Malentendidos y actualidad
George Soros, en un breve artículo de marzo pasado (2008), después de pintar con trazos catastróficos la crisis económica internacional, planteaba que los índices de bancarrota económica que son propios del centro del mundo capitalista no se observaban todavía en China. Y concluía: si tal divergencia se mantiene resurgirá el proteccionismo, asistiremos a turbulencias muy serias en el mercado internacional o – textualmente- "cosas aún peores". El multimillonario especulador en los mercados bursátiles insinuaba entonces la posibilidad de una guerra planetaria como consecuencia de la eventual dislocación del comercio y de los flujos del capital internacional. Hay que admitir que no está nada mal el planteo y que da una pista para el abordaje de la crisis presente con una dialéctica que está ausente en gran parte de los análisis de la cuestión, incluidos los de quienes se declaran marxistas y hasta trotskistas. Porque señala la perspectiva de la catástrofe, no del hecho de que China sea arrastrada por la debacle económica de las principales potencias, sino de la eventualidad de que, al revés, pudiera evitarla. La economía mundial es una totalidad orgánica y una severa descompensación puede terminar de liquidar al paciente. No se trata de aislar sus componentes para clasificarlos a unos independientemente de los otros, sino de apreciar el carácter de los desequilibrios que le dan a la crisis un carácter de conjunto.
A diferencia de Soros, quienes consideran la hipótesis improbable de una excepción "china" a la regla de la crisis mundial postulan, no un colapso general sino la emergencia de un nuevo eje de referencia del capitalismo, incluso de alcance histórico, algo así como un siglo XXI, asiático u oriental, que trazaría un rumbo ascendente para la civilización del capital, marcada por el siglo XX norteamericano y previamente por el siglo XIX inglés. Soros parte del "mejor" escenario, que China se salve del derrumbe del centro del capitalismo presente para pronosticar… la mayor catástrofe: la bancarrota de la economía global y un conflicto bélico sin precedentes. Por lo tanto, aun en la eventualidad de que China pudiera mantener su "crecimiento económico", lo que el mundo no se ahorraría es la consecuencia del terremoto emergente de un trastocamiento brutal de los ejes sobre los cuales se articuló el capitalismo en el período histórico reciente, dando lugar a un quebranto de alcance revolucionario del "orden mundial".
En oposición a esta perspectiva se alinean no sólo diversos analistas e intelectuales del mundo capitalista; también marxistas de diverso tipo, incluidos "trotskistas" que han hecho profesión de fe "anticatastrofista". Entre estos últimos es muy habitual que se apele precisamente al mentado "crecimiento" de la economía china como un mentís a las teorías sobre el derrumbe capitalista. China, entonces, sería un ingrediente clave en la "estabilización" de una nueva etapa del capitalismo, de un nuevo "equilibrio" y hasta de una reversión en un sentido positivo de la curva declinante que registra la economía mundial desde la década del '70. Destacamos entre comillas las palabras "estabilización" y "equilibrio" porque son las mismas que utiliza Trotsky en un análisis sobre la dinámica del capitalismo contemporáneo y que es normalmente considerada como una evidencia de la posición "anticatastrofista" del líder bolchevique. El análisis de Trotsky fue desarrollado en dos conferencias del partido bolchevique previas a la reunión del III Congreso de la Internacional Comunista en 1921, donde el tema del "equilibrio" y la "estabilidad" capitalista adquirió una gran importancia política. Para Lenin y Trotsky estaba entonces claro que las expectativas sobre la extensión de la revolución de octubre habían sufrido un importante golpe. La burguesía había conseguido frenar los embates del proletariado en Europa, el comunismo alemán había fracasado en sus tentativas por concretar una alternativa a la crisis revolucionaria en su país, el Ejército Rojo había sufrido una seria derrota en Polonia y los partidos comunistas no habían todavía conquistado a la mayoría de la clase obrera en los principales países del viejo continente. Había que reconsiderar, por lo tanto, los problemas de la lucha revolucionaria y de la táctica política a la luz de las nuevas circunstancias: las batallas mal preparadas o prematuras no llevarían a ninguna parte o podían provocar un desastre. A esa cuestión y a ese nuevo cuadro político, luego de cumplida la primera etapa de la revolución de 1917, estaban dedicados los planteos de Trotsky, reunidos posteriormente, junto a algunos textos adicionales sobre la dinámica histórica del capitalismo mundial, en una pequeña obra llamada "Una escuela de estrategia revolucionaria". De modo que la cuestión de los equilibrios y desequilibrios en la actualidad remite también a una polémica de comienzos de los '20 del siglo pasado y al cual se recurre una y otra vez para tergiversarlo. Consideraremos aquí ambas cosas y comenzaremos por aclarar esta última.
