La Independencia de Cuba y el expansionismo norteamericano


El 15 de febrero de 1898, hace ahora cien años, una mina submarina hundió al acorazado norteamericano Maine, fondeado en el puerto de La Habana, Cuba, provocando la confrontación bélica entre Estados Unidos y España, y dando un inicio formal a la política de expansión territorial y económica de la potencia del norte en el Caribe. La guerra hispano-norteamericana fue un elemento clave en la conformación y emergencia del imperialismo yanqui, que ocupó en el lapso de dos años la isla de Cuba, Puerto Rico (sometida hasta hoy), la isla de Guam (también en el Caribe), Hawai y las Filipinas. A comienzos de siglo forzó la independencia de Panamá con respecto a Colombia para poder ocupar en forma permanente las inmediaciones del canal interoceánico. Entre 1900 y 1933 las tropas americanas fueron enviadas cuatro veces a Cuba, dos veces a Nicaragua, seis veces a Panamá, siete veces a Honduras, y a la república negra de Haití desde 1915 hasta 1934. Tan grandiosa historia de pillaje y esclavización jugó un papel central en el reparto del mundo por parte de las potencias imperialistas y en la emergencia de una nueva etapa del capitalismo mundial.


 


Cuba


 


Cuba y Puerto Rico eran las últimas colonias que permanecían en manos españolas al finalizar el siglo XIX. Los grandes terratenientes cubanos, en ocasión de las guerras de liberación del continente americano, prefirieron permanecer bajo el ala española, temerosos del volcán que podía representar la enorme base de esclavos negros sobre la que se asentaba el cultivo de café y azúcar, y mucho más imbricados económicamente con España que el resto del continente. Hacia la década de 1820 España ya concede la libertad a Cuba para comerciar con otras potencias, lo que es aprovechado por los hacendados para vender sus cultivos a Estados Unidos. Relegado el café a un segundo plano, la venta de azúcar crece paulatinamente durante todo el siglo, la refinación se maquiniza muy parcialmente a través de ingenios, muchas veces movidos con energía animal, y ya hacia la década de 1860 Cuba es una de las principales productoras de azúcar del mundo, siendo su principal comprador Estados Unidos.


 


A diferencia de las colonias americanas en momentos de las revoluciones de 1810 a 1820, una gran parte de la población cubana es española de nacimiento, y no son sólo los que están aferrados a la burocracia parasitaria. Gran cantidad de españoles, sobre todo gallegos, van a Cuba por un trabajo, y tanto entre la clase trabajadora como entre el pequeño empresariado se pueden encontrar españoles que van trabando las tendencias independentistas que anidan casi exclusivamente entre la pequeño burguesía ilustrada. Un sector de la oligarquía cubana es partidaria de la autonomía, es decir el autogobierno de la isla pero jurando fidelidad al soberano español. Pero el autonomismo es violentamente relegado (y a veces reprimido) por el intransigente gobierno español, el cual en toda su historia hasta 1931 no supo encontrar otro método que el garrote para tratar a sus sectores dominados.


 


Por otra parte, la enorme dependencia económica de Cuba con respecto a Estados Unidos va creando entre los hacendados el deseo de subordinarse a la gran potencia del norte (tendencia llamada "anexionismo"), cambiando de amo y pasando a ser una estrella más de la bandera yanqui. Hay que considerar que hacia fines de siglo la relación entre Cuba y Estados Unidos no es sólo de comercio bilateral, además el capital norteamericano se ha ido comiendo al capital nativo, invirtiendo en las grandes haciendas azucareras (el más grande inversor norteamericano es Edward Atkins), o ejerciendo el control del precio del azúcar a través de una unión de compradores llamado Trust de Havemeyer. Como afirma el mismo Atkins, "las clases altas de Cuba temen la independencia" (1).


 


Frente a una oligarquía que se dividía en su servilismo ante España o Estados Unidos, el independentismo estaba resumido a ciertos sectores de la pequeño burguesía liberal, en el seno de la cual nace José Martí, joven abogado que participa de la primera guerra contra España (1868-1878) aunque es rápidamente encarcelado y deportado a la Madre Patria.


 


La clase obrera, hacia fines de siglo, tiene un gran desarrollo (2), centrada en la industria del tabaco, del azúcar y, marginalmente, transporte, puerto y construcción. Luego de algunas décadas bajo la dirección del reformismo, hacia 1885 empiezan a prevalecer las direcciones anarquistas. En el Primer Congreso obrero de 1892 se discute y aprueba el apoyo a los intentos independentistas, que empiezan a cobrar vigor y dan nacimiento al Partido Revolucionario Cubano, dirigido por Martí en Estados Unidos.


 


La guerra de independencia


 


En mayo de 1895 desembarcan los primeros contingentes libertadores de Cuba, en el oriente de la isla, conducidos por el mismo José Martí, que muere a los dos meses de desembarcar, el viejo general Máximo Gómez (que ya había comandado la guerra de 1868) y el caudillo mulato Antonio Maceo, que morirá en una emboscada al año siguiente.


