Sobre el “derrotismo revolucionario”

Las enseñanzas de la Primera Guerra Mundial

La posición de los marxistas frente a la guerra no debe derivarse de apreciaciones coyunturales, ni del  acompañamiento acrítico de la opinión pública. Tampoco se trata de la caracterización de una guerra en función de quién fue el que disparó el primer tiro. 

La clave de una posición marxista revolucionaria frente a una guerra está en definir la naturaleza social de los bandos en pugna, y a partir de allí fijar cuál es la política más adecuada para impulsar la intervención del proletariado en favor de una salida revolucionaria a la crisis que toda guerra pone de relieve.

La Primera Guerra Mundial de 1914 a 1918 fue un muy importante laboratorio para la elaboración y puesta en marcha de una posición marxista revolucionaria. La emergencia de la primera guerra imperialista a gran escala puso a prueba las diversas posturas que se fueron forjando en los partidos socialistas que conformaban la Segunda Internacional. La propia guerra fue modificando y ajustando estas posiciones. La clarificación de esa evolución y esos debates son una gran enseñanza para una intervención revolucionaria en el período imperialista, un “período de guerras y revoluciones” como lo caracterizó correctamente Lenin en tiempo real.

Al igual que las crisis económico-sociales, las guerras imperialistas se dan en plazos temporales cada vez más acotados generando efectos devastadores, comprometiendo incluso la propia existencia de la Humanidad. La relación entre las crisis capitalistas, sus aventuras bélicas y los procesos revolucionarios fue clarificada hace más de un siglo por toda una generación socialista revolucionaria.  El “derrotismo revolucionario” como política de intervención frente a las guerras imperialistas es un muy buen punto de partida para definir las posiciones marxistas en la guerra imperialista. Clarificar sus orígenes y su evolución durante la propia guerra es muy útil para recuperar una tradición revolucionaria que lamentablemente una mayoría de la izquierda actual ha abandonado.

La Primera Guerra Mundial puso de relieve que la mayoría oportunista de las direcciones de los partidos socialistas de la II Internacional asumió una postura que llevó a millones de obreros a tomar las armas y formar filas tras su enemigo de clase. El oportunismo fue la antesala del socialchovinismo, tirando por la borda los principios marxistas del internacionalismo obrero. Contra esta traición se desarrolló la política revolucionaria para la guerra imperialista. El llamamiento a enfrentar a su propio gobierno, los beneficios que iba a significar la derrota del propio ejército burgués para la clase obrera y la necesidad de desplegar la guerra civil como único medio para garantizar la paz, son elementos constitutivos del “derrotismo revolucionario”. 

Partiendo de las resoluciones principistas e internacionalistas de los congresos socialistas previos a la guerra, analizaremos la traición oportunista por un lado y el rechazo a sumarse al apoyo a la guerra, por el otro. Pasando por el “enemigo está en el propio país” de Karl Liebknecht, la Conferencia de Zimmerwald y el “todo el poder a los Soviet” de Lenin, veremos cómo la lucha de clases y la revolución permanente se erigen como el único medio para acabar con la guerra resultante de la barbarie capitalista. 

De Stuttgart a Basilea, resoluciones principistas e internacionalistas contra la guerra

Antes del inicio de la Primera Guerra, la socialdemocracia deliberó en torno a qué posición debía tomar la Internacional Socialista frente a la inminente contienda bélica. Si bien es cierto que en la década previa al inicio de la guerra las tendencias oportunistas dentro de la II Internacional adquirieron su mayor preponderancia, las resoluciones que se aprobaron respecto al problema bélico conformaron una posición internacionalista y principista.

Los Congresos Internacionales de 1907 en Stuttgart y de 1910 en Copenhague, junto con el Congreso Extraordinario de Basilea de 1912 (convocado para tratar específicamente la inminencia de la guerra), se posicionaron contra cualquier aventura bélica de las potencias capitalistas. Las resoluciones explicitaban que la guerra solo respondía a los intereses imperialistas de ampliación y disputa por mercados, y que frente a la carnicería humana que se avecinaba la socialdemocracia no iba a comprometer la unidad internacional de las filas obreras. Había culminado la época de relativa paz y desarrollo “libre” de la competencia capitalista, para dar lugar a profundas crisis, criminales guerras y estallidos revolucionarios.  

Las mociones incluían dos momentos distintos de intervención sobre la guerra. En principio, el Manifiesto del Congreso Extraordinario de Basilea planteaba que los socialistas debían “hacer todo lo posible a fin de evitar el estallido de la guerra por los medios que consideren más eficaces”. Esto incluía mítines y acciones callejeras antibelicistas, a coordinar continentalmente por el Buró Internacional. En caso de fracasar, la movilización de la clase debía hacer sus mayores esfuerzos para detener la guerra imperialista. Es así que, en segundo lugar, la Resolución sobre la Guerra y el Militarismo de Stuttgart instaba a “intervenir en pos de ponerle fin rápidamente y hacer uso de sus facultades para utilizar la crisis económica y política creada por la guerra para despertar a las masas y con eso acelerar la caída de la dominación de la clase capitalista” (p.36). Transformar la guerra reaccionaria en una decidida lucha revolucionaria contra la burguesía.

