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La metástasis de la crisis capitalista mundial


La prensa financiera viene anunciando desde hace un tiempo “el fin de la crisis”. Las cifras que se anunciarán esta semana sobre el Producto Bruto de Estados Unidos deberán reconfortarla: un aumento de más del 3% en el trimestre de junio a septiembre. Mayor algarabía deberá producirle la noticia de que el alza viene acompañada de una disminución de los inventarios. Este dato, que en principio es un síntoma de desconfianza en la sustentabilidad de la reactivación, significa que no fue necesario un aumento de la demanda de stocks. Sea como fuere, una golondrina no hace verano: una salida de la crisis requiere más de un trimestre de recuperación y un retorno a los niveles de actividad anteriores de la crisis. Para eso hay por delante un camino largo y por sobre todo incierto.


 


Todos los analistas coinciden en que el incremento de los últimos tres meses no es el resultado de un incremento de la demanda de consumo ni de inversión (“La medición núcleo – el gasto en bienes de capital no aplicados a la defensa ni a aviones- declinó entre julio y agosto, y está un 20 por ciento abajo respecto del año pasado” (Financial Times, 25/10). La ‘recuperación’ es el producto del aumento enorme de los gastos del Estado y de las exenciones impositivas otorgadas al consumo por un período limitado, o de las facilidades concedidas, igualmente circunscriptas en el tiempo, para refinanciar deudas hipotecarias. Cuando hace dos meses venció la facilidad para canjear autos usados por nuevos, las ventas de la industria automotriz cayeron en picada. Lo mismo podría volver a ocurrir. La dependencia de los gastos del Estado le ha hecho decir a un analista que se trata de una recuperación “con muletas”. Entre ellas, la más destacada es la tasa de interés: es de cero cuando se trata de adelantos a los bancos por parte de la Reserva Federal y del 2 por ciento en los préstamos a corto plazo. Para hablar de una salida efectiva de la recesión será necesario que la producción aumente en un mercado monetario y crediticio normalizado. Los gastos y subsidios del Estado han llevado el déficit fiscal norteamericano a cerca de dos billones de dólares y la deuda pública a catorce billones (equivalente al ciento por ciento del PBI). Por su lado, el balance de la Reserva Federal (emisión monetaria) subió de 0,3 billones a 2,1 billones desde el inicio de la bancarrota.


 


Un ciclo económico es un movimiento general que no se limita a los indicadores de la producción. Dos elementos fundamentales, el crédito y el empleo, continúan en amplia tendencia recesiva. A pesar de que la mayoría de los Estados ha incrementado sus balances monetarios, el crédito cae en todos ellos. Una analista norteamericana ha calculado esa caída en dos billones de dólares para Estados Unidos, en tanto que esa caída fue, en Gran Bretaña, muy superior aún en términos relativos… Gran Bretaña, precisamente, se apartó de la ‘recuperación’ que abarca a varios países, con una nueva caída del PBI; también en agosto se produjo una recaída en el volumen del comercio internacional. La mayor parte de la emisión monetaria está guardada en los bancos o ha sido desviada hacia la Bolsa, sea porque los bancos no quieren prestar o porque la industria no desea endeudarse. Como las reservas de los bancos son remuneradas por la Reserva Federal, la emisión les ofrece un beneficio directo y a la banca central una pérdida. En lugar de ‘recuperación’, algunos analistas se refieren, con mayor propiedad, a una “contención” del derrumbe. Después de todo, el otro dato fundamental, el empleo, sigue cayendo, mientras los desalojos de viviendas aumentan y la crisis hipotecaria se ha extendido a la propiedad comercial. En definitiva, la crisis capitalista se encuentra en pleno desarrollo. La recuperación de beneficios que ha anunciado un conjunto de corporaciones obedece fundamentalmente a una reducción de costos, especialmente laborales, de ningún modo a un incremento de ventas e ingresos. Esto significa también que se está produciendo una concentración de la producción. Aunque tanto el aumento de la tasa de ganancia como la concentración son premisas para una recuperación económica, por sí solas afectan todavía más negativamente al consumo y a la inversión.


