Publicamos extractos del artículo de Lenin1Escrito por Lenin en mayo y junio de 1915. Publicado en septiembre del mismo año en el núm. 1-2 de la revista “Kommunist” en Ginebra. haciendo foco en aquellas partes que entendemos están más presentes en los debates actuales sobre la actitud del marxismo revolucionario internacionalista frente a la guerra imperialista.
Lenin aborda diversos temas en su filoso artículo. Entre ellos, la tradición de los Congresos de Stuttgart y Basilea. Además, la polémica con diversos sectores de la socialdemocracia. En primer lugar, con los “socialchovinistas”. A la vez, con el centrismo liderado por Kautsky, al que adjudicaba un rol “facilitador” para la claudicación de los primeros. Por otro lado, Lenin desarrolla la diferencia entre esta guerra y las confrontaciones militares nacionales del período pre imperialista.
Así, el revolucionario bolchevique caracteriza los orígenes del socialchovinismo, la necesidad de combatirlo y las tareas que de ello se desprenden, incorporando la experiencia rusa en sus conclusiones.
Introducción
Para los obreros conscientes, el socialismo es una convicción profunda y no una tapadera cómoda para ocultar tendencias conciliadoras pequeñoburguesas y de oposición nacionalista. Por bancarrota de la Internacional, estos obreros entienden la flagrante traición de la mayoría de los partidos socialdemócratas oficiales a sus convicciones y a las solemnes declaraciones hechas durante los discursos pronunciados en los congresos internacionales de Stuttgart2El Congreso Socialista Internacional de Stuttgart (VII Congreso de la II Internacional) se celebró entre el 18 y el 24 de agosto de 1907 con la asistencia de 886 delegados en representación de los partidos socialistas y los sindicatos. Lenin participó en la comisión dedicada a la cuestión principal: el militarismo y los conflictos internacionales. Al discutirse el proyecto de resolución propuesto por A. Bebel, Lenin, apoyado por los representantes de la socialdemocracia polaca, logró introducir enmiendas que lo cambiaron de raíz, en el espíritu del marxismo revolucionario. En la resolución se introdujo una tesis de esencial importancia cuyo texto afirmaba: “en caso de que, a pesar de todo, la guerra sea desencadenada, ellos (los obreros de los distintos países y sus representantes en los parlamentos. – N. d. E-) deben… procurar con todos los medios aprovechar la crisis económica y política provocada por la guerra para agitar a las masas populares y acelerar el hundimiento de la dominación capitalista de clase”. y Basilea, en las resoluciones de estos congresos, etc. Los únicos que pueden no ver esta traición son los que no quieren verla, aquellos a quienes no conviene verla. Para formular de manera científica esta cuestión, es decir, desde el punto de vista de las relaciones entre las clases de la sociedad moderna, debemos decir que la mayoría de los partidos socialdemócratas, llevando a la cabeza en primer término al partido alemán, el más numeroso e influyente de la II Internacional, se han puesto al lado de su Estado Mayor Central, de su gobierno y de su burguesía, contra el proletariado. Es éste un acontecimiento de importancia histórica universal, y no podemos menos de detenernos a analizarlo con el mayor detenimiento posible. Es un hecho reconocido desde hace tiempo que, a pesar de todos los horrores y calamidades que provocan las guerras, éstas reportan un beneficio más o menos grande, pues descubren, denuncian y destruyen implacablemente muchos elementos podridos, caducos y muertos de las instituciones humanas. La guerra europea de 1914-1915 también ha empezado a reportar beneficios indudables a la humanidad, al mostrar a la clase avanzada de los países civilizados que en sus partidos ha madurado un repugnante absceso purulento y que hay algo que despide un insoportable olor a muerto.
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I
Pero, ¿no será el Manifiesto de Basilea un llamamiento insustancial, sin ningún contenido preciso, ni histórico, ni táctico, directamente relacionado con la guerra concreta de hoy?
Todo lo contrario. En la resolución de Basilea3Congreso de Basilea: Congreso Socialista Internacional Extraordinario que se celebró en Basilea el 24 y el 25 de noviembre de 1912. Se convocó para tomar una resolución sobre la lucha contra el peligro inminente de guerra imperialista mundial, peligro que aumentó más aún al desencadenarse la primera guerra balcánica. Asistieron al congreso 555 delegados, seis de los cuales lo eran por el CC del POSDR. El día de la inauguración hubo una multitudinaria manifestación antibélica y un mitin internacional de protesta contra la guerra. El 25 de noviembre se aprobó por unanimidad un manifiesto sobre la guerra, en el que se advertía a los pueblos el peligro de conflagración mundial que se cernía. “En cualquier momento” –se decía en el manifiesto– “los grandes pueblos europeos pueden verse lanzados los unos contra los otros, y este crimen contra la humanidad y la razón no puede justificarse con el mínimo pretexto de interés popular de ningún género… Sería una locura si los gobiernos no comprendiesen que la sola idea de la monstruosidad que implica la contienda mundial ha de promover la ira y la indignación de la clase obrera”. encontramos menos fraseología huera y más contenido concreto que en otras resoluciones. La resolución de Basilea habla precisamente de esta misma guerra que ha estallado ahora, se refiere precisamente a los mismos conflictos imperialistas que se han desencadenado en 1914-1915. Los conflictos entre Austria y Serbia a causa de los Balcanes, entre Austria e Italia a causa de Albania, etc., entre Inglaterra y Alemania a causa de los mercados y de las colonias en general, entre Rusia y Turquía, etc., a causa de Armenia y Constantinopla; de esto habla la resolución de Basilea, al prever ni más ni menos que la guerra actual. ¡Es precisamente a la guerra de hoy entre “las grandes potencias de Europa” a lo que se refiere la resolución de Basilea cuando dice que esa guerra “en modo alguno puede justificarse con ningún pretexto de interés popular”!
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La resolución de Basilea no habla de la guerra nacional ni de la guerra popular, de las que ha habido ejemplos en Europa y que incluso han sido típicas para el período de 1789-1871, ni de la guerra revolucionaria –a la que nunca han renunciado los socialdemócratas–, sino de la guerra actual desplegada en el terreno del “imperialismo capitalista” y de los “intereses dinásticos”, en el terreno de la “política de conquistas” de ambos grupos de potencias beligerantes, tanto del austro-alemán como del anglo-franco ruso. Plejánov, Kautsky y compañía engañan lisa y llanamente a los obreros cuando repiten las mentiras interesadas de la burguesía de todos los países, la cual hace denodados esfuerzos por presentar esta guerra imperialista, colonial y expoliadora como una guerra popular y defensiva (para quienquiera que sea), y cuando buscan para justificarla ejemplos históricos de guerras no imperialistas.