 


Su táctica, como en la guerra anterior, consistía en no ofrecer batalla abierta al ejército español, mayor en número y en preparación, sino desarrollar una guerra de destrucción: a las plantaciones que no pagaban un "impuesto revolucionario" las incendiaban, quemaban las cosechas, liberaban a los esclavos y los ganaban para la causa revolucionaria. De esta forma fueron generando el caos económico y social en la isla, eludiendo siempre al ejército enemigo y manteniéndose a través del apoyo de las masas populares y de la expoliación de las ciudades que lograban dominar.


 


La política de España se resumió en los primeros años a reprimir a sangre y fuego la sublevación. Primero a través del general Martínez Campos y, luego de un año en que el levantamiento no pudo ser sofocado, enviando al general Valeriano Weyler, quien se destacó por su salvajismo y su ferocidad en la lucha anti-insurgente. Una de sus tácticas más cuestionadas, dentro y fuera de Cuba, consistía en las llamadas "reconcentraciones": como los insurgentes eran fuertes en el campo y la sierra, pero no en las ciudades, el ejército español obligaba a toda la población rural a concentrarse en las ciudades, en especial aquellas fortificadas o amuralladas, donde se supiera que merodeaba el ejército independentista. Eso creaba un caos de hacinamiento y superpoblación, que multiplicaba la bancarrota económica que ya se hacía sentir en Cuba. La fiebre amarilla mató más soldados españoles que las balas revolucionarias. El hambre y el desabastecimiento hicieron el resto. Por otra parte, las "reconcentraciones" fueron absolutamente inútiles en la lucha contra la revolución.


 


Como Weyler reconoce, el centro de la conspiración en las ciudades son las fábricas de tabaco, y eso a pesar de que gran parte de sus obreros son gallegos, trabajadores experimentados de la fábrica de tabacos de Galicia. Por otra parte, las plantaciones de tabaco están siendo incendiadas por los rebeldes, lo cual provoca la desocupación de los obreros tabaqueros, quienes "naturalmente van a engrosar las filas de la insurrección" (3).


 


Por otra parte, ya en 1896 la guerra de independencia de Cuba se había transformado en un asunto internacional. Por un lado se despertó el interés de Estados Unidos en la suerte que correría tanto Cuba como Puerto Rico. Por otro lado, en Filipinas, colonia española en el otro extremo del mundo, estalló también una sublevación independentista dirigida por el general Emilio Aguinaldo. Por último, el destino del decaído imperio español involucraba la salud de la propia monarquía española, jaqueada por las feroz oposición de derecha (ultranacionalista e imperialista) y los cuestionamientos de la izquierda republicana.


 


Estados Unidos


 


La política de expansionismo norteamericano sobre América ya fue enunciada por el presidente Monroe en 1824: ninguna potencia europea debía tener soberanía sobre territorio americano. Con el correr del siglo, esta doctrina se iría transformando en el intento del propio Estados Unidos por hegemonizar el continente. Paralelamente, los estados de la Unión, que en principio sólo ocupaban el centro y nordeste del actual territorio norteamericano, se fueron extendiendo territorialmente no sólo hacia el centro-oeste, sino ampliando sus fronteras a través de la adquisición de territorios limítrofes en manos de otros imperios: Francia cede la Louisiana, en el sur, en 1803; la península de Florida, bajo el dominio de España desde la conquista de América, es comprada en 1821; entre 1845 y 1848 es ocupado por la fuerza el sudoeste: California, Nuevo México, Texas; en 1867, Rusia cede Alaska. Esta expansión territorial obedecía a la necesidad de consolidar sus fronteras, extenderse desde el Atlántico al Pacífico y, a la vez, correr a otras potencias que pudieran ejercer alguna competencia en la región.


 


Con respecto al problema de Cuba y Puerto Rico, siendo las últimas colonias de un imperio en decadencia, fueron varios los intentos norteamericanos por comprarlas. Ya el presidente John Q. Adams, en 1828, había dejado planteado que Cuba, más tarde o más temprano, se desprendería de su tutela española y caería bajo la órbita norteamericana. El presidente Buchanan, veinte años después, hizo el intento más serio por adquirirla, pero se encontró con la total negativa española.


 


Hasta la finalización de la guerra civil (1865) los intereses que primaban en Estados Unidos eran los de los esclavistas del sur. La vía de salida preferida para los productos de las plantaciones sureñas era el río Missisipi, cuya desembocadura estaba justamente enfrentada al extremo occidental de la isla de Cuba (4). La presencia de una potencia extranjera hostil en ese punto, económicamente estratégico para la Unión del Norte, representaba un problema a largo plazo para Estados Unidos.