Del mismo modo que se había argumentado en Stuttgart, en Basilea también se incluyó como parte del texto de resolución: “Que los gobiernos recuerden la condición actual de Europa y el estado de ánimo de la clase obrera, no pueden dar rienda a una guerra sin peligro para ellos mismos”. Se citaban dos antecedentes históricos decisivos para mostrar que las guerras pueden ser el preludio de una revolución obrera: la Comuna de París de 1871, donde la guerra franco-prusiana terminó en la primera experiencia de toma del poder de la clase obrera, y la guerra ruso-japonesa, que dio lugar a la insurrección obrera de 1905 contra el zarismo. La socialdemocracia le advertía a la burguesía de sus propios países el riesgo que corrían al iniciar la contienda: “la monstruosidad de una guerra mundial provocará inevitablemente la indignación y la rebelión de la clase obrera.

La traición y la bancarrota de la II Internacional

“Nos han firmado un gran pagaré, veremos cómo lo cancelan”, habrían sido las palabras de Lenin tras la votación de las distintas resoluciones sobre la guerra en los congresos internacionales1George Novak reproduce las palabras que Lenin le habría dicho a Zinoviev tras el Congreso de Basilea. Las tres primeras internacionales. (G. Novak, D. Frankel y F. Feldman, Editorial Pluma, Bogotá, 1977, Pág. 66).. El ala revolucionaria de la socialdemocracia se iba satisfecha por las resoluciones adoptadas, redactadas e impulsadas por la minoría encabezada por Rosa Luxemburgo y Lenin. El encuadre de “defensa de la patria”, tomado para las guerras defensivas2La socialdemocracia oportunista hacía uso del ejemplo franco-prusiano de 1870 para dar consideración a legítimas luchas e intervenciones “defensivas” de un bando sobre otro. Existe una lúcida polémica al respecto de Trotsky en La guerra y la Internacional, octubre de 1914., era inaplicable en las condiciones que se presentaban: los dos bloques imperialistas que se estaban conformando eran liderados por Alemania de un lado y Francia e Inglaterra del otro, lo cual colocaba a los partidos socialistas alemanes y franceses (principales organizaciones de la Internacional) ante la imposibilidad de adoptar simultáneamente el principio de guerra defensiva. Esto dificultó que el ala más oportunista de la Internacional pudiera arribar a una posición común y facilitó la victoria de la minoría revolucionaria en las votaciones.

El triunfo en el debate contra los argumentos reformistas no garantizaba su efectivo cumplimiento3Al respecto Trotsky planteaba que “el marxismo, en su duelo teórico con el revisionismo, salió de esta disputa como vencedor en toda la línea. Pero el revisionismo, a pesar de ser derrotado en el terreno de la teoría, siguió existiendo y sosteniéndose en la práctica y la psicología del movimiento”, en La guerra y la Internacional, Marxists.org.. En este sentido, otras resoluciones votadas por escaso margen en este período, como el apoyo a las luchas anticoloniales o en contra de la autonomía de los sindicatos, finalmente eran desconocidas en la práctica por las direcciones partidarias en donde el oportunismo era mayoría.

El salto en calidad de la política oportunista de la socialdemocracia no se dio de un día para el otro, pero el alcance de la capitulación sorprendió a los propios revolucionarios.

La socialdemocracia internacional impulsó la primera parte de la moción de cara a la guerra, llamando a evitar el inicio del conflicto. En medio de la crisis de julio de 1914 (movimientos ofensivos y despliegue de tropas de cada uno de los ejércitos) se hicieron mítines el 29 de ese mes en toda Europa por indicación del Buró Internacional, e incluso algunas horas antes del 4 de agosto el Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) a través del Vorwärts llamó a repudiar la “horrorosa” guerra. 

Sabemos que la traición de la socialdemocracia y la II Internacional se produjo en el momento en que la guerra se hizo realidad. Más allá de que este salto en calidad de la política oportunista no se dio de un día para el otro, el alcance de la capitulación sorprendió a los propios revolucionarios. Lenin creyó que la tapa de Vorwärts, donde se afirmaba que el SPD apoyaba la guerra, era una falsificación digitada por la propaganda alemana. El paso del oportunismo al socialchovinismo (apoyo a la burguesía de cada país y disolución en un frente policlasista de unidad nacional) fue un fuerte golpe para un movimiento socialista firmemente asentado en la clase obrera. El enorme valor que la socialdemocracia alemana tuvo en la organización y desarrollo del proletariado en un período relativamente pacífico culminó de la peor forma. 

En definitiva, no se canceló el pagaré que le habían firmado a Lenin sobre el problema de la guerra. Las resoluciones votadas fueron desconocidas cuando la guerra dejó de ser una posibilidad y se transformó en la intervención militar directa. Si el desmoronamiento de la II Internacional fue un hecho indiscutible, la caída del SPD fue el edificio más pesado que se desplomó el 4 de agosto de 1914. Las amenazas de una “guerra a la guerra” (así se había redactado la resolución en Basilea) se disolvieron en el momento en que, tras el ultimátum declarado por el Imperio austrohúngaro a Serbia, Alemania ingresó finalmente al combate. 

