¿Europa marchita? Crisis, lucha de clases y el ascenso de la extrema derecha

Esta es una versión expandida de la presentación llevada adelante por primera vez en la Conferencia de Critique 2018, Escuela de Economía de Londres, Londres, 13 de octubre de 2018.

Una década luego del colapso de Lehman Brothers, el derrumbe financiero mundial que lo siguió, y la que podría acertadamente ser llamada la Tercera Gran Depresión en la historia del capitalismo, ¿a dónde va Europa, particularmente la Unión Europea?

Es más que obvio que las fallas y daños estructurales de la Unión Europea y de la eurozona infligidas y reveladas en la última década no están todas superadas. Pero es seguro que el curso de la construcción de la Unión Europea (o, más bien, deconstrucción) estará determinado no solamente por sus desequilibrios internos, contradicciones y conflictos de intereses de los Estados miembros, incluyendo su relación con el Estado hegemónico, Alemania, pero sobre todo, por el desarrollo y agudización de las irresueltas contradicciones globales que son el motor de la crisis mundial de la economía capitalista.

Las afirmaciones en 2017 acerca de signos de una débil recuperación, e incluso de “un retorno a la normalidad”, aunque en la Unión Europea, a menor velocidad que en la economía de Estados Unidos, son más que prematuras; deberían ser consideradas bien como expresiones de deseo o noticias deliberadamente falsas. Ahora la señal de alarma es encendida por las principales instituciones internacionales, en el Informe de Estabilidad Financiera Global de octubre de 2018 del Fondo Monetario Internacional (FMI), las resoluciones del FMI-Banco Mundial en la reunión anual en Bali, en octubre de 2018, o por el Banco de Pagos Internacionales (BIS), el “banco central de los bancos centrales”.

El alza de las tasas de interés, las guerras comerciales y los riesgos geopolíticos son identificados como las principales causas de una nueva turbulencia financiera internacional y una caída global de la economía.

Estas advertencias, de acuerdo con el analista del Financial Times, Martin Wolf, son subestimaciones, ya que las medidas de contención de la catástrofe utilizadas hasta ahora están agotadas: “La economía abierta mundial podría colapsar”, escribe Wolf. “Estos son tiempos peligrosos -mucho más de lo que muchos ahora reconocen. Las advertencias del FMI son oportunas pero predeciblemente minimizan la cuestión. Nuestro mundo está siendo puesto patas arriba. La idea de que la economía se motorizará al margen de esto que sucede es una fantasía”.[1]

“Normalización” como desestabilización

Lo que fue etiquetado como “un retorno a la normalidad”, comenzando por el giro en la política monetaria de Estados Unidos y la Reserva Federal, la transición de la “expansión cuantitativa” al “ajuste cuantitativo” y la suba de las tasas de interés de sus bajos niveles históricos de la última década marcan, tanto el fracaso de las medidas extraordinarios tomadas en el período post-Lehman para proveer una salida a largo plazo de la crisis capitalista global, así como también la entrada a una nueva fase de la misma.

La escalada de las guerras comerciales internacionales lanzadas desde la administración Trump contra China y el resto del mundo, y las señales dramáticas provenientes de Argentina, Turquía y otros “países emergentes” como Sudáfrica, India, Indonesia, Brasil, etc. (colapso de la moneda, fuga de capitales, recesión, peligro de defol, etc.) son sólo el preludio, no de un retorno a la normalidad, sino más bien del retorno de un tsunami, probablemente peor que el histórico sismo económico inicial en 2007/08 y sus repercusiones de una década[2].

Es una nueva fase de la crisis global en marcha, no “una nueva crisis” posterior a la supuesta recuperación del colapso de 2008 y “repunte” (principalmente en Estados Unidos). La crisis actual es una explosión de contradicciones globales, todavía irresueltas, que zigzaguean, disparejas, no en forma lineal.

Los paquetes de estímulo post-2008, Expansión Cuantitativa, tasas de interés bajas e incluso negativas, etc., todo combinado con medidas draconianas de “austeridad”, produjeron, junto con desastres sociales, montañas de deuda incluso más altas, soberanas y corporativas, y burbujas más gigantes que aquéllas que explotaron en 2007-2008. De acuerdo con el Instituto de Finanzas Internacionales, la deuda global es de más de 247 trillones de dólares, el 318 por ciento del PBI global.

Las ilusiones de un retorno a la situación pre-2008 todavía son cultivadas -similares a las ilusiones en los años ’20, de un retorno a la situación pre-1914, que finalmente llevó a la crisis de 1929 y la gran depresión-, como remarcará acertadamente Martin Wolf[3]. Sin embargo y a pesar de todas las afirmaciones o ilusiones, el “ajuste cuantitativo”, iniciado por el Banco de la Reserva Federal de Estados Unidos, para ser seguido, con algún retraso, por los otros bancos centrales, incluyendo el Banco Central Europeo (BCE), es un intento táctico (pero inútil) de lidiar con los efectos destructivos de la tormenta que se avecina.

Es inútil porque no puede evitar el desastre pero, por el contrario, la reducción del crédito acelerará y empeorará la profundidad de la depresión mundial.

También es una táctica de corto alcance a la que le falta una estrategia a largo plazo. Gillian Tett (columnista de mercados y finanzas del Financial Times) ha concluido su respuesta a la pregunta propuesta por la encuesta de ese diario: “¿Hemos aprendido las lecciones de la crisis financiera?”, con otra aguda pregunta: “¿Podemos aprender?[4]”.