Las cosas en su lugar
El problema que analiza Trotsky entonces tenía que ver con la caracterización política que correspondía a los problemas que enfrentaba la Revolución Rusa en el momento en que – como vimos- su onda expansiva había encontrado un límite y la lnternacional Comunista se veía obligada a ajustar los términos de su propia táctica. Contra el doctrinarismo ultraizquierdista que pintaba el panorama de una crisis permanente del capital y de una ofensiva permanente de los revolucionarios por la conquista del poder, Trotsky parte de admitir que no se puede negar teóricamente la eventualidad de un nuevo equilibrio del capitalismo y pasa a examinar con todo cuidado el conjunto de la situación. Admite de entrada que es imposible negar que la burguesía mundial se ha "tranquilizado", luego del impacto provocado por la Revolución Rusa, "después de un momento de pánico y desorden". De nada valía negarlo y proseguir con una "ofensiva permanente" por el asalto al poder, ignorando incluso los propios errores. Por el contrario, se trataba de mirar de frente la realidad, corregir el rumbo y preparar las condiciones para un nuevo curso ascendente de la revolución y, sobre todo, para avanzar en la conquista de la mayoría de la clase obrera. Para eso el Congreso de la lnternacional se apres-taba a discutir con el ala "izquierdista" el planteo del "frente único" dirigido a las organizaciones obreras no comunistas.
¿Cuál era el alcance del nuevo escenario al cumplirse tres años de Octubre? Ese es el interrogante clave que se propone aclarar Trostky. Por eso procede a indicar las contradicciones que marcan la nueva situación, en diversos planos: el económico, el de la lucha de clases, el de la política nacional e internacional. El análisis es muy minucioso. Indaga la situación planteada con el ascenso del capitalismo norteamericano, el retroceso del capital en el viejo continente y los enormes desequilibrios entre las propias economías europeas, desquiciadas por la guerra. Considera también los efectos del temprano resurgimiento del militarismo, los preparativos de una nueva hecatombe bélica. Su conclusión es que, a pesar de las derrotas políticas del proletariado en el lapso inmediatamente previo, "no se puede hablar de restablecimiento del equilibrio capitalista". Al contrario, un curso ascendente de la revolución resultaba inevitable, porque los equilibrios que se habían reconstituido en el plano económico, finalizada la guerra, eran de una enorme precariedad. Todavía se estaba muy lejos de alcanzar los niveles de producción del pasado y el desarrollo de un gigantesco capital ficticio planteaba perspectivas explosivas (las "burbujas" del capital no son sólo cosas del siglo XXI). En ese marco, las contradicciones sociales no tendían a atenuarse sino a agudizarse: "La riqueza y las rentas nacionales disminuyen, mientras el progreso de las clases aumenta. El número de proletarios aumenta, los capitales se concentran… cuanto más se restrinja la base material más crecerá la lucha entre las clases, y los diferentes grupos para el reparto de las rentas nacionales se encarnizarán luchando; no hay que olvidar nunca esta circunstancia".
Retroceso productivo, desequilibrios económicos y financieros, agudización de las contradicciones sociales, preparativos para otra carnicería universal; de esto habla Trotsky en "Una escuela de estrategia revolucionaria" y cuestiona el planteo de que se ha alcanzado un nuevo "equilibrio" capitalista, que era el punto de vista… de la socialdemocracia ¡no de Trotsky! Sorprende entonces que se vuelva una y otra vez a ese texto para mostrar cómo su autor oponía el concepto de "equilibrio" al de catástrofe o derrumbe del capital. Algo absurdo, además, porque la historia ya mostró que lo que siguió, como decía Trotsky, no fue ningún equilibrio sino una completa catástrofe: la hiperinflación alemana, le revolución abortada del '23, el nazismo, el fascismo en Italia, el "crack" del '29 y luego la Segunda Guerra Mundial. ¡Un "equilibrio" bárbaro! Por lo tanto, sorprende más todavía que no se aprenda de Trotsky el método con el cual se aborda una realidad, no de equilibrio sino "catastrófica" como era a principios de la década del '20 y que luego fue confirmada plenamente. Un método que permite también aproximarnos como corresponde al examen de los "equilibrios" y de los "desequilibrios" que se engendran unos a otros; una crisis mundial sin precedentes y una fase más aguda de la descomposición histórica del sistema capitalista.
