La situación internacional y la lucha por la Cuarta Internacional

Resolución del XIX Congreso del Partido Obrero Abril de 2010


Una nueva etapa


 


La crisis mundial ingresó en una nueva etapa. Su expresión más notoria es la posibilidad de una bancarrota formal de Grecia, que anticiparía la cesación de pagos de otros países del viejo continente -una fila en la cual se anotan Portugal, Irlanda y España- lo que plantearía el dis- locamiento de la Unión Europea y un nuevo hundimiento de las bolsas mundiales. Para evitar este desenlace, los gobiernos europeos han planteado un precario esquema para garantizar el cumplimiento de las obligaciones de Grecia con sus acreedores en las próximas semanas y consideran la posible salida del país de la zona del euro, para permitir una devaluación y un ajuste "a la Argentina”. En este caso, sin embargo, habría que salvar a los bancos, cuya situación de quiebra ha impedido reestructurar la propia deuda griega y que han sobrevivido especulando con los fondos estatales otorgados a partir de 2008; inclusive en operaciones financieras de seguro contra la eventual cesación de pagos del país, en la expectativa de que tal eventualidad obligue a nuevas operaciones de rescate.


 


La nueva etapa consiste, por lo tanto, en el pasaje de la quiebra financiera, detonada por la crisis inmobiliaria en los Estados Unidos, a una quiebra de los Estados, provocada por los propios mecanismos capitalistas que buscaron evitar el derrumbe del sistema financiero y del mercado mundial. La emisión de moneda y el crecimiento en flecha de los déficit no han resuelto ninguno de los problemas originales. La crisis inmobiliaria no ha sido resuelta porque en los Estados Unidos sigue en aumento la cesación de pagos de las hipotecas. El parate industrial no fue superado, y la situación de los bancos tampoco ha sido saneada, sino disimulada con una "contabilidad creativa” que le permite mantener créditos incobrables a su valor original, y la nueva onda especulativa con fondos estatales para lucrar con operaciones de corto plazo "a la griega", en las Bolsas y en los países llamados emergentes.


 


En resumen, los veranitos especulativos son cada vez más corto y sus límites más explosivos, porque no pueden anular la tendencia fundamental de toda crisis capitalista: la imposibilidad de una salida sin una quiebra más o menos masiva de capitales, con la consiguiente destrucción de riqueza social y fuerzas productivas, y el aumento del desempleo y de la pauperización. La tendencia objetiva al derrumbe se manifiesta como una competencia entre capitales y sus Estados, y toma el vigor de una ley de hierro. Contra ella chocan los rescates estatales y el mito del poder del intervencionismo estatal. El keynesia- nismo no tiene recetas para esta ocasión: solamente ‘funciona' en fases expansivas, ya que el capitalismo en descomposición no garantiza el pleno uso de recursos y el pleno empleo ni siquiera en la fase ascendente de los ciclos. Fue inútil frente a la crisis del ’30, pero sirvió como un arma de reconstrucción de los Estados, luego de la última guerra mundial.


 


Los nuevos episodios de la crisis han puesto muy tempranamente fin a las afirmaciones relativas a su superación a partir de la segunda mitad del año 2009, un diagnóstico compartido por la mayoría abrumadora de la izquierda mundial, que repudia en masa la tesis del derrumbe y la tendencia a la auto-disolución del modo de producción capitalista. Pero aún antes de la crisis griega, anticipada por una cesación de pagos del emirato de Dubai, era evidente que la contención de la crisis, mediante un volumen billonario de subsidios del orden del 10% del producto mundial, no había revertido las condiciones del quebranto capitalista: el crédito a la producción nunca fue retomado, la inversión continuó paralizada, la desocupación nunca dejó de crecer y la capacidad ociosa del capital se mantuvo intacta.


 


El fracaso de la tentativa de salvar al capital con subsidios y con emisión de dinero a los bancos puede replantear la variante, descartada en el pico de la crisis de 2008, de una nacionalización más o menos integral del sistema financiero. Ésta, sin embargo, es una posibilidad remota frente al ritmo desigual de la crisis en los diversos países y plantearía un choque entre las potencias capitalistas, además de una disolución de los bloques económicos existentes. Sería un último recurso del capital para enfrentar la disolución de las relaciones sociales que se presentan como resultado inevitable de sus contradicciones y de su descomposición histórica. Es claro que una suerte de capitalismo de Estado de esta naturaleza debería vencer la resistencia de los capitales individuales y de los intereses contrapuestos de los diferentes Estados imperialistas, porque las nacionalizaciones deberían generalizarse para evitar un dislocamiento financiero internacional y para coordinar la reactivación. Los conflictos y choques que suscitaría plantearon optar, en su momento, por el plan de rescate que ahora está haciendo agua y que fue impuesto por Wall Street para su propio salvataje, en oposición a las propuestas nacionalizadoras de los economistas académicos. La variante opuesta puede resurgir como resultado de las nuevas derivaciones de la crisis, que pueden plantear una quiebra del mercado mundial por la vía de un derrumbe generalizado de monedas y devaluaciones.