Esta “inhabilidad para aprender las lecciones de la crisis”, como anteriormente el fracaso en predecirla, es, antes que nada, una demostración de la inhabilidad de la economía burguesa para distinguir “la apariencia exterior y la esencia de las cosas”[5], como lo comprobó Marx hace tiempo en su obra cumbre El capita“mundo encantado, pervertido, patas arriba”, dominado por el capital y el fetichismo de la mercancía, y en nuestros días, por el capital ficticio, “el fetiche absoluto”.

Estas barreras epistemológicas, enraizadas en las relaciones sociales capitalistas, impiden ver, por ejemplo, que la deuda creciente no es solamente una montaña de dinero prestado y de préstamos improductivos, y/o un producto de la lisa y llana especulación, que podría ser detenida posiblemente con “mejores reglas de regulación de la esfera financiera”. Marx no se detiene aquí, va por debajo de la superficie, hacia la dinámica histórica interna, hacia la naturaleza contradictoria del crédito: “La doble característica inmanente al sistema de crédito: de una parte, el desarrollar los resortes de la producción capitalista, el enriquecimiento mediante la explotación del trabajo ajeno, hasta convertirlos en el más puro y gigantesco sistema de juego y especulación, reduciendo cada vez más el número de los contados individuos que explotan la riqueza social y, de otra parte, el establecer la forma de transición hacia un régimen de producción nuevo”[6].

La crisis actual es en sí misma una manifestación violenta, destructiva y persistente de nuestra época histórica transicional en su estado muy avanzado. Esencialmente, la forma del valor como principio regulador de todos los intercambios probó estar históricamente agotada.

El pensamiento formal no puede aprehender o estudiar la transición. En momentos convulsivos de transiciones históricas, como éste que estamos viviendo, se paraliza completamente y se quiebra.

En la antesala al colapso de 2008, Ben Bernanke, ejecutivo de la Reserva Federal, alabó a Milton Friedman porque su neoliberalismo terminó con cualquier repetición de la crisis de 1929. Su antecesor, Alan Greenspan, fue aún más eufórico. Ambos demostraron la misma ceguera que Francis Fukuyama, cuando celebró en 1989 “el fin de la historia” con la “completa victoria final del capitalismo liberal”

No es accidental que luego de 2008, más y más economistas burgueses, siguiendo a Nouriel Roubini, están obligados a admitir la actualidad de Marx y la actualidad de su análisis en El capital acerca de la tendencia intrínseca del capitalismo a su autodisolución.

La severidad, la naturaleza específica y gravedad de la crisis global en marcha ponen de manifiesto hoy no sólo el fracaso de la teoría económica burguesa dominante, pero también la inhabilidad de elaborar una estrategia efectiva a largo plazo para una salida del impasse.

De hecho, desde un punto de vista histórico, todas las estrategias dominantes del capital, desarrolladas desde la Gran Depresión hasta el presente, para evitar la repetición de la catástrofe (keynesianismo, post o neokeynesianismo, o neoliberalismo, o cualquier mezcla ecléctica de ellos) han fracasado finalmente; ya en los ’70, con el derrumbe del acuerdo keynesiano de posguerra de Bretton Woods, o con la implosión de la globalización neoliberal en el colapso de 2007-2008 y luego el fracaso de “la trayectoria inversa de Hyman Minsky”[7]. Este vacío estratégico es la manifestación no sólo de las limitaciones epistemológicas del pensamiento económico burgués, pero antes que nada del deterioro del sistema socioeconómico burgués en sí mismo que este pensamiento expresa y defiende.

En las condiciones concretas presentes, particularmente como la “austeridad”, así como la tecnología del poder y el control social chocan con límites sociales y la rebelión popular, las concesiones masivas de tipo keynesiano de parte de las clases gobernantes son posibles para contener la ira popular.

En una escala muy limitada y por un corto tiempo, quizás es posible. En 1974, en Grecia, tras las repercusiones del colapso del marco keynesiano de Bretton Woods -un evento fundamental para la caída de la dictadura militar-, un breve keynesianismo restringido fue utilizado por los gobiernos parlamentarios, desde del ala derecha de Nueva Democracia, como particularmente luego de 1981 por Pasok, para difuminar la explosiva crisis política y las demandas sociales más urgentes. Lo mismo sucedió con las primeras medidas adoptadas por el recientemente electo gobierno de François Mitterand en Francia, en 1981. Pero, muy pronto, ambos gobiernos, en Grecia y Francia, se vieron obligados por los factores internacionales y las tendencias dominantes de la economía capitalista mundial a tomar un dramático giro de 180º hacia medidas neoliberales. Y el mundo de hoy no es el mismo que a principios de los ’70 o ’80…

La falta de una estrategia económica efectiva no significa que la clase capitalista gobernante, especialmente en los centros metropolitanos del sistema mundial, con su colosal experiencia acumulada de las más variadas formas de regímenes políticos, de represión y control, sea incapaz de elaborar una estrategia política contrarrevolucionaria, que interactuando siempre con los desarrollos socioeconómicos, intentará derrotar las amenazas revolucionarias a su gobierno por cualquier medio, mediante la demagogia, utilizando chivos expiatorios, por la fuerza, mediante la guerra de clases y las guerras imperialistas.

Como había advertido León Trotsky en el Tercer Congreso Mundial de la Internacional Comunista en 1921, contra todo economicismo reduccionista y determinismo mecanicista, es precisamente en momentos de peligro mortal para la clase capitalista y la desintegración de la sociedad capitalista, que existe también “el florecimiento más elevado de la estrategia contrarrevolucionaria de la burguesía”[8].

