Consideraciones adicionales sobre los orígenes de la Declaración de Balfour


La historia de la Declaración Balfour continúa hechizando al mundo. Como lo demuestran los últimos trabajos sobre el tema, se vuelve aún más fascinante cuando se hacen alusiones a la supuesta influencia de un pequeño grupo de sionistas que lograron, desde el comienzo de la guerra, penetrar en cada rincón de la actividad del gobierno britaníco, persuadiendo gradualmente a los ministros y a los funcionarios para que adoptaran sus proyectos: ese es el tema del libro de Ronald Sanders, The High Walls of Jerusalem (Los altos muros de Jerusalén; Nueva York, 1983). Muchos lectores recibirán con satisfacción interpretaciones tan descabelladas. Los lectores más críticos, sin embargo, así como los historiadores de la política sionista o británica durante aquel período, bien podrían preguntarse si este relato aparentemente atractivo es también la verdadera historia.


 


Hace unos años, examiné los procesos a través de los cuales nació la Declaración de Balfour. (1) Mis hallazgos tendieron a mostrar que las etapas principales de la política que resultó en la Declaración fueron iniciadas enteramente del lado británico, debido a intereses británicos, sin ninguna consideración de la actividad política de los sionistas – es decir, el Dr. Weizmann y sus colaboradores – que recién tomaron contacto con el gobierno al principios de 1917.


 


El señor Sanders no menciona específicamente mi trabajo, aunque se puede detectar en algunas secciones del libro que el autor intenta desafiar mi interpretación de los acontecimientos. Si tiene razón, mi versión de los orígenes de la Declaración no tiene ninguna veracidad. Propongo, por ende, examinar solamente aquellas secciones de su libro donde creo que se pretende mostrar la influencia, directa o indirecta, de Weizmann en las etapas iniciales de la formación de la política británica hacia el futuro de Palestina.


 


Primero, tomemos el llamado acuerdo SP (Sykes-Picot). Georges-Picot y Sykes, habiendo terminado sus conversaciones preliminares, hicieron un borrador de memorándum donde "los requerimientos de las varias partes" están expuestos, y se propone un "acuerdo satisfactorio". (2) Este documento se sometió a algunos departamentos del gobierno para su observación. Los comentarios del Director de la Inteligencia Naval, el célebre almirante (capitán en aquél momento) Reginald Hall, merecen atención. Plantea la cuestión de Palestina y la de los vínculos judíos con el país. (3) En cuanto a Palestina, – en el país "al sur de Tiro", escribió – los intereses británicos eran más importantes que los de Francia. Sin embargo, si el gobierno decidió ceder la parte septentrional de Palestina, como parecía en el acuerdo propuesto, debería asegurar para Gran Bretaña la parte meridional, con "control exclusivo de los ferrocarriles" para asegurar "su posición en Egipto, junto con el derecho de la posesión y fortificación de una base naval en la costa de Siria".


 


El memorándum Sykes-Picot también propuso el establecimiento de una confederación árabe. Hall pensó que esto provocaría la oposición de "los intereses judíos en el mundo entero", ya que implicaba "el reconocimiento de la independencia árabe y el anticipo del predominio árabe en el Medio Oriente meridional". "Los judíos, escribió, poseen un fuerte interés material y un muy fuerte interés político en el futuro del país (Palestina) (…) En la Zona Marrón, observó, la cuestión del sionismo … (tiene que) ser considerada". (4)


 


Por lo que sabemos, este es el primer documento oficial escrito por un alto funcionario del gobierno británico en el cual la importancia nacional de Palestina y del sionismo para el mundo judío fue expresado claramente. ¿Cuál era la fuente de las posiciones pro-sionistas de Hall? El señor Sanders nos cuenta que:


 


"El capitán Hall parece… haber leído en The Manchester Guardian sobre el sionismo, Palestina y la defensa de Egipto. De todas maneras, no sorprende que esta iniciativa hubiera provenido del Almirantazgo, que había indicado en el pasado sus sentimientos favorables al sionismo. Balfour ahora era primer lord, y el Almirante Fisher había vuelto al Almirantazgo como presidente de la Junta de Invenciones … una posición que probablemente le había llevado a tomar contacto con Weizmann. (5)


 


Si bien el nombre de Weizmann aparece sólo al final de la cita, el señor Sanders parece indicar que la influencia de Weizmann se extendía en 1915/16, no sólo a la posibilidad de publicar artículos en The Manchester Guardian, sino también a los más altos rangos del Almirantazgo, incluyendo, aunque sea indirectamente, a Hall.


 


Ahora bien, consideremos el caso del Almirantazgo. Se debe señalar que el señor Sanders no ofrece ninguna prueba para su afirmación intrigante de que el Almirantazgo había "indicado en el pasado sus sentimientos favorables al sionismo". ¿A quién se refiere el señor Sanders? ¿Al almirante Henry Jackson, que había favorecido la anexión de Haifa? ¿O también podrían ser Balfour y Winston Churchill, "cuya solidaridad… se remontaban a las elecciones de 1906"? (6)


 


Es curioso que se mencionara la campaña electoral en Manchester, ya que al discutirlo el señor Sanders no pudo indicar nada que Churchill hubiera dicho en aquel entonces que aún ligeramente tuviera que ver con el sionismo. Tampoco cita ninguna evidencia de la solidaridad de Churchill durante el período temprano de la guerra. En verdad, es muy extraño que Weizmann, que había conocido a Churchill durante las elecciones de 1906, aparentemente no intentara reunirse con el Primer Lord, tan accesible en general, abierto, imaginativo, para hablarle sobre el sionismo. Hubo, en realidad, mucha necesidad de una iniciativa de este tipo. Porque alrededor del mismo momento en el cual el señor Sanders escribe acerca de su actitud amable hacia el sionismo, Churchill sugirió que "Palestina podría entregarse a Bélgica, tan cristiana, liberal … noble", a pesar de que para aquel entonces ya se debía haber enterado del memorándum pro-sionista de Herbert Samuel.


 


En referencia al almirante Jackson, el señor Sanders nos dice que cuando discutió los desiderata británicos en la Turquía asiática, en principio quiso anexar Alejandreta, pero eventualmente optó por Haifa. Aparentemente, quiere que el lector crea que la mera idea de anexar Haifa significa que los británicos favorecían una solución sionista para Palestina. (7) Esto es claramente erróneo. La posibilidad de ocupación, o de anexión, de Haifa para asegurar los intereses británicos en el Medio Oriente fueron debatidos intermitentemente en círculos gubernamentales al menos desde 1870. Pero esto no implicaba ocupar o anexar todo el país. Esta posición no cambió, incluso cuando la importancia de Haifa aumentó debido a las necesidades planteadas por la defensa de Egipto. La promoción de un enclave británico en Haifa no debería ser interpretada como el deseo de ver una Palestina sionista, o la existencia de alguna conexión entre los intereses británicos y el sionismo. Por ejemplo, en marzo de 1915, el general Barrow, secretario militar de la Oficina de la India, abogó por la anexión de Haifa; y aunque recomendó la internacionalización del resto de Palestina, nunca se refirió al sionismo. Alrededor de un mes después, George Clerk, del Foreign Office, puntualizó que la Oficina de Guerra quería Haifa, pero otra vez no hizo ninguna mención del sionismo. (8)


 


Para Jackson, la elección de Haifa fue simplemente como la alternativa tradicional a Alejandreta. Como el gobierno estaba reacio a reclamar Alejandreta – dados los reclamos franceses – ¿habría algo más natural que optar por Haifa en su lugar? No hay nada de sionismo en ello. Pero es posible que hubieran otras influencias que dieran más peso a la alternativa de Haifa.


