Mi respuesta a Eduardo Salas

Eduardo Salas ha decidido sumarse a la polémica que desde hace varias semanas inició el compañero Pablo Giachello con la crítica a una frase de “Panorama mundial” del último número de En defensa del marxismo. Salas reitera varios de los argumentos de sus predecesores, sin reparar en lo que ya les respondí a ellos. La polémica, por lo tanto, resbala en ataques personales y da un salto atrás en la tradición teórica y política del Partido Obrero. Es bueno recordar que no fui el iniciador de esta polémica. El primer argumento que me encargué de refutar fue el que rechazaba que, en la época de la decadencia capitalista, la burguesía hubiera perdido “la iniciativa estratégica”. Este planteo fue hecho en el Comité Nacional por Pablo Giachello, que luego modificó cuando Altamira le señaló la contradicción insalvable de su posición. La revolución socialista solamente es posible cuando la burguesía ha perdido esa “iniciativa” -o sea, que se ha convertido en un freno y destructor de las fuerzas productivas. La posición de Giachello lleva a la conclusión inevitable de que no estaríamos atravesando una época revolucionaria, con independencia de los flujos y reflujos de la lucha de clases, e incluso, hasta cierto punto, de una derrota mayor del proletariado, que no haya establecido un régimen histórico de barbarie. La discusión, en este punto, se cruza con la que tiene que ver con la apertura de una crisis de régimen en Argentina y la necesidad de un programa de transición que incluya el planteo de la Asamblea Constituyente soberana. Giachello se defendió recogiendo la observación de Altamira, admitiendo que la burguesía “ha perdido la iniciativa estratégica, pero en tanto ´sentencia histórica´”, o sea general y abstracta; en lo “concreto”, ocurre lo contrario. En América Latina ha llegado el turno de los Bolsonaro -no el viraje, en México, hacia López Obrador o la posibilidad concreta del final de la experiencia macrista, mucho menos, ya en un plano internacional más general, los “chalecos amarillos”, que aún no habían hecho su aparición al comienzo de la polémica pero que su irrupción posterior sirve para desbaratar los pronósticos agoreros de sus iniciadores. Los “chalecos” han servido para poner de manifiesto la “potencialidad política” que se abre para la izquierda revolucionaria que tenga una compresión clara de la etapa actual y de las fuerzas actuantes. Separar la caracterización histórica (estratégica) de la política (táctica) es un clásico del oportunismo y la justificación más repetida del electoralismo. Trotsky denunciaba a los reformistas por una escisión similar, entre el programa mínimo y el programa máximo: el primero para todos los días, el otro para la historia distante del mundo terrenal. Para el autor del Programa de Transición la unión entre ambos programas estaba dictada por la declinación histórica del capitalismo, que convertía a las reivindicaciones más elementales en un choque con el régimen social y con el Estado. En un texto anterior, señalé que los flujos y reflujos de la lucha de clases deben ser vistos a la luz de la etapa histórica. Macri perdió la iniciativa política enseguida después de dos victorias electorales, como consecuencia de una crisis mundial que se desarrolla en un marco de decadencia del capital. En un material reciente de nuestra página web, que anuncia la publicación del archivo digital de Prensa Obrera de 1993-2004, se exhuma la tapa de PO que refiere al Santiagueñazo de diciembre de 1993 como “el Cordobazo de los años ’90”. La nota señala: “Prensa Obrera caracterizó de ese modo la pueblada ocurrida en la provincia norteña entre el 16 y 17 de diciembre. ´Una rebelión que marcará época en los años ’90, dijimos entonces. Un pronóstico político puede considerarse realmente acertado cuando supera la prueba de la historia a través de sus vaivenes, zigzags y recodos. La historia lo confirmaría en todo su alcance. Efectivamente, el Santiagueñazo inauguraría una década de puebladas y rebeliones populares que harían cumbre en el Argentinazo de diciembre de 2001, bajo la impronta histórica del movimiento piquetero” (ver www.prensaobrera.com.ar) y, agrego, un giro espectacular de las clases medias. Aquella caracterización de 1993 signó la política del partido durante toda la década. Preparó la intervención de los días y meses que precedieron al Argentinazo, que anticipamos con las consignas “Fuera Menem-Cavallo, Asamblea Constituyente”. En el medio, tuvimos los golpes del menemismo a la clase obrera, las privatizaciones, la primera crisis del menemismo (1995), su rescate político; la emergencia de la Alianza. En esa década lidiamos, sin embargo, con quienes auguraban décadas de menemismo, probablemente influidos también por la caída del Muro y de los regímenes burocráticos en la URSS y Europa del Este. Al Partido Obrero no le faltaron consignas defensivas ni -mucho menos- una intervención junto a la clase obrera golpeada por Menem-Cavallo. Pero siempre inscribimos esas acciones en una perspectiva más amplia, es decir, en la comprensión de que la burguesía argentina atravesaba su enésima tentativa de emerger de su impasse histórico de la mano del capital internacional. Los ascensos políticos, para que resulten en ascensos de la organización revolucionaria (ello ocurrió con el Partido Obrero en 2001/2002), se preparan desde mucho antes, con caracterizaciones estratégicas, e incluso cuando aún prima el reflujo. Esa es la gran lección de aquel período. Altamira escribió “Panorama mundial” con esta experiencia de caracterización política y de acción cotidiana sobre sus espaldas. Lo más importante de todo: advertimos el Argentinazo, a lo largo de 2001, un año que se caracterizó por un notable reflujo de la clase obrera industrial. No es inoportuno destacar que señalamos que la restauración capitalista en los Estados obreros se encontraba condicionada por la etapa de declinación histórica del capital. Casi treinta años después, y con el mismo método, en el “Panorama mundial” se llama a interpretar “los hechos” bajo la vara de una caracterización estratégica. Sus críticos, en cambio, nos convocan a fosilizar a esta última, a archivarla bajo el mote de “sentencia histórica” y, en consecuencia, a hacer seguidismo a los hechos consumados.


