El próximo congreso de la LCR debería tener lugar en junio de 2000. El anterior sesionó a principios de 1998.
Por supuesto, tratándose de un problema interno de la LCR, no queremos intervenir en la discusión propiamente dicha del próximo congreso. Si da lugar, comentaremos luego las decisiones que allí se tomen.
Por eso, la finalidad del siguiente artículo no es intervenir en el futuro congreso de la LCR, sino discutir los cambios políticos en los cuales parece empeñada esta organización.
Esta discusión podría haber tenido lugar antes de las elecciones europeas (1) ya que no representa un cambio de actitud política. De ello dan fe los artículos aparecidos en Rouge (2) y en Lutte Ouvrière (3) (agrupados en un folleto por nosotros), inmediatamente después de las Regionales o las declaraciones a la prensa, en ese momento, de ciertos dirigentes de la LCR.
Simplemente se trata de aclarar la actual evolución de la LCR siguiendo algunos textos públicos, recientemente aparecidos, que comentan el siglo pasado.
En su número del 13 de enero de 2000, Rouge, el semanario de la LCR, dedicó un suplemento especial a lo que denomina "La leyenda del siglo". Se trata de ocho artículos de otros tantos autores, que pretenden ser, según la presentación de Rouge, un esbozo de reflexión sobre los problemas actuales del movimiento revolucionario, resumido en estos términos: "¿La revolución, la alternativa al liberalismo, están destinadas inexorablemente al museo de las cosas viejas? ¿Octubre del 17, Lenin, Trotsky pueden ser eximidos de cualquier mirada crítica por el hecho de la perversión stalinista?".
No se aclara si este esbozo de reflexión compromete a la LCR como tal. Pero como entre los firmantes de estos artículos aparecen algunos de los dirigentes más conocidos de esta organización, como Christian Picquet o Daniel Bensaid, es lícito pensar que se trata de un reflejo de las discusiones que la atraviesan actualmente, al acercarse su próximo congreso de junio de 2000.
Por supuesto, no hay motivo para que los revolucionarios no puedan tener una mirada crítica al estudiar a Lenin y Trotsky. Pero de hecho no se trata sólo de eso. Lo que tienen en común estos ocho textos, es un cuestionamiento de todo lo que ha constituido, hasta fechas relativamente recientes, el capital político del cual se reivindicaba la LCR, no sólo los aportes de Marx y Engels, sino también los de Lenin y Trotsky.
Este cuestionamiento no tiene siquiera el mérito de aportar ideas originales, y esto no es nada sorprendente. En efecto, tras medio siglo de ausencia de cualquier intervención política autónoma de la clase obrera, las ideas políticas a las que debería dar vida nuestra época ya fueron formuladas hace tiempo, y este esfuerzo para "pensar el presente a la luz de las experiencias que puedan hacerlo inteligible", no lleva más que a retomar ideologías vetustas mil veces formuladas ya, y mil veces combatidas en el pasado por el movimiento revolucionario.
¿La LCR sigue siendo trotskista?
Esta es la pregunta que uno puede hacerse después de la lectura del artículo de Francois Duval, titulado: "Entonces, ¿todavía trotskistas?", aunque empieza por lo que pretende ser un homenaje a Trotsky: "Para nuestra generación, el primer encuentro con el pensamiento de Trotsky se realizó bajo el signo del internacionalismo, en pleno período de ascenso de la revolución colonial () Fue nuestra primera aproximación a la teoría de la revolución permanente desarrollada por Trotsky". Allí está, resumida en una frase, toda la ambigüedad de las organizaciones del Secretariado Unificado en relación a las ideas defendidas por Trotsky durante toda su vida.
