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La bancarrota mundial del capitalismo


La bancarrota capitalista mundial es la categoría central del desarrollo histórico presente. La desintegración de la Unión Europea, cuyo desarrollo tiene manifestaciones innegables en el campo monetario, financiero y político, plantea la alternativa de su disolución o, dialécticamente, su conversión en un régimen de protectorados bajo la dirección de una potencia dominante o bajo la asociación desigual de un par de ellas. La primera alternativa desencadenará situaciones revolucionarias y revoluciones sociales; la segunda solamente podrá imponerse en el caso de una derrota histórica del proletariado por parte del capital mundial. 


 


Este recorrido contradictorio de la etapa en curso, implicará crisis políticas e internacionales enormes, y por otro lado una tendencia imparable de luchas y sublevaciones populares. De esta manera queda planteado un contrapunto histórico con la etapa iniciada por la disolución de la Unión Soviética y la restauración (transicional) del capitalismo en China. La coalición de Estados encargada de asumir la dirección del restablecimiento del capitalismo en al menos la mayor parte de la ex URSS, incluido el reparto de sus ex componentes nacionales, se enfrenta ahora a la perspectiva de su propia disolución o, alternativamente, al reconocimiento de la inviabilidad de la igualdad, incluso formal, de una asociación de Estados capitalistas. La utopía reaccionaria del "ultraimperialismo", que bajo la inspiración teórica del revisionista Karl Kautsky (postulaba la posibilidad de un mercado mundial indiferenciado bajo la batuta del capital financiero internacional), vuelve a quedar desautorizada por el desarrollo histórico concreto. La bancarrota mundial, en estas condiciones, pone en crisis todo el proceso de restauración capitalista, cuando éste se encuentra muy lejos de haberse consumado. La etapa histórica que abriera la Revolución de Octubre fue la consecuencia de un estallido histórico de las contradicciones entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción capitalistas; vuelve a manifestar su centralidad como consecuencia de la bancarrota capitalista en curso. La humanidad ha reingresado en la transición histórica, que se diera por cerrada, primero con la degeneración de la ex Unión Soviética y luego con su disolución estatal. La historia toma venganza de quienes la sepultaron prematuramente. La agenda política de la clase obrera, con todos sus matices diferenciados por continente y país, está definida por ese marco histórico. La humanidad transita una nueva transición de crisis económicas y políticas internacionales, que convocan a una nueva acción histórica independiente a las masas explotadas. La joya de la corona de la restauración capitalista, China, es el terreno donde se expresa con mayor intensidad la lucha de clases del proletariado; la transición de China al capitalismo ha extendido el campo internacional de las sublevaciones de las masas contra el capital, porque China combina, precisamente, todos los terribles dolores del parto del capital con los aún más terribles de su agonía. China combina también el surgimiento, por un lado, de una clase obrera numerosa y superconcentrada, con memoria histórica; por el otro, de un pasado reciente de guerras civiles y revoluciones. La declinación histórica del capital desenvuelve todas sus potencialidades. La restauración capitalista, después de abrir un breve período de euforia económica del capital mundial, ha arrastrado a China y a la ex URSS al torbellino de la crisis capitalista mundial. La tendencia a la desintegración de la Unión Europea mina las bases de la restauración capitalista en la ex Unión Soviética, y priva a la burocracia restauracionista surgida del stalinismo, de su base histórica de dominación.


 


En los últimos años, se desarrolla en China una resistencia obrera y campesina creciente, primero sorda y desorganizada, ahora visible y cada vez más estructurada (The Economist le consagró una tapa). Las tensiones sociales han expuesto las rencillas y enfrentamientos, por momentos sangrientos, entre las diversas alas (pre-existentes) del régimen totalitario/burocrático, como las recientes purgas en la cúpula del Estado y el PC chino. La burocracia se ha visto obligada, en varias ocasiones, a conceder libertades de organización sindical (y en la ciudad de Wukan libertades políticas parciales), para contener la llamada "explosión social". En Rusia, diversamente, bajo el régimen bonapartista de Putin, se ha producido una seguidilla de protestas populares, que el oficialismo ruso ha comparado con 'las revoluciones rosas', que han gozado del apoyo de la diplomacia y la prensa de las grandes potencias.