 


Estaban, por ejemplo, los trabajos de Herbert Samuel que abogaban por una Palestina anexada o como protectorado, donde se deberían promover facilidades para la inmigración y colonización judía. (9) Esto es bastante claro; pero hay grandes dificultades para averiguar su impacto. Eran memorándums del Gabinete, y si bien podríamos asumir que los ministros los habían leído, es imposible saber si los habían pasado a sus ayudantes, asist entes, o jefes de departamento. El Comité de Bunsen sobre los Desiderata británicos en la Asia turca, parece haber usado los memorándums departamentales, los cuales, en la medida en que se encuentran en los apéndices del informe, no hacen ninguna referencia a las propuestas de Samuel. La única evidencia que se conozca de que los trabajos de Samuel habían llegado a un funcionario del gobierno de alto rango es el reconocimiento del almirante Fisher. (10) Hubiera sido extraño que el mismo Samuel, en ese momento tan motivado para dar a publicidad sus opiniones sobre Palestina, hubiese dejado de reenviar su memorándum al presidente del Comité. Sus opiniones, sin embargo, no se reflejan en las minutas ni en el informe. En resumen, en ausencia de cualquier evidencia al contrario, el memorándum de Samuel no puede considerarse como influencia sobre la elección de Haifa por parte de Jackson.


 


¿Lo influyó Sir Mark Sykes, el colega de Jackson en el Comité de Bunsen? Sykes, consciente de los reclamos franceses sobre Siria y convencido de la necesidad de establecer a Gran Bretaña en la frontera septentrional de Egipto y de Arabia, adoptó la posición de que el gobierno debería abandonar el reclamo de Alejandreta y la zona aledaña, y concentrarse en su lugar en Palestina. Para mediados de abril, había preparado un proyecto para la partición del Asia turca e incluir una Palestina británica, al oeste y al este del Jordán. Además, había reconciliado a su plan a Kitchener, quien lo había nombrado en el comité, y que había sido insistente sobre Alejandreta. (11)


 


Existen algunas evidencias de que Sykes presionaba a Jackson fuera de las reuniones formales del Comité. Jackson seguramente parece haber conocido los detalles esenciales de las ideas de Sykes. (12) Al ser preguntado por el presidente sobre una salida de la Mesopotamia al Mediterráneo, Jackson indicó Haifa. No era adecuado, señaló, como base naval, pero podría acondicionarse para otros propósitos del Almirantazgo y de la Oficina de Guerra. (13) Al día siguiente, fue más preciso. Planteó las ventajas de poner bajo la protección británica el territorio al sur de la línea Haifa-Mosul. (14) Esta es una alusión obvia a la parte palestina del proyecto que Sykes propagaba.


 


Sykes bien podría haber fortalecido tanto la elección de Jackson a favor de Haifa como su simpatía por una Palestina británica. Pero Jackson nunca aludió a los intereses judíos o al sionismo – de la misma manera en que Sykes, en aquella etapa de la guerra, tampoco tuvo conciencia de ellos. No hay ninguna razón para sugerir, por ende, como lo hace el señor Sanders, que el almirante Jackson influyó en el capitán May al plantear la cuestión del sionismo. Tal vez se apoya en la influencia generalizada de Arthur Balfour, Primer Lord del Almirantazgo, cuya mente sutil había discernido lo que había escondido tanto tras el sionismo de Jackson como de Hall. (15)


 


¿Por qué Balfour? Bien, según la "versión autorizada" de la historiografía sionista, Weizmann ya había convertido a Balfour al sionismo; y según la interpretación del señor Sanders, uno concluiría que Balfour, ahora un sionista apasionado, dispensaba su nueva filosofía a todo el mundo en el Almirantazgo. No se puede confiar ciegamente en la afirmación del señor Sanders. Pero resultaría de gran interés descubrir qué es exactamente lo que hizo Balfour en beneficio del sionismo en los primeros años de la guerra.


 


Durante las reuniones en el Consejo de Guerra parece haber sido el primero en hacer reclamos sobre la Asia turca. Pero cuando Lloyd George propuso que Inglaterra asumiera la responsabilidad por Palestina, Balfour mantuvo silencio. (16) En ese momento, Balfour tenía el deseo de anexar Alejandreta. En los años siguientes, parece haber cuestionado la necesidad de una Palestina británica. Sin embargo, durante las discusiones anglo-francesas sobre la partición de Turquía hubo una oportunidad excelente para que él promoviera los reclamos del sionismo. Pero en las fuentes no existe ningún indicio de que así lo hiciera. El memorándum de Hall fue otra oportunidad adicional para Balfour, en aquel momento Jefe del Almirantazgo, para agregar su propia recomendación favorable al sionismo. Sólo informó al capitán Hall que Jackson había acordado con su memorándum. No menciona a Balfour. ¿Cómo, entonces, podemos establecer la supuesta influencia de Balfour – de la cual no se halla ningún indicio?


 


Las relaciones entre Weizmann y el almirante Lord Fisher proveen otra instancia del argumento artificial del señor Sanders acerca de la así llamada extendida influencia y poder de Weizmann. Resulta que en este caso hay evidencia para refutar su teoría. Fisher veía con entusiasmo Alejandreta; pero como ésta resultaba imposible de conseguir, debe haber pensado en Haifa como segunda alternativa. Es imposible decir si también contemplaba la anexión del país entero. Aun así, después de haber leído el memorándum de Samuel de marzo, le escribió que había leído su "excelente trabajo con convicción respecto a la inclusión en la esfera inglesa de Palestina". (17) Fue fiel a su palabra. A mediados de mayo, concibió un plan para transportar al ejército británico "de Gallipoli a Haifa para usarlo para la conquista de la Tierra Santa". (18) Fisher no hace ninguna mención al sionismo. Pero podría haber sido influenciado por el razonamiento altamente convincente de Samuel que mostraba los beneficios que traería la colonización de los judíos en una Palestina británica.


 


¿Podría haber agregado Weizmann algo de importancia a los argumentos de Samuel? Tal vez. Pero la pregunta obvia es si había tenido la oportunidad de hacerlo. El señor Sanders escribe casualmente sobre el contacto entre Fisher y Weizmann después de que aquel había sido nombrado presidente de la "Junta de Invenciones" del Almirantazgo luego de julio de 1915. Weizmann tuvo, es cierto, contacto con el Almirantazgo en ese momento, y a veces con sus funcionarios, pero los asuntos que trataba con el gobierno no tenían nada que ver con Fisher. C.P. Scott, por ejemplo, el celebrado editor de The Manchester Guardian, que conocía bien a Fisher y que también mantuvo contactos cercanos con Weizmann, nunca menciona a Fisher en esta conexión, ni en sus diarios ni en sus cartas a Weizmann. Weizmann tampoco menciona a Fisher ni en su correspondencia ni en sus memorias. (19) No hay muchas alternativas a la conclución que el cuento del señor Sanders sobre un "contacto ocasional" entre Weizmann y Fisher simplemente carece de fundamentos.


