Buenas noches.
Es muy frecuente, en los programas de televisión y en los diarios, ver que los periodistas subrayan, cuando hay una reunión de carácter político y, a veces, de carácter cultural, el escaso número de mujeres y, a veces, la ausencia completa de mujeres. Lo señalan como una expresión del lugar subordinado de la mujer.
Entonces señalan ese hecho como una manifestación, según el diario, de distintas cosas, como puede ser el patriarcado, el machismo, etc.
En esta reunión nuestra de hoy, por el contrario, hay una escasez de varones. En un marco de politización de la clase obrera, en Argentina, revela un atraso político. La cuestión de la mujer y de su lucha tiene una importancia política enorme para la clase obrera. Existe una acción política organizada de la Iglesia, en el movimiento obrero, para apartarla de esa lucha. La burocracia de los sindicatos es, en este país, clerical. De otro lado, el abordaje del movimiento femenino desde el “género” opera en la misma dirección, a veces incluso en forma explícita, de separar a la clase obrera de esta lucha, cuya misma unidad pondría de manifiesto su carácter social y político.
La exposición que sigue está dirigida a desarrollar, en forma polémica, las bases de una estrategia socialista para la clase obrera en un marco de ascenso de la lucha de la mujer y también de proliferación de tendencias que caracterizan a esta lucha en un marco ajeno a la lucha de clases, a la decadencia de la sociedad capitalista y a las crisis políticas.
Las colas de Febrero del ’17
En el libro de los compañeros Cintia [Frencia] y Daniel [Gaido] se hace un relato que debo haber leído mil veces. Tiene que ver con la historia, archi-conocida, de que las obreras rusas salieron a la huelga el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, en febrero del año ‘17, contra la opinión, la advertencia y la posición de todos los partidos políticos. Citan hace una descripción de los hechos por parte de un participante -creo que del comité del barrio Viborg- que me llamó la atención de un modo especial. Este testimonio explica que las mujeres salieron a la huelga desoyendo a todo el mundo, agobiadas por las colas interminables que debían hacer frente a las panaderías en las madrugadas del invierno ruso -y muchas veces cargando a sus niños.
Una partidaria de la lucha de la mujer con perspectiva de género habría reclamado, ante semejante situación, que los hombres compartieran el sacrificio que demandaba la situación -y no habría estado equivocada. Habría dicho: “Vayan a la fábrica donde están los hombres y repártanse la cola, un día uno, un día el otro”. No es lo que se les ocurrió a las mujeres rusas: decidieron tomar el ‘atajo’ de ir a la huelga y marchar a las fábricas colindantes, con predominio masculino, para desatar una movilización política de masas, que desató una revolución y el derrocamiento del zar. En la revolución más grande de la historia, la cuestión de la mujer fue encarada, en el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, con el método de la lucha de clases y de la revolución social. Triunfante en octubre de ese año (nueve meses de embarazo), dictó la legislación femenina y de derechos más radical y abarcadora de la historia.
Este es el debate que tenemos aquí. Si hay que decirle a los hombres que vayan a hacer la cola -como corresponde-, como un objetivo estratégico que pondría fin a la subordinación de la mujer o unir a la clase obrera y a los trabajadores, varones y mujeres fusionados, para preparar metódicamente una revolución socialista -en el ejemplo que tomamos, la huelga general y, a término, la insurrección, para terminar con el zar, o más en general la dictadura del capital y de la burguesía. De aquí que la atención que reclama el libro de Cintia y Daniel, hacia la fórmula de Clara Zetkin, la líder socialista, luego bolchevique y enseguida comunista, a favor de “una ruptura clara” de la vanguardia de la mujer obrera y socialista con el feminismo de género -o sea, con la estrategia que propugna un frente pluriclasista de la mujer y que confina al movimiento femenino al marco del Estado burgués y la sociedad capitalista. La expresión ‘rupturas claras’ es también muy poderosa, porque no hay progreso político posible sin el ejercicio de la delimitación de estrategias y programas -o sea, sin claridad.