 


La tendencia a la desintegración de la UE ocupa un lugar estratégico en la crisis mundial. La constitución "pacífica" de un "superimperialismo" europeo, parecía operar (o sea ilusoriamente) como una suerte de superación de la contradicción entre el desarrollo internacional de las fuerzas productivas y la sobrevivencia de las fronteras nacionales. En realidad rescató a los Estados nacionales de los estragos de la guerra mundial y de las revoluciones que la sucedieron. En primer lugar de Alemania, que a fines de los 80 anexó la parte oriental, que financió con una confiscación generalizada de los Estados capitalistas de Europa. A partir de aquí partió a la colonización económica de Europa oriental y los Balcanes. La desintegración económica en curso es, contradictoriamente, una explosión de la tendencia capitalista a convertir a Europa continental en un sistema de protectorados. La oposición rabiosa de Angela Merkel a financiar el rescate de los bancos rivales de la zona euro, apunta a proteger la extensión semicolonial de Alemania hacia el Este. La imposición de "planes de austeridad" violentos, el surgimiento de tendencias nacionalistas (que recorren todas las tendencias políticas europeas), muestran que la UE es una construcción imperialista. La crisis mundial ha dejado expuestas las enormes rivalidades de este supuesto 'ultraimperialismo', que se desarrollan dentro y fuera de la zona euro, en torno de la más vieja de las disputas -el reparto de los mercados al interior y al exterior de Europa. La cuestión del rescate de la banca ya ha puesto en veredas opuestas al italiano Monti y la alemana Merkel, por el destino de la mayor de las bancas italianas, Unicredit. Lo mismo ocurre con el 'socialista' Hollande, que ve peligrar el capital francés hundido en la banca Dexia y el derrumbe del Crédit Agricole; no hablemos del desplome bancario de España. El inglés Cameron ya se ha lanzado a una separación de Gran Bretaña de la UE, ante la evidencia de que Alemania busca convertir a la zona euro en una rival financiera de la City de Londres.


 


Los planes de 'rescate' no tienen ninguna capacidad de salvar al capital en quiebra; apuntan a una concentración de capitales financieros y al control en menos manos de las deudas públicas de los países asociados. La bancarrota de la banca europea no solamente obedece a su exposición a las deudas hipotecarias y comerciales, y a las deudas públicas; también al endeudamiento al interior del sistema bancario y con la banca norteamericana. La huida del euro (en general la corrida bancaria) destruye el mito de que serviría como parte de un nuevo patrón monetario internacional junto al dólar, y pone al conjunto del sistema capitalista ante la 'madre de todas las bancarrotas', porque es la moneda de reserva valor de ingentes capitales y patrimonios acumulados y la unidad de medida de un monumental sistema de pagos. La defensa del euro es una defensa del capital y expone el gigantesco conflicto que se ha abierto entre los Estados con finanzas en quiebra, por un lado, y la defensa del valor del capital, por el otro. Estalla ante los ojos de quien lo quiera ver ese enorme arsenal de riqueza representado por la mercancía y la explotación de la pura fuerza de trabajo. El otro pilar del capital, el dólar, se encuentra aplastado por una deuda pública federal y estatal de 20 billones de dólares (el 140% del PBI), y por una deuda internacional inconmensurable. Un retiro del financiamiento de China, Japón y Alemania del mercado de deuda norteamericano, convertiría al dólar en un patacón y sería causa suficiente para una guerra mundial.


 


Una de las manifestaciones más importantes de la desintegración de la Unión Europea es la emergencia de los 'gobiernos técnicos', que marcan un principio de disolución del Estado democrático. Esto no solamente ocurre en Italia, donde los partidos principales sostienen a un gobierno no electo, que gobierna por medio de decretos-leyes que el parlamento debe limitarse a refrendar. Hay un principio de disolución de esos partidos, como quedó de manifiesto en el derrumbe del berlusconismo y de la derecha, e incluso del centroizquierda, en Italia, arrasado por una formación improvisada, encabezada por un cómico, en las recientes municipales. El gobierno "técnico" de Monti no es la expresión de una "crisis de representación", como sostiene un grupo de desorientados izquierdistas italianos, sino la manifestación de una descomposición del propio Estado, una crisis de régimen político, un síntoma agudo de que "los de arriba no pueden seguir gobernando como lo venían haciendo" -todo ello una consecuencia de una crisis de conjunto del capitalismo mundial. El caso de Grecia es aún más significativo, si cabe, porque pasó de un gobierno técnico a otro, incluso después de las elecciones, ante la negativa de los partidos de la coalición oficial de ofrecer a sus dirigentes para integrar el gabinete. La recomposición de la llamada 'crisis de representación', por medio del voto a Syriza, ha acentuado y no atenuado la crisis de régimen político en Grecia.