El "centro de gravedad"
La referencia al texto de Trotsky tiene un interés adicional porque consideraba que el "hecho decisivo" de aquel momento era el "traspaso del centro de gravedad de la economía capitalista y de la potencia burguesa de Europa a América". Un señalamiento que importa tener en cuenta al abordar la situación presente, marcada por el derrumbe de ese "centro de gravedad" y remate de todo un proceso histórico. Estados Unidos se convirtió definitivamente en el eje de la economía capitalista luego de la Primera Guerra. Se reforzó todavía más su papel protagónico consecuencia de los desequilibrios catastróficos de la Segunda Guerra Mundial, de los cuales emergió un nuevo y frágil equilibrio, con la colaboración del stalinismo y el objetivo de contener a las masas insurgentes, en Europa en particular, al concluir medio siglo de barbarie. Es el frágil equilibrio desafiado por la revolución que, en China primero, en 1949, y más tarde en Cuba, en 1959, extendió a medio planeta el ámbito en el cual el capital había sido expropiado. Un frágil equilibrio, por fin, que encontró sus límites poco después, cuando la década del '60 no había terminado. Por eso recordamos ahora el cuarenta aniversario del '68, año en el que crujió precisamente el mundo de la posguerra con la explosión conjunta a uno y otro lado del "muro", con el Mayo francés y la Primavera de Praga como señales emblemáticas. Es el '68, también, de la formidable ofensiva de los guerrilleros en Vietnam, que detona la cuenta regresiva del imperialismo en el sudeste asiático, indisociable de la profunda crisis del régimen político yanqui del momento, jaqueado por movilizaciones populares contra la guerra y por los derechos civiles de la población negra.
Es a fines de los '60, por otra parte, cuando se produce la llamada crisis del dólar, que sufre de hecho entonces una primera devaluación (cuando las autoridades norteamericanas limitan el cambio de la divisa por oro). Puede plantearse la hipótesis de que el proyecto del "siglo estadounidense" quedó liquidado muy tempranamente en el sudeste asiático y con la crisis política y económica de finales de los sesenta. Ese "siglo norteamericano", según la denominación de los estrategas yanquis al finalizar la Segunda Guerra, que preten-dió evitar los "errores" de sus antecesores, no debía ser un imperio colonial pero sí imponerse por la fuerza de la colonización económica con el dólar como dinero mundial. El mito del imperio "sin colonias " se derrumbó rápidamente en la aventura vietnamita, y la quimera del dominio planetario del billete verde chocó con una barrera previsible cuando comenzaron a drenarse las reservas de oro que guardaba su banco central (la Reserva Federal) para sostenerlo. El "equilibrio" de la última posguerra, heredado de medio siglo de guerras, revoluciones y crisis gigantescas, consumió su combustible cuando no habían concluido los años sesenta y tomó forma explosiva en la gran crisis de la década siguiente. El nuevo "centro de gravedad" de la economía capitalista que emergió de la primera guerra no pudo echar un ancla histórica a un modo de producción que había ingresado en un período de decadencia y convulsiones económicas y sociales sin precedentes.
Hoy, lo que está en cuestión es el "centro mismo de gravedad" del mundo capitalista y esto le da a la crisis una dimensión histórica única. Es cierto que el capital ha sobrevivido en su agonía más allá de todo pronóstico, pero por eso mismo las crisis recurrentes tienen un carácter potencialmente más explosivo. En la primera posguerra, Trostky ponía de relieve en su análisis la base completamente precaria de las economías que vivían del capital ficticio, las exacciones derivadas de la guerra y el endeudamiento, en contraste con la base en retroceso de la economía real. ¿Qué decir ahora de una economía que se arrastra desde hace muchas décadas sobre una especulación que tiene una dimensión diez veces superior a la del producto mun-dial? (los mercados financieros mueven un volumen financiero de billones de dólares contra los 50.000 que suma la producción de todos los países del planeta).