El carácter imperialista, expoliador y antiproletario de esta guerra ha dejado de ser desde hace tiempo una cuestión puramente teórica. El imperialismo ha sido valorado ya teóricamente en todos sus rasgos principales como la lucha de la burguesía agonizante, decrépita y podrida, por el reparto del mundo y el sojuzgamiento de las naciones “pequeñas”; miles de veces han sido repetidos estos argumentos en las innumerables publicaciones periódicas de los socialistas de todos los países. El francés Delaisi, por ejemplo, representante de una nación “aliada” con respecto a nosotros, explicó de una manera popular, en su folleto “La guerra que se avecina” (¡en 1911!), el carácter expoliador de la guerra actual en lo que respecta también a la burguesía francesa. Pero esto no es todo. Los representantes de los partidos proletarios de todos los países expresaron en Basilea, de un modo unánime y formal, su convicción inquebrantable de que la guerra que iba a estallar tendría precisamente un carácter imperialista, e hicieron de esto deducciones tácticas. Por esta razón, entre otras, deben ser rechazadas en el acto, como sofismas, todas las alusiones a que las diferencias entre la táctica nacional e internacional han sido insuficientemente estudiadas (véase la última interviú de Axelrod en los núms. 87 y 90 de Nashe Slovo4NasheSlovo (“Nuestra Palabra”): periódico menchevique publicado en París en 1915 y 1916.), etc., etc. Esto es un sofisma, pues una cosa es el estudio científico de todos los aspectos del imperialismo –estudio que sólo está comenzando y que, por su naturaleza, no tiene fin, como no lo tiene la ciencia en general–, y otra cosa son los fundamentos de la táctica socialista contra el imperialismo capitalista, fundamentos que han sido expuestos en los millones de ejemplares de periódicos socialdemócratas y en la resolución de la Internacional. Los partidos socialistas no son clubs de debates, sino organizaciones del proletariado en lucha, y cuando varios batallones se pasan al enemigo, se les debe llamar traidores, sin “dejarse llevar” por discursos hipócritas acerca de que “no todos” comprenden “de igual manera” el imperialismo, de que, por ejemplo, el chovinista Kautsky y el chovinista Cunow son capaces de escribir tomos enteros sobre esto, de que el problema “no ha sido suficientemente debatido”, etc. El capitalismo nunca será estudiado hasta el fin en todas las manifestaciones de su naturaleza expoliadora y en todas las minúsculas ramificaciones de su desarrollo histórico y de sus peculiaridades nacionales; los investigadores (y sobre todo los pedantes) nunca dejarán de discutir sobre cuestiones de detalle. Sería ridículo renunciar, “con este motivo”, a la lucha socialista contra el capitalismo y no oponerse a quienes han traicionado esta lucha; mas ¿qué otra cosa nos proponen Kautsky, Cunow, Axelrod y consortes?
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II
Todo el mundo sabía, veía y reconocía que la guerra europea iba a ser más dura que todas las precedentes. La experiencia de la guerra lo confirma más y más. La guerra se extiende. Los cimientos políticos de Europa se estremecen más cada vez. Las masas sufren terriblemente, y los esfuerzos de los gobiernos, la burguesía y los oportunistas por silenciar estos sufrimientos van de fracaso en fracaso. La guerra proporciona a ciertos grupos de capitalistas beneficios inauditos, escandalosos. La agudización de las contradicciones es enorme. La sorda indignación de las masas, la aspiración confusa de las capas oprimidas y atrasadas a una buena paz (“democrática”), la protesta que comienza entre “los de abajo”: todos estos son hechos indiscutibles. Y cuanto más dura es y más se agrava la guerra, más fomentan los gobiernos la actividad de las masas, exhortándolas al espíritu de sacrificio y a poner en tensión extraordinaria sus fuerzas. La experiencia de la guerra, lo mismo que la experiencia de toda crisis de la historia, de toda gran calamidad y de todo viraje en la vida del hombre, embrutece a unos y quebranta su voluntad, pero, en cambio, ilustra y templa a otros, y, en resumidas cuentas, en la historia de todo el mundo, el número y la fuerza de éstos, a excepción de algunos casos aislados de decadencia y ruina de tal o cual Estado, son superiores al número y a la fuerza de aquéllos.
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En pocas palabras, en la mayoría de los países avanzados y de las grandes potencias de Europa la situación revolucionaria es un hecho. En este sentido, las previsiones del Manifiesto de Basilea se han visto plenamente confirmadas. Negar directa o indirectamente esta verdad o silenciarla, como hacen Cunow, Plejánov, Kautsky y compañía, es atentar gravemente contra la verdad, engañar a la clase obrera y servir a la burguesía. En el Sotsial-Demokrat5Sotsial-Demokrat (“El Socialdemócrata”): periódico clandestino, órgano central del POSDR; se publicó desde febrero de 1908 hasta enero de 1917, primero en París, y luego en Ginebra. En total vieron la luz 58 números. Desde diciembre de 1911 lo dirigió V. I. Lenin. (núms. 34, 40 y 41) citamos datos demostrativos de que las personas que temen la revolución, los curas pequeñoburgueses cristianos, los Estados Mayores y los periódicos de los millonarios se ven obligados a reconocer la existencia de síntomas de una situación revolucionaria en Europa.
¿Durará mucho esta situación? ¿Hasta qué extremos ha de agravarse aún? ¿Desembocará en una revolución? No lo sabemos, ni nadie puede saberlo. La respuesta sólo nos la dará la experiencia del desarrollo del estado de ánimo revolucionario de la clase avanzada, del proletariado, y de su paso a acciones revolucionarias. Aquí no cabe hablar de “ilusiones” en general ni de su refutación, pues ningún socialista, nunca ni en parte alguna, ha garantizado que hayan de ser precisamente la guerra actual (y no la siguiente) y la situación revolucionaria actual (y no la de mañana) las que originen la revolución. De lo que se trata aquí es del deber más indiscutible y más esencial de todos los socialistas: el de revelar a las masas la existencia de una situación revolucionaria, de explicar su amplitud y su profundidad, de despertar la conciencia revolucionaria y la decisión revolucionaria del proletariado, de ayudarle a pasar a las acciones revolucionarias y a crear organizaciones que correspondan a la situación revolucionaria y sirvan para trabajar en ese sentido.
