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Deuda externa y realidad latinoamericana en el Quinto Centenario

Apuntes sobre una larga historia


Si el Quinto Centenario evoca el saqueo colonial-secular que integró a América Latina a la civilización capitalista, el fenómeno de lo que se llama “endeudamiento externo” no puede ser soslayado. Mecanismo privilegiado de la sangría de recursos continentales, se encuentra en las antípodas históricas de los mecanismos de expropiación primitiva. Estos últimos sirvieron a la constitución del mercado mundial y a la consolidación de la sociedad burguesa moderna. Al contrario, la denominada deuda externa se afirma en la época contemporánea como evidencia de su definitiva descomposición, testimonio del agotamiento del largo proceso que tiene en el "descubrimiento” un hito inicial decisivo. Por esto es legítimo identificarla como confiscación terminal o final, síntoma de una larga “historia" y cinco siglos de opresión. Se trata precisamente de caracterizar el fenómeno del endeudamiento de las naciones semicoloniales en su dimensión histórica.


 


Septiembre de 1992


 


El tema de la deuda externa es doblemente pertinente en los encuentros y análisis referidos al denominado Quinto Centenario. En primer lugar, porque si en la historia de estos cinco siglos la marca de la opresión y el sometimiento es uno de sus caracteres distintivos, no es otro el signo del propio fenómeno de la deuda; es decir, el de un instrumento crónico de la superexplotación de nuestros pueblos y de confiscación de sus riquezas. En segundo lugar porque, al peso o dimensión histórica del problema del endeudamiento externo es necesario agregarle la enorme envergadura de su presencia en la realidad actual de América Latina. En las últimas dos décadas, la deuda externa se ha convertido en sinónimo de un proceso de extorsión sin precedentes, cuyas consecuencias sociales, económicas y políticas dominan el escenario continental. Esta doble consideración es la que ordena los puntos que consideramos oportuno destacar en este trabajo.


 


Deuda e Historia


 


No hubo necesidad de crear o fraguar una relación contractual de débitos y acreencias para que América Latina fuese incorporada desde el siglo XVI al circuito del mercado mundial como fuente de recursos y objeto de rapiña ilimitada. Nuestro continente y su población original fueron esquilmados a partir de entonces, cuando se constituyeron en una pieza clave del mecanismo de la denominada “acumulación primitiva”, por medio de la cual se concentraron en Europa y sus principales potencias las masas de capital que fueron la base decisiva de la emergente sociedad burguesa de la época. América Latina aparece en la historia moderna como “deudora” en este sentido particular antes que la formalidad del endeudamiento propiamente dicho hiciera su aparición. Hasta el comienzo de los ochocientos se estima que, como fruto de la colonización española y portuguesa, fue “expatriado” un monto equivalente a poco menos de  100.000 toneladas de plata (1).


 


La sustracción de metales preciosos y el exterminio de las poblaciones indígenas representa el “pago” original con el que las futuras naciones latinoamericanas contribuyeron a poner en pie el mundo capitalista contemporáneo. La historia colonial de nuestro continente es una de las manifestaciones incontrastables de que el capital, según una célebre definición, viene al mundo chorreando sangre y lodo por todos los poros, desde los pies a la cabeza. El “nuevo mundo” fue, por esta vía, tributario de un fenómeno histórico revolucionario, a partir del cual las fuerzas productivas de la humanidad cobrarían un desarrollo sin precedentes. La era del capitalismo había comenzado.


 


Al principio: los banqueros ingleses


 


Cuando termina la etapa de la Colonia, América Latina surgirá como un conglomerado de países que gozan de la independencia política pero permanecen sujetos, desde su mismo nacimiento, al estigma de la deuda y el vaciamiento financiero. La extorsión usuraria del capital que se presta a interés es un dato congénito de nuestra historia. Brasil es un caso paradigmático, aunque no el único, porque al consagrarse como nación “independiente” “asumió” como propio el pago de 1,4 millón de libras. Se trataba de un préstamo contraído en su momento por el gobierno portugués en la capital del imperio británico con el objetivo de…combatir el movimiento independientista. Lo que vale para Brasil, desde tal circunstancia histórica —“vivir encadenado a sus acreedores, especialmente los banqueros ingleses” (2)— no es menos válido para el resto de los países latinoamericanos.


