Attac y el impuesto Tobin, un reformismo de crisis


La irracionalidad criminal del sistema capitalista y los estragos causados por los sobresaltos del mercado mundial han conducido, en el pasado, a muchos Intelectuales a romper con las ilusiones reformistas de su medio pequeño burgués para volcarse al comunismo revolucionario. Pero, al menos desde mediados de los años '20 y el reflujo de la ola revolucionaria que siguió a la Revolución de Octubre, estos intelectuales siempre han constituido tan sólo una minoría, cuya importancia reflejaba en líneas generales el vigor del movimiento obrero de su tiempo.


 


En contrapartida, los sobresaltos del sistema capitalista han llevado también al surgimiento, en las filas de la pequeña burguesía, de corrientes que, por el contrario, buscaron aferrarse a toda costa a sus ilusiones reformistas y sacarle nuevo lustre. A partir de la Gran Depresión de 1929, cada uno de estos sobresaltos produjo su equipo de 'innovadores’, promotores de recetas más o menos novedosas (o que pretendían serlo) las cuales, aseguraban, permitirían transformar la vieja máquina corrompida del capitalismo en forma paulatina y sobre todo sin que fuera necesario atacar la dominación del capital sobre el planeta.


 


La crisis financiera de estos últimos años no fue la excepción. Ya la bancarrota mexicana del invierno de 1994 (1), que de alguna manera fue el llamado de atención que precedió a la crisis actual, habla engendrado en el continente americano la “Coalición por la iniciativa de Halifax", del nombre de la ciudad canadiense donde debía reunirse la cumbre de los países del G7 en 1995. Esa coalición, formada por universitarios, profesionales, ecologistas y miembros de asociaciones humanitarias de diversos intereses, se había presentado a la cumbre del G7 munida de un plan de reforma del sistema financiero internacional. Pero como podía suponerse, casi no lograron llamar la atención de las delegaciones gubernamentales, demasiado ocupadas en defender los intereses a menudo contradictorios de sus capitalistas respectivos.


 


A partir de allí, la crisis financiera ha vuelto a cobrar actualidad. Primero fue el hundimiento monetario en el sudeste asiático, en julio de 1997. Luego, al año siguiente, llegó el turno de Rusia y de Brasil. Y aun se podría hablar de muchos países pobres del Tercer Mundo, a los cuales la crisis también golpeó, pero tan pobres que el hundimiento de sus economías no suscitó tan siquiera una línea en la prensa de los países ricos. Sea como fuere, estos sobresaltos sucesivos vinieron a subrayar la profundidad de la crisis que afecta el sistema capitalista, al mismo tiempo que su > carácter devastador para las poblaciones y para la economía en general. Se podía esperar entonces el surgimiento de una nueva corriente ‘innovadora’, que se diera como objetivo reformar el capitalismo para hacer desaparecer sus crisis.


 


Y eso ocurrió. En el día de hoy, esa corriente existe en la mayoría de los países, ricos. En Francia, está representada por la asociación Attac (Asociación para la j Tasación de las Transacciones Financieras para la Ayuda a los Ciudadanos), creada en junio de 1998 bajo el impulso, en particular, de periodistas del mensuario Le Monde Diplomatique y de un cierto número de semanarios y revistas más o menos ligados a lo que se conviene en llamar la intelectualidad de izquierda, desde Charlie Hebdo hasta Témoignage Chrétien.


 


A partir del lanzamiento de la asociación, su nudo fundador ha recibido la adhesión de diversas organizaciones: sindicatos de la enseñanza (SNIUPP, SNES, SNESup, FGTE-CFDT, FSU), el sindicato de profesionales CGT (UGICT), de federaciones sindicales (bancos-CFDT, finanzas-CGT, sindicato unificado de impuestos SNUl, equipamiento-CGT, SUD-PTT), movimientos de desocupados (ACl, MNCP), la Confederación Campesina y diversas asociaciones (Droit Devantl, MRAP, CADAC, CEDETIM). Attac recibió también la adhesión de numerosos sindicatos y secciones sindicales locales, de municipalidades, etc. En fin, según las cifras que ella misma publicó después de siete meses de existencia, la asociación tendria 8.000 adherentes individuales y un centenar de grupos locales, cuya presencia se empieza a hacer sentir a través de declaraciones y peticiones en los sitios públicos de ciertas ciudades.


 


Attac no es entonces solamente la iniciativa de intelectuales aislados. La asociación parece haber reencontrado un eco no sólo en las filas de la pequeña burguesía intelectual y en los aparatos sindicales reformistas, sino también en un público un poco más amplio, disgustado efectivamente por la catástrofe social que reina en Francia hoy en día y, más allá, a escala planetaria.


