La crisis del capital es, como toda crisis, una transición, una etapa de la tendencia al colapso de las relaciones sociales capitalistas, el punto alto de la contradicción entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción, premisa histórica de la revolución social. La presión que sufre el Estado para nacionalizar (con indemnización) gran parte de la banca y la industria politiza la bancarrota capitalista, que se transforma en cuestión de poder para todas las clases sociales, incluida la burguesía. El rescate estatal, recurso inevitable del capital, amenaza, contradictoriamente, con la bancarrota del propio Estado y del Banco Central, bajo la forma de una inflación galopante; es decir, la crisis monetaria, la pérdida de control sobre la moneda. Después de su inicio en los Estados Unidos en 2007, la siguiente manifestación de la tendencia al colapso del capital mundial, la crisis de la zona euro a partir del derrumbe fiscal de Grecia, inició el período de las "crisis soberanas ", poniendo en tela de juicio a todo el sistema bancario, propietario de la deuda pública. El aspecto estratégico (histórico) de la presente bancarrota capitalista es que se desarrolla en la época de decadencia histórica del capitalismo.
El camino de la crisis actual fue pavimentado por una serie de crisis financieras: la crisis de la deuda externa de los países latinoamericanos (1982), que se prolongó por una década; la crisis del sistema de ahorro y préstamos (savings and loans) de los Estados Unidos, en 1985, durante el gobierno de Reagan, que costó 500 mil millones de dólares; la quiebra de la Bolsa de Nueva York (1987); la explosión de la burbuja accionaria e inmobiliaria en el Japón (1990), que hizo desaparecer 3,2 billones de dólares de la circulación económica internacional (5% del PBI mundial) y fue seguida por más de una década de recesión, estagnación(*) y deflación; la recesión norteamericana de 1990-1991, de ocho meses de duración; la crisis del sistema monetario europeo y el ataque a la libra esterlina (1992); la crisis de México (1994-1995); la crisis asiática (1997); la quiebra del fondo especulativo Long Term Capital Management, LTCM (1998) en los Estados Unidos; la crisis rusa (1998); la devaluación del real en el Brasil (1999); la crisis de Turquía (2001); la crisis de Argentina (2001-2002); el pinchazo de la burbuja accionaria del Nasdaq (la Bolsa de Valores de las empresas de "nuevas tecnologías") y la recesión en los Estados Unidos (2000-2001).
Hubo una recuperación limitada de la tasa de lucro en la década de 1990, a un nivel superior al de los años 1970 y 1980 (aunque por debajo del período de la inmediata posguerra), revelada por las tasas de rendimiento de las empresas y la participación de los lucros en la renta total, el rendimiento de las acciones y los balances de las corporaciones. Partiendo de que el trabajo es la única fuente de valor y de que el lucro se nutre de la plusvalía, la explicación de esa recomposición de la rentabilidad se encuentra en el avance de la flexibilidad laboral, la presión del desempleo y la expansión de la pobreza. Aunque no se consumó un retroceso decisivo en las condiciones de vida de los trabajadores en los países avanzados, la precarización del trabajo redundó en una recomposición del lucro. La etapa siguiente, que se desarrolló principalmente a partir de 2002, consistió en fusionar cierto número de créditos para hacer de ellos una línea de obligaciones negociables. Los títulos "manufacturados" podían ser vendidos en los mercados, en pequeños paquetes, a los diversos inversores institucionales o fondos especulativos. En la proporción en que crecía el apetito por el riesgo, los rendimientos caían. Los inversores corrían hacia los mercados donde las diferencias aún eran atractivas, fomentando el llamado carry trade entre los activos de bajo rendimiento de los países centrales y el rendimiento más elevado de los países periféricos. La riqueza "de papel" pasó a multiplicarse de modo relativamente independiente de la valorización de los activos productivos, las llamadas "variables reales", pero se trata de un proceso en el que todos los actores están envueltos, inclusive la "corporación productiva" que incorporó la meta financiera en sus objetivos.
Los mercados de capitales ejecutaron cada vez más las funciones de intermediación del sistema bancario. Este, a su vez, emigró del terreno de los bancos comerciales, que conceden préstamos a largo plazo a sus clientes y mantienen con ellos una relación duradera, hacia actividades típicas de los bancos de inversiones. Una serie de nuevos productos financieros complejos fueron "derivados" de los tradicionales títulos, acciones, commodities y cambio: así nacieron los "derivados": opciones, futuros y swaps. Hacia 2006, el valor total estimado de los swaps de préstamos, swaps cambiarios y opciones en el mercado había llegado a 286 billones de dólares, aproximadamente seis veces el Producto Mundial Bruto (PMB), en comparación con un valor total de 3,45 billones de dólares en 1990.
La "revolución informática" en la computación y en las comunicaciones permitió la creación de transacciones complejas, especialmente de productos derivados, y la negociación 24 horas por día de enormes volúmenes de activos financieros. Surgieron nuevos "actores", especialmente fondos de hedge y fondos privados de inversión en participaciones: el número de fondos de hedge creció de 610, en 1990, hasta 9.575 en 2007.
Política e ideológicamente, este período estaba dominado por el llamado "fin del socialismo". La restauración capitalista en la ex URSS, China y Europa del este, llamada a abrir una nueva era histórica de acumulación (expansión) de capital, se convertiría sin embargo en un factor poderoso de la crisis mundial, aunque apareciera, en una primera etapa, como su contrario: como la salida para un capital que conquistaba un área de enormes dimensiones para el campo de la explotación capitalista. Ese proceso no se podía comparar con la incorporación de nuevos mercados en el período de ascenso del capitalismo, pues ocurría en la época de su decadencia y sobre la base de la destrucción de conquistas sociales extraordinarias. La colonización económica del ex "bloque socialista", en especial de China, fue vista como el remedio de la tendencia hacia la estagnación económica. El acuerdo comercial de China con los Estados Unidos, en 1999, definió la inserción del país en el mercado mundial. El salario mínimo oficial en los Estados Unidos era de más de 800 dólares, y en China no pasaba de 70.
El gobierno "comunista" chino dio esos pasos bajo la presión de su propia crisis, en consecuencia de la apertura económica registrada desde la década de 1970, propiciada, a su vez, por el empantanamiento de la economía y la sociedad después de dos décadas de construcción del "socialismo en un solo (inmenso) país". El Estado impuso formas de autonomía para los gerentes de empresas seleccionadas, entre 1979 y 1983. En dos décadas de restauración capitalista, sin embargo, todas las tendencias hacia la sobreproducción y valorización especulativa y ficticia del capital se manifestaron en la economía china. Los créditos "podridos" del sistema bancario eran, en 2000, del orden de los 500 mil millones de dólares. Las gigantescas exportaciones chinas no fueron el resultado de una política nacional de elevación de la productividad comandada por modernas empresas. Más de 60% de las exportaciones fueron realizadas por empresas extranjeras.
Las exportaciones chinas alcanzaron un billón de dólares, para un PBI de 1,4 billón de dólares, en el inicio del siglo XXI, transformando al país en la principal plataforma de exportaciones del planeta y, también, en el mayor centro mundial de acumulación de capital, pero con una enorme carga financiera de deudas: la cartera de préstamos irregulares de los bancos chinos se encontraba en el orden del 70%.
