“La Internacional Comunista no soportará cinco años más de errores parecidos (…) Es cierto que, incluso en ese caso, la revolución proletaria terminará por abrirse nuevas vías hacia la victoria: pero ¿cuándo?, ¿y al precio de qué sacrificios, de cuántas innumerables víctimas? La nueva generación de revolucionarios internacionales deberá recoger el hilo roto de la herencia y conquistar de nuevo la confianza de las masas en el más grande acontecimiento de la Historia; el que puede verse comprometido por una serie de errores, de desviaciones y de falsificaciones ideológicas.”
León Trotsky, Alma-Ata, 12 de julio de 19281
El proceso por el cual se impuso la necesidad de fundar una IV Internacional se encuentra vinculado con la degeneración burocrática de su inmediata predecesora, la III Internacional, también denominada Internacional Comunista, durante el período posterior a la muerte de Lenin, en 1924. En aquel entonces, aunque el núcleo de la lucha política se desarrollaba en el seno del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), los combates y debates en torno de la dirección que debía tomar el partido mundial de la revolución abarcó también a los denominados países coloniales y semicoloniales, entre los que se encontraba América Latina. En este artículo nos dedicaremos a un momento particular de este proceso, en el cual la Internacional Comunista abandonó su programa revolucionario: el VI congreso, realizado en Moscú a mediados de 1928. No lo haremos en términos generales, sino a través de un análisis de la cuestión latinoamericana, cuyo estudio aún es incipiente en la historiografía.2
Para ello analizaremos el papel otorgado a la región latinoamericana en la revolución mundial en los informes oficiales, elaborados por los dirigentes de la Internacional y el Secretariado Latino, Nicolai Bujarin, Otto Kuusinen y Jules Humbert-Droz. A continuación, resumiremos los debates que ellos generaron en la nutrida delegación latinoamericana, y que dieron lugar a una importante cantidad de críticas. Posteriormente, evaluaremos en qué medida ellas fueron incorporadas en las tesis finales del congreso, concluyendo con las repercusiones que tuvieron al momento de su divulgación, tanto en América Latina como en la Oposición de Izquierda, particularmente en la crítica de Trotsky, exiliado en Alma-Ata.
I. La Internacional Comunista: de la lucha a la colaboración de clases
El triunfo de la Revolución Rusa, en octubre de 1917, representó, para el partido bolchevique, sólo el primer paso en la construcción del socialismo a escala universal. Dicha tarea requería una organización específica, un partido mundial que permitiese la acción conjunta de los explotados bajo una dirección revolucionaria: una Internacional. Fue así como, retomando las lecciones de sus predecesoras, constituyeron la III Internacional con el objetivo de llevar el proletariado al poder más allá de las fronteras rusas.
Pese a las enormes dificultades que atravesó la revolución en sus primeros años de vida, los bolcheviques lograron realizar su primer congreso en 1919, sosteniendo su convocatoria anual durante los siguientes tres años. Una de las cuestiones fundamentales que debió afrontar la nueva Internacional fue establecer un programa revolucionario de carácter global, lo que implicaba una caracterización general del capitalismo en términos históricos, por un lado, y conocer las características políticas y sociales de las diversas regiones y naciones en las que se pretendía intervenir, por el otro. De allí que, durante los preparativos del IV congreso, que se realizó a fines de 1922, Lenin planteó una serie de puntos fundamentales para la discusión en torno del programa general, el que “deberá establecer claramente los tipos históricos básicos de las reivindicaciones de transición de los partidos nacionales dependiendo las diferencias fundamentales de la estructura económica, como por ejemplo, Gran Bretaña e India”.3
No obstante, la muerte de Lenin, en 1924, significó un duro golpe para el desarrollo de la Internacional, que perdió prematuramente a su principal dirigente. Junto con la derrota de la revolución alemana, el reflujo del movimiento obrero europeo y las dificultades de la transición al socialismo en la Unión Soviética, la ausencia de Lenin desató una lucha por el poder al interior del Partido Comunista ruso, que tuvo repercusiones decisivas para el proceso revolucionario soviético y para la Internacional.
La tormentosa transición que atravesaba la estructura social rusa tomó la forma de dos fuerzas políticas que disputaron la conducción del proceso revolucionario: la dirección oficial del Partido, en manos de Stalin, y la oposición bolchevique-leninista, conducida por Trotsky. Su enfrentamiento, de carácter estratégico, se llevó adelante en cada uno de los aspectos particulares de la vida soviética, el Partido y la internacional, y se condensó en torno del debate entre el “socialismo en un solo país” y la “revolución permanente”.4
El enfrentamiento político agudizó un proceso que se había puesto en marcha en 1923, y que Lenin y Trotsky advirtieron y denunciaron tempranamente: la burocratización del partido bolchevique. Frente a ello, Stalin y sus aliados apelaron a la represión política de la oposición de izquierda, logrando sancionar la persecución al denominado “trotskismo” en el V Congreso de la Internacional Comunista, en 1924.5 Este proceso tomó carácter mundial con la denominada “bolchevización” de los partidos comunistas, que representó la “estalinización” de las secciones del PC, y que tuvo por objetivo eliminar toda oposición a la línea oficial, en particular a la oposición de izquierda, que comenzó a ser denominada trotskismo.6
El V congreso de la Internacional representó, entonces, el inicio de un giro en cuanto a sus objetivos fundamentales: ya no se trataba de concentrar los esfuerzos en llevar al proletariado mundial al poder, sino de defender al socialismo realmente existente, la Unión Soviética, de los diversos peligros que podían jaquear su desarrollo y consolidación. Entre ellos se encontraba, naturalmente, todo tipo de oposición política, que inmediatamente era calificada como representante de intereses opuestos a la revolución, por lo que merecía (y exigía) una represión implacable. Desde entonces, la burocracia estalinista prescindió de la convocatoria a congresos regulares de la Internacional, evitando todo tipo de situación política en la que su autoridad pudiese ser cuestionada.
En América Latina, Buenos Aires se constituyó en el centro del proceso de bolchevización/estalinización, instalándose el Secretariado Sudamericano, en 1925, con su periódico, La Correspondencia Sudamericana, ambos a cargo de Vittorio Codovilla y Rodolfo Ghioldi, respectivamente. Desde entonces, el Partido Comunista argentino (PCA) representó un férreo defensor de las alianzas con sectores burgueses en la región, sobre la base de una caracterización particular de las sociedades latinoamericanas, en las que predominó el carácter precapitalista de sus relaciones sociales (feudales y esclavistas) por sobre las capitalistas, justificando la alianza con las burguesías nacionales y el carácter democrático burgués de la revolución. En ese sentido, Codovilla aseguraba que
“En muchos de estos países, con la excepción de Argentina, donde ya hay una burguesía industrial nacional que participa del poder, todavía estamos en la misma situación que existía en Francia antes de la revolución burguesa. No debemos olvidar que, en Brasil, sólo hace 50 años se abolió la esclavitud; el feudalismo todavía existe, y domina en casi todas las regiones del país”.7
Se trató de una línea que fue resistida por sectores del Partido en diferentes lugares de América Latina, entre quienes se destacó el cubano Julio Antonio Mella, quien enfrentó estos postulados afirmando que
“Los revolucionarios de América que aspiren a derrocar las tiranías de sus respectivos países (…) no pueden vivir con los principios de 1789; a pesar de la mente retardataria de algunos, la humanidad ha progresado y, al hacer las revoluciones en este siglo, hay que contar con un nuevo factor; las ideas socialistas en general, que con un matiz u otro, se arraigan en todos los rincones del globo”.8
Pasaron cuatro años sin que la Internacional fuera reunida hasta que, empujada por una crisis sin precedentes, tanto en lo que hace a la sociedad soviética como a la situación internacional, la dirección del PCUS convocó a un nuevo congreso. Este debate encontrará en sus recintos un nuevo capítulo.
