Genocidio y trabajo esclavo en la URSS stalinista


La envergadura de los crímenes del stalinismo y hasta su propia existencia fueron, durante muchos años motivo de controversia. La existencia de una política de exterminio en masa de sectores enteros de la población, la deportación de millones de personas, la instalación de campos de concentración en una medida apenas comparable con la del nazismo; el ensañamiento, la tortura y el asesinato de centenares de miles de opositores, la fundación de colonias de asentamiento en las cuales se confinaba en masa a trabajadores y campesinos, el exilio forzado a los confines del planeta, la implantación de un gigantesco sistema de producción sobre la base del trabajo semiesclavo; en definitiva, la conformación del mayor Estado policial terrorista conocido por la historia humana fue negado durante décadas por la burocracia del Kremlin. El imperialismo colaboró en esta tarea al pactar con el propio Stalin, hacia el final de la posguerra, el aplastamiento de la revolución europea y alemana y la división del mundo en "áreas de influencia”.


 


La campaña de ‘desestalinización’ promovida a partir de la muerte de Stalin en 1953 no contribuyó a esclarecer el punto. Más allá de las denuncias genéricas, el régimen de Khruschev y sus sucesores continuaron manteniendo como "secreto de Estado” la información relativa a la barbarie asesina de los años previos. No hubo, por supuesto, ni juicio ni castigo, sino que se recicló el propio aparato represivo, mientras se mantenía la persecución implacable contra los opositores. Las denuncias y el combate de Trotsky y sus compañeros, el esfuerzo de militantes y, también, de historiadores e investigadores, impidió que la cuestión quedara en el olvido. Desde entonces, fueron publicados diversos artículos y trabajos dando cuenta de la dimensión alcanzada por la represión soviética.


 


La extensión del terror stalinista la pone de relieve el hecho de que el debate respecto a los crímenes en la URSS en los terribles años 30, oscilaba en establecer un 'mínimo' de 5 millones y medio y un ‘máximo’ de 10 millones de asesinados por la represión. Esto, sin embargo, no incluía los resultados del proceso de la denominada “colectivización forzosa" del campo soviético, impuesta también desde los inicios de la década del treinta y que sumó una cantidad de víctimas del orden de las anteriores, pero, en este caso, como consecuencia de la enorme hambruna provocada por la política oficial. Pero, además, ¿cómo no incluir en la tenebrosa cuenta, a las decenas de millones de muertes provocadas por la indefensión de la URSS ante la invasión nazi? Stalin acababa, entonces, de ‘purgar’ a la cúpula del Ejército Rojo y desconocía todas las advertencias sobre los propósitos bélicos de Hitler, con quien, a su vez, había celebrado un pacto de ‘amistad’, poco antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial.


 


La "cuantificación" de la cruzada criminal del stalinismo se desenvolvió siempre por la vía de datos y registros indirectos. No hay que olvidar que el gobierno de la URSS primero ocultó, y más tarde, destruyó los informes del censo realizado en 1937. La razón es que la magnitud de su empresa de exterminio había provocado un cambio en el tamaño y composición de la demografía en la Unión Soviética.


 


Por este mismo motivo, las estimaciones sobre la cantidad de millones de muertos y asesinados del país se fueron haciendo mediante aproximaciones sucesivas en torno al concepto de “exceso de muertes", es decir, lo que resultaba de comparar las cifras relativas a la mortalidad de la población general en un determinado período en relación con las tasas respectivas del pasado inmediato o de los agolpamientos de población sometidos directamente a la carnicería oficial.


 


Las cifras de la barbarie


 


A partir de 1989, comenzaron a abrirse progresivamente los archivos de la NKVD, los servicios de represión interna de la burocracia soviética, previamente denominada GPU. Fue posible, entonces, cotejar las apreciaciones formuladas con anterioridad con la nueva y valiosa información obtenida de los archivos oficiales del régimen. Un artículo reciente, publicado en inglés y desconocido en nuestro idioma (R. W. Davies: "Torced Labour Under Stalin: The Archive Revelations"), acaba de realizar un balance de este trabajo efectuado en los últimos años. Según el autor, "los datos de los archivos soviéticos han suministrado una sólida base estadística para esclarecer los viejos debates, aunque esto no sea aún aceptado integralmente por los diversos participantes en la discusión”.