La teoría de la revolución permanente, que Trotsky elaboró después de la revolución rusa de 1905, pronosticaba que las burguesías de los países subdesarrollados, llegadas tarde al escenario de la historia, temerosas de un proletariado numeroso y concentrado, se revelarían incapaces de realizar las tareas de la revolución democrática burguesa y que, en esas condiciones, sólo la clase obrera podría llevar a cabo esas reformas; los revolucionarios debían, por tanto, fijarse como objetivo no desempeñar un papel de complemento en una hipotética revolución burguesa, sino el rol dirigente en un proceso revolucionario que debutaría por reformas democráticas pero que sólo podría vencer si se da como objetivo la toma del poder por el proletariado. Pero en un período marcado por la ausencia de intervenciones políticas independientes de la clase obrera, por la ola de revoluciones coloniales, y por el deslumbramiento que éstas provocaban en la mayor parte de la pequeña burguesía intelectual, el Secretariado Unificado (y junto a él la gran mayoría de las organizaciones que se reclaman del trotskismo) utilizó esa teoría para justificar su seguidismo a las direcciones nacionalistas pequeñoburguesas, afirmando que ya que se habían obtenido una cierta cantidad de reivindicaciones democrático burguesas, esas direcciones eran de alguna manera direcciones obreras de hecho. La revolución permanente ya no era, para estos camaradas, una estrategia de combate para la clase obrera, sino un proceso de "transformación" cuasi automático de las revoluciones coloniales en revoluciones socialistas, sirviendo esto para otorgar buenos puntos "socialistas" a Mao, Castro, Ben Bella, Ho Chi Minh y tantos otros.
Pero los mismos que quedaron deslumbrados ante los líderes nacionalistas de los países tercermundistas, cuando aquéllos estaban de moda, hoy se sienten cada vez menos solidarios con la auténtica revolución proletaria que fue la revolución rusa. Es así como se puede leer en el mismo artículo *"¿Entonces, todavía trotskistas?"* frases que parecen salidas directamente de El Libro Negro del Comunismo (5): "Desde el principio, el poder bolchevique respondió con represión a las huelgas obreras: toma de rehenes, ejecución por fusilamiento de los activistas, culpables de defender las reivindicaciones obreras y de reclamar elecciones libres en los Soviets. ¿La guerra civil? No lo explica todo". Y el autor (¡qué original!) invoca, contra el bolchevismo, los escritos de Trotsky de 1903 criticando los métodos de Lenin y de la fracción bolchevique; pero el mismo Trotsky aclaró posteriormente que sin el partido bolchevique la revolución proletaria en Rusia, en octubre de 1917, nunca habría podido triunfar.
Pero vemos aquí que otra cuestión se le plantea a este trotskista que describe la Revolución de Octubre como un infierno para los trabajadores, a propósito de los movimientos de independencia nacional posteriores a la Segunda Guerra Mundial: "Las revoluciones democráticas no desembocaron en la revolución política, ni en el retorno de los consejos de trabajadores que pronosticábamos".
Pero antes que interrogarse sobre el trotskismo, Francois Duval debería cuestionar la validez de esos pronósticos que no le debían nada ni a Lenin ni a Trotsky, y sobre la seriedad de lo que la corriente a la cual pertenece proclamó durante años.
Referirse al comunismo ya no está de moda hoy en la pequeña burguesía intelectual, pero no fue siempre así. En los años que siguieron a la Segunda Guerra Mundial, el mundo de los literatos, de los universitarios y de los intelectuales de todo tipo estaba lleno de compañeros de ruta del stalinismo que cantaban alabanzas a la URSS stalinista y a las "democracias populares" (6). Es durante este período que la gran mayoría del movimiento trotskista decidió que las "democracias populares" eran Estados obreros deformados, aunque la clase obrera no hubiera jugado ningún papel en su nacimiento. Según estos camaradas, la revolución social había sido cumplida allí por el Ejército Rojo. Sólo quedaba realizar la revolución política. Gracias a estos análisis, la burocracia stalinista aparecía dotada de virtudes revolucionarias. Y los que teorizaban así su seguidismo en relación al stalinismo, dedujeron de allí una estrategia de entrismo sui generis preconizando la entrada de los militantes revolucionarios en los partidos stalinistas o socialdemócratas que, decían, jugarían un papel decisivo en las futuras transformaciones revolucionarias que no podrían más que surgir de los enfrentamientos entre la URSS y el imperialismo.
Nuestra corriente fue la única en sostener que las "democracias populares" no eran más que Estados burgueses, deformados si se quiere por la presión de la URSS, pero que no aspiraban más que a reintegrarse al imperialismo cuando les fuera posible. Y efectivamente esto fue lo que ocurrió, cuando la URSS, antes de su propio estallido, aflojó su presión. Entonces, en lugar de cuestionar al trotskismo por la ausencia de "revoluciones políticas" en las ex "democracias populares", los representantes del SU y de la LCR deberían más bien repasar sus propias interpretaciones sobre el nacimiento de estos Estados.
