Para la reconstrucción de la Cuarta Internacional


En 1934, Trotsky planteaba en términos claros las conclusiones que se derivaban de la bancarrota de la IIIa Internacional, pasada, a través del stalinismo, al campo del orden burgués mundial, hecho demostrado por su capitulación sin combate frente al ascenso del nazismo: “El proletariado tiene necesidad de una Internacional, en todos los tiempos y bajo todas las circunstancias. Si no existe ahora una Internacional, es necesario decirlo abiertamente y ponerse de inmediato a prepararla"^). La proclamación formal de la IVa Internacional se produjo en los peores “tiempos y circunstancias”: los de las peores derrotas del proletariado mundial en toda su historia, aplastado por el nazi-fascismo en Occidente, atomizado por el stalinismo en el país de la primera revolución victoriosa; frente al horizonte cierto de una nueva carnicería mundial, tornada inevitable luego de las derrotas del proletariado español y francés, ya en curso con la invasión de China por el Japón (y con la inminencia del pacto Hitler-Stalin, pronosticado por Trotsky como la consecuencia inevitable de los Acuerdos de Munich, de 1938, entre el nazi-fascismo y las "democracias" occidentales).


 


La crisis primero, y la bancarrota después, de la Internacional Comunista, expresión más elevada de la fusión del marxismo revolucionario y la vanguardia obrera mundial conocida hasta el día de hoy, fue un producto del retroceso de la revolución provocado por la traición de la socialdemocracia, por la burocratización del primer Estado Obrero que trajo aparejado este retroceso, y por la derrota de la corriente revolucionaria encabezada por Trotsky. La bancarrota de la IIIa Internacional se inicia con la traición a la revolución china de 1927-28, toma forma con la claudicación criminal del PC alemán en 1932-34 y se consolida con la alianza entre la burocracia soviética y la aristocracia obrera europea, y de éstas con la 'sombra'de la burguesía, mediante los Frentes Populares y la cristalización de! reformismo y “etapismo” de los PCs, operada en la década de 1930. Esta política es la responsable por la derrota del proletariado francés en 1936 y de la revolución española en 1931-39.


 


De estas circunstancias desfavorables, Trotsky intentó sacar la fuerza de la nueva Internacional, forjándola no sólo sobre la base de la continuidad revolucionaria de las tres Internacionales precedentes, sino también de la asimilación a fondo de las lecciones dejadas por las derrotas. Esto no significa que se tratase de una Internacional de doctrinarios: en los 6 años que van del ascenso nazi a la proclamación de la IVa, las fuerzas agrupadas por Trotsky se empeñan por poner en pie partidos revolucionarios, en especial en España, Francia y los EE.UU., teatros de los embates de clase más importantes de la década (la guerra civil española, el Frente Popular francés y el movimiento de sindicalización industrial, CIO, norteamericano). Trotsky se esfuerza por convencer a sus partidarios de que esto sólo es posible en el cuadro de una Internacional: “A partir del momento en que nos dirigimos a construir partidos independientes, desde 1933, ya somos la IVa Internacional, aunque no seamos una dirección revolucionaria reconocida. Lo somos porque es el movimiento con el que estamos comprometidos y sobre el que comenzamos a organizamos".


 


De ahí que, junto a aquellos esfuerzos, Trotsky intentase poner en pie un cuadro internacional junto con organizaciones centristas “de izquierda”, como el SAP, la OSP y el RSP de Holanda y Alemania, el PSOP francés (a cuyo dirigente, Marceau Pivert, Trotsky afirma que "los bolchevique-leninistas son una fracción de la Internacional que se construye”, una de cuyas tareas será “regenerara un nivel histórico más elevado la democracia revolucionaria de la vanguardia proletaria”); a través del “entrismo” en diversos PSs, para acelerar la diferenciación revolucionaria de sus alas de izquierda, etc. Estos esfuerzos por construir la IVa, sin embargo, fracasarán. Las limitaciones políticas de esas organizaciones se revelan insalvables en el momento de pasara una nueva Internacional ydeasimilarrigurosamente el programa revolucionario. Los propios núcleos trotskistas se revelan inmaduros, por su juventud y su aislamiento de las masas. Cuando se funda la IVa, en 1938, las circunstancias políticas internacionales son peores que en las tentativas precedentes: no se ha conquistado ningún aliado y el retroceso del proletariado mundial se ha acentuado con las derrotas en los países latinos. Un mes depués de la proclamación de la IVa, fracasa en Francia la huelga general, evidenciando la derrota obrera. El Frente Popular encabeza la reacción política, expulsa al PC y en 1940 entrega el poder al fascista Pétain, marioneta de Hitler.


 


Nunca en la historia una dirección obrera internacional fue creada en circunstancias más desfavorables, aunque los casos del pasado sean semejantes: la Ia Internacional, fundada bajo las dictaduras de Luis Napoleón en Francia y de Bismarck en Alemania; la IIa Internacional, en la estela de las consecuencias de la derrota de la Comuna de París; o aun la IIIa Internacional, con apenas un puñado de revolucionarios, al comienzo de una guerra mundial y en medio de una ola general de chauvinismo. Trotsky nunca disimuló esas circunstancias.


 


Un Partido de Acción


 


La fundación de la IVa en esa fase de reacción y de crisis en sus propias filas se debe a que se trata de la preparación de la vanguardia revolucionaria para atravesar la guerra mundial, armada de un programa claro, que asimiló teóricamente el significado de las más colosales derrotas, de la preparación de la clase obrera para las revoluciones que serán engendradas por el nuevo conflicto mundial, y para el nuevo ciclo de guerras y revoluciones que resultará del fin del retroceso del proletariado mundial y de la descomposición de los Estados capitalistas. No hubo un momento mágico de fundación de la IVa, porque ésta ya estaba siendo fundada desde hacía años, y porque su fundación no declaró concluida la tarea. En la conferencia de fundación hubo delegados (dos de los 21) que propusieron su postergación, olvidando que la oportunidad ya tenía 5 años de demora. Decían que la nueva Internacional nacía separada del movimiento obrero real, lo que planteaba el peligro de su degeneración, olvidando que los peligros siempre existen. La IVa Internacional tendrá el mérito histórico eterno de haber proclamado la vigencia de la revolución, en momentos en que los escépticos declaraban abierto un retroceso histórico definitivo.


 


El escepticismo se hacía sentir en las propias filas de la IVa aue como vimos, vaciló hasta en autoproclamarse. En Bolchevismo y Slalinismo, Trotsky analizó las causas de esos problemas- "Eoocas reaccionarias como la actual no sólo debilitan y desintegran a la clase obrera aislándola de la vanguardia, sino que también rebajan el nivel ideológico general del movimiento, rechazando hacia atrás el pensamiento político, hasta etapas operadas desde hacía mucho tiempo. Enestas condiciones la tarea de la vanguardia consiste ante todo en no dejarse sugestionar por el reflujo general: es necesario nadar contra la poniente Ante los mentecatos, tal política aparece como Zrtaria: En realidad, no hace más que preparar un salto gigantesco hacia adelante impulsada por la ola ascendente del nuevo período histórico (2).


 


Los esfuerzos por construir partidos con una real intervención en la lucha de clases obedecían a ese criterio. No debemos olvidar a aquella que la IVa proclamó, en 1938, como su "sección más fuerte": la soviética. La investigación histórica ha probado “1) que los trotskistas fueron, entre iq?8 1940 los únicos adversarios consecuentes del stalinismo con apoyo popular, 2) fueron esos adversarios los n .P aterraron -aun después de su exterminación- a Stalin y los suyos, 3) contra ellos fue necesario emplear los métodos más radicales, la ‘solución final’ para poder liquidarlos”(3) Esta presencia de la IVa en la URSS no se limitó a los campos de concentración (donde, en 1938, los trotskistas organizan una lucha de masas contra la represión burocrática antes de ser exterminados) sino también a las fábricas, a los kolkhozes y al propio ejército. Para Trotsky, los bochevique-leninistas “no consiguieron salvar a régimen soviético de la degeneración y las dificultades de la dictadura personal. Pero lo salvaron de su completa disolución, e impidieron el camino de la restauración. Las reformas progresistas de la burocracia fueron derivaciones de la lucha revolucionaria de la Oposición. Para nosotros esto es insuficiente. Pero ya es algo" (4).


 


No por casualidad, uno de los principales empeños de la GPU stalinista fue el asesinato del responsable por el trabajo soviético en la dirección de la IV Internacional, León Sedov (hijo de León Trotsky), consumado en 1938.


La IVa era, pues, un factor objetivo de la política mundial, que justificó la coincidencia entre Hitler y el embajador francés Coulondre, en 1939 (relatada por el diario Le Temps) de que el peor peligro de una II Guerra Mundial estribaba en la posibilidad de que de ella emergiese victorioso “Monsieur Trotsky". El asesinato de Trotsky por el stalinismo, en 1940, no fue el producto de una venganza personal, ni de un "ajuste de cuentas” entre facciones “comunistas", sino un hecho político de primera relevancia, en que la burocracia actuó por cuenta de la burguesía mundial, que ya le había dado su aprobación anticipada al declarar legales los “Procesos de Moscú", en los que Trotsky fuera el principal acusado y condenado a muerte.


 


Marxismo y Partido


 


La IVa no fue fundada (como algunos “trotskistas”, parecen creer) como una capilla doctrinal destinada a preservar la herencia ideológica revolucionaria en circunstancias que tornaban imposible su uso. Cuando Trotsky insistía en que la IVa nadaba contra la corriente, llegando a emplear, para los trotskistas, la expresión de "exiliados de su propia clase”, estaba subrayando dificultades y tareas políticas objetivas, no una imposibilidad histórico-metafísica de actuar. El esfuerzo de Trotsky y sus compañeros no debe ser reivindicado sólo por haber preservado la continuidad del programa revolucionario, sino por haber puesto en pie una organización revolucionaria actuante en la arena de la lucha de clases mundial y en los principales países. La conocida aserción de Trotsky, "el partido es su programa”, sólo es válida con su reverso, “el programa es el partido": sin partido revolucionario actuante, el programa revolucionario es una abstracción.


 


Ernest Mandel limitó decisivamente al trotskismo al definir que sus cuatro pilares son: "la teoría y la práctica de la revolución permanente, la vía revolucionaria al socialismo a través de la acción de la clase obrera en los países capitalistas avanzados, la revolución política por la democracia socialista en el bloque soviético y en China, y el internacionalismo proletario”(5). El pilar principal, sin embargo, es la vigencia del partido revolucionario, sin el cual todos los otros pilares se transforman en ideología y no en una guía para la acción.


 


El programa de la IVa parte de la contradicción entre las condiciones objetivas y subjetivas (la crisis de dirección del proletariado mundial) de la revolución. La madurez de las primeras se mide por el grado de internacionalización de las fuerzas productivas (a lo largo de todo el siglo, el comercio mundial ha crecido más rápido que la producción, y en la Alemania de hoy, por ejemplo, las transacciones externas de capital superan en cinco veces los negocios internacionales de mercaderías) y el refuerzo simultáneo de las fronteras nacionales, contradicción que torna obsoletos simultáneamente al Estado capitalista y a la utopía stalínista del “socialismo en un solo país”. La inmadurez de las segundas, por la demora y las derrotas de la revolución mundial frente al imperialismo capitalista y la burocracia.


 


En un texto de 1931, Trotsky resumió acabadamente la cuestión: “Si el edificio teórico de la economía política marxista se apoya enteramente en la concepción del valor como trabajo materializado, la política revolucionaria del marxismo se apoya en la concepción del partido como vanguardia del proletariado". Por otro lado, la cuestión del partido (o sea, de su programa) sólo puede ser planteada, hoy, en términos internacionales: “La hora de la desaparición de los programas nacionales ha sonado definitivamente el 4 de agosto de 1914. El partido revolucionario del proletariado no puede basarse más que en un programa internacional que corresponda al carácter de la época actual, la del máximo desarrollo y hundimiento del capitalismo. Un programa comunista internacional no es una suma de programas nacionales o una amalgama de sus características comunes. Debe tomar directamente como punto de partida el análisis de las condiciones y tendencias de la economía y del estado político del mundo, como un todo, con sus relaciones y contradicciones, es decir, con la dependencia mutua que opone a sus componentes entre sí. En la época actual, infinitamente más que durante la precedente, sólo debe y puede deducirse el sentido en que se dirige el proletariado desde el punto de vista nacional, de la dirección seguida en el dominio internacional, y no lo contrario. En esto consiste la diferencia fundamental que separa, en el punto de partida, al internacionalismo comunista de las diversas variantes del socialismo nacional… Uniendo en un sistema de dependencias y contradicciones países y continentes que han alcanzado grados diferentes de evolución, aproximando los diversos niveles de su desenvolvimiento y alejándolos inmediatamente después, oponiendo implacablemente a todos los países entre sí, la economía mundial se ha convertido en una realidad poderosa que domina la de los diversos países y continentes. Este solo hecho fundamental da un carácter profundamente realista a la idea del partido comunista mundial” (6).


