Prólogo de Tarso Genro
El ex guerrillero José Genoino Neto (y ex maoísta-stalinista por añadidura) es el prototipo de personaje que se ha aprovechado del PT para escalar posiciones dentro del Estado y luego asumir su circunstancia y convertirse, “córame ilfaut”, en “hombre de Estado”. En su carácter de líder de la bancada de diputados del PT, Genoino jugó un papel clave en las “articulaciones” políticas que llevaron al PTa votar un salario mínimo que equivale apenas a la tercera parte de la canasta familiar, o a aprobar el presupuesto de Collor “en nombre de la gobernabilidad de Brasil” y a votar en fin el cese de la reserva del mercado para la industria informática como lo reclamaban el imperialismo y la mayor parte de la burguesía cliente de Brasil. Su nombre es infaltable en las sistemáticas "articulaciones” que procuran concretar un “pacto social” o un “entendimiento” entre el gobierno y la oposición.
Genoino es, además, el principal dirigente de la tendencia derechista del PT que se agrupa en torno al “Proyecto para Brasil”, cuyas tesis plantean “la apertura externa de la sociedad brasileña en todos sus terrenos”, la “renegociación de la deuda externa”, “la presencia de empresas de capital extranjero o de empresas internacionales” y la “reforma del Estado”. Genoino elogió la privatización de la siderúrgica estatal Usiminas y criticó duramente a los militantes del PT y de la CUT que manifestaron en contra de su “privatización”. En el reciente Congreso del PT, Genoino se destacó por su intransigente defensa de la permanencia de Collor hasta 1995… contra la exigencia de que “Collor se vaya” del 80% de la población brasileña, según las encuestas de opinión.
No debe extrañar, por lo tanto, que su folleto “Repensando o Socialismo” (un reportaje publicado por Editora Braziliense, Sao Paulo, I991) se reduzca a una vulgar racionalización de la política cotidiana de integración del PT al Estado burgués. Esta justificación toma, naturalmente, la forma de un ataque frontal al marxismo.
La tesis fundamental de Genoino es que el socialismo habría dejado de ser una necesidad histórica para convertirse en “una utopía basada en valores universales”. A lo largo de toda la obra Genoino reitera que su “utopía está en construcción” y su prologuista, Tarso Genro, co-militante de su tendencia, declara que el rasgo fundamental de “la nueva construcción” es su “provisoriedad”. Y aunque Genoino no sepa, por lo tanto, donde queda su nueva Icaria afirma que el socialismo no es otra cosa que “la radicalizadón de la democracia”. Esta “defensa de la democracia” no debería amainar incluso si el régimen democratizante lleva adelante una política de ataque abierto a las condiciones de vida de las masas y de entrega al imperialismo, esto porque “para mí los valores democráticos no están subordinados a aquello que sirve defiendo los valores democráticos, cualquiera se el agente político”. Ducho prestidigitador, Genoino ha convertido al “agente” de la oligarquía azucarera del Estado de Alagoas y ex “agente” de la dictadura militar en “agente político” de la democracia, lo cual se comprende perfectamente bien, porque si Genonio pretende que la burguesía le reconozca la legitimidad de su conversión a la defensa del capitalismo, recíprocamente se le reclama que encubra a los “agentes” de los explotadores bajo el ropaje de representantes de la democracia política. La defensa de los “valores de la democracia” se revela como la defensa de Collor de Mello proclamada por los “agentes políticos” de sus víctimas.
A esto se reduce la “novedad” del folleto, porque en lo que atañe a la crítica del marxismo los dichos de Genoino son un refrito de recetas anticuadas. No es “una inquietante y valiente búsqueda teórica” lo que lleva a Genoino a “revalorizar” la democracia burguesa y la dominación capitalista; al contrario, es su ya avanzada integración a este régimen en descomposición la que lleva a los “argumentos teóricos” que la justifique. El “antideterminista” Genoino es un reflejo pasivo de la tesis marxista relativa a la existencia social la que determina su consciencia, sino su existencia individual de parlamentario de un Congreso constitucionalmente tutelado por las fuerzas armadas lo que determina su consciencia “collorida”. Genoino se ha formado en la “escuela” stalinista, donde la “teoría” era una herramienta para la defensa de los intereses inmediatos de la burocracia y para la justificación de sus virajes. Por eso el itinerario de la “ruptura” de Genoino con el marxismo es el mismo que ha recorrido la burocracia rusa de Stalin a Gorbachov y Yeltsin.