Evidentemente, no es éste el camino que han emprendido, y la conclusión del artículo de Francois Duval es clara: "Este es nuestro trostkismo: una deuda teórica con el autor de La Revolución Traicionada, la fidelidad en el combate por la revolución y contra la burocracia. Pero también un necesario inventario y depósitos nuevos para abrir. El estudio crítico de Trotsky, y de los otros pensadores, nos da referencias útiles para un proyecto revolucionario. Sería ilusorio, sin embargo, pensar en encontrar allí respuestas a los nuevos desafíos del siglo. Estas sólo pueden surgir de nuevas experiencias y de la confrontación con otras corrientes políticas y sociales ajenas a esta cultura política".
Evidentemente, "nuevas experiencias" no dejarán de enriquecer el capital político del movimiento revolucionario, pero a condición de que abarquen amplios sectores de las masas y no a movimientos marginales; y pretender que las "respuestas a los nuevos desafíos del siglo" sólo podrán surgir de la "confrontación con otras corrientes sociales o políticas", es de hecho seguir el mismo camino que el de adornar al tercermundismo de todas las virtudes anticapitalistas, pero en forma más irrisoria aún, porque entonces se trataba de amplios movimientos de masas, mientras que ahora las "corrientes políticas y sociales" a las que se alude no son más que corrientes ultraminoritarias.
¿La LCR sigue siendo leninista?
El tema de la responsabilidad de los principios y de los actos del bolchevismo en la génesis del stalinismo es permanentemente recurrente en este suplemento. Así, en un artículo titulado "La emancipación desviada", Eric Lafon, después de hacerse la pregunta si el bolchevismo fue "inocente de todo aquello", responde: "Uno no puede quedarse en la denuncia de algunos errores en términos de pérdidas y ganancias". Y critica, entre otras cosas (ciertamente con 80 años de retraso respecto de todos los críticos reaccionarios de la Revolución Rusa), "la disolución de la Asamblea Constituyente, que demuestra de parte del partido bolchevique una práctica no compartida del poder revolucionario y participa posteriormente en el debilitamiento de la democracia socialista".
Este ejemplo muestra en primer lugar con cuanta ligereza estos nuevos críticos de la Revolución Rusa tratan los hechos, ya que el partido bolchevique no ejercía el poder en forma "no compartida" cuando fue disuelta la Constituyente: los Socialistas Revolucionarios de izquierda estaban en ese momento asociados enteramente al poder. Pero en el fondo no se podía compartir el poder entre una Asamblea Constituyente dominada por partidos burgueses, y que apenas elegida no representaba ya a ninguna fuerza viva del país, y el Congreso de los Soviets, emanación de las masas en lucha. Una u otra debía desaparecer ineludiblemente, en un momento u otro. Y no es la profundización de la "democracia socialista" sino su muerte, lo que habría representado, en las condiciones de la época, la victoria de los partidarios de la Constituyente. ¿Acaso hay que recordarle esto a militantes que se reclaman de la IVª Internacional?
Sigue luego toda una clase de vals sobre el tema de las responsabilidades del bolchevismo vistas por la LCR (¿o de una de sus corrientes?). Un paso a la derecha: "Todos estos aspectos deberían por lo tanto convencernos de una filiación entre el bolchevismo y el stalinismo". Un paso a la izquierda: "Persistimos en contestar negativamente". Un paso hacia atrás: "La idea de contrarrevolución caracteriza () en Trotsky a la URSS de Stalin (). Sin embargo, el término es ambigüo ya que es empleado generalmente para designar la antítesis, tanto en el plano de los valores como en el de los principios, de la revolución que se pretende combatir para restablecer el antiguo orden. Sin embargo, Stalin se inscribe en una filiación y se cuida muy bien de presentarse rompiendo con la herencia de Lenin". Lo que es más ambiguo aun, es el conjunto de las formulaciones de este artículo, que desembocan en esta conclusión: "La tesis de un Stalin protegiéndose tras una fachada revolucionaria para emprender un camino contrarrevolucionario en Rusia resulta un escenario alambicado". Pero, en vano buscaríamos en esta prosa otro análisis del fenómeno stalinista: sólo se trata de un ¡"esbozo de reflexión"! Pero todo lo que es demasiado complejo para la reflexión de algunos, no es necesariamente alambicado.