 


Los planes por Cuba y Puerto Rico fueron archivados después de los primeros levantamientos independentistas en ambas islas, en 1868. Estados Unidos podía planear una colonia propia, pero no podía desear islas liberadas por sus propias fuerzas. Como dice el nacionalista mexicano Carlos Pereyra (5), "les aterrorizaba pensar que al hacerse Cuba independiente, por esfuerzos propios o con el auxilio extraño, ya de Inglaterra, ya de Colombia y Méjico, el acto de su emancipación como colonia envolviese el de la emancipación de sus negros". Una república negra en Cuba o Puerto Rico era inadmisible para Estados Unidos, por su racismo y por sus intereses. De allí que su política entre 1865 y 1895 fuera más de espera que de agresión. Esperaban que la "fruta madura" cayera del árbol español, atraída a la vez por la sumisión económica al poderoso dólar norteamericano.


 


La insurrección independentista de 1895 generó una gran expectativa en el mundo político norteamericano. El gobierno (con Cleveland como presidente hasta marzo de 1897 y, a partir de ese mes, Mac Kinley) era un claro enemigo de apoyar o reconocer al bando insurgente, pero era favorable a la desestabilización del poder español, tanto en Cuba como en Puerto Rico. La intención primera no era intervenir militarmente y apoderarse de las islas. En esto era acompañado claramente por los banqueros, Wall Street y por el gran capital invertido en la isla. Por ejemplo Edward Atkins, gran propietario del azúcar en Cuba y viejo amigo del Secretario de Estado yanqui Richard Olney, intercede directamente ante el gobierno en favor de la autonomía de Cuba y en contra de los reclamos de los insurgentes. Hay que tener en cuenta que sus plantaciones están siendo incendiadas por ellos. Como enfatiza Hugh Thomas (6), "Los barones del azúcar, Atkins y Havemeyer, no estaban especialmente interesados en la intervención de los Estados Unidos, pero querían la paz, aún si ésta sólo pudiera ser asegurada por la intervención."


 


Pero la prensa amarilla, los diarios sensacionalistas de Estados Unidos, empiezan a darle un lugar preponderante a las noticias sobre Cuba. Incluso el diario de William R. Hearst, el Journal, envía corresponsales a la isla, se dedica a excitar la indignación del pueblo norteamericano, amante de la libertad, por el "sufriente destino" de los rebeldes cubanos, objeto de los vejámenes del ejército español, patrocina en 1897 el desembarco en la isla de una delegación congresal para observar en el terreno la situación del pueblo cubano y hasta envía un periodista para liberar a la hermana de un insurrecto, detenida en una cárcel de máxima seguridad, cosa que logra sobornando a los guardacárceles. Con el cambio de mando del ejército español en Cuba, empezaron a explotar las atrocidades de Weyler y lo pintaron con sus peores colores para denunciar la política despótica de España con sus colonias americanas.


 


A la campaña de los diarios, se le sumará luego una parte del propio Estado. En marzo de 1897 cambia el gobierno en Estados Unidos y asume el presidente electo, William MacKinley. Algunos congresistas lo presionan para que elija como Secretario de Estado de la Armada al joven Theodore Roosevelt, que es un decidido y confeso partidario de la guerra contra España. No sólo encabeza la tendencia probélica en el gobierno, sino que, una vez hundido el Maine en 1898, es el principal portavoz de la histeria expansionista. Teddy Roosevelt, que es lanzado a las primeras filas de la política norteamericana a raíz del conflicto cubano, hace más popular la guerra y se monta en la cresta de la ola para dirigirla, crea un cuerpo de voluntarios (los Rough Riders) que se destaca en la única batalla terrestre que habrá en la isla de Cuba y más tarde utiliza esa popularidad para ser elegido gobernador del estado de Nueva York, inmediatamente vicepresidente de Mac Kinley y luego presidente electo, con una votación arrolladora.


 


Pero todo el clima belicista que imperaba en Estados Unidos se multiplicó enormemente con el hundimiento del acorazado Maine. El 15 de febrero de 1898 estalla la santabárbara del barco, que se quiebra en dos y se hunde rápidamente. De una dotación de 355 hombres, mueren 260.


 


España


 


La situación de España es muy difícil. Por un lado, el jefe de gobierno, Cánovas sólo quiere negociar con los rebeldes una vez que éstos hayan sido reducidos. Negociar antes de la paz, a sólo uno o dos años del levantamiento, es negociar en retirada y en debilidad. Por otro lado, la independización de las últimas colonias del otrora enorme imperio español (en 1896 se sublevan también las Filipinas), puede hacer entrar en colapso al régimen político y a la monarquía. De hecho, ante la realidad europea que se vive, la vigencia del rey de España está atada a la vigencia del imperio, y éste sin colonias ya no existe.


 


La oposición política, a la izquierda y a la derecha del gobierno, recrudece sus ataques. Tanto los carlistas (monárquicos) como la izquierda, representada por los republicanos, esperaban que la prolongación de la guerra hiciera entrar en colapso a la casa reinante. También los autonomistas catalanes empezaron a levantar cabeza. "La única esperanza para la opinión pública española era que la guerra terminara rápidamente" (7). Los métodos de Weyler parecían demasiado lentos. Si los rebeldes se escondían en el campo, ¿por qué no se los podía encontrar y batir? Sus métodos salvajes, malos en tanto eran aprovechados por la opinión pública norteamericana para descargar sus críticas sobre España, no tenían tampoco el beneficio de la efectividad. Por otra parte, los costos eran enormes, tanto en dinero como en hombres, ya que éstos caían como moscas ante la fiebre amarilla y otras enfermedades tropicales.


