El gran mérito de Zumbi fue que con su rechazo del acuerdo hecho por Ganga Zumba, denunció de manera irrefutable la ilusión en un acuerdo entre los esclavizados y los esclavizadores para establecer un modus vivendi en los marcos del régimen esclavista.
La destrucción de Palmares
Después del fracaso de acuerdo entre el gobierno colonial y los quilombos, fueron intentadas nuevas expediciones, inclusive bajo el comando del mismo Femando Carrilho, que había obtenido la primera victoria sobre el Macaco, pero fracasaron. Finalmente, habiendo superado los problemas externos, la corona portuguesa pudo prepararse con calma y superar relativamente sus contradicciones internas de manera de organizar una ofensiva más efectiva sobre el reducto de rebeldía negra.
La derrota del legendario quilombo pasaría a la historia como obra de un paulista, lo que en aquellos tiempos era sinónimo de la población más salvaje del país, siendo la capitanía de San Vicente, donde .se localizaba la ciudad de Sao Paulo de Piratininga, la más atrasada de todo el país. Allí se crearon las famosas “bandeiras”, tropas mercenarias de blancos, mestizos e indios, cuya misión era hacer la guerra por encargo —principalmente a los indios—, así como expediciones arriesgadas por la selva en busca de oro y piedras preciosas. Los nombres de los principales ‘bandeirantes’ (jefes de las *bandeiras0, presentados idílicamente en la historia oficial como pioneros y amansadores, como Fernáo Dias Paes Leme, Raposo Tavares, Borba Gato, o “Anhanguera”, que adornan las carreteras de Sao Paulo, están relacionados con las peores masacres y con conflictos con la Iglesia por la esclavización de los indios, habiendo sido los responsables por la destrucción de la famosa “república comunis-ta-cristiana” de los indios guaraníes en la frontera de Brasil.
Fue uno de los más brutales de estos jefes mercenarios, el bandeirante Domingos Jorge Velho, el hombre llamado para comandar la destrucción de Zumbi. Mameluco, o sea, mestizo de indio con blanco, el paulista fue caracterizado por los propios señores de ingenios pernambucanos, brutales dueños de esclavos, en las palabras del obispo de Pernambuco: “este hombre es uno de los mayores salvajes con que me he topado; cuando se vio conmigo trajo con él un ‘linguá (traductor, N.R.), porque ni hablar sabe, no se diferencia del más bárbaro ‘tapuia' más que en decir que es cristiano, y no obstante haberse casado hace poco, le asisten siete indias concubinas, y de aquí se puede entender cómo procede en lo demás; tal ha sido su vida desde que tiene uso de razón —si es que la tiene— hasta el presente, anduvo metido por los montes a la caza de indios e indias, éstas para el ejercicio de sus torpezas, y aquéllos para provecho de sus intereses” (1).
Después de muchas idas y venidas, relativas a negociados sobre el pago de las tropas, la recompensa a los bandeirantes, la ayuda en hombres y municiones, y vencidas las resistencias de los dueños de ingenios, estaba pronta la expedición final contra los Palmares. En la primera tentativa, los paulistas se lanzaron contra un ‘mocambo’ próximo de la capital del quilombo y fueron rechazados por los guerreros de Zumbi, sufriendo pesadas pérdidas de hombres y equipamiento. Las tropas de Alagoas y de Porto Calvo fueron presas de pánico y huyeron. Jorge Velho, que había llegado con más de mil hombres, entre blancos e indios, regresó a Porto Calvo con 600 indios y 45 blancos.
El bandeirante pidió refuerzos al gobernador, y “En noviembre de 1693 comenzaron a llegar a Porto Calvo caravanas de mantenimientos y material bélico de Bahía. En diciembre llegan los grandes efectivos: 3.000 hombres reclutados en Olinda y Recife, comandados por el capitán Barto-lomeu Simdes da Fonseca; 2.000 de Alagoas y Porto Calvo, bajo las órdenes del sargento mayor Sebastiáo Dias Mineli, más un cuerpo de elite, bajo el comando del capitán mayor Barros Pimentel. De Penedo y Sao Miguel llegaron 1.500 hombres. Los hermanos Bernardo y Antonio Vieira de Mello se presentaron al frente de 300 hombres y una manada de bueyes. De Bahía, Paraíba y Rio Grande do Norte vinieron más de 800hombres. Eran en total más de nueve mil hombres blancos convertidos en hidalgos, mestizos bronceados, mulatos, indios pernambucanos, paulistas, bahianos, piauinses, reunidos en el mayor contingente militar hasta entonces organizado en la colonia”.