Ni un solo socialista influyente y responsable se ha atrevido jamás a poner en duda que ése es precisamente el deber de los partidos socialistas. Por eso el Manifiesto de Basilea, que no ha difundido ni alimentado la menor “ilusión”, al referirse precisamente a este deber de los socialistas, dice: agitar, “sacudir” al pueblo (y no adormecerlo con el chovinismo, como hacen Plejánov, Axelrod, Kautsky), “aprovechar” la crisis para “acelerar” la bancarrota del capitalismo, inspirarse en los ejemplos de la Comuna y de octubre-diciembre de 1905. El incumplimiento de este deber suyo por los partidos actuales es lo que constituye precisamente su traición, su muerte política, el abandono del papel que les incumbe, su paso al lado de la burguesía.
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III
Aplicada a las guerras, la tesis fundamental de la dialéctica, tergiversada con tanto descaro por Plejánov para complacer a la burguesía, dice que “la guerra es una simple continuación de la política por otros medios” (violentos precisamente). Esa es la fórmula de Clausewitz, uno de los grandes autores de historia militar cuyas ideas fueron fecundadas por Hegel. Y ése ha sido siempre el punto de vista de Marx y Engels, que consideraban toda guerra una continuación de la política de las mismas potencias interesadas –y de las distintas clases dentro de ellas– en un momento dado.
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Comparar la “continuación de la política” de lucha contra el feudalismo y el absolutismo, de la política de la burguesía que se está emancipando, con la “continuación de la política” de una burguesía decrépita, es decir, imperialista, es decir, de una burguesía reaccionaria y que ha desvalijado a todo el mundo, de una burguesía que, aliada al feudalismo, oprime al proletariado, equivale a comparar leguas con arrobas. Es como si comparásemos a unos “representantes de la burguesía” como Robespierre, Garibaldi o Zheliábov con unos “representantes de la burguesía” como Millerand, Salandra o Guchkov. No se puede ser marxista sin sentir el más profundo respeto por los grandes revolucionarios burgueses a quienes la historia confirió el derecho de hablar en nombre de las “patrias” burguesas, que en la lucha contra el feudalismo elevaron a una vida civilizada a decenas de millones de personas de las nuevas naciones. Tampoco se puede ser marxista sin sentir desprecio por la sofistería de Plejánov y Kautsky, que hablan de “defensa de la patria” cuando los imperialistas alemanes estrangulan a Bélgica o cuando los imperialistas de Inglaterra, Francia, Rusia e Italia se confabulan para desvalijar a Austria y Turquía.
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V
El marxismo juzga los “intereses” por las contradicciones de clase y la lucha de las clases, que se exteriorizan en miles de hechos de la vida cotidiana. La pequeña burguesía sueña con el debilitamiento de las contradicciones y habla recurriendo al “argumento” de que la exacerbación de éstas trae “malas consecuencias”. El imperialismo representa la subordinación de todas las capas de las clases poseedoras al capital financiero y el reparto del mundo entre 5 ó 6 “grandes” potencias, la mayoría de las cuales participa hoy día en la guerra. El reparto del mundo entre las grandes potencias significa que todos sus sectores opulentos están interesados en la posesión de colonias y esferas de influencia, en el sojuzgamiento de otras naciones, en la obtención de puestos más o menos lucrativos y de privilegios ligados al hecho de pertenecer a una “gran” potencia y a una nación opresora6E. Schultze señala que en 1915 se calculaba que la suma total de valores existentes en el mundo era de 732.000 millones de francos, incluidos los empréstitos estatales y municipales, las hipotecas, las acciones de las compañías comerciales e industriales, etc. De esta cantidad correspondían a Inglaterra 130.000 millones de francos, a los Estados Unidos de Norteamérica 115.000 millones, a Francia 100.000 millones y a Alemania 75.000 millones, es decir, a estas cuatro grandes potencias les correspondían 420.000 millones de francos, o sea, más de la mitad del total. Esto nos permite ver cuán enormes son las ventajas y los privilegios logrados por las naciones avanzadas, por las naciones imperialistas, que han adelantado a otros pueblos y los oprimen y expolian. (Dr. Ernst Schultze. “El capital francés en Rusia”, en Archivos financieros, Berlín, 1915, año 32, pág. 127.) La “defensa de la patria” de las naciones imperialistas es la defensa del derecho al botín proporcionado por la expoliación de otras naciones. En Rusia, como se sabe, el imperialismo capitalista es más débil, pero, en cambio, es más fuerte el imperialismo militarfeudal..
No es posible seguir viviendo a la antigua, en el ambiente relativamente tranquilo, civilizado y pacífico del capitalismo que evoluciona suavemente y se extiende poco a poco a nuevos países, pues ha llegado una nueva época. El capital financiero va desalojando y terminará por desalojar de entre las grandes potencias al país de que se trate, le arrebatará sus colonias y sus esferas de influencia (como amenaza hacerlo Alemania, que se ha lanzado a la guerra contra Inglaterra) y despojará a la pequeña burguesía de los privilegios e ingresos suplementarios que le proporciona el pertenecer a una gran potencia. Esto es un hecho demostrado por la guerra. Y lo que en realidad ha conducido a tal estado de cosas es la agravación de las contradicciones, agravación reconocida desde hace tiempo por todos y que el propio Kautsky reconoce también en su folleto “El camino al poder”.
Pues bien, cuando la lucha armada por los privilegios de gran potencia es ya un hecho, Kautsky se pone a convencer a los capitalistas y a la pequeña burguesía de que la guerra es algo terrible, mientras que el desarme es cosa buena; exactamente igual –y con los mismos resultados– que cuando un cura cristiano se dedica a convencer desde el púlpito a los capitalistas de que el amor al prójimo es un mandamiento de Dios, una inclinación del alma y una ley moral de la civilización. Lo que Kautsky llama tendencias económicas del “ultraimperialismo” no son, en realidad, más que intentos pequeñoburgueses de convencer a los financieros de que no hagan mal.
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Todas las clases opresoras sin excepción necesitan, para salvaguardar su dominación, dos funciones sociales: la función del verdugo y la función del cura. El verdugo ha de ahogar la protesta y la indignación de los oprimidos. El cura ha de consolar a los oprimidos, ofreciéndoles unas perspectivas (esto es sobre todo muy cómodo cuando no se responde si estas perspectivas son “realizables”) de que, manteniéndose la dominación de clase, han de dulcificarse sus sufrimientos y sacrificios, con lo cual ha de conciliarlos con esa dominación, apartarlos de las acciones revolucionarias, socavar su espíritu revolucionario y destrozar su firmeza revolucionaria. Kautsky ha convertido el marxismo en la teoría contrarrevolucionaria más repulsiva y estúpida, en el más sucio clericalismo.