Necesidad y posibilidad
Genoino rechaza “la tesis clásica de que el socialismo es una necesidad histórica y no un proyecto de futuro que puede o no puede ser asumido por los trabajadores y otras capas sociales… una posibilidad, una opción basada en valores universaes”.
Genoino opone, entonces, lo necesario a lo posible. Establece entre ambos no una relación dialéctica sino metafísica. El socialismo es “una opción”, en esto consistiría su esencia; porque entendido como “necesidad” se caería en el “socialismo real”. Y el capitalismo: ¿es una opción” también él, o “sólo” una “necesidad”! Si se le reconoce 'jerarquía” de “opción” tendría entonces el atributo “radical” de la “libertad” que Genoino le asigna al socialismo cuando es concebido como “proyecto”y que su prologuista, Tarso Genro, concibe como “contingencia” o azar. Pero si el capitalismo puede ser también un “proyecto” que nace de la “libertad del hombre”, establecer el socialismo significaría coartar esa libertad, con lo cual se caería en una “vulgar” dictadura del proletariado, y en el “mejor” de los casos (“mejor” para Genoino, que lo apoyó mientras existió) en el “socialismo real”. ¿La “controversia” entre la “opción” capitalista y la “opción” socialista podría ser dirimida mediante el voto? Claro que no, porque en tal caso el voto se convertiría en un instrumento de coacción. Precisamente por esto Genoino se opone a acortar el mandato de Collor llamando a elecciones, a pesar de que la “ciudadanía” así lo ha reclamado. La inadecuación del voto es superada por el “consenso”: sea por el “consenso” cotidiano en el parlamento, sea por el “pacto social”, sea por el “entendimiento nacional” y por fin, ¿por qué no?, por el gobierno de coalición. ¿No existe acaso una vieja ley de la burguesía que dice que la democracia (el voto) no puede ser usada para destruir a la democracia (el régimen burgués)?
Genoino sustituye la dialéctica por la metafísica, lo concreto por lo abstracto, la determinación por la indeterminación. La “radicalidad” de nuestro héroe lo lleva a un retroceso teórico de algunos miles de años, pues en definitiva todo progreso científico no es otra cosa que el avance de la determinación sobre la indeterminación, y la determinación de nuevas indeterminaciones. Genoino no se ha percatado de que la “posibilidad” como categoría es un aspecto de la “necesidad”, de que la primera no puede “serpensada” sino en relación con esta última. La “posibilidad” fuera de la “necesidad” es lo mismo que la “imposibilidad”. Al negar la relación dialéctica entre la “necesidad” y la “contingencia”, es decir, al convertir a ésta en una categoría absoluta, Genoino se desliza irremediablemente hacia el irracionalismo, que es la filosofía burguesa típica en la época imperialista (Nietzche, Heiddeger) y cuya hijo político es el fascismo. El prologuista del folleto afirma que sólo “una praxis liberadora… puede alimentar la posibilidad”(se supone que del socialismo), pero por ese motivo ¡¡exige que “no se fije” o que no se determine esa praxis liberadora!! A esto lo denomina la “conciencia de la contingencia”, es decir que para Tarso la conciencia socialista es nada menos que la conciencia de la indeterminación (si es que esto quiere decir alguna cosa). La dupla responsable del folleto proclama a la ignorancia de la teoría y de la práctica de la lucha liberadora como la condición para su liberación. “La verdad es proceso”, dice Tarso, es decir, abstracta, “y el futuro está abierto”, es decir que no puede nunca convertirse en presente. Tarso y Genoino desconocen que el futuro, para ser real, debe existir, como futuro concreto, como posibilidad que nace de la necesidad, en el presente.