 


De lo que se trata es de verificar la vigencia de las condiciones objetivas y subjetivas de la revolución en la actual etapa histórica para, sobre esa base, plantear las tareas políticas emergentes de la lucha por la Internacional revolucionaria.


 


Imperialismo y regresión histórica


 


En ninguna otra época de la historia, la sociedad humana presentó contrastes tan violentos, contradicciones tan insoportables como hoy. No existe campo de la ciencia o de la técnica en el cual los conocimientos y el poder humanos no se dupliquen cada 10 años, o menos. Con la astronomía, la biología molecular, la medicina, la arqueología, la geología, la electrónica, la informática, la ingeniería de alimentos, la genética, etcétera, el hombre conquista los secretos de la naturaleza para mejor gobernarla. La humanidad devoró los frutos del árbol de la ciencia, convirtiéndose en más poderosa que cualquiera de los dioses que, aterrorizada por sus propios poderes, ella imaginó. Los esclavos mecánicos y electrónicos que el genio humano creó están allí, listos para liberarlo para siempre de la necesidad de ganar el pan con el sudor de la frente: la sustitución del trabajo por la libre actividad creadora. Las mil fuentes de la abundancia piden paso para satisfacer totalmente las necesidades de 6 mil millones de seres humanos que habitan la tierra, o de diez veces esa cantidad, si fuese necesario.


 


Sin embargo, 4/5 de la humanidad, en los países atrasados e inclusive en los crecientes bolsones de pobreza de los países avanzados, no tiene acceso, durante una vida entera, al mínimo vital biológico de 2 mil calorías diarias, y está condenada a una vida estrecha y corta. Epidemias de hambre todavía sacuden al "Tercer Mundo”: en Brasil y América Latina, enfermedades controladas hace mucho por la medicina (cólera, mal de Chagas, leptospirose) amenazan provocar catástrofes sociales. En los países avanzados, no obstante, los gobiernos no saben qué hacer con la superproducción de alimentos que amenaza derribar los precios, y subsidian la regresión de las fuerzas productivas. Hace más de 40 años, el creador de la cibernética demostró que con los medios técnicos de entonces la línea de montaje podría ser sustituida en menos de 5 años, en toda la gran industria del planeta, por un sistema automático. El capital financiero frenó desesperadamente ese progreso, que llevaría a la quiebra todo el capital no amortizado. 


 


Si ahora, la competencia en el mercado mundial obliga a introducir la automatización en una escala creciente, esto no resulta en una reducción de la jornada de trabajo ni en la mejora de las condiciones de vida de los trabajadores. Al contrario, bajo el capitalismo, “el perfeccionamiento ininterrumpido y cada vez más rápido del maquinismo, torna la situación del obrero cada vez más precaria” (Manifiesto Comunista): el capital sólo conoce las necesidades lucrativas. No existe para satisfacer las necesidades de la inmensa mayoría, sino para engordar los lucros de una ínfima minoría de grandes capitalistas. La automatización es, por eso, sinónimo de descalificación y desempleo: lleva a la clase obrera a la decadencia profesional y a la incultura sin perspectivas. Ahora mismo, la OIT calcula en más de 900 millones el desempleo mundial, para una fuerza de trabajo total poco superior a las 2 mil millones de personas: paralelamente, nunca en la historia tantos niños y adolescentes trabajaron (3 millones en Brasil, ¡55 millones sólo en la India!).


 


Bajo el dominio del capital financiero, etapa senil y última del capitalismo, todos los progresos científicos y técnicos se transforman en su contrario. Los nuevos recursos energéticos y la utilización intensiva de los antiguos no traen aparejada una mejora del bienestarsino que producen catástrofes ecológicas (petroleras o de energía atómica). La casi totalidad de la investigación científica, especialmente en los países avanzados, está vinculada a la producción armamentista. En 1985, los gastos militares llegaron a casi un billón de dólares, mucho más que todo el ingreso de la mitad más pobre de la población mundial. Ese gasto no se reduce en períodos de recesión, y su reducción relativa después del fin de la “guerra fría" (que le servía de pretexto ideológico) ha sido ridicula (la propia guerra del Golfo fue vista sobre todo como la búsqueda de un nuevo pretexto para aumentar esos gastos). Sólo con la producción de fuerzas destructivas la burguesía consigue impedir que las fuerzas productivas hagan estallar la camisa de fuerza de la propiedad privada de los medios de producción y de cambio, y de los Estados nacionales, que obstaculizan absolutamente el desarrollo de esas fuerzas.


 


Lejos de tornar obsoleta la noción de imperialismo, tal como fuera definida por Lenin, la época actual acentúa al máximo sus características, así resumidas por Trotsky: “Al aproximar económicamente los países e igualar el nivel de su desarrollo, el capitalismo obra con sus métodos, anárquicos, que zapan continuamente su propio trabajo, oponiendo un país y una rama de la producción a otro, favoreciendo el desarrollo de ciertas partes de la economía mundial, frenando o paralizando el de otras. Sólo la combinación de estas dos tendencias fundamentales, centrípeta y centrífuga, nivelación y desigualdad, consecuencias ambas de la naturaleza del capitalismo, nos explica el vivo entrelazamiento del proceso histórico. A causa de la universalidad, de la movilidad, de la dispersión del capital financiero, que penetra en todas partes, el imperialismo acentúa aún esas dos tendencias. El imperialismo une con mucha más rapidez y profundidad en uno solo los diversos grupos nacionales y continentales; crea entre ellos una dependencia vital de las más íntimas; aproxima sus métodos económicos, sus formas sociales y sus niveles de evolución. Al mismo tiempo, persigue ese fin suyo por procedimientos tan antagónicos, dando tales saltos, efectuando tales razzias en los países y regiones atrasadas, que él mismo perturba la unificación y nivelación de la economía mundial, con violencias y convulsiones que las épocas precedentes no conocieron” (7).


 


Marxismo, Estado e Internacionalismo


 


El carácter revolucionario e internacionalista del movimiento obrero no fue una invención del marxismo. Al contrario: la doctrina marxista expresó teóricamente ese carácter, que lo precedió.


 


Ya en las décadas de 1830 y 1840, los obreros protagonizaban luchas revolucionarias contra el capital, destacándose la insurrección de los trabajadores textiles de Lyon, en 1844. Durante una de las primeras huelgas modernas, la de los obreros de la ciudad inglesa de Manchester, en 1832, los trabajadores de Lyon (Francia), en su periódico El Eco de las Fábricas, hacían un llamado a la solidaridad para con sus hermanos de clase del “país enemigo . La histórica bandera del internacionalismo proletario (“Proletarios del Mundo, jUníos!”, lanzada en el Manifiesto Comunista de 1848) fue la expresión de una tendencia ya existente en la clase obrera internacional, cuando todavía los Estados nacionales se encontraban en formación y el capitalismo luchaba para conquistar el mundo.


 


Ocurre que el capitalismo, y los propios Estados nacionales, nacieron en el cuadro de la economía mundial. Mucho antes de que se estructurasen los principales Estados modernos, el comercio internacional ya tenía un desarrollo bastante grande. Ese comercio fue uno de los factores que dio impulso a la Revolución Inglesa del siglo XVII. El capitalismo y los Estados nacionales nacieron ya obligados a tener una política externa y a aliarse unos contra otros, en función de sus intereses comerciales contradictorios y en relación a la autodeterminación de las naciones atrasadas. Era incorrecto que el movimiento obrero se limitase al cuadro nacional, en la medida en que la fuerza de esos Estados nacionales dependía esencialmente de las relaciones internacionales que establecían en el mundo entero.


 


El movimiento obrero, por lo tanto, sólo podría triunfar en el ruedo internacional. De allí también se concluye que el socialismo sólo es realizable en el plano internacional. La socialización de los medios de producción significa la abolición de las fronteras nacionales. La idea de que el socialismo pudiese ser construido en apenas un país es completamente ajena al marxismo.


 


En las revoluciones de 1848, el proletariado procuró tomar la dirección de la revolución democrática, transformándola en revolución proletaria. En la medida en que eso no sucedió, la propia revolución democrática abortó (fueron reinstauradas monarquías y Estados autoritarios). Pero en 1871, la Comuna de París fue el teatro de la primera toma del poder por la clase obrera.


 


Ese acontecimiento demostró que: 1) La clase obrera no se podía limitar a apropiarse de la máquina del Estado burocrático existente: debería destruirla-, 2) el nuevo poder emergente (la dictadura del proletariado), gobierno de combate contra el dominio burgués, se caracteriza por la tendencia a la disolución de la separación entre Estado y sociedad. Esto es, por la eliminación radical de todas las formas de opresión social y política (desaparición del Estado). La historia hizo surgir a la dictadura proletaria como la única vía posible de pasaje en dirección de la sociedad socialista.


 


La Revolución de Octubre


 


La victoria de la Revolución de Octubre de 1917, primer acto de la revolución proletaria mundial, inauguró la era histórica de la revolución socialista. Estalló en un país en el que se mezclaban características de una nación imperialista y de un país atrasado, económica y políticamente. Las tareas de la revolución democrático-burguesa (incluida la reforma agraria), motor de la revolución, no estaban cumplidas, pero el proletariado ya estaba altamente concentrado. Pero si Rusia era el eslabón más débil de la cadena imperialista, su revolución no fue una excepción. Ella fue una respuesta contundente a la carnicería de la Io Guerra Mundial imperialista, evidencia del anacronismo histórico del capitalismo. Revoluciones proletarias (derrotadas) acontecieron también en la mayoría de los países de Europa oriental y occidental.


 


La victoria rusa fue posible merced a la existencia de una dirección revolucionaria a la altura de la tarea (el bolchevismo) aunque esa dirección no habría conseguido nada sin el movimiento consciente de los trabajadores, materializado en su autoorganización en Consejos Obreros (Soviets).


 


Lenin no estaba expresando una idea personal, sino la dinámica objetiva de un movimiento, al afirmar: “Nuestra revolución es el prólogo de la revolución socialista mundial, ' n paso en dirección a ella. El proletariado ruso no puede, u sus propias fuerzas, concluir victoriosamente la revolución socialista. Pero puede dar a su revolución una extensión capaz de crear mejores condiciones para la revolución socialista, y hasta cierto punto, comenzarla. Puede tornar la situación más favorable para la entrada en escena, en las batallas decisivas, de su colaborador principal y más seguro, el proletariado socialista europeo y norteamericano .


 


El abandono de la perspectiva indicada arriba por Lenin, sustituida por la tesis stalinista de la “construcción del socialismo en un solo país”, fue el reflejo del retroceso de la revolución y de la burocratización del Estado que de ella emergió. Dos factores fueron decisivos: 1) El fracaso de la revolución internacional, debido a la traición histórica de la socialdemocracia y a la inexperiencia de los jóvenes núcleos revolucionarios; 2) el agotamiento, desmoralización y hasta desintegración de la clase obrera rusa, después de años de sacrificios, guerra civil e intervenciones extranjeras.


 


En 1917, la clase obrera rusa contaba con 3 millones de miembros: en 1922, con 1 millón 240 mil. Pretender analizar la burocratización de la URSS a partir de frases de textos veinte años anteriores a la revolución, pasando por encima de ese doloroso proceso histórico, es dar prueba de absoluta idiotez. La burocracia surge donde la lucha por la existencia individual ocupa un lugar dominante en las energías de a sociedad. Su función es aliviar los conflictos que esa lucha origina, sacando privilegios de esa función. La burocracia posee como base de su autoridad la ausencia de artículos de consumo, y la lucha de todos contra todos que resulta de esa ausencia. Es contrario a la verdad y a la más leve sombra e inteligencia afirmar que la alienación de los trabajadores y a burocracia son productos de la opción ideológica por la industria pesada, en lugar de la industria liviana y de consumo: la burocratización de la URSS y del partido comunista ya estaba más que consumada antes de que se diese el menor paso en dirección de la industria pesada.


 


La Burocratización y sus límites


 


Todo Estado Obrero tiene una doble naturaleza: socialista en la medida que defiende la propiedad colectiva de los medios de producción, burguesa en la medida que la distribución se opera de acuerdo con normas capitalistas (“a cada cual según su trabajo"). La fisonomía definitiva del Estado se define por la relación oscilante entre esas dos tendencias, socialista y burguesa. El stalinismo expresó la victoria de la segunda sobre la primera, basada en la expropiación política de los trabajadores en favor de una burocracia privilegiada, antiobrera y antisocialista.


 


Decir que la contrarrevolución stalinista estaba escrita en el Qué Hacer, los Procesos de Moscú en la prohibición de las fracciones en el interior del partido, etcétera, es ignorar la intervención extranjera contra la joven república soviética, la alianza de la socialdemocracia alemana con el Estado Mayor alemán, el propio sistema capitalista responsable por la Guerra Mundial, por el atraso de la sociedad rusa y por la barbarie victoriosa. Es negar la intervención en la Historia de la voluntad consciente bajo la forma elemental de la organización, preconizar la renuncia y la resignación, condenar la lucha y hasta las victorias parciales.