En 1909, en su folleto “El camino al poder”, Kautsky reconoce la agudización –que nadie ha refutado y que es irrefutable– de las contradicciones del capitalismo, la proximidad de una época de guerras y de revoluciones, la proximidad de un nuevo “período revolucionario”. No puede haber una revolución “prematura”, dice, y califica de “traición flagrante a nuestra causa” la renuncia a contar con la posibilidad del triunfo de la insurrección, aunque antes de la lucha tampoco se puede negar la posibilidad de la derrota.
Llegó la guerra. Las contradicciones se han agudizado aún más. Los sufrimientos de las masas han adquirido proporciones gigantescas. La guerra se prolonga, y su campo de acción se extiende más y más. Kautsky escribe folleto tras folleto, obedece sumisamente las órdenes del censor, no cita datos que revelen el saqueo de territorios, los horrores de la guerra, las ganancias escandalosas de los proveedores de armas, la carestía de la vida y la “esclavitud militar” de los obreros movilizados; pero, en cambio, prodiga consuelos y más consuelos al proletariado, citando ejemplos de las guerras de la época en que la burguesía era revolucionaria o progresista, de cuando el “propio Marx” deseaba el triunfo de tal o cual burguesía. Kautsky consuela al proletariado con hileras y columnas de números que demuestran la “posibilidad” del capitalismo sin colonias y sin despojos, sin guerras y sin armamentos, que demuestran las ventajas de la “democracia pacífica”. Sin atreverse a negar la agravación de los sufrimientos padecidos por las masas ni el advenimiento real y palpable de una situación revolucionaria (¡no se puede hablar de esto!, la censura lo prohíbe…), Kautsky, en actitud lacayuna ante la burguesía y ante los oportunistas, traza la “perspectiva” (aunque no responde que sea “realizable”) de unas formas de lucha en la nueva fase, en la que habrá “menos sacrificios y menos sufrimientos”… Tienen toda la razón Franz Mehring y Rosa Luxemburgo cuando, con este motivo, califican a Kautsky de “prostituta” (Mädchenfüralle).
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VI
Kautsky vacila de un modo asombroso en cuanto al carácter y a la significación de la guerra actual, con la particularidad de que este jefe de partido elude constantemente las declaraciones precisas y formales de los Congresos de Basilea y Chemnitz7Se refiere a la resolución del Congreso de Chemnitz de la socialdemocracia alemana sobre el imperialismo y la actitud de los socialistas ante la guerra, adoptada el 20 de septiembre de 1912. En esta resolución se condenaba la política imperialista y se hacía hincapié en la importancia que tenía la lucha por la paz. con el mismo cuidado con que un ladrón elude el lugar de su último robo. En el folleto sobre el Estado nacional escrito en febrero de 1915, Kautsky afirmaba que la guerra “es, en fin de cuentas, imperialista” (pág. 64). Ahora hace una nueva salvedad: la guerra no es puramente imperialista. ¿Qué más puede ser?
Resulta que, además, ¡es nacional! Kautsky llega a tamaña monstruosidad con esta seudodialéctica “plejanovista”:
“La guerra presente no sólo es un engendro del imperialismo, sino también de la revolución rusa”. Ya en 1904 el propio Kautsky había previsto que la revolución rusa habría de resucitar el paneslavismo8Paneslavismo: corriente política reaccionaria que pretendía unificar a los países eslavos bajo la égida de la Rusia zarista e intentaba utilizar con este fin la lucha de los eslavos por liberarse del yugo turco y austro-húngaro. en una nueva forma, que “una Rusia democrática debe, forzosamente, reavivar en alto grado el afán de los eslavos austriacos y turcos de lograr su independencia nacional… Entonces también se planteará con agudeza la cuestión polaca… Austria se desmembrará, pues con el hundimiento del zarismo se romperá el aro de hierro que mantiene unidos hoy día los elementos que tienden a separarse unos de otros” (este último párrafo lo toma Kautsky de un artículo suyo de 1904)… “La revolución rusa… ha dado un nuevo y poderoso impulso a las aspiraciones nacionales del Oriente y ha añadido a los problemas europeos problemas asiáticos. En la guerra presente, todos estos problemas se dejan sentir en forma turbulenta y adquieren una importancia decisiva para el estado de ánimo de las masas populares, incluidas las masas proletarias, mientras entre las clases dominantes prevalecen las tendencias imperialistas” (pág. 273, subrayado por nosotros).
¡He aquí otra muestra de prostitución del marxismo! Puesto que una “Rusia democrática” reavivaría el afán de libertad de las naciones del Este europeo (esto es indudable), la guerra actual, que no libera a ninguna nación y que, cualquiera que sea su fin, esclaviza a muchas, no es, por tanto, una guerra “puramente” imperialista. Puesto que el “hundimiento del zarismo” significaría el desmembramiento de Austria en virtud del carácter antidemocrático de su estructura nacional, el zarismo contrarrevolucionario, temporalmente fortalecido al despojar a Austria y al llevar una opresión aún mayor a las naciones de Austria, ha imprimido, por tanto, a la “guerra actual” un carácter que no es puramente imperialista, sino, en cierta medida, nacional. Puesto que las “clases dominantes” engañan a los estúpidos pequeños burgueses y a los campesinos atrasados con cuentos acerca de los objetivos nacionales de la guerra imperialista, un hombre de ciencia, un hombre prestigioso del “marxismo”, un representante de la II Internacional tiene, por tanto, el derecho de recurrir a la siguiente “fórmula” para que las masas se resignen y acepten este engaño: las clases dominantes tienen tendencias imperialistas, mientras que el “pueblo” y las masas proletarias tienen aspiraciones “nacionales”.
¡La dialéctica convertida en la sofistería más vil y miserable!
El único elemento nacional de la guerra presente es la lucha de Serbia contra Austria (lo cual, dicho sea de paso, ha sido señalado en la resolución de la Conferencia de Berna9La Conferencia de Berna (Conferencia de las secciones del POSDR en el extranjero) se celebró en Berna del 14 al 19 de febrero (27 de febrero-4 de marzo) de 1915. En la resolución Sobre la consigna de la “defensa de la patria” se decía: “El elemento nacional tiene en la guerra austro-serbia una importancia secundaria y no cambia el carácter imperialista general de la misma”. de nuestro partido). Sólo en Serbia y entre los serbios es donde tenemos un movimiento de liberación nacional que cuenta con muchos años de existencia, que abarca a millones de seres –a las “masas populares”– y cuya “continuación” es la guerra de Serbia contra Austria. Si esta guerra fuese una guerra aislada, es decir, si no estuviese ligada a la guerra europea, a los objetivos egoístas y rapaces de Inglaterra, Rusia, etc., todos los socialistas estarían obligados a desear el triunfo de la burguesía serbia: ésta es la única conclusión acertada y absolutamente necesaria que se deduce del elemento nacional de la guerra presente. ¡Y ésta es precisamente la que no hace el sofista Kautsky, que hoy día se encuentra al servicio de los burgueses, de los clericales y de los generales austríacos!