El socialismo sólo es posible si es necesario, si se abre paso con la fuerza de una ley natural en la conciencia de los hombres. La “posibilidad” no es otra cosa que la relación dialéctica entre la “necesidad” y el “azar” o lo “contingente”. Sólo para los stalinistas con los que comulgaba Genoino, el socialismo era postulado como una “fatalidad”, ya que para los stalinistas era fundamental eliminar la intervención de las masas, la acción revolucionaria y la revolución en el alumbramiento del socialismo, eliminar la “contingencia” del surgimiento y desarrollo de una conciencia y de una organización revolucionarias capaces de realizar la “necesidad” del socialismo que surge del agotamiento de las fuerzas productivas del capitalismo. (En 1933, en Alemania, o en 1937, en España, por ejemplo, cuando el stalinismo logró liquidar la “contingencia” de la revolución proletaria, la “necesaria” descomposición del capitalismo se impuso a través de la “contingencia” fascista”).
Por lo tanto, el stalinista Genoino entendía, tiempo ha, a la “necesidad” sin “contingencia”, como una fatalidad que se consagra burocráticamente; ahora, el ex stalinista Genoino concibe a la “contingencia” fuera de la “necesidad”, lo que le permite dotar a la “contingencia” capaz de realizar el socialismo de un contenido completamente arbitrario, es decir, democratizante, igualmente hostil a la revolución proletaria que el stalinismo. Ente el stalinista y el ex stalinista, el tránsito fue ocupado por el foquista, el cual, de un lado, seguía pensando que el socialismo era una fatalidad burocrática, que se manifestaría en la asistencia de la burocracia del Kremlin a una victoria guerrillera, y que ya pensaba, al mismo tiempo, que el socialismo era una pura “contingencia”, que podía imponerse por la mera voluntad de un grupo armado al margen de la experiencia de las masas y de la lucha de clases. Entre el subjetivismo abstracto del foquista y el del democratizante hay, sin embargo, una diferencia: el primero creía que combatía contra el Estado burgués, el segundo sabe que es su sirviente.
Que Genoino posee la “conciencia de su condición” se ve en que plantea romper “con la idea de la revolución como acto explosivo que se deriva del agravamiento de la contradicción entre fuerzas productivas y relaciones de producción”. Genoino distingue bien aquí a la “necesidad” de la “contingencia”, de un lado, y la relación dialéctica entre ambas del otro. El socialismo revolucionario no se idealiza a sí mismo como una fatalidad que se impone contra la libertad abstracta de los hombres, y por lo tanto con alcances esencialmente totalitarios. El “acto explosivo que se deriva” de la contradicción del capitalismo, puede efectivamente derivarse en ese acto o no; eso depende de la “contingencia” histórica de maduración de una vanguardia revolucionaria organizada en partido y de su relación recíproca con el proletariado revolucionario. No es un decreto totalitario el que así lo dispone sino las masas que ganan confianza en sus propias fuerzas. Pero Genoino, que no puede exigir que se rompa o se abola la contradicción entre las fuerzas productivas y relaciones de producción, lo que sería arremeter contra un molino de viento, exige sí “romper con el acto explosivo”, una idea de indudable cuño reaccionario e inconfundiblemente represiva y totalitaria. La suma de todos los Estados burgueses no podría abolir aquella contradicción, pero la policía y el ejército sí tienen la “posibilidad” (sólo eso) de “romper el acto explosivo”, dependiendo de la “contingencia” de que los obreros tengan o no una buena dirección política, una buena organización y suficientes armas o modos de procurárselas.
Genoino acusa al marxismo de “fatalista” para mejor ocultar su defensa del fatalismo de la eternidad de la explotación asalariada.
Dictadura revolucionaria y Thermidor liberal
Tarso Genro, prologuista y alter-ego de Genoino, pretende llevar a cabo un emprendimiento tan aventurado como infructuoso: refutar al marxismo utilizando… la teoría marxista.