 


La crisis mundial ha desatado el derrumbe de regímenes políticos en cascada, incluso revoluciones, en particular en el norte de África y en Medio Oriente. La confusión política es enorme, al mismo tiempo que los virajes políticos; es necesario distinguir los estallidos populares y las rebeliones, por un lado, de la revolución, por el otro, la cual se caracteriza por un desencadenamiento de las fuerzas elementales de las masas y por una conjunción de todas las rebeliones reprimidas; defender los estallidos y las rebeliones de las masacres de los regímenes existentes no debe llevar a ignorar las fuerzas políticas que pugnan por dominar esos estallidos y rebeliones, en especial por parte de otros regímenes rivales y las potencias imperialistas. León Trotsky dejó en claro estos problemas en sus escritos sobre las dos guerras de los Balcanes, antes de la Primera Guerra Mundial.


 


Por primera vez se desenvuelve en esta crisis la cuestión de la dirección política de las rebeliones populares. En Italia, la izquierda, que en un largo periodo se aglutinó en el partido Refundación Comunista, disgregado en diversas tendencias, ha sido opacada por un movimiento llamado de cinco estrellas, que se destaca por una enorme demagogia contra el 'gobierno técnico' y lo 'ajustes'. De la nada, las encuestas le asignan una intención alta de votos. En contraste con esto, no ocupa ningún lugar en las consignas de los grupos revolucionarios (denominación que usamos en sentido amplio) el planteo de Fuera Monti, por un Gobierno de Trabajadores. Esta ausencia sólo puede entenderse si se parte de que, para esa izquierda, en Italia no se plantea una cuestión de poder; o sea, que se admite la crisis mundial en abstracto o porque los diarios hablan de ella, sin advertir que ya ha llegado a los ganglios del poder político y está provocando una indignación sin precedentes en las masas populares.


 


Para el Partido Obrero la ausencia de una estrategia de poder en la presente crisis, que debe ser propagandizada y agitada en forma sistemática, invalida de cualquier perspectiva al trabajo cotidiano, que de este modo ha perdido su rumbo político. La otra gran ausencia, que es generalizada en toda Europa, es la denuncia de la Unión Europea como bloque imperialista y el reclamo de su ruptura, para oponer, no el restablecimiento de los Estados nacionales en sus modalidades anteriores (lo cual además es imposible), sino la formación de los Estados Unidos Socialistas de Europa. La amplia mayoría de la izquierda europea se opone a la reivindicación de romper con la Unión Europea, porque ello supondría un ángulo nacional, que es el que adopta la derecha política en Europa. Esta posición contraria a la ruptura de la UE descuenta a la UE como el equivalente a un Estado nacional, cuando a todas luces la lucha de clases en Europa sigue siendo en su forma una lucha nacional y no supra nacional, y esta lucha nacional contra el ajuste de la UE y contra el pago de la deuda pública a los bancos de la UE, significa políticamente la ruptura de la UE -no en nombre de la soberanía nacional (como estúpidamente reclama la corriente lambertista) sino de la unificación histórica real de Europa, que sólo puede producirse sobre bases socialistas.


 


En todos los países de Europa, la izquierda se encuentra dividida entre 'ultraimperialistas', que caracterizan la existencia de la UE como un fenómeno histórico progresivo, y nacionalistas, que reclaman el retorno a una moneda propia y la devaluación de la moneda, 'a la argentina', para 'recuperar soberanía'. ¿Pero es acaso posible la lucha contra el ajuste de la troika imperialista sin plantear la nacionalización sin pago de los bancos y sin plantear, lo que emerge de inmediato, la ruptura con la UE de los monopolios bancarios -y desarrollando la lógica que lleva al gobierno de los trabajadores? La experiencia griega reciente pareciera invalidar nuestra caracterización, toda vez que el viraje electoral de masas hacia Syriza comportó un rechazo popular a la ruptura con la UE. Pero las cosas no son tan simples: los trabajadores griegos odian a la UE y al imperialismo germano (también al británico); lo que no quieren es pagar los costos brutales de un retorno a una dracma ultra devaluada. El Partido Obrero comparte este sentimiento popular y rechaza la salida devaluacionista como hemos rechazado la pesificación de Duhalde. En oposición a la miseria de los ajustes de la UE y a la miseria de una devaluación monetaria, planteamos la ruptura con la UE y la formación de un gobierno de trabajadores que convoque a una Europa socialista.