 


En la misma época del “Grito de Ipiranga , la banca inglesa ocupaba financieramente la Argentina. El primer préstamo contraído por el país en 1825, bajo el gobierno del primer presidente argentino —Bernardino Rivadavia— fue también un “modelo” de operación leonina. Aunque la Banca Baring Brothers “prestó” 1 millón de libras, Argentina nunca recibió sino una cantidad equivalente a prácticamente la mitad y, aun así, en papeles crediticios en beneficio de los comisionistas y comerciantes ingleses residentes en Buenos Aires y que controlaban el recién fundado Banco de Descuentos, la primera institución financiera “nacional”. La hipoteca que significó este préstamo tuvo tal magnitud que el pago del mismo, que multiplicaba varias veces el monto “recibido”3 recién pudo saldarse…un siglo después, en 1904.


 


La asfixia financiera y la atadura semicolonial del endeudamiento es una constante de la historia latinoamericana. Fue el cobro de la deuda de Méjico el que provocó en 1861, la llamada Convención de Londres, mediante la cual Inglaterra, Francia y España acordaron una acción militar común para ejecutar sus créditos impagos. La invasión conjunta comenzó con el desembarco de tropas en el puerto de Veracruz y, m ás tarde, quebrado el acuerdo original de las potencias europeas, se transformó en la ocupación de Méjico por las tropas francesas —y la instalación en el poder de Maximiliano, archiduque de Austria—. Los invasores serán derrotados por las fuerzas nacionales, bajo el comando de Benito Juárez, cuatro años más tarde.


 


A comienzos de este siglo se produce, por idénticas razones, la segunda gran operación bélica contra un país “deudor”, esta vez contra Venezuela. Fue emprendida en forma conjunta por los gobiernos de Inglaterra, Alemania e Italia. La exigencia era el cobro de la deuda por un monto casi ocho veces superior al estimado por las autoridades venezolanas, como resultado de la acumulación exponencial de intereses. A través del bloqueo y el bombardeo de puertos venezolanos, los acreedores impusieron sus puntos de vista en los Protocolos de Washington, firmados en 1903 (3).


 


Estados Unidos y las “colonias” caribeñas


 


Fue con el mismo pretexto del endeudamiento que los países del Caribe quedaron tempranamente colocados bajo el dominio de las potencias acreedoras, aunque en este caso el papel decisivo le correspondió a los Estados Unidos, que irán progresivamente desplazando a sus competidores del Reino Unido en su rol de dominadores de la economía latinoamericana, de sus redes financieras, comerciales y productivas. En 1901, el Senado norteamericano votó la llamada Enmienda Platt (por el apellido del senador por Connecticut que elaboró el proyecto) que, poco después, fue incorporada a la Constitución de Cuba y que colocaba a la isla como una suerte de protectorado yanqui: el gobierno local consentía, según lo estipulaba su Carta Magna, que los Estados Unidos pudieran ejercitar el “derecho de intervención” y fiscalizar el manejo de la deuda pública para resguardar, de este modo, las operaciones del capital financiero norteamericano.


 


Por otro “acuerdo” de características similares, el gobierno estadounidense se hizo cargo desde febrero de 1905 de los ingresos aduaneros de la República Dominicana, cuyos fondos eran girados en un 50% a un banco de Nueva York, para cubrir las deudas de la nación caribeña con sus prestamistas. Por supuesto, el endeudamiento estaba totalmente “inflado" por el arbitrio de los propios acreedores, al punto que la deuda externa dominicana alcanzó en aquella época una dimensión superior a 20 veces los ingresos anuales totales del Estado.


 


Los “desórdenes” financieros justificaron luego la invasión directa de los Estados Unidos en la segunda década de este siglo, cuyos gobernadores administraron el país hasta 1930.