La experiencia trágica del último siglo confirma esta afirmación -una advertencia más actual que nunca hoy. Trump, el Brexit, el ascenso de la extrema derecha en Europa e internacionalmente, deben ser aprehendidos y combatidos desde este punto de vista de las tendencias contradictorias emergentes de la extendida crisis de un capitalismo global senil y en caída.

El retorno de un nuevo tsunami de la crisis global golpeará, y ya lo hace, desigualmente pero inevitablemente, en varias formas y ritmos, en todos los continentes y países, preparando el camino hacia agudas confrontaciones sociales y explosiones políticas.

El viejo continente, Europa, no sería una excepción. Se convierte en un crisol de contradicciones mundiales e internas, que la transformarán nuevamente en un campo de batalla central de fuerzas internacionales y nacionales en conflicto.

La “cadena” se rompió

El alto grado de integración de la economía mundial, producto de la globalización del capital financiero, incomparablemente más alto que durante la Gran Depresión de 1930, así como la implosión de la globalización en 2007-2008, con todas las reacciones en cadena que siguieron a la última década, determinan el impacto universal de la crisis, unificando los choques sociales y políticos, nacionales e internacionales, tanto en el norte como en el sur globales.

La nueva fase de la crisis global en curso aparentemente combina características del colapso internacional de 1997, centrado en Asia-Pacífico y la implosión de 2007-2008 centrada en Norteamérica y Europa. En ambos momentos históricos, el carácter universal de la crisis se puso de manifiesto más temprano que tarde. Esta universalidad de la crisis capitalista sistémica-estructural ahora fagocita tanto al sur global como al norte: desde Argentina y Brasil hasta Turquía, Medio Oriente y Asia, del sur de Africa a Europa y Norteamérica.

El centro de la crisis global y el factor más poderoso para su profundización está situado en el poder hegemónico mundial, Estados Unidos, el país más poderoso económica, política y militarmente. Desde allí, en 2007-2008, la crisis global se expandió rápidamente en la Unión Europea, debido a sus lazos profundos con la economía norteamericana, a través de sistema financiero globalizado, dando un golpe devastador a su sistema bancario y produciendo la crisis de deuda soberana de la Eurozona, quebrando, en primer lugar, a su eslabón más débil, Grecia.

Como hemos enfatizado en otras ocasiones[9], utilizando la metáfora de Lenin, no es solamente el eslabón débil, Grecia, el que ha sido roto pero la cadena misma, la Eurozona y la Unión Europea. El contagio de la crisis de deuda soberana desde Grecia rápidamente alcanzó toda la periferia de Europa (Irlanda, Portugal, Italia, España -llamados PIIGS(*) infamemente por sus cínicos prestamistas)-, amenazando la supervivencia de los principales prestamistas en el centro de la Unión Europea, los bancos franceses y alemanes.

Desde la periferia, el “centro” mismo fue golpeado, abriendo la grieta entre Francia y sus déficits crecientes y la “locomotora industrial” de la Unión Europea, una Alemania que acumula superávits y se beneficia por la introducción del euro. El eje del proyecto de la Unión Europea está fracturado.

De hecho, en esta última década, el edificio entero de la Unión Europea está fracturado económicamente y políticamente entre norte y sur, este y oeste.

La expansión del este llevó a un punto muerto, el ascenso de las “democracias intolerantes”, la decepción creciente de las poblaciones, el drama ucraniano y la guerra en Donbass, las tensiones geopolíticas con Rusia, en los límites orientales de Europa.

Las celebraciones del fin de la Guerra Fría por un “fin de la Historia”, una “paz permanente de la democracia liberal” y “la completa y final victoria del capitalismo global” suenan ahora como una farsa. Las ambiciones de un nuevo rol global hegemónico de la Europa imperialista se están cayendo a pedazos, y el proceso de la desintegración de la Unión Europea parece imparable.

El intento de Francia bajo Macron de reparar el eje franco-alemán y de renovar el proyecto de la Unión Europea, mediante una serie de propuestas para una mayor consolidación y expansión, se ha encontrado ya con la hostilidad de la burguesía alemana y la oposición de la débil coalición de gobierno en Berlín -CDU-CSU/SPD-, desafiada por la ascendente ultraderecha “euroescéptica” de Alternativa para Alemania (AfD), herederos del nazismo.

Desde la bancarrota de Grecia y la amenaza de un Grexit al actual Brexit, y todas sus consecuencias internacionales y nacionales aún por verse; Bruselas ahora enfrenta “la verdad evidente”; Italia, con su enorme deuda pública y privada, y el gobierno hostil de ultraderecha de Salvini-De Maio.

La fragilidad del sistema bancario europeo se manifestó otra vez recientemente. El colapso de las acciones de los bancos griegos, del 4 y 6 de octubre de 2018, y la caída de las Bolsas griegas y otras europeas, luego de la confrontación entre Roma y Bruselas por el presupuesto italiano, son señales de alerta de que la crisis griega post 2019 se ve empequeñecida por el volcán financiero italiano a punto de estallar.

El deterioro europeo y capitalista

El edificio entero de la Unión Europea se ve sacudido, revelando que ha sido construido con una arquitectura defectuosa sobre fundamentos menoscavados por contradicciones históricas irresolubles -en primer lugar, la contradicción entre las necesidades de la vida económica internacionalizada y las barreras antagónicas de los intereses capitalistas nacionales atrincherados en el Estado-nación. Los obstáculos para la necesaria unión fiscal y bancaria a nivel europeo manifiestan los niveles desiguales de desarrollo económico de los diferentes países y la inhabilidad de las clases gobernantes para sobreponerse a estos intereses en conflicto.