 


En la medida en que se pueda afirmar, ni Churchill ni Fisher ni Jackson habían tenido, durante el período en discusión, ninguna conexión directa con Weizmann, ni tampoco, podríamos agregar, a través de Balfour o de ninguna otra personalidad. Qu eda el capitán Reginald Hall, quien, se recordará, supuestamente obtuvo su tendencia pro-sionista no sólo de Jackson y de Balfour sino de otra fuente: el editorial principal, La Defensa de Egipto, publicado en The Manchester Guardian el 22 de noviembre de 1915. Esto, también, nos conduce de vuelta a Weizmann.


 


El líder expuso la posición de que Egipto era el eslabón débil en el sistema británico de defensa imperial debido a su vulnerabilidad a ataques por tierra. Se deduce pues que los territorios que lindaban al Canal y a Egipto nunca debían estar "bajo la ocupación de una potencia hostil o posiblemente hostil". Los gobernantes del Antiguo Egipto, explica el artículo, enfrentaban los mismos problemas, "y lo que les ayudó a resolverlo fue la existencia en la antigua nación judía de un Estado tapón contra los gran imperios militares del norte". Para defender Egipto era esencial que Palestina fuera amistosa. Esto se podría lograr si estuviera "poblada, como lo fuera en el pasado, por una raza intensamente patriótica" interesada en preservar relaciones amistosas con los gobernantes de Egipto. "Deberíamos trabajar- continuó el líde-hacia estos objetivos".


 


C.P. Scott ni escribió ni comisionó el artículo como lo da a entender Sanders. (20) El propio Scott nunca hizo ningún reclamo en ese sentido. El autor verdadero del editorial fue Herbert Sidebotham, un comentarista sobre temas militares. Algunos años más tarde, Sidebotham escribió que Scott … nunca buscó "comunicar su fe (en el sionismo) a ningún miembro de su personal"; que su propio "argumento a favor del sionismo" fue planteado "puramente sobre la base de los intereses británicos", "por iniciativa propia"; y que "no le conoció (a Weizmann) hasta 1916". (21)


 


Por supuesto, la posición planteada por Sidebotham fue esencialmente la de Weizmann: cumplir con los objetivos sionistas dentro del armazón de una Palestina británica que fuera necesaria para proporcionar la defensa satisfactoria a Egipto y a otros intereses imperiales. La razón para esto, sin embargo, no fue la influencia directa o indirecta de Weizmann sobre Sidebotham que, como se acaba de demostrar, no existía en esta etapa. Más bien era el simple hecho de que las posiciones fundamentales que ambos hombres tenían sobre el tema, por más contundentes que fueran, por más inteligentes y hermosamente expresadas que fueran, con una frase llamativa aquí y allá, no eran ni originales ni novedosas, ni entre los no judíos británicos ni entre los judíos sionistas. 


 


La noción elemental de que Egipto, desde la ocupación británica, estaba en peligro de un ataque desde el norte por Turquía, sea en forma individual, sea junto con una potencia europea, y que la zonas de tapón del Sinaí y de Palestina tenían una importancia estratégica vital para el alcance de la defensa del país, era un lugar común entre los altos oficiales y personal militar británicos. La frontera del noreste había sido empujada hasta llegar a la línea Rafa-Aqaba; el área del Negev y Haifa había sido estudiada y mapeada; y los intentos franceses de infiltración en el área habían sido frenados. Este interés estratégico era bien conocido por las potencias extranjeras. En Inglaterra – tanto como en los otros países – fue discutido abiertamente en la prensa, en las revistas y en los libros.


 


La idea de la restauración de los judíos a Palestina, como algo de interés para el imperio británico, forma parte de una tradición que se remonta aún más en el tiempo, a fines del siglo XVIII. (22) Lord Shaftesbury la conocía cuando urgió a Palmerston en 1840 a ejercer su influencia con el Aultán para alentar y apoyar la recolonización judía. Muchos diarios, artículos, folletos y libros (escritos) por no judíos británicos, muchos de los cuales conocían los esfuerzos de Shaftesbury, diseminarían la misma posición en los años venideros. Las actividades políticas de Herzl en Inglaterra, especialmente después del cuarto congreso sionista en Londres de 1900, y sus discusiones con Joseph Chamberlain, Lord Lansdowne, y Lord Cromer sobre las propuestas de el-Arish y las otras, sionistas, agregaron más contundencia a la idea y ayudaron a propagarla. Hablando a los funcionarios del Foreign Office (Ministerio de Relaciones Exteriores de Gran Bretaña) en 1904, Weizmann entendía que ellos pensaban que los sionistas deberían concentrarse en Palestina, y no en Uganda. Sir Harry Johnston, una autoridad sobre cuestiones coloniales e imperiales, y una figura pública muy bien conocida, le ofreció el mismo consejo a Weizmann. Explicó que si bien Gran Bretaña no podía tomar Palestina para sí misma, apoyaría al sionismo para excluir a las otras potencias de ejercer una influencia dominante allí. The Manchester Guardian encontraba espacio en forma consistente para los asuntos sionistas. Desde 1905, un reportero sionista cubrió los congresos sionistas; en 1913 y en 1914 el diario llevaba "artículos largos y descriptivos sobre las colonias agrícolas judías en Palestina". Con Inglaterra en guerra contra Turquía, desde noviembre de 1914, el tema surgió reiteradamente en la prensa y en los periódicos.


 


Los conceptos sionistas, entonces, eran muy extendidos y aceptados, sea como creencia en sí o bien en armonía con los intereses imperiales británicos, según fueron presentadas por Weizmann. Para un hombre muy bien instruido en las cuestiones históricas e imperiales como Sidebotham, que había sido comentarista sobre las políticas militar y extranjera durante muchos años, estas posiciones deben haber resultado familiares. Pero si no, siempre hubo un Harry Sacher, también un miembro del personal del Guardian, quien estuvo a mano. El señor Sanders escribe sobre Sacher como uno de los jóvenes seguidores de Weizmann. El lector inocente puede deducir de esta descripción que Sacher se empapó del sionismo por proximidad con su amigo más avanzado en años. Eso sería muy equivocado. Sin duda era muy alentador para Sacher y para otros sionistas, tener entre ellos un sionista de la estatura de Weizmann. Pero el sionismo no comenzó en Inglaterra cuando Weizmann se instaló a vivir en Manchester. Sacher se había hecho sionista ya desde hacía algunos años. Y, como sería el caso naturalmente para un judío británico sionista, debe haber tenido consciencia desde hacía mucho tiempo de la coincidencia entre las necesidades imperiales británicas en Palestina y el sionismo.


 


Para volver al memorándum de Reginald Hall. Es muy posible que haya leído el editorial principal del Manchester Guardian; y de hecho el artículo apareció siete semanas antes de que su trabajo fuera escrito. Pero de ninguna manera es seguro que un inglés no judío del cual no se conociera ninguna disposición hacia el sionismo, inevitablemente llegara a la conclusión de que el editorial del Guardian tenía en mente "la restauración de los judíos". En cualquier caso, el tópico no era nuevo; y el objetivo político más importante de los sionistas parece haber sido discutido ocasionalmente en los círculos en los cuales se movía Hall.