Final de época
Lo que estalla ahora, por lo tanto, es mucho más que una burbuja financiera que tuvo su epicentro en el mercado inmobiliario norteamericano y que The Economist consideró la mayor de toda la historia del capitalismo. Esta burbuja es el último de un conjunto excepcional de recursos al que tuvo que apelar el capital desde hace más de tres décadas para tratar de sostener la economía capitalista sin conseguir nunca la reversión de su tendencia declinante. Esto se manifiesta en el hecho de que todos los indicadores económicos de Estados Unidos, Europa occidental y Japón – crecimiento, inversión, empleo, salarios- han ido deteriorándose desde los años '70, década tras década y ciclo económico tras ciclo económico. Por eso mismo, en la última primavera de "expansión" económica desde 2002, el crecimiento del PBI de Estados Unidos ha sido el más bajo en comparación con cualquier otro período desde finales de los años '40. "Este declive del dinamismo económico del mundo capitalista avanzado hunde sus raíces en una caída sustancial de los beneficios, cuya causa primaria es una tendencia crónica a la sobreproducción en el sector manufacturero industrial a escala mundial que se remonta a finales de los años '60 y comienzos de los '70. La tasa de beneficio en la economía privada todavía no se ha recuperado en la primera década de este siglo, y sus niveles en la fase alcista del ciclo en los años '90 no llegaron a superar los de los años '70", planteó Robert Brenner en un texto de algún tiempo atrás, titulado "En las vísperas de una crisis devastadora". Es imposible, en consecuencia, comprender el momento histórico actual sin tener en cuenta los fracasos sistemáticos de la política capitalista en los últimos treinta años para terminar con la esencia de lo que puso de relieve la crisis de los setenta: una enorme crisis de sobreproducción. Sobreproducción que no es otra cosa que un exceso de capital y mercancías en relación con la posibilidad de garantizar las ganancias que le permitan reproducirse. El capital se derrumba porque enfrenta las contradicciones propias de su mismo desarrollo, "equilibrios" y "desequilibrios" cada vez más explosivos, para decirlo con las palabras de Trotsky. La sobreproducción es la barrera insuperable que el capital encuentra en la pobreza de las masas que explota, lo que explica en "última instancia", según las palabras de Marx, el límite recurrente con el cual se enfrenta la potencia productiva que el propio capital pone en movimiento.
Para contrarrestar la tendencia al derrumbe, el capitalismo apeló, en las décadas que siguieron a la crisis del '70, a "remedios" de un alcance inusitado. Fue una "terapia de shock" global: desde la devastación de las conquistas de los trabajadores, que debutara en los años '80 con la "flexibilidad laboral" de los Reagan y Thatcher, al saqueo de las economías del llamado mundo periférico en esas mismas décadas, cuando las tasas usurarias y el creciente endeudamiento condujeron a la quiebra de países enteros. Fue el caso paradigmático de México en 1982, cuando tuvo que nacionalizar los bancos para proceder al rescate del capital financiero: la contratara de las nacionalizaciones del presidente Cárdenas en los años '30, porque aquellas fueron para limitar la voracidad de los pulpos imperialistas mientras las de los '80 se concretaron para salvar a gigantescos monopolios bancarios, cubriendo sus pérdidas con fondos públicos. En la "terapia de shock", luego de la crisis del '70, hay que incluir también la "recuperación" para el capital de una extensa región en la cual había sido expropiado, con la restauración capitalista en los viejos Estados obreros. Por lo tanto, si esta ofensiva planetaria no pudo revertir la curva declinante del capitalismo mundial, el fracaso debe medirse a la escala de los remedios cada vez más brutales aplicados y de los crecientes desequilibrios que tienden ahora a reunirse en una "crisis devastadora".
El desequilibrio que se puso de manifiesto en la crisis de sobreproducción del final de los sesenta y comienzo de los setenta nunca fue superado. Una nueva crisis sobrevino en la década siguiente, cuando se produjo un derrumbe bursátil en las principales mercados capitalistas, en 1987. Un derrumbe que acabó por quebrar el proceso, que entonces se consideraba inevitable, de la supuesta transferencia del "centro de gravedad" de la economía mundial hacia un nuevo eje. Se decía entonces que la vieja y ya agotada locomotora del tren capitalista global – la norteamericana- sería sustituida por nuevas máquinas – japonesa y alemana – respectivamente. Pero en lugar de este supuesto "reequilibrio" lo que sobrevino fue la debacle de Japón por un lado, que entró en un letargo económico del cual aún ahora no ha salido casi dos décadas después. Por el otro lado, la economía alemana acabó sumándose a lo que se llamó la "euroesclerosis", para denominar a la decadente economía del viejo continente. Quienes en la actualidad pronostican que será China la nueva locomotora que remolcará al mercado mundial, olvidan el estrepitoso fracaso de los pronosticadores de la generación previa con metáforas ferrocarrileras. Conciben a la economía capitalista como una suerte de mecanismo de equilibrios y desequilibrios que se acomodan y desacomodan mecánicamente, no como la expresión de los límites históricos de un modo de producción que sobrevive a su tiempo con catástrofes y convulsiones crecientes. La aproximación metodológica de Trotsky en los debates que jalonaron las discusiones decisivas de la vanguardia revolucionaria, al comienzo de los años veinte del siglo pasado, sigue siendo insustituible; a condición, claro, de que sea correctamente asimilada.