No todos los militantes de la LCR, sin duda, comparten los puntos de vista de Eric Lafon. La prueba está en que en el número de Rouge del 23 de marzo de 2000, François Ollivier le reprocha haber escrito en otro lugar que "el bolchevismo y la Revolución de Octubre no escapan a la sentencia que los ha llevado definitivamente al reino de la historia, de un pasado que hemos terminado de repasar" y tener el aire de lamentar que el "PCF continúe defendiendo la idea de la ruptura entre Stalin y Lenin". Pero si para François Ollivier la contrarrevolución stalinista es la negación del proceso revolucionario de Octubre, concluye, sin embargo: "¿Acaso esto nos dispensa de un retorno crítico sobre la Revolución Rusa? De ninguna manera. Estudiemos, discutamos los errores de los bolcheviques en su contexto histórico “un país de campesinos, dislocado por la guerra civil”, distingamos lo que resulta de las dificultades objetivas y de los errores de los revolucionarios rusos, y esto a partir de 1917/1918:
– la pérdida de sustancia de los soviets, a partir de los primeros meses de la Revolución;
– la disolución de la Asamblea Constituyente y su no reconvocatoria en 1918;
– la represión contra otras fuerzas políticas, socialistas revolucionarios, anarquistas, etc. El lugar de la policía política en la resolución de los problemas;
– la prohibición de las tendencias y fracciones en 1921 en el seno del partido bolchevique".
¿Qué es lo que llevó a "la pérdida de sustancia de los soviets", a la "represión contra otras fuerzas políticas, socialistas revolucionarios, anarquistas, etc.", a la "prohibición de las tendencias y fracciones en 1921"? Aunque más no fuera por higiene intelectual, a uno le gustaría saber por qué lo que adoraba la IVª Internacional hace 20 ó 30 años se volvió execrable hoy.
Lamentablemente, François Ollivier no se toma el trabajo de explicarnos lo que resulta de las "dificultades objetivas" y lo que resulta de los "errores de los revolucionarios".
En cuanto a los que ven en el stalinismo una prolongación del bolchevismo, ¿cómo pueden todavía reivindicarse trotskistas? Porque el aporte (considerable) del Trotsky de La Revolución Traicionada al movimiento obrero revolucionario, fue precisamente haber demostrado en qué condiciones históricas, sobre qué bases sociales, pudo triunfar el stalinismo. Fue haber mostrado que la degeneración de la Revolución Rusa no era una consecuencia ineludible de todo fenómeno revolucionario o de la "naturaleza humana", sino el fruto del aislamiento de una revolución que sólo había logrado triunfar en un Estado económica y culturalmente atrasado. Para todos aquellos que habían elegido alinearse en el campo de la clase obrera internacional, y que se escandalizaban ante el ascenso del stalinismo, Trotsky iluminó el camino del combate a seguir.
Para el que no se deja influenciar por los discursos reaccionarios actualmente de moda en la intelectualidad, las cosas están hoy mucho más claras que en la época de Trotsky. Los sucesores de Stalin ya ni se toman el trabajo de aparecer como los continuadores de la Revolución Rusa. Los Yeltsin, los Putin, aparecen como lo que son, los representantes de una casta privilegiada nacida de la declinación de la revolución, y que tiene más de mafia que de nueva clase social. Pero, es justamente cuando todo está más claro, que los redactores de Rouge ya no ven nada. "Es esta imagen de un poder totalitario la que la historia recordará como único paradigma de la sociedad socialista…", se lamenta Eric Lafon. Pero, ¿qué historia? ¿Aquella escrita por historiadores como François Furet o por los "nuevos filósofos"?
En todo caso son las ideas reaccionarias de este pequeño mundillo las que influencian a los autores de estos textos. Y para ilustrarlo mejor, en un dibujo que acompaña este artículo sobre "la emancipación desviada" y que quiere ser sin duda humorístico, bajo la leyenda "1989: fin de la pesadilla comunista", un personaje dice ante el Muro de Berlín destrozado: ¡tardamos 72 años en encontrar la salida! 1989 menos 72, da exactamente 1917. Esto figura en un semanario que se dice "comunista revolucionario", y nos exime de cualquier comentario.