 


Siendo así, ¿qué les propone entonces Attac para encontrar remedio? En su era  la sigla de "Acción para un Impuesto Tobin de Ayuda a los Ciudadanos”. Después el nombre de la asociación cambió, pero no el eje de su programa que continuó siendo este impuesto Tobin. ¿De qué se trata entonces?


 


Retorno a la crisis de los años ‘70


 


La idea de este impuesto se retoma de hecho a comienzos de los años ´70, cuando, después de la decisión americana de poner fin a la convertibilidad del dólar en oro, en agosto de 1971, el sistema monetario internacional tal como había funcionado desde la guerra es puesto en cuestión, dejando al descubierto una crisis monetaria rampante que hasta ese momento solo había sido disimulada.


 


Pues, desde 1944, fecha de los acuerdos de Bretton Woods, todo reposaba sobre esta convertibilidad del dólar. En virtud de estos  acuerdos, las tasas de cambio de las monedas de los países ricos eran valuadas en relación al dólar y oscilaban dentro de una franja estrecha definida por las autoridades monetarias establecidas en Bretton Woods. La abundancia de los dólares en circulación permitía que estos sirvieran como una suerte de ´moneda mundial´ y reemplazar en los cofres de los bancos centrales las reservas de oro que éstos ya no disponían en la posguerra. La convertibilidad del dólar en oro, sobre la base de una tasa fija, garantizaba la estabilidad del sistema. Esto no impedía que las diferentes monedas sufriesen reajustes periódicos. Pero éstos se hacían de manera controlada, en el cuadro de la cooperación entre bancos centrales y con la garantía de seguridad de las enormes reservas de oro norteamericanas. El sistema entonces casi no dejaba lugar a la especulación monetaria, menos aun cuando prácticamente todos los países ejercían un control estricto sobre los movimientos de capitales dentro de sus fronteras.


 


Evidentemente, este sistema otorgaba la parte del león a la burguesía norteamericana, consagrando su posición de gran vencedor de la Segunda Guerra Mundial. Los estados europeos hacían funcionar la máquina de imprimir billetes para cubrir los enormes gastos dedicados a la reconstrucción de la posguerra y, para compensar, recurrían periódicamente a devaluaciones. Pero el dólar permanecía por definición inmutable. Las empresas norteamericanas podían así prestar fondos, comprar empresas, incluso crearías, en el resto del mundo, a un costo relativamente bajo, siempre viviendo de un mercado norteamericano por otra parte muy protegido y de todas formas poco amenazado por las competencias extranjeras.


 


Esto no quiere decir que el Estado norteamericano no hiciera funcionar, él también, la máquina de imprimir billetes. La diferencia era que, contrariamente a los Estados europeos, podía 'exportar´ de alguna manera su inflación hacia el resto del mundo, haciendo que las otras monedas atadas al dólar la compartieran. Hasta que un día, a las sumas gastadas en favor de las patronales, se agregó el enorme agujero abierto en las finanzas norteamericanas por los gastos militares de la guerra de Vietnam. El déficit creciente del presupuesto norteamericano terminó por socavar la ficción del dólar inmutable y, de golpe, la credibilidad del sistema entero. Esto se expresó a través de una brutal ola especulativa sobre el oro en 1971, obligando finalmente a las autoridades federales norteamericanas a frenarlos gastos, poniendo fin a la convertibilidad del dólar en oro.


 


A partir de ese momento, las horas de la estabilidad monetaria artificial basada en el sometimiento de las diferentes monedas al dólar estaban contadas. Uno a uno, los principales Estados industriales dejaron 'flotar' sus monedas, como dicen los economistas, es decir que dejaban a la oferta y a la demanda la tarea de fijar la tasa de cambio respecto de las otras monedas. El sistema de Bretton Woods había muerto.


 


El impuesto Tobin y su inventor


 


Desde entonces, no sólo se ve variara las tasas de cambio de las monedas unas en relación a las otras de hora en hora, sino también siguiendo a las bolsas. Fue posible entonces especular sobre estas variaciones a menudo muy débiles y fugitivas logrando beneficios importantes, a condición de actuar lo suficientemente rápido como para efectuar un gran número de transacciones con la misma suma de dinero en un corto lapso de tiempo, y por supuesto disponiendo de sumas considerables.


 


Pero al mismo tiempo, esta posibilidad encerraba una amenaza para las finanzas de los Estados y un factor de inestabilidad mayor para el sistema monetario internacional, factor de inestabilidad que por otra parte se desarrolló desde ese momento en una escala muy diferente.