 


Así, los sectores belicistas eran los que marcaban el ritmo de la situación, y el gobierno caminaba por una difícil cornisa, acosado por la oposición política, por un agresivo imperialismo norteamericano, por los rebeldes cubanos y filipinos y por sus propias necesidades diplomáticas, que lo obligaban a mostrarse fuerte mientras su castillo de naipes se iba derrumbando.


 


Cánovas decide en febrero de 1897 otorgar una serie de reformas constitucionales, dando una autonomía restringida a Cuba. La isla elegiría sus propias autoridades, salvo el capitán general, que mantendría el poder militar. Por otra parte juraría lealtad al rey de España y participaría de las Cortes españolas. Pero recién se votará la propuesta en noviembre de ese año, en las Cortes, ya con el nuevo gobierno español de Sagasta y Moret. El primer gobierno autónomo asume en diciembre de 1897, encabezado por José María Gálvez y otros dirigentes del ya viejo partido autonomista.


 


La reacción tanto del gobierno como de la prensa seria de Estados Unidos fue favorable a la reforma autonomista, y a partir de esto España tuvo la esperanza de que se restringiera la actividad de la Junta de Gobierno de los rebeldes cubanos, que funcionaba en Nueva York.


 


Pero los rebeldes mantuvieron la lucha, rechazando la farsa de la autonomía y desarmando el dispositivo continuista español. Por otra parte, mientras hubiera guerra el país viviría bajo el estado de sitio y el comando militar, con lo cual la autonomía no pasaba en ese momento de ser una expresión de deseos. En España, los ultranacionalistas fueron contrarios a la autonomía, a la que vieron como una concesión a los rebeldes y a Estados Unidos.


 


En junio de 1897 es asesinado Cánovas por un anarquista italiano, en venganza por las matanzas de anarquistas en Montjuich, Barcelona. Esto conlleva profundos cambios en la política española. La Reina Madre encarga formar gabinete al líder liberal Práxedes Sagasta, Weyler renuncia a su puesto como capitán general de Cuba y es reemplazado por el General Ramón Blanco. El reemplazo de Weyler podía significar un cambio de actitud de Estados Unidos, ya que el blanco principal de los ataques de la prensa amarilla se descargaba sobre las atrocidades, algunas incluso imaginarias, de aquel general español.


 


La guerra


 


¿Quién hundió al Maine? Norteamérica no aceptó formar una comisión examinadora conjunta con España y formó la suya propia con el objeto deliberado de acusar al ejército español. La comisión formada por España concluyó que había sido una explosión accidental. Los chauvinistas y nacionalistas yanquis aprovecharon el hecho para desatar en Estados Unidos una campaña histérica de agresión a España. Un nuevo examen de 1975 hecho por el almirante norteamericano Hyman Rickover concluyó que la explosión se debió a errores de diseño del barco, pues la pólvora estaba depositada en contenedores de cobre, en el fondo del barco, al lado de los depósitos de carbón.


 


Lo concreto es que a partir del hundimiento del Maine los sucesos se precipitan. Mac Kinley, a pesar de que subjetivamente parece estar esperando la resolución pacífica del conflicto, comprende que la guerra es en ese momento enormemente popular y que, por otra parte, España tiene poco margen para maniobrar. Envía un ultimátum a España, que cede en todo: amnistía, conversaciones de paz, indemnización a Estados Unidos por el Maine, retiro de tropas, etc. Pero no cede en la independencia. La opinión pública española, al igual que la norteamericana, está histerizada por los aprestos militares y se desconfía del gobierno por su debilidad y vacilación en cuanto a encarar la guerra contra Cuba y Estados Unidos.


 


Sagasta, al igual que Cánovas, sólo teme un descalabro social que hunda a la monarquía. Encerrado entre los revolucionarios cubanos, su oposición de derecha y, fundamentalmente, Estados Unidos, al gobierno español no le queda otra opción que retroceder paulatinamente hacia una guerra en la que nada indica que España saldrá victoriosa. Como en todas estas situaciones, la guerra no es más que la continuación de la política por la cual se llegó a ella. Si España era ya un imperio en decadencia y Estados Unidos una enorme potencia emergente, las continuas vacilaciones, los retrocesos tácticos (otorgamiento de la autonomía) y las concesiones finales, minutos antes de la guerra, no llevaban a otro lugar que a la derrota militar de España.