La Revolución Francesa y la auténtica democracia
Es bajo otro ángulo que el artículo "La democracia como principio", firmado por Samy Johsua, aborda el balance de la Revolución Rusa, empleando, también allí, argumentos que no deberían tener un carácter novedoso para los trotskistas. El autor se refiere allí, en efecto, al folleto "La Revolución Rusa" que Rosa Luxemburgo escribió en 1918, sin haber tenido tiempo de terminarlo y que fue editado a fines de 1921 por Paul Levy, después de ser excluido de la Internacional Comunista. Este texto *y Rosa Luxemburgo no tiene nada que ver en ello* sirvió mucho a las corrientes socialdemócratas deseosas de criticar la acción de los bolcheviques con el aparente aval de una revolucionaria incuestionable.
Rouge escribe entonces: "Toda reflexión sobre la naturaleza de una auténtica democracia debe partir de la absoluta convicción de que Rosa Luxemburgo tenía toda la razón". Pero la primera reflexión que se impone, después de semejante afirmación, es hacer notar que la "auténtica democracia" no formaba justamente parte del vocabulario de Rosa Luxemburgo, que no discutía sobre una democracia en forma independiente de las relaciones de clase, sino sobre el problema de las libertades democráticas en una revolución proletaria. Contrariamente a aquellos que utilizaron sus escritos, Rosa Luxemburgo no reprochaba a los bolcheviques la forma en la que ejercían el poder: "Todo lo que pasa en Rusia es explicable", escribía. "Es una cadena inevitable de causas y efectos cuyos puntos de partida y de llegada son: la carencia del proletariado alemán y la ocupación de Rusia por el imperialismo alemán. Sería exigirle a Lenin y sus compañeros una cosa sobrehumana; pedirles además, en circunstancias semejantes, que produzcan, como por arte de magia, la más bella de las democracias, la dictadura del proletariado modelo y una sociedad socialista floreciente. Por su actitud resueltamente revolucionaria, su fuerza de acción ejemplar y su inviolable fidelidad al socialismo internacional, han hecho todo lo que podían hacer en condiciones tan difíciles". La crítica de Rosa Luxemburgo se ubicaba en otro plano: "El peligro empieza cuando, haciendo de necesidad virtud, cristalicen en teorías formalizadas la táctica a la que los sometieron estas fatales condiciones y quieran recomendarlas para imitación del proletariado internacional como modelo de la táctica socialista".
Curiosamente, el redactor de "La democracia como principio" va a buscar su inspiración en las "opciones profundamente renovadoras de la Constitución de 1793", que (y las necesidades de la guerra civil sin duda no fueron las únicas causas) no fue jamás aplicada.
Pero la forma, también renovadora y mucho más moderna, con la cual Lenin planteó en El Estado y la Revolución el problema del ejercicio del poder del Estado por las masas trabajadoras, aparentemente no merece, a sus ojos, ser citada.
Y cuando afirma que "es legítima la idea de una continuidad posible con, por ejemplo, la naturaleza de los debates de 1793", ¿no es esta acaso una manera de poner a la Revolución Rusa entre paréntesis?
He aquí un retorno a las fuentes que se pretende hacer como algo nuevo cuando es tan viejo, y criticar una revolución proletaria con la vara de una revolución burguesa.
Lo que querrían los dirigentes de la LCR es seducir a corrientes para las que la Revolución Rusa no es en absoluto una referencia positiva, sino más bien lo contrario.
Rosa Luxemburgo estimaba, pese a sus divergencias, que "el mérito imperecedero en la historia (de los bolcheviques) es el de haberse puesto a la cabeza del proletariado internacional conquistando el poder político"; y terminaba su folleto con estas palabras inequívocas: "En este sentido, el porvenir pertenece en todas partes al bolchevismo". Convocar a Rosa Luxemburgo en auxilio de una operación que apunta a hacer de la "democracia" un fin en sí mismo, sin contenido de clase, resulta pura y simplemente una estafa política.
¿La LCR sigue siendo marxista?
