1. El análisis de la vida económica de nuestros días demuestra de un modo inconfundible que los recursos materiales y las fuerzas productivas de la sociedad han entrado en una contradicción áspera e insuperable con las relaciones de producción y propiedad vigentes. Durante la guerra mundial, esta contradicción se volvió evidente para los elementos de vanguardia del proletariado. Finalizada la guerra, la crisis mundial que golpeó sin distinciones a los países vencedores, vencidos y neutrales, ha hecho consciente de esta verdad a las vastas masas proletarias.
La guerra, que continúa sin interrupciones a pesar de la paz de Versalles, y la crisis, convertida en crónica y general, a pesar de la extrema necesidad de reactivar la producción; han despertado en los trabajadores, y en especial en el proletariado de todo el mundo, la preocupación por la existencia futura. Mientras tanto, las primeras tentativas de resolver el problema ya han puesto en evidencia como la contradicción ha alcanzado un grado tal, que la burguesía, hasta ahora clase dirigente de la producción, se esta convirtiendo en el agente desorganizador, es decir, que no contribuye a desenvolverla sino que la obstaculiza, se convierte en un estorbo.
La clase obrera, que está ligada más que los otros elementos de la sociedad a la producción en los grandes centros industriales, en las fábricas y en los talleres, ha comprendido, antes y más que cualquier otro, que esta contradicción es insostenible y que por añadidura tal contradicción por sobre todo produce la masacre en masa de los obreros en la guerra o su exterminio en masa por efecto de la desocupación.
Es por esto que en las filas obreras surge espontáneamente la necesidad de poner en claro la función que tiene la burguesía en la organización de nuestros días, de examinar cómo ella satisface esa tarea. De esto deriva la aspiración de proceder prácticamente a la reorganización de todo el sistema productivo, según los intereses de los trabajadores.
Esta tendencia es en realidad el prólogo de la solución de la contradicción, del derrocamiento del obstáculo fundamental constituido por el régimen capitalista, mediante la violencia de la revolución social; y se concreta en la forma del control obrero sobre la producción.
2. La forma embrionaria del control obrero se explica en las simples tentativas realizadas por los obreros para instaurar en las empresas la supervisión sobre el trabajo, sobre las compras y sobre el estado de los instrumentos de trabajo, de verificar en qué medida el cierre de la empresa o la reducción del trabajo representan verdaderamente una necesidad, o si es más bien el resultado de la mala gestión de los empresarios. Sin embargo, en la práctica los obreros llegan bien rápidamente a la conclusión de que la simple verificación y el sistema de control pasivo no alcanzan para impedir a los capitalistas desorganizar el trabajo en la empresa, persiguiendo intereses personales de clase.
El procedimiento actual de los capitalistas de todo el mundo, que aplican el sistema de comprimir en masa artificialmente la producción, mediante la reducción del número de jornadas de trabajo (short time), o el cierre, la liquidación, o el despido en masa, etc., confirma la insuficiencia de dicha forma de control. Igualmente se demuestra insuficiente el intento desesperado, realizado por los trabajadores de varios establecimientos, de salvar la producción y continuar el trabajo incluso contra la voluntad del empresario. En este caso, comprobado en su momento incluso en Rusia, después de la Revolución de febrero, y probado en Italia, Alemania, Inglaterra y otros lugares, se revela de otro modo el carácter esencial de la nueva posición en la que se encuentra la clase obrera frente a la producción. De fuerza pasiva y empobrecida hasta ahora, considerada a la par de una máquina, la clase obrera de transforma en organizadora activa de la producción, en heredera directa de la burguesía, que ahora se comporta evidentemente como agente desorganizador de la producción por sus propios intereses de clase.
3. Semejantes cambios en la conciencia y en las aspiraciones de las masas trabajadoras golpean irreparablemente al movimiento sindical de viejo estilo, el cual se limitaba a la simple lucha por la mejora de las condiciones de vida de la clase obrera en los límites del régimen capitalista.
Los viejos sindicatos, ligados por medio de la propia burocracia con el aparato capitalista y enteramente sometidos a el, se revelan totalmente incapaces de comprender las nuevas tareas de producción que incumben a la clase obrera y mucho menos de resolverlas prácticamente.
Esta es la razón por la cual surgen actualmente con fuerza imperiosa y se desarrollan con inusitada rapidez nuevas organizaciones obreras, que continúan sirviéndose por ahora de las viejas armas de los sindicatos, es decir de la huelga como medio de lucha revolucionaria, pero que aspiran al mismo tiempo a apoderarse de la producción.