 


La revolución fue derrotada, pero no destruida. El nazismo y el fascismo hicieron pagar caro al proletariado internacional la osadía de haber hecho la Revolución de Octubre, pero la propiedad privada no fue restaurada en la URSS, lo que probó la profundidad de la ola revolucionaria, inclusive en la hora de la derrota. El régimen antiobrero stalinista y la gestión burocrática de la economía fueron el duro precio pagado por el proletariado soviético a la burocratización, pero la manutención de buena parte de las conquistas económicas y sociales de la revolución (nacionalización de la industria y de la tierra, monopolio estatal del comercio exterior, planeamiento central de la economía) tuvo consecuencias inmensas.


 


Así, Trotsky, enemigo y víctima principal del stalinismo, pudo escribir en La Revolución Traicionada: “Los inmensos resultados obtenidos por la industria, el inicio lleno de promesas de un salto en la agricultura, el extraordinario crecimiento de las viejas ciudades industriales, la creación de nuevas, el rápido aumento del número de obreros, la elevación del nivel cultural y de las necesidades, son resultados incontestables de la Revolución de Octubre, en la cual los profetas del viejo mundo pretendieron ver la tumba de la civilización. Ya no hay necesidad de discutir con los señores economistas burgueses: el socialismo demostró su derecho a la victoria, no sólo en las páginas de El Capital, sino en una arena económica que cubre la sexta parte de la superficie del globo, no en el lenguaje de la dialéctica, sino en el del hierro, el cemento y la electricidad. Aunque la URSS sucumbiese bajo los golpes externos —lo que esperamos no suceda— y por los errores de sus dirigentes, continuaría, como prueba para el futuro, el hecho indestructible de que sólo la revolución proletaria permitió a un país atrasado obtener en menos de 20 años resultados sin precedentes en la historia. Así se cierra el debate con los reformistas en el movimiento obrero. ¿Podemos comparar su agitación de ratones a la obra titánica de un pueblo llamado por la revolución a una nueva vida? Si en 1918, la socialdemocracia alemana hubiese aprovechado el poder que los obreros le conferían para consumar la revolución socialista, y no para salvar el capitalismo, no sería difícil concebir, apoyándonos en el ejemplo ruso, el invencible poder económico que tendría hoy el bloque socialista de Europa central y oriental, y de una parte considerable de Asia. Los pueblos del mundo tendrán que pagar todavía con nuevas guerras y revoluciones los crímenes históricos del reformismo".


 


Vigencia de la Revolución


 


La vigencia de la revolución en las relaciones de producción y en la conciencia de las masas fue probada en la IIa Guerra Mundial, cuando la URSS estuvo a punto de ser aniquilada por el nazismo, con el que Stalin mantuvo una alianza privilegiada hasta 1941, cuando Alemania invadió a la URSS. Después de la espectacular derrota inicial, que diezmó al ejército soviético, la recomposición de la fuerza militar de la URSS fue una hazaña económico-social. Fue construida una nueva industria en regiones no ocupadas por el nazismo, que produjo 400 mil aviones en 1944, 800 mil tanques entre 1941 y 1945. Fábricas enteras fueron transferidas para el Este y fueron movilizados todos los recursos naturales. La famosa ayuda aliada a la URSS no cubrió el 10% de la producción soviética. Todo esto habría sido imposible si hubiese existido propiedad privada de los medios de producción (en los países ocupados por el nazismo, la burguesía fue casi totalmente colaboracionista).


 


Fue una victoria histórica del planeamiento estatal, una victoria moral de los principios del socialismo. Victoria mundial, en la medida en que la derrota de Hitler en la URSS libró a la humanidad de la amenaza militar nazi, la más grande máquina de guerra de la historia humana hasta entonces. ¿Cómo afirmar que no quedó probado históricamente que el socialismo es superior al capitalismo?


 


Este balance histórico, que toma en cuenta las contradicciones del desarrollo, se opone por el vértice a las versiones antojadizas que pretenden que “la deformación burocrática se había profundizado notablemente durante y después de la guerra civil” (o sea, que la URSS nació como un Estado burocrático, pues la guerra civil fue inmediatamente consecutiva a la toma del poder), para deducir que “la contrarrevolución stalinista modificó completamente las bases económico-sociales de la URSS"(8), es decir, que la URSS era un Estado capitalista, y su victoria contra el nazismo en la II Guerra, la victoria de un Estado totalitario contra otro.


 


Otra cosa es decir que la victoria de la URSS fue mediatizada por la sobrevivencia del dominio burocrático, que la comprometió: 1) En el plano interno, por la superexplotación de los trabajadores (racionamiento, bloqueo salarial con un aumento del volumen monetario de 250%), por el aumento de los poderes burocráticos y el restablecimiento de los grados en el Ejército Rojo, que fortaleció al cuerpo de oficiales: 2) en el plano mundial, por los acuerdos contrarrevolucionarios con el imperialismo mundial, celebrados en Teherán, Yalta y Potsdam. Pero esa victoria y la expropiación del capital en Europa del Este después de la II Guerra generaron un enorme desarrollo de las fuerzas productivas Con una consecuencia histórica central: el fortalecimiento social inédito del proletariado soviético y de Europa del Este como parte del proletariado mundial. Sólo en la URSS, Ió clase obrera pasó de 23,9 millones en 1940 a 79,6 millones en 1981; en porcentaje, de 36,1% de la población activa en 1941 a 61% en 1982. Ese proletariado inmenso, ahora puesto en marcha, es uno de los pilares de la revolución mundial.


 


Ciertamente, debe deshacerse la identificación entre estatización y socialismo, usada por el imperialismo para desacreditar a la revolución. Fue justamente el stalinismo quien introdujo esa identificación, para justificar el bloqueo de la revolución en un solo país o región y también sus privilegios, basados en la propiedad estatal. De acuerdo con Trotsky, en su obra ya citada; “la propiedad privada, para tornarse social, tiene que pasar ineluctablemente por la estatización… la propiedad estatal se convierte en la de todo el pueblo en la medida que desaparecen los privilegios y distinciones sociales y, consecuentemente, el Estado pierde su razón de ser. En otras palabras: la propiedad estatal se transforma en social en la medida que deja de ser propiedad del Estado. Recíprocamente, cuanto más el Estado soviético se eleva por encima del pueblo, más duramente se opone, como guardián de la propiedad, al pueblo, y tanto más claramente atestigua contra el carácter social de la propiedad estatal”.


 


Papel histórico de la Socialdemocracia


 


En la Ia y en la IIa guerras mundiales, la socialdemocracia jugó un papel clave, tanto en la preparación de los conflictos como en evitar un desenlace revolucionario a su término. Este papel de la II Internacional demuestra cuánto el imperialismo y la burguesía dependen de fuerzas políticas no oriundas de su seno para su estabilidad y dominio políticos (o sea, su anacronismo histórico), lo que se verifica hasta el día de hoy, especialmente en Europa.


La socialdemocracia se pasó definitivamente al orden burgués cuando se tornó cómplice de la primera guerra interimperialista. En la posguerra fue el salvavidas del Estado burgués (papel que pudo cumplir gracias al apoyo que vastos sectores obreros le otorgaban, sobre todo en Europa occidental), apologista de la “paz americana” (los 14 puntos del presidente Wilson) y masacradora de los revolucionarios (el asesinato de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, ordenado por el ministro socialdemócrata alemán Noske). Fue tan o más cómplice que el stalinismo en la política de división del proletariado alemán que condujo a la victoria del nazismo.


 


Durante la segunda posguerra, conservó todas las ‘cualidades’ ya adquiridas, agregándoles otras. Fue punta de lanza (con el Partido Laborista) de la creación del Estado de Israel contra la nación palestina y cuña del imperialismo en Oriente Medio. La pieza clave de la reconstitución de la IIa Internacional, en este periodo, fue el SPD alemán, que conoció una crisis grave después de la caída de Hitler y la derrota alemana, cuando los resistentes del SPD iniciaron una dinámica unitaria con los comunistas (“¡Unidad! ¡Nunca mas división y lucha fratricida!") y otras organizaciones de extrema izquierda, en la que se planteaban las bases de un frente único anticapitalista y de la revolución alemana como pivote de la revolución europea.


 


En Turingia, bastión del SPD, se llegó a crear un Partido de los Trabajadores, unificando a comunistas y socialistas. Los Estados Mayores de los ejércitos ocupantes intervinieron para bloquear esa perspectiva. En el Este, el SPD consintió en su absorción por el partido stalinista, dando lugar al PSU, que crearía las bases políticas del poder burocrático. En el Oeste, el SPD fue reorganizado con base en la interdicción del PCA y con la participación de los servicios norteamericanos. El SPD fue uno de los pilares de la división alemana y de la división del proletariado europeo, consagrada después por el “Muro de la Vergüenza”, así como de la división de los sindicatos europeos, financiada por la CIA.


 


El SPD, y la socialdemocracia en general, buscaron vuelo propio a través de la Ostpolitik, política de intermediación entre la burocracia rusa y de Europa del Este, y el imperialismo, en el período llamado de “guerra fría”. Es por eso que la quiebra de la burocracia stalinista destruye uno de los pilares de sustentación de la socialdemocracia, que pierde los principales gobiernos de Europa occidental, y tiene en el Este europeo un desempeño bien inferior al esperado, habiendo sido inclusive derrotada electoralmente por la derecha en Alemania Oriental. En el Este, la socialdemocracia no es un agente de la democratización, sino de la restauración capitalista y de la cobertura de la antigua burocracia, a quien la socialdemocracia ofrece un nuevo aparato político.


 


La colaboración contrarrevolucionaria


 


Con el final de la II Guerra y la ocupación militar del Este europeo, el poder de la burocracia stalinista llega a su cénit. Ella utiliza la lucha de clases mundial para cumplir sus compromisos contrarrevolucionarios con el imperialismo, y al mismo tiempo presionarlo. Pero la propia crisis imperialista mina las bases de la política de presión: a partir de 1947 (Plan Marshall, 30 mil millones de dólares para salvar el capitalismo europeo), la política stalinista comienza a entrar en bancarrota. La presión ya no rendía efectos: sólo el enfrentamiento revolucionario haría retroceder al imperialismo, pero la burocracia es visceralmente hostil a la revolución, que colocaría inmediatamente en cuestión sus privilegios y su dominio. La crisis del stalinismo se evidenció con la ruptura Stalin-Tito (1948), y la toma del poder por el PC chino (1949) contra la política de ‘‘unidad nacional" preconizada por Stalin.


 


El proceso de la revolución antiburocrática en el campo directamente dominado por el stalinismo se manifestó inicialmente con la rebelión de los obreros de Berlín oriental, en 1953, contenida con el auxilio de las potencias occidentales y del entonces intendente de Berlín occidental, Willy Brandt. La colaboración creciente con el imperialismo no fue episódica, y complementó la centralización burocrática del 'campo socialista’. La creación del COMECON, en 1948, consagró una política de saqueo, por la burocracia rusa, de los países de Europa oriental, que crearía una fuerza centrífuga, al tornar las burocracias impuestas por el Kremlin, en Europa oriental, cada vez más atraídas por el mercado capitalista mundial.


 


El conjunto de esas contradicciones se dejó sentir en la propia URSS, donde el índice de crecimiento económico pasó de 8,3% en 1959 a 4,5% en 1963. Peor todavía, “el problema de la relación entre los elementos de la producción y las diversas partes de la economía es la propia esencia de la economía socialista. El peligro está menos en el crecimiento más lento y más en la ausencia de correspondencia entre las diversas partes de la economía” (Trotsky).


 


En 1959, el sector de bienes de producción proyectó un crecimiento de 8,1% y realizó 12%; en 1963, el sector de bienes de consumo proyectó 6,3% y realizó sólo 5%. La estagnación creciente de la economía y las desproporciones cada vez mayores entre sus diversos sectores pusieron en evidencia la crisis de la gestión burocrática de la economía, comprometiendo lo que quedaba del planeamiento central.


 


Las burocracias del Este precedieron a la de la URSS en la búsqueda de una salida para la crisis a través del entrelazamiento con el capital extranjero. Pero la URSS no se quedó atrás; en 1959, los equipos importados eran responsables por el 16% de la inversión global; en 1975, por el 27%. Entre esos equipos, en 1959, 2% venían de Occidente; en 1975,40% (I). Pero eso, lejos de resolver los problemas de la economía soviética, la lanzó por el camino de la dependencia creciente y del endeudamiento frente a las economías capitalistas. En 1973, la URSS poseía el 6,1% de los mercados occidentales de productos agrícolas y el 5,2% de los manufacturados. En 1983, esas proporciones cayeron a 4,5% y 3,2%, respectivamente. La crisis capitalista cerraba los mercados, aumentaba las deudas (por las tasas de interés crecientes) y lanzaba las economías burocráticas al caos, lo que tuvo una manifestación espectacular en la crisis polaca de 1980, que provocó el surgimiento del sindicato Solidaridad.