La vulnerabilidad de la Unión Europea refleja el carácter desigual del mismísimo capitalismo global en picada. El descenso no es lineal, homogéneo, sino más bien un proceso contradictorio, heterogéneo, de múltiples velocidades, desigual y combinado.

El ascenso de Estados Unidos a su posición de liderazgo, en la etapa imperialista del declive capitalista, coincide con el declive de Bretaña como anterior hegemonía mundial, y de la Europa capitalista como un todo. El capitalismo de Estados Unidos representa el punto histórico más alto alcanzado por el desarrollo capitalista. Su antagonismo con Europa, el viejo lugar de nacimiento del capitalismo, fragmentado en muchos Estados nacionales, es una de las principales características constantes de toda la etapa transicional en que entró la humanidad desde fines del siglo XIX, la Primera Guerra Mundial y la Revolución de Octubre de 1917.

El rol indiscutido de Estados Unidos luego de la Segunda Guerra Mundial y durante la Guerra Fría había escondido los agudos antagonismos existentes, que re-emergieron con el fin de la expansión de posguerra en 1971-73, y particularmente con el colapso de los regímenes stalinistas en Europa del Este, la desaparición de la Unión Soviética y el fin de la Guerra Fría, en 1989-91.

El Tratado de Maastricht en 1992, el proyecto de la integración capitalista europea en una Unión Europea en torno del eje franco-germano, el lanzamiento de la divisa euro, el afán de expandir y subyugar al centro-este de Europa, los Balcanes y el ex espacio soviético son manifestaciones y pasos tomados por la Europa imperialista para luchar por la hegemonía en el caótico mundo post Guerra Fría.

La crisis global que irrumpió en 2007 dio un golpe mortal a todo este proyecto. Reveló una vez más, de la forma más dramática, la inhabilidad de la burguesía europea para unificar, económica y políticamente, el continente para desafiar la supremacía de Estados Unidos.

Pero, al mismo tiempo, a pesar de la supremacía de Estados Unidos, la crisis global reveló, sin lugar a dudas, el derrumbe, no sólo del capitalismo europeo sino también del norteamericano. El grito de batalla de Donald Trump, “¡Hagamos grande a Norteamérica otra vez!”, y la fracción de la clase capitalista norteamericana promovida por él en la Casa Blanca son una declaración de guerra global para revertir este derrumbe, así como la confesión de una tremenda derrota histórica.

Como remarcaba una Resolución del Encuentro Euromediterráneo de Emergencia, convocado por el Centro Socialista Balcánico “Christian Rakovsky” en julio de 2018: “La doctrina de Trump de ‘Hacer grande a Norteamérica otra vez’ es una declaración de guerra contra la Unión Europea, Rusia, China, Irán y el resto del mundo -incluyendo, finalmente, a la mismísima Norteamérica.

“Esto se volvió claro como el agua, incluso entre los más escépticos, con el último viaje del presidente de Estados Unidos a Europa en julio 11-16 de 2018…”[10].

La Unión europea es, directa e indirectamente, un objetivo central de todas las guerras comerciales y monetarias de Trump, de la confrontación con China, el fin del acuerdo nuclear con Irán, las sanciones contra Irán y Rusia, la postura anti-Unión Europea de los “regímenes intolerantes” en el centro-este de Europa y de la campaña llevada adelante por el gurú de la “derecha alternativa” Steve Bannon, el arquitecto de la victoria electoral de Trump, para unir toda la extrema derecha ascendente europea contra Bruselas y el golpeado orden político liberal en Europa.

Derrumbe, crisis y ascenso de la extrema derecha

Como el orden internacional y europeo capitalista liberal está agonizando, la extrema derecha y el fascismo hacen su siniestra vuelta a la escena, desde la tierra de Trump hasta el Brasil de Bolsonaro, tanto en el norte como en el sur globales: desde el gobierno racista y xenófobo de Salvini en Italia, la “reorganización nacional” de Le Pen en Francia, AfD en Alemania y el actual gobierno de coalición austríaco de la derecha con sus herederos de los nazis, en Europa occidental hasta el nazi Amanecer Dorado de Grecia, desde el despotismo de Erdogán a Duterte en Filipinas hasta Orbán en Hungría y su amigo en común Netanyahu en Israel, así como el entero coro variopinto de déspotas y dictadores en la periferia del capitalismo global.

La mayoría de los analistas liberales, de centroderecha y centroizquierda, o incluso una parte de la izquierda, ven el ascenso de la extrema derecha como un resultado directo y lineal de la crisis capitalista global de la última década, enfatizando particularmente como un factor decisivo la inmigración y la llamada “crisis de refugiados” reciente.

Hagamos un breve punteo de los factores mencionados arriba.

Primero, sobre la crisis y el fascismo. Definitivamente hay similitudes obvias con la década de 1930: una crisis capitalista global, depresión, desempleo masivo, desesperación social y atomización de los trabajadores, ruina de la pequeña burguesía, histeria nacionalista y un giro hacia el Estado-nación fuerte -pero también hacia los “valores” tradicionales de “patria, familia, y religión”- como una línea de defensa ficticia contra los estragos de la crisis y una estrategia agresiva de supervivencia de la clase capitalista. El fascismo implica siempre, como escribió Trotsky, “el envenenamiento de la vida económica por el nacionalismo”, en la etapa imperialista, en la cual domina el carácter internacional de las fuerzas productivas modernas y la división mundial del trabajo.

A pesar de las similitudes, la crisis capitalista global en curso en el siglo XXI tiene diferencias esenciales con las causas, naturaleza y dinámica interna de la crisis post-1929 en el período entre las dos catastróficas guerras mundiales.

