me voy a alzar en armas’, pero igual de absurda es la otra declaración. Debe de haber algo en el medio que sirva de contrapeso y sujete a uno y otro de los extremos. Nomás que el banquero no está dispuesto a ceder y nosotros sí estamos dispuestos a ceder” (9).
Se trata de una estrategia de reconciliación del conjunto del régimen político y social, lo que incluye no sólo al PRD, sino también a la Iglesia, al PRI y hasta, según el propio EZLN, “sectores honestos del PAN” (derecha y ultraderecha). Fue legítimo concluir, como lo hizo el Partido Obrero inmediatamente después de iniciada la insurrección, que “el zapatismo debuta en el punto donde terminaron el M19 colombiano, el FMLN salvadoreño o la UNG de Guatemala: en las negociaciones para una salida política”, pronosticando que “la contradicción estridente entre el carácter objetivo de la rebelión que desnudó la fractura del aparato estatal y puso en primer plano las reivindicaciones agrarias y sociales de los campesinos mexicanos y la política democratizante del EZLN, y la no menos estridente contradicción entre la descomposición del régimen político y su necesidad de proceder a una política de reconstrucción (fortalecimiento) del Estado, plantean en México un período de prolongada y aguda crisis política” (10).
Origen de la guerrilla
La verdad es que, aunque algunos autores hagan remontar el origen del EZLN y de la propia insurrección a más de una década atrás, a las divisiones de los grupos foquistas de entonces que dieron origen a las FLN (Fuerzas de Liberación Nacional, 'par-tido político’ del EZLN) (11), la creación del EZLN y la decisión de lanzar la insurrección en 1994 anteceden en menos de un año a los hechos, lo mismo que el envío del grueso de los cuadros ‘militares’ del zapatismo a la selva Lacandona. Lo que sí era bien anterior era la agitación campesina (9.000 indios, por ejemplo, desfilaron en 1992 en San Cristóbal de las Casas, contra las celebraciones del Quinto Centenario), y esos años, significativamente, son para las FLN (luego PFLN) de ‘depuración’ de muchos cuadros urbanos, vinculados al movimiento obrero, incluido “un dirigente, al que llamamos Panchón, (que) desertó con muchos obreros y simpatizantes de la Ciudad de México” (12).
Es superficial y unilateral el análisis de un investigador francés: “A pesar de la injusticia que reina en sus zonas agrarias, México es el único país de América Latina que no conoció la guerrilla durante las 'tres décadas revolucionarias’ (1959-1989). Por tres razones: su larga tradición antiimperialista, su estatuto de santuario para la mayoría de los jefes guerrilleros, y sus buenas relaciones con Cuba. Con la entrada en vigencia del Tratado de Libre Comercio norteamericano (TLC) el 1ro de enero (fecha simbólicamente elegida por los zapatistas), esas tres razones caen. México parece renegar de América Latina y elegir el Norte; al mismo tiempo, toma distancia de Fidel Castro, que controla menos que nunca los movimientos revolucionarios. Sólo entonces, la cólera de los indios miserables y explotados de Chiapas puede finalmente explotar” (13).
La rebelión de Chiapas, originada en el sector más explotado y miserable de México, da una válvula de escape a la cólera acumulada durante largos años por el conjunto de los trabajadores contra el régimen político. Según el periodista Francis Pis-ani, “la mayoría de los mexicanos han reaccionado favorablemente al alzamiento de los zapatistas y la solidaridad se expresa espontáneamente de múltiples maneras (pintadas, manifestaciones). Son millones los mexicanos que, sin la menor relación con el zapatismo, apoyan sus reivindicaciones, no sólo para Chiapas” (14).
Agotamiento del régimen
En estas condiciones, el alzamiento consagra el fracaso de las políticas de ‘aggiornamiento’ del régimen político, complemento necesario y exigido por el imperialismo para la ‘integración norteamericana’ de México, en especial del Pronasol (Programa Nacional de Solidaridad) dirigido principalmente al Estado de Chiapas, que llegó a ser saludado como un gran éxito por los sociólogos… exactamente en la víspera del levantamiento: “El Pronasol representó un marco de acción para asignar recursos efectivos en las áreas más necesitadas de infraestructura y para el desarrollo de condiciones dignas de vida. Con esquemas innovadores de responsabilidad social y participación de organizaciones tradicionales y modernas, los resultados son alentadores en términos de creación de infraestructura, beneficio social, descentralización (fortalecimiento municipal) y recuperación de la gobernabilidad” (15).