Para Marx (Tesis sobre Feuerbach), “el problema de saber si el pensamiento humano puede aspirar a una verdad objetiva no corresponde a la teoría sino a la práctica. Es en ésta donde el hombre tiene que demostrar la verdad, es decir la realidad y el poder, a naturaleza terrestre de su pensamiento”. Parafraseándolo, Tarso afirma que “si la historia es la crítica verdadera de la filosofía, el socialismo de la historia – es decir l “socialismo real” – hace estallar el concepto de liberación que fundamentó éticamente los actos de la revolución”. Negro sobre blanco, Tarso sostiene que la “praxis! Del “socialismo real” habría refutado el programa de la Revolución de Octubre o, en sus palabras, a ‘la teoría que lo precedió’. Pero la Revolución de Octubre también es historia, y en tanto tal refutó en la práctica la viabilidad del reformismo y del democratismo burgués, de manera que apuntar a su fracaso para revitalizar a un “socialismo democrático” responsable del ascenso del fascismo italiano, del nazismo alemán, del franquismo español y del pinochetismo chileno no lleva a ninguna parte. En los gobiernos de posguerra, el “socialismo democrático” no fue más que la máscara del gran capital e instrumento de sus guerras coloniales (Argelia, Indochina, laborismo inglés en áfrica, etc).
Pero si el stalinismo es un descendiente legítimo de la Revolución de Octubre lo mismo debería ser cierto para la perestroika y para la restauración capitalista, de un lado porque se desenvuelven a partir del Estado obrero realmente existente y porque los Gorbachov y los Yeltsin, él mismo es un descendiente de “terrorista” y “jacobino” Lenin, una especie de primo-nieto del fundador del bolchevismo. Lo cual es políticamente una tontería incluso aunque puedan hallarse rastros genéticos del ruso en los cromosomas de brasileño.
El secreto de semejantes tonterías es poner un signo igual entre la Revolución de Octubre y el Thermidor o la contrarrevolución de la burocracia rusa, entre Lenin y Stalin. La Revolución de Octubre llevó al proletariado al poder, el Thermidor lo desalojó y le entregó la suma del poder público a la burocracia. La burocracia, aún dentro del terreno de la propiedad confiscada al capital, llevó adelante una política burguesa de diferenciación social y una política burguesa de diferenciación social y una política de adaptación al orden imperialista. El stalinismo esla negación de la Revolución de Octubre que no puede liquidar el legado social (propiedad) de ésta. Gorbachov-Yeltsinson esa misma burócracia que proclama, por fin, su contenido contrarrevolucionario social. La operación de Genoino es tomar al stalinismo como pretexto para liquidar al bolchevismo, una operación, dicho sea de paso, inconfundiblemente staliniana.
El “socialismo de la historia” ha dejado por supuesto sus enseñanzas; por ejemplo ha refutado a Genoino-Tarso “avant la lettre”. En efecto, el hundimiento del “socialismo real” constituye la refutación histórica acabada de la política del “socialismo en un sólo país”, es decir de la posibilidad de que se desarrolle un régimen socialista sin la victoria de la revolución proletaria en los principales países avanzados. Como quiera que Genoino, al igual que el PT, aboga por un “socialismo alegre” (sic, brasileño), el destino del stalinismo es un anticipo de su inevitable fracaso. A fuer de “modernos” los centroizquierdistas a la Genoino se pasan al siglo XIX, cuando se formuló por primera vez la especie anti-marxista del “socialismo en un solo país” o “socialismo nacional’ (Vollmar, ver L. Trotsky “La Tercera Internacional después de Lenin”).
¡Genoino se pasó de staliniano en las discusiones previas al reciente Congreso del PT al criticar ‘la idea anacrónica de que la sociedad socialista no puede ser constituida en marcos nacionales” y reivindicar la unta coexistencia pacífica”, e incluso al afirmar “(la idea) de que tal sociedad sólo podrá entrar en vigencia como sociedad total mundial… significa decir que no podrá convivir con sociedades diferentes” (Folha de Sao Paulo, 22/11)! Genoino repite textualmente las tesis stalínistas do 1924. El Stalinismo persigue a Genoino como una sombra al cuerpo: su tesis de “un socialistno con alegría es el refrito vulgar de una vieja utopía reaccionaria condenada por la historia.