De clases y géneros
La idea de Clara Zetkin de que el movimiento de mujeres trabajadoras debía separarse del movimiento de mujeres burguesas, ya está inspirada históricamente en la Circular [del Comité Central a la Liga Comunista] de 1850, de Carlos Marx, que llama al proletariado a construir un partido independiente de la burguesía.
Porque Marx había participado, como comunista que era, en la Revolución de 1848, como ala izquierda del movimiento burgués. Después de la derrota de esas revoluciones y de la masacre que se cometió en París, en junio de 1848 contra los obreros franceses, concluye que “hay que romper”, con ‘absoluta claridad’, en particular con el ala “socialista” de esa burguesía, representada por Louis Blanc y otros, por el centro-izquierda francés, que quería ser el representante de todas las clases, en una suerte de Estado social, sin la necesidad de derrocar al capitalismo.
Este es el punto de vista fundamental también en relación con el movimiento de la mujer. Como bien han dicho Olga y Cintia en sus exposiciones, la cuestión de la condición de la mujer en una sociedad explotadora, donde una minoría se apropia del trabajo de la mayoría, atraviesa a las mujeres de todas las clases. Es por eso que estamos discutiendo el problema de la mujer y el carácter de los movimientos feministas.
Pero esta comunidad tiene que ser vista en forma concreta. Para arrancar con un ejemplo, las mujeres de la burguesía y las mujeres de la clase obrera no asumieron una posición homogénea frente al golpe del ’76; la condición de clase, no de género, marcó la conducta de unas y otras, tomadas en su conjunto. El desarrollo político escinde en campos irreconciliables a las mujeres que, por otro lado, comparten algunos y ciertos intereses comunes. La lucha de clases y los procesos políticos que engendran prevalecen en el conjunto de la sociedad y definen los campos en disputa. El feminismo, como movimiento policlasista, es un movimiento condenado a la división, ante los problemas de la sociedad tomada en su conjunto.
Militante del socialismo
Por eso, Clara Zetkin no sólo desarrolla el punto de vista marxista sobre la cuestión del feminismo y de la mujer, sino que parte del punto de vista del proletariado internacional y del punto de vista del Partido. La cuestión de la revolución proletaria enmarca la política frente a la cuestión de la mujer -no es una derivación de ella. El libro demuestra que hay un esfuerzo sistemático de las mujeres socialistas para que las mujeres se incorporen al Partido y el Partido se fortalezca en el seno del movimiento de la mujer. La mujer debe militar para ensamblar la lucha por la emancipación de la mujer con la lucha por la emancipación de la explotación social. Para eso debe convertirse en militante política y en líder política socialista. Ella es una mujer socialista desde el socialismo, no desde el feminismo.
Del libro uno se lleva la conclusión de que examina la cuestión de la mujer como socialista y no que examina el socialismo, digamos, como mujer; aunque hay una relación dialéctica que enriquece la lucha por el socialismo como lo que realmente es y debe ser: una lucha por la emancipación universal. La emancipación particular, en este caso de género, es una contradicción en términos.
Es muy importante este libro como una recuperación crítica de una historia, pero en especial si uno tiene la capacidad de leerlo en clave actual. Resuenan fuertemente en el libro debates actuales, e incluso diría que en aquel momento tuvieron mayor nivel o envergadura que los de ahora. Porque de las citas que se hacen -de los contendientes en esta lucha política-, los textos del feminismo burgués o pequeño burgués del pasado superan en a los actuales. Ocurre con el movimiento feminista lo que ocurre con la burguesía en general: intelectualmente vigorosa en su época de ascenso, tiende a descomponerse en su época de decadencia. Lo cual nos lleva al carácter desigual del desarrollo político.
Clara Zetkin, Rosa Luxemburgo, Nadezhda Krúpskaya, Aleksandra Kollontai, para mencionar a aquéllas que aborda el libro, se adelantaron intelectual y políticamente en los temas que abordaban, como en este caso la condición de la mujer, en un período de luchas revolucionarias y de organización revolucionaria. Tiene una etapa de ascenso a partir del ’68 mundial. Estamos asistiendo a un nuevo período y a nuevas tentativas, como se vio en las manifestaciones últimas del 8 de Marzo, en numerosos países del mundo. O las grandes manifestaciones de la mujer en Estados Unidos. Es en este marco de rebelión popular que encaramos las nuevas/viejas polémicas.