II. El sexto congreso de la Internacional y la cuestión latinoamericana
El VI congreso de la Internacional Comunista fue realizado en Moscú, entre el 17 de julio y el 1° de septiembre de 1928. La delegación latinoamericana, compuesta de 26 militantes, nunca había sido tan numeroso en los congresos previos. Su importancia no sólo se reflejó en su número, sino también en que siete de ellos fueron electos para el Comité Ejecutivo (CEIC).9 El debate en torno del lugar de América Latina se llevó adelante a lo largo de todo el congreso, aunque sus aspectos fundamentales se concentraron en las sesiones dedicadas al programa de la Internacional, presentado por Bujarin; y al movimiento revolucionario en las colonias y semicolonias, con informe a cargo de Kuusinen y un co-informe de Jules Humbert-Droz, especialmente dedicado a América Latina. Los aspectos fundamentales de la cuestión giraron en torno de la caracterización de la estructura económico-social de América Latina, al papel jugado por el imperialismo en la región y, vinculadas con ambas, al programa y tipo de revolución que allí debía impulsarse -es decir, a las características de su período de transición. Pasemos a un breve resumen de sus posiciones.
a. América Latina en las tesis propuestas por la Internacional
La cuestión colonial y semicolonial ocupó buena parte de las exposiciones de Bujarin, encargado de abrir el congreso y dirigir los primeros debates. Y aunque la revolución en China fue objeto de la principal atención, la cuestión latinoamericana también estuvo presente en sus intervenciones, probablemente con un lugar más destacado de lo que el propio Bujarin hubiese querido, presionado por la importante delegación.
En este sentido, a pesar de asegurar, en su discurso de apertura, que América Latina “entró por primera vez en la órbita de influencia de la Internacional Comunista”, Bujarin parecía no haber entrado en la órbita latinoamericana. Luego de semanas de debates, al cerrar el punto en torno del programa de la Internacional, apenas hizo referencia a la importancia de la cuestión campesina en América del Sur, con el objetivo de diluir el carácter capitalista de las relaciones sociales predominantes, asegurando que
“En casi todos los países de América del Sur hay una estructura específica de poder estatal (son los grandes propietarios terratenientes, los poseedores de los latifundios, los que están en el poder político de estos países). En una parte de esos países hay latifundios que se encuentran bajo un régimen mixto de explotación capitalista y de métodos feudales esclavistas”.10
Y a pesar de que la importante cantidad de delegados de la región lo obligó a reconocer que América Latina tenía “una importancia particular” y “un papel muy grande, aunque extremadamente específico en la política mundial”, no pudo ofrecer ninguna característica de esa particularidad, más allá de considerar a la región el “campo” del mundo y destacar el “movimiento popular contra el imperialismo”, vinculándolo con “el problema agrario y la lucha contra el feudalismo”.11 Asimismo, reconociendo que “hay diversas tendencias en nuestros medios sobre la cuestión de la línea táctica en los países americanos”, concluyó su discurso asegurando que “no podría dar en este momento una respuesta a esas cuestiones discutidas”, concediendo la posibilidad de que “las poderosas revoluciones populares y agrarias” se transformen en socialistas. Evidentemente, Bujarin se había encontrado con un escenario que no esperaba, y frente al cual le costó reaccionar.
En el curso de los debates en torno del programa de la Internacional elaboró una respuesta a sus propios planteamientos, aunque en lugar de mostrar la importancia latinoamericana en la revolución mundial, confirmó su lugar subordinado. Fue así como, refiriéndose al vínculo entre el sistema mundial y los procesos revolucionarios nacionales, se dirigió particularmente a los delegados latinoamericanos y de los países coloniales. En nombre de una política realista, supuestamente opuesta a “fórmulas abstractas”, y defendiendo una perspectiva que atienda a “la heterogeneidad, la diversidad de aspectos del proceso de la revolución mundial” y a un “carácter social muy variado”, planteó la estrategia de la Internacional en los “países atrasados”: los trabajadores debían disponerse a “sostener levantamientos nacionales e incluso nacionalistas o, más aún, levantamientos directamente dirigidos (subrayado mío, n. del a.) por revolucionarios burgueses”.12
En este sentido, argumentó que existían “diversos ‘períodos de transición’ en los distintos tipos de países”, a los que agrupó en tres formas fundamentales: a) capitalismo muy desarrollado; b) desarrollo capitalista medio, y c) coloniales y semicoloniales. De esta división, Bujarin sólo consideró “imprecisa” aquella dedicada a los países de capitalismo “medio”. Finalmente, presentó una respuesta al interrogante que había dejado planteado días atrás: “¿Cuál es el carácter de las exigencias que planteamos como específicas para los países coloniales? Son aquéllas (…) correspondientes a la etapa previa (cursiva nuestra, n. del a.) de la lucha por la dictadura del proletariado y del campesinado”.13 Esta perspectiva, escuetamente esbozada, sería ampliada en las sesiones específicas dedicadas a la cuestión colonial y semicolonial, de la cual América Latina era considerada parte.
En ellas, el finlandés Otto Kuusinen fue quien abrió el punto sobre la cuestión del movimiento revolucionario en las colonias y las semicolonias.14 Apenas comenzado su discurso, planteó una aclaración temeraria, probablemente consciente de encontrarse frente a delegados de todas las regiones del mundo: “Como ustedes saben, no dispongo de los conocimientos necesarios para hablar sobre el tema en su conjunto”.15 A renglón seguido, reconoció que no había respondido al planteo de Lenin, realizado en el II Congreso de la Internacional, en torno de la posibilidad del “desarrollo no capitalista de los países atrasados” -es decir, a saltar la etapa capitalista y pasar directamente a la construcción del socialismo, debido a falta de estudio.16
Asimismo, pese a reconocer que, por primera vez, se intentarían sistematizar las diferencias entre colonias y semicolonias, se adelantó a las críticas asegurando que su propuesta era deficiente y que esperaba que las tesis mejoraran con el correr del debate.
Por su parte, aclaró que, con el objetivo de describir la situación del movimiento revolucionario en China y otras colonias, se esforzó en “distinguir entre sí (…) diferentes estadios y etapas del movimiento revolucionario”, reivindicando, al igual que Bujarin, que “en la determinación de nuestra táctica y de nuestras tareas políticas en cada país por separado” no se parta de lo abstracto, sino de la situación concreta.17 Todas sus tesis se basaron en China y la India, sin hacer referencia explícita a América Latina, región que tuvo un tratamiento específico en el “co-informe” del suizo Jules Humbert-Droz, responsable para la región en el Secretariado Latino.18
En primer lugar, Humbert-Droz aludió al debate con los delegados latinoamericanos, en torno de la caracterización de América Latina, señalando que “cuando nos encontramos con los compañeros procedentes de América Latina, la primera discusión que surge, a menudo muy viva, atañe al carácter semicolonial de América Latina”.19 Frente a un rechazo de esta categoría por parte de ellos, las tesis se concentraron en probar el carácter semicolonial de la región. En este sentido, atacando el nudo de la cuestión, aseguró que Argentina, Brasil y Chile, los países más desarrollados en términos capitalistas, no podían ser considerados independientes debido a la penetración del imperialismo mediante inversiones de capital, caracterizándolos como semicolonias inglesas y yanquis. Sobre este último punto, aseguraba que ni siquiera la lucha interimperialista entre ambas potencias por la región les otorgaba a sus respectivos gobiernos cierta libertad de maniobra frente a ellos.
En términos históricos, planteó que el carácter común de las naciones latinoamericanas provenía de haber sido colonias españolas y portuguesas “liberadas con las guerras de independencia”, que les habrían otorgado una “independencia política”, pero no como resultado de una lucha de carácter burgués sino, tal como había planteado Bujarin, de una clase de grandes propietarios terratenientes:
“La lucha contra España y Portugal no fue una lucha de los indios por recuperar sus propias tierras; fue, en cambio, una lucha de independencia de los descendientes de los antiguos colonos y los grandes propietarios por liberarse del dominio y de los tributos impuestos por las metrópolis; ellos conservaron las tierras conquistadas, siguieron despojando a los indios y se desarrollaron, no como una burguesía nacional, sino como una clase de grandes propietarios nacionales”.20
Luego de obtenida esta independencia política, América Latina habría sido presa del imperialismo inglés y norteamericano, por medio de la conquista comercial y financiera -es decir, de inversión de capitales, siendo confinada a convertirse en productora de materias primas. No obstante, Humbert-Droz reconoce que “las inversiones de capitales no son suficientes para señalar el carácter semicolonial de América Latina”, radicando su especificidad en dos aspectos: 1) la ausencia de un capitalismo nacional desarrollado y en el carácter completamente subordinado del capital nacional, respecto del imperialista, lo que dejaría el corazón de las industrias en manos extranjeras; 2) el predominio (con la excepción de Chile) de estructuras económicas esencialmente agrícolas, donde las propiedades están en manos, o bien de compañías extranjeras, o bien de “grandes propietarios terratenientes nacionales”, quienes constituirían la clase dominante política.21
A pesar de ello, reconoce un desarrollo industrial incipiente, el que sería ampliado e impulsado por el avance del imperialismo, por lo que no produciría una clase burguesa nacional ni sentaría las bases de una economía independiente. A partir de estas consideraciones, concluyó que “la burguesía nacional no puede desempeñar un papel revolucionario en la lucha contra el imperialismo”.22
Pese a esta descripción del desarrollo incipiente de clases capitalistas, Humbert-Droz considera que la estructura de clases latinoamericanas estaría sostenida por las “tribus indígenas” y una “gran masa de campesinos pobres y obreros agrícolas que trabajan en condiciones semifeudales”, las que recuerdan “más a la esclavitud primitiva que al asalariado agrícola moderno”.23 Junto a ellos, una clase obrera relativamente débil y una pequeña burguesía poderosa.