Genoino afirma que es necesario “rescatar simultáneamente el ideario de lo que hubo de más avanzado en las revoluciones burguesas y los ideales generosos de las revoluciones socialistas (que para Genoino es la tesis ‘socialismo en un sólo país’)”. Genoino, incluso, parafrasea a. vieja consigna de la revolución francesa para plantear una sociedad basada en la igualdad, la solidaridad y la libertad.
Genoino, sin embargo, no defiende la democracia — es decir, la soberanía popular— sino, sus “valores", lo cual no es lo mismo. La burguesía se ha encargado de definir esos valores, precisamente para subordinar a ellos a so era ni a popular. La burguesía define como tales, en primer lugar los derechos individuales” y, entre estos, naturalmente, el sacrosanto derecho a la propiedad privada la defensa de estos valores conduce, irremediablemente, a la defensa del Estado gendarme, capaz de garantizar los “derechos individuales” contra las decisiones democráticas de las masas.
El redescubrimiento del de] “valor universal de la democracia emparenta a Genoino, no con “lo más avanzado de las revoluciones burguesas” sino con lo más reaccionario e ellas, con el liberalismo inglés de Looke contra el democratismo radical de Rousseau, con la revolución inglesa “ingloriosa” de 1688, que consagró la monarquía constitucional, contraía de 1640 (“jacobina” y "bolchevique”) que le cortó la cabeza al rey.
En efecto, para Rousseau (y para Robespierre), los “derechos individuales” estaban subordinados al “bon-heur du peuple”. Robespierre suspendió su propia constitución e implantó una dictadura revolucionaria para acabar con la reacción. Robespierre comprendía, ya dos siglos atrás, que el “pluralismo” con la reacción equivalía al suicidio de la revolución. Para el liberalismo inglés, por el contrario, los “valores universales” y los “derechos individuales” están por encima de la soberanía popular; ninguna resolución democrática del pueblo puede conculcar o limitar esos “derechos”, aún cuando éstos sean la causa de la desgracia del pueblo. El sistema norteamericano de “derechos y garantías”, o más aún, la monarquía constitucional británica —donde la soberanía popular está subordinada a la Corona, encarnación simbólica de los “derechos individuales” de los propietarios— es el régimen político “ideal” para la defensa de los “valores” democráticos contra la “injerencia” de las resoluciones democráticas de las masas.
La izquierda democratizante rechaza el principio de la soberanía popular cuando abraza la defensa de los “derechos individuales”, es decir de la propiedad privada. Esto se vió en el reciente Encuentro de Partidos de Izquierda de México, cuando fue rechazada la moción del PO de reemplazar el párrafo que consagraba “el valor universal de la democracia” por otro que consagrara “el valor universal de la soberanía popular”. Otro ejemplo palmario del repudio izquierdista a la soberanía popular es el cerrado rechazo do Genoino o levantar 1a consigna “fuera Collor” contra el reclamo de la inmensa mayoría de la población brasileña.
Genoino no abraza lo “más avanzado de las revoluciones burguesas”. Toma partido por Locke contra Rousseau, por Mirabeau contra Robespierre, por los “padres fundadores” de la democracia aristocrática de Estados Unidos contra Thomas Paine, por los “whigs” contra Cromwell.
Genoino no toma partido por la revolución sino por el Thermidor; por el Thermidor burgués que liquidó la democracia en Francia (1794) para garantizar la vigencia de sus “valores”, el derecho de propiedad; y por el Thermidor soviético, que liquidó la democracia soviética con el objetivo de consolidar los “derechos individuales de la burocracia establecidos en la Constitución staliniana de 1936 (derecho a la propiedad privada de los bienes de consumo, derechos de herencia, etc.).
Como todo thermidoriano, Genoino es un restauracionista. El Thermidor burgués concluyó en la restauración borbónica; el soviético en la pretensión de la burocracia de restaurar la explotación capitalista, al que, naturalmente, Genoino defiende en nombre de los “valores humanos universales”.