Los autores de esta compilación parten a veces de lejos para llegar a sus fines: es así como se puede leer, en el artículo llamado "El siglo bárbaro" (firmado por Enzo Traverso), que "Auschwitz cambió nuestra imagen del mundo y de la civilización. La humanidad no salió indemne de allí, el marxismo tampoco". Después de esto, uno espera escuchar al autor decirnos qué responsabilidad le toca al marxismo en Auschwitz. Pero ni siquiera se toma ese trabajo y en forma preventiva continúa afirmando: "Esta simple constatación indica que la alternativa planteada por Rosa Luxemburgo en vísperas de la Primera Guerra Mundial *socialismo o barbarie* debe ser hoy reformulada radicalmente". ¡Caramba! ¿Y en qué se equivocó Rosa Luxemburgo?: "El siglo XX demostró que la barbarie no es un peligro amenazador para el porvenir, sino el rasgo dominante de nuestra época; que no sólo es posible sino que está intrínsecamente ligada a nuestra civilización". Nuestro autor debería agregar, para tener una buena medida, los siglos precedentes. También habría sido justo y esto es tan evidente que en el dominio de la barbarie el mundo imperialista podría hacer cosas aún peores. Esta disertación sobre la barbarie no tendría interés, si no desembocara, en virtud de una oscura lógica, en un cuestionamiento insidioso al rol fundamental que, para los marxistas, la clase obrera, y sólo ella, puede desempeñar en la revolución socialista.
"El siglo XX planteó un interrogante mayor en cuanto al diagnóstico de Marx sobre el rol del proletariado (en el sentido más amplio), en tanto sujeto histórico de un proceso de liberación de toda la humanidad. Ciertamente, ni las guerras ni los totalitarismos () pudieron borrar nunca la lucha de clases ni los combates emancipadores (). Pero si el diagnóstico de Marx no sale disminuido, su viabilidad todavía debe ser demostrada. Los totalitarismos *el fascismo y el nazismo* se revelaron como rostros posibles de nuestra civilización. El socialismo, en cambio, sigue siendo una utopía. Una utopía concreta, según la definición de Ernest Bloch, pero ciertamente no es una batalla ganada por adelantado, ineluctablemente inscripta en la marcha de la historia y científicamente asegurada por la fuerza de sus leyes…".
Pero, decir que para Marx y Engels la revolución socialista era una "batalla ganada de antemano", "ineluctablemente", es caricaturizar groseramente su pensamiento (a la antigua usanza de los intelectuales stalinistas). Porque Marx y Engels eran militantes revolucionarios, no epilogaron largamente sobre lo que ocurriría si el proletariado no llegaba a derrotar al orden burgués, y por lo contrario consagraron todas sus fuerzas a armar al proletariado teórica y políticamente. Pero cuando Engels, en Del Socialismo Utópico al Socialismo Científico, habla de la "misión del proletariado", define los dos términos de la alternativa en una formula lapidaria: "Al transformar cada vez más a la gran mayoría de la población en proletarios, el modo de producción capitalista crea la potencia que, bajo pena de perecer, está obligada a cumplir esta transformación".
Pero esta manera de caricaturizar al marxismo no es inocente, porque Enzo Traverso escribe más adelante: "Pensar el socialismo después de Auschwitz, de Kolyma y de Hiroshima significa arrancarlo a las mitologías del progreso y a toda visión teleológica de la historia". Para los marxistas, es el desarrollo de las fuerzas productivas, el de las contradicciones sociales y la lucha de clases que resulta de ese desarrollo, lo que constituye el motor de la Historia. Es lo contrario de una visión teleológica, que haría del objetivo final (el socialismo) la causa de este desarrollo. Es, junto a la alusión a las "mitologías del progreso", el tipo de argumento que uno espera encontrar más en la pluma de adversarios del marxismo que en un semanario que todavía se reclama de la IVª Internacional.
Pero no es una torpeza en su formulación. El intento de la LCR de esforzarse en buscar eventuales aliados en formaciones o asociaciones que en su gran mayoría no tienen nada que ver con la clase obrera, sólo puede llevar a la LCR, para agradar a aquéllas, a considerar vetustas las ideas sobre las cuales se fundó el movimiento obrero. Todas estas digresiones sobre el "siglo bárbaro" sólo sirven para justificar un regreso a una especie de socialismo utópico. "Un planeta desfigurado por la reificación mercantil constituye hoy nuestro porvenir programado, pero nada impide que este porvenir sea mañana cuestionado, desprogramado, hasta radicalmente modificado por nuestra resistencia, nuestras luchas, nuestras rebeldías". Pero, ¿cuál es el contenido social, el contenido de clase de estas "luchas", de estas "rebeldías", de estas resistencias? Evidentemente, esto no le interesa al autor del artículo.
¿La LCR sigue siendo comunista?