El fracaso de ese programa en Chiapas es un fracaso nacional, pues “es sabido que el máximo despliegue del Pronasol se dio en el estado de Chiapas. Antes de resolver los problemas de pobreza extrema y alta, como anunciaban sus metas públicas, el programa gubernamental tenía el propósito de atemperar los efectos sociales de la política económica y, muy especialmente, asegurar un estrecho control sobre las comunidades indias y campesinas” (16). Nacional e internacionalmente, el esfuerzo por desactivar la 'bomba chiapaneca’ era bien antiguo (lo que desmiente la supuesta 'sorpresa’ del alzamiento): “Desde los años 50 la región de Altos de Chiapas se convirtió en el principal experimento de la política indigenista instrumentada por el gobierno federal. En los 70, varias instituciones realizaron estudios y propuestas de desarrollo para incorporar los pueblos indios a la sociedad nacional. En esos años, la región fue el escenario de un programa pionero en México por la participación de una amplia gama de secretarías de estado y organismos internacionales como la UNI-CEF, UNESCO, OMS y FAO. Se trata del Programa Socioeconómico de Desarrollo de los Altos de Chiapas (PRODESCH), cuyo objetivo era contribuir al desarrollo económico, social y cultural para mejorar los niveles de vida de la población indígena del área, aprovechando sus recursos naturales, para lograr su incorporación al desarrollo nacional. Posterior a 1976, la región fue también escenario privilegiado del Plan Nacional de Zonas Deprimidas y Grupos Marginados (COPLAMAR)” (17).
En las condiciones de crisis capitalista internacional y nacional, esta política equivalió a la tentativa de curar el cáncer con aspirinas. A pesar de los paliativos, la miseria social creció geométricamente en la década del 80. En Chiapas, la tasa de analfabetismo y de viviendas sin servicios sanitarios y electricidad duplica los ya elevados promedios nacionales. La concentración de riquezas se exacerbó en los últimos años: el 10% más rico posee el 41% de la renta nacional (contra el 33% de una década atrás) y la cuarta parte de la población (40% más que hace una década) gana menos de dos dólares diarios (600 anuales). En Chiapas, 94 de los 111 municipios tiene índice de pobreza 'alta’ o ‘muy alta’.
Pero estos rasgos también se encuentran en la mayoría de los países latinoamericanos, por lo que se puede afirmar que “el levantamiento de Chiapas es una expresión particular, aguda, de un problema general que recorre toda América Latina: la rebelión popular contra los regímenes patronales en descomposición y contra la profundización de la miseria, que es la necesaria consecuencia de la penetración imperialista que se ha agudizado bajo la cubierta de las ‘democracias’’. Más allá de todas sus particularidades, entre los campesinos mexicanos y el pueblo santiagueño hay un hilo conductor: la necesidad impostergable de defender su propia existencia empuja a las masas a atacar el poder político de la burguesía” (18).
Se entiende entonces el rápido cambio de actitud del gobierno priista, una vez que detectó las enormes limitaciones políticas de la dirección del EZLN (disimuladas tras las pintorescas actitudes y declaraciones de ‘Marcos’), e inclusive el saludo del intermediario gubernamental, quien agradeció al EZLN “por haber cumplido la parte a la que se comprometió” (19). Combinado esto con la extraordinaria radicalización campesina y la monumental crisis del régimen, no existe ninguna exageración en concluir que “la insurrección campesina de Chiapas expuso a los ojos del mundo la fractura del Estado mexicano y la oposición irreconciliable entre el régimen político y las reivindicaciones elementales de millones de campesinos. El gobierno y el propio imperialismo están a la defensiva, pero se valen de las limitaciones de la dirección política democratizante de los campesinos para dictar su salida, política o militar, a la crisis” (20).