Ese proceso económico fue la base de la aproximación política creciente de la burocracia al imperialismo, lo que confirma que aquélla es una capa burguesa en el interior del Estado Obrero. En 1975, en los Acuerdos de Helsinki, la burocracia se comprometió, con los representantes del imperialismo, en mantener el statu-quo en Europa (el respeto de las fronteras heredadas de la II Guerra) y permitir la “libre circulación de mercaderías y capitales", en lo que el principal diario de la ciudad sede llamó una “Nueva Santa Alianza” de las fuerzas conservadoras. Globalmente, la implementación de “acuerdos regionales" materializó la entrega de la revolución en el Oriente Medio y América Latina, determinando el aislamiento de la Revolución Cubana.


 


Pero el cuestionamiento de la burocracia "por abajo" (la revolución política) también creció, con una resistencia constante en las fábricas y grandes levantamientos populares: 1956, Hungría y Polonia; 1968, Checoslovaquia; 1970, Polonia; 1980-81, Polonia… A pesar de la censura, la URSS no pudo permanecer ajena al proceso: la rebelión obrera de Novocherkass, en 1962, ahogada en sangre, sólo fue conocida en 1973. En la URSS, un proletariado renovado sólo esperaba la ocasión para entraren escena: en 1970, la mitad de los obreros soviéticos tenía menos de 30 años; en 1982, el 85% de las personas recibían educación secundaria (44% en 1970), habiendo aumentado 12 veces en 10 años el número de estudiantes en escuelas de nivel medio, técnico y profesional (crecimiento totalmente contradictorio con el estancamiento económico).


 


Sobre la base de la propiedad estatal, la gestión burocrática no impidió un gigantesco desarrollo de las fuerzas productivas en la URSS y Europa oriental. Pero cuanto más esas fuerzas se desarrollan, menos apta se encuentra la burocracia para dirigirlas. Crisis de la gestión económica y política de la burocracia, presión creciente del capitalismo mundial en crisis, resistencia (a veces revolucionaria) de los trabajadores: he ahí los elementos que originaron la perestroika y provocaron el colapso de las burocracias de la URSS y de Europa del Este.


 


El colapso de la Burocracia


 


En 1989, la revolución política antiburocrática dio un salto cualitativo. Gigantescas movilizaciones de masas derribaron a los gobiernos burocráticos en Europa oriental y estremecieron el centro de la burocracia stalinista en la URSS. El resurgimiento de elementos democratizantes anti-comunistas (inclusive, dentro de la propia burocracia) fue ampliamente publicitado por la prensa del gran capital, que no obstante, hizo silencio acerca de las poderosas tendencias del proletariado para su reorganización independiente, expresadas en las huelgas generales, en la organización de sindicatos y centrales independientes y antiburocráticas en Hungría, Alemania oriental, Checoslovaquia y en la propia URSS (por ejemplo, con los Comandos de Huelga de Kuzbass).


 


Después de 70 años de pretendida “construcción del socialismo", de régimen burocrático, de aplastamiento del movimiento obrero, de represión y liquidación física de su vanguardia, de coexistencia pacífica con el capitalismo y de colaboración clasista en escala mundial, la economía soviética se encontró en profundo estancamiento. La productividad del trabajo es varias veces inferior a la de los países capitalistas; sectores enteros de la economía están completamente obsoletos, la cantidad y calidad de los artículos producidos no consiguen satisfacer la demanda social, y la filas interminables se multiplican. La URSS, a pesar de reunir todas las condiciones naturales, no es capaz de satisfacer sus necesidades de alimentación.


 


Cuando la cantidad de trabajo y de productos debía ceder su lugar a la calidad, cuando la productividad del trabajo debía crecer, cuando nuevos avances sólo habrían sido posibles a través de nuevos métodos de trabajo, innovaciones, la burocracia demostró ser una traba absoluta para el desarrollo de la URSS.


 


El estancamiento de la URSS y de los otros Estados Obreros permitió que el imperialismo desarrollase una política de penetración, buscando desagregar la planificación, el monopolio del comercio exterior y la propiedad estatal. La deuda externa fue un instrumento de presión en favor de políticas dictadas por el FMI, a las que las burocracias se fueron adaptando. Si el dominio burocrático había impedido una mejora del nivel de vida de las masas, un mínimo de subsistencia material había sido preservado, que se debía ampliar con la liquidación de los privilegios burocráticos, e' funcionamiento soviético de la sociedad y el control obrero Con Gorbachov, la burocracia eligió una política de desintegración de la clase obrera, de reintroducción del desempleo y los bajos salarios y de competencia entre los trabajadores; en suma, de restauración capitalista a través de la retransformación de la fuerza de trabajo en mercancía. Aun así, la desagregación burocrática continuó, bajo el fuego cruzado de la presión imperialista, de la resistencia obrera y la de las nacionalidades oprimidas, hasta provocar el colapso del aparato burocrático en agosto de 1991. Ante la falta de una alternativa independiente, Yeltsin continuó la política procapitalista de manera abierta y desembozada con el apoyo del conjunto de la burocracia, mediante la provocación consciente del caos económico, la expropiación de todas las conquistas sociales y el ataque salvaje a las nacionalidades.


 


A partir de esas premisas históricas y políticas, el PO concluyó que “la URSS ha dejado de ser un Estado Obrero La propiedad estatal sólo sirve al acaparamiento individual en función de los burócratas restauracionistas. Estamos ante un Estado Obrero en completa disolución, un Estado no obrero. Sin planificación ni monopolio del comercio exterior sin moneda, el Estado Obrero es una abstracción, Incluso lo es también el Estado simplemente.


 


Naturalmente que el destino de este proceso gigantesco depende enormemente de la reacción de la clase obrera internacional ante la crisis capitalista que está creciendo como bola de nieve’’ (Jorge Altamira, Adonde va la ex-URSS). Con grados y ritmos diversos, ése es también el proceso social en el resto del ex-‘bloque socialista'. El empantanamiento económico y las dificultades políticas de la burocracia no desmienten su tendencia social básica: “La restauración capitalista no significa, como lo pretenden los trotskistas vulgares, que sea necesario que se consume antes la privatización de todas y cada una de las grandes empresas estatales. Bastaría que la economía —aun comportando un alto porcentaje de estatización— se integre a la circulación del capital mundial a través del comercio exterior, de la deuda pública y de la progresiva formación de un mercado. A esto apuntan las medidas que han abolido el monopolio del comercio exterior y de las finanzas, la planificación estatal, la liberación de los precios y la formación de empresas mixtas con el capital extranjero. La restauración capitalista comporta fatalmente un pillaje y una destrucción sin precedentes de las fuerzas productivas estatizadas. La transición del ‘socialismo’ al capitalismo significa una enorme regresión social y su desarrollo es imposible sin una victoria de la contrarrevolución en el plano político”(Luis Oviedo, El carácter del Estado en la ex-URSS).


 


China, Cuba, Yugoslavia


 


Con variantes específicas, este cuadro se aplica también a China y Cuba. Sostener la existencia de un Estado Obrero en China debido a la permanencia del PC en el poder, es ignorar que, justamente, la relativa estabilidad de la burocracia china permitió que el proceso de restauración capitalista fuese más lejos en ese país que en cualquier otro del ex- bloque . Esa estabilidad, a su vez, se explica por el relativo éxito burocrático en aplastar al proletariado, a partir de las masacres de 1989.


 


El impasse vivido por la revolución cubana se vincula sólo en parte al fin de la URSS. La victoria revolucionaria a pocas millas del gigante imperialista fue un golpe a la política de coexistencia pacífica” del stalinismo, y abrió el ciclo de la revolución socialista para América Latina. Luego de que la política de extensión de la revolución vía foquismo fracasara, el castrismo se adaptó al stalinismo (apoyó la invasión rusa a Checoslovaquia en 1968 y las amenazas de invasión a Polonia en 1981), pasando a una política democratizante de búsqueda de un acuerdo con las burguesías del continente: apoyo a los gobiernos de Velazco Alvarado, Perón y Allende, que concluyeron en derrotas políticas, en la década del 70.


 


Castro coronó esa evolución formulando su propia versión de la coexistencia pacífica: el Nuevo Orden Internacional, diferente de la revolución socialista, afirmando que América Latina no se encuentra madura para ella y que las propias revoluciones sociales nada resuelven. Esta política tuvo influencia decisiva en el retroceso de la revolución sandinista, que al no recorrer el camino del castrismo en 1959-61 (expropiación de la burguesía) concluyó devolviendo el poder a la ‘contra', so pretexto de ‘democracia’.


 


Al lado de esa política externa, el refuerzo del burocratismo interno configura para la revolución cubana, que garantizó a los explotados conquistas sociales inéditas en América Latina, un camino de derrota, bajo la presión conjunta del imperialismo y de la burocracia, lo que se expresa en el vaciamiento progresivo de aquellas conquistas. El reclamo de “pluralismo”, hecho por la izquierda democratizante, se sitúa dentro de la propuesta castrista (“apertura") y capitula frente a la presión imperialista, pues no cuestiona la inexistencia en Cuba de un poder emanado de las organizaciones de los trabajadores, reivindicando su organización democrática y el derecho de expresión en ellas para todas las tendencias revolucionarias.


 


Esto plantea el problema de la revolución política en Cuba y la necesidad de una política revolucionaria independiente para la revolución latinoamericana: sólo el poder obrero y campesino, bajo la estrategia de la unidad socialista de América Latina, garantizará la eficacia de la lucha contra la recolonización de Cuba y por la continuidad del ciclo revolucionario.


 


Evidencia de la debacle del morenismo es que plantee el derrocamiento de Castro como precondición para plantear la defensa de Cuba contra el bloqueo imperialista. Como planteó el PO, en su VI Congreso: "En Cuba, las masas golpeadas por la crisis se encuentran bloqueadas para una acción independiente porque ven en Castro, si no la resistencia contra el imperialismo, al menos un límite a os 'gusanos' de Miami y a la guerra civil que desataría su regreso a la isla. Plantear en abstracto el derrocamiento Castro lleva a atar cada vez más a las masas al regimen castrista y favorece la política del imperialismo. Se e proponer a las masas cubanas organizar sindicatos in e pendientes que sean instrumentos para defenderse con r la diferenciación social, el control obrero contra los privilegios de la burocracia, la libertad política para todas as tendencias que defienden la revolución, el desmán e miento del régimen burocrático. Sobre la base de la experiencia de lucha por estas reivindicaciones se podrá plantear consignas de lucha directa por el poder, bloqueo es el instrumento del imperialismo para imponer una política restauracionista, justificada como una herramienta para romper el bloqueo. Gracias a él, el capital impone sus condiciones. La clave es trazar una política de oposición a la restauración para desenmascarar a la burocracia gobernante”.


 


Con relación a la guerra civil en la ex-Yugoslavia, la política 'trotskista' osciló entre el apoyo a las diversas facciones burocráticas en pugna (serbia, croata, bosnia), abandonando toda consigna tendiente a la intervención independiente de las masas (incluida el armamento de los trabajadores) y también, so pretexto de la “cuestión nacional", la histórica batalla del bolchevismo por la Federación Socialista de los Balcanes, dejando, en nombre de la “democratización del ejército” y de la "defensa de Bosnia", todo el destino de la ex-Federación en manos de los bandos armados de la burocracia o de los ejércitos imperialistas (incluyendo a los “cascos azules" de la ONU).


 


Estabilidad y descomposición capitalista


 


La mayor expresión de la capitulación ideológica del conjunto de la izquierda (stalinista, socialdemócrata y trotskista) se verifica en su exaltación del desarrollo capitalista de posguerra como un período de expansión inédita de las fuerzas productivas, su capitulación frente al mito de los “treinta gloriosos", creado retrospectivamente por los ideólogos del imperialismo.


 


La burguesía consiguió contener la ola revolucionaria en Europa en la posguerra gracias a la colaboración del stalinismo, que se ocupó directamente de buena parte del trabajo, y a la ayuda siempre presente de la socialdemocracia. Los Estados burgueses se reconstruyeron en el Oeste y la burocracia extendió transitoriamente su poder al Este, para estabilizar la nueva forma de equilibrio imperialista, con los EE.UU. como centro y eje de dominación. Las irrupciones revolucionarias posteriores fueron contenidas en condiciones de crisis políticas agudas.


 


En las tres décadas de posguerra, el capitalismo encontró un cuadro de desarrollo, una nueva fórmula de acumulación de capital, que agudiza el conjunto de sus contradicciones, aunque bajo una forma diferente de las explosiones de 1914 y 1939. Esto no es un crédito a favor del imperialismo: las guerras de Corea, de Vietnam, del Golfo Pérsico, y la multitud de intervenciones localizadas, deberían probar que la guerra y la destrucción constituyen una necesidad histórica para este régimen, su forma de dominación. La ausencia de un conflicto bélico interimperialista mundial es una de las formas del equilibrio establecido a partir de 1945, y del papel de los EE.UU. en él, aunque los bombardeos mortíferos continúan siendo una realidad cotidiana para centenares de millones. La concentración científico-tecnológica en la industria armamentista es una necesidad política y económica.