 


No es muy distinto el caso de Haití, que comenzó pagando por su independencia 150 millones de francos en 1825 y que más tarde, ya en el nuevo siglo, fue obligado a colocar sus aduanas, ordenamiento presupuestario y también su principal institución financiera estatal bajo el control del gobierno norteamericano y del National City Bank of New York. Los “marines” ocuparon el país directamente en 1915 para garantizar estos atropellos y… cobrar la deuda. Un itinerario casi idéntico siguieron los acontecimientos en Nicaragua, cuando en los primeros años de este siglo un funcionario de la United Fruit asumió la presidencia, lo que no impidió, años más tarde, la intervención militar directa, la guerra civil y la resistencia liderada por César Augusto Sandino. Cuando éste es asesinado y se inaugura la era de los Somoza, el entonces presidente americano -Franklin Delano Roosevelt- caracterizará en términos sumamente claros esta parte de la historia nicaragüense y continental. Nos referimos a su juicio público sobre el general-dictador nicaragüense —“Tacho” Somoza—: “Es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”.


 


Deuda e imperialismo


 


La deuda externa, por lo tanto, constituyó desde el siglo pasado no apenas un instrumento privilegiado del proceso expropiatorio que domina toda la historia latinoamericana. Apareció, además, junto al acto mismo de emancipación continental dé la metrópoli luso-española, como símbolo del imperialismo moderno cuyas características definitivas quedarán consolidadas sobre el final del siglo pasado y comienzos del actual: dominio de la oligarquía financiera, bloqueo al desarrollo de las fuerzas productivas autónomas, intervenciones armadas, violentación de la soberanía de los países atrasados, conversión de estos últimos en semicolonias de las potencias capitalistas más desarrolladas.


 


La bancarrota permanente de sus finanzas, el carácter sistemático de deudores del capital extranjero y la transferencia igualmente estructural de sus recursos al exterior caracterizan a los países latinoamericanos como naciones oprimidas, sometidas por el moderno capital financiero. En este sentido no ha perdido actualidad la definición formulada casi ocho décadas atrás sobre este rasgo definitivamente esencial de la época contemporánea: “el mundo ha quedado dividido en un puñado de Estados usureros y una mayoría gigantesca de Estados deudores” (4). En el proceso constitutivo del endeudamiento externo de América Latina, en la etapa post-colonial, la exportación de capitales así como los negociados fraudulentos, la utilización de la fuerza y el monopolio de prestamistas concentrados en la plaza londinense, evidenciarán por anticipado características básicas del imperialismo, que como realidad dominante de la economía y la política mundiales, es el fenómeno esencial del siglo XX.


 


Asfixia financiera y crisis política en los 60


 


Con el desenvolvimiento histórico de este proceso, se producirá en forma progresiva e irrefrenable la declinación de la hegemonía británica en la economía mundial. Quedará abierta, al mismo tiempo, una larga etapa de crisis y convulsiones económicas, sociales y políticas. Esta es la característica esencial que dominó el amplio período que va desde la “Gran Guerra" del 14, pasando por la quiebra generalizada de los años 30 y que culmina con la Segunda Guerra Mundial. Es precisamente en la posguerra y particularmente cuando se termina la denominada reconstrucción europea, que se produjo la segunda gran oleada de endeudamiento de los países latinoamericanos. La deuda externa volverá a crecer, entonces, bajo el dominio directo, en un principio, de instituciones u organismos financieros controlados por los gobiernos del “Primer Mundo” (Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial, agencias y programas oficiales de “ayuda” y “cooperación”, etc.).


 


Esta primera fase de la etapa más reciente de la historia del endeudamiento externo latinoamericano conducirá a un estrangulamiento notorio de las principales economías del continente en la década del 60, cuando la carencia de divisas y el deterioro de los términos del intercambio provocan no sólo la bancarrota económica sino que se proyectan como crisis generalizadas de los regímenes políticos. Son los años marcados, por un lado, por la Revolución Cubana, de enorme repercusión en todo el continente y, en el polo opuesto, por el golpe militar brasileño de 1964, de connotaciones obviamente contrarrevolucionarias —seguido dos años más tarde por la implantación de la dictadura del general Onganía en la Argentina—. Es muy instructivo, en relación a nuestro tema de análisis, que el desplazamiento de Joao Goulart estuviera entonces “justificado” en buena medida por la cesación de pagos del país, cuya deuda externa se acercaba en tal circunstancia a los 4000 millones de dólares, de los cuales el 50% debían saldarse precisamente entre 1964 y 1965. Más instructivo todavía es que el “New York Times” definiera en aquel mismo momento a la instalación del régimen de Castello Branco como la “única operación financiera de rescate para Brasil” (5) y que la reestructuración de los pagos externos fuera la primera preocupación del flamante régimen militar. En las antípodas, el gobierno cubano venía de repudiar las deudas y expropiar la propiedad privada de los medios de producción.