 


El XXI Congreso del Partido Obrero observa con la mayor seriedad la verdadera debacle que sufre la izquierda revolucionaria en Europa, en medio de una bancarrota capitalista, movilizaciones populares y huelgas, e incluso virajes electorales hacia coaliciones centristas, reformistas y de coalición de clases. Luego de una gran elección, en 2009, el Nuevo Partido Anticapitalista de Francia fue barrido en los comicios recientes. Esta derrota fue precedida por una crisis interna y la renuncia de su figura más representativa a una candidatura. La crisis, según entendemos, obedeció a una división entre quienes eran partidarios de subirse a un frente de izquierda dominado por el partido Comunista y quienes postulaban continuar por una vía autónoma. Este impasse dejó al desnudo el fracaso de la operación política que llevó al NPA, cuando la LCR se disolvió en favor de un partido amplio y plural que acogiera, a la francesa, las 'sensibilidades diversas'. Francia tuvo su 'ascenso de la izquierda', pero no de la revolucionaria sino de la partidaria de colaborar, 'críticamente', claro, con el gobierno burgués del 'socialista' Hollande. El desarrollo de la izquierda revolucionaria en Francia se ha frustrado por una falta de programa y de partido.


 


La comisión internacional del Congreso recomienda a la futura dirección del PO estudiar con cuidado la experiencia de Egipto, donde hubo una irrupción de izquierda en un marco revolucionario, que se concentró en una figura de la izquierda nasserista, mientras la izquierda revolucionaria se dividía por una divergencia sobre la 'progresividad' del islamismo y, eventualmente, de los Hermanos Musulmanes.


 


La situación griega se encuadra también en este marco, toda vez que se hundió, en los votos, en una marginalidad mayor de la que tenía, en el preciso momento en que se producía un viraje electoral y político enorme hacia Syriza, una coalición de centristas, altermundistas, reformistas y frentepopulistas. Este frente heterogéneo, que ha participado en todas las luchas contra los planes de la UE y el FMI, en las calles y cuerpo a cuerpo, defiende programáticamente la presencia de Grecia en la UE. En el marco de esta enorme limitación política, sin embargo, planteó una consigna movilizadora: por un Gobierno de Izquierda contra la Troika imperialista, o sea un gobierno con el partido Comunista, con la reivindicación de derogar el Memorando del Ajuste. El planteo habría debido traer a la memoria todas las discusiones y conclusiones de la Internacional Comunista, en la década del '20, sobre las diversas formas de gobierno obrero. En una de estas variantes se inscribía el planteo de un gobierno de la izquierda pequeño burguesa radical con el PC stalinista, pero con raíces y composición obrera. La consigna fue presentada en el marco de un viraje de las masas, no de una situación consagrada por la historia pasada. La revolución es, antes que nada, la explosión de las masas, no las combinaciones más o menos radicales entre los partidos. La izquierda revolucionaria, para colmo ella misma dividida entre partidarios y adversarios de la ruptura con la UE, y entre partidarios y adversarios de un gobierno de trabajadores, perdió la oportunidad de apoyar la consigna de un gobierno de izquierda con un contenido revolucionario y de clase definido -un gobierno obrero, un gobierno de trabajadores, para disputar el viraje de las masas a la coalición reformista en el curso de la experiencia política, que está lejos de haber concluido. Sintomáticamente, el partido Comunista rechazó el llamado a un gobierno de izquierda, es decir que no lo vio como un instrumento contrarrevolucionario eficaz en las presentes circunstancias; fue repudiado por su propia base. El Partido Obrero debe estudiar y aprender las lecciones de estas experiencias, que son las primeras escaramuzas de un desarrollo revolucionario, en pañales, es cierto, pero cuyos gemidos se distinguen entre el barullo y la cacofonía de la prensa corriente y los poderes establecidos.


 