Pero no se trata solamente de una 4crisis mexicana’, ni podría serlo en condiciones en que “la economía mexicana reveló un déficit en cuenta corriente que se aproximaba a los 30 mil millones de dólares anuales. Acumuló, además, pasivos en moneda extranjera, en el sector público y en la esfera privada, que pueden llegar a 200 mil millones de dólares. Entre esos débitos, los más problemáticos, a corto plazo, son los Tresobonos, que vencen a la velocidad de 700 millones de dólares por semana a lo largo de 1995” (21).
La insurrección comenzó exactamente en el primer día de vigencia del TLC (Tratado de Libre Comercio), que consagra legalmente la sujeción colonial de México a los EE.UU., procesada especialmente durante la dé cada del 80, cuando el gobierno de Salinas recaudó 21 mil millones de dólares con la venta de las empresas estatales, lo que no impidió que el peso mexicano se mantuviese a flote por la continua inyección de fondos yanquis, que ganan en México lucros superiores entre 5 y 6 veces al que obtendrían en Nueva York. La sangría financiera que esto significa para México se verifica en el aumento de su deuda externa (que puede llegar a cerca de los 200 mil millones de dólares, cuando en 1988 era de 100 mil millones), a pesar de las privatizaciones y del Plan Brady, el colosal déficit comercial anual y tasas de interés reales del 17%. Este panorama permitió al Partido Obrero caracterizar y pronosticar, en la víspera del alzamiento, que “si México perdió en el siglo pasado una parte de su territorio para los EE.UU., el NAFTA completará la anexión, ya que no es otra cosa que un tratado colonial. México no podrá adoptar de ahora en más ninguna disposición que comprometa su integración a la economía norteamericana… A medida que esta dependencia se agudice como consecuencia del desequilibrio comercial y financiero, México deberá entregar el petróleo o permitir que los bancos norteamericanos se apropien del sistema bancario y de seguros mexicano. El proceso de la crisis capitalista será al mismo tiempo el de la absorción de México por los EE.UU., y la revuelta popular que generará será también el inicio de la revuelta popular en los EE.UU.” (22).
La crisis mexicana es la crisis del NAFTA, esto porque según el Director de Asuntos Mexicanos de la Cámara de Comercio Exterior de los EE.UU., “el NAFTA se tornó posible por una revolución económica que ocurrió en México a partir de mediados de la década del 80, bajo el liderazgo del presidente Miguel de la Madrid. Sin eso, los EE.UU. no se hubiesen mostrado dispuestos a iniciar y llevar adelante las negociaciones sobre el NAFTA” (23). Sólo que el NAFTA es la pieza maestra de la reconstitución de la política comercial norteamericana a escala internacional, frente a la competencia de los imperialismos europeo y japonés. La crisis mexicana está en el centro de la crisis mundial.
Sumisión al imperialismo
Si la crisis mexicana y, en consecuencia, el agravamiento de las condiciones de vida de las masas, estuvieron en el origen de la crisis política y del levantamiento popular, éstos, a su vez, se transformaron en factores de aceleración de la propia crisis económica. Esto se comprobó con la espectacular crisis bursátil, financiera y monetaria de fines de 1994, que obligó al gobierno yanqui a echar mano del recurso inédito de ofrecer una garantía de 50 mil millones de dólares para las ‘inversiones mexicanas’ (desatando una brutal crisis Ejecutivo-Parlamento en los EE.UU.), al mismo tiempo que precipitó la debacle del ‘plan’ Cavallo y la ruina del ‘plan Real’ en Argentina y Brasil, respectivamente, y el abandono de toda veleidad ‘independiente’ o nacionalista de la burguesía mexicana: “La garantía por 40 mil millones de dólares que el gobierno norteamericano ofreció a México tiene el propósito de evitar la inminente cesación de pagos mexicana o, lo que es lo mismo, la bancarrota de sus acreedores, el gran capital financiero norteamericano. La garantía es un salvataje para Wall Street, no para México” (24). Como lo pronosticara Prensa Obrera, la entrega, bajo forma de prenda, del petróleo mexicano, fue la única salida: “México estaba produciendo268 mil barriles por día, contra apenas 86 mil de los EE.UU. De los 19 subproductos del petróleo, quedan apenas ocho bajo control del Estado mexicano, sin contar las joint-ventures para las nuevas refinerías, ya en marcha. Los EE.UU. importan 73% de la producción petrolífera mexicana y ahora quieren el control de Pemex y de las reservas, como ya lo consiguieron en Argentina y, en breve, en Venezuela. Las reservas mexicanas aumentarían en 20 años la autonomía energética de los EE.UU.” (25).