Prosigamos. La dialéctica de Marx, última palabra del método evolucionista científico, proscribe precisamente ese análisis aislado, es decir, unilateral y monstruosamente deformado de los problemas. El elemento nacional de la guerra serbio-austríaca no tiene ni puede tener ninguna importancia seria en la guerra europea. Si vence Alemania, ésta ahogará a Bélgica, una parte más de Polonia, tal vez una parte de Francia, etc. Si vence Rusia, ésta ahogará a Galitzia, una parte más de Polonia, Armenia, etc. Si hay “empate”, se mantendrá la vieja opresión nacional. Para Serbia, es decir, para una centésima parte de los que participan en la guerra actual, ésta es una “continuación de la política” del movimiento burgués de liberación. Para las otras noventa y nueve centésimas partes, la guerra es una continuación de la política imperialista, es decir, de la política de una burguesía decrépita, capaz de corromper, pero no de emancipar a las naciones. Al “liberar” a Serbia, la Triple Entente vende los intereses de la libertad serbia al imperialismo italiano a cambio de la ayuda de éste en el despojo de Austria.
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VII
Una importante cuestión científica y política, eludida conscientemente por Kautsky mediante toda clase de subterfugios, con lo que ha proporcionado un enorme placer a los oportunistas, consiste en saber cómo han podido traicionar al socialismo los representantes más destacados de la II Internacional.
Esta cuestión, como es natural, no debemos plantearla en el sentido de la biografía personal de tales o cuales hombres de prestigio. Sus futuros biógrafos tendrán que enfocar también este aspecto de la cuestión, pero lo que ahora interesa al movimiento socialista no es esto, sino el estudio del origen histórico, de las condiciones, de la importancia y de las fuerzas de la corriente socialchovinista. 1) ¿De dónde procede el socialchovinismo? 2) ¿Qué le ha dado fuerza? 3) ¿Cómo hay que luchar contra él? Este planteamiento de la cuestión es el único serio; reducirlo a una cuestión de “personas” es, en realidad, una simple escapatoria, un subterfugio de sofista.
Para contestar a la primera pregunta debemos ver, primero, si no existe una relación entre el contenido ideológico y político del socialchovinismo y algunas de las corrientes que ha habido antes en el seno del socialismo, y, segundo, cuál es la relación que existe, desde el punto de vista de las divisiones políticas reales, entre la actual división de los socialistas en adversarios y defensores del socialchovinismo y otras divisiones históricas anteriores.
Por socialchovinismo entendemos la aceptación de la idea de la defensa de la patria en la presente guerra imperialista, la justificación de la alianza de los socialistas con la burguesía y con los gobiernos de “sus” países en esta guerra, la renuncia a propugnar y apoyar las acciones revolucionarias del proletariado contra “su” burguesía, etc. Es evidente que el principal contenido ideológico y político del socialchovinismo coincide en un todo con las bases del oportunismo. Es siempre la misma corriente. En las condiciones de la guerra de 1914-1915, el oportunismo engendra precisamente el socialchovinismo. Lo principal en el oportunismo es la idea de la colaboración entre las clases. La guerra lleva esta idea a su fin lógico, añadiendo a los factores y estímulos ordinarios de la misma otros muchos extraordinarios y obligando a la masa amorfa y dividida, con violencias y amenazas particulares, a colaborar con la burguesía. Esta circunstancia, como es natural, amplía el círculo de los partidarios del oportunismo y explica cumplidamente el paso de muchos radicales de ayer al campo oportunista.
El oportunismo es el sacrificio de los intereses vitales de las masas en aras de los intereses momentáneos de una minoría insignificante de obreros o, dicho en otros términos, la alianza entre una parte de los obreros y la burguesía contra la masa proletaria. La guerra hace que esta alianza sea tanto más patente y forzosa. El oportunismo se ha ido incubando durante decenios por la especificidad de una época de desarrollo del capitalismo en que las condiciones de existencia relativamente civilizadas y pacíficas de una capa de obreros privilegiados los “aburguesaba”, les proporcionaba unas migajas de los beneficios conseguidos por sus capitales nacionales y los mantenía alejados de las privaciones, de los sufrimientos y del estado de ánimo revolucionario de las masas que eran lanzadas a la ruina y que vivían en la miseria. La guerra imperialista es la continuación directa y la culminación de tal estado de cosas, pues es una guerra por los privilegios de las naciones imperialistas, por un nuevo reparto de las colonias entre ellas, por su dominación sobre otras naciones. Defender y consolidar su privilegiada situación de “capa superior” de la pequeña burguesía o de la aristocracia (y de la burocracia) de la clase obrera: he aquí la continuación natural, durante la guerra, de las esperanzas oportunistas pequeñoburguesas y de la táctica que de aquí se desprende; he aquí la base económica del socialimperialismo de nuestros días10Unos cuantos ejemplos de la gran importancia concedida por los imperialistas y los burgueses a los privilegios nacionales y “de gran potencia” como arma para dividir a los obreros y apartados del socialismo. En su obra La gran Roma y la Gran Bretaña (Oxford, 1912), el imperialista inglés Lucas reconoce que en el Imperio británico de hoy día los hombres de color no gozan de igualdad de derechos (págs. 96-97) y señala que “en nuestro Imperio, cuando los obreros blancos trabajan al lado de los obreros de color, no lo hacen en igualdad de condiciones, sino que el obrero blanco es más bien el capataz del hombre de color” (pág. 98). Erwin Belger, ex secretario de la Alianza Imperial contra los socialdemócratas, en su folleto “La socialdemocracia después de la guerra” (1915) ensalza la conducta de los socialdemócratas, diciendo que éstos deben convertirse en un “partido puramente obrero” (pág. 43), “nacional”, en un “partido obrero alemán” (pág. 45), sin ideas “internacionales utópicas”, “revolucionarias” (pág. 44). En una obra dedicada a la inversión de capitales en el extranjero (1907), el imperialista alemán Sartorius von Waltershausen condena a los socialdemócratas alemanes por no prestar atención al “bien de la nación” (pág. 438) – que consiste en la conquista de colonias– y ensalza a los obreros ingleses por su “realismo”, manifestado, por ejemplo, en su lucha contra la inmigración. El diplomático alemán Rüdorffer, en su obra sobre los principios de la política mundial, destaca el hecho universalmente conocido de que la internacionalización del capital no elimina en absoluto la enconada lucha de los capitales nacionales por el poder, por la influencia, por la “mayoría de las acciones” (pág. 161), y señala que esta enconada lucha arrastra a los obreros (pág. 175). El libro lleva la fecha de octubre de 1913, y el autor habla con una claridad meridiana de los “intereses del capital” (pág. 157) como causa de las guerras modernas; dice que la cuestión de la “tendencia nacional” se convierte en el “eje” del socialismo (pág. 176), que los gobiernos no tienen por qué temer las manifestaciones internacionalistas de los socialdemócratas (pág. 177), de hecho cada vez más nacionales (págs. 103, 110, 176). El socialismo internacional triunfará si logra arrancar a los obreros de la influencia del nacionalismo, pues sólo con la violencia no se consigue nada; pero el socialismo será derrotado si prevalece el sentimiento nacional (págs. 173-174).. La fuerza de la costumbre, la rutina de una evolución relativamente “pacífica”, los prejuicios nacionales, el temor a virajes rápidos y la falta de fe en estos virajes, han sido, como se puede suponer, circunstancias complementarias que han vigorizado el oportunismo y contribuido a la contemporización hipócrita y cobarde con él, so pretexto de que esto es sólo temporal y obedece únicamente a causas y motivos especiales. La guerra transfiguró al oportunismo, cultivado durante decenas de años, lo elevó a una fase superior, aumentó y diversificó sus matices, multiplicó el número de sus partidarios, enriqueció sus argumentos con un montón se sofismas nuevos y fundió la corriente principal del oportunismo con multitud de nuevos riachuelos y arroyos; pero la corriente principal no desapareció. Todo lo contrario.