 


Para responder a esta amenaza, James Tobin, profesor de economía en la universidad norteamericana de Yale, lanzó en 1972 la idea de un impuesto, muy bajo, sobre toda operación de cambio, a fin de desalentar las operaciones especulativas: ese es el impuesto Tobin que hoy reclama Attac en respuesta a la crisis financiera actual.


 


Tobin, que tiene 81 años, fue formado por las corrientes de pensamiento que dominaban el período de la guerra, partidarios de un estatismo bien entendido que utiliza los recursos del Estado para pesar en los mercados, con el objetivo de compensar sus deficiencias y desequilibrios, pero sin imponer nada a la burguesía misma. Y es por esta razón que formó parte de los equipos de asesoramiento económico de Kennedy en la Casa Blanca a principios de los arios 60.


 


Aunque no tiene una confianza ciega en los mecanismos del mercado, Tobin es un partidario decidido de la economía capitalista, es decir, tanto del mercado corno de la propiedad privada de los medios de producción, con su consecuencia ultima, la dominación de la economía mundial por un número restringido de grupos capitalistas gigantes. Su única preocupación es la de predecir su comportamiento para amortiguar los efectos aberrantes, en beneficio de estos mismos mercados y de los beneficios capitalistas. Por otra parte, no es por su propuesta de impuesto que Tobin recibió el premio Nobel de Economía en 1981, sino, entre otros, por sus I trabajos sobre la composición de las carteras de los fondos especulativos.


 


Y por más que se lo escuche a menudo hoy en día, Tobin no fue jamás un reformador y menos aún un reformador social. Si se declara partidario del pleno empleo, por ejemplo, ciertamente no es por razones sociales sino porque sabe bien, como lo sabe todo economista de la burguesía, que los beneficios no pueden aumentar indefinidamente sin que la producción material aumente también.


 


A este respecto, se pueden multiplicar los ejemplos: en una entrevista publicada en diciembre de 1996, en una revista del Banco Federal de Minneápolis, Tobin felicita a las autoridades monetarias americanas por el "espectacular descenso” de las cifras de desempleo. Y sin embargo, agrega, "podríamos decir que esto lleva a que el mercado de trabajo sea más manejable que lo que se creía. Hay relativamente poca gente que deja su empleo. Se podría pensar entonces que hubo un cambio favorable en la estructura del mercado de trabajo", cambio del que Tobin se congratula y que atribuye en parte "a que los sindicatos son débiles, mucho más débiles que hace, digamos, 20 años”.


 


¿Un "cambio favorable”? Sí, pero ¿para quién? No para los trabajadores, que están clavados en un empleo a tiempo completo, en el caso de que tengan un empleo, por el temor de encontrarse obligados a sobrevivir en esos pequeños empleos mal pagados de tiempo parcial, que constituyen lo esencial de los trabajos creados en EE.UU. en el curso de estos últimos años. Evidentemente es un cambio, pero sólo es favorable a los patrones que pueden así reducir sus costos salariales. Y ése es el motivo por el que Tobin se regocija. En cuanto a su comentario sobre los sindicatos, debería hacer reflexionar a los militantes sindicales que serán tentados a apoyar las ideas de este economista burgués.


 


Hay también otras definiciones en esa entrevista que podrían hacer reflexionar a los miembros de Attac. Por ejemplo, cuando habla a favor de los fondos de pensión por capitalización invertidos en los mercados bursátiles, fondos que la Carta de Attac rechaza categóricamente. O también su propuesta para sanear el sistema de jubilaciones: de “aumentar la edad del retiro: se podría elegir indexarla, formalmente o no, sobre la esperanza de vida en la sociedad, no hay ninguna razón para que la edad normal de retiro continúe siendo de 65 años”. Ninguna razón para un profesor de Yale, quizás, ¿pero para los obreros que están debilitados por la explotación a los 50 años y tan a menudo no pueden casi aprovechar su retiro para el cual contribuyeron toda su vida? Pero, por supuesto, estas no son las preocupaciones de Tobin. 


 


¿Un freno a la especulación financiera hoy?


 


Para volver a su impuesto, Tobin señala en una obra aparecida en 1996 que “este impuesto simple penalizaría automáticamente las idas y venidas monetarias a corto plazo, pero casi no afectaría al comercio de mercancías o a las inversiones a largo plazo. Un impuesto de 0,2% sobre la compra/venta de una moneda con respecto a otra costaría anualmente 48% del total de la suma comprometida si ésta se efectuara cada día trabajado, 10% si se efectuara cada semana, 2,4% si se efectuara cada mes”.