De revolucionarios y centristas

Los argumentos de las direcciones socialchovinistas para apoyar a su burguesía en la guerra evitaban toda caracterización de clase, limitándose a cuestiones circunstanciales. Los alemanes hablaban de terminar con la tiranía zarista, anterior aliado de la monarquía prusiana en el reparto de Polonia. El absolutismo ruso, con apoyo del liberalismo kadete (Partido Democrático Constitucional), vociferaba la defensa de sus hermanos eslavos, coaccionados por el imperialismo austrohúngaro. Los franceses e ingleses decían ser la última esperanza de la democracia burguesa frente al “absolutismo” alemán, sin ocultar que su aliado era el régimen zarista, modelo de despotismo asiático. Italia ofrecía su fuerza al mejor postor, definiéndose primero por la causa alemana y luego por los aliados occidentales. La dirección socialdemócrata con poco o nulo disimulo defendía cada uno de estos argumentos de los gobiernos nacionales, afirmando la “defensa de la patria” como política para millones de obreros. 

Lenin y los bolcheviques fueron los primeros en denunciar la traición de las direcciones de la socialdemocracia, en especial la alemana. Ya el 24 de agosto de 1914 prepara su texto “Las tareas de la socialdemocracia revolucionaria” en el que caracteriza a la guerra como “burguesa, dinástica, imperialista” y llama a la “transformación de la guerra imperialista actual en guerra civil (que) es la única consigna justa”. Y continúa: “hace falta ser ciego para no ver en la influencia burguesa o pequeñoburguesa sobre el proletariado la causa esencial, principal y fundamental de la vergüenza y el fracaso de la Internacional en 1914”4Oevres, Tomo XXI, pp 9-12, citado por Pierre Broue, Revolución en Alemania, pp.64.. Desde septiembre de 1914 el Comité Central bolchevique se pronuncia por una nueva Internacional. “La II Internacional está muerta, vencida por el oportunismo… ¡En la III Internacional recaen las tareas de organizar las fuerzas del proletariado para el asalto revolucionario contra los gobiernos capitalistas, la guerra civil contra la burguesía de todos los países, por el poder político, por la victoria del socialismo”5Ídem, p.35..

Además de luchar contra la guerra, se sumaba una nueva tarea para los revolucionarios: la denuncia y el enfrentamiento con las direcciones socialchovinistas de los partidos obreros. No sin diferencias, el sector de izquierda de la socialdemocracia sostuvo la defensa de las mociones votadas en Stuttgart. Además de la izquierda socialdemócrata alemana y rusa, que fueron los principales actores y que analizaremos más en detalle, también en otros países existió una resistencia al oportunismo del Buró internacional. Fueron los socialistas serbios quienes dieron el primer paso en no apoyar a su gobierno en el Parlamento6La sección serbia de la socialdemocracia internacional rechazó los créditos de guerra que impulsaba su gobierno. “Si la idea de ‘guerra de defensa’ tiene algún significado, en este caso debía ser aplicada a Serbia”, remarcaba Trotsky a partir del ultimátum que el Imperio austrohúngaro había dado a la nación balcánica, que si bien poseía un legítimo reclamo de autodeterminación nacional, ni a Trotsky ni a los revolucionarios serbios se les escapaba que estaban siendo arrastrados a la guerra por Francia e Inglaterra en su lucha imperialista contra Alemania. Trotsky recordaba muy bien cómo el socialista Liapchevich enmudeció a más de doscientos diputados al afirmar que no votaría el apoyo a su gobierno. (La guerra y la Internacional, Pág. 76)., mientras que sus pares austríacos y húngaros se mostraban como defensores de su emperador, y admiradores del imperio alemán. La resistencia principista también existió dentro de los socialistas italianos que, luego de separarse del ala reformista, en 1915 se enfrentaron a las tendencias belicistas que surgían en el país y en el propio partido. Entre otras posiciones minoritarias, se destacó la de Pannekoek en Holanda, quien desde De Tribune luchaba contra la guerra en términos marxistas, un sector del laborismo independiente británico, el periódico El Internacionalista de EEUU, los Jóvenes de Izquierda de Suecia, una fracción de la socialdemocracia polaca, entre otros. 

El ala revolucionaria de la socialdemocracia era quien mejor había anticipado el destino de la adaptación final del oportunismo y, al mismo tiempo, tenía la responsabilidad de enfrentar su política y la de las diversas expresiones vacilantes que surgían en medio de la crisis bélica europea. En el curso de la guerra se fue diferenciando un sector de centro que tenía en Karl Kautsky, teórico checo y dirigente del SPD, a su mayor expresión. Luego de apoyar las mociones aprobadas contra la derecha en los sucesivos congresos internacionales, Kautsky y la corriente centrista, sin apoyar abiertamente la guerra, se rehusaron a combatir a su propio gobierno una vez iniciada esta7Franz Mehring en una aclaración del folleto de Rosa Luxemburgo “La reconstrucción de la Internacional”, publicado en abril de 1915, explica cómo Kautsky acostumbraba por aquel entonces referirse en contra del voto a los créditos de guerra. Sin embargo, su posición para el fatídico 4 de agosto no fue el rechazo, sino el apoyo de los créditos, siempre que el gobierno se comprometiera a no anexionar ningún territorio.. Argumentaban a favor de una paz sin anexiones, impulsando ilusiones pacifistas. 