Luego de este análisis, señala que “el carácter fundamental de todo el movimiento revolucionario de América Latina” se encuentra en la lucha “de las masas campesinas contra los grandes terratenientes por la tierra”; en “la lucha de vastas masas trabajadoras, campesinas, obreras, pequeño-burguesas, contra el imperialismo y, en particular contra el imperialismo yanqui”; y en las luchas democráticas de los obreros contra los regímenes dictatoriales y por mejores condiciones de trabajo, concluyendo que se trata de
“un movimiento revolucionario de tipo democrático-burgués en un país semicolonial, donde la lucha contra el imperialismo asume una gran importancia y donde ya no domina la lucha de una burguesía nacional por su desarrollo autónomo, sobre la base del capitalismo, sino más bien la lucha de los campesinos por la revolución agraria contra el régimen de los grandes terratenientes”.24
Desde su perspectiva, el desarrollo de la revolución latinoamericana se dará por “oleadas” sucesivas: la primera, dirigida por la pequeña burguesía; la segunda, por el proletariado y el Partido Comunista
“la perspectiva del desarrollo de la revolución democrático-burguesa no es la progresiva transformación en revolución socialista; la perspectiva es que la hegemonía de la pequeña burguesía en el movimiento revolucionario (…) irá siendo eliminada cada vez más, y que el papel del Partido Comunista, el papel del proletariado, se convertirá en un papel de primer plano, el de guía de las masas en la segunda oleada del movimiento revolucionario”.25
En 1928, Latinoamérica se dispondría a atravesar el “estadio de la revolución democrático-burguesa”, por lo que Humbert-Droz convocaba a consolidar un bloque revolucionario entre la clase obrera, el campesinado sin tierra (sic) y la pequeña burguesía revolucionaria (sic), lanzando la consigna de lucha antiimperialista por una “Unión federativa de las repúblicas obreras y campesinas de América Latina”.26
b. El debate en torno de los documentos oficiales
Las tesis de Bujarin, Kuusinen y Humbert-Droz fueron duramente atacadas en las sesiones dedicadas a su tratamiento, no sólo por los delegados latinoamericanos sino también por los propios soviéticos. El corazón de las críticas se concentró en la caracterización social de América Latina y en el tipo de revolución que de ella se desprendía.
Luego del discurso inaugural de Bujarin, Paulo de Lacerda, delegado de Brasil, cargó duramente contra él, discutiendo el lugar subordinado que el congreso pretendía otorgarle a la región:
“Se lee en las tesis del camarada Bujarin, que el movimiento comunista ha llegado por primera vez a los países de América Latina. Camaradas, esto no es muy exacto. No es el movimiento comunista el que ha llegado por primera vez a América Latina, es la Internacional Comunista la que por primera vez se ha interesado en el movimiento comunista de América Latina. En México, en Brasil, en Argentina, en Uruguay, en Chile, hasta incluso en Guatemala, existen partidos comunistas desde aproximadamente el año 1920, es decir casi desde la fundación de la Internacional Comunista. Pero ésta sólo ahora comienza a ocuparse de los asuntos de América Latina”.27
A continuación, se desató un nutrido debate en torno de América Latina y el carácter de su revolución, que tuvo su eje en diferenciar las especificidades de cada desarrollo nacional. El delegado Sala (Uruguay) aseguró que Brasil, Venezuela y Colombia “están en vísperas de una revolución democrático-burguesa”, mientras que México de una “revolución campesina”. Asimismo, afirmó que el gobierno de la mayoría de los países latinoamericanos se encontraba en manos del gran capital agrario (salvo en Argentina, donde ya gobernaba el capital industrial, y en México, gobernado por la pequeña burguesía), por lo que “será posible transformar esta revolución democrático-burguesa en una revolución obrera y campesina”.28 Por su parte, Ramírez (México) planteó diferencias entre los gobiernos latinoamericanos, a los que caracterizó como semi-feudales, democrático-burgueses y “pequeño-burgueses avanzados” (como en México y Costa Rica), constituyendo, cada uno de ellos, la expresión política de la situación económica de su país.29
Este interés por caracterizar las particularidades latinoamericanas expresó una coincidencia en considerar a la Argentina como uno de los casos de mayor desarrollo capitalista de la región, destacando su vínculo con el imperialismo británico, y no con el norteamericano, tal como planteaban los documentos oficiales.30 En este sentido, Ricardo Paredes (Ecuador), al referirse a industrialización de la producción agraria, señaló a la Argentina como la expresión más desarrollada de un proceso general de extensión de las relaciones capitalistas al agro que no se circunscribía al Río de la Plata.31 No obstante, frente a estas consideraciones, los delegados del PCA insistieron en la necesidad de impulsar “una revolución democrático-burguesa”, enfrentando las posiciones de sus compañeros latinoamericanos.32
Pero quien presentó la oposición más fuerte a las tesis oficiales fue el delegado de Ecuador, Ricardo Paredes, quien criticó al programa propuesto por Bujarin por no dar “una fisonomía propia al desarrollo del capitalismo en los países coloniales y en aquellos llamados semicoloniales”.33 En este sentido, señaló la existencia de industria “en vías de desarrollo”, que incluía productos de consumo local y de exportación, y la industrialización del campo, sobre todo en los países denominados semicoloniales (del cual Argentina sería su expresión más acabada). De allí se desprendería la existencia de un extenso proletariado agrícola (sobre todo en México, Brasil y Argentina).34
Asimismo, criticó la ausencia en el programa sobre la cuestión de la opresión racial, concluyendo que “es preciso definir de manera clara la forma de dominación imperialista en los países coloniales y semi-coloniales, el modo cómo se desenvuelve el capitalismo nacional, sus relaciones con el imperialismo”.35 En este sentido, planteó la necesidad de incorporar una nueva categoría de “países”, a los que denominó dependientes, criticando el corazón del programa bujarinista al vincular su deficiente caracterización de la estructura económica y su estrategia de revolución democrático-burguesa para América Latina:
“Es muy importante establecer esta división porque la concepción que se ha tenido hasta aquí de nuestros países los considera como ‘la campaña del mundo’, y altera así los problemas de la lucha en estos países al subestimar las fuerzas proletarias y al sobrestimar la cuestión campesina. Es por ello que las consignas de la revolución agraria democrático-burguesa están consideradas en el programa como las tareas por realizar en estos países”.36
Los países dependientes, como la Argentina, Brasil y Ecuador, se caracterizarían por encontrarse “penetrados económicamente por el imperialismo” aunque conservando “una independencia política bastante grande”, es decir, “donde la fuerza del imperialismo no es preponderante”, por lo que “la consigna de la revolución agraria democrático-burguesa no es justa” y, sobre todo, porque “nosotros ya hemos indicado que en casi ningún país de América Latina los terratenientes constituyen una capa diferente de la burguesía”.37
En este sentido, la interrelación orgánica entre burguesía nacional e imperialista volvería imposible cualquier distinción política entre dichos sujetos sociales y el antagonismo fundamental de América Latina se encontraría entre el conjunto de esta “plutocracia” clasista dominante y los trabajadores. Por lo que afirma que, de avanzarse en el tipo de consignas planteadas por el programa de la Internacional, la revolución no podría detenerse al momento de llegar al poder la burguesía nacional, sino que debería avanzar sobre ella. Según Paredes,
“Es el momento del reagrupamiento de las fuerzas antagónicas: el proletariado y las capas más pobres contra el poder de la burguesía del mundo entero (…) La consigna de la revolución agraria democrático-burguesa ha producido ya demasiada confusión en aquellos partidos de la Internacional Comunista que, durante cierto momento, han manifestado tendencias oportunistas reformistas (…) Yo pregunto: cómo podríamos nosotros expropiar solamente los capitales imperialistas y las tierras de los feudales sin expropiar al capital nacional, siendo que éste está enteramente ligado a los propietarios terratenientes y a los imperialistas. Por otra parte, expropiar solamente la tierra de sus explotadores, dejándoles las industrias, los bancos y el comercio, es decir, la fuerza económica más importante, sería el fracaso de la revolución democrático-burguesa dirigida por el proletariado (…) En el programa está indicado que en los países coloniales y semicoloniales la parte más importante de las industrias, de los bancos y del comercio está en manos de los capitalistas extranjeros. Si esto fuera cierto, entonces, en el momento de la expropiación de los imperialistas, el capital nacional sería tan mínimo que no representaría una fuerza política importante. Sería pues un error dejar a nuestros enemigos de clase las últimas fortalezas. Si la revolución agraria triunfa, si ella es capaz de expropiar a los propietarios latifundistas, a los capitales de los imperialistas y -ésta es la tarea más difícil- si el proletariado y los campesinos tienen éxito en constituirse en gobierno obrero y campesino, será también posible expropiar los capitales de la burguesía nacional sin indemnización”.38
Evidentemente, esta forma de argumentación presenta un vínculo con la teoría de la revolución permanente y el avance irremediable hacia la dictadura del proletariado en el seno de una Internacional que buscaba sancionar definitivamente el etapismo y el socialismo en un solo país. Atento a este peligro, Bujarin trató particularmente “la esencia de la revolución burguesa y los tres tipos de países”, respondiendo en duros términos que
“la dictadura democrática del proletariado y del campesinado es un grado previo de la dictadura proletaria, pero solamente un grado previo. Es una etapa en el desarrollo del proceso revolucionario. Esto no está de ninguna manera confundido en la tradición leninista, es más bien de la más pura interpretación trotskista eso de meter todo en la misma bolsa”39.