Otra vez, Brasil


Todo esto vale para la cuestión de Brasil. Los críticos de “Panorama mundial” espetan a Bolsonaro, como expresión mayor de la “iniciativa estratégica” y del pretendido pronóstico y caracterización fallidos de Altamira. Lo que no pueden explicar es por qué Altamira advirtió desde 2015 la perspectiva de la caída del gobierno Dilma, subrayó la militarización del proceso político desde el juicio político, al cual caracterizó como “golpe de Estado” y no como “institucional” o “parlamentario”, y anticipó el peligro del fascismo y los Bolsonaro medio año antes de su victoria electoral (ver discurso frente a la Embajada de Brasil). Sus críticos en cambio, destacaban, desde las páginas de Prensa Obrera, que era Haddad quien gozaba de los favores del imperialismo y el capital internacional, de cara al balotaje en ese país. Quienes salieron en su rescate olvidan que previmos, antes que nadie, desde el Caracazo, el ascenso nacionalista en América Latina, que materializaron Lula, Chávez, Correa y los K. De los partidos del Foro de San Pablo, dijimos que “se preparaban para llegar al gobierno”, con sus posiciones de defensa del capitalismo, en un pronóstico que se verificó al milímetro. Volviendo a la actualidad, Altamira inscribió la emergencia de un brote fascista en el derrumbe completo de los bloques y partidos históricos de la burguesía y la pequeño burguesía de Brasil, fundamentalmente del PT y la burocracia de la CUT, bajo el peso de la crisis mundial y de la caída de la gran patronal vernácula. Lo mismo hizo con el agotamiento de CFK enseguida que sacó el 52% en las elecciones de 2011 (el PTS bautizaba, en ese mismo momento, a una “Argentina kirchnerista”).


El fascismo es un producto de la catástrofe capitalista, y no la “sagaz estrategia” del capital para derrotar a las masas. Salas retrocede en el tiempo hasta el nazismo y el fascismo, señalando que “fue estimulado por los países imperialistas para frenar a la URSS”. Es una frase ambigua, porque no dice si promovió su ascenso o buscó aprovechar su consolidación. Lo único cierto, fundamental y seguro, Salas no lo dice, a saber: 1) el hundimiento social de la pequeña burguesía y 2) la traición de los partidos Comunista y Socialista, así como de la Internacional estaliniana. Altamira, vuelvo a citarlo, caracteriza a Bolsonaro como “un retroceso histórico -una expresión de la incapacidad de la burguesía para gobernar con métodos que disimulan su dominación (democracia) y la obligación al recurso de regímenes de excepción, que ponen al desnudo la violencia política del Estado”. Salas se burla de mi alusión a que “la barbarie nunca puede ser señal de iniciativa estratégica” (de la burguesía) y me responde que, en cualquier caso, nunca será señal de que la “iniciativa ha pasado potencialmente a la izquierda revolucionaria”. ¡Pero la barbarie aparece cuando la izquierda ha dejado pasar una situación potencialmente revolucionaria! Para evitar la mirada estrecha, es necesario dejar de lado el espíritu de la chicana y esforzarse por desarrollar una comprensión de conjunto -o sea, estratégica. Salas da por consumada a la experiencia bolsonarista, cuando solamente se encuentra en estado de tentativa. Salas se presenta como un derrotista, como ocurre con aquellos que en Brasil adhieren a un frente democrático para 2023. Pero la tentativa fascistizante está condicionada por las fuerzas armadas, en lo superestructural; por la resistencia popular, cuyas reservas se encuentran intactas; y por la crisis mundial y la guerra económica, que pesa en demasía sobre las espaldas económicas frágiles de Brasil. Salas no vislumbra, ni por un momento, un fracaso del bolsonarismo, como ya ocurriera con Collor de Mello y otros derechistas latinoamericanos. Las crisis que desatará el plan de ajuste de Bolsonaro serán más severas que las de Macri; la incapacidad del régimen para enfrentarlas o simplemente la derrota de sus planes dejaría al país a las puertas de una situación prerrevolucionaria. ¡Es con esa perspectiva que impulsamos la derrota de Bolsonaro, con la perspectiva de la potencialidad revolucionaria, no del frente democrático ni del derrotismo! Esta fue la gran conclusión de la Conferencia Latinoamericana. Pudimos caracterizar correctamente el fenómeno de Bolsonaro, como consecuencia de nuestra comprensión de conjunto de la crisis mundial y de las alternativas políticas que plantea. Ni el PT ni los centristas previeron este desarrollo. El voto por Haddad en la segunda vuelta, que también fue planteado por primera vez en un texto de Altamira, no obedeció a una distinción con Bolsonaro en términos de clase, sino como una aproximación, acercamiento y frente único con aquellos que fueron a la calle contra Bolsonaro, con nuestro programa. Los compañeros que impugnan al “Panorama mundial” no se han detenido a estudiar seriamente el derrotero de las posiciones del Partido Obrero.