 


Ninguna crisis capitalista puede desenvolverse en línea recta, pues es antes que nada un fenómeno regido por todas las contradicciones propias de la acumulación capitalista. Por eso, los datos del último trimestre no pueden ser considerados siquiera como un piso. De otro lado, la crisis presente se caracteriza, por sobre todo, por una bancarrota financiera generalizada. Pues bien, los balances de los bancos siguen sin sanearse y, por sobre todo, el derrumbe en el valor de sus activos (inversiones financieras y préstamos) no ha sido realizado en el mercado; las pérdidas que se han reconocido se limitan a un asiento contable. Por eso se sigue hablando de un sistema financiero ‘zombie’ – que sigue en pie pero no funciona. Los activos desvalorizados siguen contabilizados a los precios de adquisición original, no a los del mercado. Sin embargo, los bancos siguen pagando dividendos con la plata que recogen del Estado.


 


Los planes para que el Estado comprara los llamados ‘activos tóxicos’ y les fijara un precio de mercado han fracasado sin atenuantes; los banqueros no han querido rematar sus tenencias. Para remediar esta situación, los Estados les han provisto fondos para aumentar sus capitales o garantías para que emitan nuevas acciones y deudas. Esta política supone que una ‘recuperación’ podría revalorizar las tenencias de los bancos y reanudar, en forma indolora, sin la quiebra de bancos grandes, el proceso financiero que condujo a la bancarrota (aunque ya han quebrado más cien bancos en Estados Unidos, además de Bear and Sterns y Lehman Brothers, más otro numeroso grupo de bancos europeos y en el sudeste de Asia). Pero esto ha producido un nuevo ciclo especulativo en medio de la bancarrota (por ejemplo en las Bolsas), con el Estado bancando la especulación con emisiones de dinero y endeudamiento público. Para morigerar este proceso inevitable se habla de introducir nuevas regulaciones, pero ha sido la industria la que más se ha opuesto a ellas. Una parte no menor, como Boeing o Caterpillar, ha advertido que mayores regulaciones a las operaciones financieras perjudicarían sus negocios, que necesitan protegerse de los vaivenes de largo plazo. Es que, en definitiva, la desregulación financiera no es, en sí misma, una causal de la crisis, sino un derivado de la quiebra de los patrones monetarios internacionales, con su secuela de devaluaciones de las monedas y volatilidad de las tasas de interés y de los precios. Si los Estados y sus bancos centrales le sacaran a los bancos la alfombra de sus pies, se desplomarían como el Perito Moreno en verano o como las torres gemelas. Pero, precisamente, la crisis fiscal y su impacto sobre las divisas de los países más importantes deberán llevar a un desfallecimiento en la capacidad de salvataje del Estado y a la creación de una nueva crisis financiera en el marco de la bancarrota actual. Como se puede apreciar, el desarrollo de la crisis y la intervención rescatista del Estado no es más que una metástasis progresiva que se desplaza por todo el cuerpo de la sociedad capitalista en la forma de una espiral, o sea desarrollando todas las contradicciones potenciales de la crisis.


 


China


 


Ya desde antes de la crisis asiática de 1997/98, China ha jugado un rol fundamental en la crisis capitalista. En realidad, históricamente hablando, la presente crisis está relacionada con el período abierto con la restauración capitalista en Rusia y en China. Las tendencias propias del capital financiero no se habrían desarrollado como lo hicieron sin el reaseguro político de la ‘derrota del comunismo’ y sin la perspectiva económica de esos mercados gigantescos. Los que gastan sus pestañas escudriñando la evolución de la tasa de beneficio en Estados Unidos para descifrar la clave de esta crisis, debieran partir del mercado mundial y de las alteraciones históricas que ha sufrido. La restauración capitalista ha abierto perspectivas de explotación y ganancias en gran escala, mediante el remate generalizado de la propiedad estatal y la confiscación del patrimonio colectivo de obreros y campesinos. El propio Alan Greenspan explicó el boom de las Bolsas en la década 1987-97 por la disolución de la URSS (ver biografía de Bob Woodward). Pero por la misma razón ha acentuado la lucha capitalista por la supremacía económica entre los monopolios capitalistas.