 


Beneficios declinantes y capital ficticio


 


De todas maneras, la cuestión del endeudamiento no había adoptado todavía las características explosivas que registraría en el período siguiente. Es a partir de la década del setenta, cuando modificaciones que se venían desarrollando en la economía mundial cristalizan, para producir el crecimiento de la deuda en dimensiones desconocidas en el pasado y convertirse en el eje de una empresa de explotación de los países atrasados sin precedentes en la historia previa. En la vasta literatura sobre el tema existe desde hace tiempo una evidencia muy amplia sobre las causas de esta moderna colonización del capital financiero sobre las naciones denominadas periféricas; colonización que toma un vuelo inusitado desde hace aproximadamente dos décadas atrás.


 


Señalemos aquí dos factores esenciales. Primero: la sobreoferta de recursos crediticios y productivos que deviene de la disminución en el ritmo de crecimiento de la economía mundial, fenómeno que comienza a manifestarse en la segunda mitad de los años sesenta y que derivará en la crisis general de 1975, cuando la recesión se extiende a los principales países capitalistas. Segundo: lo que se denomina internacionalización de la actividad bancaria privada, una de cuyas expresiones es el enorme crecimiento de las filiales y sucursales de las grandes corporaciones crediticias en países extranjeros. Las sucursales de los bancos norteamericanos, por ejemplo, se multiplicaron entre cinco y siete veces conforme las diversas estadísticas (no siempre coincidentes) entre el comienzo de los 60 y fines de los 70. Como parte de este proceso los activos y pasivos externos de numerosos bancos y plazas financieras superaron en volumen a los domésticos y, por sobre todas las cosas, se convirtieron en su fuente fundamental de ganancias. Los beneficios por operaciones internacionales de los 7 bancos líderes de los Estados Unidos pasaron de ser el 22% de sus ganancias totales en 1970 al 60% en 1982 y produjeron el 95% del incremento de las ganancias totales de los 13 bancos líderes de los Estados Unidos entre 1970 y 1976 (6).


 


Este resurgimiento de la deuda en los años 70 fue, por lo tanto, una vía de escape a las dificultades manifiestas de la economía mundial; esto, como consecuencia de la sobreacumulación de capitales que no encontraban ocupación productiva o, lo que es lo mismo, una tasa de lucro susceptible de valorizar las inversiones a partir de la plusvalía obtenida mediante la explotación del trabajo asalariado. La tasa de ganancia no es un indicador abstracto de eficiencia, puesto que mide el retomo de la aplicación original en los términos exclusivos del valor creado por la masa de trabajo viva, puesta en movimiento durante el proceso productivo. (Es claro que en la eventualidad de una producción totalmente automatizada —tendencia real del desarrollo de las fuerzas productivas— , la tasa de ganancia quedaría reducida a cero; salvo que se atribuyera a máquinas y robots una suerte de espíritu particular creador de lucro. A pesar de lo absurdo de esta proposición, esta especie de “animismo” de los productos del trabajo humano recorre lo esencial de la economía académica y vulgar dominante). Los movimientos de la tasa de ganancia, cuya tendencia secular es declinante por el aumento proporcional de los activos fijos en relación a la fuerza laboral actuante en la producción, regulan la producción capitalista sobre la base de los límites impuestos por el propio capital, lo que se revela en el hecho de que la producción se bloquea o detiene no cuando las necesidades de consumo han sido satisfechas sino allí donde el retomo empresario decae o desaparece.


 


Ahora bien, si en la base del fenómeno de exportación de capitales, propio de la época imperialista, está presente la búsqueda de una recomposición de la tasa de ganancia (suscitada por la utilización de los recursos materiales humanos más baratos que ofrecen los países atrasados), al considerar la cuestión de la deuda importa precisar que sólo una parte de la misma puede considerarse realmente capital, es decir, capital dinero que se adelanta para su transformación efectiva en capital productivo. En lo fundamental la deuda fue —y es— un fenómeno extorsivo cuyo monto se ha multiplicado mucho más allá de los fondos reales transferidos por mecanismos puramente financieros. De este modo el endeudamiento, más que una operación normal de débitos y créditos, es un instrumento expropiatorio que viabiliza el flujo de lucros y beneficios obtenidos de un puro mecanismo de confiscación. Conforme una antigua definición del capital financiero, éste representa la forma pura de expropiación del capital sin su correspondiente modo de producción. Su función es completamente parasitaria.