La actividad concreta de los consejos de fábrica y de taller se manifiesta ahora no sólo en la organización de la huelga sino también, al mismo tiempo, en la apropiación de funciones que pertenecían a los empresarios, en especial la provisión de materias primas, de combustible, de medios financieros, en la ocupación integral de la empresa saboteada, sometida a cierre o abandonada por los empresarios.
Es por esto que ya en el presente estadio del control obrero, tanto la burguesía como los dirigentes del viejo movimiento sindical se esfuerzan desesperadamente en sustituir el control obrero revolucionario por la antes mencionada burocracia industrial, por medio de comisiones paritarias, de la participación de los obreros en las utilidades, etc.; es decir con artificios "democráticos", basados en la teoría burguesa de la "igualdad de derechos" entre el trabajo y el capital, sobre la base – en fin – de la conservación de la propiedad privada de la burguesía sobre los medios de producción. Este concepto de "igualdad de derechos", cultivado con cuidado por los sindicalistas de Inglaterra, consagrado en el X Congreso de los Sindicatos de Alemania (1919), y siempre imperante en la Confederación General del Trabajo en Francia, no es otra cosa que una tentativa concreta de engañar a las masas obreras desnaturalizando el control revolucionario, de distraerla así de sus urgentes tareas revolucionarias y de dirigirla hacia los viejos y fracasado conceptos burgueses de la Internacional amarilla de los Sindicatos.
4. Exactamente el mismo significado tienen los esfuerzos que los dirigentes amarillos de los sindicatos realizan por contraponer al control revolucionario de los obreros el principio de la atribución del control al gobierno, concepto fervorosamente aprobado por la burguesía, que sabe perfectamente sacar provecho de la así llamada socialización para sus propios intereses de clase. Así, se intenta diligentemente esconder el hecho de que la consigna de trasladar la propiedad de los medios de producción al Estado no significa todavía que se hayan convertido en propiedad de toda la población, sino solamente que el control y la gestión de la producción pasa de un determinado grupo de representantes privados de la clase dominante al control de la clase entera. La teoría del control estatal presupone que los órganos administrativos encargados de gestionar la producción estén compuestos por representantes designados por los obreros y el gobierno, o de los obreros, los empresarios y el gobierno. Esto porque los representantes del gobierno se consideran intérpretes de toda la población, mientras los representantes de los obreros son considerados como representantes de un determinado grupo de clase. De allí resulta la falsedad fundamental del concepto de la representación democrática sobre base paritaria, completamente inaceptable para el control obrero revolucionario, el cual se apoya sobre la negación del Estado moderno en tanto es un instrumento de la burguesía, y le opone el Estado obrero, intérprete de los intereses reales de todos los trabajadores.
El control obrero no es conciliable con la nacionalización burguesa ni con el pasaje de la producción al Estado burgués. Toda tentativa de tal conciliación desemboca inevitablemente en el hecho de que la burguesía, que todavía conserva en la práctica la efectiva autonomía en la gestión de la producción, descarga toda la responsabilidad de la situación sobre la clase obrera. Por otra parte, esa tentativa de conciliar lo irreconciliable puede provocar fácilmente la descomposición de las nuevas células revolucionarias del movimiento sindical en los talleres y en las fábricas, cosa muy peligrosa dada la tendencia de la burocracia sindical a subordinarlas a su influencia perversa, beneficiándose de su actual disgregación, de la ausencia de una acción coordinada.
5. Por otra parte, resulta no menos peligroso para el proletariado el concepto seudo-revolucionario, muy difundido entre los obreros de todos los países, según el cual sería posible que la clase obrera obtenga resultados eficaces mediante el control sobre la producción, antes incluso de que el capital sea aplastado.
La tristes vicisitudes del control obrero en Italia, quebrado por los flexibles dirigentes del proletariado, han dado una prueba tan convincente, que deberían disuadir a los agitadores obreros revolucionarios de los otros países de volver a reintentarlas.
Es de importancia capital tener en cuenta también el hecho de que la aplicación integral del control obrero no es posible sin que abarque no sólo el lado técnico de la producción, sino también – algo mucho más importante-el lado financiero de ésta.
Sólo con la plena aplicación del control financiero, los obreros estarán en condiciones de observar de manera distinta los mecanismos esenciales de toda la estructura capitalista. Por medio del control financiero, los obreros comienzan a constatar concretamente la dependencia de la propia empresa industrial de los consorcios financieros y de la banca, no sólo nacional sino también internacional.
La divulgación de los secretos comerciales, industriales y especialmente financieros, da al proletariado la visión neta de la primera fuente del sabotaje universal realizado por la burguesía, y así se establecen las bases fundamentales del sistema de cierres, de reducción del tiempo de trabajo (short-time), y de varios otros procedimientos, tendientes, mediante la desocupación artificial, a imponer la reducción de los salarios, el aumento de las horas de trabajo y la destrucción de la organización obrera.