Reservas internacionales de los países ricos y países "periféricos" (en miles de millones de dólares
Pese al crecimiento chino y de otros "países emergentes", el proceso desigual de desarrollo científico y tecnológico entre las naciones continuó, y en áreas decisivas se amplió (como lo revela el registro mundial de patentes). Los productos de las empresas norteamericanas o chinas, fabricados a bajos precios en China, inundaron el mercado de los Estados Unidos (se estimó que los baratos productos chinos resultaron en un ahorro anual de mil dólares para cada hogar norteamericano) siendo responsables por 30% del gigantesco déficit comercial del país (700 mil millones de dólares en 2000). Los comentarios económicos se centraron en el espectacular crecimiento de la economía y de las exportaciones chinas, dando poca atención al crecimiento de la polarización y las contradicciones sociales, y a la literal expropiación económica de la población agraria.
El proceso de restauración capitalista en China, con un mercado "libre" de capitales y de fuerza de trabajo, no se completó, pero pasó a sufrir sus males (contradicciones). En China, el Estado controla el sistema financiero nacional por medio de los bancos estatales, y creó una deuda enorme para estimular la economía en la medida en que era golpeada por la crisis mundial, creando ciudades vacías, una infinidad de obras inútiles y una enorme "burbuja inmobiliaria". El control estatal del sistema financiero y de innúmeras empresas no significa la sobrevivencia en China de las bases (deformadas) de una economía socialista, pues el Estado usa esos recursos en favor de la restauración y de la acumulación de capital. Las exportaciones de capital chino hacia todos los continentes y regiones del mundo, por otro lado, no crearon un nuevo centro imperialista (en el sentido capitalista) pues están todavía lejos de igualar el monto global de las inversiones externas en China.
Con un crecimiento económico de dos dígitos anuales, China fue perdiendo paulatinamente, en vastos sectores, en especial los de producción en masa, el "privilegio" de los más bajos salarios del planeta contra otros países también populosos (India, Indonesia, Vietnam, entre otros). El crecimiento de las exportaciones fue seguido de importantes inversiones de capital en el exterior. La penetración del capital mundial en el antiguo "bloque socialista" (o "estatal", en el caso de la India), sin embargo, agudizó la competencia internacional, y de salida para la crisis capitalista mundial se transformó en factor impulsor de ella.
Deflación, especulación y burbuja
La tendencia hacia la deflación empujó a los capitalistas hacia las inversiones especulativas, en todo el mundo. La proporción de activos financieros en relación con la producción mundial anual se elevó de 109%, en 1980, a 316% en 2005. Ese año, el stock mundial de activos financieros totalizó 140 billones de dólares. Ese crecimiento en el movimiento financiero fue particularmente acentuado en la "zona del euro": la relación entre activos financieros y PBI en la región dio un salto de 180%, en 1995, a 303% en 2005. En el mismo período, esa tasa creció de 278 a 359% en el Reino Unido, y de 303 a 405% en los Estados Unidos.
El gobierno norteamericano decidió intervenir con planes de revitalización de la economía, para evitar un efecto dominó que afectaría a las empresas de todo el mundo: adoptó políticas de impulso del mercado interno, con "efecto multiplicador de renta". El sector escogido para la realización de los incentivos fue el inmobiliario, con políticas de reducción de la tasa de interés y de gastos financieros, además de inducir a los intermediarios financieros a incentivar la inversión en el sector mediante garantías del gobierno. Sobre esas bases, la economía mundial retomó el crecimiento a partir de 2002-2003, abriendo un nuevo ciclo periódico de expansión global de la producción de capital y del comercio internacional. La tasa básica de interés de los Estados Unidos bajó a 1% en 2003.
América Latina, que incluye algunos de los llamados "mercados emergentes", conoció un desempeño económico convulsivo en ese período, con caídas y altas abruptas de su PBI, lo que ponía en evidencia a economías con bajo grado de autonomía (financiera, industrial y comercial), altamente dependientes de las inflexiones del mercado mundial. Desde el punto de vista comercial, la dependencia de la región en relación con los Estados Unidos y Europa continuó grande: más del 65% de las exportaciones latinoamericanas dependían de esas dos regiones, seguidas por Asia y la propia América Latina.
La recuperación económica mundial de 2002-2007 atestiguó también una internacionalización sin precedentes del capital financiero. El flujo anual mundial de capitales por las fronteras nacionales creció hasta 11,2 billones de dólares en 2007, más del 20% del PBI mundial. Ese valor era de 1,1 billón de dólares o 5% del PBI global, en 1990. El ciclo de crecimiento económico internacional iniciado en 2002-2003, que benefició también a los "mercados emergentes" (incluso a Brasil, con el boom del agronegocio) se aproximaba en 2006 a un nuevo cuello de botella (anticipado por la crisis de la Bolsa de Tokio y la nueva caída espectacular de las acciones de Yahoo) sin haber resuelto los problemas estructurales que afectaban a la economía mundial.
A pesar de la débil generación de renta en los Estados Unidos, el consumo privado creció en ese país hasta un récord del 72% del PBI en 2007. El crecimiento norteamericano, con bajas tasas de interés y una expansión artificial del mercado inmobiliario, enfrentaba ahora la perspectiva de explosión de la burbuja inmobiliaria (que ya había llevado a la economía japonesa al umbral del colapso). El crédito inmobiliario fue, durante décadas, la red principal que protegió la economía de los Estados Unidos en las grandes crisis. El principal mecanismo de transmisión de la caída de las tasas de interés fue el crédito inmobiliario, que sustentó la economía, evitando que la sobreacumulación en el sector tecnológico se transformara en una recesión aguda o incluso en una depresión. A partir de 2006, sin embargo, hubo una reducción del número de residencias negociadas.
Los clientes que financiaban casas por ese sistema fueron entrando masivamente en mora, generando desconfianza en las bolsas, maximizada por los movimientos especulativos; los títulos "derivados" no podían ser nuevamente negociados, lo que desencadenó un "efecto dominó" y generó daños sin precedentes en el sistema bancario internacional. Con miedo de una retracción económica en los Estados Unidos, sumado a las sospechas de títulos "contaminados", muchos inversores vendieron sus acciones; las cotizaciones bursátiles cayeron. La separación entre producción y circulación de mercancías proporcionada por el crédito permite el desenvolvimiento del mercado financiero, o la negociación de papeles que, aunque creados con base en la producción "real", evolucionan sin relación directa con los valores que les dieron origen, una valorización ficticia, especulativa. Los bancos acreedores, para garantizar sus hipotecas, pasaron el riesgo de las operaciones a las empresas de seguros, representadas principalmente por la AIG (American International Group).
La caída de los precios de los inmuebles, a partir de 2006, arrastró a varios bancos a una situación de insolvencia, repercutiendo fuertemente sobre las bolsas de valores de todo el mundo. Como los préstamos subprime eran difícilmente liquidables, no generaban flujo de caja para los bancos que los concedían. Esos bancos habían creado una estrategia de "securitización" de esos créditos. Para diluir el riesgo de esas operaciones dudosas los bancos norteamericanos acreedores las juntaron y transformaron en "derivados" negociables en el mercado financiero internacional, cuyo valor era cinco o más veces superior al de las deudas originales. Así se crearon títulos negociables cuya base eran esos créditos "podridos". Fue la venta y compra en enormes cantidades de esos títulos, basados en hipotecas subprime, la que provocó el arrastre de la crisis hacia todo el mundo.