Otra vez China
Volvemos al tema del principio de este artículo: el lugar de China en la crisis actual. Cuando decimos China, hablamos en realidad de la explotación de los trabajadores chinos y de los beneficios del "orden" impuesto por la burocracia gobernante, asociada a los negocios capitalistas en la mayor plataforma de exportación de toda la historia. Dicho esto, es claro que China contribuyó en los últimos años a evitar el marasmo de un derrumbe general que había comenzado en Tailandia en el '97, que se extendió luego a Rusia, que se declaró en "default" en el '98. Fue un "tsunami" que amenazó con arrastrar a Wall Street y recaló posteriormente en Brasil, sacudió como nunca a la Argentina y afectó igualmente al "coloso del norte" (recordar las quiebras de gigantes como Enron y Worldcom). El "crecimiento chino" pareció frenar el desastre en 2002 con un "equili-brio" particular: que el gigante asiático actúa como bomba demandante en el mercado mundial a condición de que sus exportaciones sean igualmente demandadas; algo que se sostuvo, decisivamente, con la contrapartida de un monstruoso déficit en el comercio exterior norteamericano.
El "equilibrio" se sostuvo entonces en un enorme y en verdad doble desequilibrio de la economía yanqui. Porque hay que considerar también el déficit del presupuesto norteamericano, que entre otras cosas financia la industria bélica que llevar a la barbarie a Irak y al sudeste asiático. La deuda pública norteamericana servía para captar los dólares que salían del país por el descomunal exceso de importaciones sobre las exportaciones norteamericanas. La deuda absorbía los dólares que de otra manera derrumbarían el precio de la divisa norteamericana, del mismo modo que el precio de la papa cae cuando la cosecha es abundante. Los déficit "gemelos" de la economía yanqui, entonces, parecían complementarios, pero lo cierto es que incubaban una contradicción explosiva, porque la tendencia creciente a devaluar el dólar para corregir el déficit comercial y la competencia externa presionan en el sentido de desmantelar todo el circuito del financiamiento yanqui. Es que para mantener la captación de fondos se necesita un dólar que no se caiga o, alternativamente, tasas usurarias que terminan arruinando la especulación interna.
Es esto lo que comenzó justamente a reventar a mediados del año pasado cuando la suba de las tasas de interés detonó la crisis hipotecaria, provocando el fenómeno dominó que caracteriza el panorama en la crisis actual, en pleno desarrollo. Es cierto que las tasas norteamericanas han vuelto a bajar desde mediados del año pasado, cuando comenzó el colapso que aún no cesa, para proceder a un salvataje del capital financiero en ruinas. Por eso mismo, no obstante, se debilita la toma de los dólares excedentes en el mercado mundial y la caída de la moneda norteamericana, porque su demanda cae y golpea al comercio internacional, que se desmorona. El alerta de Soros contra un derrumbe del mercado mundial está indisolublemente unido al peligro de las "devaluaciones competitivas". Ahora, el euro "fuerte" está paralizando a Europa, que se tornó poco competitiva en el mercado mundial. Y no sólo eso, porque el euro "fuerte" amenaza con derrumbar a la Unión Europea: los países más golpeados por la tendencia económica depresiva buscan sus propias "devaluaciones competitivas" para proteger sus mercados de la descomposición general. En la fila se anotan en cualquier momento Italia y España.