 


China ha enfrentado la crisis con un ‘plan estímulo’ gigantesco: 600 mil millones de dólares, una suma similar a la de Estados Unidos, pero que equivale a casi el 20 por ciento del PBI chino (un 4,5 por ciento del PBI norteamericano). Además ha abierto la canilla de la emisión y del crédito, que ha crecido un 30 por ciento anual. Como ocurre en Estados Unidos, la mayor parte del subsidio financiero ha ido a la especulación inmobiliaria y bursátil, y la destinada a la industria o a la infraestructura ha aumentado la sobrecapacidad de producción prevaleciente. China también enfrenta las peripecias de un estallido financiero, solamente atenuado por su peso relativo menor en la economía.


 


La cuestión central, sin embargo, es que esta política acentúa el desequilibrio que ha llevado a la presente crisis, pues pretende mantener la maquinaria exportadora a todo precio, con la contrapartida de una acumulación impresionante de reservas monetarias. Pero ahora Estados Unidos no puede absorber la exportación china ni garantizar la intangibilidad de las reservas. Por eso existe una presión mundial para que China reequilibre el negocio mediante la revalorización de su moneda y el aumento de las importaciones. China, en cambio, ha pegado su divisa al dólar. Pero tampoco tiene alternativa, porque una revalorización llevaría a la quiebra a los exportadores, que en su mayoría ensamblan material importado, y haría crecer la deuda interna medida en dólares, con la consiguiente posibilidad de una cadena de incumplimientos. A pesar de que Japón y China han firmado acuerdos de apoyo recíproco frente a la crisis, el comercio ha sido duramente golpeado como consecuencia de la devaluación de China y de la revalorización de la moneda japonesa. En una palabra, para reequilibrar a la economía mundial y ofrecer una salida a la crisis norteamericana, China debería abrir su mercado interno a la producción extranjera, y en primer lugar su sistema financiero. China intenta avanzar por este camino, en especial mediante la aceleración de los procedimientos capitalistas en el campo, donde se está creando un mercado de tierras. Pero por esta misma razón, China necesita contar con un activo desarrollo industrial que capture la fuerza de trabajo que libera el campo. En definitiva, la bancarrota mundial confronta a China con todas las contradicciones desatadas por la restauración capitalista. La metástasis de la crisis amenaza con llevar a la restauración china a una crisis revolucionaria (o contrarrevolucionaria).


 


Europa


 


La devaluación conjunta de Estados Unidos y de China deja como el pato de la boda a Europa y a Japón, cuyas maquinarias exportadoras empiezan a crujir como consecuencia de la revalorización del euro y del yen. Japón ya ha tenido su crisis política con el hundimiento del partido democrático liberal y un giro de orientación. En Europa, la cosa es más grave debido al desarrollo desigual de sus integrantes. Es así que el impacto de la crisis en España e Italia es enorme; la famosa solidez de los bancos españoles ha demostrado ser un mito fabricado por una campaña de información mentirosa. Su sistema bancario se encuentra descapitalizado y con un elevado padrón de incobrables. La situación en Europa oriental y el Báltico es mucho peor: Letonia, Rumania y Ucrania se encuentran al borde del abismo; los analistas más reputados insisten en que los planes del FMI en la región no resisten la crisis política y la desesperación popular que han creado, y que sería inminente la devaluación de diferentes monedas, con un fuerte impacto sobre el euro.