El régimen burgués mexicano, que defendió el monopolio estatal del petróleo, incluso durante la cesación de pagos de la deuda de 1982, se dirige ahora a transformar la economía mexicana en un apéndice de la yanqui, al mejor estilo centroamericano. Junto con las crisis brasileña y argentina, esto derriba el mito de los ‘grandes mercados emergentes’ de América Latina. Chiapas, lejos de ser una expresión aislada y anacrónica, muestra el futuro de la desintegración del Estado para el conjunto de América Latina.
La izquierda sometida
De todo lo anterior se deriva el carácter criminal de la conducta de la mayoría de la izquierda latinoamericana, en especial de su principal agrupamiento continental, el Foro de San Pablo (que cuenta como principales componentes, además del propio PRD mexicano, al PT brasileño y al PC cubano), que se limitó a expresar 'preocupación’ (!) frente al levantamiento de Chiapas, evitando cualquier apoyo explícito (siquiera formal) a los insurgentes, actitud que sólo el Partido Obrero condenó en ese exacto momento (incluidas en esta omisión tanto la izquierda que está dentro del Foro como la que está fuera de él) en una declaración específica: “Lo singular de la declaración del Foro es que no saluda, ni apoya, ni reivindica, ni defiende, el levantamiento campesino de Chiapas. ‘Diplomáticamente’ se limita a decir que los miembros del Grupo de Trabajo (dirección del Foro) acompañan con gran atención los acontecimientos de Chiapas’, como si pudiesen, por ventura, haberlos evitado. No es necesario ‘acompañar los acontecimientos de Chiapas’, porque ellos aparecen solos: los que deben ser ‘acompañados con atención’ son los integrantes del Grupo de Trabajo.
“Esto es, la cúpula del Foro de San Pablo se niega a solidarizarse con un levantamiento popular del continente. Como si no bastase, los redactores de la declaración evitan hablar de levantamiento, rebelión o insurrección popular.
“La rebelión de Chiapas es un levantamiento contra un régimen que se presenta como ‘ejemplo’ de ‘política neoliberal’ y de ‘integración’ al imperialismo yanqui; contra el NAFTA, el tratado comercial que subordina colonialmente a México a los EE.UU.; y contra los grandes latifundistas. Precisamente por eso, la prensa mexicana no vaciló en calificarla como ‘una rebelión contra todo el orden político y social existente’.
“Al negarse a apoyar y defender a los campesinos de Chiapas contra los latifundistas y el gran capital internacional, el GT revela la hipocresía de su 'crítica a las políticas ‘neoliberales del capitalismo salvaje’ y, sobre todo, su complicidad con los gobiernos capitalistas que las implementan.
“El GT no dedica una sola palabra para denunciar la masacre de los campesinos en Chiapas por el régimen salmista. Para el GT no hubo asesinatos, ni secuestros, ni torturas, ni bombardeos a la población civil, ni existieron los ‘guardias blancos’ de los latifundistas para aterrorizar a los campesinos, todo lo que fue abundantemente documentado por la prensa.
“La recomendación de una ‘salida política y negociada en Chiapas’ choca con las repetidas afirmaciones del EZLN de que no existe ninguna negociación en curso, sino apenas un ‘diálogo’, ya que el gobierno se niega a reconocerle el status de ‘fuerza beligerante’. El GT no reclama el reconocimiento del EZLN, ni lo reconoce él mismo, pues no lo menciona siquiera una vez en toda su extensa ‘Declaración’.
“El GT apoya las ‘salidas políticas y negociadas’ en Colombia, El Salvador y Guatemala, que terminaron sin excepción en el estrangulamiento de los movimientos populares. En relación a las masacres contra el pueblo que ocurrieron en esos países, el GT se limita a ‘constatarlos’, y hace eso porque apenas una palabra de denuncia lo obligaría también a denunciar las criminales ‘políticas de pacificación’ de los ex-movimientos guerrilleros. Estas masacres no son más que la consecuencia de esas ‘salidas negociadas’, que se reducen a la rendición de las fuerzas guerrilleras, a la integración de sus burocracias al Estado burgués y al desarme político de los explotados” (26).