 


El Estado es el monopolio de la violencia y órgano de dominación política del capital. Es en función de esto, no en virtud de una capacidad financiera, que puede imponer a las clases explotadas todos los sacrificios necesarios para restablecer la acumulación capitalista y todos los reordenamientos sociales y políticos necesarios para ello. El supuesto remedio representado por la llamada intervención del Estado es una fantasía de centroizquierdistas a la caza de recetas. De la bancarrota actual no se puede salir con el aumento de la demanda agregada, pues ella entrañaría más gasto y déficit fiscales. De manera inversa, el corte a los gastos sociales y a los salarios acentuará la recesión y la crisis fiscal. Al final del camino, el resultado es el mismo: el capital necesita destrucción de recursos y mayor vulnerabilidad y explotación de la fuerza de trabajo.


 


El curso de la crisis decidirá el destino final de la restauración capitalista, que es el fenómeno clave de nuestra época, y por medio del cual el capital buscó una salida a su impasse histórica en la ilusión de cerrar el ciclo de la revolución socialista. La restauración capitalista en Rusia y en China, incorporando a un gigantesco proletariado al metabolismo de la producción capitalista, amplió el radio de la explotación capitalista en una extensión sin precedentes. Pero por eso mismo puso de relieve los límites históricos y contradictorios del capital. Rusia y China han intervenido como competidores en el mercado mundial y han acelerado la tendencia a la sobreproducción. De factores de reversión de la caída de la tasa de beneficio mundial, se han transformado en impulsores de una nueva curva descendente. La disputa entre Estados Unidos y China para que ésta abra más su mercado a los capitales internacionales y para que revalorice su moneda, el yuan, es el toque de clarín para proceder a una colonización integral, que ponga a disposición del capital los casi mil millones de trabajadores que aún se encuentran confinados en la pequeña producción agraria o en las empresas del Estado. Ni Rusia ni China son los Estados previos a sus respectivas revoluciones. China, por primera vez en su historia, enfrenta una crisis mundial con un Estado unificado. Más aún, China podría integrar con Corea y Japón un área económica rival de los Estados Unidos. China es una sociedad capitalista sui géneris, en transición, es mucho más que simplista reducir su caracterización a una categoría ultrageneral. Un razonamiento diferente, pero metodológicamente similar, se puede aplicar a Rusia, que tiene una de las reservas tecnológicas más importantes del planeta.


 


La dialéctica de la desintegración de la forma última del capital incluye una nueva confrontación política internacional, con claros alcances revolucionarios, pues pondrá a prueba si la restauración capitalista en los ex Estados llamados socialistas ha sido una salida de largo plazo para el capital o el punto de partida (de todos modos inevitable) de nuevas revoluciones sociales. Asimismo, Estados Unidos entra a esta gran crisis mundial con un agotamiento de los recursos que acumuló en su prolongado período de primacía. La lucha de clases en los Estados Unidos será uno de los centros políticos relevantes, si no el mayor, en la presente crisis mundial, cuyas etapas decisivas aún están por delante.


 


La crisis política mundial


 


El ascenso de Obama tradujo el completo empantanamiento de la "guerra contra el terror" de Bush y del intento más general de una recolonización yanqui del mercado mundial. La crisis económica, que actúa como un factor revulsivo de la política mundial, no ha permitido al gobierno de Obama encontrar un nuevo equilibrio. La pretensión de contener el presupuesto militar para liberar recursos al salvataje capitalista se ha hundido. Las guerras significan un drenaje para la economía norteamericana en un contexto de debilitamiento de Obama, mientras se anuncian feroces recortes a todas las políticas sociales. Mientras el gasto en seguridad nacional se lleva el 23% del presupuesto, 49 millones de norteamericanos pasan hambre en un contexto de empobrecimiento masivo. Hay 15 millones de desocupados y el secretario del Tesoro, Timothy Geithner, señaló que "la tasa de desempleo sigue siendo insoportablemente alta y se mantendrá alta durante un período insoportablemente largo". Los demócratas han perdido las gobernaciones de Virginia y Nueva Jersey, y la senaduría de Massachussetts. El Tea Party, un movimiento pequeño burgués ultraderechista próximo al Partido Republicano -una de sus líderes es Sarah Palin- aspira a convertirse en representante por derecha del descontento popular.