 


Aunque, como veremos, el relevamiento que formula Davies aparece formulado con rigor, su objetivo es, en particular, estimar la dimensión del llamado “sistema de trabajo forzado bajo Stalin", aludiendo a las formas compulsivas y semiesclavas bajo las cuales el dictador soviético colocó a una proporción gigantesca de la población encarcelada, recluida o exiliada en campos y colonias. Tal sistema, se indica desde el principio mismo del artículo, fue desarrollado en "una escala masiva" desde los primeros años de la década del 30, y su expansión continuó hasta la muerte de Stalin en 1953, cuando comenzó a ser desmantelado.


 


Los cuatro componentes principales de esta red represiva eran: a) las prisiones; b) los campos de concentración, cuya denominación fue cambiada después de haber sido instalados, por la de “campos de trabajo"; c) las llamadas "colonias de trabajo", en las cuales se internaba a prisioneros sancionados con una pena máxima de 3 años; d) los asentamientos especiales, también conocidos como "asentamientos de trabajo”, en los cuales se internaba a los exilados por el régimen. El total de personas afectadas por este ‘sistema’ pasó de 2 millones y medio de personas en 1933, a casi 3 millones y medio en 1939, y alcanzó su pico en 1953 con un total de prisioneros, internados y exiliados de 5 millones y medio de trabajadores. El detalle de este “sistema de trabajo forzado” aparece en el siguiente cuadro:


 


Número de personas detenidas, confinadas o exiliadas en el régimen stalinista: (miles de personas)


 


                                     -1933    – 1937   – 1939       – 1941   – 1953


Prisiones                -800545355488      – 276


Campos334       821       1.718     1.501  1.728


Colonias240        375       516        429       741


Asentamientos   -1.142   – 917        – 939       930        2.754


Total2.516  – 2.658    – 3.528   – 3.348   – 5.499


 


Los opositores de todo tipo tenían como destino las prisiones y campos de concentración. En los asentamientos eran recluidas familias enteras, y en ellos la mayoría de los exilados eran menores de 17 años, que abarcaban el 40% del total, mientras que las mujeres y los hombres completaban, en porcentajes similares, el resto de la población. En su mayoría, en una primera época, la mayoría de los deportados a los “asentamientos” eran familias campesinas. Más tarde, fueron incluidos en las deportaciones contingentes muy numerosos de población de nacionalidades oprimidas a todo lo largo y ancho del extenso territorio soviético, desde polacos de la región occidental, pasando por minorías de origen báltico y germánico, hasta coreanos del extremo este del país.


 


El número de exiliados, sin embargo, supera la cifra del cuadro, porque algunos de ellos no eran directamente recluidos en asentamientos sino que se les exigía vivir en una cierta ciudad o región, alejados del lugar original de residencia. Pero, además, una gran cantidad de deportados, formalmente "liberados” de campos o colonias de asentamiento, que tenían prohibido regresar a su domicilio primitivo, aparecen como dados de “baja” en la estadística respectiva.


 


El cuarto gran contingente de perseguidos en masa por el stalinismo -luego de las razzias rurales- las minorías nacionales y los miembros de la oposición, fueron los civiles y militares que regresaron al país provenientes de Occidente, al finalizar la segunda guerra mundial. La estimación más rigurosa realizada con anterioridad a la apertura de los archivos secretos de la ex-URSS cifraba en 2 millones de personas a los recluidos o ejecutados al regresar del conflicto bélico. Esta cantidad fue reducida a la mitad por cálculos que algunos historiadores efectuaron más recientemente sobre lo sucedido con alrededor de 4 millones de repatriados, censados en marzo de 1946.


 


Existe coincidencia general, no obstante, que, de conjunto, la totalidad de los repatriados fueron considerados como “sospechosos” por el contacto establecido con la sociedad occidental. Por eso, la represión fue más directa sobre los oficiales del ejército que venían del exterior, prisioneros de guerra que, al retornar, fueron directamente ejecutados, deportados o enviados a batallones con las tareas más riesgosas.


 


Recordemos al respecto, que el jefe de los servicios secretos de Stalin en la Alemania nazi -Leopold Treper- que encabezó una formidable red de espionaje y que alertó sobre la fecha de la invasión nazi a la URSS, fue enviado directamente, cuando regresó, a la prisión de Lubianka, donde estuvo los siguientes diez años de su vida.


 


Muertos y ejecutados


 


La totalidad de los datos volcados en el cuadro no testimonia la dimensión más general de la represión de la época de Stalin por otros motivos, que deben agregarse a los ya señalados. El primero tiene que ver con los muertos y ejecutados y, por lo tanto, no registrados en las cifras sobre encarcelados y confinados ya citadas. Sobre este punto, Davies realiza estimaciones que enseguida veremos. No plantea nada, en cambio, sobre la eventual rotación de la población encarcelada o deportada en prisiones, campos, colonias y asentamientos. Esto significa que el total de personas que fueron objeto de algún tipo de confinamiento debe superar largamente la población de 5 millones y medio registrado en el momento pico, en el año 1953.