 


La reorganización de la economía mundial bajo la hegemonía de los EE.UU. fue posible porque la economía de ese país pudo concentrar los beneficios de la superexplotación imperialista y establecer una solidez relativa en sus relaciones internacionales. En los otros países imperialistas, el proceso fue más inestable y hasta caótico, aunque de la misma naturaleza: la economía militarista juega un papel central en ese sentido. Las varias décadas de prosperidad capitalista no contradicen el análisis marxista ni las previsiones de los revolucionarios. ¿Cuáles fueron las formas de esa prosperidad? ¿Estamos frente a un desarrollo históricamente progresivo?


 


A pesar de prolongada en el tiempo, la prosperidad fue muy inestable y permanentemente sometida a las crisis. Además, desde el inicio de la década del 70, las condiciones son cada vez más críticas, temporarias y restrictivas. Las nuevas tecnologías no son sinónimo de estabilidad y expansión progresiva, y dieron lugar a un tipo de desarrollo que desnuda el carácter crecientemente reaccionario del capitalismo. Toda la estabilidad anterior se basó, no en el desarrollo libre de las fuerzas productivas capitalistas, sino en la intervención directa del Estado en la economía: en los países capitalistas, el gobierno gastó entre 30 y 45% del PNB (9).


 


Vigencia de la lucha de clases y de la lucha antiimperialista


 


Toda la literatura sobre la 'democratización de los países imperialistas se viene abajo si se estudia su leaiiuau económica, política y social. La burguesía se vio obligada a una serie de concesiones al movimiento obrero en los años inmediatamente posteriores a 1945, como precio para su estabilidad política. Lo más notable es que las décadas ulteriores de prosperidad fueron acompañadas por una necesidad estructural del Estado burgués de liquidar esas concesiones. La única barrera contra ello fue la resistencia del proletariado. Más que nunca, el desarrollo ‘espontáneo’ del capitalismo significa retroceso social, y esto cuando las condiciones materiales de la producción permiten el paso para un estadio cualitativamente diferente de satisfacción de las necesidades humanas.


 


El sistema político está abiertamente dominado por la burocratización y por el militarismo. El Estado es efectivamente el comité ejecutivo de la clase burguesa, con los burócratas obreros actuando como meras comparsas. Aquí observamos que el desarrollo capitalista se identifica con relaciones sociales y políticas necesariamente opresivas, que sólo pueden acentuarse; únicamente la lucha de masas puede arrancar algunas conquistas, permanentemente puestas en cuestión por la reproducción capitalista. El capitalismo no conoce ninguna forma de ‘humanización’, y los críticos del marxismo confunden el crecimiento de la producción y la mejoría temporaria de las condiciones de vida de algunos sectores de la clase obrera de los países imperialistas, con una inversión de las leyes de movimiento de la acumulación de capital.


 


Como en la época de Marx, la única fuerza de resistencia a los efectos inmediatamente destructivos de esas leyes es la fuerza social y política de a clase obrera. La diferencia es clara: en el período ascendente del capitalismo esos efectos (por ejemplo, las penosas jornadas de trabajo) eran un costo del carácter progresivo de la acumulación capitalista, y el proletariado podía limitarlos por todo un período histórico. Actualmente, en condiciones tecnológicas abstracta y cualitativamente mucho más favorables, los resultados de un combate puramente sindical, o sea, por el valor de la fuerza de trabajo, son más estrechos y la brutalidad de las condiciones de trabajo resulta exclusivamente del carácter reaccionario del desarrollo capitalista.


 


Sin duda, el aspecto más notable de lo que sucede en la nueva fase, es la restricción creciente de los beneficios relativos de la acumulación. En este aspecto, el capitalismo agudizó cualitativamente las formas de su transformación en sistema imperialista. A escala mundial, los países atrasados semicoloniales se hunden literalmente  en la miseria y el hambre, sin ninguna perspectiva. Para la mayoría de la humanidad, la prosperidad capitalista de esas décadas significó un agravamiento cualitativo e irreversible de sus condiciones sociales, materiales y morales de vida.


 


El desarrollo capitalista metropolitano también se caracteriza por un creciente retroceso social. Los altos niveles de desempleo constituyen un dato permanente de ciclo, que no es absorbido de los períodos de auge, y que se agrava en las recesiones. Más aún, una parte cada vez mayor de la población es marginalizada del circuito de la ‘prosperidad’, y e ejemplo evidente son las decenas de millones de pobres en los EE.UU. Estas fracciones de las masas explotadas no ingresarán nunca en relaciones salariales ‘normales’; en el mejor de los casos, tendrán trabajos precarios, sin calificación ni estabilidad. Esto pasa a ser característico de las relaciones de trabajo. El capital ya no transforma en obreros asalariados ni siquiera las masas de las metrópolis imperialistas. La degradación urbana traduce ese retroceso y le da su significación como manifestación de un sistema que sólo puede desplegar sus tendencias reaccionarias.


 


El papel dominante del capital financiero es propio de la fase imperialista del capitalismo. Lo que caracteriza estas décadas es la extrema exacerbación del parasitismo. La producción material de la plusvalía aparece subordinada a las necesidades de las fracciones más especulativas del capital, que regulan la igualación de las tasas de ganancia en su beneficio. Así se produce una superexpansión del crédito y del endeudamiento, con la explosión de los beneficios ficticios implicados. Puede afirmarse que la expansión actual del capital especulativo se produce sobre la base del propio capital especulativo; las montañas de deudas permiten la estructuración de nuevos instrumentos de apropiación de los beneficios. El déficit estatal alimenta permanentemente este engranaje.


 


Con el paso cada vez más abrupto de la prosperidad a la crisis en el escenario mundial, atestiguamos un proceso que abarca el conjunto de los países y fuerzas sociales que contribuyeron a edificar las relaciones posteriores a la II Guerra Mundial. Las formas de irrupción de la crisis no pueden ser previstas. La caída de la burocracia stalinista es una manifestación del progreso de ese movimiento, así como la falta de estabilidad en los regímenes burgueses de los países atrasados. La burguesía continuará disponiendo de tiempo e iniciativa mientras no haya un principio de solución en escala internacional de la crisis de dirección del proletariado, condenando a la humanidad al retroceso histórico.


 


La Guerra del Golfo en 1990 no fue un episodio aislado, sino la manifestación de todas las tendencias agresivas, destructivas y parasitarias propias del imperialismo. Más de mil millones de dólares diarios se gastaron para reducir una nación oprimida a escombros. Pero no se trata de una manifestación de ofensiva política del imperialismo. Al contrario, el control político y militar del Golfo Pérsico (y de todo el Oriente Medio) es una necesidad vital para los EE.UU., debido a la crisis que atraviesan: entre otras cosas, es un arma vital en la lucha contra los imperialismos europeos y japonés. Ese control fue puesto en jaque por los sucesivos levantamientos de masas en la región (guerra civil en el Líbano, caída del Sha de Irán, Intifada palestina). La fabricación de la crisis del Golfo, usando al antiguo peón de las grandes potencias contra la revolución iraniana (Saddam Hussein), apuntó a crear el pretexto para una intervención militar directa, y reflejó la crisis del sistema de dominio imperialista en la región, expresión en verdad de su crisis de conjunto, mundial.


 


Crisis Mundial


 


La crisis mundial configura una categoría histórica referida al momento en que la descomposición del conjunto del capitalismo adquiere la forma de crisis política y crisis revolucionaria, integrando a los Estados Obreros burocratizados, ya vinculados a la circulación económica mundial capitalista, y a la burocracia como un órgano de la burguesía mundial en el interior de esos Estados. El desarrollo de la crisis mundial es el desarrollo de la crisis conjunta del imperialismo y la burocracia. La burocracia stalinista es, mundialmente considerada, una agencia de la burguesía al interior del Estado Obrero. Su pretensión de explotar las conquistas de la revolución en su provecho se vincula al conjunto de la economía y la política mundiales. En ese cuadro, ella es un sujeto de la contrarrevolución. Trotsky señaló que “el pronóstico político (referido a los Estados Obreros) tiene una carácter alternativo: o la burocracia, siendo cada vez más el agente de la burguesía en el Estado Obrero, derriba las nuevas formas de propiedad y relanza al país hacia el capitalismo, o la clase obrera aplasta a la burocracia y abre una vía hacia el socialismo" (La Revolución Traicionada).


 


Para los apologistas del capitalismo, burocracia incluida, habría nada menos que una victoria del capitalismo sobre el socialismo. Esta hipótesis fue prevista por los marxistas como consecuencia de la superioridad del régimen capitalista mundial sobre las naciones aisladas donde la revolución triunfó, superioridad del régimen capitalista mundial sobre las naciones aisladas donde la revolución triunfó, superioridad no porque sean capitalistas  – lo que significaría la superioridad de la anarquía de la producción sobre la planificación -,  sino porque el capitalismo, sistema mundial, representa todavía al conjunto histórico, sistema mundial, representa todavía al conjunto histórico más avanzado de la sociedad, mientras que la revolución más avanzado de la sociedad, mientras que la revolución triunfó en los países más atrasados desde el punto de vista económico y cultural. El marxismo fue el que primero previó que no sólo era probable sino también, en última instancia, inevitable, que si la revolución no triunfaba en la mayor parte de os grandes países capitalistas, la presión capitalista revertiría las victorias y conquistas revolucionarias, restaurando el capitalismo.


 


Una opinión muy difundida pretende que se trata de una victoria capitalista, como consecuencia de que el capitalismo, a diferencia de la economía planificada, fue capaz de revolucionar las fuerzas productivas, elevando la productividad del trabajo constantemente, revolución “científico-técnica” que posibilitó la victoria de la competencia contra el “socialismo”.  La verdad, al contrario, es que “en su proceso de desintegración, el capitalismo colocó en estado de obsolencia la inmensa mayoría de la economía capitalista; el proceso de valoración mundial del capital no puede continuar sin destruir todo el capital excedente que creó y que no encuentra lugar en el mercado. Durante un largo período, el capitalismo colocó en estado de obsolencia la inmensa mayoría de la economía capitalista; el proceso de valoración mundial del capital no puede continuar sin destruir todo el capital no puede continuar sin destruir todo el capital excedente que creó y que no encuentra lugar en el mercado. Durante un largo período, el capitalismo trató de disimular esa sobreproducción a través de la producción armamentista, sin percibir que si en alguna rama se crea, más que en ninguna otra, sobrante de capitales, es en la producción armamentista, donde el componente de capital fijo, tecnología y materias primas es mucho más intenso, en relación a la fuerza de trabajo, que en cualquier otra industria. El ‘desguace’ industrial no sólo caracteriza a las naciones atrasadas y a los países ‘socialistas’, sino también a regiones y ramas enteras de los países desarrollados. La desvalorización de capitales bancarios y financieros o de industrias como la siderúrgica, automotriz o sectores enteros de la electrónica y química, supera en envergadura a todo el 'capital' de los Estados Obreros, y este abismo es ahora mucho mayor como consecuencia del gigantesco remate de la propiedad estatal realizado en los últimos años por la burocracia. La política de restauración capitalista de la burocracia, de abolición del monopolio del comercio exterior, de libertad de cambio, al liquidar las limitaciones y restricciones a la acción del mercado mundial en el interior de sus propios países, coloca automáticamente en obsolescencia a la industria de los Estados Obreros. Lo único que se puede esperar en esas condiciones es un gigantesco proceso de destrucción de fuerzas productivas y, por tanto, una inmensa catástrofe social. Eso fue lo que ocurrió con Alemania Oriental: la política de la burguesía occidental fue eliminar a un competidor, no reestructurar la industria oriental. Si la hubiera reestructurado, habría colocado varios productores más en un mercado mundial sobresaturado de productos y de capitales… Desde el punto de vista de la circulación mundial de mercancías, capitales y fuerzas productivas, la crisis de la URSS, China, Polonia o Cuba no es otra cosa que una manifestación más de la crisis general del capitalismo, que se refracta en los Estados Obreros por el agotamiento absoluto de las posibilidades de la burocracia de jugar un papel de intermediación entre el imperialismo y las masas, y que se manifiesta también en el derrumbe de la mayor parte de las naciones atrasadas, que habiéndose industrializado a partir de la década del 50, hoy tienen el 90% de su industria fuera de circulación, incapaces de competir en el mercado mundial”(10).


 


Crisis Económica


 


En la base de la crisis mundial se encuentra la crisis económica del capital, una crisis de sobreproducción que materializa la tendencia capitalista hacia la anarquía de la producción, la desvalorización de los capitales y mercancías y, en última instancia, hacia la auto-abolición del capital (“el límite del capital es el propio capital"). En las visiones capitalistas, en cambio, se trata de una crisis del ‘modelo keynesiano' de intervención estatal en la economía (en la que incluyen la propia crisis de la ex-URSS).


 


El así llamado 'neoliberalismo' no pasa de un espejismo ideológico, pues se basa en una intervención inédita del Estado, tanto en la arena económica (en los mercados financieros, las paridades monetarias, los flujos nacionales e internacionales de capital: el proceso capitalista se garantiza con medios extra-económicos, exigiendo una intervención política externa cotidiana) como en la función político-represiva: para garantizar la destrucción de las conquistas sociales (incluidos los servicios públicos) y aplastar la reacción del movimiento obrero. Todo el bla-bla-bla acerca del "Estado mínimo" pretende ocultar la tendencia ineluctable, propia del imperialismo senil, hacia el Estado fuerte y totalitario.