Asimismo, Bujarin se vio en la necesidad de justificar el frente “ocasional” con sectores de la “burguesía nacional revolucionaria” y rechazar la acusación de menchevismo, aunque, para ello, sólo pudo manipular una cita de Lenin, argumentando que enfrentar su propuesta implicaba enfrentar a Lenin.40
El siguiente debate se dio en las sesiones dedicadas al movimiento revolucionario en las colonias y semicolonias. Allí, uno de los delegados de México (Ramírez) acusó a las tesis de Kuusinen por no referirse a América Latina, advirtiendo, en torno de la clasificación de países, que “la diferenciación que se hace (…) teniendo en cuenta el grado de desarrollo político y económico y de su dependencia frente al imperialismo (…) es más bien incompleta. Sobre este tema haría falta realizar un estudio más detallado a fin de establecer una subdivisión lógica y correcta para cada uno de estos países. Y de este modo podría ser aplicada una táctica justa”.41 Incluso Contreras (el italiano Vidali), el más fiel representante de la burocracia estalinista en México, criticó las tesis de Kuusinen por no ocuparse del problema indígena (25 millones) y por no incorporar la cuestión negra (12 millones), reclamando, también, tesis específicas para América Latina, “donde se plantean nuevos problemas desconocidos en otros países coloniales y semicoloniales”.42
En este sentido, también se diferenció de la clasificación conceptual que confundió a países “con un notable desarrollo económico, los países bolivarianos, que están en el comienzo de su desarrollo, y los países de América Central, donde con excepción de México y Cuba, no existe casi industria y predominan aún las relaciones de producción semifeudales”.43
A ellos se sumó el soviético Lozovski, quien criticó la posición de Bujarin de caracterizar a las colonias como “campo del mundo”, por esconder su carácter industrial, la penetración del capitalismo en la economía rural, el crecimiento de la industria extractiva (petróleo, minerales) y fabril (textil, etc.), y el desarrollo de medios de transporte. Al igual que Paredes, argumentó que la tesis de la “aldea” o “campo” mundial elimina al proletariado industrial como clase dirigente y, por lo tanto, obturan la consigna de la dictadura proletaria. Asimismo, criticó la heterogeneidad de criterios a la hora de clasificar las colonias y cómo, de tipos y desarrollos diferentes, se desprendían políticas idénticas.
Asimismo, el soviético Travin criticó “la imprecisión” de la terminología de las tesis de Kuusinen, particularmente respecto de los tipos de revoluciones: “burguesa”, “democrático-burguesa”, “soviética”, “de clase”, “obrera y campesina”, “campesina”, advirtiendo que la revolución burguesa debía ser analizada en términos de clase, más allá del grado de democratismo que ésta implantase.44 No obstante, su crítica principal se dirigió al hecho de que Kuusinen no haya tratado la cuestión del salto al socialismo, es decir, del desarrollo no capitalista, previsto por Marx, Engels y Lenin, asegurando que dicha evolución era posible en América Latina, en donde no existiría, o sería muy débil, una burguesía nativa.45 De allí su oposición a la consigna de revolución democrático-burguesa, la que no sólo sería reformista, sino también imposible de llevar a la práctica, debido a la imposibilidad de un desarrollo capitalista nacional autónomo, cuya contracara sería la existencia de un bloque antiimperialista, de obreros urbanos y rurales, apoyados por los campesinos, que vería a los propietarios como enemigos nacionales y de clase al mismo tiempo. Estas serían las condiciones que permitirían impulsar en América Latina a un desarrollo no capitalista, debido a que la lucha podría adquirir, al mismo tiempo, un carácter nacional y de clase -es decir, socialista.
Por su parte, Vassiliev rechazó el concepto de “latinoamericanismo”, esgrimida por Kuusinen, planteando en su lugar una “Federación de Repúblicas Obreras y Campesinas, y criticó las tesis de Humbert-Droz, señalando que no se podía considerar a las burguesías latinoamericanas como potencialmente revolucionarias, considerando que “esta deducción es absolutamente incomprensible y contradice todos los hechos que conocemos sobre la situación en los países de América Latina”.46
Frente a los delegados que planteaban críticas importantes a los informes oficiales, se conformó un bloque que defendió el carácter semicolonial, etapista y democrático-burgués de América Latina, integrado por un conjunto de delegados de Argentina, Brasil, Uruguay, México y la Unión Soviética. Ravetto (Argentina) acordó con la caracterización del país como semicolonial, señalando que el imperialismo inglés era aliado de los terratenientes, mientras que el norteamericano lo era del capital industrial y comercial. Asimismo, Lacerda (Brasil) se refirió al movimiento de lucha que, en 1925, se había desarrollado en San Pablo, caracterizándolo como un movimiento revolucionario desencadenado por una fracción del ejército, que expresó la fermentación de la pequeña burguesía urbana con el apoyo de la burguesía industrial contra “la reacción agrarista que reina en Brasil”.47 La burguesía, apoyada por el proletariado, se habría enfrentado a dicha reacción, impulsando la “revolución burguesa del Brasil”.48 De allí que la burguesía tendría un papel progresivo, debido a que Brasil, como el resto de los países latinoamericanos, sería semicolonial y la independencia, sólo formal, habría representado el pasaje del imperialismo portugués al inglés. Por su parte, Lozovski criticó a los latinoamericanos que insistían en una estrategia socialista, defendiendo el carácter democrático-burgués de la revolución, aunque diferenciándose al enfatizar que el proletariado debía dirigir el proceso.