• Existe un grado mucho más avanzado de integración globalizada e interdependencia de las relaciones económicas, haciendo aún más ilusorio e inútil un giro hacia el proteccionismo y el nacionalismo económico.

• Existe un contexto histórico completamente cambiado, con los años siguientes a la masiva brutalización de las relaciones humanas, durante y luego de la Gran Guerra y, sobre todo, el reciente quiebre en la continuidad histórica marcado por la Revolución Rusa, la existencia de la Unión Soviética y su degeneración burocrática bajo el stalinismo.

• Existe un conjunto de relaciones diferente entre Europa y Norteamérica.

• Existe un conjunto de relaciones diferente entre los centros metropolitanos y los países periféricos.

• Existe una constelación diferente de fuerzas de clase en conflicto, con algunos estratos, dando un giro hacia la extrema derecha en países capitalistas avanzados relativamente más resilientes, incluso en los privilegiados, hasta hace poco, Escandinavia o Suiza.

En relación con estos últimos casos, las encuestas en Suecia, luego de la victoria electoral de la extrema derecha, Demócratas Suecos -SD-, mostraron que la principal causa de este giro hacia los fascistoides racistas anti-inmigrantes no era el número de inmigrantes en sí, sino la inseguridad económica de los perdedores en las medidas neoliberales tomadas por los gobiernos de centro-derecha y socialdemocráticos dominantes. Aunque los inmigrantes son acusados, como tradicionales chivos expiatorios, por la capacidad reducida del Estado de proteger a sus ciudadanos, su “carga fiscal se estima en no más del 1% del PBI. Esto contrasta con el hecho de que Suecia ha reducido los impuestos en un 6,5% del PBI desde el año 2000”[11].

En Alemania, la extrema derecha Alternative für Deutschlandthat -AfD-, que se convirtió ahora en el segundo partido más fuerte, con 92 parlamentarios, inicialmente comenzó como un grupo de intelectuales ferozmente conservadores, que combatían la unión monetaria de Europa y demandaban, en primer lugar, un inmediato Grexit, la expulsión forzada de Grecia de la Eurozona y de la Unión Europea para defender a los contribuyentes alemanes. La inmigración se volvió más tarde en el principal objetivo de propaganda. Su razonamiento es que la inmigración es incompatible con el “estado de bienestar” alemán y destruirá el estándar de vida de los diligentes ciudadanos alemanes. Debe notarse que la mayoría de los miembros predominantes, políticamente, son hombres educados de la clase alta, provenientes particularmente de las profesiones liberales (doctores, abogados, profesores, etc.)[12], son socialmente diferentes del lumpenaje que domina el Amanecer Dorado nazi de Grecia.

En el este del país, la ex República Democrática Alemana, otros factores no deberían ser ignorados, aunque el número de inmigrantes es mucho más bajo que en las áreas más prósperas de la parte occidental, el ascenso de la ultraderecha es más espectacular. Las razones deben ser buscadas en la masiva desindustrialización, la degradación social, incluso la devastación social en algunas áreas de la región luego de la reunificación, y el fuerte sentimiento de la población de ser ignorados, como ciudadanos de segunda, por la elite capitalista gobernante y los partidos parlamentarios dominantes.

Timothy Garton Ash, el analista político y periodista británico, resalta la dimensión cultural del carácter agresivamente anti-inmigrante, islamofóbico y antisemita de AfD.

Una de las voces líderes de estos negadores del holocausto, Alice Weidel, una ex gerenta de Goldman Sachs y Allianz, se volvió notoria con su infame correo electrónico de 2013, que luego se volvió público en las vísperas de la última elección: “La razón por la cual estamos inundados de pueblos extranjeros como los árabes, Sinti y Roma, etc., es la destrucción sistemática de la sociedad civil como posible contrapeso para los enemigos de la constitución por la cual somos gobernados. Estos cerdos no son nada más que marionetas de las potencias victoriosas en la Segunda Guerra Mundial”[13].

Otro reconocido “candidato designado” y líder de AfD, Alexander Gauland, se volvió famoso, o más bien infame, por su afirmación acerca de que Auschwitz era “tan sólo una cagada de pájaro en mil años de la gloriosa historia de Alemania”; denunció al Museo del Holocausto en Berlín como “un monumento de la vergüenza”…

Es verdad que el principal objetivo son aquellos denominados kulturfremden, “los culturalmente foráneos”, que amenazan con “destruir la Kultur alemana”, la identidad étnico-cultural del Volk alemán (pueblo, con una connotación étnica). Uno podría pensar que el “choque de civilizaciones”, la falsa “teoría”, impulsada primero por el norteamericano Samuel Huntington para dotar de legitimidad a la destrucción de Yugoslavia y sus pueblos en los 1990, a finales del siglo XX, es internalizada ahora, en la segunda década del siglo XXI, notablemente, en la avanzada Alemania capitalista, marcada como protagonista de dos guerras mundiales, incluyendo el genocidio nazi…

El llamado a un retorno hacia los “valores tradicionales de patria, familia, y religión” es un intento de utilizarlos como trincheras de defensa y ataque contra el Enemigo, el Otro, el Migrante Extranjero, la familia “anormal” que amenaza a la familia “normal”, en contra, sobre todo, de un Islam demonizado, presentado como el archienemigo de la Nación y de la Civilización Europea Cristiana.