Constituyente


Salas vuelve sobre la cuestión de la Constituyente para tergiversar mi señalamiento de que en “la Conferencia Latinoamericana se observó que Bolsonaro pretende derogar la Constitución de 1988 y está buscando un procedimiento para ello (por caso, una enmienda constitucional)”. Deduce de ello, equivocadamente, que reivindico la consigna de la Constituyente para Brasil. Es cierto que un planteo de este tipo por parte de Bolsonaro pondría de manifiesto una crisis en la organización política del Estado de una forma distorsionada (eso es cuando una crisis adopta una forma constitucional), pero que podría suscitar un impacto político de conjunto, algo que una organización revolucionaria en Brasil nunca podría desconocer. Nada de esto implica un planteo en favor de una Constituyente en Brasil (Altamira rechazó su pertinencia para Brasil y también para Venezuela, en varios artículos de la prensa). Una consigna necesita, por un lado, un contexto y, por el otro, una oportunidad. Pero si de contexto y oportunidad se trata, lo que en definitiva se escamotea es que el Comité Nacional demoró tres meses de mayor crisis política en adoptar la Constituyente soberana que planteó Altamira por escrito otras tantas veces. Según Salas, tuvimos una consigna de poder: “sí la tuvimos -dice-, era el gobierno de trabajadores”. Sería bueno saber, sin embargo, qué campañas políticas -materiales, pintadas, acciones, redes sociales- llevamos adelante por esta consigna -yo no conozco ninguna. Lo cierto es que durante el período que yo critico -y que abarcó buena parte de la gran crisis económica y política del macrismo durante 2018-, el partido levantó las consignas conocidas -“plan de lucha, derrotar el ajuste”. Salas endiosa, en particular, el planteo de “derrotar el ajuste de Macri, etc.”. ¡Pero ese no constituye un planteo, es apenas una expresión de deseos! La Constituyente, en cambio, plantea una impugnación política directa: la continuidad del gobierno y del régimen político lleva a la bancarrota, al impasse y al derrumbe social -que sea reemplazado por una Constituyente soberana, mediante la movilización y la huelga general. De los términos en que se desarrolle esa lucha dependerá que la convoque una organización independiente de los trabajadores. La Asamblea Constituyente busca tender un puente entre la magnitud de la crisis política, de un lado, y la insuficiente maduración de las masas respecto de la comprensión de esa crisis y, de un modo general, del lugar de la clase obrera en su desenlace. Oponerle a la Constituyente el “gobierno de trabajadores”, que raramente tomó forma en la propaganda y en la agitación como una consigna de combate, emerge hoy como un recurso “ortodoxo” para oponerlo a la Asamblea Constituyente soberana, en ningún caso como eje de agitación política. En ningún caso. El partido no tuvo un planteo de poder, aunque hoy se pretenda señalar lo contrario por las razones apuntadas. Altamira presentó un texto donde advertía al Comité Nacional que tendría que definirse por la Constituyente, a partir de un texto que nos había enviado el PTS que incluía ese planteo. En ese cuadro, la Asamblea Constituyente soberana fue votada con fórceps. El acuerdo final tuvo un alcance limitado. El debate fue reabierto varias veces, debido a que una mayoría de compañeros sostiene que debe ir a la cola de “derrotar a Macri”, como si la Asamblea Constituyente soberana no supusiera su derrocamiento. Ahora, el asunto vuelve a plantearse en relación con las elecciones nacionales y provinciales, que son aisladas de la crisis en su conjunto y ¡hasta como una demostración y prueba de que Macri y el régimen no la han superado! Aunque abusamos del eslogan de que el Partido Obrero o el FIT “no se desdoblan”, estamos cayendo en eso al desvincular las elecciones de la crisis política de conjunto, en las nacionales y en las provinciales. Más allá de los puertos privados de las cerealeras y aceiteras y la flexibilidad laboral, y de la complicidad de la policía y autoridades con el narco de Santa Fe; de la crisis del régimen minero en La Rioja; del impasse de Vaca Muerta, por el agotamiento del sistema de subsidios; de la ley de lemas y la crisis del régimen santacruceño; más allá de todo esto, la cuestión de la Constituyente es insoslayable en las provincias porque forma una unidad con el planteo nacional. Tiene un valor político para unir los procesos provinciales con la crisis nacional y tiene, por sobre todo, coherencia. ¿O vamos a excluir a los gobernadores del llamado a terminar con el régimen y convocar a una Constituyente con poder?