“La guerra de los Palmares se transformará en una cruzada contra los negros” (2).
En enero de 1694, esta fuerza armada llegó al ‘mocambo de Macaco y estableció su cuartel general en frente de la enorme empalizada montada por Zumbi, conocida como la Cerca Real de Macaco. Allí constituirían campamento y construirían un pequeño fuerte denominado Nossa Sen-hora das Brotas. Del otro lado de la cerca estaban preparados para luchar cerca de 11 mil guerreros negros del ‘quilombo’.
El cerco a la capital, sin embargo, no estaba dando resultado. Los palmarinos rechazaron más de un ataque con grandes pérdidas a los sitiantes, que no conseguían aproximarse a la Cerca Real: “Fue entonces que el capitán mayor Bernardo Vieira de Mello, que comandaba la tropa pernambucana, apostada del otro lado de las fuerzas de Domingos Jorge Velho, por iniciativa propia cnnaf.ni-yó, con sus esclavos y soldados, una cerca de 594 metros de varas a plomo, acompañando la de los negros. Los otros comandantes —por orden del Maestro de Campo— fueron haciendo lo mismo en las tierras que defendían, envolviendo, por fin, en una contra cerca de enormes dimensiones, al reducto palmarino (…). Aun así la lucha parecía indecisa. Paulistas, alagoanos y peraambucanos no podían aproximarse a la ‘cerca’ de Zumbi sin peligro de vida”. El Maestro de Campo concibió, entonces, la construcción de una nueva cerca, “oblicuamente, desde su cuartel a una punta de la del enemigo, la cual no era defendida por ningún puesto, confiados en que terminaba en un precipicio inaccesible”. El viernes 5 de febrero de 1694, el Zumbi pasó revista a las defensas de la plaza, y al llegar a ese ángulo notó que faltaban solamente 4,40 metros para que la cerca oblicua se encontrase con la suya. (Los hombres de Domingos Jorge Velho sólo podían trabajar durante la noche y la mañana los sorprendería sin terminar el trabajo). El jefe negro reprendió severamente a la guardia local y dio una reprimenda al comandante del puesto, diciéndole, de acuerdo con la narrativa del Maestro de Campo: “¿Y tú dejaste hacer esa cerca a los blancos? ¡Mañana seremos invadidos y muertos, y nuestras mujeres e hijos cautivos!”.
La alternativa que les quedó a los guerreros de Zumbi fue intentar escapar por la brecha que había junto al precipicio. En la noche siguiente, centenares de personas procuraron escapar en silencio por allí, y descubiertos por los centinelas, sufrieron pesadas bajas, con muchos despeñados por el abismo y centenares de heridos, a tal punto que al día siguiente, los centinelas pudieron seguir a los fugitivos por un amplio rastro de sangre, habiendo sido el propio Zumbi uno de los heridos.
Bernardo Vieira de Mello persiguió a los fugitivos e inició una masacre aterradora. Según los relatos, degolló a más de 200 guerreros, solamente dejando con vida a dos mujeres y dos niños. Por la mañana entraron en la ciudadela de Macaco. “Los expedicionarios degollaban y mataban sin misericordia. Se menciona al alférez Joáo Montez como uno de los que más se distinguían en la carnicería. Los soldados, dice Jorge Velho, ‘degollaron a los que pudieron".
Exaltados por la sed de sangre no pensaban en hacer prisioneros. Cuenta Frei Lore-to de Couto que “avanzaban cortando y matando todo lo que encontraban”, y los cadáveres se amontonaban, “tendidos tantos que les faltó a muchos terreno para caerse”. (…) Arrasada e incendiada, la ciudadela negra ardió la noche entera en una enorme hoguera, cuyos rubios brillos pudieron —así dice la tradición— ser divisados desde Porto Calvo. Apenas quinientos diez negros aparecieron vivos como prisioneros” (3).
La furia de las huestes represivas fue tan intensa, que se despreció la captura de los hombres para reesclavizarlos, a pesar de su alto valor comercial.
Después de la derrota de Macaco, los mercenarios de Domingos Jorge Velho capturaron uno por uno los demás pueblos de los Palmares, matando, incendiando y degollando con la misma intensidad en todos los lugares, de tal forma que solamente sobrevivieran mujeres y niños. En muchos casos, las mujeres se suicidaban y mataban a sus hijos para escapar a la esclavitud.