La mediación determinante entre los valores tradicionales, el vínculo obligatorio entre familia y religión, es la patria, más exactamente el Estado-nación como una barrera ante los desastres propagados por el “globalismo”. Pero como el Estado-nación moderno se vuelve anacrónico, incapaz de enfrentar las consecuencias de las condiciones actuales de internacionalización de la vida económica, social, política y cultural, este eco de los discursos pre-modernos acerca de los “valores tradicionales” no es sólo nostalgia romántica. Está cargado de contenido reaccionario, contrarrevolucionario. Se vuelve instrumento de una ofensiva contra todas las fuerzas que podrían emancipar a la modernidad de sus anquilosadas barreras capitalistas, una ofensiva, en primer lugar, contra el proletariado y sus potenciales aliados revolucionarios.

En el momento de ascenso del nazismo, el filósofo marxista Ernst Bloch había señalado la importancia de la interacción entre las contradicciones contemporáneas dominantes entre capital y trabajo con las contradicciones no contemporáneas heredadas del pasado histórico, que son agudizadas durante los períodos de crisis y utilizadas por la clase gobernante contra la clase obrera y el peligro de una revolución[14]. Y es sólo esta revolución la que puede salvar lo que genuinamente necesita ser salvado y desarrollado de la tradición, como una mediación con el futuro, no como una regresión a un pasado mítico inexistente.

En el mismo período, León Trotsky, analizando la naturaleza del nacionalsocialismo alemán en Alemania, hablaba, en un espíritu similar, acerca de “la regurgitación de todas las barbaridades indigestas del pasado”[15] en esta monstruosidad parida por la más moderna civilización imperialista.

La decadencia inexorable de los valores tradicionales burgueses y pre-burgueses fue puesta a la luz por el gran pensador alemán, Friedrich Nietzsche, a pesar de todas sus ambigüedades y limitaciones, quien hablaba, en su peculiar lenguaje poético, de la urgente necesidad de una “transmutación de valores”.

Es cierto que Nietzche fue distorsionado y mal utilizado por los nazis para legitimar su régimen de destrucción masiva, contra la revolución socialista. Sin embargo, la revolución debería y puede volver cierta esta “transmutación de valores” nietzcheana. Los experimentos vanguardistas y la revolución cultural en los primeros años revolucionarios, luego de la Revolución de Octubre de 1917, pueden ser vistos como el preludio de esta “transmutación”, entendida como una transformación mucho más vasta de la vida de la humanidad en una escala mundial.

“Populismo”, nacionalismo, y la izquierda

El uso del seudo-concepto “populismo” para explicar el fenómeno político actual no es sólo inadecuado sino que puede llevar a un peligroso empantanamiento reaccionario. El mal uso del impreciso término “populismo” por la ideología dominante, los medios de comunicación masiva y los partidos del régimen tiene como objetivo restar valor a los reclamos genuinamente populares e identificar a la extrema derecha con la izquierda “extrema” o “radical” o revolucionaria para difamar a esta última. El temor real de la clase gobernante es una revuelta obrera y popular desde la izquierda y no desde una extrema derecha, que defiende el capitalismo, y en la mayoría de los casos, está a favor incluso de peores políticas neoliberales (por ejemplo, AfD).

El problema político dentro del movimiento obrero y la izquierda es que las presiones del régimen burgués gobernante y la extrema derecha empuja a algunas secciones a girar hacia un híbrido nacionalismo “de izquierda”, utilizando incluso las demandas de “controles de frontera” anti-inmigrantes, contra “la libre circulación de los trabajadores”, “la regulación de la inmigración”. Ejemplos notables de esta tendencia muy peligrosa y reaccionaria son las políticas hacia los migrantes del nacionalista “de izquierda” Francia Insumisa, liderados por el “souvérainiste” Jean Luc Melanchon o el nuevo movimiento contrario a las “fronteras abiertas”, Aufstehen, lanzado por la muy conocida líder de la izquierda socialdemócrata Linke, Sahra Wagenknecht, y su marido Oscar Lafontaine.

Esta peligrosa tendencia reaccionaria que habla en nombre de la izquierda “realista” y de los intereses de los obreros europeos, la mayor parte del tiempo refleja los deseos de la burocracia sindical y de la aristocracia obrera que ve sus privilegios amenazados por la crisis. Permanece ciega frente al hecho de que militarizar las fronteras de la Fortaleza Europa y de los Estados nacionales (una política bárbara implementada también por Estados Unidos, de Trump, y Australia) es utilizar una tecnología de control social no sólo o principalmente sobre los refugiados políticos y económicos sino también sobre la población trabajadora local, al mismo tiempo que construye junto con los “puntos calientes” y los campos de concentración un vasto “paisaje fronterizo” en términos de Sandro Mezzadra, extendiendo e involucrando también al interior, para reimponer un orden capitalista que atraviesa dificultades.

Aquéllos que priorizan la inmigración, “la libre circulación de los trabajadores” y la “crisis de refugiados” como las principales causas del ascenso de la extrema derecha, permanecen ciegos ante esta compleja dialéctica.

El marxista húngaro Attila Melegh, del Centro Karl Polanyi en Budapest, desarrollando los puntos de vista seminales de Joseph Böröcz, remarca el rol del derrumbe europeo: “En términos de peso económico y poblacional, el continente europeo y la Unión Europea han ido en descenso desde 1960, lo cual se aceleró luego de 1990 […] En un nivel económico, de acuerdo con datos del Banco Mundial (en dólares) el continente entero, junto con Asia Central, descendió de un 40 a un 31%, si se mide su peso económico relativo. La Unión Europea (con los países miembros actuales) bajó de 33 a 24% globalmente entre 1990 y 2014 […] Probablemente la crisis de refugiados de 2015 y 2016 fue sólo un evento visible (y altamente mediatizado), cuando los buscadores de asilo, escapando masivamente debido a las guerras, las intervenciones militares (lideradas por Estados Unidos y la Otan de los países europeos) y la dramática inestabilidad en desarrollo en Asia occidental y el norte de Africa se encontraron envueltas en medio de cambios masivos en Europa. Estos desafortunados y diversos grupos, con un conjunto altamente complejo de motivaciones, sirvieron de chispa en un campo cubierto de combustible. Contrariamente a lo sucedido con el muy alto número de refugiados en 1992, incluyendo personas de Yugoslavia y el este de Europa, los recién llegados encontraron una Europa completamente diferente en 2015 y 2016”[16].