 


Crisis de la economía capitalista


 


En una época en que tan fraudulenta como la deuda es la glorificación del “mercado” —que ha sido semi-abolido por la acción de las empresas monopólicas y sus vínculos con el poder estatal— debe señalarse este significado cualitativo de la deuda: testimonio, por un lado, del agotamiento y la crisis contemporánea de la economía mundial capitalista, y revelación, por otro lado, de la naturaleza semicolonial de los países atrasados. Para destacar este último aspecto indiquemos que los “contratos” de la deuda son reveladores por sí mismos de esta relación de sometimiento nacional: la tasa de interés la fijan los acreedores, las disputas o conflictos sobrevinientes se dirimen en los tribunales de…Nueva York y la política económica del deudor queda condicionada a la aprobación de organismos “internacionales” de crédito que se encuentran bajo la dirección de los funcionarios de gobiernos de las potencias capitalistas más avanzadas. ¡No obstante, se considera ajeno a la ciencia social, al enfoque académico y hasta a la propia realidad el plantear la existencia y agravamiento de la explotación imperialista!


 


Más decisivo todavía es, en una apreciación de conjunto, comprender la diferencia cualitativa entre este saqueo moderno que vehiculiza el endeudamiento y sus antecedentes en el pasado, apuntados en el capítulo anterior. Si el proceso histórico de rapiña original de nuestros países tuvo características congénitas brutales y terribles, su función civilizatoria, por así decirlo, estuvo determinada por el papel que cumplió en la acumulación primitiva y en la constitución del mercado mundial, una de las conquistas del desenvolvimiento del capital y base imprescindible para su superación como forma de organización social del trabajo. En la actualidad el proceso confiscatorio de la deuda es, por el contrario, una manifestación del agotamiento del modo de producción capitalista y de sus limitaciones insuperables, de su tendencia a una quiebra de orden más general. Durante la primera parte del siglo una serie de catástrofes bélicas y crisis sin precedentes fueron necesarias para abrir la etapa del denominado “iboom’ económico que caracterizó a la economía capitalista durante un lapso que, pintado con trazos gruesos, abarca las dos décadas que cubren los años 50 y 60. Importa entonces, ahora, comprender la expropiación y destrucción de fuerzas productivas que se materializa a través del proceso de endeudamiento, como una emergencia de esta impasse estructural del capitalismo moderno. Esto es, del hecho de que ha cumplido definitivamente la misión histórica que le es propia: concentrar los medios de producción que “dejan de aparecer como propiedad de los trabajadores directos, convirtiéndose en cambio en potencias sociales de la producción”, “organización del propio trabajo como trabajo social” y del ya señalado “establecimiento del mercado mundial” (7). En síntesis: las cadenas de la deuda en un sentido amplio, por el lado que se las mire, no tienen ninguna función progresiva para la humanidad y deben ser liquidadas, con sus mentores y ejecutores. Como veremos enseguida, el porvenir de nuestras naciones está en juego en esta encrucijada.


 


Deuda y bancarrota


 


La magnitud cuantitativa del proceso anteriormente descripto es quizás el aspecto más conocido o evidente de las proporciones alcanzadas por el saqueo contemporáneo que se disfraza con el eufemismo de deuda externa. En la década del 80 los países latinoamericanos transfirieron al exterior, en concepto de pago por los créditos externos, un monto del orden de los 250.000 millones de dólares…y el endeudamiento aumentó en una cantidad aproximadamente equivalente hasta alcanzar una cifra poco inferior a los 500.000 millones de la moneda norteamericana. Pero, además, esto contabiliza apenas lo que figura registrado en las balanzas de pagos o cuentas oficialmente reconocidas del sector externo. Es decir, no incluye lo que se conoce como *fuga de capitales” ni tampoco la pérdida sufrida por lo que se llama “deterioro de los términos de intercambio”, o sea, pagar más por los productos que se importa y recibir menos por lo que se exporta (lo que en definitiva es una consecuencia del dominio del comercio internacional por los monopolios capitalistas asociados a las grandes corporaciones financieras, con sede en los países capitalistas más avanzados). Algunas estimaciones calculan que por estos mecanismos "invisibles” América Latina “expatrió” en los ‘80 un monto aproximado de 300.000 millones de dólares, que no figuran en las cuentas públicas de su intercambio con el exterior. ¡En total América Latina envió, en la última década, recursos fuera del continente por una cantidad similar a la producción de Brasil durante dos años consecutivos o a la de Argentina durante todo un lustro!