Tal como había ocurrido en la comisión del programa de la Internacional, estas posiciones fueron criticadas por el ecuatoriano Paredes, quien preguntó escuetamente: “¿El proletariado debe realizar la revolución democrático-burguesa? ¿El proletariado debe hacer una revolución que beneficia a la burguesía? Yo creo que no”.49 A continuación, insistió en la diversidad latinoamericana y planteó que el criterio fundamental para su conceptualización debía ser el grado de desarrollo económico y la fortaleza de su proletariado (industrial y agrícola), de los que se deduciría su capacidad para construir el socialismo, dividiendo a América Latina en tres tipos fundamentales: 1) los de “industria en crecimiento (…) fuentes importantes de materias primas (…) (que) tendrán la posibilidad de la construcción del socialismo en un futuro no lejano”, “subdivididos en dos categorías, en base a razones políticas: a) países dependientes (Argentina, Brasil, Uruguay, México, Ecuador); b) países coloniales y semicoloniales, en los que se plantea como problema fundamental la cuestión de la emancipación nacional”; 2) “de desarrollo económico muy restringido, con proletariado poco numeroso e incapaz de ser la fuerza motriz de la revolución, pese al apoyo del campesinado. Para estos países, la revolución democrático-burguesa representa una tarea actual”; 3) “muy poco desarrollados económicamente, y en los que la gran industria es mínima o inexistente. Aquí, el proletariado constituye una capa extremadamente débil. Debido a que las diferenciaciones de clase son muy débiles, las relaciones de clase son todavía muy oscuras. En estos países, la tarea consiste en una revolución por la emancipación nacional”.50
Desde su perspectiva, las tesis de Humbert-Drozse caracterizaban por una doble “subestimación de la burguesía y del proletariado” y una “sobrestimación del campesinado” que concluía en que “todos los problemas de estos países son encarados solamente desde el punto de vista de la repartición de las tierras y de la lucha contra el imperialismo”.51 Frente a ello, Paredes transformó su posición en una enmienda, en la que ratifica la vinculación de la lucha democrática y socialista en el proceso revolucionario y su crítica al etapismo, indicando que en “las tareas a realizar en los países latinoamericanos, indicar que en cuanto el proletariado adquiera la hegemonía en la lucha revolucionaria debe expropiar a la gran burguesía, su enemiga irreconciliable”.52
Frente a este conjunto de planteos, el silencio de Kuusinen, en su discurso de cierre del debate en la comisión, y la ausencia de respuesta alguna a los delegados latinoamericanos, representó un signo del rechazo, por parte de la dirección de la Internacional, de las críticas presentadas a lo largo de las sesiones.53
c. Las conclusiones oficiales del congreso
Luego de más de un mes de debates, la clausura del congreso dio lugar a la redacción de las correspondientes tesis y declaraciones programáticas, que resumían las posiciones finalmente adoptadas. Aunque la cuestión colonial recorrió al conjunto de las declaraciones, los delegados latinoamericanos sufrieron una derrota que se expresó en la ausencia de un documento exclusivo para la región, que continuó siendo considerada como parte del mundo colonial y semicolonial y, por lo tanto, fue incorporada en las “Tesis sobre el movimiento revolucionario en las colonias y semicolonias”, presentadas por Kuusinen el 1° de septiembre de 1928.54
Las tesis le otorgan un papel subordinado a América Latina, aunque asegurasen contradictoriamente, que allí se encontraba “uno de los nudos más importantes de las contradicciones del sistema colonial imperialista en su conjunto”, planteando que
“La lucha nacional de liberación comenzada en América Latina contra el imperialismo de los Estados Unidos se lleva a cabo, en su mayor parte, bajo la dirección de la pequeña burguesía. La burguesía nacional, que forma una delgada capa de la población (exceptuando Argentina, Brasil y Chile) y está vinculada, por un lado, con la gran propiedad rural y, por el otro, con el capital de los Estados Unidos, se ubica en el campo de la contrarrevolución”.55
Es decir que Kuusinen no sólo menciona al imperialismo norteamericano, en detrimento del británico, sino que también plantea que la pequeña burguesía se encuentra efectivamente encabezando un supuesto proceso de lucha de liberación nacional. Asimismo, esta caracterización de la burguesía como contrarrevolucionaria se contradecirá algunas páginas más adelante, al afirmarse que
“la posición de la burguesía de las colonias en la revolución democrático-burguesa tiene, en su mayor parte, un carácter discrepante, y sus vacilaciones conforme se desarrolla la revolución son aún más fuertes que entre la burguesía de un país independiente (…) La burguesía nacional de estos países coloniales no asume ninguna posición unitaria frente al imperialismo (…) una parte defiende (…) un punto de vista antinacional e imperialista (…) La parte restante de la burguesía local, especialmente aquélla que representa los intereses de la industria local, se ubica en el terreno del movimiento nacional y representa una corriente especialmente vacilante (…) posición media de la burguesía nacional entre el campo revolucionario y el imperialismo (…) Aquí tenemos un antagonismo objetivo y fundamental de intereses entre la burguesía nacional del país colonial y el imperialismo”.56
Junto a esta concesión enorme a las burguesías nacionales, las tesis de Kuusinen intentan incorporar algunos de los aportes realizados durante las sesiones, concluyendo en un ecléctico programa que plantea la existencia de burguesías nacionales (incluso de cierto poder, en Argentina, Brasil y Chile), al mismo tiempo que la posibilidad de eludir el estadio de dominación capitalista.57 El carácter oportunista de esta afirmación se expresa, por un lado, en la insistencia en el rol subordinado de “las masas laboriosas de las colonias” que “forman una poderosa tropa de refuerzo (subrayado propio, n. del a.) para la revolución socialista mundial”; y, por el otro, en que la posibilidad de este desarrollo no capitalista en las colonias se circunscribiría, justamente, a la intervención de los países centrales, lo que implicaba que dicha evolución no era viable en el presente.58 Las tesis de Kuusinen reforzaron esta idea, al señalar que “saltear las inevitables dificultades y las tareas especiales del estadio actual del movimiento revolucionario (…) sólo puede traer perjuicios”.59
Al momento de describir los rasgos esenciales de la economía del universo colonial, las tesis de Kuusinen señalan la alianza entre el imperialismo y “las capas dominantes del orden social anterior -los feudales y la burguesía comercial y usurera- contra la mayoría del pueblo”, la que tiene por objetivo “perpetuar las formas precapitalistas de explotación (especialmente en el campo) que constituyen la base de la existencia de sus aliados reaccionarios”.60 De allí, a considerar como parte del pueblo a la burguesía nacional, había un solo paso.
Hecho este análisis general, se realiza una clasificación de las diferentes regiones del mundo: por un lado, se distingue a las colonias que se crearon como “áreas de colonización para la población excedente” y que se desarrollaron como una “prolongación de su sistema capitalista” (como Australia y Canadá, entre otras); por el otro, las que fueron “explotadas (…) como mercados de consumo, fuentes de materias primas y áreas de colocación de capitales”. Mientras que, en el primer caso, se trata de una extensión de la estructura de clases y la sociedad metropolitana (que subyuga y excluye a la población local); en el segundo, las formas coloniales de explotación capitalista “traban” el desarrollo de las fuerzas productivas de las respectivas colonias, permitiendo sólo un desarrollo limitado (ferrocarriles, puertos, etc.), que garantice el funcionamiento de la explotación colonial, muchas veces mediante el comercio. En este sentido, aunque la agricultura de las colonias produce para la exportación, “no se libera en modo alguno de las cadenas de las formas precapitalistas de la economía”.61
En este sentido, se señala que en los casos que el imperialismo promueve cierto desarrollo industrial (como el paso del cultivo de cereales al algodón, en Cuba, Sudán o Egipto) tiene por origen una necesidad del país imperialista, por lo que agudiza el carácter dependiente y monopólico de la colonia. En todo caso, la creación de nuevos cultivos se encuentra vinculada con la necesidad del imperialismo de ensanchar su campo de cosecha de materias primas, por lo que
“las empresas capitalistas creadas por los imperialistas en las colonias (con excepción de algunas empresas que sirven a fines bélicos) conllevan de manera preponderante o exclusiva un carácter agrario-capitalista y tienen que ostentar una exigua composición orgánica de capital. La metrópoli no favorece sino, al contrario, posterga la real industrialización del país colonial, y en especial la creación de una industria de maquinaria viable que estuviese en condiciones de promover el desarrollo autónomo de las fuerzas productivas del país. Ahí reside en lo esencial su función de esclavización colonial (cursiva original, n. del a.): el país colonial es obligado a sacrificar los intereses de su desarrollo autónomo y a desempeñar el papel de un apéndice económico (materias primas agrícolas) del capitalismo foráneo, para que se fortalezca el poder económico y político de la burguesía del país imperialista a costa de las clases laboriosas del país colonial; para que se perpetúe el monopolio del país imperialista en la respectiva colonia y para que se intensifique su expansión sobre el resto del mundo”.62
La estrategia de cada imperialismo sería garantizarse su relativa autarquía, en su lucha inter-imperialista, al tiempo que subordina partes del mundo a este objetivo, amputando el vínculo directo de las colonias con el mercado mundial, asumiendo el rol de intermediarias y reguladoras de estos contactos.