“Culto de la personalidad”


Otro aspecto de este debate que tampoco introduje yo, se relaciona con el supuesto “culto a la personalidad” (de Altamira). Esto comenzó cuando, por mi defensa del “Panorama mundial”, fui tachado de “obsecuente”, es decir que se presentó en términos personales la defensa de una estrategia. Ahora, Salas me pide que examine las posiciones políticas dejando de lado las “lealtades personales” (¡!) Estas acusaciones me obligaron, oportunamente, a explicar algo elemental: que ciertas personas han encarnado un programa y una estrategia política. La defensa de ese programa, por lo tanto, es inseparable de esas personas. No es un problema de ‘personalidad’, es de política; convertirlo en “personal” es una maniobra política. Debo interpretar, a la luz de lo que dice Salas, que su fidelidad de cuatro décadas hacia Altamira no fue política, y que ahora cambia de objeto. Tampoco en este punto inventé nada: lo explicó Trotsky en su texto “Clase, partido y dirección”, donde destaca el rol de Hitler, por un lado, y Lenin, por el otro, en los procesos políticos en los que fueron protagonistas. De Lenin dice que “Encarnaba la experiencia y la perspicacia de la parte más activa del proletariado”. Concluía: “La historia no es un proceso automático. Si no ¿para qué los dirigentes? ¿Para qué los partidos? ¿Para qué los programas? ¿Para qué las luchas?” Tres décadas antes, Plejanov había caracterizado “El papel del individuo en la historia”, y con esto separó para siempre al marxismo del determinismo vulgar. Trotsky escribió una biografía de Lenin, para refutar la versión nacionalista de su formación y personalidad que ofrecía el estalinismo. Cuando el “Largo” y otros compañeros sacan de la galera el “culto a la personalidad”, repiten un concepto, no del trotskismo… sino de la burocracia rusa. La fraseología del “culto” fue acuñada por Kruschev luego la muerte de Stalin, en el XX Congreso del PCUS (1956). La trivialización del fenómeno burocrático y contrarrevolucionario del estalinismo -bajo el mote del “culto a la personalidad”- era funcional a la perpetuación de los burócratas, reciclados entonces bajo la fachada de la “apertura”. En una maniobra “clásica”, Salas se aparta de las “iniciativas estratégicas”, “las potencialidades revolucionarias” y la “Asamblea Constituyente”, y la emprende contra Altamira, en lo que parece ser el objetivo genuino de su texto. Salas somete entonces a Altamira a un juicio sumario, con un rosario de críticas que ni siquiera se detiene en explicar. Nos dice, entonces, que Altamira “se opuso a la propuesta de listas únicas del FIT que la dirección del Partido Obrero lanzó en el acto de Atlanta mediante el discurso de Pitrola; que en debate del XXIV Congreso rechazó la campaña por un Congreso del Movimiento Obrero y la Izquierda; que contra esa posición planteaba que la tarea era preparar las ´Paso, las Paso, las Paso´; que difería con el documento votado por el Comité Nacional que caracterizaba que el kirchnerismo, a pesar de la derrota electoral, seguía siendo un obstáculo en el movimiento de las masas; que en el debate del XXV Congreso también polemizó con el documento del Comité Nacional, lanzando la orientación de que el partido debía centrar su agitación en las coordinadoras fabriles y la huelga general, esto en contraposición a la consigna de paro activo nacional y plan de lucha; que en el propio Congreso polemizó con la consigna finalmente votada, que incorporaba a la izquierda en el planteamiento general; y que incluso más cerca en el tiempo, planteó que la Constituyente debía ser convocada por un gobierno de los trabajadores, algo que fue rechazado, a mi entender correctamente. Esta lista es incompleta, pero alcanza y sobra para mostrar que la afirmación de Marcelo Ramal no se compadece con la realidad”. La enumeración de supuestos desaciertos políticos en forma sumaria y apresurada no es casual: pretende dejar como verdad establecida lo que no es. Coloca al texto, por cierto, al borde de la insidia. Sólo para detenernos en algunos aspectos, llamo la atención a la crítica del planteo de “preparar las Paso”, que Altamira expresó en diferentes textos entre mediados de 2016 y los primeros meses de 2017. ¿De dónde veníamos nosotros? De las Paso de 2015. Todo indicaba que el PTS buscaría hacer valer la primacía mediática de sus dos principales figuras electorales en una compulsa. Altamira advirtió, reiteradamente, sobre la necesidad de no mirar para otro lado frente a esa realidad, y prepararnos para la confrontación. ¿Qué hay de malo en esto? Una dirección debería ser criticada por lo contrario, a saber, por no preparar al partido para los desafíos que se vienen. Antes