 


Así lo reconoce John D. Long, ministro de Marina de Estados Unidos, en un artículo del Boston Journal del 15 de abril de 1898 (dos meses después del hundimiento del Maine y a días de la declaración de guerra): "¿Comprenden ustedes que el Presidente ha logrado conseguir de España una concesión en cada una de las bases presentadas, que España ha cedido en todo menos en la independencia de Cuba, que ha libertado a todos los presos norteamericanos, que ha retirado a Weyler y a De Lome, que ha modificado su orden de concentración, que ha consentido en proporcionar víveres, que ha decretado un armisticio? En la historia de los últimos seis meses no ha hecho más que acelerar su retirada de Cuba" (8).


 


El gobierno español, a esta altura, sólo quería una guerra breve, lo más incruenta posible, aun descontando un resultado negativo. Con ello lograba mantener su integridad política y desarmar los críticas de los ultranacionalistas, poniéndoles delante de la objetividad de la derrota bélica.


 


El 21 de abril Estados Unidos declara la guerra a España por la independencia de Cuba, Puerto Rico y Filipinas. El 22, el general Blanco quizás sin la autorización del gobierno español le escribe al general rebelde Máximo Gómez y le propone un acuerdo para rechazar la invasión norteamericana. Los cubanos recibirían armas del ejército español y juntos lucharían contra los yanquis. Es interesante la respuesta de Máximo Gómez:


 


"Usted representa una vieja y desacreditada monarquía y nosotros luchamos por los mismos principios que Bolívar y Washington. Usted dice que pertenecemos a la misma raza y me invita a luchar contra el invasor foráneo. Yo sólo conozco una raza, la humanidad, y para mí sólo existen buenas y malas naciones Hasta ahora yo sólo tengo motivos de admiración hacia los Estados Unidos. He escrito al Presidente Mac Kinley y al General Miles agradeciéndoles por la intervención norteamericana Yo no veo el peligro de nuestra exterminación por los EE.UU. como usted refiere Si esto llegara a pasar, la historia me juzgará. Por el momento, sólo tengo que repetirle a usted que es demasiado tarde para entendimientos entre su ejército y el mío." (9)


 


Como se ve, la dirección del ejército independentista se entregaba atada de pies y manos a su futuro amo. Con esa ceguera política que suelen ostentar las clases dirigentes de los países atrasados, Gómez consideraba todavía que el conflicto al que se asistía ponía a Bolívar y Washington de un lado y al opresor ultramarino del otro. Con sólo conocer el ansioso expansionismo territorial y/o económico de la gran potencia del norte, Gómez y la dirección cubana habrían comprendido que una nueva situación estaba en juego. Estados Unidos ya no era una hermana mayor de las retrasadas colonias antillanas, sino que se estaba preparando desde los conceptos de Monroe para jugar en América un papel de hegemonía.


 


José Martí o Antonio Maceo seguramente no habrían sido tan favorables a una alianza con los norteamericanos. De hecho, Martí planteó la urgencia del levantamiento rebelde en Cuba ante la certeza de que Estados Unidos se aprestaba a apoderarse del Caribe y las Antillas ("impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos"). Pero el mismo Martí reconoce que nunca hizo públicas sus observaciones sobre el imperialismo norteamericano ("En silencio ha tenido que ser y como indirectamente, porque hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas") (10). Pero Martí fue más sigiloso con sus consideraciones geopolíticas que con la preparación de una insurrección libertadora en Cuba. De haber publicitado sus posiciones, al menos entre la dirección del Partido Revolucionario Cubano, se habrían podido anticipar los sucesos de la intervención yanqui y actuar en consecuencia. Su muerte prematura dejó al desnudo la falta de preparación política tanto de la dirección militar como de la Junta de Gobierno provisional en Nueva York, quienes se sometieron todos a los dictados del nuevo salvador.


 


Incluso el gobierno en el exilio, dirigido ahora por Bartolomé Masó, proclama la alianza de facto entre Estados Unidos y Cuba para echar a los españoles. Muchos de los restantes miembros de este gobierno en las sombras son aliados ardientes y aún agentes directos de los yanquis. Tomás Estrada Palma, jefe del gobierno en la anterior guerra, en la de 1895 hasta 1897 y que será el primer presidente de la república amordazada desde 1902 a 1906, es un aliado casi incondicional de Norteamérica. Por otra parte, no hacía falta tanta preparación política para oponerse a los yanquis y sí un poco más de sentimiento nacional. En Filipinas, el joven general Emilio Aguinaldo, que dio comienzo a la guerra de liberación en 1898, se rebeló contra la intervención norteamericana y luchó contra ella hasta que fue apresado. En su guerra de liberación antinorteamericana, más de medio millón de filipinos murieron entre 1898 y 1902, lo que demuestra que el pueblo es un decidido partidario de la libertad cuando encuentra una dirección que lo lleve a la lucha.


 


La guerra entre Estados Unidos y España es corta. Se resume a un ataque por tierra a los cuarteles de la ciudad de Santiago, batalla conocida como de las colinas de San Juan, y una batalla naval en la bahía de Santiago que echará en el olvido toda esperanza de recuperación del ejército español.