Ausencia del trotskismo
La deserción de la izquierda latinoamericana y mexicana, lamentablemente, no fue compensada por la presencia política del trotskismo en México. Los grupos que se reivindican de esa orientación en el país compitieron en materia de capitulación y desorientación políticas.
La medalla de oro se la lleva el grupo del ex-posadista y ex-mandelista Adolfo Gilly, ahora integrado al PRD, quien en nombre de la ‘democracia’, se situó en la derecha de ese partido burgués: “Gilly censuró a su partido por haberse solidarizado con la causa del EZLN, afirmando que el PRD debería solidarizarse con las ‘demandas’ del EZLN. Es decir, no habría que confundirlas ‘demandas’ por las cuales lucha el PRD con las del EZLN. En el fondo de la cuestión está la opción por la democracia por parte del PRD. En esta opción (según Gilly), ‘la democracia no es una vía hacia un fin, paralela con otras vías, sino que es uno de los fines. Y algunos no creemos que el fin justifica los medios, sino que los medios revelan y determinan los fines. Esta es nuestra causa. Otras causas, son otras causas”' (27). Sin la menor duda. Pero, ¿a qué ‘fin’ sirve el ‘medio’ de bombardear la población civil?
La sección del Secretariado Unificado de la IVa Internacional, el PRT (Partido Revolucionario de los Trabajadores) fue un furgón de cola del planteo desmovilizador e hipócrita del Foro, o sea, en última instancia, del imperialismo, del régimen priista y de la Iglesia: “El PRT desea como otros sectores de la sociedad que se encuentre una solución negociada para el enfrentamiento armado en el Estado de Chiapas, una solución que se pueda realizar a través de la mediación de una autoridad moral como la de los obispos de la región. Para eso hace falta una tregua” (28). Para esta ala trotskista del Vaticano, no hubo levantamiento popular, sino un “enfrentamiento armado” (¿entre quién y quién?). El PRT reclamó también “formas civilizadas de expresión” (condena implícita del levantamiento) y evitó cualquier apoyo explícito a los campesinos combatientes y al propio EZLN, o sea, pretendió ser neutral en un enfrentamiento entre explotadores y explotados, lo que lo pinta de cuerpo entero como fuerza política.
UNIOS, sección de la recién creada UIT (Unidad Internacional de los Trabajadores), del morenista Mst de Luis Zamora; se distinguió por impulsar el voto y la coalición con Cárdenas y el PRD en la “Asamblea Democrática” de Chiapas, contra la resistencia de sectores de la propia base zapatista, y por apoyar la expulsión de esa Asamblea de cualquier corriente que abogase por una orientación de independencia de clase. ¿Es necesario decir más?
La sección oficial de la LIT (Liga Internacional de los Trabajadores, también morenista), el POS-Zapatista, se dedicó a contraponerlas declaraciones del EZLN, en los que éste propone una “revolución socialista”, con aquéllas en las que se limita a la “democracia”. Ejercicio inútil, pues el propio POS-Z caracteriza que “se abrió en México la posibilidad concreta de que ocurra una revolución democrática”, lo que sería más que una posibilidad, dado que “el proceso de revolución democrática que vive México es parte de las revoluciones que derribaron regímenes de partido único en otras partes del mundo” (29), o sea que además del exabrupto de criticar al EZLN por no defender consecuentemente una orientación que él mismo no defiende, el POS-Z defiende la caracterización imperialista de los procesos del Este europeo (revoluciones democráticas contra el totalitarismo).
Está planteada la estructuración de un núcleo revolucionario en México, con base en el programa trotskista de la IVa Internacional, a partir del balance de la bancarrota política de todos estos grupos.
El fin del régimen del PRI
La bancarrota económica y políti ca de México remata un proceso situado en el cuadro de la crisis económica y política mundial iniciada en la década del 70, cuando esa crisis fue responsable por el fin del ‘milagro mexicano’, inaugurando un déficit crónico y creciente de la balanza de pagos y aumentando su deuda externa de poco más de 4 mil millones de dólares en 1971 a 12 mil millones en 1975 (30) (actualmente ya superó largamente la friolera de 150 mil millones, superior a la brasileña, pese a que el Brasil duplica a México en número de habitantes). La política ‘nacionalista’ priista puso al país a merced del imperialismo yanqui, tanto a través de la deuda, como por el hecho de que los EE.UU. representan el 70% del comercio exterior mexicano (mientras México sólo representa el 4% del comercio exterior norteamericano) (31).