 


Matemáticamente, el razonamiento parece no tener falla. Se puede comprender en efecto que el hecho de tener que pagar ese impuesto podría disuadir a los especuladores, al menos en la medida que el beneficio que esperan de su transacción se ubique en una magnitud comparable a la de esa tasa, lo que en general sucede con las transacciones de compra y venta de menos de 24 horas, que constituyen alrededor del 70% de las transacciones monetarias.


Hay que observar que la propuesta de Tobin apuntaba a poner aceite en los engranajes de la economía capitalista y de ninguna manera a trabar su mecanismo. La idea podía parecer seductora a aquellos que, en interés mismo de la producción capitalista, lamentaban que una parte creciente de los capitales se apartara de la producción para volcarse hacia actividades especulativas. No obstante, aún desde este punto de vista limitado, es dudoso que el impuesto Tobin tenga alguna eficacia, si es que algún día es aplicado.


 


Esta propuesta fue formulada en efecto en una época donde el volumen cotidiano de transacciones monetarias era de apenas la veinteava parte del volumen actual. Hoy en día, los mercados financieros han cambiado mucho. A causa de la desregulación de los últimos veinte años, los bancos perdieron el monopolio en el papel de intermediarios financieros, reemplazados por las redes informáticas que cubren todo al planeta. Cualquier empresa que lo desee puede especular sobre los mercados financieros directamente, a partir de las computadoras de sus servicios de “riesgo financiero", como ellas mismas los llaman. El volumen de capitales que disponen los grandes operadores aumentó considerablemente en favor de una concentración financiera que sigue en aumento.


 


También ha cambiado la diversificación de lo que se intercambia en los mercados financieros. Es lo que se ha dado en llamar “productos derivados", incontrolados e incontrolables, que aparecieron a comienzos de los años 80 y hoy juegan un rol importante en la política monetaria de los estados.


 


Ahora bien, el volumen de apuestas comprometidas bajo la forma de productos derivados es considerable. El hundimiento espectacular del fondo especulativo norteamericano LTCM a fines de 1998, que provocó pérdidas importantes para toda una serie de grandes bancos mundiales, demostró que las pérdidas de los jugadores desafortunados pueden cifrarse en decenas o incluso centenares de miles de millones de francos.


Los antiguos tabicamientos entre compartimientos del mercado financiero se han transformado en ficticios. La moneda de un país puede ser atacada tanto a través del mercado monetario como del mercado bursátil o por la especulación sobre productos derivados basados en tasas de interés volcadas sobre la deuda del Estado de ese país.


El impuesto Tobin, tal como fue formulado más arriba, no toma en cuenta ninguno de estos fenómenos actuales, que sin embargo jugaron un rol decisivo en las bancarrotas financieras de 1994 y 1997/1998. Además, Tobin mismo lo reconoce cuando desliza al pasar, en la obra de 1996 mencionada más arriba, que sin duda también habría que encontrar un medio de tasar los productos derivados y de rever su impuesto para disuadir igualmente las transacciones de gran volumen. Pero no dice cómo hacerlo, como tampoco lo hace Attac.


 


Tampoco dice cómo hacer para impedir que las sociedades financieras, que han hecho de la evasión fiscal una verdadera industria, encuentren la forma de sortear este impuesto. La respuesta de Attac consiste en reclamar el desmantelamiento de los paraísos fiscales. Pero, por un lado, ante la ausencia de una fiscalización única a escala mundial —y podemos ver con qué dificultades se tropieza una simple armonización solamente en la zona europea-—, no se ve cómo se podría lograr esto, y qué es lo que podría impedir que Nueva York o Londres se conviertan en paraísos fiscales comparados con París. Por otro lado, cuando se sabe que, por ejemplo en la hora actual, los productos derivados monetarios que escapan casi enteramente a toda reglamentación llegan a un monto superior a cien veces el presupuesto anual del Estado francés, y que la mayor parte está en manos de grupos financieros de los países ricos, podemos afirmar aquí también que los sectores más protegidos contra los controles financieros no son después de todo ni las islas Caimán, ni Jersey, sino los propios países del G7.


 


De la mundialización reformista a los desvíos nacionalistas


 


En la declaración final de un seminario organizado por Attac en enero último, se dice que el impuesto Tobin liberaría “sumas considerables que podrían ser consagradas a objetivos de igualdad social, de desarrollo sustentadle y de reparación de los males más graves provocados por las políticas de liberalización. Convocaría a la creación de estructuras internacionales de reparto y administración de fondos así liberados". He aquí entonces que los organizadores de Attac, muchos de los cuales declararon a menudo su oposición resuelta a lo que llaman la “mundialización", es decir a fin de cuentas a la intemacionalización del capital, proponen reformar esta mundialización reclamando la existencia de estructuras internacionales para repartir los fondos deducidos de la especulación monetaria!