 


El problema de la cuestión de Palestina no fue la novedad sino su factibilidad, particularmente después de que Turquía entró en la guerra y el destino del Imperio Otomano empezó a ser objeto de consideración. Se aceptaba en general que no se permitiría a ninguna potencia hostil establecerse al norte de Egipto. Pero ¿significaba esto que Gran Bretaña debería ocupar Palestina para resguardar sus intereses imperiales? Y si fuera así, ¿debería Gran Bretaña anexar el país entero, o sólo la parte meridional, o meramente el enclave de Haifa?


 


Como ya hemos visto, los puntos de vista y las propuestas eran diferentes. La Oficina de Guerra – con la excepción de Kitchener – contemplaba la toma del país entero, una política que parece haber recibido apoyo en El Cairo y en Khartoum. Ciertamente, Sykes lo planteó en el Comité de Bunsen. El almirante Jackson, luego de alguna vacilación, fue ganado a la posición de Sykes. Sin embargo, la Oficina de India tenía otra posición. Reconociendo que Palestina era vital para los intereses británicos, su portavoz, el general Edmund Barrow, solo insistió en "Haifa", proponiendo que el resto del país fuera internacionalizado.


 


Hall debe haber sabido todo esto. El mismo señala en su memorándum que Palestina era de interés para los británicos; y finalmente, parece haber decidido a favor de que los británicos tomaran el sur de Palestina y Haifa. Aun así, Hall sí planteó la cuestión del sionismo, y recomendó que se lo tomara en cuenta en la Zona Marrón – la porción de Palestina dejada de lado en el proyectado acuerdo anglo-francés para una administración internacional. Sin embargo, su posición a favor del sionismo parece totalmente distinta a el de Samuel y Sidebotham. Por supuesto, Hall también debe haber conocido el sionismo en general. Pero su punto de partida fue que "los intereses judíos en todo el mundo" probablemente se opusieran a "cualquier proyecto que reconociera la independencia árabe y que presagiara el predominio árabe en el Medio Oriente". La fuente de esta visión desacertada fue Gerald Fitzmaurice, Dragomán en Jefe de la embajada en Constantinopla, el consejero experto de Hall sobre cuestiones turcas. Fitzmaurice era considerado un sabio sobre todas las facetas de la política interna otomana, y también sobre los movimientos pan-islámicos y pan-árabes. También mantenía fuertes puntos de vista sobre el sionismo y los judíos.


 


Para él, los judíos conformaban una potente fuerza internacional, que arrastraba a las potencias tras de sí en pos de sus propios intereses. Esta entidad misteriosa, opinaba Fitzmaurice, había ganado ascendiente dentro del gobierno turco y trabajaba por "la creación de un estado autónomo judío en Palestina". Al sucumbir a los dictados judío-sionistas, el gobierno turco se había distanciado de las otras nacionalidades del imperio, especialmente de los árabes sirios, quienes como consecuencia se habían agrupado en organizaciones nacionales y fuertemente anti-sionistas. Para un hombre con puntos de vista tan idiosincráticos, debe haber sido algo natural llegar a la conclusión de que los judíos todopoderosos se opondrían a cualquier intento de establecer el predominio árabe en el Medio Oriente.


 


Hall puede no haber sido receptivo a todas las opiniones de Fitzmaurice sobre los judíos. Pero la noción de que existía un cuerpo internacional judío omnipotente, que ejercía su influencia en todos los países importantes del mundo, hacía mucho que se había generalizado. Hall muy bien podría haber sido de esa convicción. En este contexto, para alguien como Hall, el sionismo debe haber aparecido como una consecuencia natural de estas teorías ridículas. Por lo tanto no era ilógico que escribiera que "los judíos tienen un fuerte interés material y un muy fuerte interés político en el futuro del país (Palestina)", pero que era probable que "los intereses judíos en el mundo entero" se opusieran a cualquier proyecto que reconociera a la independencia árabe y que presagiara "el predominio árabe en el Medio Oriente meridional". Pero si su lógica se llevara un paso más, había que proveer algo más tangible para apaciguar el "interes judío". De aquí, su recomendación de que "en la Zona Marrón la cuestión del sionismo (tenía que) ser considerada".


 


Desde el comienzo de la guerra, esta fue la primera vez que el sionismo, como fuerza política independiente que exigía atención, fue mencionado en un documento oficial. Es cierto, se presenta en función de la propuesta de confederación árabe. Para que la Confederación perdurara – o siquiera llegara a existir – era necesario primero remover o neutralizar su más grave obstáculo: la esperada oposición del judaísmo mundial. ¿Cómo lograrlo? Satisfaciendo las aspiraciones políticas del judaísmo mundial – el sionismo – en la Zona Marrón. Y de esta manera la nueva colonización del área adquiriría una estabilidad de conjunto. Hall tampoco ve al sionismo como un interés necesariamente británico. Naturalmente, debe haber sostenido que el sionismo no dañaría a la posición británica. Pero en ningún lado afirma que el sionismo constituye un interés imperial británico específico. No ofrece la más mínima indicación de una respuesta a la pregunta intrigante: ¿existía un interés común entre el sionismo y el rol británico, tanto en la Zona Marrón como en el resto de Palestina?


 


Y finalmente, ¿qué tipo de sionismo tenía en mente Hall? ¿Era un Estado, como sostenía la Oficina de Guerra y quería el sionismo? ¿O era algo más parecido a la fórmula de Herbert Samuel? En todos estos aspectos de la cuestión sionista, Hall difiere marcadamente de las opiniones de Sidebotham y de Samuel, para no hablar de Weizmann. La cuestión de cómo logró, entonces, influir a Hall el artículo publicado en The Manchester Guardian, y, a través de él, el doctor Weizmann, queda como un problema que el señor Sanders aún tiene que resolver.


 


No menos cuestionable que el tratamiento del señor Sanders sobre el "caso del Almirantazgo" es su manera de tratar lo que parece haber sido el primer intento del Foreign Office de adoptar una política sionista. Le niega cualquier crédito por este acto al Secretario de Asuntos Exteriores, Sir Edward Grey – quien nunca había conocido a Weizmann – y en su lugar pone a Lord Crewe como la parte responsable. Es cierto que Crewe tampoco "había conocido a Weizmann"; sin embargo se nos asegura que conocía "los puntos de vista de Weizmann" y que "había sido fuertemente influenciado por ellos". (23)


 


El intento de formular una política sionista surgió de un informe de Egipto que contenía los puntos de vista de Eduard Suares, presidente de la comunidad judía de Alejandría, un acomodado caballero pro-británico y antisionista. Suares argumentó que Gran Bretaña – y de hecho, todos los Aliados – ganarían la simpatía del pueblo judío, acercándose de ese modo a la victoria, si hicieran un gesto de apoyo a una Palestina judía, tal vez bajo la protección británica. "Con un golpe de la pluma", pensaba Soares, "Inglaterra podría ganar para sí el apoyo activo de los judíos en todo el mundo neutral", pero sólo si supieran de "la actitud de simpatía… hacia la cuestión palestina" del gobierno Británico."