Los desequilibrios económicos internacionales se desdoblan entonces en el agravamiento de las contradicciones internas en el plano económico, social y político. El retroceso industrial en los Estados Unidos, estimulado por el dólar alto que favorece la competencia de los productos procedentes del exterior, buscó ser combatido con la superexplotación de la mano de obra interna, en particular la de los inmigrantes, cuyos salarios miserables sostienen ramas y regiones enteras de la economía yanqui. Resultado: junto a la devastación de las viejas zonas industriales, como es el caso de Detroit, otrora orgullosa "capital automotriz", sede de la emblemática industria capitalista yanqui, asistimos al despertar de un gigante. Así fue llamada la enorme movilización del año pasado contra la legislación represiva que afecta especialmente a los hispanos. Por otro lado, la tentativa por "equilibrar" a la primera potencia del mundo con la invasión en Irak ha concluido con un empantanamiento, que no en vano es comparado una y otra vez con lo que fue Vietnam: un golpe brutal al régimen político yanqui.
Un derrumbe histórico
Al examinar, aun sumariamente, la situación actual a la luz del método con el cual se abordaban los problemas de la economía y la política mundial en el mencionado y tan malentendido como distorsionado trabajo de Trotsky, la peculiaridad actual es que en el derrumbe presente del "centro de gravedad" del mundo capitalista no aparece otra alternativa: la ruptura del antiguo equilibrio tomó la forma de una bancarrota general, algo que a su modo está presente en una enorme cantidad de análisis de la más diversa naturaleza. La reiterada ilusión de que China pueda cumplir el papel de nuevo "centro" no sólo omite que tal improbable eventualidad no excluiría una enorme crisis sino, más importante todavía, se niega a considerar a China misma como parte del problema y no de la solución. En el pasado, los países coloniales cumplieron un papel en la "globalización" del capitalismo como fuentes de recursos de materias primas, de absorción del excedente de mercancías en los países centrales e incluso como deudores del capital financiero metropolitano. Hoy, China demanda alimentos y materias primas y como plataforma de exportación llena el mundo con sus mercancías. Con su superávit comercial se transformó en acreedora del país más endeudado del mundo: ¡los Estados Unidos de Norteamérica! La crisis actual no derivará en un traslado más o menos armonioso del eje de la economía mundial de una punta a la otra del planeta, sino que amenaza con desestabilizar las bases de la restauración capitalista inconclusa de la economía estatizada en el gigante asiático. La globalización capitalista ha convertido las convulsiones de la decadencia del capitalismo en catástrofes planetarias.
La tentativa de apelar a las ideas de Trotsky de la década del '20, cuando refluía la ola revolucionaria del final de la Primera Guerra Mundial, para oponer el concepto de "equilibrio" al de agotamiento histórico y catástrofe capitalista es francamente insólita y puramente hermenéutica, porque no sale del texto e ignora la realidad. Ni siquiera vale como hermenéutica porque contraria las propias palabras de Trotsky en esos mismos textos: "Actualmente estamos en plena crisis, crisis aterradora, desconocida en la historia del mundo… esta crisis marca hoy la ruina y el desastre de las fuerzas productivas de la sociedad burguesa…". Se preguntaba entonces el propio Trotsky: "¿Quiere decir esto que el fin de la burguesía llegará automática y mecánicamente? De ningún modo" – se respondía- , indicando a sus camaradas la importancia de debatir los problemas de la táctica política revolucionaria y la necesidad de evitar que se vincularan los problemas del momento con un análisis embellecedor del capital, de su capacidad de alcanzar "equilibrios" y evitar las "catástrofes". En tal caso, el debate carecería de rigor y cuestionaría la estrategia del bolchevismo, que se encontraba a la cabeza de la Internacional Comunista.
Como aporte metodológico a las discusiones del presente no debería ser olvidado porque apunta al mayor y más importante de los "desequilibrios": el que se presenta entre el viejo mundo en descomposición y el desarrollo de la vanguardia, el programa y la organización revolucionaria destinada a plantear su superación. Un desequilibrio que tiene su base material porque, como señala Trotsky, siempre en el discurso que nos ocupa, la burguesía se encuentra en el "maximum de su potencia, de la concentración de sus fuerzas y medios, medios políticos y militares, de mentira, de violencia y de provocación… en el mismo momento en que más amenazada está por su decadencia". Este desequilibrio no ha sido resuelto y su contenido es una histórica crisis de dirección del movimiento revolucionario. Para bien o para mal, esto no atenúa la catástrofe capitalista; nos obliga, por el contrario, a mirarla de frente y a luchar por dar cuenta del desafío. No hay otra posibilidad.
Junio 2008