La resistencia, sin embargo, todavía no había terminado. Zumbi escapó a la carnicería y había reorganizado una pequeña cantidad de guerreros en tomo suyo, ingresando ahora en una guerra de guerrillas contra los blancos. Los sobrevivientes comenzaron a atacar en varios lugares a través de pequeños grupos armados. Esta situación perduró hasta fin de año, cuando, finalmente, uno de los grupos, dirigido por Antonio Soares, fue capturado por André Furtado de Mendonya, que torturó al prisionero y, finalmente, consiguió obtenerla localización del escondrijo de Zumbi.
“El escondrijo se situaba en un punto recóndito del monte, probablemente en la sierra Dois Irmáos, lugar de desfiladeros, peñascos abruptos y gargantas profundas, por una de las cuales se precipita el río Paraiba. Zumbi mantenía siempre junto a sí una guardia de 20 hombres, pero cuando Soares Uegó, seguido a distancia por los paulistas, la guardia se hallaba reducida a 6 hombres.
“El drama fue rápido. Cercado el lugar por Furtado de Mendoza, se acercó Soares hacia el jefe, que lo recibió confiadamente. Entonces, bruscamente, Soares le enterró un puñal en el estómago y dio la señal a los paulistas. Ayudado luego por los compañeros y a pesar de estar mortalmente herido, Zumbi todavía luchó con bravura”. En carta del 14 de marzo de 1696 para el rey, Meló y Castro contó que Zumbi “peleó valerosa y desesperadamente, matando a uno, hiriendo a algunos y, no queriendo rendirse los demás compañeros, fue preciso matarlos y ni uno solo se atrapó vivo” (4).
Una lucha sin perspectivas
Si la historiografía burguesa oficial, como Nina Rodrigues, procuró quitar legitimidad histórica a la lucha del Quilombo, impugnándolo por ser una perspectiva de acentuación del atraso nacional, la historiografía de la izquierda nacionalista y foquista no fue capaz de atribuirle a la lucha de Zumbi una perspectiva histórica real, o sea, señaló sistemáticamente que se trataba de una tentativa históricamente inviable. Según Décio Freitas, uno de los principales historiadores del Quilombo y de la lucha de los negros brasileños en general, la derrota de los Palmares “estaba sellada por limitaciones históricas objetivamente intraspasables” (5).
Para el autor, la sociedad colonial brasileña, creada en los marcos del mercado mundial capitalista y dependiente de él, es asimilada a la sociedad esclavista antigua, o sea pre-capitalista, olvidándose que el Quilombo es contemporáneo de la revolución burguesa en Inglaterra y que, histórica y socialmente, está más próximo, principalmente en sus perspectivas, de las rebeliones campesinas (como por ejemplo, en Alemania en el siglo anterior) que de las rebeliones de esclavos de la Roma antigua.
Además, lo mismo que en la Roma antigua, no es correcto decir que las rebeliones esclavas estaban inevitablemente condenadas al fracaso. La rebelión de Espartaco estuvo muy próxima de derrotar a los ejércitos romanos y de invadir y ocupar la propia Roma, lo que no ocurrió en función de las dificultades de la dirección de los rebelados que, naturalmente, se atemorizaron ante tan extraodinaria perspectiva. Le demostración de que podrían haber liquidado al régimen esclavista estaba en que, después de las guerras serviles, el régimen esclavista entró en decadencia en todos lados, alcanzando inclusive una expresión jurídica en la forma de numerosas leyes que ponían límites a la esclavitud, hechas por el propio patriciado romano.
Según el autor, “la trágica contradicción que pesaba sobre las rebeliones esclavas consistía en que, por un lado, no podían triunfar a menos que ganasen la adhesión de alguna categoría social importante y, por otro lado, esta posibilidad estaba objetivamente excluida en los marcos de la sociedad esclavista. De este modo, luchando patéticamente solos, contra todo y contra todos, no tenían perspectiva. Sus tentativas se limitaban a una serie de insurrecciones, de represiones, de nuevas insurrecciones’’ (6).