A partir de esta caracterización, las tesis proponen tareas políticas específicas para los países coloniales (como China y India), que se equiparan, permanentemente, a los países semicoloniales, quedando desdibujadas las especificidades planteadas por los delegados latinoamericanos. Respecto de las tareas correspondientes a América Latina, Kuusinen sostiene que “los comunistas deben tomar parte activa y general en el movimiento revolucionario de masas dirigido contra el régimen feudal y contra el imperialismo, incluso allí donde este movimiento todavía está bajo la dirección de la pequeña burguesía”.63 Contradictoriamente con esta caracterización en torno del régimen “feudal”, convocó a organizar a los obreros industriales, en especial a los de las grandes fábricas, en sindicatos clasistas, enfrentando a las ideologías reformistas, anarco-sindicalistas y sindicalistas en el seno del movimiento obrero.64
Por su parte, en las “Tesis sobre la situación y las tareas de la Internacional comunista” se delegó en el Comité Ejecutivo la tarea de elaborar un programa de acción, en el que las cuestiones fundamentales pasen por la “agraria-campesina” y la “lucha contra el imperialismo de Estados Unidos”.65 Evidentemente, los llamados a considerar el desarrollo capitalista de la región, la importancia de la clase obrera y la fuerte presencia del imperialismo británico fueron completamente ignorados por la comisión que redactó el texto.
Finalmente, la Internacional dedicó un punto específico de su programa al “período de transición del capitalismo al socialismo” y al papel de la dictadura del proletariado, señalando el desarrollo desigual del capitalismo, insistiendo en avanzar por medio de etapas a través de coyunturas que parecen correr en forma paralela o con un grado relativo de autonomía.66 De allí que se proponga, para los países coloniales o con tareas nacionales pendientes, “la lucha contra el imperialismo y la edificación de la economía capitalista”.67
El núcleo del programa en el que se refleja el vínculo orgánico entre la caracterización social de una determinada región y la estrategia política se observa en el punto: “La lucha por la dictadura mundial del proletariado y los tipos fundamentales de revolución”.68 Allí se diferencian “tipos de revoluciones” (proletarias, “democrático-burguesas” que se transforman en proletarias; guerras nacionales de liberación; revoluciones coloniales) que “sólo en su etapa (subrayado mío, n. del a.) final conduce a la dictadura del proletariado”; vinculadas con una serie de gradaciones en la madurez de los diferentes países y regiones que crean “la necesidad, en cierto número de países, de etapas intermedias para llegar a la dictadura del proletariado y, por fin, la diversidad de formas de edificación del socialismo según los países”; por lo que se diferencian tres tipos de tránsitos o sendas a la dictadura del proletariado: 1) países de capitalismo de tipo superior (Estados Unidos, Alemania, Inglaterra, etc.); 2) países de un nivel medio de desarrollo del capitalismo (España, Portugal, Polonia, Hungría, países balcánicos, etc.); 3) países coloniales y semi-coloniales (China, India, etcétera) y países dependientes (Argentina, Brasil, etcétera); 4) países todavía más atrasados (como en algunas partes de Africa). El criterio de esta división se encuentra en su capacidad para “la edificación independiente” del socialismo, tal como se expresa abiertamente respecto de América Latina:
“con gérmenes de industria y, a veces, con un desarrollo industrial considerable, insuficiente, sin embargo, para la edificación socialista independiente; con predominio de las relaciones feudal-medievales o relaciones de ‘modo de producción asiático’, lo mismo en la economía del país que en su superestructura política; finalmente, con la concentración, en las manos de los grupos imperialistas extranjeros de las empresas industriales, comerciales y bancarias más importantes, de los medios de transporte fundamentales, latifundios y plantaciones, etcétera. En estos países adquiere una importancia central la lucha contra el feudalismo y las formas precapitalistas de explotación y el desarrollo consecuente de la revolución agraria, por un lado, y la lucha contra el imperialismo extranjero y por la independencia nacional, por otro. La transición a la dictadura del proletariado es aquí posible, como regla general, solamente a través de una serie de etapas preparatorias, como resultado de todo un período de transformación de la revolución democrático-burguesa en revolución socialista; edificar con éxito el socialismo es posible -en la mayoría de los casos- sólo con el apoyo directo de los países de dictadura proletaria”.69
Es decir que, pese a incorporar la propuesta de conceptualizar a América Latina bajo la categoría de semicolonial y dependiente, en lugar de señalarse el predominio de las relaciones capitalistas, tal como habían señalado los delegados que habían realizado esta enmienda, el programa concluye en lo contrario, es decir, en el “predominio de las relaciones feudal-medievales o relaciones de ‘modo de producción asiático’”, de la que se deriva una “lucha contra el feudalismo y las formas precapitalistas de explotación”.
Coherentemente con esta caracterización social, aunque en contra de los señalamientos de buena parte de los delegados latinoamericanos y soviéticos, el programa de la Internacional habilitó la realización de frentes con la burguesía en los países coloniales y semicoloniales, en su punto “Los objetivos fundamentales de la estrategia y de la táctica comunistas”:
“el objetivo esencial consiste, en dichos países, en la organización independiente de los obreros y campesinos (…) y de la emancipación de las mismas de la influencia de la burguesía nacional, con la cual son admisibles los pactos temporales sólo en el caso en que no oponga obstáculos a la organización revolucionaria de los obreros y campesinos y luche efectivamente contra el imperialismo”.70
Asimismo, pese a las numerosas críticas y señalamientos, el programa sostuvo la tesis bujariniana en torno de las colonias y semicolonias como “campo” de la “ciudad mundial”, representada por los países capitalistas más desarrollados.71
A partir de estas coordenadas, el programa específico para los partidos comunistas de América Latina estaría encabezado por el “derrumbamiento del poder del imperialismo extranjero, de los feudales y de la burocracia al servicio de los grandes terratenientes”, el “establecimiento de la dictadura democrática del proletariado y de los campesinos”, y la “independencia nacional completa y unificación en un Estado”.72 Tareas que, en el largo plazo, implicarían una transición a la revolución socialista, realizada a medida que la burguesía sabotee este programa y mediante la vinculación sucesiva entre “las colonias emancipadas del imperialismo” y “los focos industriales del socialismo mundial”.73 Dicha perspectiva, que destaca la importancia estratégica de la URSS en la transición, establece una serie de “deberes del proletariado mundial con respecto a la URSS” (y viceversa). Respecto de los primeros, se plantea que todas las seccionales de la Internacional deben ayudar a la Unión Soviética en su edificación del socialismo y defenderla contra los ataques de los países capitalistas. En esta conclusión se resume la transformación de la Internacional, de órgano para el impulso de la revolución mundial a ministerio de Relaciones Exteriores del Estado burocrático soviético.
(Continuará en el próximo número de En Defensa del Marxismo)
Notas
1. Trotsky, León: “¿Y ahora? Carta al VI Congreso de la Internacional Comunista”, Alma-Ata, 12/7/1928, en La Internacional Comunista después de Lenin, Madrid, Akal, 1977, p. 55.
2. Ver Alexander, Robert: Communism in Latin America, New York, Rutgers University Press, 1957; Carr, E. H.: Historia de la Rusia Soviética. Bases de una economía planificada (1926-1929). Volumen III, Tercera Parte, Madrid, Alianza, 1984, Cap. 88: “América Latina”, pp. 326-358; Caballero, Manuel: Latin America and the Comintern, 1919-1943, Cambridge: Cambridge University Press, 1987 (traducido al español como La Internacional Comunista y la revolución latinoamericana, 1919- 1943, Caracas, Nueva Sociedad, 1987); Cerdas Cruz, Rodolfo: La hoz y el machete: la internacional comunista, América Latina y la revolución en Centro América, San José, Costa Rica, Editorial Universidad Estatal a Distancia, 1986; Jeifets, Lazar, y Jeifets, Víctor: América Latina en la Internacional Comunista. Diccionario Biográfico (1919-1943), Ariadna Ediciones / CLACSO, Santiago de Chile, 2015; Jeifets, Víctor, y Andrey Schelchkov (comp.): La Internacional Comunista en América Latina en documentos del Archivo de Moscú, Moscú / Santiago de Chile, Ariadna Ediciones / Aquilo Press, 2018.