La delimitación y lucha contra los sectores “centristas” se sumó como tarea para los revolucionarios. Lenin lo dimensionaba así: “el centro kautskista causa más daño al marxismo que el socialchovinismo descarado”. Si el oportunismo formalizaba el fin de la lucha de clases, Kautsky sostenía su suspensión temporal. Los revolucionarios, en cambio, entendían que la guerra, lejos de atenuar la lucha entre las clases, significaba la agudización de dicha conflictividad. Kautsky velaba por la continuidad de la Internacional y hacer a futuro “borrón y cuenta nueva” sobre este enfrentamiento patriótico de los socialistas. 

Uno de los trabajos más importantes de Lenin, “La Bancarrota de la II Internacional”, escrito en mayo-junio de 1915 no solo es una crítica a las direcciones oportunistas y socialchovinistas de los partidos socialistas sino a la corriente centrista encabezada por Kautsky. 

En ese texto Lenin ratifica que la postura frente a la guerra, retomando las resoluciones de Stuttgart y Basilea, se deriva de una caracterización de conjunto de las fuerzas imperialistas en curso. Tomando el ejemplo de Serbia, cuyo movimiento nacional venía enfrentando a Austria su opresor hacía muchos años, señala: “Si esta guerra fuese una guerra aislada, es decir, si no estuviese ligada a la guerra europea, a los objetivos egoístas y rapaces de Inglaterra, Rusia, etc., todos los socialistas estarían obligados a desear el triunfo de la burguesía serbia: ésta es la única conclusión acertada y absolutamente necesaria que se deduce del elemento nacional de la guerra presente”8Lenin, “La Bancarrota de la II Internacional”, Publicado en septiembre de 1915 en el núm. 1-2 de la revista Kommunist, en Ginebra.. Es decir, la política socialista revolucionaria toma en cuenta el conjunto de las fuerzas que actúan en la guerra.

El debate entre el Centro y la Izquierda fue una de las luchas más tenaces que tuvo que encarar Lenin ante la resistencia del ala izquierda de la socialdemocracia alemana a romper con el centrismo. Como veremos, la Liga Espartaco conformó junto con Kautsky el Partido Socialdemócrata Independiente (USDP) en 1916, rechazando durante años Rosa Luxemburgo la idea de formar un partido aparte, ruptura que promovían los bolcheviques y Lenin. 

La oposición de izquierda en el SPD alemán

La experiencia de la oposición de izquierda dentro del socialismo alemán es una de las más instructivas para analizar cómo se desarrollaron las tendencias revolucionarias durante la propia guerra. No solo por tratarse del principal partido de la II Internacional, sino porque además tenía una importante corriente centrista encabezada por Kautsky.

Tengamos en cuenta que el gobierno alemán, del mismo modo que el británico y el francés, buscó conformar un sólido frente interno que dispusiera de todo tipo de recursos, tanto materiales como ideológicos en favor de la defensa de su nación. Como parte de la preparación bélica, el gobierno alemán se encargó de estrechar lazos con las organizaciones obreras socialistas, otorgando una serie de concesiones y prebendas a los dirigentes sindicales y a la cúpula partidaria. 

La enorme estructura organizativa y la disciplina del SPD fueron durante años un poderoso instrumento de la clase obrera alemana. Al iniciarse la guerra, este aparato gigantesco fue puesto al servicio de los intereses del estado imperial. Los sindicatos socialistas como parte de su compromiso patriótico firmaron un acuerdo de paz social mientras durase la guerra.

Como parte de la preparación bélica, el gobierno alemán se encargó de estrechar lazos con las organizaciones
obreras socialistas, otorgando una serie de concesiones a los dirigentes sindicales y a la cúpula partidaria.

El SPD alemán acompañó el fatídico cuatro de agosto la votación de los créditos de guerra. Si bien 14 miembros de la fracción parlamentaria votaron en contra de apoyar al gobierno, terminaron disciplinándose a la mayoría (78 votos). Esta capitulación que violaba abiertamente todas las resoluciones de los congresos de la Internacional provocó rechazos de los sectores de izquierda del SPD. Sus principales referentes, Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht tuvieron dificultades para subvertir a la militancia partidaria contra su dirección oportunista. También las tuvieron respecto de unificar a una oposición fuertemente atomizada. A la propaganda nacionalista que desplegaba el Estado prusiano se sumaba una fuerte represión y censura de las publicaciones antibelicistas y radicales, así como la prohibición de cualquier manifestación pública o reunión de la militancia socialista. La dirección socialdemócrata acompañaba estas disposiciones, instaurando un verdadero estado de sitio en las filas partidarias, reprimiendo a quienes se manifestaban contra la guerra desde las prensas regionales.

Karl Liebknecht se disciplinó a la posición oportunista mayoritaria de la fracción parlamentaria en la votación del 4 de agosto, pero al poco tiempo se convenció que debía dar la batalla contra el socialchovinismo de la dirección partidaria en todos los terrenos, aunque tuviera que romper con la disciplina del partido. En soledad, terminó votando contra los créditos de guerra el 3 de diciembre de 1914. 