Según The Economist la burbuja inmobiliaria mundial, entre 2000 y 2005, fue la más grande de todos los tiempos, superando inclusive la de 1929. La revista inglesa concluyó que "la moderación de la recesión de 2001", cuando el país "recibió la mayor inyección monetaria y fiscal de su historia, simplemente sustituyó una burbuja [de acciones] por otra [inmobiliaria]". La "crisis inmobiliaria" norteamericana que se inició en 2007 no sorprendió, lo que sorprendió fue la extensión con la que penetró los sistemas financieros nacionales y las "innovaciones financieras" globales. Las financieras se quedaron con las casas -con su valor reducido- y sin el dinero; o sea, sin recursos para honrar los títulos que habían emitido. Eso acabó por provocar la quiebra de las financieras y, en consecuencia, también de instituciones mayores. Las empresas resolvieron ir al mercado a vender acciones para hacer caja. La crisis se hizo general, en mayor grado para las economías que más se habían acoplado a esa lógica, en primer lugar los Estados Unidos. En los nueve primeros meses de 2008, los principales índices de las Bolsas perdieron más del 25%.
Entre agosto y setiembre de 2008, la crisis llegó al paroxismo con la estatización de los gigantes del mercado de préstamos personales e hipotecas de los Estados Unidos -la Federal National Mortgage Association (FNMA), conocida como "Fannie Mae", y la Federal Home Loan Mortgage Corporation (FHLMC), "Freddie Mac"- que estaban quebradas (las hipotecas en su poder valían menos que las deudas acumuladas para financiarlas). En setiembre, la quiebra del banco de inversiones Lehman Brothers, uno de los más antiguos de los Estados Unidos (160 años) amenazó producir el colapso de la economía mundial. La gigantesca operación de rescate del sistema bancario que siguió a esa quiebra desembocó en una crisis fiscal sin precedentes y en una situación de cesación de pagos inminente de numerosos estados.
Quedaron así al desnudo las limitaciones insalvables de la intervención del Estado para rescatar a la economía mundial de la bancarrota y para recomponer las mismas bases que produjeron su estallido. La gigantesca emisión de moneda por parte de los bancos centrales, para socorrer al sistema financiero, sirvió para financiar un nuevo proceso especulativo. Con tasas de interés cercanas a cero, los fondos financieros se volcaron a las Bolsas y al mercado de títulos públicos, para inflar sus balances deteriorados con ganancias especulativas. El sistema fiscal fue forzado a incurrir en un nuevo endeudamiento para absorber los fondos generados por los rescates. Los estímulos del Estado para neutralizar la recesión fueron financiados por medio de ese mecanismo especulativo. La deuda pública de Estados Unidos pasó del 40 al 100% del PBI y, en España, del 30 al 80%. En lugar de limpiar de sus balances los "activos tóxicos" (incobrables), en especial los créditos hipotecarios en un mercado en caída libre, los bancos incorporaron nuevos activos de esas características: los títulos públicos. La insolvencia fiscal fue un producto de ese financiamiento parasitario, no lo contrario; o sea, que ese financiamiento fuera una operación de rescate de Estados insolventes.
Las obligaciones de los bancos de inversiones en compras apalancadas se transformaron en pasivos. Los hedge funds, creados para ser supuestamente neutros en relación con los mercados, tuvieron que ser rescatados. El mercado de commercial papers se paralizó, y los instrumentos creados por los bancos para sacar las hipotecas de sus balances no consiguieron encontrar fuentes externas de financiamiento (funding). El golpe final vino cuando el mercado de préstamos interbancario, que es el núcleo del sistema financiero, paró. Los bancos centrales de todos los países "desarrollados" inyectaron en el sistema financiero mundial un volumen de recursos inédito, y extendieron créditos a papeles financieros e instituciones nunca socorridas anteriormente. El sistema bancario internacional comenzó a sentir los estertores de su propio fin. Los bancos de inversiones fueron las primeras víctimas de la crisis, ya que su principal mercancía -los títulos negociables- se habían transformado en polvo. Se había desmoronado un castillo de cartas construido a partir del presupuesto de que títulos de crédito basados en financiamientos sin garantía, excepto su propia existencia, serían capaces de salvaguardar al mundo de la crisis.
Por eso la importancia de salvar a la principal empresa aseguradora del mundo. Para los analistas de negocios, un fracaso en la operación para rescatar a la AIG sería dos veces peor que la quiebra de Lehman Brothers. La AIG consiguió rápidamente la protección necesaria para evitar la quiebra: la Federal Reserve anunció un préstamo de 85 mil millones de dólares para la AIG. El gobierno norteamericano pasó a tener 79,9% de participación en el control accionario del grupo, y la gerencia de sus negocios, estatizándolo, aunque en teoría temporariamente. Después fue necesario un segundo paquete de ayuda financiera gubernamental por un valor de 37,8 mil millones de dólares. La crisis apuntaba hacia la estatización temporal del sistema bancario, especialmente en los Estados Unidos y en Inglaterra.
Los choques entre el Estado, los intereses de los grupos capitalistas y las masas trabajadoras y desempleadas, alimentaron la inestabilidad y las crisis políticas. El gobierno norteamericano emitió grandes cantidades de moneda para combatir los efectos de la crisis, pero el exceso de dólares redujo su valor en relación con las otras monedas. El dólar desvalorizado perjudicó las exportaciones de los socios comerciales de los Estados Unidos, tornando sus productos más caros en el mercado internacional. Al mismo tiempo, hizo a las importaciones de estos países más baratas, debilitando sus industrias, que perdieron mercado tanto local como de exportación. La "guerra cambiaria" es la metáfora de una guerra real.
Después de considerarse "superada", la crisis del crédito privado (bancos) se transformó en crisis del crédito público (Estado). La crisis, que comenzó en el mercado inmobiliario y derribó bancos, sepultó a los Tesoros bajo montañas de deudas, sin condiciones de colocar en marcha programas anticíclicos. El desdoblamiento de la crisis financiera y económica internacional de 2008-2009 fue la insolvencia de los Estados de las naciones desarrolladas. En 2011, por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, la deuda pública superó en promedio el 100% del PBI en los países avanzados, llegando a 88% en Europa, 103% en los Estados Unidos y 230% en el Japón. Aunque las crisis de las deudas soberanas convirtieron a Europa en el centro aparente de la crisis mundial, ese centro siguió localizado en los Estados Unidos. Su endeudamiento, nacional e internacional, público y privado, es creciente e insuperable.
La crisis no era un episodio cíclico ni un disturbio coyuntural, que afectaba sólo al sector financiero, sino una crisis de toda la economía capitalista, dominada por la super-expansión del capital financiero, que durante décadas invadió, interligó y controló todos los aspectos de la vida económica del mundo. Se manifestó, primero, en la esfera financiera y llevó al sistema bancario internacional a la crisis en 2007/2008, creando una "Gran Recesión" y precipitando al abismo a grandes compañías como la General Motors, Ford, General Electric y otras de los Estados Unidos, Europa y Asia. Solamente las intervenciones estatales sin precedentes, rescates y paquetes evitaron que la "Gran Recesión" se convirtiera en una gran depresión.