Género
El punto de vista fundamental que nos separa, de este otro feminismo, o de las concepciones burguesas y pequeño burguesas de la mujer, es esta tesis de la teoría del género. Que no es una tesis basada en una diferenciación social producto del desarrollo histórico de la sociedad, sino que es una ideologización de una condición femenina.
Como muy bien dicen ellas mismas: el género es una construcción cultural. El método de la “construcción cultural”, en contraposición al desarrollo histórico antagónico de la condición humana, atraviesa a la pseudo-ciencia actual en la mayor parte de sus ramas.
Estamos frente una definición. Es un a priori. No es la historia real de la mujer y, por lo tanto del hombre, a través de la historia y de sus relaciones recíprocas en distintas sociedades de explotación, sino que es el descubrimiento de algo, como construcción cultural, como una ideología, ‘de lo que es la mujer’, no de lo que la mujer realmente es a través de su práctica, sino de lo que la mujer es por este artificio ideológico. Varias corrientes que reclaman su condición de marxistas se han apropiado de estas ideologías, como una manifestación del carácter ‘abierto’ del materialismo histórico. Estamos ante una confusión vulgar entre el carácter abierto de la ciencia y la mistificación ideológica, porque el marxismo simplemente parte del carácter infinito de la capacidad de conocimiento humano y de la consiguiente condicionalidad del conocimiento actual, pero no admite status científico para la representación especulativa. El planteo de género recoge la aspiración a la igualdad social de la mujer, no solamente en derechos, dentro del marco de una sociedad explotadora que se distingue por el crecimiento exponencial de la sociedad. Esa igualdad se manifiesta, por eso, solamente en una parte de la burguesía y la pequeña burguesía, y de una manera irregular e inestable.
En lugar de acabar con la sociedad explotadora y abrir el paso a las mujeres y a los hombres, dicen, “conservemos esta sociedad y luchemos para que la mujer se integre a ella de acuerdo con nuestras definiciones”. Entonces, por ejemplo, una obrera que consigue un aumento de salario se estaría desarrollando como mujer a igual título que una mujer que es nombrada en el directorio ejecutivo de General Motors. Mañana, sin embargo, la directora de General Motors le va a bajar el salario a la obrera de la General Motors.
Estamos en presencia de una construcción a-histórica.
Las sufragistas inglesas del siglo XIX, de donde descienden las corrientes de género de la actualidad, adoptaron un punto de vista directamente político, que recogía una lucha que había inaugurado el primer partido obrero de la historia, el cartismo inglés. Era una lucha por los derechos de las mujeres, que habían rechazado los líderes de la Revolución Francesa. Era una lucha entre el sufragio censitario y el universal -dos desarrollos del Estado burgués. Este mismo movimiento sufragista se convirtió, en la Primera Guerra Mundial, en una corriente defensora de la burguesía imperialista de su propio país. La conquista del derecho al voto y a ser elegido no debe confundirse con la paridad de género en las instituciones del Estado, que apunta a reforzar al personal político de la burguesía y cooptar a una fracción del feminismo. El empoderamiento de la mujer -un punto central del programa de género- sustituye la conquista del poder político, por parte de la mujer trabajadora, en el marco de un gobierno de trabajadores, por un escalafón restringido a las mujeres burguesas o profesionales. La conquista del sufragio universal tiene lugar cuando el Estado se ha asegurado la colaboración de la clase obrera a través de los partidos reformistas y la burocracia de los sindicatos.
La Organización de las Naciones Unidas tiene distintos programas de desarrollo, que es anunciado ‘con perspectiva de género’, en alusión a la integración de la mujer. Es instructivo este lenguaje mistificador de parte de una organización cuyos programas tienen por base la explotación social y privilegios económicos para las corporaciones. Los llamados Cascos Blancos han sido denunciados en forma sistemática por los abusos contra mujeres y niños. Porque cualquier programa de desarrollo de las Naciones Unidas es un programa de explotación social, que incluya a la mujer, ‘con perspectiva de género’.