 


La política exterior de Obama no ha conseguido sacar al imperialismo del impasse que heredó. El gobierno títere iraquí se encuentra condicionado contradictoriamente por la necesidad de contar con el apoyo de Irán y los choques de Ahmadinejad con los yanquis. El pantano afgano no deja de extenderse. El narco-gobierno de Karzai no logró reconstituir ni un Estado ni fuerzas armadas capaces de controlar la resistencia (a la manera del iraquí Al Maliki), además de coquetear más o menos abiertamente con el régimen iraní. La campaña afgana acentuó la caída de la popularidad de Obama: se triplicaron las bajas norteamericanas respecto de las del año pasado y sólo la guerra en Afganistán ya sumó 260.000 millones de dólares al gigantesco déficit norteamericano. La ofensiva militar sólo podría consolidarse con una suerte de limpieza étnica, o sea trasladando a la población pashtun, que es la base de los talibanes, a otras regiones, convirtiendo a la zona en un protectorado militar permanente. Por eso, el alto mando militar yanqui (los generales Petraeus y McChrystal) propone una solución política con sectores talibán para estabilizar la región y reconstruir un Estado afín a los intereses imperialistas.


 


En el Cercano Oriente la crisis ha tomado una nueva envergadura. El gobierno de Netanyahu representa a los colonos y los rabinos ultra- derechistas, a la pequeña burguesía fascistizante que rechaza la idea de dos Estados aun en los términos planteados por el imperialismo. Es partidaria de un Israel homogéneamente judío desde el Jordán al Mediterráneo (programa del partido Likud), lo que exigiría una limpieza étnica final en Gaza y Cisjordania, incluyendo los árabes israelíes. Esta política precipitó una crisis internacional y un choque con el gobierno yanqui, además de dividir al lobby sionista de los Estados Unidos. La derecha yanqui, por su lado, propone cerrar filas con Israel y avanzar contra Irán, bajo el pretexto del programa nuclear iraní. La alternativa, alentada por Obama y la Unión Europea, de que Netanyahu forme gobierno con los representantes políticos de la burguesía sionista -excluyendo a los partidos de la extrema derecha  podrían dividir al Likud.


 


La desestabilización de los regímenes políticos se concentra particularmente en la Unión Europea. En Francia, Sarkozy acaba de sufrir una derrota plebiscitaria en las elecciones regionales: no logró superar el 35% ni siquiera en el ballotage y perdió en 21 de las 22 regiones del país. El Partido Socialista, con el apoyo de los ecologistas y del "Frente de Izquierda" (PC y otros) en la segunda vuelta alcanzó un 54%. El Frente Nacional del fascista Le Pen obtuvo más del 10% en la primera vuelta, logrando llegar al ballotage en varias regiones. En Italia, en un cuadro de gran crecimiento de la abstención, la coalición de centroizquierda perdió 4 de las regiones que gobernaba, cediendo a la derecha las más pobladas e industrializadas. Berlusconi perdió votos en todo el país y su triunfo en algunas regiones obedece al avance de la ultraderechista Liga del Norte. Los resultados electorales aseguran la continuidad del impasse de la situación política italiana. En Alemania asistimos a una crisis del gobierno Merkel con sus socios liberales, a una acentuación de las tendencias proteccionistas y a un ataque en regla contra las conquistas obreras del pasado. En Gran Bretaña, el gobierno laborista pende de un hilo y han progresado las tendencias euro-escépticas.


 


En las condiciones de la crisis, la clase obrera europea comienza a manifestarse. Huelgas de masas, movilizaciones masivas, ocupaciones de fábricas, patrones tomados como rehenes por trabajadores, revueltas de jóvenes y obreros. Las huelgas generales en Grecia y Turquía, las huelgas y las manifestaciones en Francia y España, las numerosas ocupaciones de fábricas en Italia son una muestra de la creciente combatividad del proletariado, que está obligado a luchar contra el desempleo masivo, la flexibilización laboral, las reducciones salariales, la destrucción de los sistemas jubilatorios. Aunque entre las masas europeas persista la ilusión de que la Unión Europea sería un factor de contención de la crisis, denunciamos que su dislocamiento se encuentra en desarrollo y, por sobre todo, que se descarga sobre las naciones más débiles y dependientes. La lucha contra la imposición de los planes de ajuste que la Unión comienza a imponer a sus integrantes con la colaboración, ahora, del FMI y los usureros, como fue el caso en Grecia, actualiza la reivindicación de la ruptura y separación de la UE y la lucha por la unidad de los Estados Unidos Socialistas de Europa.


 


En Latinoamérica, la crisis capitalista deterioró las bases económicas de los regímenes nacionalistas pequeño-burgueses, que utilizaron los recursos fiscales para financiar limitados programas sociales compensatorios, para subsidiar a los "capitalistas amigos", o como compensación de sus limitadas nacionalizaciones (Chávez, Morales), y hoy los utilizan, como en el caso de Kirchner, para pagar la deuda eterna. La crisis impactó de lleno en el régimen chavista, que avanza hacia la desintegración en un contexto inflacionario. El chavismo combate la autonomía política y sindical de la clase obrera, mientras apela a una jerga radical para capitalizar el voto de izquierda. Chávez enfrenta la posibilidad de una derrota o de un serio retroceso en las elecciones de septiembre, en un cuadro en el que la oposición de derecha no logró consolidarse como alternativa. El fracaso del gobierno reaccionario de la Concertación en Chile y su disgregación, después de dos décadas de gobernar sin desafiar las estructuras sociales y políticas del pinochetismo, abrió el camino de la victoria del derechista Piñera. Este llegó al poder con un paquete de medidas privatizadoras y algunas promesas "sociales" que el terremoto pulverizó antes de nacer (creación de empleo, subsidios para las familias de menores ingresos, etc.). En Paraguay está planteada la posibilidad de un golpe parlamentario, estilo Honduras, contra el gobierno de Lugo.