 


Harold Nicolson, en aquel momento funcionario subalterno en el Foreign Office, expresó graves dudas sobre la factibilidad de la sugerencia de Suares. Hugh OBeirne, su superior, pensaba de otra manera. Creyó que el razonamiento de Suares tenía sentido. Estuvo de acuerdo en que la mayoría de los judíos no eran sionistas, sin embargo mediante la oferta de "un arreglo completamente satisfactorio para las aspiraciones judías en relación a Palestina podría (…) tener una inmensa atracción para la mayoría de los judíos", y por ende podría tener "tremendas consecuencias políticas". Los judíos, pensaba, podrían retirar "su apoyo al gobierno de los Jóvenes Turcos, el cual colapsaría entonces automáticamente". Otra "tremenda consecuencia" emergería de un protectorado norteamericano en Palestina, en la medida en que el británico "parece impracticable", porque esto "despertaría intenso interés entre el muy influyente cuerpo de los judíos norteamericanos". OBeirne estaba de acuerdo, parece, con el argumento central de Suares de que un arreglo sionista muy bien podría tener el efecto de ganar a los judíos de Estados Unidos y de otros países neutrales, para la causa de los Aliados.


 


Sir Arthur Nicolson, el subsecretario permanente, tenía otra posición. Argumentaba que el sionismo era "una minoría considerable" y dado que Gran Bretaña proponía a Rusia, en el borrador del Acuerdo Sykes-Picot "poner Palestina bajo la administración internacional, no podemos abogar por otro proyecto". Tampoco creía que los gobiernos de Francia o de Rusia "tomarían la propuesta en consideración", llegando a la conclusión de que sería mejor dejar de lado el asunto. Según la versión de señor Sanders, sin embargo, Lord Eustace Percy, un funcionario del Departamento de Asuntos Norteamericanos, tomaba una posición enteramente diferente, más favorable, como lo hacía Lord Robert Cecil, subsecretario parlamentario y ministro del Bloqueo, que señaló: "No pienso que sea fácil exagerar el poder internacional de los judíos". También Lord Crewe, que había reemplazado a Grey provisoriamente en el Foreign Office, observó que si bien la propuesta sobre Palestina era "una cuestión controvertida (…) no hay duda de que encierra posibilidades extraordinarias". (24)


 


OBeirne, sin duda alentado por estos comentarios favorables, volvió a insistir sobre su posición. "El proyecto Palestina contiene posibilidades de enorme alcance, y estaríamos perdiendo (…) una gran oportunidad si no empleáramos todo en nuestro poder para superar las dificultades que puedan ser planteadas por Francia y por Rusia". Sugirió presionar al gobierno francés, explicándole plenamente las ventajas políticas a obtener al convencer a los judíos en Estados Unidos, en el Medio Oriente, y en otros lugares, que "ahora son mayormente hostiles a nosotros".


 


Sir Arthur Nicolson cedió. Ahora estaba dispuesto a acercarse a los gobiernos ruso y francés para pedir garantías generales de simpatía con las aspiraciones judías respecto a Palestina. Lord Crewe veía la necesidad de fortalecer la formula débil de Nicolson. "Tengo bastante claridad", comentó enérgicamente, "de que este asunto no debe dejarse a un lado, y pienso que Sir E(dward) G(rey) comparte esta opinión (…) Deberíamos llevar adelante el tema, puesto que la ventaja de asegurarnos la buena voluntad de los judíos en el Levante y en Estados Unidos casi no puede ser exagerada, tanto en este momento como al finalizar la guerra".


 


El señor Sanders prepara la próxima escena. "El mismo Lord Crewe… preparó el borrador de una carta sobre Palestina" para ser presentada a París y a Petrogrado. (25) Comienza señalando los beneficios que traería el reclamo judío sobre Palestina. Luego cita en forma plena la fórmula de Lucien Wolf definiendo "las aspiraciones judías respecto a Palestina" que "nos parecen inobjetables". Siguió así: "Consideramos, sin embargo, que el proyecto (Palestina) podría ser mucho más atrayente para la mayoría de los judíos si se les ofreciera la perspectiva de que cuando, con el curso del tiempo, la colonización judía en Palestina sea suficientemente fuerte como para hacer frente a la población árabe, les sería permitido tomar en sus propias manos la administración de los asuntos internos de Palestina (con la excepción de Jerusalén y los Santos Lugares)."


 


La carta de Crowe, esta muestra "acérrima de sionismo", en la frase extática del señor Sanders, fue producto de la escuela Crewe-Cecil-OBeirne. De OBeirne, se nos dice, sin aportar ninguna evidencia, que fue "uno de los novatos en el Foreign Office que había sido fuertemente impresionado por los planteos del sionismo". En cuanto a Cecil y Crewe, su sionismo se explica de manera más sencilla: "Sobran razones para asumir que ellos habían sido fuertemente influenciados por las ideas de Chaim Weizmann". (26) Nos llevan así a la inevitable conclusión de que el "sionismo acérrimo" de la carta de Crewe fue el resultado de la influencia directa de Weizmann.


 


Esta versión de los acontecimientos es seriamente defectuosa. En primer lugar, no somos informados sobre lo que realmente ocurrió con la primera minuta de OBeirne. Aquí no hay ningún misterio. OBeirne, después de leer el comentario escéptico de Sir Arthur Nicolson, garabateó sobre la tapa del documento secretario privado, que significaba que quería que el secretario privado de Grey, Eric Drummond, trajera la propuesta de Suares, es decir, sus propios apuntes, para presentarlos al Ministro de Asuntos Exteriores. Drummond hizo esto debidamente. Grey debe haber leído los papeles, ya que garabateó sobre la misma tapa: "Plantear mañana a la mañana", agregando sus iniciales. Este episodio es omitido por el señor Sanders. Sin embargo, comete un error mucho más grave, porque confunde a Lord Eustace Percy, quien en su versión "presionó al Foreign Office" para que hablara con el embajador francés, con el mismo Sir Edward Grey, quien instruyó a su subsecretario permanente, Sir Arthur Nicolson, a "decirle a M. Chambón que se le había sugerido que el sentimiento judío que ahora era hostil y que favorecía un protectorado alemán en Palestina, podría ser cambiado totalmente si fuera establecido un protectorado norteamericano con el objeto de restaurar a los judíos a Palestina. Tendría que haber un control internacional sobre los Santos Lugares cristianos."


 


El señor Sanders también omite mencionar como OBeirne llevó adelante su propuesta original. Después de haber leído las alentadoras instrucciones a Nicolson, así como también los comentarios de Crewe respecto de que Grey pensaba "que este asunto no debería ser dejado de lado", OBeirne reunió todos los papeles relevantes que había acumulado durante la semana de la ausencia de Grey, y garabateó un mensaje a Eric Drumond: "Pienso que a Sir E. Grey le podría gustar ver estas hojas que muestran cómo se plantea la cuestión de Palestina". Como resultado, algunos pasajes del borrador del informe fueron debidamente enmendados, y dos cables de instrucciones, que incluían el borrador modificado, fueron enviados a París y a Petrogrado.