 


Pero elimpuesto Tobin ¿producirá tal lluvia de dinero? El mismo Tobin se muestra mucho menos optimista. Recuerda en una entrevista en Le Monde del 17 de noviembre de 1998 que “a decir verdad, en Europa, a menudo se han engañado sobre el sentido original de mi propuesta. Se pensaba que yo quería poner un impuesto a los movimientos de capitales para deducir de allí recursos que irían a una organización internacional, como la ONU, que los pondría al servicio del desarrollo o del medio ambiente. Esta de ninguna manera era mi prioridad”. Y de hecho, en otro artículo, estimaba que el producto mundial anual de su impuesto estaría, como máximo, en el orden de los 300 mil millones de francos, apenas un sexto del presupuesto del Estado francés, suma insuficiente para realizar el ambicioso programa mundial del que habla Attac. Lo que además es lógico porque, después de todo, el objetivo de esta ¡I tasa es precisamente el de reducir el volumen de las transacciones especulativas, que representan cerca del 90% de las transacciones monetarias.


 


Queda por saber cómo este impuesto, o una versión mejorada de él, si es que se , puede encontrar una que se aplique a las diversas formas de especulación, podría í ser aplicado.


 


Tobin explicaba, en la entrevista citada de Le Monde, que “sería suficiente que una veintena de países comenzaran, se pusieran de acuerdo, para que el impuesto pudiera tomar cuerpo". A continuación decía: “pienso que aceptar el impuesto podría ser una de las condiciones previas para ser miembro del FMI y del Banco Mundial".


 


Evidentemente, como lo destaca por su lado Attac, se trata antes que nada de un problema de voluntad política.


Por supuesto, hay políticos, aun de derecha, que no se oponen a un impuesto como este, al menos mientras solo se trate de hablar. Así Jean Royer, cuyas ideas no eran ciertamente de izquierda, presento en 1996 en la Asamblea Nacional el anexo 13 de un informe de la Comisión de Finanzas, el informe Auberger, donde se recomienda la adopción de un impuesto similar a la tasa Tobin de manera de dar al Tesoro más poder sobre las finanzas del país.


Pero en las actuales condiciones ¿por qué los Estados, y en particular lo de los países ricos, tendrían esta voluntad política, cuando están en una competencia permanente por captar un flujo constante de capitales y para financiar su deuda pública, incluso para sustituir a su burguesía nacional que se rehúsa a invertir en los servicios públicos privatizados, como es el caso de Gran Bretaña?


 


Esto no quiere decir que los estados no puedas decidir tomar medias al menos parciales contra la especulación. Se observó en el caso de Malasia, que después del hundimiento monetario en el sudeste asiático, impuso un control a las entradas y salidas de divisas de su territorio, aunque sea muy difícil saber con qué eficacia.


 


También hay algunos países, como Chile, que obligan a los capitales extranjeros a dejar una especie de depósito de garantía por un período dado a partir de su entrada en el país, para impedirles su retiro demasiado rápido.


 


Tobin mismo lo subraya a propósito de su impuesto diciendo, siempre en su entrevista en Le Monde, que “lo que hay que preservar para un país es la posibilidad de tener un mínimo de política monetaria nacional independiente. Eso es lo que me interesa. […] Sin mantener un mínimo de política monetaria independiente en un sistema como el nuestro, usted transforma los países de economías emergentes en sucursales bancadas de las economías dominantes”.


 


Pero en un mundo económico dominado por el imperialismo, este tipo de proteccionismo, por más legítimo que sea en el caso de un país pobre, es o bien parcial e ineficaz o, si es serio, implica otros inconvenientes graves, como lo demostraron los ejemplos tanto de China como de Cuba. Los revolucionarios son solidarios con los países subdesarrollados que, por tratar de escapar al pillaje imperialista directo, han elegido el proteccionismo nacional (aun cuando muy a menudo esta elección sólo en parte surja de su voluntad y sus consecuencias estén agravadas por el boicot impuesto como réplica a su resistencia).


 


Por el contrario, los revolucionarios no tienen ninguna razón para ser solidarios con las potencias imperialistas, que harían el mismo tipo de elección en el marco de la guerra económica que promueven unos contra otros.


¿Cuál sería la significación de tales medidas en un país como Francia, en nombre de una “política monetaria nacional independiente”, sino la de un repliegue nacionalista de consecuencias graves y riesgos para la población laboriosa, cosa que, dicho sea de paso, explica el entusiasmo de Jean Royer con el impuesto Tobin y prueba que él comprendió mejor su contenido que Attac.