Los ojos y corazones del capital mundial se desviaron hacia el consumo chino, visto como el gran salvavidas. La "nueva clase media china" con capacidad de pago, de dimensión superestimada, no tiene, sin embargo, fundamento sólido, pues está asociada al aumento especulativo de edificios residenciales y de oficinas en gran parte vacíos, estadios y otras inversiones ruinosas, orquestados por cuadros partidarios corruptos. Su consumo de lujo es financiado a crédito o con rendimientos irregulares. La desaceleración china coincidió con la de los otros "emergentes" (India y Brasil en especial) diseñando un panorama de ampliación de la recesión mundial. Simultáneamente, en los Estados Unidos, el mayor banco del país, JP Morgan, anunció pérdidas equivalentes a 4,4 mil millones de dólares en julio de 2012: de motor del crecimiento mundial, la Chinamérica se fue transformando en su agujero negro.
El viejo continente: miseria y sobreproducción
A partir de 2010, Europa pasó a ocupar el centro de la crisis mundial. Con países como Portugal, Italia, Irlanda, Grecia y España con un grado impagable de endeudamiento, la crisis europea puso en cuestión los fundamentos de la Unión Europea. El colapso europeo de 2011 evidenció que las instituciones construidas a lo largo de más de medio siglo no consiguieron resolver la cuestión de la desigualdad económica entre los países componentes (agravada con la adhesión de los países bálticos y del este europeo) ni crear un sistema supranacional capaz de enfrentar de forma unificada crisis nacionales, regionales, qué decir mundiales. Los Estados de Europa reaccionaron frente a la crisis sobre líneas nacionales, no continentales. Se hizo evidente la ausencia, en la UE, de un órgano equivalente a la Reserva Federal norteamericana, capaz de imponer un plan en todo el ámbito de la eurozona. La UE no es un "súper Estado": tiene una moneda común entre 15 de sus 27 miembros, pero carece de un sistema de impuestos o un presupuesto único.
No sólo la deuda griega era insostenible y en constante crecimiento; también Portugal e Irlanda siguieron los pasos de Grecia con "acuerdos financieros" con la troika (BCE, UE, FMI). Italia y España, la tercera y cuarta economías de la "eurozona", se desmoronaron bajo montañas de deudas. Después de mucho vacilar, el Banco Central Europeo finalmente admitió recomprar títulos de Italia y España, cuyas deudas estaban amenazadas por el colapso, un colapso que llevaría a la ruina a todo el sistema bancario de Europa, tenedor de los títulos públicos de esos países. Francia, que pertenece al núcleo duro de la Unión Europea, perdió su calificación de crédito AAA, mientras que el conjunto de la Unión Europea, comenzando por su motor, Alemania, comenzó a hundirse en la recesión.
Europa pasó a enfrentar un doble efecto: por un lado el potente freno de la austeridad y, por el otro, el pseudomotor de la liquidez en aumento debida a las operaciones de rescate del BCE. La receta de la austeridad se puso en el orden del día en toda Europa. En los planes de ayuda a Grecia, Irlanda y Portugal, que solicitaron préstamos para "sanear" sus economías, la ayuda financiera vino condicionada a la adopción de medidas de austeridad fiscal, incluyendo cortes generalizados de gastos públicos que hundieron a los países en la recesión económica, el aumento del desempleo y de la pobreza, el principio clásico de la deflación, en un marco, sin embargo, de devaluación de las monedas (como lo prueba el aumento de la cotización del oro), o sea de inflación. Las dos décadas de crisis de Japón demostraron que la emisión monetaria (la deuda pública japonesa llegó al 250% de su PBI) no impide la deflación, que agrava la crisis porque revaloriza las deudas y los créditos; o sea, aumenta la insolvencia.
La devaluación del euro en 2010 inauguró una nueva fase de la guerra monetaria que viene desde el derrumbe del dólar en la década de 1970 y el colapso del acuerdo de Bretton Woods de 1945. En el centro de la crisis monetaria se encuentra el dólar, debido a las enormes necesidades de financiamiento fiscal de Estados Unidos. El dólar fue respaldado por una continua acumulación de reservas en dólares por parte del resto de las naciones. China quiere convertir sus reservas en activos de capital en el resto del mundo, en especial Estados Unidos, y éstos pelean por un acceso en escala mayor en el mercado chino. China, como todos los países con reservas internacionales elevadas, exporta capital-dinero e importa capital en forma productiva. Las enormes reservas de dólares en China constituyen una garantía oficial de ese país para esas inversiones extranjeras, o sea que las reservas en dólares de Beijing financian las inversiones norteamericanas en ese país. Se trata de una relación de dependencia, que la bancarrota capitalista (que incluye una guerra monetaria por la revaluación de la moneda china) sólo ha puesto en evidencia. La lucha por la restructuración del mercado mundial es un aspecto decisivo de la crisis, y una semilla de nuevas guerras mundiales.
Con la compra de la deuda pública en poder de los bancos por parte del BCE, los países de la zona euro comprometieron 900 mil millones de euros para evitar el default. De este modo, un conjunto de Estados en situación potencial de default pretende rescatar a otros que se encuentran en un estado más apremiante. La contradicción que encierra este operativo se demuestra en que no se trata de un aporte efectivo a un fondo de rescate, sino de una declaración de garantía para el caso de que tenga lugar una cesación de pagos. Todos los Estados se siguen endeudando a tasas de interés cada vez mayores, financiados por la emisión de dinero de los bancos centrales. La bancarrota bancaria se sumó a la bancarrota fiscal. En lugar de eliminarla o reducirla, la pirámide especulativa del endeudamiento de bancos y Estados creció.
La intervención estatal, en lugar de neutralizar o contrarrestar la bancarrota capitalista, le dio un nuevo impulso. Esa intervención fue saludada por la izquierda burguesa como una reacción al régimen neoliberal o como una negación estatal del mercado. El Estado, al revés, no intervino contra el mercado sino en su socorro; no como un poder exterior al capital sino como un engranaje de la acumulación capitalista. En lugar de forzar al capital a aceptar la reducción de sus activos valorizados en forma ficticia, aplica esa reducción a los explotados para rescatar al capital ficticiamente inflado por la especulación. En lugar de liquidar el capital excedente y reordenar las proporciones entre el capital acumulado, de un lado, y la capacidad adquisitiva del otro, ha incrementado la desproporción entre uno y otro, mediante el estímulo a nuevas inversiones.
La tendencia hacia la desintegración de la UE ocupa un lugar estratégico en la crisis mundial, pues la UE parecía operar como una superación de la contradicción entre el desarrollo internacional de las fuerzas productivas y la sobrevivencia de las fronteras nacionales, cuando en realidad rescató a los Estados nacionales de la descomposición causada por la guerra mundial y las revoluciones subsecuentes. La enorme acumulación de capital, real y ficticio, propiciada por la formación de la zona del euro -ligada de forma íntima a la separación de Europa oriental y los Balcanes de la Unión Soviética- llegó a la su estación terminal. La suma de los títulos del sector financiero en Alemania y Francia es tres veces mayor que sus PBI. Los bancos europeos eran importantes inversores en títulos públicos, un tercio del total de emisiones.