 


La desestabilización política y la tendencia a giros bruscos en los escenarios nacionales han llevado a un reforzamiento de la presencia militar norteamericana en la región, que tuvo su expresión con el golpe de Honduras y el envío de 20.000 marines a Haití, so pretexto de prestar ayuda humanitaria. También en el establecimiento de bases militares en Colombia y en el envío de la III Flota a patrullar el Atlántico. Esta política produce roces con los planteos de las burguesías latinoamericanas lideradas por Brasil (Unasur) de recomponer una industria bélica con el apoyo de los lobbies capitalistas de la industria armamentista y de las fuerzas armadas locales, pero ya se manifestaron los compromisos con el capital militarista norteamericano.


 


En Cuba, el crecimiento de la miseria social, la burocratización creciente, la diferenciación social y la cada vez menos sorda oposición popular están planteando las bases de una crisis de régimen. Las subas de precios, la baja del crecimiento, la fuerte dependencia de las importaciones, la baja productividad, la dualidad monetaria y la híper-centralización burocrática pesan cada vez más sobre las condiciones de vida. Los márgenes de maniobra financiera para implementar los cambios anunciados con el objetivo de modernizar la economía son limitados. La descentralización de los circuitos agrícolas, el usufructo de las tierras concedido a los pequeños productores, la "sustitución de importaciones" apoyada en la agricultura privada y la nueva política de salarios apuestan a la reactivación de la "economía de mercado", creando las bases para la restauración capitalista. Los trabajadores pasaron a ser pagados de acuerdo con su productividad, con su salario básico fijado sin referencia a las escalas salariales nacionales. Diversos sistemas de remuneración coexisten en las empresas. Solamente una revolución política que desate la libertad de acción de la clase obrera y la juventud puede impedir que la reforma económica sea el tránsito que convierta a la burocracia del Estado en capitalista -como ha ocurrido en la ex URSS, China y Vietnam.


 


La recuperación económica de Cuba y de sus masas tiene como prerrequisito un gobierno de trabajadores.


 


Perspectivas


 


La bancarrota capitalista acentúa la depredación de la naturaleza y la destrucción del medio ambiente. La búsqueda desesperada por recomponer la tasa de ganancia agrava las tendencias a la degradación de los recursos naturales. Si bajo el capitalismo el medio natural siempre fue considerado como un recurso cuyo uso y abuso estaba al servicio de la valorización del capital, las épocas de crisis -y, más aún, de una crisis de envergadura planetaria como la actual- acentúan este carácter. Frente a esto, sectores que se proclaman ambientalistas promueven una involución a formas de producción perimidas, con el argumento que de ese modo preservan el medio ambiente. Eso en momentos en que la propia bancarrota capitalista paraliza la producción, con fábricas inactivas y millones de trabajadores desocupados. Este abordaje conservador expresa el pesimismo que se ha extendido entre amplios sectores que formaron parte, en su momento, de los movimientos antiglobalizadores frente a la crisis capitalista. No es el desarrollo de las fuerzas productivas la causa de la depredación ambiental y el desastre ecológico, sino su uso y distorsión en el cuadro de las relaciones sociales de producción capitalistas históricamente agotadas. No son capaces de ver en la crisis capitalista la oportunidad y la perspectiva de la revolución social y con ella la posibilidad de un desarrollo armónico de las fuerzas productivas y de una reorganización de la economía mundial sobre nuevas bases sociales, de acuerdo con las necesidades de la vida social y no de las ganancias de un puñado de magnates. El optimismo frente a las oportunidades que ofrece la crisis no deriva de un fatalismo objetivista: es la expresión más genuina de la voluntad revolucionaria por transformar la decadente sociedad capitalista y abrir camino hacia el socialismo universal. En ese sentido es la expresión más rica del subjetivismo revolucionario. Es el hombre el que hace la historia, bien que en condiciones históricamente determinadas.


 


La tendencia al empobrecimiento absoluto de las masas durante la crisis no es para nada una fatalidad. Por el contrario, así como el Estado se orienta a utilizar sus recursos en el salvataje de la clase capitalista, puede verse forzado, por la lucha obrera y popular, a destinar recursos para atemperar los reclamos obreros. La idea de que las reivindicaciones mínimas o transitorias quedan abolidas por la crisis es una evaluación extremadamente conservadora y limitada del rol del Estado. Las famosas conquistas del llamado Estado "de bienestar" tuvieron su origen durante la depresión de los años ’30. Esta es la economía política de la crisis. Y es la que debe determinar la acción del movimiento obrero frente a ella. Las reivindicaciones mínimas mantienen plenamente su vigencia y son la vía hacia las reivindicaciones transitorias (control obrero). Nada más alejado de la acción revolucionaria frente a la crisis que el pesimismo conservador. Debemos buscar en las entrañas de la catástrofe capitalista los métodos, la acción y el programa que permita orientar a las masas a una salida. Quienes se limitan a anunciar un negro porvenir no lograrán movilizar a nadie. Nuestra tarea es abrir un horizonte.