Socialismo y democracia
La "utopía en construcción” que reivindica Genoino no tiene ninguna base en la sociedad actual por eso Genoino habla de “fundar (es decir, crear de la nada) una sociedad socialista”— apenas es una fantasía idealista de aquellos elementos de la pequeñoburguesía intelectual que han logrado resolver, y con creces, su situación material a la sombra del régimen democratizante en medio de una violenta descomposición económica. Sólo un pequeñoburgués bien alimentado y bien alojado, que mediante su integración al Estado se ha independizado de la catástrofe social de 1 as masas —sin techo, si n ti erra, subalimentadas, empujadas por el capitalismo a la desesperación y hasta el retroceso biológico— puede afirmar que “el proyecto socialista basado en una visión economicista y volcado tan sólo a la satisfacción de las necesidades materiales, como si automáticamente eso resolviera los problemas de la democracia, de la individualidad, los problemas del modo de vida, de las costumbres, de la relación hombre-mujer, de la sexualidad, de la relación del hombre con la naturaleza, eso está superado”. Para esas masas empobrecidas y humilladas, la lucha por terminar con el capitalismo no es “una opción que pueda ser tomada o no” sino una compulsión material directa. Aunque para Genoino “la verdad dejó de reposar en el punto de vista de clase”(y en realidad, en “cualquier punto de vista” porque para Genoino “la verdad es un proceso” que sólo existe en abstracto, en un discurso, no en concreto, en la lucha), sólo el punto de vista de clase puede desnudar las raíces de su “utopía o sea, la verdad de los intereses a los que sirve.
El “pensamiento” de Genoino revela barbarie intelectual. Es que sólo superando la explotación del hombre por el hombre y la miseria social que esta explotación significa para las grandes masas, la humanidad podrá desarrollar las “restantes dimensiones del ser humano.
Más aún, fue la incapacidad del “socialismo en un sólo país” para resolver el atraso histórico de la URSS en relación al capitalismo desarrollado—y no una pretendida “visión totalitaria”— la causa de la conspiración de la burocracia en la URSS, “que se hizo fuerte mediante el Expediente poco socialista de sacarle a diez para satisfacer a uno” (León Trotsky, La Revolución Traicionada).
La justificación de esta “nueva utopía por la ética puede sonarle muy bien a Genoino, pero es típicamente totalitaria, ya que deduce los deberes morales del hombre de la “razón”, es decir de su propia cabeza. Y Genoino no tiene la “coartada” históricamente progresiva de los revolucionarios franceses del siglo XVIII, que también dedujeron sus principios a partir de la razón, pero para oponerlos a un régimen político que deducía los suyos del derecho divino, sin decir nada de que desde el punto de vista práctico no apelaban al “entendimiento nacional sino a la dictadura revolucionaria para erradicar al feudalismo y a la monarquía.
El principal “valor humano universal'' que integraría la “nueva visión” es la “democracia”, una “utopía que alcanzó su encarnación prosaica hace algunos siglos. La pretensión de ligar de alguna manera el socialismo y la democracia es tan vieja como forzada. El socialismo es un régimen social en el cual las clases sociales y el Estado tienden a desaparecer; la democracia es una forma de Estado, y por lo tanto, supone la existencia de opresores y oprimidos y la existencia de un aparato de represión de los primeros contra los segundos. Donde hay socialismo no hay Estado; donde hay Estado, no hay socialismo. La pretensión de que el socialismo arribaría por la vía de la “radicalización” de la democracia es una estafa política que sólo sirve para consolidar la explotación burguesa.
Genoino se define como “radicalmente democrático” en oposición al “totalitarismo”marxista. Pero ¿qué tiene de democrática su defensa del régimen democrático? La democracia es la expresión mistificada de la dictadura del capital, que dice gobernar en nombre de las “mayorías” pero las priva sistemáticamente de las herramientas para hacer valer su voluntad. La mistificación del Estado democrático es el “complemento” político de la mistificación social del capitalismo, según la cual al obrero se le paga “todo su trabajo” y no sólo una parte de él. Una y otra mistificación pretenden velar la esencia explotadora del capitalismo y la esencia represora del Estado.