Melegh habla acerca del “ascenso de un nuevo bloque histórico” de una derecha conservadora en coalición con la extrema derecha o incluso con fascistas declarados, sobre una agenda nacionalista, xenófoba, racista y anti-inmigrante, para reemplazar el “viejo bloque” liberal burgués de los partidos de “centroderecha” y “centroizquierda” que estuvieron en el poder en Europa occidental durante la mayor parte del período de posguerra. El “nuevo bloque” mira más hacia “el modelo austríaco” de la coalición del VPO con el FPO que hacia el gobierno “intolerante” de Fidesz, en su nativa Hungría. Esta tendencia a una fusión entre conservadores y fascistas se pone de manifiesto, de hecho, también en las filas de CDU y CSU en la derecha alemana, la convergencia en Francia de las políticas promovidas por el ala derecha de Républicains, liderados por Waquiez, y la Reorganización Nacional, de Marie Le Pen, pero también dentro de Nueva Democracia, el ala derecha de la oposición oficial en Grecia, y en otras partes.

La fuente de desintegración del orden liberal se encuentra en la crisis global actual en las condiciones del avanzado derrumbe capitalista. El sistema político burgués tradicional, tanto en su ala derecha como socialdemocrática de centroizquierda, atadas a las políticas neoliberales, la “austeridad” permanente para las grandes mayorías empobrecidas y la inequidad creciente en favor del “1%” gobernante, pierde su legitimidad y es fuente de desconfianza, incluso de odio. Sin embargo, los partidos gobernantes dominantes continúan rechazando con desdén los reclamos populares, e insisten en condenar a éstos bajo el confuso nombre de “populismo”.

A medida que se intensifica la polarización social, el centro se disuelve, incluyendo la variedad de “extremo centro”, y las elites gobernantes se dividen en búsqueda de estrategias alternativas para salvaguardar su poder. Las masas pauperizadas también buscan desesperadamente una alternativa, una salida al infierno permanente del desastre social.

No podemos comprender realmente el nuevo ascenso de la extrema derecha sin tomar en cuenta el fracaso de la izquierda, la bancarrota del stalinismo y la socialdemocracia, así como también la masiva decepción de las expectativas populares ante las variantes de la llamada “izquierda radical”, como Syriza o Podemos, que experimentaron un ascenso espectacular montados al oleaje de las movilizaciones de masas, prometiendo una salida. Pero además estos “radicales” siempre le prometieron a la clase gobernante que mantendrían intacto el quebrado sistema capitalista y “la continuidad” de un Estado cada vez más autoritario. Estaban buscando un compromiso de clase y la paz de clase con el capital, y la Unión Europea, en condiciones de declarada guerra de clases global. El resultado era predecible: la capitulación del liderazgo “de izquierda”, la confusión entre las masas populares, la parálisis del movimiento obrero.

La extrema derecha se alimenta de este tipo de “inmovilidad” política, cuando a las masas obreras y a los nuevos pobres se les ofrece sólo la falsa alternativa entre el malo y el peor. El campo liberal y sus colaboradores en la izquierda intentan falsamente presentar que la única alternativa a la ultraderecha y el fascismo es ¡“un amplio frente democrático en Europa desde Macron a Tsipras”! Sobre esta base preparan la campaña para las próximas elecciones europeas, para confrontar con los seudo“populistas” de extrema derecha en mayo de 2019. Esta es una receta para el desastre, que debe ser rechazada sin miramientos por la clase obrera y todas las víctimas de la austeridad impuesta por la Unión Europea en Europa.

La profundización de la crisis socioeconómica, la falta de una estrategia económica de la burguesía para una salida y la todavía inquebrantable capacidad de lucha de la clase obrera europea y los oprimidos (manifiesta, por ejemplo, en las luchas en Francia contra la ley de El Khomri y luego contra los ataques del frágil régimen bonapartista de Macron; la crisis catalana irresuelta, la caída del gobierno de derecha de Rajoy; las masivas movilizaciones anti-fascistas en Alemania) producen quiebres dentro de la clase capitalista gobernante.

Una sección de ella con mucha conciencia de clase se mueve de modo tal de utilizar la bancarrota del viejo sistema liberal para sacar partido, así como también de las experiencias fallidas de la izquierda, bien para formar gobiernos burgueses como el de Syriza en Grecia, bien para apoyarlos como hace Podemos hoy en día con el gobierno de Sánchez en España, o el Bloc de Esquerda y el Partido “Comunista” stalinista con el gobierno de Costa en Portugal.

Esta sección de la burguesía utiliza su bancarrota para desviar los reclamos populares a través de medios demagógicos fascistas en una dirección contrarrevolucionaria. Su retórica vacía intenta hipnotizar a las atomizadas capas sociales desesperadas mediante la repetición ad nauseam de sus promesas de “terminar con la corrupción de los políticos parlamentarios, aplastar a los comunistas buscadores de problemas que impiden el reverdecer económico, restablecer la seguridad contra los criminales y el orden social mediante un Estado altamente militarizado, por un retorno a los valores tradicionales de la familia, la religión y la nación”.