 


Hay otros errores, no menos graves, en la historia del señor Sanders. Las instrucciones que generosamente ha bautizado "la carta de Crewe" (creyendo, erróneamente, que "el mismo Lord Crewe preparó el borrador") implica que Grey no tuvo nada que ver con la decisión de enviar "la Carta". Ahora, es cierto que Grey estaba de licencia por enfermedad cuando se preparó el borrador y que los cables fueron enviados, y también que sus iniciales no se encuentran agregadas al borrador. Sin embargo, es imposible llegar a la conclusión de que no leyó – o no hizo que se le leyeran – los papeles sobre Palestina que OBeirne había deseado que él viera. Porque si bien Drummond no menciona este punto en su carta a Crewe, y aunque no sabemos si, entre el 9 y el 10 de marzo, Drummond se vió con Grey personalmente o si se comunicó con él de otro modo, él seguramente debe haberse enterado de la aprobación general de Grey del borrador, y su deseo de que se enviará. De otra manera, es apenas concebible que los cables se hubieran enviado en el nombre de Grey. Y que fueran enviados en nombre de Grey puede determinarse por la repuesta recibida de la embajada de París y por el ayuda-memoria del 13 de marzo de 1916, enviado desde la embajada en Petrogrado al Ministro de Asuntos Exteriores ruso. (27)


 


Formalmente, por lo menos, no existe ninguna "Carta de Crewe". Y por más que la haya endosado, no la redactó. Su autor fue Hugh OBeirne. Es su lenguaje, la fuente de sus frases son mayormente sus dos extensas minutas. Aun más, su autoría está indicada por sus iniciales, escritas de puño y letra, en el encabezado de la primera hoja del borrador. No hay lugar para equivocación.


 


¿Cómo podemos evaluar, entonces, el bullicio del señor Sanders sobre "el (primer) despertar del Foreign Office al sionismo"? Para empezar, en su recuento Sir Edward Grey está, por decirlo así, dormido durante todo el "despertar": no participa en él, tampoco está afectado por ello. Aun si hubiera estado presente en el Foreign Office, el señor Sanders duda que hubiera enviado los cables a París y a Petrogrado. Pero el hecho es que Grey existía de manera sobresaliente. A pesar de los comentarios escépticos y contrariados, Grey tenía un concepto lo suficientemente elevado de la iniciativa de OBeirne como para instruir a Sir Arthur Nicolson a influir sobre Chambón a favor de la noción de "restaurar los judíos en Palestina". El testimonio de Lord Crewe de que Grey sostenía que "este asunto no debe ser dejado de lado" no da ninguna base para dudar de su intención de llevar a cabo "el asunto". Además, lo más probable es que la posición definitivamente positiva del secretario de Asuntos Exteriores hacia el plan de OBeirne movió a los dos Nicolson a cambiar su actitud crítica.


 


Tampoco es correcto negar que Lord Crewe tuviera su lugar legítimo en la política pro-sionista. Pero Grey había adoptado su propia postura positiva antes de que Crewe lo reemplazara en el Foreign Office. Crewe, por supuesto, fue capaz de formar su propio punto de vista. Sin embargo no podría haber escapado a la influencia de la actitud de Grey. Al contrario de la interpretación del señor Sanders, el rol de Crewe era secundario en relación al de Grey.


 


Tampoco fue el sionismo de Crewe "fuertemente influenciado por las ideas de Chaim Weizmann", lo que lo llevó a apoyar a OBeirne. Aparte de la pregunta intrigante de qué significaban precisamente "las ideas" de Weizmann, y cómo aquellas ideas fueron asimiladas por Crewe, si, como admite el señor Sanders, los dos jamás se conocieron ni habían intercambiado correspondencia, es completamente evidente que los ideales sionistas, o la simpatía con el sionismo de parte de Crewe – o Cecil – no vienen mayormente al caso. Porque se debe tener en cuenta que el objetivo de la propuesta Suares-OBeirne no era el sionismo sino la captura de la buena voluntad de los judíos del mundo. El sionismo no fue más que el medio usado para alcanzar aquella meta; fue la carnada para conseguir a los judíos de los Estados Unidos y de otras partes, y para inducirles a actuar a favor de los intereses de los Aliados. La defensa de un proyecto sionista tenía motivos puramente prácticos. Surgió de la necesidad de fortalecer la causa de los Aliados, y no de simpatía por el ideal sionista. Posiblemente se recordará que Suares – quien fue antisionista, o por lo menos un no-sionista – tomaba esta línea, al igual que Lucien Wolf, un antisionista rabioso, pero que sin embargo consistentemente empujaba la idea de un proyecto para Palestina en el Foreign Office.


 


Sir Edward Grey, también, siguió este enfoque. El señor Sanders, correctamente, no lo sospecha de sionismo. Sin embargo le dio total apoyo a Suares y a OBeirne, y urgió a Chambón la idea de "restuarar los judíos a en Palestina". No por simpatía con los ideales nacionales judíos, ni por preocupación por algún interés exclusivamente británico – porque sugiere un protectorado norteamericano y no británico sobre Palestina – sino porque, como surge claramente de sus instrucciones a Nicolson, tal movida podría "cambiar totalmente" los sentimientos judíos hostiles respecto a los Aliados.


 


El propio OBeirne ilustra mejor este enfoque pragmático. El señor Sanders intentó dar la impresión de que OBeirne había sido amistoso hacia el sionismo antes de reingresar al Foreign Office en 1915. Nada se sabe, sin embargo, de los puntos de vista o de los sentimientos de OBeirne sobre el tema en este período. También es razonable asumir que su largo servicio en Rusia, sus orígenes y educación católicos, y sus contactos cercano s con Fitzmaurice en Sofía no lo convirtieron en amigo ni de los judíos ni del sionismo. ¿Por qué, entonces, tomó OBerne la sugerencia de Suares? Simplemente porque tenía mucho sentido, y llegaba al mismo tiempo que las ideas planteadas por Horace Kallen, un filósofo y educador judío norteamericano, por Lucien Wolf y por Zeev Jabotinsky, todos apuntando al sionismo como algo que poseía un enorme valor propagandístico entre las masas judías de Estados Unidos. Si este fue el caso, OBeirne debe haber razonado, ¿por qué no aprovecharlo para ganar a los judíos a la causa de los Aliados? Y tal vez, a través de su influencia, eventualmente llevar a los Estados Unidos a entrar en la guerra. Al no ser gran conocedor de estos temas, parece haber consultado con Fitzmaurice, a quién había conocido en Sofía.


 


La opinión "experta" de Fitzmaurice sobre la influencia universal del judaísmo mundial debe haber empalmado convenientemente con lo que había escuchado de OBeirne sobre la propuesta de Suares. También le debe haber confirmado su punto de vista largamente sostenido de la gran concepción de los judíos de establecer su estado en Palestina. Fitzmaurice, que estuvo en Sofía en una misión secreta para derrocar al gobierno turco, sostenía que los Jóvenes Turcos trabajaban a favor de los intereses del judaísmo internacional, y que los judíos norteamericanos apoyaban a los Jóvenes Turcos porque esperaban, al manipularlos, alcanzar su meta de un Estado judío. Si esto fuera así, ¿por qué no ofrecer a los judíos del mundo un proyecto sionista a cambio de que los judíos cortaran su apoyo para el gobierno turco, una acción que conduciría a su derrumbe y la retirada de Turquía de la guerra? OBeirne debe haber encontrado este enfoque inmensamente atractivo. Pero obviamente pensó que sería aconsejable hablar primero con Eric Drummond, el secretario privado de Grey. Un católico, Drummond favorecía la propuesta de Suares, pero aconsejaba un protectorado norteamericano en lugar del británico. También consultó el memorándum de Samuel, del cual podría recopilar el tipo de proyecto palestino que tenía posibilidades de atraer a los sionistas.