Genoino exagera, naturalmente, cuando asegura que, con el desarrollo del Estado democrático, el dominio de la burguesía deja de ejercerse por medios represivos para apoyarse “crecientemente” en la dominación ideológica. Pero si la “dominación ideológica” tiene algún sentido (la dominación es una categoría política, las ideas son expresión, en cuanto tales, del desarrollo social en general), sólo puede significar que encubre una explotación social y una opresión política. Aún con los organismos represivos en hibernación, el Estado democrático desarrollado (la “democracia avanzada” de los stalinos) continúa siendo la dictadura del capital. Si esto es así es necesario entonces desenmascarar esa ideología encubridora de la explotación y de la opresión, lo que provocará la aparición del gendarme; incluso si no es desenmascarada, los explotados y los oprimidos tenderán a enfrentar empíricamente a sus victimarios; en determinado momento la represión es inevitable.
Pero no ha sido la llamada “dominación ideológica”o que ha permitido la duración del capitalismo en el tiempo, sino la posibilidad (y la necesidad) de su constante reproducción social. Los individuos de una sociedad cuyos lazos se reconstruyen y reproducen sin cesar, como una fuerza que parece nacer de ellos mismos aunque no hayan asistido a su inauguración y que por lo tanto no lo producen ni reproducen conscientemente, no necesitan la dominación ideológica para adaptarse a ese régimen social, porque esa “dominación ideológica” la producen ellos mismos sin que necesiten para ello leer a Genoino Neto. Claro que la reproducción social en una sociedad dividida en clases es inseparable de su contrario, de la tendencia ala dislocación social. Los límites históricos de la reproducción social del capital, y por consiguiente la tendencia creciente a la dislocación social, entran en contradicción con el desarrollo democrático del Estado, es decir con sus posibilidades puramente mistificadoras. Cuando más universal es el desarrollo del capitalismo, mayores son las condiciones para la democracia, porque mayor es la capacidad de someter a los explotados y al conjunto de la sociedad a una coerción social que les es extraña. Pero precisamente cuando las condiciones de la democracia han alcanzado la madurez, menores son sus posibilidades de desarrollo, porque con la universalidad del capitalismo también se universalizan sus contradicciones. Es decir que la democracia desarrollada está obligada allegar tarde, y aún más los demócratas reconvertidos ala Genoino. El agotamiento de la democracia, es decir, el debilitamiento agudo de las posibilidades de reproducción social del capital, debe abrir paso al gendarme, recurriendo a la última mistificación que se puede explotar en los seres humanos, la superstición (miedo) en las armas.
Es por todo esto que la dominación “crecientemente” ideológica de la burguesía va acompañada del fortalecimiento sin precedentes de los aparatos represivos en todos los Estados burgueses (alcanza para corroborarlo la lectura de los presupuestos fiscales de cualquier país) y la anexión a las instituciones represivas “clásicas” de un sinnúmero de instituciones nuevas: educacionales, científicas, religiosas, deportivas, algo completamente necesario, si se lo piensa, ante el avance de la electrónica, de la sicología, de la química y de los medios de comunicación masivos. El espionaje y la manipulación de la conducta humana no podrían prescindir de semejantes auxiliares. El Estado de la democracia moderna es en todos lados, un Estado policial.
“Comunidad organizada”
En cada página, Genoino reitera que la “democracia” sería la vía para llegar al socialismo, pero no se molesta en explicar por qué ese “valor humano” ha sido el vehículo del saqueo inmisericorde de América Latina y de un verdadero “genocidio social”, sea cual fuere el partido gobernante, desde el “neo-liberal” Collor hasta el “socialdemócrata” Carlos Andrés Pérez. Genoino califica a la dialéctica como un “dogma”, por eso es incapaz de comprender la identidad-contradicción entre la forma (el régimen político) y su contenido (la política de descargar el costo de la crisis capitalista mundial sobre las masas). Así la “democracia”, para cumplir la misión que le han impuesto el imperialismo y las burguesías nacionales de América Latina, tiende a liquidar sistemáticamente las conquistas democráticas y de organización que han ganado las masas y que les sirven como una defensa frente al saqueo capitalista (reglamentación del derecho de huelga, conciliación obligatoria, previsión social, etc.) y aún a convertirse en “dictaduras civiles” que gobiernan por decreto.