El sudafricano Hillel Ticktin correctamente pone el énfasis en esta división hacia adentro de las secciones más pudientes de la clase gobernante, con una de las secciones como los billonarios que apoyan a Trump o Bolsonaro, presionando por “un retorno del capitalismo despiadado con la población dividida por raza, color o etnia, cuya lealtad está basada en las necesidades de un Estado perpetuamente en guerra”[17].

Nuevos campos de batalla

El futuro de Europa no está predeterminado ni ha sido establecido aún. Entramos en un nuevo período de turbulencia. Se avecinan confrontaciones cruciales en Europa. Van a superar en escala y consecuencias políticas las batallas de la primera ola de crisis en el sur de Europa, en la Primavera Arabe o los movimientos “occupy” en Estados Unidos.

La clase obrera y los movimientos populares, particularmente las secciones más combativas y la izquierda revolucionaria, necesitan elaborar la estrategia y programa adecuados, construir organizaciones políticas revolucionarias de combate y una Internacional para enfrentar victoriosamente el desafío histórico.

Las lecciones de las experiencias estratégicas de la primera ola de movilizaciones masivas a principios de la década pasada, tienen que ser elaboradas. Para resumir algunas de ellas:

1. La independencia política de la clase obrera jamás debe ser sacrificada en el altar de la agonizante democracia burguesa, por medio de políticas de colaboración de clases.

2. La extrema derecha y el fascismo pueden y deben ser combatidos y derrotados, en primer lugar, mediante métodos extraparlamentarios, de movilización masiva en las calles y la acción directa, construyendo los organismos necesarios de un frente único de lucha proletaria anti-fascista.

3. Sin la defensa incondicional de los inmigrantes, los refugiados y todas las minorías perseguidas, sin políticas de fronteras abiertas y la fraternización de todos los grupos oprimidos, la emancipación de la clase obrera no es posible. El rol revolucionario de la clase obrera enraizado en la producción y en las relaciones sociales de la modernidad burguesa puede ser completado sólo si y cuando ésta actúa como una clase universal, que no puede liberarse a sí misma de la explotación capitalista sin abolir también todas las relaciones de opresión, yugo y humillación de un ser humano por otro ser humano.

4. La salida de la crisis pasa por un quiebre del sistema social capitalista, la expropiación de los expropiadores.

5. Para esto es necesaria la lucha revolucionaria por el poder obrero, apoyada por las masas empobrecidas, lo cual significa una confrontación y una ruptura con el aparato estatal. No hay una ruta parlamentaria al socialismo.

6. Ningún compromiso con la Unión Europea imperialista ni con el nacionalismo, ya sea en sus variedades de derecha, extrema derecha o “izquierda”, por un internacionalismo en acción, por la unificación socialista del continente.

7. Por el socialismo mundial, ahora más que nunca antes, necesitamos una Internacional revolucionaria.

10 de octubre de 2018

 

Savas Michael-Matsas es dirigente del Partido Revolucionario de los Trabajadores de Grecia (EEK) y del Comité por la Refundación de la Cuarta Internacional (CRCI).

 


[1]. Martin Wolf: “Politics puts the skids under bull market – The economic fussie between the US and China risks dragging down the world (La política desestabiliza el mercado alcista – La pataleta económica entre Estados Unidos y China amenaza con arrastrar al mundo)”, Financial Times, 17 de octubre, 2018 https://www.ft.com/content/b13de8f4-ce02-11e8-b276-b9069bde0956?emailld=5bc5e13298716b00046ba12f&segmentld=7d033110-c778-45bf-e… visitada el 17 de octubre de 2018.

[2]. Savvas Michael-Matsas: Karl Marx and the Future, ponencia presentada en el Congreso por los 200 años del nacimiento de Karl Marx, mayo de 2018, en la Universidad Estatal de Moscú “Lomonosov”.

[3]. Martin Wolf: “Why so little has changed since the financial crash”, Financial Times, September 4, 2018.

[4]. Financial Times, Weekend Edition, September 1-2, 2018

[5]. Karl Marx, El capital, vol. III, Progress 1977, p. 817.

[6]. Op. cit., p. 441, énfasis nuestro.

[7]. Ver S. Michael-Matsas, op. cit.

[8]. Leon Trotsky: The First Five Years of the Comintern, vol. 2, p. 6, New Park Publications, 1953.

[9]. Savas Michael-Matsas:  “Greece: The Broken Link”, Critique N° 73. N. de la T.: PIIGS significa “cerdos” en inglés.

[10]. Ver Resolución final del Encuentro Euromediterráneo de Emergencia, Eretria, Grecia, julio 23-25, 2018, Revolución Mundial N° 1, Verano-otoño de 2018, p. 333.

[11]. Sandro Scocco: “Why did The Populist Far Right in Sweden Make Gains?”, Social Europe, October 18, 2018, https://www.social europe.eu/why-did-the-populist-far-right-in-sweden-make-gains.

[12]. Timothy Garton Ash: It’ s the Kultur, Stupid, New York Review of Books, December 7-20, 2017, Vol. LXIV, Number 19, p. 4.

[13]. Citado por Timothy Garton Ash, op. cit.

[14]. Ernst Bloch: Héritage de ce temps, Payot, 1978, p. 37-186.

[15]. Leon Trotsky: “What is National-Socialism?”.

[16]. Attila Melegh: “Counter Hegemony and the Rise of a New Historical Block”, www.transform-network.net/blog/article/counter-hegemony-and-the rise- of- a- new- historical- block/ accessed on September 28, 2018.

[17]. Hillel Ticktin:Critique Notes”, Critique 82, vol. 46, Number 3, August 2018 pp. 393-394.

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