 


Fue Fitzmaurice, quien durante años había estado obsesionado por el antisemitismo, y que consideraba al sionismo una fuerza negativa, quien ahora sugería ofrecer al odiado judaísmo mundial un arreglo sionista para Palestina en pos de ganar su apoyo para los Aliados. Los motivos de OBeirne tenían las mismas características prácticas. Esto se puede demostrar ampliamente al observar su reacción, aproximadamente en el mismo momento, ante otra propuesta de carácter sionista que también reclamaba ser beneficiosa para la propaganda británica entre los judíos norteamericanos. Comentó: "No estamos irremediablemente opuestos al sionismo". Con esto parece haber estado diciendo que él y algunos de sus colegas habían estado en un momento opuestos al sionismo. Otro funcionario del Foreign Office verifica esta suposición. "Todo el proyecto- escribió- probablemente sería usado por los promotores para impulsar el sionismo, y el beneficio que obtendríamos de ello no sería grande… desde el punto de vista político las ventajas no aparentan ser suficientes para impulsar la cuestión". El redactor Guy Locock, secretario privado de Lord Robert Cecil, sostenía que el sionismo no era necesariamente de interés para los británicos. ¿Por qué, entonces, debería Gran Bretaña otorgarle ayuda alguna? La minuta de OBeirne indicaba un estado de ánimo similar.


 


¿Cómo se podría neutralizar esta oposición? Solamente si una propuesta pro-sionista ofreciera definidas ventajas a favor de los intereses británicos que tuvieran más peso que su aversión por el sionismo. Esto es precisamente lo que ocurrió con la propuesta de Suares. OBeirne, quien había admitido su hostilidad hacia el sionismo, ahora efectuó un giro a favor de apoyar y abogar por el sionismo. Pero lo hizo porque estaba convencido de que Gran Bretaña y sus aliados se beneficiarían inmensamente de una amistad con los judíos de todo el mundo, en deuda con los Aliados por un arreglo sionista en Palestina.


 


Fue un abordaje puramente funcional, libre de todo dogmatismo o ideología, y surgió simplemente de las necesidades prácticas de la situación. Fue esta línea utilitaria la que motivó el pasaje al "sionismo acérrimo" de OBeirne, ya que éste había dicho claramente que esta, y no la tibia fórmula de Wolf, volvería el proyecto Palestina "mucho más atractivo para la mayoría de los judíos" y "los llevaría a nuestro lado". Estos sentimientos también fueron los que impulsaron a Crewe y a Cecil y alentaron a OBeirne. Cecil habló libremente del "poder internacional de los judíos", mientras Crewe señaló que, si bien el sionismo "es un tema controvertido, abarca posibilidades extraordinarias", y deberíamos, por ende, "llevar adelante el tema, ya que la ventaja de asegurar la buena voluntad de los judíos casi no se puede exagerar". En ninguna parte de estas observaciones puede discernirse ni remotamente la noción del "sionismo por el sionismo". El proyecto Palestina no era más que un señuelo político, una conveniencia; no era, por lo menos para estos funcionarios, una gran y justa causa para adoptarse y para ser alcanzada. "Nuestro meta real, hizo notar Harold Nicolson, es hallar algo con lo cual podamos deslumbrar a la opinión judía". Pensamientos tan escuetamente cínicos tal vez eran ajenos a Crewe y a Cecil, especialmente Cecil, susceptibles a los sentimientos sionistas. Pero ¿puede uno defender, realmente, la afirmación de que una medida de simpatía por el sionismo – moderada o fuerte fuera el primer motivo que impulsó a los británicos a tomar la decisión de favorecer la propuesta, y que pesó más que los beneficios prácticos que ellos creyeron que traería para la causa de los británicos y de los aliados? El solo planteo de la pregunta es suficiente para percibir la respuesta.


 


Es, entonces, imposible imaginar cómo los sentimientos sionistas participaron en la decisión a favor o en contra del apoyo por la propuesta Suares-OBeirne. OBeirne y Fitzmaurice, los promotores más importantes de la iniciativa de Suares, junto con Drummond, y aún Grey – sin cuyo apoyo inequívoco, la propuesta nunca hubiera progresado – estaban todos lejos del sionismo y ni siquiera conocían a Weizmann. Otra vez, los dos Nicolson, quienes inicialmente se habían opuesto a la propuesta de OBierne, finalmente la aceptaron. Pero no porque de repente fueran transformados en sionistas; tampoco por los poderes de persuasión de Weizmann, porque ellos tampoco lo habían conocido jamás. Al prestar su apoyo al proyecto Palestina, todos estaban preocupados, casi exclusivamente, por ganar para la causa de los Aliados la buena voluntad del judaísmo mundial. A cambio, darían a los judíos lo que creían que los judíos deseaban: una esfuerzo británico para apoyar los objetivos sionistas. OBeirne lo dijo muy claramente: "En cualquier comunicación dirigida a… cualquier representativo judío deberíamos aclarar que nosotros no estamos proponiendo otorgar a los judíos una posición de privilegio en Palestina a cambio de nada, sino que esperamos su apoyo incondicional a cambio". Esta fórmula fue totalmente aceptable también para Crewe y Cecil.


 


Y ¿que hay, entonces, de sus simpatías sionistas? ¿Afectaban de alguna manera las consideraciones de Crewe y de Cecil? Esta es una pregunta complicada de contestar. No existe la más mínima evidencia capaz de mostrar que los sentimientos sionistas entraban conscientemente en sus acciones políticas. Por más que fuese así, sólo podría haber tomado un significado marginal en relación a los otros factores, más tangibles. Crewe y Cecil carecían de prejuicios antisemitas o antisionistas para superar, y se podría argumentar que un sentimiento sionista, por más pequeño que fuese, probablemente funcionaría de manera subconsciente. Bajo un examen más detallado, sin embargo, aún este mínimo sentimiento se desvanece.


 


Con respecto a Lord Robert Cecil, daba muestras de simpatía por el sionismo tan tempranamente como en 1906. Diez años más tarde, escuchaba atentamente el discurso sionista de Weizmann. Entonces, cuando indicó su apoyo por la propuesta de OBeirne, también lo podría haber hecho influenciado por una medida de entusiasmo por el sionismo. A pesar de eso, la cuestión no caía dentro de sus actividades regulares: "No estoy directamente involucrado en la cuestión judía", le dijo a Amery. Su intervención parece haber sido accidental. Hasta el 11 de marzo, cuando se enviaron los cables a París y a Petrogrado, no hay señal de que volviese a intervenir. Entonces, él no podría haber jugado rol alguno en la redacción de los cables.