Su voz se alzó no solo para describir el contenido imperialista que tenía la guerra y la necesidad de no apoyar a ningún bando, sino también para llamar a la acción independiente de los trabajadores. Contra corriente, Karl Liebknecht (1914) planteó que “la liberación del pueblo ruso y el pueblo alemán debe ser obra de los pueblos mismos” (p. 45) y que será “tarea del proletariado de todos los países llevar a cabo una acción socialista en común por la paz” (p. 45). En febrero de 1915, Karl Liebknecht es movilizado a una “unidad territorial” con el objeto de ser aislado, mientras que Rosa Luxemburgo será encarcelada por organizar manifestaciones antibelicistas. Es en este momento que Liebknecht define con claridad la política derrotista revolucionaria para la guerra imperialista. Su panfleto “El enemigo principal está en nuestro país” precisa que la principal tarea de los obreros alemanes es organizarse revolucionariamente contra su propio gobierno.

Lo interesante e instructivo de la experiencia alemana es cómo el propio devenir de la guerra y su impacto en la relación entre las clases comenzaron a resquebrajar la “unidad nacional”. Tras la rápida ocupación de Bélgica al iniciarse la guerra, los alemanes marcharon con el objetivo de ocupar Francia. Su exitismo desbocado (entendían que la guerra sería una aventura rápida y sencilla y que en ocho semanas tomarían París) encontró un freno en la batalla de Marne. En ese momento, septiembre de 1914, se inició una “guerra de posiciones” que definió a la contienda de conjunto. Solo se avanzaban algunos cientos de metros, que al poco tiempo se perdían en manos del enemigo, representando estos avances y retrocesos millares de vidas humanas. El exitismo alemán fue una llama que se extinguió rápidamente. Lo mismo sucedió en el frente interno a partir del desabastecimiento que empezó a recrudecer fuertemente en 1915 con el bloqueo de ultramar británico. El invierno 1915-16 se lo conoce como “el invierno de los nabos”, pues no había ni carne ni huevos. Ni siquiera papas, solo nabos.

Así como al principio de la guerra el exitismo nacionalista allanó el camino para la traición del socialchovinismo, el cambio de ánimo popular permitió y favoreció el crecimiento de los sectores del ala revolucionaria. En el acto del Primero de Mayo de 1916 es detenido el principal orador Karl Liebknecht, quien dirigía un discurso revolucionario a miles de trabajadores. El día de su juicio, realizado al mes siguiente, 55.000 obreros berlineses realizaron la primera huelga política de masas que será acompañada en distintos puntos del país, destacándose la rebelión en Hamburgo.

El propio devenir de la guerra y su impacto en la relación entre las clases comenzaron a resquebrajar la unidad nacional.

El gobierno alemán lanzó una ofensiva desesperada (la batalla de Verdún), entre febrero y septiembre de 1916. Una de las mayores carnicerías de una guerra de por sí cruenta, pero que no logró ningún resultado Así, este nuevo estancamiento profundizó todos los problemas alemanes, tanto en el frente como en el plano interno, donde crecían las voces contra la guerra.

El fortalecimiento del ala izquierda puso de relieve al mismo tiempo su gran debilidad: la negativa de sus principales dirigentes a formar su propio partido como les venía reclamando Lenin desde el comienzo de la guerra. En marzo de 1916 se funda la Liga de Espartaco, encabezada por Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, que, aunque se diferencia tanto de la derecha como del centro, no rompe con ninguna de las dos facciones. Es la derecha quien expulsa al kautskismo y a los espartaquistas del SDP. Ambos terminan formando el Partido Socialdemócrata Independiente (USPD) que mantendrá la convivencia forzada hasta después de la revolución de noviembre de 1918, privando a la izquierda revolucionaria de una organización que pudiera disputarle el liderazgo de las masas a la derecha y al centro. Otros grupos revolucionarios, como los de Berlín y Bremen, también actúan decididamente a lo largo de este año, desplegando la lucha de clases entre las masas descontentas, tanto por la escasez interna de mercancías de primera necesidad como por el alistamiento compulsivo de los obreros (Ley de Movilización del Trabajo) y la pérdida absoluta de derechos laborales.

Tras la Revolución rusa de febrero de 1917, fueron creciendo las movilizaciones de la clase obrera alemana desde Berlín a Hamburgo y Leipzig. Fueron antecedentes directos de la revolución que estalló en noviembre de 1918 ante el colapso del ejército alemán. La debilidad, una vez más, del ala revolucionaria fue la demora en la ruptura con el centrismo y la formación de un partido independiente. La gran enseñanza de la experiencia alemana es la justeza de la posición derrotista llevada adelante por el ala revolucionaria de la socialdemocracia, personificada en Karl Liebknecht, quien se convirtió en su símbolo. También debe destacarse el modo en que acompañaron la experiencia de las masas, pasando de un inicial aislamiento a transformarse en los referentes de las luchas contra el régimen. 

Los bolcheviques y el marxismo ruso

Si bien la posición derrotista revolucionaria formó parte de la lucha política del ala marxista de la socialdemocracia a nivel internacional, fue en Rusia donde encontró su victoriosa verificación práctica. Dicha definición programática halló su forma más acabada en la política delineada por Lenin, como resultado de la estructuración y del desarrollo político que para 1917 había adquirido el Partido Bolchevique. Lenin “percibe que ninguna tesis, ningún programa, se hace efectivo en el papel, que es apenas un punto de partida, que hay que reorganizar al partido para que actúe como bloque” (Rieznik, Pablo, 2017, p. 14). Este bloque actuó sin vacilaciones durante toda la Primera Guerra. 