6. Esto porque la lucha por el control financiero empuja a la clase obrera al choque inmediato y decisivo con la burguesía, que basa su fuerza política en gran parte sobre la conservación de la fuerza financiera.
En este estadio, la lucha por el control obrero asume inevitablemente un tono puramente político y requiere una guía política.
En los casos siempre frecuentes de ocupación de los establecimientos por parte de los obreros y, en el mismísimo momento, la imposibilidad de gestionarlas sin dominar también el aparato financiero, hacen surgir entre los obreros la tarea clara y urgente de apoderarse de todo el sistema financiero, y por medio de éste, de toda la industria.
En esta fase del control obrero, la contradicción señalada en el punto 1 se resuelve en la lucha por el poder entre el proletariado y la burguesía, esto es, en la revolución social.
En el desarrollo de esta lucha decisiva, tanto más larga y fatigosa, cuanto más organizada y culta sea la burguesía de cada país, ya no se trata sólo de controlar al empresario, de impedir su "mal comportamiento", de luchar contra el sabotaje, de continuar a cualquier costo el trabajo en los establecimientos, etc., sino que urge tomar el lugar de los empresarios y excluir de la producción a los capitalistas como clase, apoderándose de la gestión de toda la producción del país, y al mismo tiempo asumir la responsabilidad de tal gestión.
Por eso, en esta fase el control se transforma en acción combativa de la clase obrera, en tanto organizadora de la producción, en el interés no sólo de los grupos aislados de la clase obrera de cada fábrica, taller, mina, o línea ferroviaria, sino más bien de todo el proletariado del país.
7. La victoria del proletariado sobre la burguesía, siendo inevitable sobre todo porque la burguesía no está en condiciones de conservar en su poder la producción, lleva al proletariado a edificar su Estado en circunstancias muy difíciles, sobre todo porque la victoria está ligada, por la fuerza de las cosas, a la descomposición y la ruina del viejo aparato capitalista de gestión de la producción.
En estas circunstancias, resulta muy difícil mantener el poder sobre la producción, al día siguiente de la revolución social.
El sabotaje oculto de parte no sólo de los capitalistas sino también de aquellos elementos que le están más proximos a ellos que viven bajo su protección, se vuelve patente y sistemático. Las fábricas, los talleres de los establecimientos estatales, las escuelas medias y superiores, quedan carentes de elementos dirigentes. La clase obrera se ve obligada a prodigar sus mejores fuerzas, no sólo en la defensa material de la revolución, sino también en las funciones administrativas. En ese momento, las funciones de las organizaciones de masas, incluyendo no sólo a los estratos dirigentes del proletariado (Partido Comunista) sino también a la enorme masa de proletarios "sin partido", se vuelve más importante que nunca. Sin embargo, la organización económica del proletariado puede penetrar en lo más profundo de la clase obrera solamente mediante la creación de núcleos aptos en cada fábrica y taller; es por esta razón que la cuestión de las relaciones recíprocas entre los consejos de fábrica y los sindicatos asume, en el momento presente, tanta importancia. Está demostrado por la experiencia que la instauración de núcleos revolucionarios de producción bajo la forma de consejos de fábrica, es necesaria sobre todo donde el movimiento sindical está poco desarrollado, o está dominado por elementos oportunistas.
Pero la acción aislada de los consejos de fábrica puede quedar desnaturalizada y paralizada por la burguesía, si no está generalizada y extendida a todo el país bajo la guía de la vanguardia de la clase obrera. Surge así la necesidad de utilizar el aparato de los sindicatos y de sus federaciones para nuevos objetivos, subordinando a ellos los Consejos de fábrica, y transformándolos de esta manera en potentes órganos de control de las masas y en órganos para asumir la producción.
8. Pero esta reorganización de los sindicatos en el interés de la revolución social no puede ser lograda si no se verifican dos condiciones fundamentales: 1], que los sindicatos estén constituidos no según el viejo criterio profesional, por oficio, sino siguiendo el criterio de la producción, por industria, lo que permite unir a todos los obreros y empleados de cada establecimiento y de cada rama industrial en torno a determinados problemas de la producción; 2], que en cada industria exista un fuerte y sólido grupo revolucionario, capaz de enfrentar la obra contrarrevolucionaria de la burocracia sindical amarilla, de reaccionar contra su política corruptora, y de mantener a las masas organizadas de fábricas y talleres sobre el terreno de la lucha revolucionaria por el control de la producción y por su gestión permanente.