 


Por el otro lado, Lord Crewe apoyó la propuesta persistentemente en todas sus etapas y ayudó en la corrección del borrador del cable. Pero bajo un examen más cercano, su sionismo también parece algo endeble, y se apoya en evidencia muy débil. El único testimonio indiscutible viene de Dorothy de Rothschild. Aparentemente, ella le preguntó cuál creía que sería la actitud del gobierno británico a la colonización judía en una Palestina británica después de la guerra. "Piensa- escribió Dorothy de Rothschild en noviembre de 1914- que nuestros compatriotas (es decir, los judíos) no serían inoportunos en Palestina, por supuesto si por alguna fortuna se volviera británica".


 


Parece que su corta conversación tuvo lugar en un encuentro social en que la entusiasta, curiosa y muy joven señorita – sólo tenía 19 años – esperaba la posibilidad de hacer su pregunta al estadista cortés y avanzado en años. No está claro del todo cómo evaluar su respuesta. Podría no ser más que la expresión de una simpatía serena y reservada; pero ya que la respuesta fue dada sin pensar, su carácter algo solidario podría reflejar simpatías más tempranas y generales por el sionismo. Eso es todo lo que se podría decir con certeza del apoyo de Crewe por el sionismo. No ha surgido a la luz ningún otra evidencia de su sionismo en el período que va hasta marzo de 1916. La afirmación del señor Sanders de que Crewe habría recibido otro "discurso ardiente sobre el sionismo" se apoya en bases muy poco sólidas. (28)


 


¿Qué conclusiones se podrían sacar de la investigación? Primero, la sugerencia de que existía una dimensión sionista en los motivos de Cecil y de Crewe para apoyar la propuesta de OBeirne se basa en suposiciones, nada más. Ni una pizca de evidencia existe para corroborar esta premisa. Pero existe algo de evidencia de sus simpatías en general por el sionismo, o por lo menos por un programa sionista moderado. Y esto ha sido sesgado hasta convertirse en la noción de que su disposicón influyó al tomar decisiones políticas. Podría haber influenciado en algo; pero si es así, contó muy poco en el esquema general de las cosas. Tampoco puede defenderse la suposición de que su sionismo se originara en "las ideas de Weizmann". Seguramente no en el caso de Cecil, cuyas simpatías de larga data se apoyan en evidencias firmes; pero menos aún en el caso de Crewe.


 


Lord Crewe es el héroe del señor Sanders en su melodrama del despertar al sionismo en el Foreign Oficce. Es cierto que jugó un rol significativo, pero no ha sido posible establecer que esto fuera en alguna medida un resultado de su sionismo. Todo lo contrario, bajo examen se ha descubierto que el pasaje de "acérrimo sionismo" en el borrador del cable, que el señor Sanders atribuye magnánimamente al sionsimo de Crewe, simplemente no fue escrito por él. El origen de la actitud de Crewe hacia el sionismo permanece extremadamente turbio. El señor Sanders sostiene que Crewe jamás conoció a Weizmann – un hecho indudable. Dorothy de Rothschild nunca dijo que había hablado con Crewe de "los puntos de vista de Weizmann" de cualquier manera, una expresión muy elástica – y no existe evidencia de que alguna otra persona sí lo hizo. ¿Cómo, entonces, podemos aceptar las afirmaciones del señor Sanders de que fueran los poderes persuasivos de Weizmann los que lo impulsaron a defender y presionar a favor de las propuestas pro-sionistas?


 


Uno podría simpatizar con el deseo de presentar la historia de la Declaración Balfour como el resultado de una interacción entre las actividades políticas de los sionistas con el creciente interés de los británicos por Palestina y por el sionismo. Si hubiera existido semejante conexión, la historia durante la mayor parte de 1914-16 hubiera progresado sin obstáculos. Pero no se ha revelado ningún vínculo semejante. Lo único que el señor Sanders ha descubierto es la supuesta influencia de Dr. Weizmann en todas partes. Por supuesto, Weizmann fue extremadamente activo en su trabajo sionista, trabajando según sus propios planes, "explorando", para usar sus propios términos, la buena voluntad de Whitehall y de los salones de la sociedad londinense. (29) El gobierno progresaba con su propio ritmo, de acuerdo con su propio desarrollo, que Weizmann ignoraba, dando origen a ideas y concepciones que Weizmann jamás había planteado. Durante casi 30 meses, hasta finales de enero de 1917, no se había formado ningún contacto de un carácter significativamente político.


 


La posición respecto a la reconstrucción histórica del camino hacia la Declaración Balfour, hasta la coyuntura de enero de 1917, sigue siendo, esencialmente, exactamente como fue presentada en mi artículo de 1970. Por supuesto, podría cambiar. Pero se exigirá para ello un estudio más cuidadoso y erudito que el del señor Sanders.


 


 


Notas:


1. Mayir Vereté; "La Declaración de Balfour y sus creadores"; ver página 143 de la presente edición de En Defensa del Marxismo.


2. Memorándum del 5 de enero de 1916.


3. Foreign Office, memorándum del 12 de enero de 1916.


4. El área entre las líneas Gaza al punto norte del Mar Muerto, al sur, y Ras Nakura-Tiberias, en el norte, estaba diseñada para ser puesta bajo control internacional.


5. Sanders, The High Walls of Jerusalem, p. 310.


6. Idem anterior, pp. 192, 207.


7. Idem anterior, pp. 192, 207, 310.


8. CAB 27/1, "Report and Minutes of the (Bunsen) Committee on Asiatic Turkey.


9. Ver CAB 37/123, 126, op. cit.


10. Carta de Fisher a Samuel, 29 de abril de 1915. Fisher Papers, Israel State Archives.


11. Ver carta de Sykes a Sir George Arthur, 12 de septiembre de 1916, FO 800/57/91.


12. "Report and Minutes of the (Bunsen) Committee on Asiatic Turkey.


13. Idem anterior.


14. Idem anterior.


15. Sanders, op. cit., pp. 192, 310.


16. Ver CAB 22/1, Reuniones del Consejo de Guerra, 26 de febrero y 10 de marzo de 1915.


17. Carta de Fisher a Samuel, 29 de abril de 1915. Fisher Papers, Israel State Archives.


18. Ver Martin Gilbert, Winston Spencer Churchill, 1971, III, p. 452.


19. Ver Trevor Wilson, The Political Diaries of C. P. Scott , 1970, pp. 87, 88, 118, 180.


20. Sanders, op. cit., pp. 288, 290.


21. Ver Herbert Sidebotham, Great Britain and Palestine, 1937, pp- 29, 24-7, 32-3.


22. Ver Mayir Vereté, The Idea of the Restoration of the Jews in Palestine in English Protestant Thought.


23. Sanders, op. cit., pp. 341, 342.


24. Idem anterior, pp. 335.


25. Idem anterior, pp. 341.


26. Idem anterior, pp. 333, 342.


27. E. A. Adamov, Russian Foreign Office Documents Relating to the Partition of Asiatic Turkey, Moscú, 1924, pp. 161-2.


28. Sanders, op. cit., pp. 342-3.


29. Ver Norman Rose, Chaim Weizmann, A Biography, Nueva York, 1986, cap. 7.


 


 

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