3. Lenin, V. I.: “Borrador de resolución para el IV Congreso de la Comintern sobre la cuestión del programa de la Internacional Comunista”, 20 de noviembre de 1922, en En Defensa del Marxismo N° 43, diciembre de 2014.
4. Un resumen del debate traducido al español en Trotsky, León; Bujarin, Nicolai, y Zinoviev, Grigori: El gran debate (1924-1926). La revolución permanente, Tomo 1, Madrid, 1976, y Zinóviev, Grigori, y Stalin, Josep: El gran debate (1924-1926). El socialismo en un solo país, Tomo 2, Madrid, 1975.
5. V Congreso de la Internacional Comunista. 17 de junio – 8 de julio de 1924. Informes, Córdoba, Cuadernos de Pasado y Presente, 1975.
6. En aquel entonces, aunque la oposición de izquierda en América Latina era débil y no existía como fuerza política orgánica, las diferentes seccionales de la Internacional comenzaron a constituirse en ecos de los enfrentamientos que se desarrollaban en la Unión Soviética. Por ejemplo, en 1924, Angélica Mendoza y Cayetano Oriolo criticaron la línea programática del PCA en su VI congreso y, luego de describir el desarrollo de la oposición en Rusia, señalaron que el trotskismo como tendencia se explicaba por un conjunto de condiciones sociales e históricas que no estarían presentes en la Argentina: “¿Existen en nuestro país y en nuestro partido, que está en formación, las causas del tipo que hemos analizado, y que determinan la aparición de tendencias similares? Obviamente, no”, aseguraron en su “Projet de Programme de Revendications Immediates”, 26/6/1924, p. 427 (original mecanografiado, en francés). Un año después, ambos serían expulsados del PCA, junto con otros militantes de la denominada “ala izquierda”.
7. “Comission Coloniale”, 9/11/1926.Archivo Estatal Ruso de Historia Social y Política (RGASPI, por sus siglas en ruso, 495-79-12, Inventario 79 (original mecanografiado, en francés).
8. Mella, Julio Antonio: “Imperialismo, tiranía, soviet”, Venezuela Libre, 1° de julio de 1925, reimpreso en Escritos revolucionarios, México D.F., Siglo Veintiuno, 1978.
9. Hay un error en el texto editado por Pasado y Presente, que asegura que los delegados latinoamericanos fueron 16. Del CEIC participaron Rodolfo Ghioldi (Argentina), Astrojildo Pereira Duarte Da Silva (alias “Americo Ledo”, de Brasil), Isaías Iriarte (“Fermín-Araja”, Chile), Rafael Carrillo Azpeitia (México) y Eugenio Gómez (Uruguay). Asimismo, Alejandro Barreiro Olivera (alias “López”, Cuba) y Tomás Uribe Márquez (“Julio Riasco”, Colombia-Ecuador), fueron electos miembros suplentes. También participaron del congreso, como delegados Paulo de Lacerda, Leoncio Basbaum y José Lago Morales (seudónimo “González”, Brasil); Carlos Contreras (seudónimo del italiano Vittorio Vidali) y Manuel Díaz Ramírez (México); Leopoldo E. Sala (Uruguay); Vittorio Codovilla, Antonio Kantor, Luis Ricardi (“Claudio”), Alejandro Onofrio, Leonardo Pelufo y Carlos Ravetto (Argentina); Ricardo Paredes (con voz consultiva, por Ecuador); Salvador de la Plaza y “Martínez” (Venezuela); Lucas Ibarrola (Paraguay); Jorge E. Cárdenas, Alberto Castrillón y Neftalí Arce (Colombia). No tengo elementos para confirmar la participación de Antonio Cumes (Guatemala), dado que, aunque su biografía asegura su participación, no hay pruebas en las actas de militantes provenientes de América Central. Asimismo, es importante señalar que hubo latinoamericanos que participaron sin ser delegados, como el brasileño Heitor Ferreria Lima, mientras que el letón Mijail Grigorievich Grollman fue delegado con voz consultiva, y Xavier Guerrero asistió como estudiante de la ELI (ambos por México), al igual que el uruguayo Carlos Imaz, quien también asistió como estudiante de la ELI. El suizo Edgar Woog (“Alfred Stirner”) asistió como delgado del PC mexicano, sin derecho a votar. Asimismo, durante el VI Congreso, Vladimir Maiakovski organizó un encuentro entre Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y Stalin. Jorge Abilio Vivó D’Escoto fue electo delegado por el PRSC colombiano, pero no pudo llegar a Moscú por ser detenido. La delegación latinoamericana estuvo presidida por el mexicano Carrillo. Toda esta información fue obtenida a partir de las actas del congreso y del estudio de Jeifets y Jeifets: América Latina en la Internacional…, op. cit.
10. “Discurso de conclusión del camarada N. I. Bujarin sobre la situación internacional y las tareas de la Internacional Comunista”, 30/7/1928, en VI Congreso de la Internacional Comunista. Informes y discusiones, segunda parte, México, Cuadernos de Pasado y Presente N° 67, 1978, p. 119.
11. Idem, p. 120.
12. Bujarin, Nicolai I.: “Informe sobre el programa de la Internacional Comunista”, 9/8/1928, en VI Congreso…, op. cit., segunda parte, p. 153.
13. Idem, p. 154.
14. Kuusinen, Otto, “Los problemas del movimiento revolucionario en las colonias”, 14/8/1928, en VI Congreso…, segunda parte, pp. 231-264.
15. Idem, p. 231.
16. “El compañero Lenin (…) nos dejó la muy importante tarea teórica de dar fundamentación teórica a la posibilidad del desarrollo no capitalista de los países atrasados. Esta muy importante fundamentación teórica no se dio y ni siquiera se intentó en el presente borrador de las tesis. No tuvimos la posibilidad de estudiar en la medida suficiente”, ídem.
17. Idem, p. 232.
18. Humbert-Droz, Jules: “Sobre los países de América Latina”, 16/8/1928, en VI Congreso…, segunda parte, op. cit., pp. 299-321.
19. Idem, p. 301.
20. Idem, p. 302.
21. A estas características fundamentales se sumarían una serie de cuestiones que variarían en el grado de incidencia de acuerdo con las diversas realidades nacionales. Por ejemplo, el control económico del imperialismo por la vía comercial (exportación de productos norteamericanos a la región); el control político que garantizaría la seguridad de los capitales invertidos (que ya se avizoraba en América Central y Cuba); el control de las elecciones, por medio de aportes de campaña y, cuando no resultaba ganador el candidato apoyado, la intervención militar (Nicaragua); el protectorado norteamericano en Panamá, Haití, Santo Domingo, etc.; las misiones que intervienen en el manejo de la deuda externa representarían, asimismo, un mecanismo imperial, al colocar agentes norteamericanos en puestos clave, como habría ocurrido en Colombia, Ecuador y Chile.
22. Idem, p. 310.
23. Idem. En este sentido, señala que la liberación de los esclavos del siglo XIX habría cambiado su posición jurídica pero no sus condiciones reales.
24. Idem, p. 312.
25. Idem, p. 314.
26. Idem, pp. 317-318.
27. “Intervenciones de la delegación latinoamericana sobre el informe de Bujarin”, en VI Congreso…, Segunda Parte, op. cit., p. 82.
28. Idem, p. 88.
29. “Intervenciones de la delegación latinoamericana sobre el segundo punto del orden del día”, en VI Congreso…, segunda parte, op. cit., p. 132.
30. Ramírez aseguró que “la situación política de nuestros países, con excepción del Uruguay y de la Argentina, posee muchos elementos comunes”, refiriéndose a la influencia preponderante del imperialismo norteamericano, destacando en el Río de la Plata el predominio del británico. “Intervenciones de la delegación latinoamericana sobre el segundo punto del orden del día”, en ídem, p. 132. Por su parte, el delegado de Colombia, Cárdenas, planteó que era difícil comprender a Argentina como semicolonia cuando era mucho más independiente que algunos países balcánicos que se catalogaban de otra forma. Ver Caballero, op. cit., p. 115.
31. Ver “Informe de la delegación latinoamericana sobre el programa de la Internacional Comunista”, en VI Congreso…, segunda parte, op. cit., p. 176.