La experiencia histórica de la propia esclavitud latinoamericana desmiente este análisis, como fue comprobado algo más de 100 años después en el caso de Haití, donde los esclavos, aprovechándose de la crisis de la metrópoli, acabaron con la esclavitud y con toda la clase dominante colonial blanca de la isla. El caso del Quilombo de Palmares no es diferente. La comparación con Haití está lejos de ser coincidencia, sino que expresa el temor que se apoderó de la clase dominante desde el propio crecimiento de la resistencia esclava en la Serra Barriga en el inicio del siglo XVII. Es notorio el empeño puesto por la administración colonial en sofocar a la comunidad rebelde y el pensamiento de que ésta se erguía como una amenaza al propio orden esclavista.
Por otro lado, en varios momentos, la clase dominante nativa, particularmente a partir del final del siglo XVII e inicios del siglo XIX, formuló la proposición de extinción del cautiverio. Otra cosa es que la burguesía, que propugnaba la emancipación nacional, la emancipación de los esclavos, o sea, las tareas de la revolución democrática, se mostrase capaz de llevarlas adelante. Desde un punto de vista teórico, o potencialmente real, la perspectiva de la liberación del esclavo era la revolución burguesa contra el régimen colonial en su conjunto. En este sentido, la propia abolición, resultado de una movilización revolucionaria manipulada y frustrada, no realizó la verdadera emancipación del negro, justamente porque fue la expresión de la incapacidad de la burguesía brasileña de realizar plenamente las tareas de la democracia.
El fin de la esclavitud
El régimen de trabajo esclavo en Brasil fue el último en ser eliminado en todo el mundo, llegando hasta 1888, cuando todo su potencial como régimen de producción se había agotado. Las derrotas de los incontables movimientos de lucha de los esclavos en la colonia y de los innumerables movimientos revolucionarios ante el poder centralizado del “imperio”, está en la raíz de este desenvolvimiento histórico. Para liquidarlo, asimismo, fue necesaria una de las mayores movilizaciones de masas a que el país asistió en toda su historia.
Refiriéndose a la destrucción del “Quilombo” fantoche de Gucaú, la revista Veja, en material reciente (22/ 1), caracteriza que “estaba destruida la experiencia de negociaciones que podría haber abierto precedentes importantísimos en las futuras relaciones entre señores y esclavos. Si Cu-caú, donde la libertad y el derecho a la propiedad de los negros eran reconocidos, no hubiese fracasado por la división interna y por las hostilidades de los blancos, la historia de la esclavitud en Brasil podría haber sido diferente —y Ganga Zumba hoy tal vez fuese reconocido como un Nelson Mandela avant la lettre, un negociador refinado que encontró una solución de convivencia. No sucedió así y quien quedó para encabezar la resistencia sin concesiones fue Zumbi. Atrincherado en Palmares, con un régimen extremadamente militarizado, fue al todo o nada”. Claro que esta delirante ‘interpretación’ de la historia de la esclavitud es nada más que una transposición nada sutil de las ilusiones políticas del presente al siglo XVII, pero establece las perspectivas políticas que se plantean inclusive hoy.
Dejando de lado la idea fantástica de la convivencia pacífica entre los esclavos y sus dueños, garantizados los derechos políticos y sociales de los primeros, la historia del país comprobó que la propia idea de una solución negociada para el problema del negro no tiene ningún fundamento.
Muchos estudiosos izquierdistas, inclusive participantes de los diferentes movimientos por los derechos de los negros, han diseminado la tesis de que la abolición fue una dádiva de las clases dominantes (de los señores de esclavos) y de que el negro no habría participado del movimiento abolicionista, de ahí el carácter limitado de la emancipación del trabajo servil. En realidad, tanto una tesis como la otra son extraordinariamente falsas. Primero, porque el fin de la esclavitud fue el resultado de una de las mayores movilizaciones de masas realizadas en el país. La llamada Ley Aurea — presentada como una magnanimidad de la princesa Isabel, regenta del país— fue aprobada por el parlamento como única alternativa a las tendencias revolucionarias que ya comenzaban a producir una profunda crisis institucional, inclusive con amotinamiento del Ejército, que se rehusaba abiertamente a cumplirlas órdenes gubernamentales referentes a la represión de los esclavos fugitivos de las haciendas de Rio y de Sáo Paulo. La no intervención de los esclavos es otro mito. En los momentos finales de la campaña abolicionista, que había obtenido hasta entonces precarios resultados, la tendencia al levantamiento de los esclavos era patente. En Campos, en el interior de Rio de Janeiro, los