Fue así como la existencia de un partido sólido permitió a los revolucionarios rusos defender con la mayor consecuencia las resoluciones de Stuttgart, Copenhague y Basilea. Orgulloso, Lenin (1915) sostenía que “el Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia, partido ilegal, ha cumplido su deber ante la Internacional. La bandera del internacionalismo no tembló en sus manos.” (p. 352) 

La lucha política contra el zarismo se venía librando en las calles durante los años previos, las manifestaciones huelguísticas contaron con la participación de entre un millón y medio y dos millones de obreros, llegando incluso a levantar las temidas barricadas en Petersburgo. El zarismo quería disipar la conflictividad interna y al mismo tiempo dar garantías políticas a un imperialismo francés e inglés que desde hacía tiempo desconfiaba de su capacidad gubernamental para sostener el dominio de sus capitales. 

Frente a la decadencia que significó la posición abiertamente nacionalista de Plejanov, padre del marxismo ruso, y las vacilaciones del liquidacionismo menchevique ante el problema de la guerra, la dirección bolchevique ganó terreno dentro de las masas obreras, e incluso dentro de las propias filas de soldados y marineros. En 1912 los bolcheviques se separaron completamente de los mencheviques, el ala oportunista de la socialdemocracia rusa con quienes venían librando luchas políticas desde el II Congreso del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (POSDR) de 1903. El sello distintivo de los bolcheviques no solo devino de su política revolucionaria, sino también del carácter clandestino e ilegal que revestía gran parte de su actividad. Esto no negaba la máxima utilización de los márgenes legales que el zarismo autorizó hasta el inicio de la guerra, entre ellos la prensa y la actividad parlamentaria. 

La elección de la IV Duma en 1912 permitió el ingreso de trece diputados socialdemócratas, de los cuales seis estaban alineados con los bolcheviques. El partido de Lenin rechazó y denunció los créditos de guerra, al mismo tiempo estableció una contundente agitación extraparlamentaria: decenas de cuadros militantes recorrieron el extenso territorio imperial agitando su posición derrotista. Centenares de bolcheviques fueron arrestados, mientras que los miembros de la Duma fueron recluidos bajo pena perpetua en Siberia. 

Así como un sector de la socialdemocracia apostaba al abierto triunfo de su propio gobierno, el centrismo sostenía que frente a la guerra no querían “ni el triunfo ni la derrota” de su ejército. En el fondo, como ya hemos visto, ambos sectores defendían la suspensión (permanente o temporal) de la lucha de clases. A tan solo dos meses de que Karl Liebknecht publicara su folleto “El enemigo principal está en el propio país”, en Ginebra Lenin escribió El socialismo y la guerra. Sin rodeos ni declaraciones ambiguas, el dirigente bolchevique desarrolló programáticamente el derrotismo revolucionario de Liebknecht: 

Para Lenin (1915) “En una guerra reaccionaria, la clase revolucionaria no puede dejar de desear la derrota de su gobierno; no puede dejar de ver que existe una relación entre los reveses militares de este gobierno y las facilidades que estos crean para su derrocamiento. (…) justamente esa posición respondería al pensamiento más íntimo de todo obrero consciente y se situaría en el marco de nuestra actividad encaminada a la transformación de la guerra imperialista en guerra civil. (…) no hay salvación fuera del derrocamiento revolucionario de ´sus´ gobiernos y que las dificultades con que tropiezan estos gobiernos en la guerra actual deben ser aprovechadas con este fin” (p. 347).

Los aportes de León Trotsky sobre el tema de la guerra revelan una enorme lucidez. En octubre de 1914, en Zurich, Trotsky explicó los motivos de la guerra y por qué razones la socialdemocracia, a partir de ser un socio menor del imperialismo, no tenía otro destino que acompañar a sus gobiernos hasta el fin. Al igual que Rosa Luxemburgo, entendía que desear la paz dentro de los márgenes capitalistas no era más que una utopía reaccionaria y que a la “guerra permanente” que propone el capitalismo imperialista se le debe oponer la “revolución permanente”. Trotsky entendía que la única forma de conseguir la paz era por medio de la intervención revolucionaria de las masas obreras. Las fuerzas de la clase obrera desplegadas en el campo de batalla podían terminar siendo decisivas contra la propia guerra. Esta nueva experiencia política en la que “el martillo es arrancado de las manos del obrero y en su lugar se le ha colocado el fusil” (p. 141) modificaría completamente la ideología legalista y posibilista que durante años había inculcado la II Internacional. 

Trotsky diferenciaba la paz circunstancial, que puede llegar a surgir a partir del agotamiento o las anexiones de los bandos en disputa, de la paz que surja de la voluntad de los propios pueblos en guerra. La mejor forma de enfrentar la guerra imperialista era ejercer la lucha de clases tanto en las fábricas como en las trincheras.