 


En la izquierda (inclusive entre los ‘trotskistas) predominan visiones tributarias de la anterior, lo que constituye la evidencia más profunda de que se trata de una izquierda cada vez más apéndice del capital. En las huellas del ‘regularismo', se caracteriza la crisis como un “proceso de reestructuración productiva” (que los economistas burgueses llaman de “destrucción creativa”) o como el agotamiento de un “padrón de acumulación": la actual crisis marcaría la salida de un "modelo de gestión fordista" hacia otro basado en la robotízación y en la microelectrónica. En esta visión tecnologista, estaríamos frente a una “crisis del fordismo" y no frente a una crisis del capital. La crisis del “modo de regulación" es el biombo de la crisis del modo de producción.


 


Emparentado con este análisis -en realidad, sirviéndole de fundamento- se encuentra la tesis (defendida especialmente por Mandel) de que la crisis evidenciaría el fin de un “ciclo largo" de desarrollo capitalista (“ciclo Kondratief”) y el ingreso en un “ciclo largo depresivo", ciclos vinculados al tiempo de vida de los bienes de capital, y por tanto a su renovación. Independientemente de su valor teórico, esta tesis contraría toda la evidencia empírica. En el último Survey of Current Business, oficial, de los EE.UU., se verifica que las tasas de inversión en capital fijo de las empresas crecieron de un promedio de 9% en los quinquenios anteriores a 1974, a uno de 11% en los posteriores (o sea, en la crisis). Lo que no impidió una caída del crecimiento del PNB de 5-6% anual antes, para 2-3% después. O sea, no impidió la caída de la productividad del trabajo ni, principalmente, de las tasas de ganancia, con su secuela de corridas monetarias y financieras y la perspectiva permanente de ‘cracs’ bursátiles.


 


Todas estas visiones ‘tecnologistas’ son tributarias, en última instancia, del “fetichismo del capital", que olvida que el capitalismo, “contradicción en proceso" (Marx), es unidad contradictoria de proceso de producción y de valorización, y que sus crisis no evidencian su tendencia hacia la autosuperación, sino hacia la autodestrucción: “Desde hace bastante tiempo, el capitalismo mundial viene registrando una serie de explosiones en todas las ramas de la industria y del comercio. Los bancos han visto caer de su pedestal al Credit Lyonnais y a Baring Brothers, entre otros; la industria militar alemana y francesa está en bancarrota, con anuncios de cierres y fusiones; la industria naval europea se encuentra en convocatoria de acreedores, clamando por una guerra comercial contra Japón; la ATT tuvo que despedir a 40 mil personas; la industria automotriz alemana anunció un plan para eliminar 100 mil puestos de trabajo… El conjunto del sistema financiero japonés se encuentra en una sala de terapia intensiva a cargo de los principales bancos centrales. La lista es considerablemente más larga; la especulación capitalista, y la financiera en particular, tiene lugar en un marco de estallidos sistemáticos del régimen capitalista… El aspecto último de la crisis financiera que se visualiza es el retroceso de las ganancias empresariales, incluso en las áreas de tecnología de punta, lo cual se debe en todos los casos a un exceso de capacidad de producción con relación a la demanda, que obliga a reducir los precios. Esto significa que luego de 20 años de ‘reestructuración' internacional despidos masivos, superexplotación y concentración económica, el capitalismo no ha logrado superar la tendencia declinante de la tasa de beneficios a largo plazo"(11).


 


Actualidad de la Revolución


 


La vigencia histórica de la revolución proletaria se refiere a la vigencia de sus premisas objetivas y subjetivas (crisis de la sociedad y existencia de una clase revolucionaria). No sirve responder a los defensores del “fin del socialismo” que el capitalismo también está en crisis: lo que ellos cuestionan es la propia existencia de una perspectiva social alternativa, o sea, la capacidad de una clase social de ponerla en práctica.


 


El pensamiento trotskista es el único que se opone consecuentemente a ese argumento: la burocracia, agente burgués en las organizaciones (inclusive Estados) obreras, tiene, por ese motivo, sus bases de dominio social minadas por la crisis capitalista. El colapso resultante pone cara a cara las alternativas de la revolución antiburocrática y de la contrarrevolución capitalista, sólo posible por medios violentos (Yugoslavia, Chechenia, Tienanmen…). Hablar de “crisis del marxismo”, cuando sólo el pensamiento marxista fue capaz de un pronóstico histórico tan preciso, es dar prueba de completa ignorancia.


 


Continúa, entonces, vigente la conclusión sacada por Trotsky: la revolución socialista continúa vigente en la consciencia de las masas (expresada también en las rebeliones antiburocráticas del pasado y del presente) y en la crisis capitalista mundial. La vigencia de las premisas revolucionarias sólo puede ser medida en el ámbito mundial, comenzando por no identificar una supuesta “decadencia de la clase obrera" con la decadencia de la izquierda que hablaba en su nombre.


 


Las mismas condiciones de especulación financiera y endeudamiento externo que constituyen la principal manifestación de la crisis capitalista mundial, estuvieron en la base del colapso del ‘socialismo’’ (las deudas per cápita de Polonia, Hungría, Yugoslavia eran -son iguales a las de los países latinoamericanos). La caída de las burocracias destruye uno de los pilares del viejo orden mundial, establecido en los acuerdos burocracia-imperialismo. Los enfrentamientos diplomáticos y hasta militares de la llamada 'guerra fría' no pusieron en cuestión esos acuerdos: fueron, al contrario, limitados por los contenedores para no cuestionarlos.


 


La burocracia rusa es parte (ahora sin velos) del orden mundial capitalista: en ese marco se montó, en los últimos años, un proceso de integración económica que tiende a revertir el rechazo del Plan Marshall y de la entrada al FMI y al Banco Mundial por parte de Stalin al final de la II Guerra. La caída de las burocracias, por acción directa de las masas o reflejando indirectamente la resistencia de éstas, es por eso un acontecimiento de características revolucionarias, independientemente de sus desdoblamientos inmediatos.


 


Las movilizaciones de los trabajadores del Este tienden a revigorizar al proletariado occidental: en Alemania, las mismas huelgas de metalúrgicos y estatales no sólo señalan también es de la ‘unificación capitalista', sino que apunta hacia a reunificación del proletariado más poderoso de Europa. La perspectiva objetivamente abierta es el replanteo so re una base mucho más amplia que en el pasado (el capí d ismo creó, desde el fin de la II Guerra, mil millones de empleos), del internacionalismo proletario, barridas las barreras reaccionarias que dividían artificialmente a los trabajadores, simbolizadas por el Muro de Berlín.


 


La crisis económica evidencia las limitaciones estructurales del capitalismo en su actual etapa histórica. Como régimen históricamente progresista, el capitalismo llegó hace tiempo a sus límites, con la Ia Guerra Mundial, la crisis de 1930 y la II Guerra. Mediante los recursos políticos del Estado, de una enorme centralización económica, encontró en el pasado los medios para resolver la crisis en términos cíclicos. Esos medios desnudaban a un régimen que se sobrevivía a sí mismo: no eran las fuerzas productivas del capital las que, desenvolviéndose libremente, superaban los obstáculos, sino la intervención de una fuerza externa, del poder político del Estado, de las guerras. El capitalismo usó a fondo las posibilidades del armamentismo, del desarrollo parasitario, de los capitales ficticios, del desenvolvimiento artificial de las naciones atrasadas para crear mercados para sus capitales y mercancías, de manera sistemática, agotando en ese proceso sus recursos.


 


La crisis es estructural: puede haber auges y recesos productivos, pero no una nueva expansión histórica de las fuerzas productivas. La expansión económica de Reagan fue la primera en la cual, en las metrópolis, no hubo absorción de los parados sino aumento del desempleo. La precariedad de las soluciones transitorias se pone de relieve en la debilidad de los planes de estabilización, como lo demuestra la reciente crisis mexicana, sus reflejos en toda América Latina, y también mundiales. La perspectiva de un colapso de las finanzas internacionales a partir de un país que poco pesa en la arena económica internacional no sólo evidencia la enorme conexión entre todos los sistemas económicos y financieros. El hecho de que la crisis de un eslabón pequeño amenace a toda la cadena sólo es posible en condiciones de crisis extrema de toda la cadena.


 


Un resfrío, en un individuo sano, no provoca problemas mayores. En un enfermo crónico o terminal, puede provocarle hasta la muerte.


La ‘estabilización' no resolvió ninguno de los problemas existentes: desempleo y deuda externa están más altos que nunca, a pesar de las privatizaciones y refinanciaciones tipo Plan Brady. Hay nuevamente una situación de cese de pagos. El capitalismo no puede sobrevivir sin producir crisis cada vez más intensas y profundas.


 


“Flexibilización", “calidad total", “tercerización", no concretan la "sustitución de un paradigma tecnológico por otro", configurando un nuevo desarrollo histórico de las fuerzas productivas. Que la informática avance por medio de la “flexibilidad" y la precariedad, revela que se trata de un recurso para aumentar la superexplotación. Al intensificar (en extensión y profundidad) la jornada de trabajo, y favorecer, en escala más amplia todavía, la reintroducción de formas antediluvianas y atrasadas de explotación del trabajo, revela que se trata de un medio del capital para adaptarse a su propia crisis, multiplicando los recursos para obtener superbeneficios.


 


Contra ese proceso, crecen las movilizaciones obreras en todo el mundo; especialmente en los países imperialistas (por la estabilidad laboral y la reducción de la jornada de trabajo), y en todo el mundo contra la destrucción de las conquistas sociales, con el notable ejemplo de las grandes movilizaciones en defensa de la seguridad y la previsión social (¡Francia!).


 


La resistencia al descargue de la crisis en las espaldas de los trabajadores es el fundamento último de las crisis recurrentes de los regímenes políticos, sobre todo en los países imperialistas: descomposición de los regímenes italiano y japonés, derrota de Bush en los EE.UU. (¡después de la ‘'victoria" del Golfo!), que señaló el fin de la “revolución conservadora”, y ahora de Clinton; desgaste general de todos los gobiernos. La maduración de las condiciones objetivas y subjetivas entra en contradicción cada vez mayor con la ausencia del partido revolucionario.


 


Vigencia del Trotskismo


 


Después de la muerte de Trotsky, el programa trotskista recibió, en sus líneas estratégicas, su total confirmación: 1) En los países atrasados, la revolución sólo fue victoriosa en aquellos en que se operó el paso de la revolución democrática hacia la socialista, o sea, hacia la expropiación del capital (China, Cuba); 2) contra teóricos de todos los credos y colores, la revolución obrera probó también su vigencia objetiva en las metrópolis imperialistas (desde la inmediata posguerra hasta la revolución portuguesa, pasando por el Mayo francés), esto es, su vigencia mundial; 3) los Frentes Populares probaron ser una política de derrota, de aborto de la revolución y hasta de victoria fascista: toda Europa occidental en la posguerra, Portugal, Chile 1970-73, Nicaragua en la década del 80, Indonesia en la década del 60, etc.; 4) en ausencia de una dirección revolucionaria internacional, dirigente o inserta en los principales sectores del proletariado y los explotados del mundo todo, los procesos revolucionarios abortaron o, cuando victoriosos en el plano nacional, no dieron inicio a la revolución mundial o a su extensión continental, lo que los condujo a una impasse o degeneración; 5) la burocratización de los Estados Obreros condujo a esas sociedades a un completo impasse. La búsqueda de reformas que les diesen salida sin tocar las bases del dominio burocrático abrió paso hacia situaciones que dejan cara a cara las alternativas de la revolución y la contrarrevolución.


 


Que la victoria póstuma de Trotsky sea, por ahora, apenas teórica, no política, no justifica a las corrientes de izquierda que hablan del fracaso del trotskismo, cuando ellas no pueden siquiera vanagloriarse de victorias teóricas (al contrario, sólo pueden contabilizar fracasos espectaculares en ese plano). Son las mismas corrientes que saludaban la caída del “muro de la vergüenza” durante el día y lloraban la “muerte del socialismo" por la noche, lo que muestra su completo anacronismo. Sólo el programa trotskista integra la lucha antiburocrática en la perspectiva de la revolución anticapitalista y proletaria mundial: es actualmente el único programa que defiende explícitamente la perspectiva histórica del socialismo, lo que constituye, en sí, su victoria y justificación históricas.


 


La actualidad de Trotsky consiste en la constatación de que las líneas básicas del desarrollo contemporáneo confirman las matrices del programa trotskista. A partir de ese reconocimiento se pueden determinar las líneas estratégicas de una corriente revolucionaria internacional, que son las del programa de la IVa Internacional. En los últimos 60 años, las premisas históricas del internacionalismo proletario se desarrollaron como nunca: la incapacidad del capitalismo para superar el antagonismo entre el desarrollo internacional de las fuerzas productivas y los Estados nacionales, la incapacidad de la burocracia para construir el “socialismo en un solo país”, la incapacidad del nacionalismo burgués y pequeñoburgués en llevar a la práctica la autonomía nacional.