esclavos se levantaban en una serie de revueltas, quemaban las haciendas, obligando a los hacendados, ante la parálisis del Ejército, a organizar verdaderas milirías para-militares para enfrentar la rebelión. En Sao Paulo, las crecientes fuga de esclavos, auxiliadas por una amplia organización en las ciudades (los “caifazes” de Antonio Bento), ya se estaban transformando en un levantamiento, con la fuga en masa conocida como la “gran marcha”, la cual, también, había paralizado al Ejército. El régimen político fue obligado a conceder la emancipación (sin el resarcimiento reivindicado por los hacendados, muchos de los cuales fueron simplemente a la quiebra), para evitar una crisis revolucionaria de consecuencias imprevisibles, principalmente si se podía apoyar en un levantamiento generalizado de los esclavos concentrados en aquel momento en la región Sudeste del país. Se presentaba, una vez más, la fórmula tradicional del “prusianismo” brasileño, de la solución tardía y castrada por arriba para prevenir la eclosión inminente de rebelión generalizada de los de abajo. Este hecho es confundido con una ausencia de movilización revolucionaria. Evidentemente que estas soluciones solamente fueron posibles ante el carácter capitulador de la dirección burguesa del movimiento abolicionista (Nabuco, Patrocinio, etc.), cuyo programa se colocaba en abierta oposición a la movilización de los esclavos, y de la debilidad de los sectores pequeñoburgueses revolucionarios (y todavía más, de la clase obrera, extremadamente incipiente en aquel momento) —organizativa, pero principalmente programática, toda vez que no planteaba ni la cuestión de la república, ni la cuestión agraria, de manera consecuentemente democrática— de este movimiento Gos hermanos Lacerda en Rio, Silva Jardim, Luis Gama y, después, Antonio Bento, en Sao Paulo).
La experiencia de la historia señala claramente que nada, absolutamente nada, vinculado a las reivindicaciones de los explotados —y particularmente, de la enorme población negra del país, entre ellos— fue conseguido sin una lucha encarnizada, prolongada y cruel. Y esto sirve para la situación presente del negro en el país.
La lucha del negro hoy: Conclusiones
La población negra (entendidos allí los negros y mestizos) en Brasil, comprende más del 60% de la población total y, así como en los EE. UU., está en expansión. De este total, los que consiguieron ascender a las llamadas clases medias son una minoría absolutamente insignificante. El número de matrículas de negros en las universidades públicas, por ejemplo, es… ¡menor al 5%! Los niños de la calle, que se cuentan por centenas de millares en todo el país, son mayoritariamente negros, así como la población de las decenas de millares de favelas de las grandes ciudades. Los salarios de los negros son menores que los de los blancos, y están excluidos inclusive de los mejores puestos de la industria. En los últimos 20 años de crisis capitalista, esta situación se acentuó brutalmente. Pasada la euforia del “milagro económico” de la década del 70, en Brasil así como en los EE.UU., las ilusiones de que la situación social del negro podría mejorar a través de la integración al régimen burgués comienzan a deshacerse como humareda al viento.
Uno de los aspectos centrales de la actual crisis capitalista —que es una crisis histórica, o sea, que cuestiona todo el régimen económico y social a partir de sus fundamentos— es la eclosión del conjunto de problemas de formación nacional no resueltos por la historia del país, o sea por su clase dominante: la cuestión de la independencia nacional, el problema de la unidad nacional, la cuestión agraria y, también, la cuestión del negro, como población oprimida dentro del país. Ya en 1822, todos estos problemas estuvieron agudamente presentes como preocupación —y como elementos de crisis— en las propuestas políticas de los hombres (José Bonifádo) que articularan la independencia políticas vigeneris del país. En todas las grandes crisis políticas nacionales anteriores (1888-1889, 1893, 1930, 1937, 1964, etc.), estas contradicciones se manifiestan con mayor o menor intensidad, pero nunca como en la crisis actual, a pesar de su lento desenvolvimiento.
Por primera vez desde la abolición de la esclavitud, la cuestión del negro se ve colocada en el centro de las contradicciones políticas nacionales, y la principal manifestación de ello es el crecimiento de la conciencia política del negro y de sus luchas a partir de 1977.
NOTAS:
1. Edison Carneiro, O Quilombo dos Palmares.
2. Domingos Jorge Velho y la penetración paulista en el Nordeste, Renato Castelo Branco.
3. Décio Freitas, Palmares, la euerra de los esclavos, originalmente Palmares, la guerrilla de los esclavos.
4. Décio Freitas, Op. Cit.
5. Décio Freitas, Op. Cit.
6. Décio Freitas, Op. Cit.