La rebelión de Chiapas se inscribe en un largo proceso de movilización campesina en México: “A partir de 1970 se hizo evidente que tras la movilización campesina alentaba no sólo una demanda de clase sino también una profunda crisis estructural” (32). No sólo la movilización popular, sino también la crisis de la clase dominante escapaba ya al control del régimen originado en la revolución agrarionacional de 1910-1917, lo que fue consagrando el inicio de una desintegración del Estado, por ejemplo, en el propio Estado de Chiapas, donde ya en la década del 70, “el temor se extendió entre las autoridades y los inspectores; para proteger sus vidas, empezaron a abandonar sus recorridos por la zona indígena” (33).
A pesar del deterioro de sus condiciones de vida, el proletariado mexicano aún no ha dicho su palabra en la crisis, con sus organizaciones integradas al Estado por la burocracia 'charra’ de Fidel Velázquez y, luego del retroceso de las corrientes ‘anti-charristas’ de los años ’70, por ausencia de una dirección clasista y revolucionaria. Pero es sólo cuestión de tiempo la puesta en marcha de ese gigante que reúne actualmente a los empleados “en la maquila norteña y la economía subterránea, la gran industria y el trabajo a domicilio, la fábrica altamente automatizada y robotizada y la microindustria” (34), expresión del desarrollo combinado de la economía mexicana integrada al imperialismo mundial. La amenaza del superburócrata Velázquez de decretar una huelga general, evidencia las tendencias profundas que anidan en el proletariado mexicano, además de mostrar la extensión de la crisis gubernamental.
Perspectivas revolucionarias
Desde 1994, la crisis del régimen asume proporciones galopantes, con la persecución penal del ex-presi-dente Salinas y sus familiares (por robo, corrupción, tráfico de drogas y asesinato); el asesinato del candidato presidencial del PRI, Colosio, en marzo de ese año; del mandamás del PRI, Ruiz Massieu, en setiembre (todos los asesinatos oriundos de diversas camarillas del PRI), y la salida de crisis de la victoria de Zedillo, caracterizado como el “gobierno más débil de la historia de México contemporáneo”. La propia oposición, cómplice, sufre la crisis: luego de Chiapas, 3.000 militantes del PRD de Puebla lo abandonaron por el EZLN.
Bajo el marbete ‘zapatista’, la dirección actual de la rebelión popular se pone bajo el signo de un proceso histórico agotado, para eludir el programa de la independencia de clase y la alianza obrero-campesina. Esto conduce la lucha a una impasse, capitalizado por un régimen quebrado para lanzar una nueva ofensiva militar en febrero de 1995, que también entró en un callejón sin salida.
El EZLN aceptó, sin embargo, nuevamente, en setiembre, la participación en una discusión sobre reformas políticas con el gobierno, en San Andrés de Larrainzar. Este fue, en definitiva, el contenido político de la “Gran Consulta Nacional” organizada por el EZLN en agosto de este año, en la que las cinco preguntas planteadas apuntaban a la obtención de una ‘cauciónpopular’-para, su integración al “proceso político” (o sea, al propio régimen reformado al estilo de lo que ya hicieron el M-19 en Colombia, el FMLN en El Salvador, el propio sandinismo, el MIR y otros grupos en Venezuela, etc.). La superación de las limitaciones del EZLN sólo podrán surgir de la estructuración de una corriente revolucionaria en el movimiento obrero mexicano.
La rebelión popular mexicana retoma el hilo de la revolución latinoamericana por la liberación nacional y social, y se combina ahora directamente, a través de ella, con la insurgencia de la clase obrera y de todos los explotados norteamericanos contra la regresión social, el desempleo y todas las formas de opresión, abriendo perspectivas revolucionarias inéditas para nuestro continente y para la retomada del internacionalismo proletario.