 


En lo que respecta al número de muertos, resultado de todo el dispositivo criminal staliniano , se desarrollaron una serie de estudios tomando como base la tasa de mortalidad registrada en las diversas formas de encarcelamiento. Davies cita un trabajo inédito (Stephen Wheatcroft, “Assesing the Victims of Repression -1930-1945-") que, luego de un registro muy cuidadoso, calcula que la tasa de mortalidad en los campos de reclusión stalinistas fue entre cinco veces y media y nueve veces superior a la tasa normal de mortalidad en la población civil. Este dato, sin embargo, también subestima el total de víctimas mortales del “sistema de trabajo forzado", porque excluye lo que el mismo autor indica como "vasta cantidad de personas” que morían en el viaje hacia los campos, colonias o asentamientos. Si tomamos un promedio de las tasas de mortalidad antes señaladas, puede estimarse que las muertes en los centros de confinamiento, que exceden la tasa normal, podrían alcanzar al millón y medio de personas.


 


En los archivos abiertos en el último período, no se encontraron registros sobre el número de ejecutados durante el período stalinista. Un informe de los servicios secretos, conocido con anterioridad, preparado en la época de Khruschev, admite que en la época de la llamada ‘gran purga’, en los años 1937 y 1938, fueron 'ajusticiadas' casi 700.000 personas, sobre un número de 1.345.000 "sentenciados”, en la fase más oprobiosa de los denominados "juicios de Moscú", que terminaron por aniquilar físicamente a todo tipo de oposición. Una serie de evidencias llaman a desconfiar de este informe que indica que en 1942, las ejecuciones habrían sido apenas de 23.000 sentenciados, cuando una carta del entonces ex jefe de la represión stalinista -Beria- datada de 1953, hace referencia a la ejecución de “varias decenas de miles de desertores” en el año antes citado.


 


En contraste, el recorrido de archivos del Ejército rojo que pudieron ser analizados a partir de 1989, permite precisar algunas informaciones relativas a la dimensión que cobró la “purga" en las filas de las fuerzas armadas soviéticas. Según estas cifras, alrededor de 25.000 oficiales del Ejército fueron “depurados” en los años 1937/38, la mayoría de ellos arrestados y un número importante, pero no precisado, directamente ejecutados. La cifra no es muy inferior a los cálculos previamente realizados, pero representa un porcentaje menor del total de la oficialidad, esto porque los archivos han probado que el número total de oficiales del Ejército duplicaba las estimaciones previamente realizadas, llegando a estar integrado por 178.000 hombres en 1938.


En todo caso, la purga afectó especialmente a la cúpula de las fuerzas militares, que en una proporción muy alta fue arrestada y fusilada. Como consecuencia de esto, el cuerpo de oficiales, en las vísperas de la invasión de las tropas de Hitler en 1941, era “mucho menos experimentado que el cuerpo de oficiales de 1936”. Es imposible, en consecuencia, cuantificar el costo de vidas humanas derivado de esta monstruosa sangría. Lo cierto es que la URSS sufrió la mayor pérdida de vidas humanas de todas las naciones envueltas en el conflicto bélico; su número, confirmado por una variedad de estimaciones, es escalofriante: 25/26 millones de víctimas. Y todavía pulula en nuestro país -en el PC, en el Ptp…- esa especie de dinosaurio stalinista que adjudica al ‘papacito’ Stalin el ‘mérito’ de haber defendido a la URSS en la guerra contra el nazismo alemán.


 


Davies no encuentra evidencias de que el total de muertos y ejecutados en la época stalinista sume los 7 millones de personas que varias estimaciones, muchas imprecisas, calculaban en el pasado. Tampoco acepta los cálculos más recientes de algunos historiadores de la ex- URSS, que afirman que el número anterior exagera en hasta diez veces las cifras reales. Resume así su cuenta del horror, aceptando las conclusiones de la investigación realizada por Alec Nove (‘‘Stalinist terror"): al margen de las víctimas de la guerra, hubo 11 millones de muertos como resultado general de la política stalinista. Incluye tanto a las víctimas de la hambruna provocada por la “colectivización forzosa”, como a los millones de muertos producto de las ejecuciones y condiciones de vida existentes en las prisiones, campos, colonias y asentamientos.