La cuestión de la Internacional: las conferencias de Zimmerwald y Kienthal 

A medida que la guerra se extendía en el tiempo, con sus consecuencias fatales tanto en los campos de batalla (cientos de miles de muertos) como en la retaguardia de los países beligerantes (desabastecimiento y aumento de las privaciones), las corrientes socialistas que se oponen a la mayoría socialchovinista de la II Internacional se plantean la necesidad de reconstituir un ámbito internacional que articule la lucha contra la guerra. A partir de la iniciativa de un dirigente de Suiza (país que no participaba de la guerra) y del Partido Socialista Italiano se convoca una primera conferencia en septiembre de 1915 en la aldea suiza de Zimmerwald. El marco de intervención que fijan sus convocantes es bastante acotado: “deberá crear una acción común por la paz y crear un centro de actividad, pero su meta no será en modo alguno la fundación de una nueva Internacional.” (Marie, 2009, p. 110).

A pesar de estos límites, la reunión de Zimmerwald es recordada como un evento decisivo en la historia de la clase obrera consciente. Es que el vacío de una acción internacional contra la guerra convirtió esta aparentemente modesta iniciativa en el comienzo de un curso internacionalista. De cara al proceso revolucionario posterior, Lenin reconocerá el enorme valor que tuvo esta conferencia, siendo el antecedente decisivo de la Internacional Comunista creada tras la triunfante Revolución rusa de 1917 y el final de la guerra.

Los 38 delegados presentes representaban posiciones diversas. Solo el ala izquierda había sacado la conclusión sobre la bancarrota irremontable de la Segunda Internacional, declarando el propio Lenin la necesidad de construir una III Internacional. Pero eran una minoría, la mayor parte se ubicaba en posiciones centristas. En el caso alemán, sus representantes fueron los kautskistas del por entonces Grupo Socialdemócrata del Trabajo: G. Ledebour y A. Hoffmann; mientras que por Francia se hizo presente el socialista A. Bourderon y el sindicalista A. Merreheim. El dirigente Axelrod participó por el menchevismo ruso.

Lenin junto con otros siete delegados conformaron “la izquierda de Zimmerwald”, agrupamiento de bolcheviques y las izquierdas de los partidos socialistas alemán, polaco, sueco, noruego, suizo y letón. Revalidaron las resoluciones previas, bajo una fuerte denuncia a la burocracia socialdemócrata (con la que se debía romper) y orientando hacia el derrotismo revolucionario como el programa más acabado para la guerra. La moción de la izquierda zimmerwaldista presentada por el delegado polaco Radek, que militaba en el partido alemán, fue rechazada por la Conferencia. “Esta lucha exige el rechazo de los créditos de guerra, la salida de los ministerios de gobierno y la denuncia del carácter capitalista y anti-socialista de la guerra – en el ámbito parlamentario, en las páginas de las publicaciones legales y, cuando sea necesario, en las ilegales, junto con una lucha franca contra el socialpatriotismo. Cada movimiento popular que surja de las consecuencias de la guerra (contra el empobrecimiento, como reacción ante las bajas en el ejército, etc.) debe ser utilizado para organizar manifestaciones callejeras en contra de los gobiernos, la propaganda de la solidaridad internacional en las trincheras, demandas de huelgas económicas y tratar de transformar esas huelgas, donde las condiciones sean favorables, en luchas políticas”.

El texto de resolución de la conferencia suiza, el Manifiesto, reflejaba una posición de compromiso del conjunto de los delegados de distintos países. Más allá de los límites del documento final, Lenin y la izquierda votaron a favor del texto definitivo, no solo por haber podido sumar algunos planteos de delimitación con el oportunismo, sino por resultar esta Conferencia un paso adelante de cara a la reorganización internacional. Además de recuperar las posiciones principistas establecidas hasta el inicio de la guerra, Zimmerwald se posicionó contra la suspensión de libertades y derechos democráticos, exigiendo un planteo de paz sin anexiones ni indemnizaciones y respetando el derecho de los pueblos a elegir su propio gobierno. La crítica a la dirección internacional quedó explicitada en el documento, aunque no en los términos que la izquierda solicitó. 

A pesar de sus limitaciones, la Conferencia tuvo un importante impacto y fortaleció a los sectores que se oponían a la guerra. Un volante conjunto de las delegaciones alemana y francesa tuvo gran repercusión y generó escenas de confraternización en los frentes de batalla. En diciembre de 1915 ya son 20 los diputados de la socialdemocracia alemana que votan contra los créditos de guerra y otros 20 se abstienen. En Francia, los opositores a la guerra forman un Comité para la Recuperación de las Relaciones Internacionales. 

La izquierda zimmerwalista era consciente de los límites de la Conferencia, por lo que tras estas reuniones continuó delimitada del conjunto de los delegados centristas, llegando a definir una dirección conformada por Lenin, Radek y Zinoviev y editando su propia revista: Vorbote. Igualmente, este sector valoró e impulsó la lucha conjunta de frente único con las corrientes vacilantes, en función de combatir la guerra imperialista.

La siguiente conferencia se realizó en Kienthal, también en Suiza, en abril de 1916. Un año más tarde, Lenin balanceaba: “Aunque el manifiesto de Kienthal condena el socialpacifismo, toda la derecha de Zimmerwald, se sumergió en el socialpacifismo”, por lo que los revolucionarios debían “romper inmediatamente con esa Internacional. Debemos quedarnos en Zimmerwald solo con fines de información.” (Lenin, 1917, p. 76 y 77). El centrismo ampliaba su predominio en la Conferencia, y lo que se votaba estaba lejos de ser aplicado luego en la práctica. En el fondo, los kautskistas solo buscaban no quedar aislados frente al creciente descontento y el renovado espíritu de lucha que generaba la guerra en las masas europeas.  