A pesar de haber comenzado a abandonarlos, su exposición continúa siendo enorme en la deuda pública, totalizando 2,6 billones de euros, o el 7,5% de sus activos totales. La crisis del euro expone el conflicto que se abrió entre los Estados con las finanzas quebradas y la defensa del valor del capital. El otro pilar del capital, el dólar, se encuentra aplastado por una deuda pública de 20 billones de dólares (140% del PBI), y por una deuda internacional inconmensurable. Una retirada del financiamiento de China, Japón y Alemania del mercado de la deuda norteamericana convertiría al dólar en una moneda sin valor.
Se estima que la sobrecapacidad de producción en el conjunto de la economía mundial es de cerca de 200 para un índice 100, mientras la capacidad de consumo ha caído, en el curso de la crisis, a alrededor de 70. El potencial destructivo de la crisis no tiene paralelo en la historia. La crisis evidenció una base sin precedentes para el colapso del sistema capitalista mundial, base que existía antes de ella, pues fue creada mucho antes de las políticas monetarias permisivas del siglo XXI. La tasa de crecimiento del PBI per cápita de la economía capitalista mundial disminuyó de 2,6% en 1960/70 a 1,6% en 1970/80, llegando a 1,3% entre 1980/1987. El crecimiento del PBI per cápita de la economía mundial disminuyó a la mitad. La crisis, por otro lado, acentuó las desigualdades mundiales del desenvolvimiento capitalista. En los años 1960, todas las zonas de la economía capitalista mundial crecieron en ritmos desiguales. A partir de los años 1970, algunos países industrializados y Asia continuaron con un crecimiento del PBI per cápita; África, América Latina y Oriente Medio experimentaron una caída. Las recesiones sucesivas en 1967, 1970-71, 1974-75, 1991-93, 1997-1998, y 2001-2002 no hicieron más que preparar la crisis actual. En cada ocasión, el capital sólo conseguía relanzar la economía mundial al precio de la apertura de las compuertas de los créditos, sin solucionar el problema de fondo: la superproducción crónica. No hizo otra cosa que postergar los plazos recurriendo a las deudas, y actualmente el sistema está ahogado por ellas.
La globalización del capital financiero, asociada con el proceso de restauración capitalista en China y Rusia, no abrió una salida de largo plazo a la crisis del capital pero creó un océano de deudas que cubrieron el planeta como bombas-reloj. En el período 2002/06, la espiral de la crisis fue desviada y dos motores interconectados, la expansión del crédito en los Estados Unidos y el crecimiento industrial de China, permitieron el crecimiento de la economía mundial. Después, los dos motores comenzaron a parar, y el primero explotó en 2007-2008. La contracción de la economía mundial intenta ciegamente eliminar la masa de capital excedente que obstruye el proceso de acumulación capitalista.
En la crisis, la línea de pobreza (ingreso inferior a 1,25 de dólares por día/persona) continuó aumentando, hasta llegar al 41,7% de la población mundial (más de 2,7 mil millones de personas). Los Objetivos del Milenio de la ONU contaban bajar ese porcentaje a 20,9% (1,4 mil millones) en 2015. Los países que elaboraron programas de ampliación de la producción de alimentos por pequeños agricultores fueron "inmovilizados" debido a falta de financiamiento. Las previsiones sombrías de la FAO fueron superadas: se preveía que 1.300 millones de personas pasarían hambre en 2020 (cifra que fue alcanzada una década antes). El porcentaje de desnutridos se situó en el 16% de la población mundial, retornando al nivel del período de 1990-92 (entre 2003 y 2005 la población subalimentada, que consume menos de 1800 calorías al día, era el 13%, la diferencia de 3% significa el ingreso a la categoría de subalimentados de aproximadamente 200 millones de personas). Unos 46 millones de norteamericanos, una cifra inédita, viven en la pobreza. En la Unión Europea la tasa oficial de desempleo de los solicitantes con edad de entre 15 y 24 años es de 20,3%, pero es en realidad muy superior.
El agua es la otra cara del drama del hambre; 1.300 millones de personas (más de un sexto de la población mundial) no disponen de agua potable, y 2.600 millones no acceden al saneamiento básico. En 2050, según la proyección del Instituto Internacional del Agua, la cantidad de agua necesaria para la fabricación de biocombustibles (que consumen 100 millones de toneladas de granos, el 5% de la producción global) equivaldría a la requerida por el sector agrícola para alimentar al conjunto de la población mundial. Aumento de la pobreza, de la precarización laboral, del desempleo, de la superexplotación, del hambre, de la sed, de la destrucción ambiental: la crisis del capital evidencia de modo brutal la tendencia hacia una regresión social y civilizatoria sin precedentes. Al mismo tiempo, una elite "global" de súper-ricos esconde por lo menos 21 billones de dólares en paraísos fiscales (cifras de 2010), el volumen de las economías de los Estados Unidos y Japón juntas. Se trata de una estimación conservadora, pues el número real llegaría a 32 billones de dólares (más del 50% del producto anual mundial).
Insurgencia popular y obrera
En el movimiento de masas, la crisis fue propiciando el pasaje de la hegemonía del "movimentismo altermundista" a la indignación en las plazas y locales públicos. El giro que se ha producido en la resistencia popular queda en evidencia cuando se la compara con las movilizaciones de los foros sociales contra la globalización, que en ningún momento buscaron involucrar a la clase obrera. Con la generalización de las luchas obreras, el movimiento antiglobalizador ha desaparecido como factor político. Su principal reclamo, un impuesto al movimiento financiero, fue tomado por una fracción del capital para establecer un fondo de rescate de los bancos. Los partidos y representaciones de los foros sociales se han desintegrado en el curso de la crisis y la mayor parte de ellos se han pasado al campo del capital y de sus gobiernos. El desarrollo de la crisis y la lucha de clases han dejado al desnudo los límites insalvables de los movimientos pequeñoburgueses que reivindican el "anticapitalismo" como una oposición al capital sobre la base de las relaciones sociales capitalistas.
El movimiento de protesta que comenzó en Túnez en diciembre de 2010 se extendió en seguida a Egipto y España, después globalmente. Las protestas alcanzaron Wall Street y decenas de ciudades en los Estados Unidos. En los "indignados" hay una fuerte presencia de camadas sociales no proletarias, en particular una clase media en proceso de proletarización. Boris Kagarlitski calificó exageradamente todos los movimientos anti (y post) globalización de "rebelión de la clase media".
En Europa, después de la sorpresa inicial por las medidas de austeridad, la rebelión griega de diciembre de 2008, con un gran papel del movimiento estudiantil, evidenció el comienzo de una resistencia a los efectos catastróficos de la crisis sobre los trabajadores.
En toda Europa comenzaron también a ocurrir reacciones obreras. Ya en 2008, en Bélgica, se declaró un día de huelga nacional. Los obreros de Renault en Francia recibieron al presidente Nicolás Sarkozy, que visitaba la empresa, con un día de huelga contra los despidos. En 2009, la lucha se generalizó en Europa, con la huelga general de los estudiantes en España (precursora del movimiento en las plazas), la lucha de los estudiantes ingleses contra el aumento brutal de las anualidades universitarias (con fuertes enfrentamientos con la policía), las luchas en Italia contra la precarización del trabajo impulsada por el gobierno de Berlusconi. En Europa, los países más afectados por la crisis son exactamente aquellos en que la jornada anual de trabajo (la superexplotación de los trabajadores) es mayor.