 


El país que se encuentra relativamente peor es, sin embargo, Gran Bretaña, y esto por una razón muy simple: su principal industria es la ‘industria’ financiera. Su economía se ha contraído por un sexto trimestre consecutivo. “No se puede subestimar la gravedad de la crisis en Gran Bretaña – escribe el principal analista del Daily Telegraph. Estamos peor que en 1992 ó 1931”, con referencia a la fecha en que la economía británica tocó fondo en la Gran Depresión. “La caída de la libra puede desbocarse tan mal esta vez que acabe gatillando una corrida contra los títulos públicos. Pero hay riesgos hagamos lo que hagamos. Mi impresión – prosigue el columnista- es que el Banco de Inglaterra salvó al país de la depresión imprimiendo moneda sin medida e invitando a los mercados a vender la libra”. Aconseja, dado el nivel alcanzado por el deterioro monetario, dejar caer la libra todo lo que sea necesario, porque una contención de la caída llevaría a una enorme depresión. Para un ex director de la supervisión financiera inglesa, “los próximos seis meses van a ser muy delicados para el Reino Unido. Es claro que algo dramático tiene que ocurrir para controlar el gasto: ¿pero es la economía lo suficientemente robusta para sobrevivir a un apriete fiscal?”


 


En el contexto de la economía mundial, la descalificación de la libra pone en apuros al dólar, de un lado, y al euro, del otro. Gran Bretaña deberá decidir si se acopla a uno u otro, lo que pone fin a su soberanía monetaria, artificialmente mantenida por la especulación financiera internacional. Cualquiera sea el rumbo que adopte, llevará la crisis mundial a una nueva etapa, sea dislocando a la Unión Europea, sea ayudando al hundimiento del dólar. La situación de Gran Bretaña es una descripción perfecta de la metástasis de la bancarrota capitalista.


 


“Quién ha visto un dólar”


 


En esta dialéctica de la crisis mundial, una recuperación norteamericana deberá operar como un factor de presión sobre Europa, Japón y, en especial, China. La devaluación del dólar es un arma del capital norteamericano para reafirmar su supremacía mundial haciendo uso de la crisis. Todas las maniobras o propuestas para desplazar la supremacía monetaria del dólar son funcionales a la política devaluatoria de Estados Unidos. Mediante la devaluación, Estados Unidos licua su deuda con el exterior. Al mismo tiempo, cuando sus acreedores insinúan un cambio en sus tenencias de reservas, le basta impulsar una suba de la tasa de interés para provocar un reflujo de capitales a su territorio y poner en jaque a las monedas rivales. La crisis mundial ha fortalecido la capacidad del capital norteamericano frente a sus rivales, aún más afectados por esta crisis y con menores recursos para hacerle frente.


 


En las últimas semanas, la reducida tasa de interés en Estados Unidos ha impulsado un repetido casino internacional, que consiste en sacar prestado en dólares para especular en países con rendimientos superiores. Es así que se ha producido una ola de revalorizaciones de las monedas de los países emergentes. Brasil, por ejemplo, ha recibido cinco veces más dinero en la Bolsa que en inversiones directas; en Argentina, la suba de la deuda pública ha sido escandalosa. Esto significa que estos países han quedado sometidos a los vaivenes del dólar, pues una revalorización de éste provocaría un retorno de capitales a Estados Unidos. La crisis mundial no ha atenuado las tendencias especulativas, como aseguran los partidarios de la intervención del Estado en los rescates, sino que la ha acentuado.


 


La cuestión fundamental de la crisis es, sin embargo, el destino de la restauración capitalista en China y Rusia (General Motors ya produce más autos en China que en Estados Unidos). La crisis presiona por el desmantelamiento de las estructuras estatales en estos países, para convertir a la restauración en curso en una colonización capitalista de escala superior. Japón y Europa van a recibir todos los golpes derivados de esta confrontación. El equilibrio interno de Estados Unidos solamente puede ser restablecido a costa de sus rivales y, en especial, de los nuevos mercados, gigantescos, abiertos por la restauración. En cualquier caso, Estados Unidos se convertirá con el tiempo en un centro de tormentas políticas, porque una cruzada de colonización de aquellos territorios irá acompañada por un reforzamiento del régimen de excepción y totalitarismo en Estados Unidos; y una crisis de esa cruzada deberá provocar la aparición de situaciones revolucionarias.


 


La comprensión de las leyes que sigue la bancarrota capitalista será una gran ayuda para la clase obrera, que ya se encuentra en lucha en diferentes países.

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