de meternos en las “listas únicas” es necesario traer a colación un hecho fundamental: cuando el PTS propuso el acto en Atlanta, el Comité Ejecutivo expresó fuertes reticencias a acompañarlo y el tratamiento en nuestra prensa fue negativo. Los partidarios de las “listas únicas” no queríamos un acto común (porque lo cerraría el PTS, como sigue ocurriendo), y menos en “una cancha”. Fue Altamira, el denominado enemigo de las “listas únicas”, quien insistió en que recogiéramos el guante y en especial en un estadio abierto, porque así se situaba en el terreno que siempre habíamos reclamado para el Frente -que emergiera ante los activistas y luchadores como alternativa política. Por eso, y en un texto previo a ese acto, Altamira interpretó a Atlanta como ¡“una autocrítica del FIT”! en relación con su inacción anterior. Los textos de Altamira en ese período tienen un hilo conductor: politizar la lucha al interior del FIT, evitar el faccionalismo, prepararnos para una posible confrontación con planteos estratégicos. Salas no solamente está lejos de apreciar esta batalla política, ¡simplemente no dice la verdad! Salas: te dejaste llevar por otro faccionalismo, el que recorre el interior del Partido Obrero y que exige una defenestración política de Altamira. Nuestra propuesta de listas únicas que lanzamos en Atlanta (noviembre de 2016), y también IS, no tuvo resultados; fue lanzada en forma gratuita frente a un adversario que buscaba sacar el mayor provecho para sí mismo. Altamira criticó este método, al que juzgó potencialmente peligroso para un buen resultado final. Advirtió, ya en vísperas del Congreso del Partido Obrero de 2017, que “El llamado a un Congreso del Movimiento Obrero y de la Izquierda es una base estrecha para encarar la crisis del FIT y las Paso, y es un ángulo equivocado para clarificar de qué lado está cada uno en el FIT” (“El rebobinado no puede esperar”, Boletín Interno de marzo de 2017). A nuestras convocatorias, el PTS había respondido… ¡con la instalación de Del Caño en la provincia de Buenos Aires! En definitiva, advirtió sobre la probabilidad de que el PTS insistiera en las Paso y propuso un método para abordarlas: “Nuestra preocupación fundamental no debe ser correr detrás de las elecciones ni aventajar a la izquierda, sino preparar fuertemente al partido para intervenir en la lucha electoral, tanto a la base como a la dirección, mediante un desarrollo explícito de consignas y reivindicaciones vinculadas con la situación política en curso, una línea de delimitación con la izquierda que sea comprensible al menos para la masa de luchadores y un método de organización que permita una utilización óptima de los medios de comunicación que existen en la actualidad” (“A rebobinar”, Boletín Interno de marzo de 2017). Sobre esta base, Altamira criticó el contenido de las “conferencias electorales” adelantadas de Capital y provincia. Advirtió sobre la necesidad de abordar con este método las relaciones al interior del FIT -desarrollo de consignas, delimitación- incluso para la variante en que llegáramos a un acuerdo, que el propio Altamira consideró en varios de sus textos en el Boletín Interno (conocidos por todos). Ya con los tiempos casi agotados, el PTS se avino a una negociación, que en puntos importantes no eran convenientes para nosotros -la exclusión de Néstor de la lista de diputados. Es así que convocamos a una conferencia de emergencia (junio 2017), que fuera votada por el Congreso partidario en abril. Los delegados a esa conferencia saben muy bien que una mayoría de compañeros del Comité Ejecutivo ingresó a ese plenario con la posición de considerar la ruptura del FIT, debido a la pelea por distintas posiciones electorales. En el debate de la conferencia, Altamira tomó la iniciativa de rechazar cualquier ruptura, con dos planteamientos que fueron recogidos luego en la resolución final de la conferencia. Primero, señaló que los conflictos al interior del FIT refractaban las tendencias más generales del movimiento de las masas, incluso a escala internacional, donde las irrupciones de la juventud o de la mujer se encontraban al mismo tiempo cruzadas por fuertes tendencias políticas de carácter democratizante, que también tenían lugar al interior del FIT -por caso, las exaltaciones al populismo anticapitalista. A partir de esta caracterización, Altamira rechazó cualquier ruptura en ese momento, señalando que la lucha y la delimitación política con las tendencias democratizantes debían operarse aún al interior del Frente de Izquierda, y advirtió sobre el carácter letal -para esa lucha política- de una ruptura apresurada fundada en una pelea por candidaturas. Todo esto, mal que le pese a Salas, es