La pretensión inicial de que los países de América Latina podían no verse afectados por la crisis internacional se ha demostrado ilusoria. Es cierto que las crisis mundiales presentan una oportunidad para los países de desarrollo rezagado, pero para ello es necesaria una política independiente respecto de la burguesía nacional, que opera bajo la presión de la crisis por su dependencia del capital internacional. Incluso ahora se han levantado voces oficiales que advierten acerca de la necesidad y oportunidad de emprender una gran "integración latinoamericana", como respuesta a la crisis en una escala histórica. Pero son frases en el vacío, porque es ahora, más que nunca, cuando las economías de América Latina dependen de un puñado de materias primas agrícolas y minerales. Es cierto que hoy también la gran demandante de estos productos es China, no Inglaterra, pero China no es ajena a la crisis mundial, ni es tampoco menos incapaz para impulsar un desarrollo nacional autónomo, que la llevaría a una guerra económica y no sólo con el imperialismo. Lejos de una mayor integración, son las guerras comerciales las que caracterizan al Mercosur y dislocan las relaciones en toda la región. Emergen y son el resultado de la crisis capitalista, en la que cada burguesía nacional pretende atenuar sus efectos trasladándoselos a sus competidores. La "unidad de América Latina" se transforma en un discurso para la tribuna, o a lo sumo revela las pretensiones expansionistas de tal o cual burguesía o del imperialismo. Confrontados con la crisis capitalista, los regímenes centroizquierdistas y nacionalistas que emergieron en los últimos años en la región han mostrado su impotencia y su fracaso. Como ocurre en todo el mundo, también en la región la crisis capitalista socava los regímenes políticos conmovidos por crisis fiscales.


 


El golpe en Paraguay debe ser entendido en este contexto. Paraguay es un país esquilmado por Brasil y Argentina, que se llevan la electricidad producida por las grandes centrales hidroeléctricas compartidas (Itaipú y Yaciretá) a un precio bajísimo. Los proyectos por obtener un precio más ventajoso fracasaron. Ahora ha entrado en la disputa una minera internacional, que necesitaría una gran provisión de electricidad; esto trastoca la ecuación eléctrica del Mercosur, en momentos en que Argentina padece una crisis energética enorme. Paraguay es un país donde el 2% de los propietarios (muchos de ellos brasileños) acapara el 80% de las tierras en pleno boom sojero. Las promesas de Lugo de mejorar la situación de los campesinos quedaron totalmente incumplidas, y cuando los campesinos hambrientos de tierra salieron a ocuparlas les contestó con represión y con concesiones a la derecha. La capitulación de Lugo llamando a las masas a no movilizarse frente al golpe se complementó con la completa impotencia del Mercosur y la Unasur, que se limitaron a una condena formal hasta las elecciones de abril próximo. Esto mientras Estados Unidos está negociando la instalación de una base militar en el Chaco paraguayo (como lo está haciendo en el Chaco argentino). Como se puede apreciar, las tendencias que agrietan al Mercosur y a la Unasur no se limitan a una "guerra comercial". No es casual que Canadá (de donde provienen los capitales mineros del proyecto de aluminio) y Alemania hayan sido los primeros países en reconocer el nuevo gobierno paraguayo de Franco, y que el embajador estadounidense lo visitara poco antes del golpe.


 


Paraguay es un país clave, pues concentra las contradicciones explosivas de toda la región. Rechazamos el golpe de estado y defendemos la autonomía nacional de Paraguay frente a Brasil, la Argentina y el imperialismo. Lo ocurrido ha dejado al desnudo la impotencia y la complicidad de las burguesías latinoamericanas frente al golpe y la penetración imperialista; su confabulación, con Lugo a la cabeza, para evitar la movilización de las masas, deja planteadas claramente las tareas de la izquierda revolucionaria no sólo en Paraguay sino en toda América Latina, en primer lugar la movilización de las masas, especialmente el movimiento campesino, en forma independiente de la burguesía. La unidad de América Latina sólo podrá ser el resultado del derrocamiento de la burguesía y será entonces la unidad socialista de América Latina.


 


En seis años de desarrollo de la presente crisis no ha habido ninguna iniciativa internacionalista de la izquierda revolucionaria mundial y de la izquierda en general. Una de las bases teóricas de esta inacción es la propia caracterización de la crisis, que fue reducida a una ambulancia cíclica y desconocida el marco de la acentuada declinación histórica del capitalismo. La consigna "el ciclo de la Revolución de Octubre ha concluido", tuvo que obnubilar necesariamente la comprensión de la crisis mundial, pues ella es el germen inagotable de nuevas y renovadas Revoluciones de Octubre. Lo mismo puede decirse de la caracterización abierta o sobreentendida del "ultraimperialismo", que fue acuñado con la etiqueta de Imperio. A pesar de los enormes virajes políticos de las masas ocurridos en el último tiempo -las huelgas y levantamientos en Asia, la primavera árabe, las huelgas contra el ajuste en Europa o el mismo ascenso de Syriza-, la izquierda que se declara revolucionaria no logró en general ampliar su campo de influencia y, en muchos casos, hasta retrocedió a su minina expresión.