 


Trabajo forzoso


 


Muy tempranamente, a partir de 1929, la burocracia del Kremlin se planteó la utilización de la masa de prisioneros y deportados como mano de obra para la ejecución de diversas empresas productivas. En un principio, semejante experiencia fue presentada de un modo cínico como una evidencia de las bondades del socialismo para la “reeducación" de los "criminales”. Más tarde, ya al final de los 30, la prensa oficial eliminó el tema de la propaganda del régimen. En las tinieblas del terror y las purgas stalinistas, siguió operando una vastísima red de explotación del trabajo en condiciones de semiesclavitud bajo la dirección de los servicios de seguridad del régimen. De este modo, en el país de los soviets, la burocracia contrarrevolucionaria creó un enorme aparato de terror que sometió a millones de trabajadores a condiciones de labor compulsiva, sólo comparable a las monstruosidades más extremas de la explotación capitalista.


 


Los datos de los archivos han confirmado los estudios previamente realizados sobre el alcance de este “sistema de trabajo forzado", que tuvieron como base documentos de la década del 40, capturados por los alemanes durante la IIa Guerra. Los nuevos registros han permitido precisar que la envergadura económica —por así llamarla— del dispositivo stalinista masivo de represión fue mayor aún que la conocida hasta el momento. La NKVD era, de este modo, responsable del 25% del producto de la industria de la producción y de una proporción aún mayor de la construcción de nuevos edificios y gigantescas obras públicas. En la vasta región de los Urales, Siberia y el extremo este del país, los prisioneros eran los constructores de fábricas, instalaciones para la explotación minera, ferrocarriles y caminos.


 


Aunque la NKVD era responsable de una pequeña parte del total de la producción industrial del país, el trabajo de los encarcelados y deportados era muy importante en algunas industrias de las áreas más remotas del país. El trabajo forzado -según las evidencias que suministra Davies en su estudio – era decisivo en la producción de aluminio, níquel, otros materiales no ferrosos y oro, que la Unión Soviética producía en grandes cantidades para la exportación. A lo largo de las décadas del 30 y el 40, el “sistema productivo" de la NKVD ocupó un lugar de primera magnitud en la producción y transporte de madera y leña, y también en la fabricación de armamento y municiones, hasta un 15% del producto total de este sector en el gigantesco territorio de la ex-URSS. Naturalmente, los prisioneros de la sucesora de la GPU trabajaban en los lugares más remotos y en las condiciones más sórdidas. Cuando los campos de trabajo forzado en Vorkuta y otras partes de Siberia fueron clausurados en la década del 50, hubo que ofrecer salarios muy altos para que los trabajadores aceptaran continuar produciendo en las minas de la región.


 


Importa agregar que aun los trabajadores 'libres’ estaban sometidos a diversas compulsiones ‘disciplinarías’. En particular, una represiva legislación sobre ausentismo e impuntualidad en el trabajo imponía penas judiciales, que normalmente se traducían en multas muy severas. La más común y extendida era la confiscación del 25% del salario por un período de hasta 6 meses. El estudio que divulgamos calcula que fueron afectados por esta "legislación" impuesta en 1940 -y hasta 1952-, casi 11 millones de trabajadores, que deberían ser incluidos en la “mano de obra forzosa” impuesta por la burocracia que reinaba en nombre de la… “emancipación del proletariado".


 


Los archivos abiertos en los últimos años incluyen una cantidad de documentos de los verdugos del pueblo soviético que embellecen el papel que jugó este gigantesco campo de concentración de trabajadores "forzados" en el abaratamiento de los costos del desarrollo de las fuerzas productivas en el país. En 1935, Yagoda, el criminal que dirigía la NKVD, escribe a Stalin que, con “sus trabajadores", reduciría el costo de la construcción de vías ferroviarias en 50.000 rublos por kilómetro, una vez que sustituyera en esta tarea a las "autoridades civiles”. En la literatura tributaria del stalinismo, además, suele leerse todavía que la represión y las deportaciones en masa de campesinos de comienzos de los años 30 fue un “exceso", a veces calificado de inadmisible, para impulsar la colectivización progresiva del campo soviético.


 


Davies cuestiona acertadamente este punto de vista y señala, por el contrario, los costos inclusive económicos del terror y de la represión stalinistas. En primer lugar, porque los millones de trabajadores “forzados” fueron arrancados de las ocupaciones y tareas que mejor conocían y para las cuales habían sido calificadas, para ser utilizados luego como bestias de carga en condiciones inhumanas. La mayoría de los pobladores rurales, incluyendo una alta proporción de kulaks (propietarios de tierra), enviados a campos y colonias, constituían la porción más experimentada y capaz del campesinado en sus lugares originales. Un gran número de especialistas, educados durante muchos años por el propio Estado soviético, fue reducido a la condición de trabajadores semiesclavos en las prisiones y campos, donde los niveles de calificación y educación eran mucho más elevados que los correspondientes al del total de la población.