El socialchovinismo es el oportunismo maduro hasta el punto de que ya no es posible que este absceso burgués siga existiendo como hasta ahora en el seno de los partidos socialistas.
Los que no quieren ver la estrechísima e indisoluble conexión existente entre el socialchovinismo y el oportunismo se aferran a hechos y “casos” aislados: que tal oportunista se ha convertido en internacionalista o que tal elemento de ideas radicales se ha transformado en chovinista. Pero este argumento no es en verdad nada serio cuando se trata del desarrollo de las corrientes. En primer lugar, la base económica del chovinismo y del oportunismo en el movimiento obrero es siempre la misma: la alianza de unas reducidas capas superiores del proletariado y de la pequeña burguesía –que aprovechan las migajas de los privilegios de “su” capital nacional– contra las masas proletarias, contra las masas trabajadoras y oprimidas en general. En segundo lugar, el contenido ideológico y político de ambas corrientes es también el mismo. En tercer lugar, la vieja división de los socialistas en corriente oportunista y corriente revolucionaria, división propia de la época de la II Internacional (1889-1914), corresponde, en resumidas cuentas, a la nueva división en chovinistas e internacionalistas.
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En general, si se consideran las corrientes y las tendencias, no se puede menos de reconocer que ha sido precisamente el ala oportunista del socialismo europeo la que ha traicionado al socialismo y se ha pasado al chovinismo. ¿Cuál es el origen de su fuerza, de su aparente omnipotencia en los partidos oficiales? Kautsky, que tan bien sabe plantear problemas históricos, sobre todo cuando se trata de la antigua Roma o de otros temas análogos que no están muy relacionados con la realidad viva, ahora, cuando el asunto le atañe a él mismo, finge hipócritamente no entender de qué va. Pero la cuestión es de una claridad meridiana. La fuerza gigantesca de los oportunistas y de los chovinistas proviene de su alianza con la burguesía, con los gobiernos y con los estados mayores. En Rusia se suele olvidar esto con mucha frecuencia, y se considera que los oportunistas son una parte de los partidos socialistas, que en estos partidos siempre han existido y seguirán existiendo dos alas extremas, que todo consiste en evitar los “extremismos” y demás lindezas de este género impresas en letras de molde en todos los catones pequeñoburgueses.
En realidad, la militancia formal de los oportunistas en los partidos obreros no excluye en absoluto el que sean –objetivamente– un destacamento político de la burguesía, vehículos de su influencia y agentes de ella en el seno del movimiento obrero.
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Todos están de acuerdo en que el oportunismo no es fruto del azar, no es un pecado, un desliz, una traición de unos cuantos individuos aislados, sino el producto social de toda una época histórica. Pero no todos se detienen a pensar en el significado de esta verdad. El oportunismo ha sido cultivado por el legalismo. Los partidos obreros de la época de 1989-1914 debían aprovechar la legalidad burguesa. Cuando llegó la crisis, fue preciso pasar al trabajo ilegal (y este paso sólo se puede dar con una energía y una decisión extraordinarias, combinadas con toda una serie de ardides de guerra).
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Todas las acciones honradas y verdaderamente socialistas se realizan en el Partido Socialdemócrata Alemán contra sus organismos centrales, al margen de su Comité Central y de su órgano central de prensa, se realizan infringiendo la disciplina orgánica y de una manera fraccional, en nombre de unos nuevos centros anónimos de un nuevo partido, como es anónimo, por ejemplo, el llamamiento de la “izquierda” alemana publicado en el BernerTagwacht11BernerTagwacht (“El Centinela de Berna”): órgano del Partido Socialdemócrata de Suiza; aparece desde 1893 en la capital de este país. De 1909 a 1918 lo dirigió R. Grimm. Al empezar la guerra imperialista mundial, este periódico publicó artículos de C. Liebknecht, F. Mehring y otros socialdemócratas de izquierda. A partir de 1917 apoyó a los socialchovinistas. del 31 de mayo de este año. De hecho, está creciendo, fortaleciéndose y vigorizándose un nuevo partido verdaderamente obrero, verdaderamente socialdemócrata y revolucionario, distinto del viejo y podrido partido nacionalliberal de Legien-Südekum-Kautsky-Haase-Scheidemann y compañía12Es sumamente característico lo ocurrido antes de la histórica votación del 4 de agosto. El partido oficial ha tapado este hecho con el manto de la hipocresía burocrática: ante la decisión de la mayoría, todos votaron a favor como un solo hombre. Pero en la revista Die Internationale, Ströbel denunció esta hipocresía y descubrió la verdad. En la minoría parlamentaria socialdemócrata había dos grupos, que se presentaron con un ultimátum ya preparado, es decir, con una decisión fraccional, es decir, escisionista. Uno de los grupos, el de los oportunistas, integrado por unas 30 personas, decidió, en cualquier caso, votar a favor; el otro grupo, el de la izquierda, integrado por unas 15 personas, decidió –con menos firmeza– votar en contra. Cuando el “centro” o la “charca”, que no tenía ninguna posición firme, votó con los oportunistas, la izquierda se vio totalmente derrotada y… ¡se sometió! La “unidad” de la socialdemocracia alemana es de cabo a rabo una hipocresía que encubre de hecho la inevitable sumisión a los ultimátum de los oportunistas..