Luchando resueltamente contra las tentativas que realiza Amsterdam (1) por desviar al movimiento revolucionario del proletariado hacia un infructuoso control estatal en el marco del régimen capitalista y, en último análisis, en el interés de este régimen, los sindicatos rojos (2), precisamente, deben prestar la máxima atención a la práctica del control, constituyendo esto una escuela excelente de preparación para el proletariado tendiente a tomar el poder. Esto quiere decir que antes de la revolución social, en el propio curso del proceso de su preparación, es necesario poner en todas partes a la orden del día el control obrero, no sólo como consigna revolucionaria capaz de unir a las masas obreras y hacerlas más revolucionarias, sino también como un instrumento de educación económica y política, con vistas al futuro próximo.
El mantenimiento del poder político después de la revolución social, depende en gran parte del grado alcanzado por esta preparación anterior. Ya que la consolidación de la revolución social presupone que el proletariado, en esta fase del control obrero, había sabido apoderarse del mecanismo de la producción y ponerla en funcionamiento pleno, volviéndose así capaz de resolver no sólo políticamente, sino también económicamente, la contradicción fundamental planteada en el punto 1.
Con una oportuna preparación, esta tarea se vuelve factible porque el obrero de una u otra forma se habitúa a ejercer el control y a actuar como empresario. En seguida, se le hace manifiesto el nexo entre las diversas ramas de la industria, y a partir de ahí el mecanismo de la producción de todo el país. Y así, la llegada de la revolución social y el inevitable pasaje a la nacionalización de la banca, es decir del sistema financiero, del transporte, de las principales fuentes de materias primas, de las grandes empresas industriales, etc., sólo gracias al control obrero bien organizado puede el poder obrero disponer de una cantidad suficiente de obreros, capaces no sólo de luchar por la revolución social sino también de construir, con la estructura industrial heredada, un nuevo régimen económico socialista, nuevos órganos de gestión de la producción y de la distribución.
En esta fase, el control obrero asume el nuevo aspecto de la participación de los sindicatos en la formación de los órganos económicos para la gestión de la producción: con esto se convierte en un elemento constructor de la economía estatal, se convierte en el control de la clase obrera ejercido por medio de los consejos y de sus organismos económicos.
Conclusiones generales
1. El control obrero es una escuela indispensable e importantísima para las vastas masas proletarias, en su trabajo de preparación de la revolución social.
2. En todos los países capitalistas, el control obrero debe ser puesto a la orden del día como grito de batalla del movimiento sindical, y usado eficazmente para divulgar los secretos comerciales, mercantiles y financieros.
3. El control obrero debe ser ampliamente empleado para transformar los viejos sindicatos en órganos de lucha de la clase obrera.
4. El control obrero debe ser empleado como medio para reconstruir rápidamente los sindicatos por industria, y no por profesión, sistema éste superado y por ello dañino para el movimiento revolucionario.
5. El control obrero es incompatible con la propuesta planteada por la burguesía de "sistema paritario", de "nacionalización", etc., y supone la contraposición de la dictadura proletaria a la dictadura burguesa.
6. En la aplicación del control técnico, financiero o mixto, como durante la ocupación de empresas, es particularmente necesario atraer a las vastas masas proletarias, incluso a las más atrasadas, a la discusión de los problemas referentes al control. Al mismo tiempo, es necesario, en el proceso de la realización del control, confeccionar un padrón de los obreros más activos y capaces, preparándolos para la función dirigente correspondiente en la organización de la producción.
7. Para establecer regularmente el control obrero, es necesario que los sindicatos dirijan y combinen el trabajo de los Consejos de fábrica de las empresas de cada industria, previniendo de esta manera los infaltables intentos de alimentar el "patriotismo de fábrica", infaltables si el control es disperso.
8. Los sindicatos, desde el inicio mismo del control, deben ayudar activamente la obra de los consejos de fábrica y de empresa, estableciendo a tal fin disposiciones especiales, ilustrando la cuestión del control en la prensa cotidiana, y haciéndole amplia propaganda en las fábricas y talleres, no sólo mediante las explicaciones de los objetivos del control, sino también por medio de informes sobre los resultados del control en la empresa aislada y su grupo, a realizarse en las reuniones de fábrica, en las conferencias locales, etc.
9. Para llevar adelante estos problemas en los sindicatos no adheridos a la táctica de la Internacional Sindical Roja, es necesaria la formación de un compacto centro revolucionario, que tienda sobre todo a reconstruir los sindicatos por industria, y a mantener el carácter revolucionario de la lucha por el poder obrero.
Notas:
* Aprobado en el 1º Congreso, realizado entre el 3 y 19 de julio de1921.
1. La Internacional sindical de Amsterdam agrupaba a los sindicatos dirigidos por la burocracia sindical socialdemócrata.
2. Se denominaba sindicatos rojos a los dirigidos por el Partido Comuista, que estaban agrupados en la Internacional Sindical Roja.