NOTAS:
1. O Estado de Sao Paulo, 20 de agosto de 1995.
2. Octavio Paz. “La recaída de los intelectuales”, El País, Madrid, 8 de febrero de 1994.
3. Octavio Paz. “Chiapas: hacia las negociaciones”. La Nación, Buenos Aires, 17 de febrero de 1994.
4. Meche Sierra Rojas. “El levantamiento campesino en Chiapas”, Un Mundo que Ganar N° 20, Londres, 1995, p. 32.
5. Folha de Sao Paido, 19 de setiembre de 1995.
6. La Palabra de los Armados de Verdad y Fuego, México, Fuenteovejuna, 1995, p. 221.
7. S. Tigüera Sobrinho. “El Zapatismo y la Democracia Popular en Nuestra América”, en Noam Chomsky et al. Chiapas Insurgente, Txalaporta, Tafalla, 1995. p. 37.
8. La Palabra…, p. 9
9. Idem, p. 47.
10. Luis Oviedo. “La rebelión recién comienza”, Prensa Obrera n° 411, Buenos Aires, Io de febrero de 1994.
11. Carlos Tello Díaz. La Rebelión de las Cañadas, México, Cal y Arena, 1995.
12. “De cómo el EZLN se organizó…”, Proceso n° 976, México, 17 de julio de 1995.
13. VictorienLavou. “Pourquoi larévolte au Chiapas ?”, Le Monde Diplomatique, París, febrero de 1994.
14. Francis Pisani. “El alzamiento zapatista engancha al país”, Cuatro Semanas, Madrid, febrero de 1994.
15. D. A. Gault y E. C. Mendoza. “Reforma do Estado no México: novas relacoes Estado-Sociedade”, RAP 28 (3), Río de Janeiro, julio de 1994.
16. Héctor D. Polanco. “La rebelión de los indios zapatistas y la autonomía”, en N. Chomsky et al., Op. Cit., p. 95.
17. D. V. Solis y M. C. García Aguilar. “Los Altos de Chiapas en el contexto del neoliberalismo”, en Silvia S. Hernández, A Propósito de la Insurgencia en Chiapas, México, Ardich, 1994, p. 83.
18. Luis Oviedo.“¡ Viva México! ”, Prensa Ofcreran°410,Buenos Aires, 6 de enero de 1994.
19. Síntesis, México, marzo de 1994.
20. Luis Oviedo. “Entre la salida política y la masacre anunciada”. Prensa Obrera n° 412, Buenos Aires, 24 de febrero de 1994.
21. Folha de Sao Paulo, 8 de enero de 1995.
22. Julio Magri. “Echan NAFTA a la caldera norteamericana”, Prensa Obrera n° 409, 22 de diciembre de 1993.
23. Robert Fischer. “NAFTA: urna perspectiva norte-americana”, Enfoque Económico n° 2, USIS, 1993.
24. Luis Oviedo. “La crisis recién comienza”, Prensa Obrera n° 437, Buenos Aires, 26 de enero de 1995.
25. Informativo Divida Externa n° 49, Sao Paulo, marzo de 1995.
26. Partido Obrero. El Foro de SanPablo y la Rebelión de Chiapas, febrero de 1994.
27. S. Tigüera Sobrinho, Op. Cit., p. 63.
28. Inprecorn0 376, París, enero de 1994.
29. Gustavo Sánchez. “O fracasso do modelo mexicano”, Correio Internacional n° 66, San Pablo, mayo de 1995.
30. Lorenzo Meyer. “El último decenio”, in Daniel Cosio Villegas et al. Historia Mínima de México, México, El Colegio de México, 1974, p. 171.
31. Werner Altmann. A Trajetória Contemporánea do México, San Pablo, Pensieri, 1992, p. 85.
32. Arturo Warman. “La lucha social en el campo de México”, en Pablo González Casanova, Historia Política de los Campesinos Latinoamericanos, México, Siglo XXI, 1984. v. I, p. 36.
33. Manuel Mejido. México Amargo. México, Siglo XXI, 1979, p. 367.
34. José M. C. Rodríguez. “México”, en Mario T. Bolio, Organización y Luchas del Movimiento Obrero Latinoamericano (1978-1987), México, Siglo XXI, 1988. p. 274.