Un plan de educación sexual ‘con perspectiva de género’ atiende a las diversas orientaciones sexuales, pero hace abstracción de la condición social de esa relación, condicionada por la explotación y la pobreza, la falta de horizonte humano. Es curioso que se publicite una educación sexual con adjetivos, en una sociedad alienada. La educación sexual “con perspectiva socialista” atendería a esta alienación, en primer lugar, y a la lucha revolucionaria para acabar con ella.
La educación es propaganda -explica Trotsky-, es una lucha de clases en el plano cultural, incluida la educación política. Bajo el capital sirve a la reproducción de la ideología dominante. La educación soviética también es propaganda, porque todavía es una sociedad que no ha abolido la explotación, pero donde el poder ha sido tomado por el proletariado para destruir la opresión de la burguesía. Entonces, la educación es una educación anti-capitalista, socialista. Los partidos revolucionarios tenemos que defender la educación, la educación sexual, el desarrollo, etc., en la perspectiva del gobierno obrero y del socialismo.
Patriarcado
Del mismo modo, hay una mistificación con el tema del patriarcado.
El capitalismo proclama, ya desde la Revolución Francesa, su condición de sistema de igualdad formal. El patriarcado es un sistema de dominación personal. Las revoluciones burguesas liquidan todas las formas de dominación personal. Por lo tanto, el patriarcado se distingue claramente, como principio de construcción social, de la explotación capitalista. Ahora, los procesos históricos no son puros, no es que se hace un corte, como decía Clara Zetkin, una ruptura, con la claridad. Cualquiera sabe que en Brasil la esclavitud se abolió a finales del siglo XIX. Los descendientes de esclavos, y no sólo ellos, se encuentran más esclavizados hoy que bajo el régimen esclavista. Pero ya no pueden darse por objetivo la lucha para abolir la esclavitud, sino el capitalismo. Lo mismo ocurre en Estados Unidos, con los negros y los inmigrantes (‘ilegales’).
Entonces, en muchas familias, las mujeres son tratadas peor que cuando no tenían ningún derecho, ahora que tienen derechos, ¿por qué? Porque un régimen de explotación tiende, por sus tendencias conservadoras, a perpetuar los elementos de explotación que fueron formalmente sustituidos por otra forma de explotación social. Pero ya no se trata del patriarcado, sino de la disolución de la familia como unidad económica y del patriarcado como dominación personal.
Una cosa que llama la atención en los textos relativos al género es la falta de consideración sobre la familia -a la cual Marx y Engels le prestan toda la atención: la propiedad privada, la familia y el Estado, la Santísima Trinidad. Porque la familia es donde se produce o se desarrolla la esclavitud doméstica de la mujer.
¿Es decir que la mujer va a salir de esa esclavitud doméstica «por medio de una construcción cultural», y no por medio de la abolición de la familia, o sea, la socialización de la actividad doméstica? El salario doméstico para la mujer reproduce esta forma de esclavitud, más allá de la perspectiva de los salarios en un sistema capitalista que tiende a liquidar las conquistas obtenidas. Allí donde rige como una asignación especial, no ha detenido el avance de la miseria.
Entonces, nuevamente, la abolición de esta familia opresiva, en cuyo seno ocurren cosas atroces, requiere la abolición del capitalismo. Porque con la abolición del capitalismo se socializan todas las actividades económicas, y se le quita base económica a la relación entre el hombre y la mujer, que pasa a ser una relación auténticamente personal.
El Estado
Ahora, aquí tenemos un problema que es muy interesante. En esta ‘construcción cultural’ se producen deformaciones instructivas.
El 8 de Marzo, en las marchas en el País Vasco, muchas jóvenes marchaban cantando las canciones de la Revolución Española o las canciones de la Resistencia al franquismo. Lo cual me provocó una viva emoción. Tuve la sensación de que las ‘instituciones revolucionarias’ -y la música forma parte, la música revolucionaria, es una institución- volvían al frente. Pero cuando presté más atención, la canción decía ‘al Estado machista’.
Es decir que en esta ‘construcción cultural’, el Estado viene a jugar el papel del varón, y entonces tenemos una organización política de los varones asentada enteramente en el sojuzgamiento de las mujeres, y no un Estado capitalista asentado enteramente en la explotación, por parte de una oligarquía capitalista, de la masa de los proletarios.