mucho más complejo y rico que decir que “Altamira quería las Paso”. En el momento crucial, “las listas únicas” fueron salvadas por la aprobación casi unánime del planteo de Altamira. La secuencia sumaria de Salas contra Jorge pasa otras facturas -por caso, la de haber trazado la perspectiva de la huelga general como expresión de una lucha resuelta y de conjunto contra el régimen. Fundamentando el planteo, Altamira escribió un resumen histórico de la huelga general desde 1969, para el Boletín Interno. Salas debería explicar por qué, después del XXV Congreso del PO, casi todos los editoriales y artículos sindicales del Partido Obrero han planteado la perspectiva de la huelga general. Todavía más caprichosa es la mención de que Altamira criticó el señalamiento de un texto del Comité Nacional que decía que el kirchnerismo “continuaba siendo un obstáculo en el movimiento obrero”. Lo que Altamira reclamó es que el Comité Nacional se hiciera cargo de esa caracterización formulando una política, de lo contrario era una “pálida” o derrotismo. En relación con el informe político al Congreso de abril de 2017, redactado por el Comité Nacional, Altamira señala que el informe “convierte al kirchnerismo en una suerte de ‘enemigo principal’, un lugar que debiera ocupar el gobierno y la ‘coalición a la carta’. Si partimos de que hay una crisis de poder (eso decía la dirección del partido en ese momento, MR), poner a los K en ese lugar sería inadmisible e incomprensible. Lo que ocurre es que el informe está concebido en formato electoral, y ligado a las Paso, como antesala de la elección general”. “El asunto es la vía política para dar vuelta la taba de la ofensiva capitalista.” Esto lo dice Altamira. Sigue: “Es un campo abierto donde los K no tienen la iniciativa porque no tienen una política de clase; lo prueba la burocracia de la Federación Gráfica (…) Estamos todavía en pleno desarrollo de la crisis del kirchnerismo (…) Es necesario trabajar esa crisis con una política, no solamente con la crítica puntual, el recuerdo de cuando fue gobierno, o limitarnos a Milani. Cuando se juega una caracterización, hay que hacerse cargo de las conclusiones”. El debate, otra vez, era bien más importante que discutir si el kirchnerismo pesa o no entre los activistas. La cuestión giraba en torno de la política nuestra en torno de los activistas influenciados por los K. Es bueno recordar que, mucho tiempo después, en ocasión del 21F, un artículo de balance de Altamira criticaba por primera vez la tesis lanzada por Moyano en ese acto -“hay 2019”. El artículo señalaba que el kirchnerismo y el moyanismo postergaban la lucha contra el gobierno en aras de la batalla electoral que tendría lugar un año y medio después. Esa política -señalaba Altamira- no sólo renunciaba a la lucha, sino que pavimentaba el camino de una posible reelección de Macri, si este lograba mostrarle a la burguesía que había conseguido doblegar al movimiento obrero. Lamentablemente, este artículo no vio la luz en Prensa Obrera: el Comité Ejecutivo rechazó mayoritariamente publicarlo, con el argumento de que trazaba una perspectiva -la de la huelga general- que no formaba parte de la posición política dominante en el Comité Nacional. Sin perjuicio de ello, esa crítica a la dilación hasta 2019 fue ampliamente copiada en diversas notas y editoriales. Estas puntualizaciones sobre el pasado reciente son importantes debido a la insidia que recorre la polémica, como se ve en la arbitrariedad del recuento que hace Salas para impugnar a Altamira. En el período que él cita, Altamira también escribió la crítica al PTS por el populismo anticapitalista y a su adaptación al feminismo liberal; la delimitación con el grupo italiano… En el plano interno, se ocupó de enmendar nuestra tendencia a calificar al macrismo como “estado de excepción”, lo que equivalía a absolver al pejota-kirchnerismo de su responsabilidad en la política antiobrera y represiva del régimen de la coalición a la carta. También criticó nuestra caracterización de que ese régimen atravesaba, desde 2015 hasta la crisis de diciembre 2017, una “crisis de poder” (el catastrofismo, como se ve, es capaz de distinguir, mejor que sus críticos realistas. los flujos y reflujos de las crisis políticas). Esta crítica fue recogida en las resoluciones finales del Congreso del Partido Obrero de abril de 2017. Como se ve, mi “culto a la personalidad” se preocupa por identificar el hilo conductor de la política que sostiene la persona en cuestión. Si Salas, con cuarenta años de demora, arriba a la conclusión de que Altamira es objeto de culto, significa que nunca entendió la historia del partido, y que practicó seguidismo a la carta.