 


Rápidamente, Estados Unidos se reúne con España en París y firma el tratado de paz (10 de diciembre de 1898). Estados Unidos no sólo nunca ha reconocido a los rebeldes como fuerza beligerante, sino que se arroga el derecho de firmar el tratado de paz por encima de los intereses y deseos del pueblo cubano. A partir de ahora, Estados Unidos tiene el poder formal y real para hacer lo que quiere.


 


El ejército yanqui ocupa militarmente la isla, nombrando dos procónsules, el general Brooke en el Occidente (La Habana) y el general Wood en el Oriente (Santiago). ¿Qué hacer con el ejército rebelde? El gobierno envía 3 millones de dólares con los cuales se le "compran las armas" a los insurgentes, a razón de 75 dólares por soldado. Con esto logran desarmar a los cubanos y moderar los efectos del desabastecimiento y el hambre que han imperado en la isla durante los últimos 4 años.


 


Ni bien finaliza el conflicto armado se reanudan los conflictos obreros. Se reestructuran algunas centrales sindicales, nuevamente dirigidas por reformistas unas y por anarquistas las más, y se organizan los gremios de tipógrafos, tabaqueros, estibadores, construcción, etc. Los anarquistas reclaman que al trabajador cubano se le reconozcan los mismos derechos que tienen los trabajadores en Estados Unidos (8 horas). Por otra parte, los salarios se pagan en moneda española, moneda que se está depreciando aceleradamente. Es por ello que algunas huelgas obreras reclaman el pago en dólares y hasta la sextuplicación del salario.


 


A fines de setiembre de 1899 se llega a una huelga general. Pero las luchas son reprimidas, los dirigentes encarcelados y los más reformistas incluso son utilizados bajo coacción como frenos directos del movimiento obrero. En una manifestación ante la casa de gobierno de La Habana, dos dirigentes son retenidos y luego asomados al balcón para reclamar a los obreros que retornen a sus hogares (11).


 


El comité de la huelga, que finaliza el 29 de setiembre de 1899, termina claudicando frente a las autoridades norteamericanas. El movimiento obrero sufre un retroceso, que irá superando lentamente años después. Pero ya esta situación de fin de siglo, tomada como si fuera una instantánea, nos revela una situación de las clases sociales en Cuba que prevalecerá hasta el advenimiento al poder de la revolución castrista: terratenientes y burgueses, aliados preferentes de los yanquis, pequeño burguesía democrática borrada del mapa político (es decir, entregada a la política burguesa, sobre todo a través de los nuevos partidos democráticos de la burguesía cubana), y la clase obrera como única heredera de los ideales democráticos y progresistas, a la vez que en la lucha por sus necesidades cotidianas.


 


Una vez que Estados Unidos comprobó que la insurgencia obrera o negra no era de temer, y que todos los partidos oligárquicos aceptaban de buena gana el protectorado yanqui, se decidió a abandonar la isla, pero manteniendo un reaseguro legal para volver en cualquier momento. Los cubanos aprobaron una constitución a la que el gobierno norteamericano le agregó una cláusula (llamada Enmienda Platt por su redactor, el senador Orville Platt), por la cual "el Gobierno de Cuba consiente que los Estados Unidos pueden ejercitar el derecho de intervenir para la conservación de la independencia cubana, el mantenimiento de un gobierno adecuado para la protección de vidas, propiedad y libertad individual" (12). La Enmienda Platt también le prohibía a Cuba firmar tratados con potencias extranjeras que no fueran Estados Unidos, endeudarse por arriba de sus posibilidades de pago, le negaba la soberanía sobre la importante Isla de Pinos y le garantizaba a Estados Unidos la compra de tierras para minas de carbón o estaciones navales. Esta Enmienda fue agregada a la constitución cubana, lo cual fue condición para el retiro de las tropas yanquis. Como resultado, Cuba quedaba reducida a un estado de semiesclavitud similar a la China anterior a Mao: sin fronteras, sin aduanas, sin soberanía, con el peligro de intervención militar como una espada de Damocles pendiente sobre su cabeza en forma constante. No debía resultar sorprendente, entonces, que fuera Cuba la primera revolución socialista del continente.


 


Las Antillas y el Caribe


 


El problema de Puerto Rico fue más sencillo que el de Cuba. La oligarquía puertorriqueña se volcaba, al igual que la cubana, por el mantenimiento del sometimiento a España o por el autonomismo. El grado de oposición independentista era infinitamente menor que en Cuba. Los pocos revolucionarios que intentaron un levantamiento en 1869 fueron fácilmente reprimidos y los sobrevivientes fueron al exilio. El grado de organización obrera era insignificante (13).


 


Pero Puerto Rico tenía una posición estratégica en las Antillas que no tenía Cuba: era la isla más avanzada en el océano hacia el este, con lo cual era como la puerta de entrada para todo el Golfo de México. Por el artículo 2 del Tratado de París se afirmaba: "España cede a los Estados Unidos la isla de Puerto Rico y las demás que están ahora bajo su soberanía en las Indias Occidentales, y la isla de Guam en el archipiélago de las Marianas o Ladrones" (14). Estados Unidos optó por ocuparla en forma indefinida, a diferencia de Cuba para la que preservó el status de semicolonia legal con posibilidad de intervención permanente.