 


Sólo la revolución proletaria puede dar una salida progresista a la crisis mundial, en condiciones en que, de todas las tendencias políticas que nacieron como consecuencia de la crisis de dirección de la clase obrera, sólo la IVa Internacional mantuvo su vigencia como programa político, que se transformó en el hilo ideológico de la recomposición del movimiento obrero internacional.


 


La IVa Internacional


 


La explicación más vulgar acerca de la crisis de la IVa Internacional (o sea, de que ella no se transformara, después de la II Guerra, como supusiera Trotsky, en la organización y bandera de millones de trabajadores) fue la resumida por el morenismo: el asesinato de Trotsky y de varios de sus principales dirigentes durante la II Guerra, habría dejado a la IVa acéfala, dirigida por gente joven y/o inexperta, que no supo transformarla en organización de masas. Además de subjetiva, por situar en su centro un problema 'generacional', esta explicación escamotea todos los problemas políticos y programáticos encontrados por la Internacional.


 


Por ser superficial, desprecia a las organizaciones y militantes que combatieron durante la II Guerra bajo una línea de principios (12), que pusieron en pie al secretariado europeo de la IVa, en 1942, en las propias barbas de los ejércitos nazi-fascistas, los únicos que lucharon para transformar la guerra imperialista en guerra civil, defendiendo el "militarismo revolucionario", y que desarrollaron una actividad clandestina favorable a la confraternización revolucionaria de los soldados del ejército nazi y las poblaciones ocupadas.


 


Los historiadores de hoy quedan estupefactos frente a la vitalidad de la prensa trotskista clandestina en la Europa nazi-fascista, y frente a la declaración distribuida masivamente en 1944, ante el desembarque de las tropas aliadas, dirigida a los “trabajadores de Europa" y a los “soldados alemanes y aliados": “Con extrema violencia, las fuerzas de los imperialistas americanos e ingleses, voluntariamente dejadas largo tiempo en la inacción, para debilitar simultáneamente a Alemania y a la URSS, tornando a Europa incapaz por agotamiento de resistir a su dominación, se lanzan ahora al asalto para obtener la victoria. Después de alimentar la máquina de guerra nazi contra la URSS… asistido sonrientes al aplastamiento de Europa bajo la bota de Hitler… destruido con bombardeos masivos las ciudades más populosas, los financistas yanquis e ingleses, los grandes banqueros e industriales creen ahora llegado el momento oportuno para consolidar sus ganancias. La victoria de los 'aliados' es la sujeción de Europa: es una monstruosa mentira decir que los que oprimen en sus colonias a más de 500 millones de hombres… puedan ahora traer la libertad a los pueblos de Europa. Que los que combaten a sus propios huelguistas con la policía, el ejército y las prisiones, puedan garantizar al proletariado europeo las libertades democráticas… En lugar de Hitler, Laval, Quisling, de su Gestapo y SS, de su policía y de su Milicia, ellos les envían Eisenhower y sus generales, que se proponen durante todo un período asumir el gobierno de los países ‘liberados’… ¡Únicamente vuestra acción puede hacerlos recular!”(13).


 


El propio Trotsky, en su último documento público, destacó el papel revolucionario de la IVa durante la guerra:


“La inmensa mayoría de nuestros camaradas en los distintos países ha resistido la primera prueba de la guerra. Este hecho es de una significación inestimable para el futuro de la IVa Internacional. Todo miembro de nuestra organización no sólo tiene títulos, sino que está obligado a considerarse, en adelante, como un oficial del ejército revolucionario que se creará en el fuego de los acontecimientos… Un solo revolucionario en una fábrica, en una mina, en un sindicato, en un regimiento, en un buque de guerra, vale infinitamente más que cientos de pequeñoburgueses pseudo-revolucio-narios estofando en su propia salsa" (14). En su informe organizativo a la Conferencia Europea de la IVa (1946), el representante del Comité Ejecutivo Internacional (Sherry Mangan) registraba la sobrevivencia de casi todas las secciones nacionales en las difíciles condiciones de la guerra, y su crecimiento en el año inmediato posterior.


 


La crisis política


 


En el cuadro de una orientación y de una acción revolucionarias, los trotskistas, no obstante, enfrentaron serios problemas políticos que no consiguieron resolver, a nivel de cada país, ni a nivel de una orientación política mundial. Para Trotsky, la IVa estaba mejor armada que el bolchevismo, poseía un programa más sólido que ni la represión ni la guerra impedirían que se transformase en el eje que ayudaría a la IVa a convertirse en un gran partido revolucionario, que aprovechase la guerra para la victoria de la revolución: “No fue eso lo que sucedió, sino la confusión y las disputas en las filas de la IVa durante la guerra. Sectores de la IVa, y de su propia dirección, comenzaron a defender consignas de liberación nacional para países imperialistas, como Francia e Italia, sin ver que el hecho de que esos países ya fuesen imperialistas no daba un papel de primer plano a la agitación nacional en ellos, aunque estuviesen ocupados por el nazismo. La cuestión nacional estaba planteada sí en las colonias y semicolonias. Había que tener en cuenta la mentalidad de los obreros en cada país para imponer un viraje estratégico en la guerra. Otro error fue la no participación, en general, de los trotskistas en la lucha armada. Sustentando que la guerra mundial profundizaba la lucha de clases, decían que la lucha armada no lo era, como si la lucha de clases en un período bélico pudiese ser hecha sin armas. Los trotskistas mantuvieron el ideal revolucionario, el internacionalismo proletario, en los límites de una ideología. Dejaron para las generaciones futuras una memoria imborrable por ese motivo, pero salieron debilitados de la mayor crisis del capitalismo mundial por no haber actuado correctamente frente a los problemas políticos, a pesar de que Trotsky procuró analizarlos cuidadosamente, no pudiendo completar la tarea debido a su asesinato por el stalinismo. Los problemas también se manifestaron en la posguerra, que para los trotskistas no comportaba la posibilidad de un aggiornamento de los regímenes burgueses, o sea, la contrarrevolución bajo facciones democráticas. Los gobiernos imperialistas democráticos, decían, rápidamente se transformarían en dictaduras totalitarias: había ejemplos que lo corroboraban.


 


El imperialismo yanqui, para invadir el norte de África, hizo un acuerdo con un notorio fascista francés, el general Darían, que se volvió ‘demócrata’. Las revueltas coloniales en los imperios ‘democráticos' fueron ahogadas en sangre: el día de la liberación de París de los nazis —hoy festejado en todo el mundo—, los mismos franceses asesinaban en masa, a los pueblos coloniales en Argelia y Madagascar. Pero había que tener en cuenta que la guerra no terminó como lo querían los imperialismos: hubo revoluciones, y el Ejército Rojo consiguió, a pesar del stalinismo, derrotar al nazismo en un esfuerzo impresionante de la clase obrera y el campesinado soviéticos, con guerrillas y la defensa heroica de las ciudades. Fueron golpes fundamentales recibidos por el imperialismo: no había, entonces, condiciones para la implantación inmediata de regímenes totalitarios. No percibiendo esto, los trotskistas no aprovecharon como se debía la apertura democrática planteada al final de la guerra” (15).


 


En una declaración de enero de 1945, la IVa afirmaba que "una era democrática intermedia relativamente estable y larga hasta el triunfo definitivo de la revolución socialista o del fascismo se revela imposible". Todavía en 1948, Emest Mandel polemizaba contra Tony Cliff (dirigente de la sección inglesa) sustentando que un nuevo período de crecimiento económico capitalista era completamente imposible (pecado del que Mandel se 'redimió' defendiendo después, durante toda una vida, lo contrario). La perspectiva internacional trazada en la posguerra era igualmente simplificadora: “Una IIIa Guerra Mundial, bajo la forma de un ataque del imperialismo mundial, bajo dirección americana, contra la URSS, es inevitable si revoluciones socialistas victoriosas no se producen antes” (16). Una ‘apertura ’ (ya visible en los acuerdos de Yalta y de Potsdam) era también imposible, para la IVa Internacional, en el plano internacional.


 


Balance y empirismo


 


Para Mandel, las razones del fracaso son objetivas y subjetivas: “El ascenso internacional se produjo, más amplio que después de la Ia Guerra, si incluimos a Inglaterra entre los países que deseaban una transformación socialista inmediata en 1944-45. Pero sus fuerzas eran más confusas desde el punto de vista político, más manipulables entonces por los aparatos tradicionales. La interacción entre esos dos factores dio por resultado el freno mucho más rápido del ascenso revolucionario, y su amplitud política mucho menor que la que siguió a la Ia Guerra Mundial. Trotsky había subestimado lo que llamo la ruptura de continuidad de la tradición socialista revolucionaria” (17).


 


Además de introducir elementos de difícil evaluación, esta explicación adolece del defecto de impedir un balance de la política de la IVa, incurriendo en el errordenunciado por Trotsky en Clase, Partido y Dirección: responsabilizar a la clase por los errores de sus direcciones, reales o potenciales. En su versión gemela-conservadora (el lambertismo), la 'confusión' fue transformada en ‘ley': la del pasaje obligatorio (sic) del ascenso revolucionario por las “organizaciones tradicionales”. El Secretariado Unificado de la IVa completó el subjetivismo mandeliano con una explicación ‘objetivista’: “Las razones de la existencia minoritaria de la IVa son de orden objetivo. Resultan de las consecuencias de la guerra mundial, de la consolidación temporaria de la burocracia staliniana en la URSS, del bajo nivel de actividad del proletariado en los países determinantes, la URSS y los EE.UU.”(18). Lo que era "baja consciencia” en un cuadro revolucionario, se transforma en "baja actividad" en un cuadro de estabilidad.


 


El problema, sin embargo, no son los errores, sino la incapacidad de enfrentarlos y, a partir de ahí, superarlos. El IIo Congreso Mundial de la IVa, en 1948, liquidó el problema del balance de 10 años de actividad, desde la fundación, pasando por la IIa Guerra, el ascenso revolucionario y el inicio de la “guerra fría" y todo el resto, ¡en apenas una hora de informe y discusión! Este empirismo ciego fue el caldo de cultivo para todo tipo de imposiciones burocráticas, como sucedería con el programa ‘pablista' aprobado en el lll21 Congreso Mundial (1951). Este panorama mide la falacia de la afirmación lambertista, según la cual antes de ese Congreso “la dirección internacional actuaba como un auténtico centro político, y no solamente como un marco administrativo u organizativo. En relación a los problemas vitales de la revolución y la contrarrevolución, la política trotskista era una, en relación a una orientación definida a escala internacional e inscrita en la lucha, en cada país, por la construcción de secciones de la nueva Internacional, en que seleccionaban las fuerzas que compondrían la IVa Internacional y se trazaban sus fronteras”(19).


 


Nuestra corriente nació exactamente de la lucha contra ese empirismo ciego y su secuela inevitable de manifestaciones oportunistas: “Durante la guerra la vanguardia del leninismo-trotskismo es liquidada. Algunos —Abraham León— por el hitlerismo. Otros —León Trotsky— por el stalinismo. Es un golpe muy duro para la corriente trotskista internacional. En este marco, los sectores más alejados de la lucha revolucionaria que había dentro del trotskismo le imprimen un curso hacia la derecha. El ala yanqui de la IVa toma la posición del pacifismo ‘socialista’ frente a la IIa Guerra y, bajo su responsabilidad, en nombre de toda la Internacional; esta posición repudia la justísima posición de la IVa frente a la guerra sostenida en el Programa de Transición y hasta la muerte de León Trotsky. La tremenda debilidad del trotskismo, sin militantes y sin organización, anula su rol en la crisis revolucionaria de la guerra; los elementos más oportunistas levantan cabeza e imponen su rumbo. Bajo estas condiciones, las secciones trotskistas nacionales, libradas a su propia fuerza, siguen un camino contradictorio y desigual en la evolución de la crisis. Las claudicaciones siguen pautas estrechamente nacionales y responden al predominio de las fuerzas centrífugas y oportunistas en la escala de la corriente internacional. Por ello, en


la renuncia a un examen a fondo de este pasado, reside, en lo fundamental, el oportunismo del congreso último de reunificación de la IVa Internacional (1963, que dio origen al Secretariado Unificado)” (20).