Si la LCR está molesta por las referencias al comunismo (que una mayoría de delegados en su último congreso estaba dispuesta a borrar de su nombre), todavía se proclama "revolucionaria", como lo demuestra el título "La revolución como motor", de otra de sus contribuciones, firmada por Michael Lowy, a esta "leyenda del siglo".
Pero lo que también es significativo, en este cuestionamiento ideológico al que se libra la LCR, es que la socialdemocracia (que carga con una pesada responsabilidad en el fracaso de la revolución europea en 1919, y en el ascenso del stalinismo) es apenas arañada por Rouge.
"La naturaleza del reformismo cambió profundamente durante las últimas décadas", nos dice Rouge, que agrega: "En su forma socialdemócrata clásica, pretendía suprimir al capitalismo mediante una sucesión de reformas decretadas por el Parlamento". Pero, ¿de que época habla Rouge? Hace más de 85 años que la socialdemocracia se pasó con armas y bagajes al campo del orden burgués. Y cuando Rouge nos habla del "socialiberalismo" de Blair y de Schröder (¿no de Jospin?), que sería la forma más cínica, para decirnos que "ya no se trata de una vía reformista hacia el socialismo, sino de un acompañamiento social del neoliberalismo, de la introducción de un suplemento de alma social al capitalismo", se trata allí de nuevo de un eufemismo. La política de Blair, de Schröder (y de Jospin) consiste no en agregarle un suplemento de alma al neoliberalismo, sino en hacer aceptable a los trabajadores una política resueltamente antiobrera.
Esta ternura por la socialdemocracia la reencontramos expresada por François Ollivier en el número de Rouge del 9 de marzo de 2000, donde escribe a propósito de la preparación del reciente congreso del PCF: "Vemos bien que se está lejos de los gradualismos reformistas clásicos de la socialdemocracia, antes de sus desviaciones social-liberales, que, mientras sostenía o gerenciaba el sistema, conservaba referencias a la socialización, la planificación, la autogestión". La socialdemocracia "clásica" se pasó en 1914 al campo de la burguesía, llegando a dirigir represiones antiobreras cuando fue necesario para la defensa de los intereses de la burguesía. Y hablar hoy de "desviación social liberal" es al mismo tiempo permite la creencia que podría llevar adelante otra política al dejar de desviarse, y contribuir (en la medida ciertamente de su influencia) a engañar a los trabajadores.
En otro campo, cuando Michael Lowy habla de "los grandes momentos revolucionarios del siglo pasado", la lista que hace *"Petrogrado 1917, Budapest y Munich 1919, Barcelona 1936, La Habana 1959, Saigón 1975, Managua 1979, Chiapas 1994"* muestra que la LCR todavía no aprendió a hacer las diferencias entre tercermundismo y comunismo. El impresionismo pequeñoburgués sigue siendo su modo de razonamiento, como lo muestra el hecho de poner al mismo nivel un acontecimiento de alcance mundial como fue la toma del poder por el proletariado ruso en 1917, y los pocos años durante los cuales los sandinistas dirigieron Nicaragua, antes de eclipsarse, aplicadamente, ante la derecha.
Pero lo que más interesa hoy a los camaradas de la LCR no son tanto los movimientos pequeñoburgueses, más o menos revolucionarios del tercer mundo, sino los movimientos pequeñoburgueses, y en ningún caso revolucionarios, de Francia. Es así como el autor de "La revolución como motor" nos habla de "ideales libertarios, igualitarios y democráticos comunes al socialismo, del movimiento de emancipación de las mujeres y de la ecología social".
Es un punto de vista semejante al que defiende Daniel Bensaid ("Una cierta sonrisa") cuando escribe que el "nuevo espíritu del comunista es por lo tanto también un espíritu ecologista y feminista". El comunismo no esperó a los ecologistas para preocuparse por las relaciones entre las actividades humanas y el medio ambiente, y en relación a esto, se encuentran en Marx y Engels, reflexiones infinitamente más profundas que en cualquier verde. Lo mismo se puede decir del feminismo, porque ¿quién denunció mejor que Engels y Bebel el lugar de la mujer en las sociedades explotadoras? Pero si los fundadores del comunismo fueron en ese sentido ecologistas y feministas, vanamente buscaríamos en los propósitos de aquellas y aquellos que se proclaman ante todo ecologistas y feministas, el menor rasgo de comunismo, la expresión de una verdadera solidaridad con la clase obrera. Por lo contrario, hallaríamos muchos puntos de vista socialmente reaccionarios.