 


La crisis vuelve a plantear la vinculación entre las reivindicaciones mínimas y transitorias, y la cuestión de la lucha por el poder. El rol del Estado y la cuestión del poder aparecen más abiertamente en épocas de crisis. Esta es la dinámica de la lucha de clases durante la crisis y la que tiene que guiar la acción del partido revolucionario. No se trata de contraponer abstractamente el socialismo a la crisis y al derrumbe capitalista. La toma del poder, el gobierno obrero y de los trabajadores, es la perspectiva que se deriva de la intervención en la lucha de clases orientando la resistencia de los trabajadores a los embates capitalistas. El optimismo revolucionario surge de las tendencias a la revolución social abiertas con el derrumbe capitalista, y se procesa en la dinámica de la lucha de clases que vincula las reivindicaciones transitorias con la lucha por el poder.


 


En este cuadro, los sindicatos son más necesarios que nunca. Pueden y deben cumplir una función clave a condición de tener una dirección y una política revolucionaria. Son la burocracia sindical y los agentes capitalistas en los sindicatos los que argumentan que la crisis no permite cumplir con las reivindicaciones mínimas de los trabajadores. Hay que denunciar su complicidad con el Estado capitalista, que destina enormes recursos al salvataje de bancos y capitalistas y no atiende los reclamos perentorios de las masas. El rol desmovilizador de la burocracia ha pasado a primer plano, en primer lugar en Europa frente a las movilizaciones que se desarrollan en Francia, Alemania, Italia y especialmente en Grecia, epicentro de la crisis.


 


El problema de la deuda pública va ocupando un lugar central con el desenvolvimiento de la crisis. Estamos ante la posibilidad de default de varios países europeos y frente a la amenaza de confiscación de millones de hogares de trabajadores en todos los países imperialistas. Frente a esta perspectiva debemos desarrollar una campaña internacional por el desconocimiento de todas las deudas, que no sólo interesa a las masas de los países oprimidos, que la pagan con su sangre y su sudor, sino a las propias masas de los países imperialistas que ven confiscadas sus casas y empeñado su futuro. Por la expropiación sin pago de la banca y bajo control obrero. Por la escala móvil de salarios y de horas de trabajo.


 


La izquierda


 


Desde la disolución de la URSS y del "bloque socialista", pasando por las sucesivas crisis capitalistas del viraje del siglo, hasta la crisis actual, la izquierda mundial ha sufrido varias vertiginosas recomposiciones. La regresión programática tomó la forma del movimientismo, cobertura ideológica del rechazo explícito al programa revolucionario y a la necesidad de un partido proletario. El Foro de San Pablo (creado en 1990) fue el teatro de esa ‘evolución' ideológica en América Latina y su preparación para ejercer el gobierno burgués. El Foro Social Mundial (FSM), creado en 2001 -el primer FSM fue organizado por la Asociación internacional para la Tasación de las Transacciones Financieras para la Ayuda al Ciudadano (ATTAC) y el Partido de los Trabajadores de Brasil (PT)-, estuvo explícitamente organizado en oposición a la lucha por la Internacional revolucionaria de la clase obrera y los explotados.


 


La crisis capitalista provoca ahora una fuerte crisis en el centro mismo de la izquierda, que se expresa en debates y escisiones (aunque no en diferenciaciones revolucionarias). En el FSM, se cuestiona su papel decorativo frente a la crisis y las movilizaciones (su principal ideólogo, por eso, declara que, después del anti-globalismo y del alter-globalismo, se debe pasar ahora al post-alter-globalismo, con la construcción de "sistemas alternativos" -después de haber pasado una década negando esa perspectiva- pirueta ideológica no exenta de ridículo). Algunas voces "internas" han declarado que el propio FSM está totalmente integrado al capitalismo, no sólo en un sentido general sino en sus propias bases más elementales, pues sus actividades básicas y sus famosas "redes sociales" dependen del financiamiento de grandes multinacionales (lo que, sin duda, no es de ahora), llegándose a cuestionar el hábito de los dirigentes del FSM por los vuelos intercontinentales en primera clase y los hoteles cinco estrellas (la reunión del FSM en Nairobi, en 2007, además, tuvo que ser fuertemente protegida por la policía de la "invasión de los pobres"). Los autores de estas denuncias, sin embargo, se rehúsan a sacar las conclusiones políticas obvias.