La consigna derrotista revolucionaria en la Revolución de Octubre

Antes de 1914, incluso antes del Congreso de Stuttgart, los sectores más de izquierda de la socialdemocracia anticipaban el descontento y la profunda crisis que indefectiblemente iba a generar la guerra imperialista. Sin dudas, el impacto iba a ser común a todos los países en guerra, pero las posibilidades de transformar la guerra imperialista en una guerra civil, en una lucha de los obreros contra sus propios gobiernos, dependía de la orientación y la política de los revolucionarios. En Rusia, el ascenso revolucionario de los años previos a la guerra se detuvo temporalmente al iniciarse la contienda bélica. Sin embargo, los desastres en el frente, agravados por las enormes penurias que se sufrían en la retaguardia, fueron generando las condiciones para un resurgir de la movilización obrera y popular. A dos años y medio de iniciada la guerra, la revolución de febrero de 1917 llevó a la caída del absolutismo.

La asunción del gobierno provisional burgués lejos de dar respuesta a las principales reivindicaciones de las masas obreras y campesinas terminó profundizando los problemas. No se dio solución a la escasez que condenaba al hambre a millones de rusos, ni al problema del reparto de la tierra que reclamaba la enorme mayoría campesina del país. Mucho menos pudo cumplir con los reclamos de paz, sosteniendo el flamante gobierno los mismos acuerdos secretos que el zarismo tenía con Francia e Inglaterra, los cuales incluían promesas de anexiones rusas y demás compromisos con el capital europeo. El gobierno provisional no podía abandonar la guerra y agitaba en cambio ciertos planteos pacifistas abstractos para engañar a la población.

La guerra había creado un escenario de doble poder en Rusia, no sólo en la ciudad, sino también en el propio frente de batalla con la deliberación y resolución de los soldados contra sus propios mandos.

La burguesía intentó imponer el “defensismo revolucionario” como actitud a tomar por el conjunto del pueblo. Se argumentaba que la guerra reaccionaria zarista había pasado a ser una guerra de “defensa de la revolución”. En definitiva, el gran capital político que tuvieron las masas rusas para evitar cualquier engaño fue el Partido Bolchevique. Las famosas “Tesis de Abril” que Lenin puso en discusión al conjunto del partido eran claras al afirmar que la guerra que se estaba librando seguía siendo una guerra ajena a los obreros y nada tenían que ver con la revolución. Al plantear la toma del poder por parte de la clase obrera y sus Soviets, ahora en concretos términos insurreccionales, se generarían las verdaderas condiciones para acordar la paz y hacerla extensiva al resto de Europa. 

Para Lenin (1917) “Con la Revolución rusa de febrero-marzo de 1917, la guerra imperialista comenzó a transformarse en guerra civil. Esta revolución dio el primer paso hacia la finalización de la guerra. Pero requiere un segundo paso, a saber, que el poder político pase a manos del proletariado para asegurar la finalización de la guerra. Ello será el comienzo de una ruptura mundial, de una ruptura en el frente de los intereses capitalistas, y solo rompiendo ese frente, el proletariado puede salvar a la humanidad de los horrores de la guerra y ofrecerle los beneficios de la paz. Y al crear los Soviets de diputados obreros, la Revolución rusa ha llevado ya al proletariado de Rusia al umbral de esa ‘ruptura’ en el frente del capitalismo.” (p. 50).

La guerra imperialista comenzó a transformarse en guerra civil, y eso no valió solo para Rusia. Así como en las tierras de los zares, la guerra acrecentó los problemas internos en toda Europa, dejando en la cornisa a los regímenes políticos que la provocaron. En Alemania y en Hungría la derrota final encendió la llama de dos grandes revoluciones en 1919 que serán luego derrotadas. La guerra había creado un escenario de doble poder en Rusia, no solo en la ciudad, sino también en el propio frente de batalla con la deliberación y resolución de los soldados contra sus propios mandos. La derrota del zarismo en febrero sería continuada por la derrota del gobierno burgués en octubre, condenando los objetivos militaristas de los grandes capitales de Francia e Inglaterra. La consigna “derrotista revolucionaria” se valió como la más consecuente para esta etapa signada por la guerra. No había otra paz para Rusia que aquella surgida de la voluntad revolucionaria del proletariado. 

La gran guerra imperialista puso en funcionamiento una gran guerra civil que enfrentó a las burguesías nacionales con el proletariado internacional, única clase social capaz de permitir el desarrollo de la humanidad. La “guerra a la guerra” o el “derrotismo revolucionario”, como vimos, no fue un planteo accesorio para la revolución socialista. Por el contrario, dio cuenta de todo un desarrollo objetivo del decadente sistema capitalista y llamó a proyectar la acción obrera dentro del caos que traía la guerra. Cien años después, el caos es mayor y las consecuencias de la guerra imperialista son aún más impredecibles. El socialismo se erige en términos de supervivencia humana, por lo que la acción independiente, internacionalista y revolucionaria de la clase obrera no puede ser subordinada ni negociada ante los campos imperialistas que alimentan la barbarie.

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