 


Cuando se hace referencia a la década del 80 como la “década perdida” bastan estas cifras para representar lo esencial: una descomunal transferencia de recursos hacia el centro capitalista para cubrirlos activos incobrables del sistema financiero, amenazado recurrentemente por una situación de falencia general. Las grandes crisis bursátiles de los últimos años (1987, 1989, 1991) estuvieron justamente asociadas a esta insolvencia latente de la gran banca internacional y al hiperendeudamiento del conjunto de la economía mundial. La deuda latinoamericana es uno de los extremos de una especie de trípode en el cual se asienta toda la frágil estructura del sistema financiero capitalista. Los otros dos están constituidos por los préstamos inmobiliarios en situación de incobrabilidad generalizada y por los créditos especulativos para fusiones de empresas y maniobras bursátiles, al estilo que popularizara el film “Wall Street” de Oliver Stone.


 


Para salvar a la banca


 


El endeudamiento externo de nuestros países es, por lo tanto, un eslabón de la cadena de “sobre endeudamiento” en la cual está empantanada el conjunto de la economía mundial y, al mismo tiempo, una tentativa por estirar los límites de sobrevivencia del capital en situación de quiebra. La transferencia de recursos hacia los bancos y los países capitalistas avanzados debe ser definida como un operativo de rescate del capital financiero que condujo a los países latinoamericanos a U mayor depresión de la historia contemporánea, con sus terribles consecuencias en el plano social, como lo revela el espectacular crecimiento de los índices de pobreza, la reaparición de epidemias continentales como el cólera, el sarampión y la tuberculosis, la demolición de los servicios públicos en materia de sanidad, educación, vivienda, etc. Y el reforzamiento de una distribución del ingreso en los términos de una polarización desconocida en el pasado.


 


El fenómeno que definimos como operación de rescate del gran capital financiero tuvo varias fases a lo largo de la década del 80 que conviene precisar (8). En una primera etapa, luego de la declaración de cesación de pagos de Méjico en 1982, todo el esfuerzo estuvo concentrado en imponer a las naciones latinoamericanas el reconocimiento y estatización de todos los pasivos exigidos por la banca internacional. Se trataba de dar “seguridad jurídica” a una deuda amasada no sólo a partir de intereses y comisiones usurarias, que configuran operaciones de naturaleza delictiva en la esfera del derecho penal-económico, sino también sobre la base de puros negociados y fraudes que incluyen como endeudamiento a supuestos créditos que carecen siquiera de registro formal en los sistemas de contabilidad nacionales y cuya única a “prueba” es el propio reclamo del acreedor. Por esta vía fue eliminada toda pretensión de discriminar entre una supuesta deuda legítima e ilegítima, mientras, al mismo tiempo, se convertía a los Estados latinoamericanos en garantías de última instancia de las acreencias exigidas por los bancos. Es al servicio de esta política que el gobierno mejicano procedió entonces a la nacionalización de su sistema bancario, para reestructurarlo en función del pago —no, por supuesto, del repudio— de su deuda externa. Es decir, fue una nacionalización-estatización reaccionaria de la deuda que, en modalidades diversas, se extendió a toda América Latina. La mal denominada “política neo-liberal” se apoyó en un indiscriminado estatismo a la hora de salvar a los grupos privados nacionales y extranjeros “endeudados” y cumplir con los pagos de la deuda, violando todo mecanismo de mercado.