En 2001 se produjo un salto en las luchas de Europa. En Inglaterra, en agosto, la rebelión de los jóvenes de los barrios pobres tuvo lugar mientras los sindicatos discutían un plan de lucha contra el recorte de las jubilaciones, después de protagonizar la mayor huelga de estatales en 80 años, y junto a una gran movilización estudiantil contra el plan de recortes a la educación. Europa presentó, en forma condensada, las tendencias presentes en la clase trabajadora. Huelgas de masas, grandes movilizaciones y manifestaciones, ocupaciones de fábrica, toma de rehenes por trabajadores, rebeliones de jóvenes y obreros (Francia, Italia, Grecia, Irlanda, Rumania, Serbia) demostraron la creciente combatividad de la clase obrera bajo la presión del desempleo, la flexibilización laboral, las reducciones salariales, la destrucción de derechos previsionales, la represión estatal. Después de los movimientos de las plazas, hegemonizados por los estudiantes y la juventud desempleada, la clase obrera comenzó a manifestase en huelgas y movilizaciones. Las huelgas generales en Grecia y Turquía, en Francia y España, las numerosas ocupaciones de fábrica en Italia, fueron ganando el centro del escenario continental.
En los últimos años hubo una recomposición de la clase obrera mundial, con la incorporación de millones de nuevos trabajadores que protagonizan combates de clase en Grecia, Francia, Italia, Alemania, pasando por América Latina. Añádase la recuperación del activismo de la clase obrera rusa y en
Europa del este, de los trabajadores sudafricanos y del proletariado chino. Las huelgas de 24 horas de los sindicatos europeos fueron impuestas por la presión de la crisis y el descontento general de la población, generalizando un método. Pero se trata de un método que no lleva a la victoria. Los seis paros generales en Grecia no le torcieron el brazo al gobierno de Georgios Papandreu, y lo mismo vale para las movilizaciones cada vez más numerosas en Francia. La burocracia de los sindicatos procura por esta vía encauzar la rebeldía popular y preservar a los gobiernos de turno. Ni siquiera plantea el retiro sin condiciones de los planes de austeridad sino su negociación, como si eso no fuera otra cosa que una capitulación disfrazada.
Entre 2010 y 2011, la rebelión social atravesó el Mediterráneo y se transformó en crisis revolucionaria en el Medio Oriente árabe. Las caídas de los gobiernos dictatoriales de la región, en medio de gigantescas movilizaciones populares, no fueron una anomalía sino una señal de nuevos tiempos internacionales, además de provocar grandes cambios estratégicos en la región más conflictiva del planeta en las últimas décadas. Las huelgas en los países más ricos de Oriente Medio precedieron a la "primavera árabe". Diez millones de trabajadores inmigrantes trabajan en los Estados árabes del Golfo: Arabia Saudita, Omán, Kuwait, Baréin, Qatar y Emiratos Arabes Unidos. Reciben salarios que van de 93 a 131 euros por mes, por jornadas de trabajo de 12 o más horas.
La revolución en Egipto se desarrolló con manifestaciones, protestas y actos de desobediencia desde el 25 de enero de 2011. Los principales motivos para el inicio de las manifestaciones fueron la violencia policial, las leyes del estado de excepción, el desempleo, la lucha para aumentar el salario mínimo, la falta de vivienda, la inflación, la corrupción, la ausencia de libertad de expresión y las malas condiciones de vida. La masiva lucha provocó la caída de Hosni Mubarak y su gobierno, que estaban en el poder desde hacía 30 años. Contra la perspectiva revolucionaria de conjunto en el mundo árabe, la Otan, la UE y Estados Unidos estructuraron una intervención militar en Libia, bajo pretexto de proteger a la población civil de la represión del régimen de Gadafi, provocando centenas de muertes y buscando crear una cabeza de puente para intervenir militarmente contra todos los países árabes en rebelión, y contra la lucha nacional palestina.
Paralelamente, en España, los "acampes" y las plazas se fueron vaciando, para finalmente ser dispersadas por la represión policial (aunque el movimiento de ocupación de las plazas renació a mediados de 2012, alimentado por los nuevos episodios de la crisis económica y las medidas de austeridad impuestas por el gobierno de Rajoy). En Nueva York, poco antes de las amenazas de alcalde Bloomberg de expulsar a los ocupantes del Zucotti Park con la policía, las asambleas generales fueron prácticamente vaciadas de discusiones significativas y tomadas por informes burocráticos de los grupos de trabajo y los comités.
A las generalizadas movilizaciones de trabajadores en Europa se sumaron las huelgas en las grandes fábricas del sur de China. Las huelgas chinas ocurrieron en empresas extranjeras, después de un largo período de preparación, con la emergencia de representantes electos, organizados al margen del sindicalismo oficial controlado por la burocracia estatal. Esos representantes están fusionados con la masa de huelguistas, y con posiciones y reivindicaciones claramente clasistas. El poder burocrático reculó por primera vez en muchos años, demostrando debilidad política y temor a provocar una rebelión general en las grandes empresas. Sin derechos políticos, la clase obrera china pavimentó el camino para conquistar el contrato colectivo de trabajo, en un país en el que las normas laborales son fijadas unilateralmente por el Estado o las empresas. Esas huelgas han producido comités de fábrica, en el marco de una dictadura que castiga en forma severa cualquier manifestación independiente. El reclamo de convenciones colectivas de trabajo y sindicatos independientes del Estado es incompatible con el régimen político vigente, y su desarrollo implicaría un principio de doble poder.
El alcance de la crisis sobre China comenzó a provocar una reacción social en consecuencia de su impacto sobre los trabajadores. Los patrones japoneses se sorprendieron con la resistencia china a sus métodos autoritarios de trabajo fabril (usuales en el Japón). Se trata de un proletariado joven, de reciente emigración rural, que no ha pasado por una secuela histórica de derrotas ni por la domesticación de la burocracia de los sindicatos. Cuenta, sin embargo, con una tradición histórica revolucionaria relativamente reciente, y viene de insurrecciones rurales contra las expropiaciones de la burocracia estatal.
La crisis fue así marcada por la emergencia de movilizaciones obreras y por crisis políticas en Grecia; en las huelgas de Bangladesh, China y Vietnam; en las huelgas francesas y en la rebelión obrera y estudiantil en Inglaterra, Irlanda y Escocia; en las luchas obreras y campesinas en Bolivia, Ecuador, Venezuela y Uruguay, así como la gran reacción obrera frente al asesinato de Mariano Ferreyra (en medio de una lucha contra la precarización laboral) en 2010, en la Argentina, configurando tendencias hacia la huelga general. Se observó en diversos países una tendencia a la ocupación de los lugares de trabajo. Las ocupaciones de fábricas son, históricamente, el cuestiona- miento del despotismo en la fábrica, derivado de una necesidad del capital: la división del trabajo que, a través de los avances técnicos y de la especialización del trabajo, hace aumentar la productividad acumulando más capital. La propia acumulación capitalista conduce a la crisis, y ésta lleva a la necesidad de eliminación de los capitales menos competitivos, con su secuela inevitable: el cierre o vaciamiento de los establecimientos (las fusiones capitalistas, propiciadas por la crisis, llevan al mismo resultado). La ocupación de fábrica surge como la medida extrema (bajo determinadas condiciones, la única realista) para salvaguardar las condiciones de sobrevivencia básicas de los trabajadores.