 


En este tema, el autor del estudio no menciona, además, los costos económicos propiamente dichos de la “colectivización forzosa”, que de hecho aniquiló la producción agrícola-ganadera en un inicio, y fue la causa directa de la hambruna cuyas víctimas contabiliza en su investigación. Tampoco cita las denuncias y la caracterización inicial de Trotsky y la "oposición de izquierda", ni alude a la relación de la "economía" staliniana y el terror represivo, ni a la dimensión colosal de sus víctimas, confimada en todas las evidencias que el propio Davies pone de relieve. La omisión es significativa, porque plantea como un "descubrimiento" de las recientes investigaciones de los archivos, que las deportaciones en masa del campo soviético, al comenzar los años 30, se fundamentaban por sobre todas las cosas en el terror pánico de la burocracia a cualquier forma de resistencia al régimen y no en ningún requisito económico inherente a la propia “colectivización".


 


Lo que sí Davies agrega al análisis -y cuestionamiento- de la supuesta “eficiencia económica" del sistema de "trabajo forzado", son los datos de la monstruosa hipertrofia del propio aparato represivo de la NKVD. En 1939, la policía stalinista contaba con un guardia para cada dieciséis prisioneros, que en conjunto sumaban 400.000 hombres. Otros hombres integraban los servicios internos de la NKVD en todo el país. En 1954, luego de la muerte de Stalin, la proporción de guardias había crecido notablemente, porque era de uno cada nueve prisioneros. Los “costos" de todo esto, por supuesto, jamás han sido contabilizados. “¿Pueden, además, estimarse -concluye Davies- los costos para la sociedad de la inmensa cantidad de muertes en los campos, de las muertes prematuras de niños en los asentamientos, de los seres humanos debilitados y enfermos por el sobretrabajo?”


 


El principio del fin


 


A partir de la muerte del dictador soviético, todo el sistema de trabajo forzoso” comenzó progresivamente a ser desmontado, en un contexto de sigilo y ocultamiento sobre el alcance monstruoso que había tomado. No existen en los archivos documentos que ilustren sobre las consideraciones y fundamentos de este proceso. Sabemos que, en el caso de los opositores, los cambios en las formas de represión fueron sutiles y perversos, habida cuenta de la modalidad "post-staliniana” de internarlos en “hospitales psiquiátricos".


 


Para la mayoría de los investigadores que indagaron en los escasos documentos de los archivos, el principal motivo del desmantelamiento de campos y colonias fue la evidencia de que su continuidad amenazaba la existencia del propio régimen. V. N. Zemskov, el historiador ruso que más ha publicado sobre el tema, sostiene, inclusive, que “si Stalin hubiese estado vivo, se habría puesto a la cabeza de la política de liberalización", sin la cual todo el edificio burocrático amenazaba con desmoronarse por sus insalvables contradicciones y por los síntomas de creciente resistencia. Un dato clave es que las dificultades para mantener la estabilidad y la calma en los campos se hacían cada vez mayores. Huelgas y sublevamientos sacudieron a varios campos de confinamiento en 1953 y 1954. Más importante, todavía, es que las noticias de estos sublevamientos llegaron al conocimiento del resto de la población en una medida antes desconocida. Es ésta la "otra historia", todavía no escrita, de la época staliniana. Y viene de muy lejos, con la lucha que organizaron muy tempranamente, en las propias catacumbas del stalínísmo, los miembros de la oposición. Uno de los últimos registros de este primer periodo corresponde a la heroica huelga protagonizada por prisioneros políticos del campo de Vorkuta en el o 1936, para reclamar: 1) el reagrupamiento de los presos políticos y su separación de los presos comunes, 2) la reunión de familias dispersas en campos diferentes, 3) un trabajo conforme la especialidad profesional, 4) el derecho a recibir libros y diarios, 5) la mejora en las condiciones de vida. La huelga -según relata el historiador francés Pierre Broué- "duró ciento treinta y dos días. Todos los medios fueron empleados para quebrarla: alimentación forzosa, suspensión de la calefacción para temperaturas de 50 grados bajo cero. Los huelguistas resistieron. Brutalmente, a principios de marzo de 1937, las autoridades locales cedieron ante una orden proveniente de Moscú: las reivindicaciones fueron satisfechas… Luego de algunos meses de tregua, comenzó nuevamente la represión… En 1938, la mayoría de los huelguistas sería ejecutada".


 


Es esa “otra historia" la que seguimos “escribiendo …

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