Por eso el oportunista Monitor dejó escapar por imprudencia una profunda verdad histórica, al afirmar en la revista conservadora Anuario Prusiano que a los oportunistas (léase: a la burguesía) les perjudicaría que la actual socialdemocracia evolucionase hacia la derecha, pues entonces los obreros se apartarían de ella. Los oportunistas (y la burguesía) necesitan precisamente el partido actual, que agrupa el ala derecha y el ala izquierda y está representado oficialmente por Kautsky, un hombre capaz de conciliarlo todo con frases fluidas y “perfectamente marxistas”.
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De ahí se desprende la respuesta a la pregunta que hemos planteado más arriba: ¿cómo hay que luchar contra el socialchovinismo? El socialchovinismo es el oportunismo tan maduro, tan fortalecido y envalentonado durante una larga época de capitalismo relativamente “pacífico”, tan cuajado ideológica y políticamente, tan ligado a la burguesía y a los gobiernos que no es posible tolerar la existencia de tal corriente en el seno de los partidos obreros socialdemócratas. Si aún se pueden tolerar unas suelas delgadas y endebles cuando se tiene que caminar por las calles urbanizadas de una pequeña ciudad de provincias, cuando hay que subir a una montaña son imprescindibles unas suelas gruesas y bien herradas. En Europa, el socialismo ya ha rebasado la etapa relativamente pacífica y encuadrada en estrechos límites nacionales. La guerra de 1914-1915 le ha hecho entrar en la etapa de las acciones revolucionarias, por lo que la ruptura completa con el oportunismo y su expulsión de los partidos obreros están indudablemente a la orden del día.
Es evidente que de esta definición de las tareas planteadas ante el socialismo por la nueva etapa de su desarrollo mundial no se desprende aún de un modo inmediato cuál ha de ser precisamente la rapidez y cuáles han de ser en los distintos países las formas del proceso por el que los partidos revolucionarios socialdemócratas obreros se han de separar de los partidos oportunistas pequeñoburgueses. Pero de ahí sí se desprende la necesidad de comprender claramente que esta división es inevitable y de orientar precisamente desde este punto de vista toda la política de los partidos obreros. La guerra de 1914-1915 es un viraje tan grande de la historia que la actitud ante el oportunismo ya no puede seguir siendo la de antes. No es posible negar lo que de hecho ha existido; no es posible borrar de la conciencia de los obreros, ni de la experiencia de la burguesía, ni de las adquisiciones políticas de nuestra época en general, el hecho de que en el momento de la crisis los oportunistas han constituido el núcleo de aquellos elementos que desertaron de los partidos obreros y se pasaron a la burguesía. Antes de la guerra, el oportunismo –si nos referimos a toda Europa– se encontraba, por decirlo así, en la adolescencia. Con la guerra ha llegado a la plena madurez y ya no es posible devolverle su “inocencia” ni su juventud. Ha madurado toda una capa social de parlamentarios, de periodistas, de funcionarios del movimiento obrero, de empleados privilegiados y de ciertos estratos del proletariado, sector social que se ha fundido con su burguesía nacional y a la que ésta ha sabido apreciar en su justo valor y “adaptar”. No es posible hacer girar hacia atrás o detener la rueda de la historia; pero lo que sí se puede y debe hacer es avanzar sin miedo y pasar de las organizaciones preparatorias y legales de la clase obrera, cautivas del oportunismo, a unas organizaciones revolucionarias del proletariado que sepan no limitarse a la legalidad, que sepan ponerse a cubierto de la traición oportunista, a las organizaciones revolucionarias del proletariado que emprende la “lucha por el poder”, por el derrocamiento de la burguesía.
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VIII
Para un socialista no puede haber más que una conclusión: el legalismo puro, el legalismo exclusivo de los partidos “europeos” ha caducado y se ha convertido, en virtud del desarrollo capitalista de la fase preimperialista, en la base de la política obrera burguesa. Este legalismo debe ser complementado con la creación de una base ilegal, de una organización clandestina, de una labor socialdemócrata ilegal, sin rendir al mismo tiempo ni una sola posición legal. La experiencia demostrará cómo debe hacerse esto: lo que hace falta es que haya deseos de emprender este camino y conciencia de su necesidad. Los socialdemócratas revolucionarios de Rusia demostraron en 1912-1914 que este problema puede ser resuelto. El diputado obrero Muránov –el que mejor se portó ante el tribunal y fue deportado por el zarismo a Siberia– mostró con toda claridad que, además del parlamentarismo ministerial (desde Henderson, Sembat y Vandervelde hasta Südekum y Scheidemann, también perfectamente “ministeriales”, ¡sólo que no se les deja pasar de la antesala!), existe también el parlamentarismo ilegal y revolucionario. Los Kosovski y los Potrésov pueden entusiasmarse con el parlamentarismo “europeo” de los lacayos o conformarse con él; nosotros no nos cansaremos de repetir a los obreros que este legalismo, que esta socialdemocracia de los Legien, de los Kautsky y de los Scheidemann no merece más que desprecio.
IX
Resumamos.