 


Pero asegurada sin batalla la puerta de entrada del Golfo de México, debía asegurarse la salida. El canal de Panamá, que ya estaba planificado desde años antes, era esa salida y comunicaría todo el comercio de Europa con Oriente. Por otra parte, era vital para el desarrollo de la costa oeste de Estados Unidos. Norteamérica no podía permitir que hubiera vacilaciones en cuanto a quién dominaría militar y comercialmente ese paso.


 


Panamá era hasta entonces una provincia colombiana. El gobierno norteamericano empezó negociaciones con Colombia de manera de lograr que el canal se construyese por el istmo panameño pero logrando la propiedad de las tierras a ambos lados del canal para Estados Unidos. El parlamento colombiano mostró ciertas reticencias, aumentó el monto exigido como indemnización, y Estados Unidos decidió entonces provocar un levantamiento en la provincia de Panamá, que llevaría a la separación de Colombia.


 


Esta operación, realizada en noviembre de 1903, fue pergeñada entre un aventurero francés, Bunau Varilla, y el inefable Teddy Roosevelt, a la sazón presidente de los Estados Unidos. Inmediatamente de producido el levantamiento en Panamá, se declaró su independencia y Bunau Varilla corrió a Estados Unidos a firmar el tratado conocido como Hay-Bunau Varilla, por el cual se le otorgaba a Estados Unidos la soberanía a ambos lados del canal a construirse. Cuando el delegado de la junta de gobierno panameño llegó a la Casa Blanca para acreditarse y negociar la construcción del canal, se encontró con que el tratado ya había sido firmado. Esto es lo que los yanquis llaman libertad en la competencia: Bunau Varilla firmó y al gobierno de Roosevelt no le importaron las acreditaciones legales correspondientes (15).


 


Tan escandalosos fueron los sucesos de Panamá, dentro y fuera de Estados Unidos (porque aun el avasallamiento y la esclavización deben mantener ciertas formas a las que Roosevelt no era afecto), que pasados algunos años Estados Unidos debió indemnizar a Colombia, expresando "un sincero pesar por lo ocurrido el 3 de noviembre en Panamá, que hubiera podido ser causa de interrupción de la relación entre los dos países" (16). Por el Tratado Thomson-Urrutia, de 1914, Colombia podía atravesar libremente el canal de Panamá, transportando armas, mercaderías o tropas, sin pagar ningún derecho a Estados Unidos. Este tratado, por el reconocimiento norteamericano que implica, debería ser denunciado ante la Corte Internacional de La Haya por conspiración, si no supiéramos que la Corte de La Haya es una reunión de los socios de todos los conspiradores del mundo.


 


Norteamérica muestra los colmillos


 


En el momento en que se precipitaba el conflicto con España, la postura frente a la guerra dividía a Estados Unidos en dos: mientras buena parte del congreso, la prensa y los jingoes expansionistas enardecían frente a lo que consideraban el magnificente destino norteamericano, desde Nueva York y Boston la plutocracia y Wall Street reclamaban la paz a toda costa. El Commercial and Financial Chronicle escribía el 2 de abril de 1898: "La propuesta de arreglar esta serie de acontecimientos por el mutuo asesinato de los ejércitos y las escuadras de las dos naciones es un borrón en el buen nombre de nuestro país" (17). Esta postura era compartida por casi todo el gabinete de Mac Kinley, hecho que permite afirmar a Leland Jenks: "Si alguna vez hubo una guerra exigida por el pueblo en desacuerdo con sus gobernantes políticos y financieros, no cabe duda de que esta guerra fue la que comenzaron los Estados Unidos el 21 de abril de 1898" (18).


 


La mística belicista llevada adelante fundamentalmente por Theodore Roosevelt tiene todas las características del nacionalismo agresivo, chauvinista y expansionista del fascismo posterior. Sin embargo, el fascismo de Hitler y Mussolini estaba basado, primordialmente, en la derrota violenta de la clase obrera del propio país con la cooperación de la pequeño burguesía, hecho que distaba mucho de ser la situación en Estados Unidos de fines del siglo XIX. Este populismo roosveltiano, que lo llevó a la presidencia en 1901 como sucesor de Mac Kinley (asesinado por un anarquista) y en 1905 ratificado por una masiva votación, estaba basado en el culto del mito del progreso económico y político individual, la desconfianza en la burguesía financiera y la exacerbación de las ínfulas imperialistas norteamericanas sobre el mundo.


 


Las dudas frente a la guerra del presidente Mac Kinley representaban la cautela de la burguesía financiera, que confiaba más en la fuerza de sus dólares y en la coerción a través del monopolio del comercio del azúcar que en una fuerza armada que a la corta o a la larga traería aparejada la resistencia del nativo. El populismo roosveltiano finalmente terminó acomodándose a una estructura perversa del imperialismo que consistió en alternar el dominio por el dinero con el dominio por el fusil, y de hecho llevó adelante la parte sangrienta del esquema.