 


La propuesta de Chávez de crear una "V Internacional" es, en parte, una respuesta a ese desbarajuste, siendo por eso fuertemente defendida por algunos dirigentes del FSM. Para ellos, el FSM debería continuar como una "feria de la sociedad civil", mientras que la "V Internacional" debería ser el "instrumento político" del FSM. Ni hace falta decir que se trata, en este caso, de un fraude al cuadrado, que busca sólo sofisticar la política de manipulación y cooptación (y, de paso, cuestión para nada secundaria, mantener los generosos subsidios del gran capital a los "alter" o "post alter"-globalistas del FSM, privilegio que éstos no quieren perder ni en sueños). Se afirmó que "más de 150 delegados de partidos de izquierda de más de 45 países han suscrito el ‘Compromiso de Caracas’, donde se acoge la propuesta de convocar la V Internacional Socialista". Una "Internacional (Socialista)" convocada con la participación del PJ argentino o el PRI mexicano (responsables por décadas de represión y asesinatos de activistas obreros), con partidos liberales y nacionalistas de Asia, África y América Latina, como el Polo Democrático y el Partido Liberal de Colombia, o el Liberal zelayista de Honduras, o incluso el nacionalista de Zimbabwe, no es una continuidad, siquiera deformada, de las cuatro internacionales precedentes; tampoco una vuelta a la I Internacional, como pretenden una (o dos) de las sectas escindidas del viejo tronco trotskista-morenista, sino un fraude político completo. El FMLN de 


El Salvador proclamó su adhesión a la Internacional, así como Rifondazione Comunista y el Partito del Comunisti Italiani (PdCI). Estos partidos llegaron al gobierno luego de ganarse la confianza de la burguesía y del propio imperialismo por su apoyo a la intervención del ejército italiano en las guerras imperialistas de Bush. Los gobiernos de Nicaragua y El Salvador, igual que el de Venezuela, tienen un contenido netamente capitalista y combaten la autonomía política y sindical de la clase obrera. Presentarlos como "socialistas" o como que "encabezan procesos revolucionarios" es un despropósito. Para el inefable James Petras, la V Internacional sería una instancia "consultiva". No existe un pronunciamiento del PC Cubano, ni del PC Chino, sí en cambio del Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC), así como de Izquierda Unida, dos partidos en el gobierno. En el caso de los "trotskistas", encabezados por el ex Secretariado Unificado de la IV Internacional, que a ella se integren, inclusive "críticamente", en el congreso de abril, ello significará su completa integración, no sólo política y programática, sino también organizativa, a la política burguesa. El programa de la Internacional está dado por sus principales partidos gubernamentales; o sea, por el Estado burgués.


 


Al plantear una V Internacional, Chávez aparentemente legitimó el rol histórico de las cuatro precedentes -en especial de la más controvertida de ellas, la IV Internacional- o sea, de una continuidad histórica del proletariado internacional con conciencia de clase. Esto ha puesto en ridículo a todos los que, en nombre del chavismo, han hecho gala de un sectarismo contrario a la política y a los partidos en diversas partes del mundo. Se trata, sin embargo, de una maniobra y de una manipulación ideológica, pues las cuatro internacionales fueron fundadas con base al principio elemental de la independencia obrera: la filiación política real de la V Internacional se encuentra, en cambio, en los agrupamientos pequeño burgueses, crecientemente derechistas, de la Olas, el Foro de San Pablo y el FSM. La propuesta completa, "por la izquierda", un ciclo ideológico impulsado por los think tanks del imperialismo, cuando acuñaron el "fin de la historia"; continuó con la proclamación del "fin del ciclo histórico de la Revolución de Octubre" (o sea, de las revoluciones proletarias), proclamado por stalinistas y seudo trotskistas, y concluye ahora con el "fin de la IV Internacional" (instrumento político de la revolución proletaria). Para el régimen chavista, se trata de una "fuga para adelante" frente a su propia crisis (inflación, desabastecimiento, crisis energética y devaluación crecientes): la V Internacional está prefigurada por el partido que ha formado en Venezuela, el PSUV, es manejado en los hechos por los funcionarios del Estado y cuyo programa apuntala un régimen social y estatal inconfundiblemente burgués y capitalista en su contenido. En el proceso chavista, la característica principal es la regimentación de las organizaciones obreras por parte de una burocracia pequeño burguesa y militar corrompida, según lo denuncia el 90% de los propios chavistas. Las masas no se encuentran en el poder en Venezuela, sino una burocracia de origen pequeño burgués y, fundamentalmente, las fuerzas armadas. El capital estatal se encuentra entrelazado al capital extranjero en la industria petrolera y, de un modo general, en la creciente deuda pública y externa, en tanto que las nacionalizaciones no entrañaron una expropiación del capital sino un intercambio entre activos productivos o bancarios por generosas indemnizaciones de fuente pública. Muchos de los burócratas del gobierno de Chávez ayer eran adecos y copeyanos, otros eran de izquierda, pero abandonaron sus principios para sumarse a la comparsa de empresarios, ganaderos, empresas mixtas y multinacionales, que el gobierno chavista llama "socialismo del siglo XXI".