El hecho de que se oscurezca el carácter de clase del Estado, en estos términos, muestra la función del feminismo de género en la teoría social, como una absolución del carácter de clase que explica la existencia del Estado, en una época de guerras y barbaries. ¿La finalidad de estas guerras es producir atrocidades de género o reforzar el poder punitorio del Estado para el cumplimiento de objetivos imperialistas?
Ahora, si ‘todo es una construcción cultural’, ¿cómo luchamos contra la violencia contra la mujer? Que me digan cuál es la herramienta cultural para luchar contra la violencia a la mujer.
Todas las propuestas de protecciones de las mujeres, post-violencia, no funcionan; y pre-violencia, por definición no van a funcionar porque están en la matriz del presente régimen social.
En nuestro Partido hemos llamado sistemáticamente, hace mucho tiempo, a la organización socialista de las mujeres trabajadoras con características militantes, de manera que están en los barrios, en las fábricas, etc., movilizadas contra la violencia. Movilizadas desde el punto de vista de la propaganda y movilizadas desde el punto de vista de la acción directa. Digo ‘de la propaganda’ porque hay que persuadir a muchos obreros a que el camino de la emancipación pasa, en primer lugar, por el respeto a su compañera y por el respeto a cualquier mujer en general. Los socialistas tenemos que librar una lucha política dentro de nuestra clase y, en primer lugar, movilizar al proletariado en apoyo a la lucha de la mujer trabajadora y de la mujer ‘tout court’.
Mujer, clase y partido
Ahora, ustedes fíjense que ¿cuál es la diferencia que tenemos en este enfoque de género con lo que explicaron Olga [Viglieca] y Cintia [Frencia]?
Había un Partido Socialista en Alemania que crecía a raudales, y prácticamente era un Estado dentro del Estado. Tenía cinco periódicos por Estado (está dividida Alemania en varios Estados), tenía cooperativas, sindicatos, periódicos, corales, orquestas sinfónicas… Había dos Estados: la monarquía y el Partido Socialista.
Y estaba la organización socialista de las mujeres, que entró rápidamente en conflicto -cuentan ellas- con la burocracia del Partido y con la burocracia de los sindicatos socialistas. Lo mismo que tiempo después protagonizaría la juventud con el aparato del Partido. En las discusiones entre las obreras del PS y las feministas, en más de una oportunidad el aparato del Partido apoyó a las feministas, en especial cuando se trataba de tejer una alianza entre socialistas y feministas -o sea a desarrollar un frente policlasista sobre la base de las reivindicaciones femeninas. La organización de la mujer del PS se identificó con la izquierda del Partido. La colaboración de clases se explicitó antes en el movimiento de la mujer, y luego en la guerra se va a explicitar en la colaboración política en el Estado con el capital alemán, los feudales alemanes, contra el proletariado de los otros países y contra el proletariado alemán. Pero comenzó como una propuesta de colaboración de clases en el movimiento de la mujer.
Es decir: detrás de esto está el problema de convertir al movimiento de la mujer en el punto de partida de un Frente Popular. El feminismo de género representa, en este punto, una vía de desvío político para las masas en su conjunto. Los obreros más avanzados deben disputar este terreno, convirtiéndose, en primer lugar, en los sostenedores más enérgicos de la lucha de la mujer.
Tenemos acá, para terminar, el siguiente punto: en la izquierda argentina están completamente asentadas la teoría de género, la construcción cultural, la alianza con la mujer burguesa y la colaboración de clases. Inclusive en el Frente de Izquierda. Como en esa película de Julia Roberts, dormimos con un adversario ideológico y estratégico potencial. La deliberada acción de evitar la delimitación clara del feminismo de género, así como la adopción de su método teórico, es un rasgo común del izquierdismo trotskista, que debe ser combatido en la teoría y en la acción política. El izquierdismo de la paridad de género como la vía para la igualdad de derechos es un planteo completamente antagónico al punto de vista de aquellas socialistas, y nada en la historia ha desmentido a aquellas socialistas. Aquellas socialistas hicieron la Revolución de Octubre.