 


Este patrioterismo, llamado "jingoísmo", recogía el legado de un "internacionalismo filantrópico" (19) de principios del siglo XIX, que consistía en llevar los ideales de libertad y justicia a todos los rincones del mundo y era contemporáneo de cierto internacionalismo liberal en Europa, que va desde Napoleón hasta los carbonarios (20). Ahora también, a fin de ese siglo, la demagogia consistía en mostrar las incursiones militares como una exportación de los principios altruistas del modo de vida americano, pero sazonados con una buena dosis de racismo y de militarismo.


 


A diferencia de los ideales primigenios, el patrioterismo ahora estaba sustentado en la idea de que las razas anglosajonas estaban destinadas por Dios para llevar a los pueblos el orden y la civilización. Como contracara de esto, las razas negras, latinas, amarillas, aborígenes, eran consideradas incapaces de administrarse a sí mismas y evolucionar en libertad. Se dio así el contrasentido, obvio para todo el mundo menos para estos norteamericanos, de justificar el asesinato, el avasallamiento y el sojuzgamiento de todo el planeta en nombre de las ideas de libertad, justicia y progreso, política llevada adelante siempre, desde el punto de vista militar, por un revoltijo de linchadores, psicópatas y drogadictos. Pero la derecha imperialista insiste: es la libertad.


 


El nuevo militarismo, elaborado teóricamente por un amigo de Theodore Roosevelt, el capitán Alfred Mahan (21), abogaba por el desarrollo de una marina de guerra fuerte, que pudiera a la vez garantizar el comercio norteamericano y llevar a todos los rincones del mundo las ideas de libertad y progreso. Pero además el militarismo se expresó también como un elogio de la guerra como purificadora de los pueblos. "Una guerra justa fomenta y conserva lo mejor y más elevado de la vida nacional", afirmaba el senador populista Harris. "La guerra no revela rasgos comerciales, pero pone de manifiesto los mejores rasgos del carácter: devoción, abnegación, valor", agregaba el senador demócrata Money. El mismo Roosevelt afirmó: "La paz es una diosa sólo cuando viene con la espada a la cintura Ningún triunfo de la paz es tan grande como el supremo triunfo de la guerra el diplomático es el sirviente, no el maestro del soldado" (22).


 


Como se puede apreciar, con la intervención yanqui en el Caribe se conforma el ideario imperialista, que dará justificación a la seguidilla de avasallamientos en toda América Latina y en el mundo. Se retoman los ideales de libertad de los padres del liberalismo americano, pero para darles ahora un significado completamente reaccionario y volcar los esfuerzos y las vidas del pueblo norteamericano en beneficio de los intereses de una clase opresora a nivel internacional.


 


 


Notas:


 


1. Thomas, Hugh, Cuba. The Pursuit of Freedom, Harper & Row, Nueva York, 1971, pág. 357.


2. Díaz, Hernán, "José Martí y el socialismo", En Defensa del Marxismo Nº 9, octubre de 1995.


3. Thomas, Hugh, op. cit., pág. 334.


4. Jenks, Leland H., Nuestra colonia de Cuba, Palestra, Buenos Aires, 1959, pág. 40.


5. Pereyra, Carlos, El mito de Monroe, Jorge Alvarez, Buenos Aires, 1969, pág. 205.


6. Thomas, Hugh, op. cit., pág. 336.


7. Thomas, Hugh, op. cit., pág. 347.


8. Jenks, Leland H., op. cit., pág. 68.


9. Thomas, Hugh, ob. cit., pág. 378.


10. "Carta a Manuel Mercado", reproducida innumerables veces, la tomamos de Ana Lamas González, Antecedentes históricos de la revolución socialista de Cuba, Ministerio de Educación, La Habana, 1987, pág. 106.


11. Melgar Bao, Ricardo, El movimiento obrero latinoamericano, tomo I, Alianza Editorial Mexicana, México, 1988, pág. 138.


12. Pichardo, Hortensia, Documentos para la historia de Cuba, tomo II, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1976.


13. Maldonado Denis, Manuel, Puerto Rico, una interpretación histórico-social, Siglo XXI, México, 1969.


14. Lamas González, Ana, op. cit., pág. 121.


15. Pereyra, Carlos, op. cit., pág. 221 y ss.


16. Pereyra, Carlos, op. cit., pág. 238.


17. Citado en Jenks, Leland H., op. cit., pág. 78.


18. Jenks, Leland H., op. cit., pág. 80.


19. Curti, Merle, El desarrollo del pensamiento norteamericano, Zamora, Buenos Aires, 1956, pág. 582.


20. Hobsbawm, Eric, La era de la revolución.1789-1848, Labor Universitaria, Barcelona, 1991.


21. Curti, Merle, op. cit., pág. 583.


22. Thomas, Hugh, op. cit., pág. 342.


 

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