 


Lo sorprendente en el desvío ‘pablista' (la atribución de un papel revolucionario objetivo a la burocracia rusa, justificado exactamente en función de la inminencia de la guerra mundial, papel que se negaba al proletariado mundial, condenado a furgón de cola de la burocracia) es la facilidad con que se impuso a nivel de casi toda la Internacional, lo que habla de una actividad concentrada en problemas estrechamente nacionales, y de una burocratización incipiente del aparato internacional. Fue éste el punto de vista defendido por quienes combatieron al ‘pablismo’ desde el inicio: “La Internacional entera había hecho los mayores sacrificios desde 1944 para permitir la edificación de la dirección actual, a partir de la especialización de un cierto número de cama-radas en el trabajo internacional. Pero estos últimos, cuya selección fue muy artificial, alejándose de la actividad de las secciones, que en el mismo período se lanzaban cada vez más en el trabajo de masas, se expusieron a la presión de fuerzas hostiles a nuestro movimiento. La nueva dirección debe ser reconstruida no por la especialización de algunos camaradas, sino por una participación cada vez más activa de todas las secciones en la vida de la Internacional. Sólo por una vida política intensa de la Internacional, y no por alguna medida estatutaria (aunque ellas sean necesarias) el peligro de una nueva degeneración de la dirección internacional puede ser alejado. Cuanto más las secciones echan raíces en las masas de su propio país, más sienten la necesidad de participación internacional, para las propias necesidades de su trabajo de masas. Los miembros de la dirección internacional no deben estar suspendidos en el aire, sin responsabilidades reales frente al movimiento y las masas. No deben ser seleccionados según criterios artificiales (disponibilidad, selección en la lucha de tendencias, etc.), no deben ser más ‘emigrados profesionales’, sino representantes efectivos de sus secciones, expresión de la actividad trotskista en las masas y no sólo de las ideas trotskistas" (21).


 


La desintegración organizativa de la IVa se liga, como lo afirmó correctamente el Comité Internacional surgido en 1953, ‘‘al desarrollo del revisionismo en liquidacionismo”. Posteriormente, el pablismo pasó a ser considerado apenas un "desvío ideológico' por quienes asumieron el ‘antipablismo' como un pretexto para maniobras diplomáticas, que apenas escondían lo que en realidad no pasaba de una disputa de aparatos: “La reconstrucción de la IVa Internacional naufragó en los 25 años pasados, después de la crisis de 1951-53, porque las tendencias que levantaron la bandera de lucha contra el pablismo se organizaron en un cuadro político que poseía como eje de referencia la supuesta regeneración del revisionismo. Para preservar ese eje y sus consecuentes maniobras de unificación, organizaron un cuadro federativista, que cuestionaba el principio elemental del centralismo democrático. Así fue con el SWP y el ex-Comité Internacional antes de 1963, con la OCI y Healy hasta 1971, y con el CORCI desde su fundación. La característica común de negar un trabajo basado en el centralismo mal escondía la voluntad de llegar a un acuerdo con el revisionismo en la primera oportunidad. Fue la determinación de los revisionistas de mantenerse como organización centralizada, frente al federativismo de sus opositores, lo que garantizó su sobrevivencia. La tan anunciada continuidad de la IVa Internacional de que se enorgullecen los Lambert y Cía., está desmentida por el hecho de que es imposible conservar el hilo de la continuidad revolucionaria internacional en una federación de debates”(22).


 


La corriente directamente oriunda del revisionismo pablista tiene la ventaja, sobre el revisionismo vergonzante e inconfeso de las otras, de llevar la revisión hasta las últimas consecuencias, negando la piedra angular del programa trotskista. Según su principal dirigente actual: “La crisis de dirección revolucionaria… no se reduce más a una crisis de la vanguardia y a la necesidad de reemplazar a las direcciones tradicionales quebradas por un sustituto intacto. Lo que se plantea es la reorganización social, sindical y política del movimiento obrero y sus aliados a escala planetaria"(23). Oponer esta “reorganización” a la crisis de dirección — siendo que Trotsky nunca planteó sustituir lá dirección de organizaciones que permanecerían tan burocráticas cuanto lo eran— significa tomar una posición fuera de las organizaciones del movimiento obrero y de las masas.


 


Por una Tendencia Trotskista Internacional


 


La reconstrucción de la IVa Internacional está planteada simultáneamente por la vigencia de su programa y por el pasaje de las corrientes internacionales ‘trotskistas’ hacia la concepción que, para no abusar de citas ni de la paciencia del lector, está resumida en la sentencia de ese compendio cultivado de todos los lugares comunes de la izquierda que es el famoso historiador Eric J. Hobsbawm: “1989… significó el fin de una era en que la historia mundial giraba en torno de la Revolución de Octubre" (24), o sea, la idea de que se cerró la época de la revolución socialista mundial.


 


En el actual período político, esa idea converge con la política democratizante impulsada por el propio imperialismo, puesto en una situación estratégicamente defensiva, necesitando por eso de todos sus puntos de apoyo políticos (contenido real del 'democratismo' imperialista). En la corriente revisionista confesa, esa convergencia fue lanzada por la defensa de la dictadura del proletariado como una extensión y ampliación de las libertades democráticas existentes bajo el régimen burgués (25) (o, como afirmó su sección francesa en 1978, “la política revolucionaria es la política de la democracia obrera"), para transformarse después en abandono puro y simple de esa noción cardinal del marxismo y, por ende, de la propia idea de partido revolucionario.


 


En su variante ‘izquierdista’ (las diversas fracciones oriundas del morenismo), la revisión pasó por la defensa del socialismo con democracia”, en el que se niega el papel dirigente del partido. La Revolución de Octubre fue presentada como producto de una decisión de los soviets aceptada por el bolchevismo, cuando en verdad la insurrección no fue ejecutada por las masas, aunque éstas estaban movilizadas en los lugares de trabajo, donde se pronunciaban a favor o en contra de la política del nuevo gobierno revolucionario. Estas millones de personas aprobaron el golpe de estado ejecutado por Lenin y el bolchevismo, y estaban dispuestas a sustentarlo y defenderlo con armas en la mano si fuese necesario, como lo hicieron en la sangrienta guerra civil posterior. Que esta corriente evolucione ahora hacia una negación del carácter revolucionario de Octubre, no significa que no se deba combatir una concepción que, oponiéndose superficialmente al "partido único" stalinista, concluye profundamente negando la función del partido revolucionario, en nombre de una ‘democracia’, inclusive soviética.


 


Los soviets, sin embargo, no contienen la llave del poder. Son una estructura de doble poder y, en este sentido, plantean la cuestión del poder. Esta no puede ser regulada en el seno de los soviets por el desarrollo pacífico de su forma democrática. Creer en eso es adherir a una comprensión pacifista-democratista de la revolución proletaria, que fue probada negativamente en diversas experiencias históricas (China 1927, Alemania 1919, España 1937, etc.): en ellas, el movimiento revolucionario tenía el poder de hecho, pero permitió que le fuese violentamente arrebatado, porque no supo salir de la dualidad de poder y destruir el aparato del Estado burgués. En materia de revolución, la democracia no es un criterio decisivo. Por eso Lenin, considerando los soviets como una forma superior de democracia, los encaraba desde el punto de vista de la insurreción y los definía como formas de combate. Los soviets prefiguran el Estado obrero, no abstractamente en términos de democracia, sino concretamente en términos de destrucción del aparato del Estado burgués.


 


Partido y Revolución


 


La cuestión del partido revolucionario se plantea frente a la emergencia de situaciones revolucionarias, que tienen un carácter objetivo, esto es, independiente de la voluntad de partidos y clases en pugna. La situación revolucionaria es, en última instancia, el producto de la contradicción irreconciliable entre las fuerzas productivas que se desarrollan sobre una base capitalista y las relaciones de producción, contradicción llegada a un punto de madurez. La situación revolucionaria es el resultado de la incapacidad del capitalismo en contrarrestar históricamente la tendencia a la caída de la tasa de ganancia, fundamento del actual régimen social.


 


Las corrientes políticas nacionalistas, socialdemócratas, fascistas o frente-populistas, no son otra cosa que tentativas excepcionales de superar las contradicciones mortales del capitalismo dentro de los marcos de éste. Son tentativas para evitar el pasaje a una situación revolucionaria y a la revolución, procurando remontar o contrarrestar la tendencia histórica hacia el hundimiento capitalista con medidas políticas de excepción. En lugar de declarar el automatismo de la formación de situaciones revolucionarias, es necesario poner de relieve el papel del factor consciente y la delimitación clara con los movimientos políticos que el imperialismo utiliza como recursos últimos de sobrevivencia. La cuestión de la situación revolucionaria se concentra en la calidad política del programa revolucionario.


En la actualidad, no sólo respecto a los países imperialistas y semicoloniales, el ritmo de desarrollo revolucionario es desigual. También lo es respecto al desarrollo de la lucha en los ex ‘países socialistas', sus contradicciones y movilizaciones antiburocráticas. La unidad mundial que constituye el Proceso de la revolución no resulta de un desarrollo espontáneo, sino que requiere la acción consciente de la vanguardia mundialmente organizada.


 


La tendencia política del movimiento obrero a reagrupar-Se políticamente sobre nuevos ejes está presente en la situación internacional, lo que pone sobre el tapete la cuestión del partido y de la Internacional. Si esa cuestión se pone er> evidencia en las frecuentes explosiones sociales protagonizadas por el proletariado y la juventud de diversos Países, ella está particularmente presente en los dos proletariados más poderosos del planeta.


 


En la ex-URSS, por la crisis mortal del stalinismo, por las osadas formas de lucha adoptadas en los momentos álgidos (comités de huelga permanentes) y por el lento desplazamiento hacia la izquierda de las masas. En los EE.UU., por la crisis de las organizaciones sindicales, el crecimiento de las luchas obreras, en especial de los trabajadores negros, por la elección de una nueva dirección (burocrática) ‘de izquierda' en la AFL-CIO, y hasta el surgimiento de un movimiento incipiente, y confuso, que plantea la cuestión de un Partido Laborista (26).


 


La lucha del PO en Argentina tiene proyección internacional. El inicio de un reagrupamiento en ese plano, con grupos y organizaciones revolucionariamente diferenciados del pablismo, del lambertismo y del lorismo, abre enormes perspectivas si consigue expresar programáticamente, a fondo, el proceso mundial.


 


 


Notas:


1. León Trotsky. Oeuvres, París, ILT, v.2, p. 193.


2. León Trotsky. Bolchevismo y Stalinismo, Buenos Aires, El Yunque, 1974, p. 9.


3. Pierre Broue. Los Trotskistas en la URSS, Buenos Aires, Rebelión, s.d.p., p. 90.


4. León Trotsky. Cómo Stalin derrotó a la oposición. Escritos, 1935-36, Bogotá, Pluma, 1976, p.3.


5. Ernest Mandel. Wliat is Trotskyism?, Londres, Red Books, 1975, p. 16.


6. León Trotsky. Stalin. El Gran Organizador de Derrotas. Buenos Aires, El Yunque, 1974. p. 80.


7. Idem. pp. 94-95.


8. Andrés Romero. Después del Estalinismo. Buenos Aires, Antídoto, 1995, pp. 23-25.


9. Michael Kidron. El Capitalismo Occidental de Posguerra, Madrid. Guadarrama, 1971, p. 21.


10. Jorge Altamira. La Crisis Mundial, En Defensa del Marxismo, n" 4, Buenos Aires, setiembre 1992.


11. Jorge Altamira. ¿En vísperas de otro crac financiero internacional?. Prensa Obrera 483, Buenos Aires, 29 de febrero 1996.


12. Cf. Declaración de los Comunistas en Buchenwald. En Defensa del Marxismo, n” 8, Buenos Aires, setiembre 1995.


13. Declaración del CE Europeo de la IVaInternacional, junio 1944.


14. La Guerra Imperialista y la Revolución Mundial Proletaria, Buenos Aires, Acción Obrera. 1940, p. 32.


15. Jorge Altamira. A II Guerra Mundial e o Papel da Esquerda, in: O. Coggiola. A Segunda Guerra Mundial. Um Balando Histórico, Sao Paulo. Xama, 1995.


16. Documents et Résolutions du lie. Congrés Mondial de la IVac Internationale, Quatriéme Internationale, n" 3-4-5, París, marzo 1948.


17. Ernest Mandel. Actualité du Trotskisme, Critique Commu-niste n° 25, París, noviembre 1978.


18. La recomposición del movimiento obrero y la construcción de la IVa Internacional, XII Congreso Mundial de la IVa Internacional, 1985.


19. OCI. Crisis y Reconstrucción de la IVa Internacional, 1976.


20. Jorge Altamira. Vigencia y continuidad histórica del leninismo-trotskismo. Política Obrera n" 4, Buenos Aires, marzo 1965.


21. Documents de 1953 sur la scission dans la I Ve. Internationale, Cahiers du CERMTRI n" 47. París, diciembre 1987.


22. TCI. Sobre la división del SU y la formación del Comité Paritario, diciembre 1975.


23. Daniel Bensaíd. Entre Histoire et Mémoire, in: F. Moreau, Combáis et Débats de la IVe. Internationale. Boisbriand, Vent d’Ouest, 1993, p. 31.


24. Hobsbawm. Adeus a tudo aquilo. in: R. Blackburn. Depois da Queda. Rio de Janeiro, Paz e Terra. 1992. p. 93.


25. SU de la IVa Internacional. Democracia Socialista y Dictadura del Proletariado. 1987.


26. Ver: J. Martín. Nueva dirección en la AFL-CIO. Prensa Obrera n" 473. Buenos Aires. 14 de noviembre 1995; y l Morgan. Vers un Parti Ouvrier aux États-Unis?. Le Marxisine Aujourd’hui, n" 8. La Tronche, diciembre 1991.


 

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