En la segunda década del siglo XXI, una nueva generación de jóvenes y trabajadores se enfrenta a una crisis económica y social sin precedentes, en condiciones políticas radicalmente diferentes en relación con el siglo precedente. Las dificultades e impasses políticos enfrentados le abren lenta y dolorosamente el camino de la superación política. La crisis mundial determinó la caída en secuencia de los regímenes políticos, incluso con revoluciones, en particular en el norte de África y en Oriente Medio. El "renacimiento" de la lucha de clases fue, así, el elemento característico de la política mundial en el último quinquenio. El 15 de octubre de 2011, centenares de miles de manifestantes en más de mil ciudades en 82 países de todo el mundo respondieron al llamado de los "indignados" españoles y norteamericanos, y se unieron en manifestaciones sin precedentes: en España, casi un millón de personas marchó en 80 ciudades (en Madrid hubo 500 mil manifestantes).
Las protestas incluyeron la ocupación de predios destinados a la especulación inmobiliaria. Más de 200 mil personas marcharon en Roma, decenas de miles en Portugal. En los Estados Unidos, el movimiento Occupy Wall Street demostró su fuerza y popularidad sumando el apoyo de miles de personas de sindicatos, y se expandió a todo el país, incluso a Estados y ciudades de escasa tradición de lucha social, como Las Vegas, Nevada, Florida y Texas. Occupy Wall Street se inspiró en los campamentos de las plazas en España, inspirados a su vez en la ocupación de la Plaza Tahrir, en El Cairo. La presencia de trabajadores en esos movimientos fue cada vez mayor, marcando su rumbo futuro.
Por "arriba" también
La crisis en Europa derribó a los gobiernos del continente uno después de otro. No se trató ni se trata del tradicional juego de la "alternancia democrática", sino del deterioro de todo el sistema (régimen) político. En los países más afectados por la crisis (Grecia, España, Italia, Portugal) se produjo una especie de vacío político que tendió a ser ocupado, independientemente de los resultados electorales, por "gobiernos técnicos"; esto es, gobiernos directos de tecnócratas del gran capital que no pasaron por cualquier escrutinio electoral, como el gobierno de Mario Monti en Italia (nombrado por el presidente de la República), o la supervisión que el FMI, la CE y el BCE ejercen sobre el gobierno español de Mariano Rajoy. En la casi totalidad de los países europeos, las crisis políticas de los gobiernos enfrentan una crisis política mayor de las oposiciones. Esto caracteriza una crisis de régimen y, potencialmente, una crisis de Estado.
La supuesta "estabilidad alemana" (de Angela Merkel), por otro lado, es relativa, pues su gobierno fue derrotado en casi todas las elecciones parciales o regionales en los últimos dos años.
Los cambios en el tablero político incluyeron la aparición de una "neoizquierda", como el Frente de Izquierda (motorizado, sin embargo, por el viejo PCF) en Francia, que obtuvo más del 11% de los votos en las elecciones presidenciales con la candidatura de Jean-Luc Mélenchon, y sobre todo la coalición Syriza en Grecia. Existen articulaciones políticas continentales que las incluyen, como el Partido de la Izquierda Europea y la Izquierda Anticapitalista Europea.
Lo que distinguió a Syriza fue el rechazo al "memorando de ajuste" y al plan de austeridad que la Comisión Europea, el FMI y el Banco Central Europeo impusieron a Grecia. La izquierda democratizante, sin embargo, comparte la visión ilusoria de la pequeña burguesía de que la protección de sus ahorros pasa por la protección del capital financiero, incluida la deuda externa. La izquierda democratizante no propone el desconocimiento de la deuda ni la ruptura política con la Unión Europea (y de la Unión Europea) para construir una unión política de otro contenido social: los Estados Unidos Socialistas de Europa (gobernados por los trabajadores), incluida la Federación Rusa. Se trata de una izquierda "de crisis", de carácter tan transitorio como la propia crisis.
De las rebeliones árabes a los indignados de Europa y los Estados Unidos, de las huelgas obreras de China (país con el mayor número de huelgas en el mundo) hasta la lucha estudiantil chilena, la tendencia a la rebelión de la juventud y de las masas pobres recorre el mundo. En el horizonte mundial sólo hay quiebras, daños contra los trabajadores, reestructuración económica y social de conjunto. La percepción de la revolución social nace cuando la contradicción entre las relaciones de producción y las fuerzas productivas se torna socialmente incontrolable. Hasta los sectores menos organizados y más recientemente estructurados de la clase obrera mundial comenzaron a movilizarse. El movimiento de clase tiene una dimensión más extensa geográficamente, y más internacional, que en cualquier era del pasado. Enfrenta, sin embargo, la hegemonía teórica del "fin de la clase obrera" y de un discurso político centrado en la lucha contra la desigualdad social, no en la lucha de clases.
La convulsión en el mundo contemporáneo marca claramente una transición desde el período previo, dominado por los efectos directos del colapso de la Unión Soviética, a un nuevo ascenso internacional de luchas nacionales y sociales, una polarización de las fuerzas sociales que avanza hacia grandes confrontaciones en todo el mundo. Ya no hay espacio para concesiones históricas a la clase obrera, como sucedió después de la Segunda Guerra Mundial; por el contrario, la salvación del capital financiero es compensada por la destrucción de los servicios públicos (educación, salud, jubilaciones públicas) y de las condiciones de vida de la población empobrecida.
En las últimas décadas, hubo efectivamente un reflujo del movimiento obrero y de la conciencia de clase, un fortalecimiento de la dominación ideológica de la burguesía, especialmente después del colapso de la Unión Soviética. Pero no aconteció un retroceso histórico de la magnitud del ocurrido en los años 1920 y 1930, con el triunfo del fascismo en países como Italia y Alemania. Por el contrario, lo que se manifiesta es la creciente incapacidad de la clase dirigente para gobernar en medio de sus irresolutas contradicciones políticas y económicas, mientras la capacidad de combate y el potencial político transformador de la clase obrera y los explotados no fueron destruidos.
En España, en el mismo día en que Rajoy anunciaba el paquete de julio de 2012, los mineros en lucha llenaban las calles de la capital, recibidos calurosamente por la población. Centenas de servidores públicos protestaban en las puertas del Parlamento, con manifestaciones y protestas en muchas ciudades, convocadas por sectores que normalmente no actuaban juntos: sindicatos y sectores del 15M, el movimiento de los "indignados". La lucha de los estudiantes por la educación pública volvió a ser, en los más diversos países, el combustible de la lucha social. En 2012 renació en el habitualmente "tranquilo" Canadá: la huelga de los estudiantes de Quebec adoptó el slogan "es una huelga de estudiantes y una lucha popular" (la grève est étudiante, la lutte est populaire). La "primavera de los pueblos" iniciada en Oriente Medio llegó a América Latina por su extremo sur. Las grandiosas huelgas educativas en Chile, el movimiento de los "pingüinos" en defensa de la educación pública y de más recursos para la educación, se realizaron bajo convocatoria conjunta con sindicatos y hasta con la central obrera, presionada por sus bases. Tres meses de movilizaciones masivas de los estudiantes chilenos cambiaron al país.