 


“Privatizaciones” un negocio financiero


 


Una segunda etapa más reciente y todavía en plena marcha tiene que ver con las denominadas “privatizaciones” de empresas públicas, que han funcionado como una vía para la llamada “capitalización de la deuda” y, por sobre todas las cosas, como un mecanismo financiero para permitir la valorización y circulación de los títulos depreciados del endeudamiento en manos de la gran banca. La forma mistificadora de los análisis convencionales encubre que detrás de las “privatizaciones” se desarrolló uno de los negocios más espectaculares de toda la historia latinoamericana. Para ser rigurosos, el procedimiento actual de enajenación de las empresas estatales de nuestros países es, en realidad, una segunda privatización. Ya en el pasado la gestión de tales empresas era completamente extraña a todo tipo de control público, sea de los productores, sea de los usuarios y a los fines de una política de equilibrio y desenvolvimiento autónomo de la nación. Por el contrario, son innumerables los estudios que prueban que las empresas públicas funcionaban en realidad como mercados cautivos de un grupo selecto de proveedores privados, como tomadores de créditos de importantes entidades financieras de orden nacional e internacional y como mecanismo de subsidio a las grandes firmas industriales y agropecuarias.


 


La “quiebra” de estas empresas estatales es indisociable del conjunto de relaciones que las habían convertido en el coto privilegiado de grandes negociados para ciertas corporaciones del capital privado; es decir, de conglomerados monopólicos privados que, de hecho, controlaban sus redes productivas y comerciales y que son los mismos que pasan ahora, merced a la “privatización”, a ser sus propietarios directos y exclusivos. El entrecomillado es deliberado, porque las empresas no fueron “vendidas” sino entregadas por medio de una sub-valorización compulsiva de su patrimonio y a condición de que sus viejas y pesadas deudas financieras quedaran, en la mayoría de los casos, integralmente a cargo del Estado. Como, en buena medida, los nuevos propietarios se encuentran vinculados por innumerables lazos a los viejos acreedores, se dio el caso extraordinario de que ante una suerte de quiebra, los acreedores se quedarán al mismo tiempo con la seguridad del pago de la deuda y con la empresa a un precio vil.


 


“Plan Brady” el punto final


 


Con las “privatizaciones”, los pagos ya realizados y los contratos de reestructuración de la deuda, el sistema bancario internacional culminó la década del 80 “limpiando” sus balances en lo que respecta a lo esencial del endeudamiento latinoamericano. La coronación de todo este proceso es lo que se conoce como “Plan Brady”, una suerte de contrato final que consolida la ejecución de la hipoteca del endeudamiento pasado con la banca privada. En lo esencial, el “Plan Brady” es la conversión de la vieja deuda en títulos al portador, de mayor rentabilidad y fácil realización, garantizados por la compra de bonos del Tesoro norteamericano por parte de los gobiernos latinoamericanos. Lo que se denomina “securitización” del endeudamiento, mediante su transformación en papeles más lucrativos y de acceso abierto a los mercados financieros internacionales, significa que los países deudores ya no pueden recurrir al expediente de la moratoria particular con los bancos porque sus pasivos se han transformado en pagarés innominados, cuyo incumplimiento plantearía una quiebra de orden más general. Los intereses de los títulos Brady son superiores a los del mercado y comprometen a un servicio financiero anual también mayor que en el período previo inmediato. La renovada carga económica que implica este proceso sólo podrá cubrirse… con un nuevo proceso de endeudamiento; esto cuando acaban de consolidarse y reconocerse los montos involucrados en la fraudulenta deuda externa preexistente. Por eso el Brady no sólo es un plan de pago más oneroso que en el pasado sino una plataforma para reforzar la cadena del endeudamiento y sus negocios: presentado demagógicamente como un operativo para reducir y eliminar el problema de la deuda, es, en realidad, exactamente lo opuesto.


 


Lo que acabamos de indicar explica por qué “pese a los malabarismos financieros, los préstamos internacionales y al mismo Plan Brady, la deuda externa de América Latina continúa creciendo”(9). Lo distintivo de la nueva deuda es que los bancos no arriesgan capital propio porque actúan como meros intermediarios de la colocación de “bonos latinoamericanos” en las grandes plazas financieras, cobrando suculentas comisiones de intermediación. Por esta vía, “diez años después de que México desencadenó lo que luego fue mundialmente conocido como la ‘crisis de la deuda’, anunciando que no podía pagar su deuda externa, los bancos se están llenando nuevamente de dinero, inyectando capitales en América Latina… aunque esta vez hay una enorme diferencia: los capitales no son suyos; los colosales préstamos de la década del 70 no existen más” (10).