El desprecio de Genoino por los resultados sociales del proceso político democratizante constituye, por sí mismo, una expresión de bancarrota ideológica inconfundible. Claro que si la verdad no es concreta sino “un proceso”, el fracaso de la democracia no sería ni cierto ni verdadero, ni hoy ni nunca, de modo que dalo mismo que su contenido de clase sea éste o aquél, lo importante es que permita cobrar una dieta de diputado u honorarios en una Fundación.
A la hora de definir los “elementos constitutivos” de la “nueva utopía”, Genoino señala, además de la “democracia”, un conjunto de relaciones sociales plenamente capitalistas: propiedad privada, beneficio y acumulación de capital, inversión externa, mercado, funcionamiento de una Bolsa de Valores, potestad de los capitalistas de despedir trabajadores, “una cierta diferenciación social” (un ejemplo de esta “cierta diferenciación social” lo di o recientemente el propio Genoino en un reportaje —Veja, 27/11— donde afirmó que el “salario ideal” de un diputado sería de 8.000 dólares, ¡unas doscientas veces superior al salario mínimo que él aprobó en el Congreso!) y, finalmente, “la existencia de empresarios y asalariados” es decir de explotadores y explotados (“pluralismo social”).
Esta organización social y política plenamente capitalista permitiría, según Genoino, “el acceso de la población a derechos fundamentales: el derecho a la alimentación, el derecho al empleo, al descanso, ala educación, a la salud Cuando el entrevistador le hizo notar que esos derechos teóricos están inscriptos en la actual Constitución brasileña pero que no garantizan nada, Genoino le respondió que “es preciso establecer una nueva relación de la sociedad con esos derechos”: la culpa es de la sociedad, es decir, de las masas. Por eso Genoino va a repetir en el folleto una idea muy cara a los “pedagogos” y políticos de izquierda de América Latina: hay que “civilizar la conciencia política de los de abajo”. Serían “los de abajo”, entonces, los bárbaros responsables de los crímenes y las torturas de las últimas décadas, o de las extravagancias políticas de los foquistas, en lo que a la izquierda se refiere. La culpa colectiva del pueblo es un planteo fascista-stalinista, que los democratizantes han hecho propio. En la “utopía” de Genoino esa “nueva relación” no es otra cosa que “la existencia de normas democráticas” estrictas y precisas que determinen el tamaño de las empresas privadas, que pongan límites a la inversión, al beneficio privado y al funcionamiento de la Bolsa, que limiten “el salvajismo del mercado” y que, sobretodo, reglamenten los conflictos entre los explotadores y los explotados en referencia a los despidos y los salarios.
El “ideal” de Genoino es absolutamente reaccionario porque implica la regimentación del conjunto de las relaciones sociales por parte del Estado y la estatización del conjunto de las organizaciones de las distintas clases sociales. En oposición al marxismo, que considera al Estado como un producto del desarrollo social y de la división de la sociedad en clases, para Genoino la sociedad es una creación del Estado. La “utopía” de Genoino es una versión “post-moderna” y “democrática”de la teoría de la “comunidad organizada” de Perón.
Pero la “limitación democrática” del capital no es una utopía sino una tontería, que ha fracasado en todos y cada uno de los lugares en que ha sido puesta en práctica. El arbitraje estatal capitalista jamás ha podido superar las contradicciones del régimen social que defiende ni los choques entre las distintas fracciones de la burguesía nacional y entre ésta y el imperialismo. El límite histórico a la acción del capital y del mercado lo impone la clase obrera cuando se organiza como clase, algo que Genoino rechaza por “estrecho”.
Lo que realmente queda en pie de toda la “utopía” es la pretensión de castrar y estatizar las organizaciones obreras y regimentar sus luchas. Genoino lo tiene muyen claro cuando ataca el “corporativismo” (como Genoino denomina a la defensa de los intereses de clase) de las bases del PT y de la CUT ya que “está superado y no puede transformarse en el ideario de un partido que va a gobernar toda la sociedad”. Por eso, le asigna al PT la tarea de “civilizar la conciencia política de los de abajo”, dejando en claro que “no (responde a) una visión exclusivista (es decir, en beneficio de los de abajo) sino con un proyecto para el conjunto de la sociedad”, capitalista claro.