“Faccionalismo”


En el comienzo de su texto, Salas señala que el debate en curso debe ser “debidamente caracterizado”. Al interpretar el debate y hasta las intenciones de sus protagonistas, Salas cambia el eje de la polémica y se desliza al subjetivismo y al faccionalismo. “La búsqueda de diferencias estratégicas -dice-, nunca demostradas, tiene un peligroso carácter faccional que debe ser rechazado y que puede dar lugar a un intercambio de posiciones que luego no sepamos cómo empezaron”. Salas dice que no sabe cómo empezó el debate, lo que es falso, porque sabe muy bien que no lo inicié yo ni Altamira. Si por un momento fuera verdad que “no sabemos de qué estamos discutiendo”, ¿por qué no le enrostra el fardo a quien inició la polémica, o al menos lo incluye en la imputación? Salas nos dice que no sabe de qué está discutiendo, pero discute igual, y cambia de tema todo el tiempo. Pero más allá de esta arbitrariedad, sí sabemos de “qué estamos discutiendo”. “Estamos discutiendo” sobre la incapacidad del capitalismo en sostener un período duradero y estable de iniciativas políticas. Esta capacidad de iniciativa es lo que entiende el PTS por “crisis orgánicas”; la enfermedad avanza, pero el físico sigue en forma. Mientras ustedes asumen que el fascismo continental en grado de tentativa es una expresión de esa “iniciativa estratégica”, nosotros vemos en Bolsonaro al fracaso de todas las tentativas previas del capitalismo brasileño por “disimular su dominación” (JA). Ello no le impidió al Partido Obrero, y en otro texto de Altamira, caracterizar a la victoria de Bolsonaro como un revés para las masas del continente. Pero ese revés debe ser situado en una cierta perspectiva y etapa histórica -su comprensión consciente, por parte de la izquierda revolucionaria, la transforma en alternativa potencial a la barbarie fascista. Todos los debates que se precien de tales, en la historia del marxismo y del socialismo, se han medido con la vara de las cuestiones estratégicas. Esto, que debería calificar a un debate, es sin embargo ninguneado por los compañeros: “se fuerzan diferencias, no sabemos qué estamos discutiendo”. En vez de echar luz sobre el debate, se levanta una polvareda e, incluso, una advertencia (“faccionalismo”). Sobre los que se interesen en esta discusión, ¿caerá la misma sospecha que se levanta sobre los que estamos escribiendo estas líneas?


Trabajo internacional


En su crítica con “final abierto”, Salas suma su voz a la crítica al trabajo internacional. En este caso, vuelve a la carga contra la reciente Conferencia Latinoamericana, y se burla de mi alusión a la militante nicaragüense que sembró ilusiones en la intervención de la OEA sobre su país (pero no sobre la política del Partido Obrero con la OEA bajo la dictadura militar, según explicó Rafael Santos, ni sobre las recientes reuniones con guerrilleras combativas que rompieron con el sandinismo). “No estamos en un congreso de derechos humanos -se queja Salas-, sino en un reagrupamiento para reconstruir la IV Internacional”. ¡Ni una palabra sobre documentos ni debates! Sólo se pronuncia para castigar a una derecho-humanista. Para denostar a la conferencia, Salas se pone -sólo por un momento- el traje del sectario incurable: no quiere intervenir en la realidad para desarrollar conclusiones sobre ella, quiere una realidad a la medida de sus conclusiones. Mal que le pese a Salas, la historia de las internacionales ha seguido nuestro método, no el de él. Volviendo sobre un tema de nuestros debates, en un texto de 1933, Trotsky evoca a las conferencias de Zimmerwald y Kienthal. Allí, no sólo refiere al carácter minoritario de las reuniones, sino -más aún- al carácter ultraminoritario de quienes en aquellas conferencias defendieron convertir a la guerra imperialista en guerra interior y revolución: “la mayoría estaba constituida por elementos centristas de derecha”, señala Trotsky, citando el caso del socialdemócrata Ledebour, el cual ¡en Zimmerwald! planteó que no quería votar… contra el presupuesto de guerra de la burguesía alemana. ¿A qué texto de Trotsky nos referimos? A uno llamado “¿Exito o fracaso? Algo más sobre la Conferencia de París” (1933), donde el fundador de la IV Internacional polemiza con algunos de sus compañeros en relación con la conferencia que tuvo lugar en ese año, con la participación de varios grupos europeos escindidos “por izquierda” de la socialdemocracia, y a donde resolvieron concurrir los bolcheviques-leninistas. Contra las objeciones que le hicieron sus compañeros por haber participado de aquella conferencia, Trotsky reivindicaba el haber concurrido a defender un programa y una estrategia. Es lo que siempre hizo el Partido Obrero, incluso en los escenarios que no eligió. ¡El PTS todavía nos critica nuestras intervenciones en los Foros de San Pablo, en los años ’80 y ’90! En el período de mayor influencia de la izquierda democratizante continental sobre el activismo obrero y juvenil, fuimos a San Pablo, a La Habana, a México, a Montevideo y a otras ciudades a desarrollar una valiente delimitación política. Alguien dirá que esos Foros no los organizamos nosotros, a diferencia de la conferencia de noviembre pasado. Puro formalismo, cuando de lo que se trata es de exponer un programa y confrontarlo incluso ante los elementos centristas. Salas refiere a un retroceso de nuestro trabajo internacional y reclama un balance “a fondo”. No nos dice cuál sería el camino para ello, pero la única pista es una pregunta: “¿no debiera tenerse en cuenta (este retroceso) también como un dato a incorporar en la propia caracterización de la etapa?”. Las dificultades de nuestro trabajo internacional, para Salas, habría que achacárselas a la “iniciativa estratégica” de la burguesía. Como se ve, esta “iniciativa” se eleva a la condición de todoterreno y deja de lado la lucha de ideas, programas y partidos. Mal que nos pese, Salas, el malhadado Altamira ha ido más lejos en una comprensión de la CRCI y su balance. Todo ha sido publicado y fue objeto de intensas polémicas políticas, desde la crisis griega de 2012 y el ascenso de Syriza hasta la defección del grupo italiano y la polémica con los compañeros del DIP. En la CRCI hay una polémica incesante sobre esto y propuestas acordes con ello. Salas no se detiene en nada de esto, pero se apresura a confrontar nuestro estancamiento… con el desarrollo que sí le atribuye al PTS, para enseguida apelar a otro método largamente trajinado en este debate: el de las “preguntas sin respuesta”, a sabiendas, sin embargo, de que tales respuestas están. Salas se ataja: “No planteo tomar al PTS como ejemplo sino preguntarnos por qué ellos han tenido ese avance, a qué orientación política responde y así ayudar a precisar nuestro trabajo”. ¿No sabés, Salas, a “qué orientación política responde” el PTS? Esa orientación es la del entrismo sin bases de principios en el NPA, en la tentativa entrista sin principios en el PSOL, que se tradujo en el acompañamiento a la candidatura recontrapatronal de Erundina; en el populismo anticapitalista, para abrirle curso al coqueteo sin principios con el feminismo liberal y al propio nacionalismo burgués, como se reveló con el kirchnerismo en la Argentina. En la “crisis orgánica” y el gramscianismo como recurso para negar la envergadura de la crisis capitalista. Esta es la “orientación política” internacional del PTS, la nuestra está en el “renacimiento de la internacional” y en todos los documentos previos. Por último, y para terminar este capítulo: lamento, de verdad, que la Comisión internacional, luego de tres críticas sucesivas a la reciente conferencia que ella organizó, no haya tomado el guante de su defensa. Ello revela, a mi juicio, una escasa convicción respecto de los objetivos que nos planteamos en el trabajo internacional.