 


En estos términos, una V Internacional para este “socialismo del siglo XXI” supone una regresión respecto de las cuatro internacionales previas, no exclusivamente sobre la IV o III; es, incluso, un contrasentido histórico. No hace falta decir que no tiene nada que ver con la I Internacional, que abogaba por la acción colectiva del proletariado para que la emancipación de los trabajadores fuese obra de los trabajadores mismos. Chávez, pero más que nada sus seguidores "marxistas", confunden interesadamente la centralización revolucionaria que desarrolla un partido de clase con la que ejerce un caudillo bonapartista. El bonapartismo busca siempre un apoyo en las masas, pero lo hace mediante la regimentación y es un opositor violento a su acción libre y auto-emancipadora. La V Internacional, eso se pretende, daría un apoyo y una sanción internacional favorable a esa política, incluso proveniente de la "izquierda marxista". Ésta, a su vez, busca en la "V Internacional", el salvavidas necesario frente al fracaso de sus últimas aventuras políticas, en especial en Europa, con el retroceso electoral del NPA francés y la debacle de la "izquierda comunista" italiana. Se trata de una política en crisis, frente a la crisis de los regímenes nacionalistas latinoamericanos, y la de los agrupamientos internacionales movimientistas y anti-partido, en especial el FSM.


 


Frente a la V Internacional bonapartista, reivindicamos el programa de la IV Internacional, cuya vigencia ha crecido en muchos aspectos, en lugar de disminuir, en especial por la confirmación de su pronóstico sobre la restauración capitalista que la burocracia incubaba en el país del "socialismo real". Esta discusión y las conclusiones que se vayan desprendiendo de ella en términos de acción, son el punto de partida de la Internacional que podrá aprovechar la bancarrota capitalista en desarrollo. Las críticas a la impotencia de la IV Internacional, especialmente aquellas provenientes de los ex trotskistas, se estrellan contra el hecho de que, en el último medio siglo, todas las alternativas "superadoras" del programa marxista se han hecho añicos, o se han integrado por completo al régimen burgués e imperialista.


 


La principal experiencia (mundial) gubernamental de la izquierda reformista-democratizante está ahora en crisis en la sucesión del gobierno del PT, pese a los altos índices de popularidad de Lula: la elección brasileña irá seguramente a un segundo turno, en que el PT deberá pagar, para vencer, concesiones privatizadoras (en especial en materia energética y petrolera) aún mayores que las ya realizadas en sus ocho años de gobierno. Esa crisis debería llevar al fortalecimiento de la izquierda, pero sucede todo lo contrario. Heloísa Helena (PSOL) ha renunciado a la corrida presidencial para garantizar su elección como senadora en el estado de Alagoas. No se limitó a eso, sino que también declaró su apoyo a la candidatura de Marina Silva (PV), 100% burguesa por su programa y base social, sin contar su función de línea auxiliar de apoyo a Dilma Roussef, candidata del PT, contra la izquierda.


 


Frente a esa crisis, el PSTU lanzó la candidatura de Zé Maria (metalúrgico, ex dirigente de la CUT y actual coordinador del agrupamiento sindical Conlutas) como "pre-candidatura obrera independiente", al mismo tiempo que propuso la reactivación del Frente de Izquierda con el PSOL y el PCB, declarando que su candidata presidencial debería ser… Heloísa Helena, como si ésta pudiera ser la "candidata obrera independiente". La confusión política es la más completa, e incluye todas las variantes de la izquierda brasileña. Desde 2009, frente a la crisis y los despidos, se ha producido en el país un repunte de las luchas obreras, incluso en sectores estratégicos, pero todavía lejos de una ofensiva de clase. Sectores de asalariados, como metalúrgicos, bancarios, petroleros (éstos, por primera vez en huelga en 14 años, después de la derrota de 1995), obreros de la construcción, correos, cruzaron los brazos y ganaron las calles en defensa de sus salarios y reivindicaciones. Los agrupamientos Conlutas e Intersindical -independientes de la CUT y de las demás centrales sindicales, burocratizadas y progubernamentales- han sido los más activos en esas luchas y convocaron a un Congreso Nacional de la Clase Trabajadora (Conclat) para crear una central sindical y popular clasista. La dependencia de la izquierda brasileña de los contubernios políticos burgueses y afines cuestiona, sin embargo, la independencia de clase de los reagrupamientos obreros independientes, a lo que debemos oponer la lucha por la independencia clasista en todos los terrenos de lucha.