La actividad de la LCR está totalmente volcada hoy hacia asociaciones como Ras le Front, el DAL, ATTAC; hacia grupos que se reclaman del ecologismo social, o del feminismo, a tal punto que uno termina preguntándose para qué puede servir, a los militantes de la LCR una organización política. En el número del 9 de marzo de 2000 de Rouge, Dominique Mezzi teoriza explícitamente esta subordinación de las organizaciones políticas a lo que es de buen tono llamar "el movimiento social": "En sus dominios propios, sindicales y asociaciones son los maestros de ceremonia, y los partidos deben situarse haciendo propuestas, apoyando y aprendiendo". No se podría expresar más claramente el seguidismo que caracteriza a la LCR en relación a movimientos que en ningún caso se sitúan en el terreno revolucionario, y que en su gran mayoría son extraños, o directamente hostiles, a la clase obrera.
Porque la prueba irrefutable de que hay entre los intelectuales, o mejor dicho los seudointelectuales que se dicen de izquierda, un verdadero desprecio por los trabajadores, la suministra el dibujante de Rouge, al mostrarnos, bajo el título "La gran noche", a un trabajador manifiestamente alcoholizado saliendo de un centro Leclerc acompañado de un caddy cargando sus palos de golf, gritando "avanti popolo". Que este dibujante se quede tranquilo: si Rouge *que debió proceder a una reimpresión por causa de uno de sus dibujos* no sigue empleándolo, tiene la plena seguridad de encontrar ubicación para sus obras en otro lado.
Sea como sea, la voluntad de la LCR de engancharse con las corrientes que están de moda hoy en la pequeña burguesía intelectual lleva a Daniel Bensaid a una conclusión que resume bien cuál es el tipo de oportunismo de la LCR: "Se trata de estar atento y a la pesca de lo inédito que pueda surgir en la rasgadura del acontecimiento". Dicho de otra forma, esperemos que pase un tren para intentar engancharle nuestro vagón.
Y, en "La leyenda del siglo", Christian Picquet teoriza este intento "refundador" afirmando: "Ningún punto de retorno a fuentes que salieron de su cauce es suficiente, nada de encarar un maquillaje a las ideas y creencias de ayer. Es a una auténtica refundación a lo que hay que abocarse".
Ciertamente, no se trata de un intento nuevo. Ya hace medio siglo que la corriente a la cual pertenece la LCR practica un seguidismo sin pausa en relación a todas las corrientes de moda en la pequeña burguesía intelectual, torturando a los clásicos del marxismo para tratar de justificar las posiciones que toma. Pero la diferencia que hoy se observa, y esto no es sin importancia, es que hasta los años 80 se declaraba fiel a las ideas sobre las cuales se habían construido la IIIª y la IVª Internacionales, mientras que hoy, en un contexto donde las referencias al comunismo no se cotizan en los medios que la LCR intenta seducir, este mismo seguidismo la lleva a cuestionar todos los textos programáticos que reivindicaba hasta ayer.
Y la consecuencia de esto es el tipo de formación que les da a los jóvenes que es susceptible de ganar hoy, y ante quienes el leninismo y el trotskismo son presentados como recuerdos de una época pasada.
El próximo congreso de la LCR mostrará cuán profunda es esta ruptura moral con el comunismo revolucionario, con el trotskismo.
25 de marzo de 2000
Notas:
(*) Extraido de "Lutte de Classe" (Nº 50, abril del 2000), revista de la Unión Communiste Internationaliste (trotskyste) de Francia (Lutte Ouvrière).
1. LCR: Liga Comunista Revolucionaria, sección francesa del Secretariado Unificado (SU).
2. En las elecciones europeas de 1999, Lutte Ouvrière y la LCR presentaron una lista común (ver En Defensa del Marxismo Nº 23, marzo / mayo de 1999).
3. Semanario de la LCR.
4. Semanario de la Unión Communiste Internationaliste.
5. Ver En Defensa del Marxismo Nº 22, diciembre de 1998 / febrero 1999.
6. Democracias populares: denominación que la propaganda stalinista daba a los Estados de Europa Oriental, como Hungría o Polonia.