 


Ahora bien, en este plano, en los textos de Attac se pueden observar ambigüe-dades por lo menos inquietantes. Así, en el número 42 de la revista Maniére de Voir, publicada por Le Monde Diplomatique, el presidente del consejo científico de Attac, René Passet, escribe que “la libertad de intercambios no tiene sentido más que entre naciones con un nivel de desarrollo comparable […]. El argumento aboga en favor de I vastos conjuntos internacionales de librecambio, protegidos en su contorno. La Unión Europea, reencontrando su status de 'Comunidad’, constituiría un excelente. El restablecimiento del principio de la 'preferencia comunitaria' constituye entonces una medida indispensable, sin la cual la construcción europea se diluiría en una libertad de negocios mundial o perdería toda significación”.


 


Si se lo comprende bien, ¡Passet recomienda entonces el repliegue de Europa! sobre sí misma, cerrando sus fronteras tanto a la especulación financiera como a las importaciones extranjeras, y la constitución de zonas similares alrededor de los otros países ricos dejando al mismo tiempo que el Tercer Mundo se pudra en la miseria!


Aquí se ve adónde lleva la lógica de los que quieren a toda costa reformar el sistema que la dominación del capital vuelve irreformable. Sin contar que la continuación lógica de tal propuesta bajo el capitalismo sería ni más ni menos que la guerra de los bloques que se hubiera así formado protegiéndose contra las exportaciones de los otros bloques.


 


Reencontramos la misma idea, formulada en forma aún más clara, en la misma revista bajo la firma de Bemard Cassen, presidente de Attac, que explica: “La regla a escala de las naciones y de las regiones del mundo debe ser la de producir y consumir en su mismo sitio, mientras que exportar e importar debería ser la excepción. Lo que no significa de ningún modo la autarquía. No hay otra forma de garantizarla estabilidad de los conjuntos organizados (países o reagrupamientos de países), el manejo democrático de su desarrollo y la protección de sus sistemas sociales”.


 


La parte de verdad que se podría encontrar en esta afirmación de Cassen queda reducida a cero por la abstracción de su “regla” que, voluntariamente, deja en ambigüedad la cuestión de saber quién dirige la economía.


 


Es verdad que en una economía racionalmente organizada a escala planetaria una parte de las exportaciones y de las importaciones actuales desaparecerla naturalmente, pues su única razón de ser es el beneficio y, por añadidura, el beneficio extraído precisamente del desarrollo desigual y de su agravamiento. Que se piense solamente en la destrucción de la autosuficiencia alimenticia en muchos países subdesarrollados, obligados de un lado a producir para la exportación hacia el mercado mundial y, del otro, a abandonar los cultivos alimenticios locales para importar productos alimenticios de base. Una economía racionalmente organizada a escala mundial deberá poner fin, en un gran número de países pobres, al monocultivo impuesto y restablecer los cultivos alimenticios.


 


Se ve claramente el signo de la locura de la economía capitalista mundial en el hecho de que Burkina Faso, por ejemplo, produzca legumbres a contra-estación para el mercado europeo, mientras muchos de sus campesinos mueren de hambre en las tierras más pobres. El hecho de haber impuesto a Senegal el casi monocultivo del maní, y de haberlo obligado a cambiar sus hábitos alimentarios correspondientes a los recursos locales en beneficio del consumo de arroz importado de las colonias de Asia, y luego del de pan, es una de las expresiones del pillaje de este país. E incluso en un cierto número de sectores industriales, las corrientes de Intercambio internacional impuestas por los grandes grupos industriales en posición de monopolio no representan necesariamente una racionalización.


Pero sostener, en abstracto, la “regla” de Bernard Cassen significa sobre todo la negación de los progresos que podrían aportar la existencia de una economía mundial y la posibilidad de colectivizar los recursos materiales y humanos a escala  planetaria.


 


¿Qué significa, en el contexto actual de dominación imperialista en el mundo, "el manejo democrático de su desarrollo” para los países subdesarrollados? En el mejor caso, es una frase hueca. En el peor, una forma hipócrita de ocultar el hecho de que, después de decenios de pillaje, de remodelación de su economía en beneficio de la burguesía de las metrópolis imperialistas, estos países no tienen ninguna chance de salir del subdesarrollo por sus propias fuerzas. Es una forma de consagrar el derecho de las burguesías imperialistas de continuar haciendo fructificar los productos de este pillaje. Es verdad que las burguesías imperialistas no tienen la más mínima necesidad de un Cassen, ni de la justificación de quien sea, para asegurar este derecho…


 


Un callejón sin salida


 


Una publicación como Le Monde Diplomatique, que es vocera de los comités de Attac, tiene el mérito de denunciar algunos de los aspectos más aberrantes de la economía capitalista. Eso no es poco: tratándose de intelectuales, la elección de denunciar las injusticias y las irracionalidades de una organización social abyecta es infinitamente preferible a la de la mayoría que tiene la pretensión de formar opinión pública, que están de rodillas frente a la burguesía y para quienes el capitalismo es el único posible si no el mejor de los mundos. Tanto más cuanto la denuncia se apoya a menudo en elementos sólidos.