La bancarrota de la II Internacional se ha manifestado con la máxima evidencia en la flagrante traición cometida por la mayoría de los partidos socialdemócratas oficiales de Europa contra sus convicciones y contra sus solemnes resoluciones de Stuttgart y de Basilea. Pero esta bancarrota, que representa el pleno triunfo del oportunismo, la transformación de los partidos socialdemócratas en partidos obreros nacional-liberales, no es más que el resultado de toda la época histórica de la II Internacional, la época de fines del siglo XIX y comienzos del XX. Las condiciones objetivas de esta época de transición, que marca el paso de la culminación de las revoluciones burguesas y nacionales en Europa Occidental al comienzo de las revoluciones socialistas, fueron las que engendraron y alimentaron el oportunismo. En algunos países de Europa observamos durante este tiempo la escisión del movimiento objeto y socialista, escisión que sigue, en general, precisamente la línea del oportunismo (Inglaterra, Italia, Holanda, Bulgaria, Rusia), y en otros países una lucha prolongada y tenaz de corrientes siguiendo la misma línea (Alemania, Francia, Bélgica, Suecia, Suiza). La crisis engendrada por la gran guerra arrancó el velo, barrió los convencionalismos, abrió el absceso, desde hacía tiempo maduro, y mostró el oportunismo en su verdadero papel de aliado de la burguesía. Ahora ha llegado el momento en que es indispensable apartar completa y orgánicamente de los partidos obreros a este elemento. La época imperialista no tolera la coexistencia en un mismo partido de los elementos de vanguardia del proletariado revolucionario y la aristocracia semipequeñoburguesa de la clase obrera, que se beneficia con las migajas de los privilegios proporcionados por la condición “dominante” de “su” nación. La vieja teoría de que el oportunismo es un “matiz legítimo” dentro de un partido único y ajeno a los “extremismos” se ha convertido hoy en día en el engaño más grande de la clase obrera, en el mayor obstáculo para el movimiento obrero. El oportunismo franco, que provoca la repulsa inmediata de la masa obrera, no es tan peligroso ni perjudicial como esta teoría del justo medio, que exculpa con palabras marxistas la práctica del oportunismo, que trata de demostrar con una serie de sofismas lo inoportuno de las acciones revolucionarias, etc. Kautsky, el representante más destacado de esta teoría y, a la vez, la figura de mayor prestigio de la II Internacional, se ha revelado como un hipócrita de primer orden y como un virtuoso en el arte de prostituir el marxismo. Entre el millón de militantes del partido alemán no ha quedado ni un solo socialdemócrata más o menos honrado, consciente y revolucionario que no se aparte indignado de esta figura de “prestigio”, defendida con tanto calor por los Südekum y los Scheidemann.
Las masas proletarias, abandonadas por cerca de las nueve décimas partes de sus antiguos dirigentes, que se pasaron a la burguesía, se vieron divididas e impotentes ante la orgía chovinista, ante la opresión de la ley marcial y de la censura militar. Pero la situación revolucionaria objetiva, creada por la guerra y cada vez más amplia y más honda, engendra inevitablemente un estado de ánimo revolucionario, templa a los proletarios mejores y más conscientes y los instruye. No sólo es posible, sino que cada vez es más probable, un cambio rápido en el estado de ánimo de las masas semejante al ocurrido en la Rusia de comienzos de 1905, en relación con la “gaponada”13Gaponada: expresión que debe su nombre al cura Gapón, que encabezó el 9 (22) de enero de 1905 la manifestación de obreros que fue al Palacio de Invierno (residencia del zar) para entregar una petición al soberano. La manifestación fue ametrallada por orden del zar, resultando más de mil muertos y unos cinco mil heridos. El 9 de enero fue el comienzo de la revolución de 1905. cuando en unos cuantos meses, y a veces en unas cuantas semanas, de las capas proletarias atrasadas surgió un ejército de millones de hombres que siguió a la vanguardia revolucionaria del proletariado. No es posible saber si el desarrollo de un potente movimiento revolucionario se producirá a raíz de esta guerra, en el curso de la misma, etc., pero, en todo caso, sólo el trabajo en esta dirección merece el nombre de trabajo socialista. La consigna que generaliza y orienta este trabajo, la consigna que contribuye a unir y cohesionar a quienes desean prestar su ayuda a la lucha revolucionaria del proletariado contra su gobierno y contra su burguesía es la consigna de guerra civil.
En Rusia, la separación completa de los elementos proletarios socialdemócratas revolucionarios de los elementos oportunistas pequeñoburgueses ha sido preparada por toda la historia del movimiento obrero. El peor servicio que se le presta corre a cargo de quienes vuelven la espalda a esta historia y declaman contra el “espíritu de fracción”, con lo que se ven imposibilitados para comprender el verdadero proceso de formación del partido proletario en Rusia, partido que se va forjando en una lucha de muchos años contra los distintos tipos de oportunismo. De todas las “grandes” potencias que participan en esta guerra, solo Rusia ha pasado en estos últimos años por una revolución. El contenido burgués de esta revolución, en la que el proletariado desempeñó un papel decisivo, no podía menos de provocar una escisión entre las tendencias burguesas y proletarias del movimiento obrero. Durante todo un período de unos veinte años (de 1894 a 1914), en el que la socialdemocracia rusa ha existido como una organización vinculada al movimiento obrero de masas (y no sólo como corriente ideológica, que era en el período de 1883 a 1894) no ha cesado la lucha entre la corriente revolucionaria proletaria y la oportunista pequeñoburguesa. El “economismo” de la época de 1894 a 1902 fue, sin duda, una corriente de este último tipo. Muchos argumentos y muchos rasgos de su ideología –la desfiguración “struvista”14Struvismo o “Marxismo legal”: deformación liberal burguesa del marxismo que surgió como corriente sociopolítica independiente en los años 90 del siglo XIX entre la intelectualidad liberal burguesa de Rusia. del marxismo, las referencias a la “masa” para justificar el oportunismo, etc.– recuerdan de manera asombrosa el actual marxismo envilecido de Kautsky, Cunow, Plejánov y demás. Para trazar un paralelo con el Kautsky de hoy día sería muy conveniente recordar a la actual generación de socialdemócratas la vieja RabóchayaMysl y RabócheieDielo.
El “menchevismo” del período siguiente (de 1903 a 1908) fue el continuador directo del “economismo”, no sólo en el campo ideológico, sino también en el terreno de la organización. Durante la revolución rusa siguió una táctica que significaba objetivamente la supeditación del proletariado a la burguesía liberal y era la expresión de las tendencias oportunistas pequeñoburguesas. Cuando en el período siguiente (de 1908 a 1914) el caudal principal de la corriente menchevique dio lugar al liquidacionismo, este carácter de clase de dicha corriente se patentizó de tal modo que los mejores representantes del menchevismo protestaron constantemente contra la política del grupo representado por NashaZariá. Este grupo –el único que en los últimos 5 ó 6 años llevó a cabo entre las masas una labor sistemática contra el partido marxista revolucionario de la clase obrera– ¡se mostró como un grupo socialchovinista en la guerra de 1914-1915! Y esto en un país donde la autocracia está viva, donde la revolución burguesa está lejos de haber terminado, donde el 43% de la población oprime a la mayoría de las naciones “alógenas”. El tipo “europeo” de desarrollo, donde ciertas capas de la pequeña burguesía, sobre todo los intelectuales, y una parte insignificante de la aristocracia obrera pueden “gozar” de los privilegios proporcionados por la condición “dominante” de “su” nación, no podía menos que repercutir en Rusia.
Toda la historia de la clase obrera y del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia los ha preparado para la táctica “internacionalista”, es decir, una táctica verdadera y consecuentemente revolucionaria.