 


El dato que falta es el siguiente, ilustrado por el actualmente “paradigmático” caso argentino: “los mismos banqueros no pueden evitar reconocer que la mayor porción —probablemente más del 70%— de los nuevos fondos que fluyen hacia el país proviene de los recursos argentinos en el exterior” (10). Es decir, es la clase propietaria nativa la que aparece como acreedora del propio país, luego de haber financiado con el endeudamiento del pasado su fuga original de capitales y de haber transferido al Estado sus propios pasivos en divisas. Son razones materiales muy precisas, por lo tanto, las que explican la “incapacidad” del denominado “establishment” latinoamericano para frenar la sangría continental: es un socio privilegiado de la moderna rapiña financiera de América Latina.


 


Si se examina el fenómeno actual de la deuda externa de conjunto, lo que debe concluirse es lo siguiente: el endeudamiento reposa ahora en base? todavía más frágiles que en el pasado y carece di toda garantía, una vez que ha sido destrozado el patrimonio público como parte del pago de las viejas deudas. Esto significa que la cuestión de la deuda externa, lejos de desaparecer con el inicio de los años 90, está planteada con un carácter todavía más explosivo que en toda su larga y penosa historia. Es un componente de la crisis económica y financiera que amenaza con derrumbar todos los pilares del mercado mundial; más concretamente: del “orden internacional” estructurado sobre la base de los equilibrios sociales y políticos emergentes de la última posguerra, hoy definitivamente agotados.


 


Al comenzar este trabajo señalamos que los años que “celebra” el V Centenario comienzan con la sangría de América Latina al servicio de la primitiva acumulación capitalista. Importa ahora, como conclusión, recordar que este mecanismo de doble expropiación, tanto de las viejas clases dominantes como de los productores de sus medios de trabajo, ha culminado planteando las bases para una tarea de orden histórico tan imprescindible como progresiva. Una tarea que la deuda externa y la confiscación permanente a que somete a nuestras naciones y pueblo nos recuerda casi cotidianamente. Los expropiadores deben ser expropiados.


 


Si, en el primer caso, se trató de “la expropiación de la masa del pueblo por unos cuantos usurpadores”, la diferencia es que ahora se trata, simplemente, de comprender las condiciones existentes para “la expropiación de unos cuantos usurpadores por la masa del pueblo”.


 


 


 


NOTAS:


(1) Ver COGGIOLA, Osvaldo; “1492-1992 – El capitalismo festeja su senilidad” en “En defensa del marxismo”, Año I N9 3, Buenos Aires, abril 1992.


(2) FERREIRA, Pinto; “Capitais estrangeiros e divida externa do Brasil”, Editora Brasiliense, Sao Paulo, 1965.


3) Ver LEMOINE, Julián; “La deuda externa”, Cuadernos de El Periodista, Año 1N-1, Ed. La Urraca, Buenos Aires, 1985; y VEGA, Juan; “Deuda Externa, delito deusura internacional”, Ed. Ciencias Sociales, La Habana, 1987.


4) Ver RIEZNIK, Pablo; “Endeudamiento externo y crisis mundial”, Ed. Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO), Buenos Aires, 1986.


(5) Ver CALCAGNO, ALfredo y MARTINEZ, Amalia; “La evolución de la estrategia de los bancos acreedores”, Centro de Economía Internacional, Buenos Aires, diciembre 1988.


(6) Ver MARX, Karl; “El Capital, Tomo III, Seción Tercera. Ed. Siglo XXI, Méjico, 1986.


(7) ver KATZ, Claudio; “Deuda externa latinoamericana: significado y tendencia” en Realidad Económica, Io bimestre 89, ED. AIDE, Buenos Aires.


8) “CLARIN”, Buenos Aires, 9 agosto 1992.


(9) “INTERNATIONAL HERALD TRIBUNE”, 10/8/92.


(10) “EL ECONOMISTA”, Buenos Aires, 11/9/92.

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