¿Una “deconstrucción” del Partido Obrero?


El texto de Salas retoma varios ejes abordados en posiciones anteriores que me tocó criticar. Hay que señalar, sin embargo, que va más lejos en lo que ya caractericé como un peligroso principio de regresión política. Desprecia el debate en curso, acusa de faccionalismo a quienes hemos buscado una delimitación de principios; convierte la defensa de un programa en una lealtad personal e, inversamente, se descerraja en un ataque personal injurioso para abrirle las puertas a la revisión de ese programa, sin arribar, sin embargo, a conclusiones definidas. Nadie pone fecha a este principio de revisión política, y obviamente es difícil hacerlo. En la noche de la derrota electoral de 2015, Altamira trazó un principio de conclusión de ese resultado: el FIT es, aunque sólo en parte, un canal del activismo y los luchadores, y mucho más un canal del democratismo. Las posiciones que hemos criticado en esta polémica son una expresión programática, y por momentos teórica, de esas presiones. Por mi parte, defiendo lo que señala el Programa de Transición: “La burguesía misma no ve una salida. En los países en que se vio obligada a hacer su última postura sobre la carta del fascismo marcha ahora con los ojos vendados hacia la catástrofe económica y militar. En los países históricamente privilegiados (…) todos los partidos tradicionales del capital se encuentran en un estado de confusión que raya, por momentos, con la parálisis de la voluntad. (…) El cuadro de las relaciones internacionales no tiene mejor aspecto. Bajo la creciente presión del ocaso capitalista, los antagonismos imperialistas han alcanzado el límite más allá del cual los conflictos y explosiones sangrientas (Etiopía, España, Extremo Oriente, Europa Central…) deben confundirse infaliblemente en un incendio mundial. En verdad, la burguesía percibe el peligro mortal que una nueva guerra representa para su dominación, pero es actualmente infinitamente menos capaz de prevenirla que en vísperas de 1914. Las charlatanerías de toda especie según las cuales las condiciones históricas no estarían todavía ‘maduras’ para el socialismo no son, sino, el producto de la ignorancia o de un engaño consciente. Las condiciones objetivas de la revolución proletaria no sólo están maduras sino que han empezado a descomponerse. Sin revolución social en un próximo período histórico, la civilización humana está bajo amenaza de ser arrasada por una catástrofe. Todo depende del proletariado, es decir, de su vanguardia revolucionaria. La crisis histórica de la humanidad se reduce a la dirección revolucionaria”.


2/1/19

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