 


La proximidad diplomática de Cuba (de la dirección castrista) con los regímenes lulista y chavista, ha servido a éstos para cubrirse con un manto ideológico "socialista" para justificar políticas capitalistas, y al castrismo para justificar su política crecientemente restauracionista como una búsqueda del fin de su aislamiento latinoamericano e internacional. El fin del bloqueo a Cuba (reivindicado inclusive por sectores del imperialismo norteamericano, para abrir un nuevo "frente de negocios" frente a la crisis económica) y la "apertura económica" han salido del centro de escenario, substituidos por la creciente crisis política del gobierno de los Castro, en la que hay que encuadrar las huelgas de hambre de los disidentes democratizantes y proimperialistas. El destino de la revolución cubana se juega cada vez más en el tablero de la revolución latinoamericana; los Chávez, Ortega, Evo y Lula son una loza contra la revolución cubana: la lucha contra la restauración capitalista exige la restauración de los vínculos y de la unidad militante de los explotados del continente con la clase obrera cubana. Ninguna "internacional de gobiernos" o acuerdos de bambalinas "de la izquierda" resuelve esta cuestión: sólo la Internacional Obrera reconstruida.


 


La CRCI y la lucha por el gobierno obrero


 


La bancarrota capitalista mundial y sus implicancias sociales y políticas plantean, como nunca antes, la necesidad de una Internacional revolucionaria del proletariado y todos los oprimidos para derrocar al capitalismo y reorganizar la sociedad sobre bases socialistas a escala mundial. Desde el encuentro inicial en 1997 en Génova, la CRCI batalló por un reagrupamiento político de fuerzas bajo la forma de refundar la IV Internacional sobre la base de la clarificación política. La CRCI no fue fundada como una nueva secta o fracción trotskista internacional, sino como una organización que reúne a organizaciones de combate de la vanguardia de los trabajadores. Se trata de profundizar el paso dado en el congreso fundacional de la CRCI realizado en Buenos Aires en 2004, que dotó a nuestro movimiento de un programa y un estatuto. Sin un programa y sin una organización es imposible poner fin a la dominación y la explotación sociales.


 


La situación convulsiva existente a nivel mundial ha acentuado el conservadurismo en las burocracias sindicales y las organizaciones políticas de izquierda que intervienen en el escenario mundial. La eventualidad de giros a la izquierda de los aparatos son fenómenos excepcionales y cuando ocurren son, en general, maniobras. La crisis mundial ha acentuado el conservadurismo de las viejas organizaciones trotskistas y de la izquierda, y ha consolidado su regresión programática, convirtiéndolas en completamente democratizantes. Su electoralismo tardío se ha acentuado como consecuencia de la capacidad de la burguesía para embretar la crisis dentro de los viejos marcos democráticos. Aún hoy, cuando la bancarrota estalla en el centro de los Estados más poderosos, no se observa una renovación política en el campo de la clase obrera o la izquierda, sino más bien un fabuloso retroceso político producido por décadas de empirismo y retrocesos. La reversión de esta etapa política no depende de maniobras de aparato, sino del pasaje de una etapa de resistencia a una etapa de ofensiva en el proletariado de los principales países, así como de una acentuación de la lucha antiimperialista en los países dominados.


 


Los intentos de reagrupamiento de las facciones que pretenden estar a la "izquierda" del SU y de otros grupos trotskistas, que aspiran a crear una organización que tenga una "masa crítica" suficiente, no tienen futuro debido a su método oportunista, o sea sin principios, y su orientación hacia las masas. Planteamos una campaña política internacional de intervención en la crisis mundial, destinada a agrupar fuerzas en torno a la plataforma política revolucionaria e internacionalista.


 


Puesto que el programa es la base para la realización de un trabajo internacional en común (delimitación política, propaganda, agitación, organización), resulta vital la apertura de un gran debate internacional respecto del programa de la CRCI. Para eso, convocamos a una conferencia programática para agosto, que elabore un plan de acción (agitación, propaganda, reclutamiento) de la CRCI.


 


El próximo 70° aniversario de la muerte de León Trotsky debe convertirse en una oportunidad para una gran campaña de difusión de los planteos estratégicos de la IV Internacional, al mismo tiempo que de las nuevas tareas revolucionarias planteadas por la actual crisis histórica del capitalismo mundial. La realización de una campaña de mesas redondas, polémicas y actos permitirá colocar el debate con respecto a las grandes confrontaciones sociales actuales en el marco de la lucha histórica por el gobierno de los trabajadores.


 


El llamado a refundar la Cuarta Internacional como la única alternativa de la clase obrera y los explotados, para enfrentar la barbarie generada por un régimen social en descomposición, debe plasmarse en un programa de acción. Planteamos el desconocimiento de todas las deudas externas de los países oprimidos, la expropiación de los bancos sin indemnización y bajo control de los trabajadores, la prohibición de los despidos, la escala móvil de los salarios, la disolución de la Otan y su bases militares, el retiro de las tropas imperialistas; el fin de la ocupación de Irak, Afganistán y Palestina; la unidad socialista de América Latina. Contra la presión capitalista de los grandes bancos, planteamos el retiro de los países dependientes de la Unión Europea y la unidad socialista de Europa.


 

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