A pesar de su anticipada caracterización de la presente crisis y de la comprensión de la actual época histórica, la propia Coordinadora por la Refundación de la Cuarta Internacional (CRCI) ha caído en la inacción. Una tendencia revolucionaria internacional que no actúa en la arena internacional se convierte en un círculo de discusión, que cuando se prolonga en el tiempo deviene en parasitario. Debemos estudiar las raíces de esta parálisis, cuya explicación se encuentra en el balance que hemos hecho, más arriba, de la reciente experiencia europea. Nuestro partido, el Partido Obrero, ha impulsado desde 2008 la convocatoria de una conferencia internacionalista en Europa, sin mayor suceso, y lo hemos repetido en diciembre último, en un debate con las organizaciones que integramos el Frente de Izquierda y los Trabajadores de Argentina.


 


La mayoría de las organizaciones que se reclaman de la IV Internacional o herederas de su legado han mostrado un profundo conservadurismo, sea bajo formas sectarias u oportunistas. El anti-catastrofismo es opuesto al marxismo y desarma a los revolucionarios frente al derrumbe social en curso. Estamos frente a una tentativa de reconstrucción catastrófica de la sociedad capitalista, o sea ante un reguero de miseria social, super-explotación y guerra. Sin una teoría revolucionaria -la tendencia del capital a su autodisolución-, no hay posibilidad de una intervención revolucionaria. La alternativa Socialismo o Barbarie solamente deja de ser un slogan cuando está ligada a la tendencia del capital a su propia negación, y a crear sobre esa base situaciones revolucionarias.


 


La impasse en la que se encuentra la CRCI es el resultado de una incapacidad para impulsar iniciativas políticas internacionales, en especial en Europa. Durante un largo tiempo nuestro partido se esforzó por superar esta situación con la publicación del El Obrero Internacional y más de 30 boletines internos internacionales, así como con intervenciones colectivas durante la crisis revolucionaria en Bolivia, desde octubre de 2003 hasta la instalación y aprobación de una Constitución de fachada indigenista y de contenido capitalista y oligárquico. En abril de 2004 organizamos en Buenos Aires un Congreso Internacional. La comisión internacional del XXI Congreso del PO, con la presencia de delegados del PT de Uruguay y de Tribuna Classista de Brasil, propone realizar una conferencia latinoamericana en Brasil, en el curso de 2012. Reitera a las organizaciones de la CRCI de Europa el planteo de que propongan una campaña por una conferencia internacionalista en Europa, bajo el lema abajo los Rajoy, los Monti, los Samaras, Merkel y compañía; abajo la Unión Europea, por los Estados Unidos Socialistas de Europa, que la crisis la paguen los capitalistas, por gobiernos de trabajadores. En la reciente reunión del SI de la CRCI, en Atenas, fue incumplido el compromiso previo de las organizaciones europeas de afrontar un plan de acción en Europa, incluida la realización de una conferencia internacional; el SI votó el apoyo a una conferencia sobre Medio Oriente, Chipre y Kurdistán, que impulsan los compañeros del EEK y de la organización turca.


 


El partido de combate, que reivindicamos para el Partido Obrero, debe aplicarse por entero a la CRCI; no un círculo de discutidores que rumian, obligadamente, sobre los mismos temas.


 


La crisis política mundial no es la suma de las crisis nacionales, que podrían resolverse en cómodas cuotas, mediante un lento y pacífico proceso de soluciones sectoriales. Con todas sus diferencias y especificidades, ella expresa la crisis capitalista mundial, una crisis sistémica, social, política. La salida a la crisis de la humanidad depende del síndico que preside la quiebra del capitalismo. Si el síndico de la quiebra son los gobiernos del capital, el desenlace lo pagarán los trabajadores, mientras los explotadores se arrancarán los ojos por los despojos, por medio de agresiones políticas y de guerras. El síndico de la quiebra tiene que ser los trabajadores, en cuyo caso se procederá a la confiscación de los grandes acreedores y de los accionistas, y los trabajadores ganarán en trabajo libre y bienestar. La puesta en marcha de la quiebra capitalista ya desató una cadena de explosión de contradicciones y crisis nacionales, crisis sociales y políticas.


 


A cinco años de iniciada la bancarrota capitalista mundial, el desafío de desarrollar una estrategia de poder independiente de las masas frente al derrumbe capitalista está más vigente que nunca. La crisis mundial tiende a poner en la agenda política la construcción de un partido revolucionario internacional; o sea, la lucha por la refundación inmediata de la IV Internacional.

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