 


Pretendiendo combatir al mismo tiempo el “liberalismo salvaje”, la especulación, y los “paraísos fiscales”, sin combatir el capitalismo, Attac responde a una necesidad en los medios tradicionalmente socialdemócratas y profundamente reformistas, pero decepcionados hoy por la práctica gubernamental de los socialdemócratas, en el poder en la mayoría de los países de Europa. Pues una vez en el poder, los Tony Blair, los Jospím, los Schroder, se deshacen de sus oropeles reformistas, abandonan toda idea aunque mas no fuera de arañar a la burguesía, incluso de tomar algún medida en favor de las clases pobres que pudiera comprometer la ganancia creciente que quiere acaparar la gran patronal. La socialdemocracia en el poder no es siquiera reformista: ejecuta servilmente los deseos de la gran burguesía.


 


Attac responde de alguna manera a los decepcionados del “socialismo real”, asustados por la evolución del capitalismo y en desacuerdo con el “socialismo" gestionarlo del capitalismo, pero que no quieren o no pueden llevar la lógica de su oposición hasta el combate radical contra el capitalismo, y buscar los medios para conseguirlo no implicaría otra cosa que los medios intelectuales y las elecciones políticas para hacerlo. Para los más sinceros entre ellos, están perdidos entré dos aguas y están condenados a la impotencia. Para otros, su oposición al socialismo gestionado no les impide ser profundamente hostiles a las perspectivas revolucionarias del movimiento obrero.


Attac afirma, por ejemplo, que quiere atacar la especulación. Pero el capitalismo es la especulación, o más bien la especulación es una de las formas normales del funcionamiento del gran capital en una época donde ya no es más capaz de engendrar el progreso contribuyendo al aumento de la riqueza de la sociedad. Pero Attac se cuida bien de lanzar tal anatema contra el capitalismo.


 


Al contrario, en un texto aparecido en Le Monde Diplomatique en mayo de 1998, Bernard Cassen se distancia de antemano del marxismo y de su crítica del capitalismo. A las “medidas despóticas” de la dictadura del proletariado preconizadas por el Manifiesto Comunista de Marx, opone “el fracaso de los regímenes que se reclamaban comunistas (que) desacreditaron toda transformación de la sociedad que tendría el ‘despotismo’ como medio y el Estado como único agente”. Ahora bien, ¿qué proponen Attac y Bernard Cassen si no confiarse en la buena voluntad de los gobiernos que, desde hace tres décadas, hacen pagara la población laboriosa tanto de los países ricos como de los países pobres los gastos de una crisis que se inició a comienzos de los años 70? ¿Qué perspectivas ofrecen a los que I querrían terminar con los desórdenes, los destrozos y la miseria de la crisis, si no de peticionar frente a esos políticos que están sometidos frente a los menores deseos de la burguesía, es decir de los especuladores? Attac se confía en el “despotismo" del Estado de la burguesía para obtener la puesta en funcionamiento del impuesto Tobin o la supresión de los paraísos fiscales.


 


Combatir la mundialización financiera sin combatir el capitalismo es, en el mejor de los casos, una utopía. Hacer un llamado al Estado para combatir el capital financiero es disimular la subordinación de los Estados al gran capital. Y es, en nombre del combate contra algunos aspectos presentes del funcionamiento capitalista, justificar de antemano su funcionamiento eventual en el futuro.


 


Pues no se puede excluir la posibilidad de que, en caso de catástrofe financiera i resultante de la especulación, los Estados vuelvan al proteccionismo, al control estatal de los movimientos de capitales, sea de forma concertada, lo que general mente significa que los Estados capitalistas más poderosos imponen su voluntad, sea cada uno por su lado. En una cierta fase de la crisis de 1929, para salvar al capitalismo de la debacle, las burguesías imperialistas más poderosas supieron ¡utilizar el estatismo. Pero ni el New Dea! norteamericano y mucho menos el estatismo de la Alemania nazi volvieron al capitalismo más racional o menos feroz, al contrario.


 


Y el estatismo mismo, de medio para salvar la economía del hundimiento, se I transformó de una manera natural en un medio para preparar la guerra.


 


Los círculos Attac son, como mucho, susceptibles de dar elementos para un diagnóstico exacto de numerosas aberraciones e injusticias de la economía capitalista actual. Ya es suficiente, se podría decir. Pero Attac tiene también una ambición política, i en particular la de reagrupar corrientes políticas diversas y múltiples, individuos, asociaciones. ¿Pero por qué hacerlo? ¿Con qué programa? ¿En qué perspectiva?