32. Idem, p. 139.
33. “Informe de la delegación latinoamericana sobre el programa de la Internacional Comunista”, 9/8/1928, en VI Congreso…, segunda parte, op. cit., p. 176.
34. Hubo un debate particular en torno del campesino latinoamericano, impulsado por el delegado mexicano Carrillo, quien planteó que, a diferencia del europeo, vive “en condiciones tan miserables, tienen medios de producción tan primitivos que es imposible considerarlos como una clase poseedora, como pequeña burguesía”, “Intervenciones de la delegación latinoamericana…”, en VI Congreso…, segunda parte, op. cit., p. 84.
35. Idem, p. 177.
36. Idem, p. 179.
37. Idem, p. 182 y 183.
38. Idem, pp. 183-185
39. Bujarin, Nicolai, I.: “Discurso de clausura de la discusión sobre el programa de la Internacional Comunista”, 14/8/1928, en VI Congreso…, segunda parte, op. cit., p. 223.
40. Idem, p. 224.
41. “Informes de la delegación latinoamericana en el debate sobre el problema colonial”, en VI Congreso de la Internacional…, segunda parte, op. cit., pp. 377-378.
42. Idem, p. 373.
43. Idem, p. 374.
44. “Discusión del problema del movimiento revolucionario en las colonias”, en VI Congreso de la Internacional…, segunda parte, op. cit., pp. 321-350. Travin era Serguei Ivanovich Gusev, otro de los miembros del Secretariado Latino. Las tesis completas de Travin, traducidas del ruso al francés, en “Sur la question de la caracteristique des Moumements revolutionnaires en Amerique Latine (Theses)”, 19/7/1928, RGASPI, Inventario 79.
45. En este sentido, Travin considera que América Latina no debe incluirse en la misma categoría de países que China e India, las que sí poseen burguesía nacional. Desde su perspectiva, la clase dominante latinoamericana estaría conformada por un bloque entre “los propietarios reaccionarios de la tierra y los imperialistas extranjeros”. En México, por ejemplo, esos “terratenientes liberales” serían “a medias capitalistas y a medias feudales”, expresando un tipo de desarrollo contradictorio, en tanto “México sigue siendo un país feudal hasta hoy (…) El capitalismo extranjero se desarrolla, pero el país sigue siendo feudal”. Y junto a la nulidad de su pequeña burguesía, dejaría lugar a “una clase enorme de trabajadores rurales sin tierra que se encuentran en una dependencia semifeudal respecto de los latifundistas”, junto a un proletariado urbano importante y uno industrial incipiente.
46. “Remarques du camarade Vassilievau sujet des theses du camarade Humbert Droz sur les taches des Partis Communistes dans les país d’Amerique Latine”, 30/8/1928, RGASPI, Inventario 79.
47. El PC brasileño fundamentó teórica e históricamente estas posiciones en el trabajo de Octavio Brandão, Agrarismo e industrialismo (1926).
48. Idem, p. 351.
49. Idem, p. 354.
50. Idem, pp. 354-355.
51. Idem, p. 355.
52. “La hegemonía del proletariado podrá alcanzarse a condición de la existencia de un buen Partido Comunista y de una buena organización del proletariado”, Ricardo Paredes, “Enmiendas propuestas por la delegación de Ecuador para las tesis del compañero Droz sobre la América Latina”, Moscú, 28/8/1928, RGASPI, Inventario 79.
53. Se limitó a plantear que “¿Qué cosas nuevas e importantes hemos encontrado al tratar la cuestión colonial en este Congreso? (…) El movimiento latinoamericano. Es la primera vez que tenemos una delegación tan grande de estos países, y hemos escuchado a los compañeros mucho de lo que es importante sobre el movimiento revolucionario en sus países”. Respecto de las críticas, sólo hizo una referencia circunstancial a la posición de Lozovsky. Ver “Concluding Speech of Comrade Kuusinen on the Colonial Question”, 21/8/1928, International Press Correspondence, Vol. 8, N° 81, 21/11/1928.
54. VI Congreso de la Internacional Comunista. Tesis, manifiestos y resoluciones, Primera Parte, México, Pasado y Presente, 1977, pp. 188-242.
55. Idem, p. 192.
56. Idem, pp. 207-208.
57. Esto representaría “la posibilidad objetiva de un desarrollo no capitalista de las colonias atrasadas, la posibilidad de un vuelco a la revolución socialista proletaria de las revoluciones democrático-burguesas en las colonias más adelantadas, con el respaldo de la victoriosa dictadura proletaria de los demás países. Bajo condiciones objetivas favorables, esta posibilidad se transforma en realidad, con lo cual la marcha real del desarrollo se determina por la lucha y sólo por la lucha”, ídem, p. 194.
58. Bujarin ya había planteado que “el proletariado de los otros países ‘arrastrará’ a toda esta periferia campesina hacia la órbita de su influencia y sabrá crear las condiciones necesarias para su pasaje directo al socialismo ‘quemando’ la fase capitalista del desarrollo (…); por el momento, no tenemos todavía esta situación, pero pienso que debemos meditar bien acerca de este provenir”, Bujarin, Nicolai I.: “Informe sobre el programa de la Internacional Comunista”, en VI Congreso…, Segunda Parte, op. cit., p. 160.
59. VI Congreso…, primera parte, op. cit., p. 214.
60. Idem, p. 196.
61. “Por regla general, se transforma en una economía mercantil “libre” mediante la subordinación de las formas precapitalistas de producción a las exigencias del capital financiero, mediante la agudización de los métodos precapitalistas de explotación, mediante el capital comercial y usurario (…), mediante el alza de las cargas impositivas, etc. Se agudiza la explotación del campesinado, pero no se renuevan sus métodos de producción. Por regla general, la elaboración industrial de las materias primas coloniales no se lleva a cabo en las colonias, sino en los países capitalistas, y antes que nada en la metrópoli. La ganancia obtenida en la colonia en su mayor parte no se emplea productivamente allí (…) La explotación colonial (…) tiene como efecto la postergación del desarrollo de las fuerzas productivas en las colonias, la rapiña de las riquezas naturales y, antes que nada, el agotamiento de las reservas de las fuerzas productivas humanas del país colonial”, ídem, p. 198.
62. Idem, p. 199.
63. Idem, p. 238.
64. El programa incluía: “1) expropiación (sin indemnización) y entrega de una parte de las grandes plantaciones y latifundios a los peones rurales para que los trabajen colectivamente, y reparto de la otra parte entre los campesinos, arrendatarios y asentados; 2) confiscación de las empresas extranjeras (minas, empresas, industriales, bancos, etcétera) y de las grandes empresas de la burguesía nacional y de los grandes terratenientes; 3) anulación de las deudas públicas y levantamiento de todo control del imperialismo sobre el país; 4) introducción de la jornada laboral de ocho horas y supresión de las condiciones de trabajo casi linderas con la esclavitud; 5) armamento de los obreros y campesinos y transformación del ejército en un ejército obrero y campesino; 6) erección del poder soviético de obreros, campesinos y soldados en reemplazo de la dominación de clase de los terratenientes y la Iglesia. En la agitación comunista, la consigna gobierno obrero y campesino debe ocupar el lugar más importante, por oposición a los así llamados gobiernos ‘revolucionarios’ de la dictadura militar de la pequeña burguesía”, ídem.
65. “Tesis sobre la situación y las tareas de la Internacional comunista”, en VI Congreso…, op. cit., pp. 96-130.
66. “Programa de la Internacional Comunista”, en VI Congreso…, op. cit., pp. 247-310.
67. Idem, p. 277.
68. Idem, p. 286-288.
69. Idem, pp. 287-288.
70. Idem, p. 306.
71. “Las colonias y semicolonias tienen asimismo importancia en el período transitorio porque, con relación a los países industriales, que constituyen la ciudad mundial, pueden ser considerados como el campo, y la cuestión de la organización de la economía socialista mundial, de la combinación acertada de la industria con la agricultura, es en gran parte una cuestión de relación con las ex colonias del imperialismo”. Idem, p. 289.
72. Idem, p. 289.
73. Idem, p. 290.
* Mariano Schelz es investigador del Conicet en el Area de Historia Americana y Argentina, del Departamento de Humanidades de la Universidad Nacional del Sur (Bahía Blanca). Militante del Partido Obrero.