En Argentina, las grandes luchas por el salario, contra el cierre de empresas (existen centenas de empresas ocupadas contra su vaciamiento o cierre), contra los despidos y las tercerizaciones (precariedad), presentes en los últimos años, tuvieron expresión política directa en las elecciones de 2011: el Frente de Izquierda, encabezado por el Partido Obrero, con un programa claramente anticapitalista y socialista, se transformó en la cuarta fuerza política del país, abriendo una etapa política inédita, en que una izquierda declaradamente socialista y revolucionaria se perfila como una alternativa política real.
Un movimiento espontáneo, denominado "Yo Soy 132", arrebató a México en mayo de 2012. Predominantemente juvenil, a pesar de reunir integrantes de todas las clases de la población en sus manifestaciones, el movimiento, que sorprendió al país, encendió las esperanzas en una "primavera mexicana", produciendo un giro político radical.
Las luchas en Brasil en 2011 (construcción civil y obras del PAC [programa público-privado] en el Norte-Nordeste; en los bomberos de Río de Janeiro, en la educación en diversos Estados, en la administración en Río Grande del Norte, en los estatales de Fortaleza y Salvador, en las universidades federales y estaduales, en la salud en Alagoas y San Pablo, en fábricas químicas y metalúrgicas) se desarrollaron de modo aislado, sin coordinación. Los cortes en el presupuesto amenazaron provocar una crisis institucional, lo que se vio en la huelga salarial de policías y bomberos militares de Bahía y Río de Janeiro, parte de la columna vertebral del Estado que sustenta la represión social. En junio de 2012, después de la declaración de huelga de los profesores universitarios, los empleados estatales federales del Brasil (un millón de trabajadores) declararon la huelga.
Al recrudecimiento internacional de la lucha de clases se opone la preparación y lanzamiento de nuevas guerras. Desde la guerra contra la ex Yugoslavia, los conflictos bélicos se han ido desencadenado sucesivamente y ahora amenazan con un holocausto contra Irán y la limpieza étnica final contra la nación palestina. Mientras somete a los pueblos a horrores infinitos, el capitalismo mundial va cavando más hondo su propia tumba. El imperialismo no cuenta con la fortaleza histórica y el aval social para desatar una tercera guerra mundial. Antes debería someter a las masas con el método de la fascistización. La posibilidad de ganar estas guerras en forma aséptica, con economía de recursos materiales y humanos, apelando a la guerra aérea y a la conscripción militar voluntaria, ha fracasado. La Otan se encuentra empantanada en todos los terrenos en que se ha desplegado: la ex Yugoslavia, Irak, Afganistán y la ex Asia soviética.
La guerra continuó siendo, en el último quinquenio, la mayor manifestación de la barbarie. El gobierno de Obama retiró las fuerzas norteamericanas de Irak para reforzar su presencia en Afganistán y Pakistán. "Af-Pak", junto con Oriente Medio, es un escenario bélico probable para el inicio de una conflagración de vastas proporciones. Es claro, en esta disposición de fuerzas, que el objetivo estratégico del imperialismo es la colonización completa del ex espacio soviético y de China, para lo cual cuenta con la complicidad parcial de las burocracias restauracionistas. China alertó oficialmente que un ataque de los Estados Unidos sobre Pakistán sería interpretado como un acto de agresión contra la propia China, cuyo mar litoral ya es patrullado por los Estados Unidos. Y ya se inició una nueva guerra de rapiña por África. La crisis de la coalición "occidental" en torno de las perspectivas bélicas en Asia Central y en Oriente Medio refleja el conflicto de intereses entre los gobiernos de los Estados Unidos, Europa y Rusia, no sólo sobre el programa nuclear iraní sino también sobre asuntos geopolíticos más amplios. Rusia no tiene objeción a la guerra en Afganistán pero cuestiona el monopolio de la Otan en la guerra, que debería ser "democratizada". El Kremlin anunció, por eso, que "no colocará en riesgo el vínculo político con potencias regionales" (léase Irán).
América Latina no está fuera de ese escenario: los Estados Unidos negocian la instalación de una base militar en el Chaco paraguayo (como también lo hacen en el Chaco argentino). Las tendencias que dividen al Mercosur y la Unasur no se limitan a una "guerra comercial". Canadá (casa de los capitales de una empresa que busca instalar una planta de aluminio) y Alemania, fueron (sin contar al inefable Vaticano) los primeros países que reconocieron al nuevo gobierno (golpista) paraguayo de Franco; el embajador norteamericano visitó al golpista un poco antes del golpe. Sin hablar de las Malvinas, la pezuña imperialista ha empezado a presionar fuerte en América del Sur, donde está planteada una vasta lucha antiimperialista, a comenzar por la completa nacionalización de los recursos naturales y minerales y su puesta al servicio de los pueblos por medio de un plan centralizado continental, en la perspectiva de la unidad socialista de América Latina.
La crisis política mundial no es la suma de las crisis nacionales, que podrían resolverse en cómodas cuotas, mediante un lento y pacifico proceso de soluciones sectoriales. Con todas sus diferencias y especificidades, expresa la crisis capitalista mundial, una crisis sistémica, social y política. El escenario de las guerras ya estaba puesto antes de la actual fase de la crisis mundial. La crisis, con todas sus consecuencias sociales y políticas, puso ese escenario en otro nivel, que pone las tensiones internacionales lado a lado con la perspectiva de la revolución social, redefiniendo la época del imperialismo como una "era de guerras y revoluciones". La "globalización" capitalista tuvo como efecto principal la tendencia hacia la unificación de los ritmos históricos en todas las regiones del planeta.
Entre lo nuevo que todavía no se explicita, y lo viejo ya quebrado pero todavía no sustituido, se desenvuelve la crisis; o sea, la transición hacia un futuro indeterminado, pero virtualmente diseñado por la propia crisis y la lucha de clases. El capital ha procurado valorizarse ficticiamente, llegando a un callejón sin salida: su crisis es la manifestación de la vigencia de la ley del valor. La devaluación del conjunto de los capitales mundiales frente al oro (del orden del 85%) mide el nivel de desvalorización del capital que precedió la presente crisis. La bancarrota capitalista mundial representa el desenvolvimiento de una transición histórica al socialismo o a la barbarie.
Está, por eso, más que nunca, planteada la construcción de una Internacional Obrera fundada en el programa de reivindicaciones transitorias. Varias corrientes trotskistas han caído en el ridículo de apoyar una Quinta Internacional promovida por el chavismo, o sea por el jefe de las fuerzas armadas de Venezuela, cuyos aliados son Kirchner, Lula, Mugabe y Ahmadinejad , el verdugo teocrático del pueblo iraní y de sus naciones oprimidas, como el pueblo kurdo. Y se olvidaron de ella junto con el propio Chávez. La caracterización de la crisis mundial capitalista y las tareas que se desprenden de ella son el eje de delimitación política en la izquierda y el trotskismo. Sin otras condiciones que esta base teórica y la correspondiente acción práctica está planteada la refundación de la Cuarta Internacional, cuya misión histórica no ha sido todavía cumplida. Y tiene nueva vigencia en el terreno histórico de la revolución socialista mundial, que ha ganado una amplitud sin precedentes.
Notas
(*) Del inglés stagnation (falta de desarrollo, estancamiento). NdR.