 


Los iniciadores de Attac ignoran las clases sociales, la lucha de clases y se rehúsan a ver en la clase obrera la única fuerza social que tiene a la vez un interés objetivo y la fuerza para transformar fundamentalmente el orden económico y social. Se reducen a súplicas. Significativamente, la acción principal de Attac ha sido hasta el presente el lanzamiento de una petición nacional pidiendo “solemnemente a la representación nacional y al gobierno francés" que tome un cierto número de medidas, entre otras el impuesto Tobin. “Que el gobierno tome una iniciativa ejemplar en este sentido requiere la apertura de un debate sobre estas cuestiones, en el Parlamento y en el país, y el pedido oficial de su inclusión en el orden del día de una próxima reunión, ordinaria o extraordinaria, del Consejo Europeo.” La “dictadura de los mercados financieros" debe temblar frente a la idea de una “iniciativa" tan “ejemplar"


La reivindicación del impuesto Tobin no es un pequeño paso, quizás insuficiente, pero pequeño paso al fin en la buena dirección. Es un callejón sin salida y un engaño.


 


No propone un objetivo limitado, al alcance inmediato de una eventual movilización de masas que éstas podrían sobrepasar en la dinámica de la lucha de clases para ir más allá, pues por irrisorio que parezca el impuesto Tobin, la decisión de introducirlo, es competencia del FMI, de la banca mundial o, por lo menos, de una coalición de Estados como el G7. El resultado de estas medidas, si fueran introducidas, seria irrisorio. Sin embargo, paradójicamente, su introducción, en tanto que objetivo de lucha para los trabajadores, está fuera del alcance de estos últimos, salvo en el caso de un combate poderoso y sobre todo internacional de la clase obrera. De la misma forma, aun en la hipótesis inverosímil en que todas las victimas del gran capital se movilizaran detrás de este objetivo, los gobiernos tendrían siempre la posibilidad de descargarse sobre sus, vecinos que “no lo quisieran" o bien, por el contrario, de tomar la decisión sabiendo que no tendría ninguna consecuencia y de presentarla como una victoria sobre la dictadura ' del mercado. Por su misma naturaleza, la reivindicación del impuesto Tobin está i destinada a ser una súplica impotente a los gobiernos.


 


Es verdad que se han visto súplicas que terminaron en revoluciones contra  dictaduras distintas a la del “mercado financiero internacional": por ejemplo el zar de todas las Rusias que hizo su experiencia en 1905. Pero el cura Gapón no hizo gran cosa y las súplicas fueron una etapa rápidamente superada. Y luego, el zar, su palacio y sus hombres estaban al alcance físico de las masas en lucha. No se puede I decir lo mismo de la banca mundial o del G7.


 


Por supuesto, hay algunos, entre los que hacen circular el petitorio o que se reúnen en los comités Attac y en particular entre la juventud estudiantil, para quienes, esto representa la expresión de una rebelión contra un sistema injusto e irracional. En su evolución personal, esto puede incluso ser una etapa en su concientización. Para muchos, ésta es sin duda la etapa final: comprender no los incita a actuar, sobre todo cuando se trata de una comprensión parcial y platónica. Los comités Attac tienen la ventaja de ofrecerles una cierta forma de buena conciencia…


 


Pero aquellos para quienes comprender es actuar no deben quedarse en las ideas brumosas de un pontificador de la economía política burguesa. Ellos encontrarán en los viejos textos de Marx y de los marxistas infinitamente más elementos de comprensión del mundo capitalista de hoy que en las obras de todos aquellos, de Keynes a Tobin pasando por muchos otros, que la burguesía colmó de honores, prebendas y premios Nobel. Sobre todo, encontrarán un método de razonamiento V una forma de entender la realidad, comenzando por esa idea fundamental que dice que para comprender el mundo, hay que querer transformarlo. Y es esta comprensión la que podrá llevarlos a salir de la ineficacia esencial de los comités Attac o de toda otra asociación del mismo tipo, llevándolos a elegir el campo del proletario, la actividad en el terreno de la única clase social que tiene la fuerza para realizar esta transformación social que, sin esa clase, está condenada a seguir siendo, en el mejor de los casos, un sueño inaccesible.


 


 


(*) Extraido de Lutte de Classe (mensuario de Lutte Ouvriere) N°42, del 9 de abril de 1999.


1. Se refiere al invierno del Hemisferio Norte, ya que el ´tequilazo´ mexicano tuvo lugar en diciembre de 1994.


 

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