La conciliación entre el marxismo y el feminismo de género se manifiesta en forma directa en el campo político de la izquierda con la promoción de los partidos amplios, ideológicamente ‘plurales’, que incorpora a ese feminismo. Desde el campo del género, la pequeña burguesía ha impuesto su posición de clase: no al partido obrero, sí al partido plural y al movimientismo.
Los partidos amplios -en Europa se llaman así -no tienen una ideología ni un programa. Aglutinan construcciones identitarias. ¿Qué quiere decir ‘identitarias’? Que se ordenan por un criterio ajeno al desarrollo social en el campo del trabajo -étnicos, géneros, naciones. Todo lo que no es una entidad generada históricamente por la lucha de clases, sino definida al margen de esa lucha de clases. Aunque está condicionada por la lucha de clases -y los marxistas la toman como parte de la lucha de clases-, en cambio, es definida por otros como no vinculantes a ella -que lo justifican como una superación del reduccionismo. Entonces, se forman partidos feministas, ecologistas, “con perspectivas plurales. Cada uno tiene una perspectiva diferente.
Obviamente, con una perspectiva diferente de todo el mundo, el capitalismo puede quedarse tranquilo: nunca se va a reunir la fuerza necesaria para poder derrocar al sistema capitalista. Ya este concepto, esto que estamos criticando y que el libro de Frencia y Gaido tan bien desarrolla, lo vemos en partidos trotskistas que se disuelven en formaciones ajenas o practican en ellas un seguidismo estratégico. En lugar de esto, es necesaria una campaña con este libro, para desarrollar una conciencia de clase en el proletariado acerca de la lucha de la mujer. Con una gran concurrencia de varones.
¿Cuál es el punto de cierre de esta exposición? La lucha por el derecho al aborto.
Un elemento decisivo en esta lucha es que la clase obrera intervenga a favor del derecho al aborto. En particular, por el hecho de que la Iglesia y la burocracia sindical están en contra. Acá tenemos un fenómeno un poco inverso al que estuvimos describiendo con Cintia y Olga. Ahora no se trata de que hay mujeres burguesas y mujeres socialistas, ahora se trata de que hay obreros que siguen a la burocracia y obreros con independencia de clase frente al movimiento de la mujer por el derecho al aborto.
El movimiento de la mujer por el derecho al aborto es un movimiento masivo, pero entre los obreros, una parte sigue a la burocracia, en forma pasiva o no tomando partido, porque tampoco la burocracia lo incita a que tome partido en contra del derecho al aborto, porque tiene miedo que si los incita a tomar partido, los obreros van a empezar a discutir, alguien va a venir con alguna idea, y en el camino va a volver a casa o en donde sea, le va a decir a la mujer: “Vieja, hoy tuve todo un debate político: me sumo a la lucha ésta”. Y descubre una nueva aproximación política.
El que el obrero se interese por la lucha de la mujer y la tome como propia equivale a la conciencia de clase. Es un obrero con una conciencia de clase porque ha salido de sí mismo y ha comprendido que su propia emancipación es una lucha de carácter universal, y que tiene que ver con la emancipación del género humano, como dice la canción de “La Internacional”.
Entonces, hay muchas tareas por realizar.
Impulsar este movimiento para que triunfe o para que sea muy masivo. Interesar, digamos, a los trabajadores. Y desarrollar una intensa propaganda. Porque la construcción de la mujer -cultural, psicológica, humana- será obra de las mujeres mismas, en las condiciones de la libertad que ellas mismas contribuyan a crear, luchando por el gobierno de los explotados y por el socialismo internacional. No hay nadie que les vaya a decir cómo es una mujer. Es la experiencia de la vida; y nosotros luchamos para que esa experiencia de vida no tenga obstáculos, pueda desarrollarse con amplitud, para descubrir su personalidad femenina, su personalidad humana, su personalidad social, a través de su propia experiencia.
*Jorge Altamira es fundador y dirigente nacional del Partido Obrero y de su corriente internacional, la CRCI. Fundó y dirigió Prensa Obrera y esta revista. Autor entre otros libros de La estrategia de la izquierda en Argentina, El Argentinazo, el presente como historia y No fue un martes negro más.