La revolución socialista para salvar al planeta

Los días en que fue preparado este artículo fueron catalogados como los más calurosos que se tenga registro en la temperatura promedio mundial. Las fatídicas olas de calor alcanzaron niveles insoportables en el verano boreal y las ásperas sequías son fenómenos cada vez más frecuentes, mientras retroceden a niveles sin precedentes los hielos de la Antártida y del Ártico. Parece una conclusión categórica que el medio siglo transcurrido de cumbres internacionales para mitigar el calentamiento global no logró resultados. ¿Es que no hay lugar para una transición verde en los marcos del capitalismo?

Las energías generadas con fuentes renovables, los vehículos eléctricos, las baterías, los mercados de carbono, los “bonos verdes”, los productos ecofriendly, entre otras iniciativas, son ejemplos de nichos de negocios creados a partir del reconocimiento -no ya sólo científico, sino también en la opinión pública- de la crisis climática. A priori, entonces, la sociedad capitalista no parece incompatible con una transición hacia formas de producción “sustentable”, e incluso ésta puede ser una fuente de jugosas ganancias. Elon Musk puede dar fe de eso, entre tantos otros. ¿Por qué a pesar de eso fracasan los planes para contener el cambio climático?

Muchos dicen que es una cuestión de voluntad política; que los gobiernos terminan cediendo ante los intereses económicos de ramas como la producción petrolera, los agronegocios, la aviación, etcétera. En buena medida, durante estos años la mira de los movimientos de lucha en defensa del ambiente a nivel internacional estuvo puesta en presionar a los Estados para que adopten metas ambiciosas hacia la descarbonización de la economía y la reducción de la depredación ambiental, incluyendo la prohibición de ciertas técnicas (fracking, megaminería a cielo abierto) o industrias (generación eléctrica a base de carbón). Esta estrategia tiene sus hitos más evidentes en las huelgas mundiales por el clima que apuntan a influir en las conferencias de la ONU sobre cambio climático. 

Pero sucede que los compromisos asumidos por los gobiernos en esas cumbres oficiales, independientemente de si alcanzarían o no para mitigar a tiempo la tendencia al calentamiento global, nunca se cumplen. Y no es algo imputable sólo a negacionistas como Donald Trump, Boris Johnson o Jair Bolsonaro, sino también a los que se llenan la boca hablando de transiciones “justas” como Emmanuel Macron o Joe Biden. En este fracaso se manifiestan muchos aspectos inherentes al capitalismo que atentan contra todo intento de abordar realmente el problema, y las particularidades de la actual etapa histórica de crisis capitalista.

De los “pactos climáticos” a la guerra de Ucrania

Es muy ilustrativo que mientras se suceden los pactos climáticos, desde aquella Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro al Protocolo de Kyoto y el Acuerdo de París, los conflictos internacionales siguen estando en el corazón de los debates. Los miembros de la Unión Europea se quejan porque las normas ambientales más estrictas dentro del bloque sólo favorecieron el traslado de empresas a regiones con menores restricciones, desde donde exportan a Europa; una relocalización que buscan detener mediante barreras arancelarias “al carbono”. Los países con industrias de alto consumo energético como India o China son objeto de presiones para dejar de subsidiar la energía, por parte de Estados Unidos que subvencionó masivamente la producción no convencional de hidrocarburos para revertir su dependencia energética y convertirse al día de hoy en un exportador de gas. La imposibilidad del capital de superar los antagonismos entre Estados nacionales -expresión del antagonismo entre los propios capitales en el mercado mundial- frustra cualquier posibilidad de verdaderos pactos. La ilusión de superar estos escollos creando un “mercado de carbono” está más lejana que nunca.

Uno de los ejes de la campaña presidencial de Biden para destronar a Trump había sido la promesa de retomar una agenda climática, empezando por el reingreso de Estados Unidos al Acuerdo de París -con lo cual se suponía que iba a dar un nuevo impulso decisivo hacia su cumplimiento. En realidad, más que por una sensibilidad para con el planeta, el asunto fue concebido como una cuestión de “seguridad nacional”. Desde el vamos, la preocupación radicó en que el derretimiento de los hielos en el Océano Ártico abre nuevas rutas al comercio marítimo, pudiendo entonces aumentar “la influencia de Rusia y China”, e incluso en que “el deterioro de las condiciones económicas en las áreas afectadas por el clima podría aumentar la piratería y la actividad terrorista, requiriendo una respuesta militar estadounidense”1Extractado del sitio web oficial de la campaña demócrata en 2020.. No eran palabras vacías.

Medio año antes del estallido de la guerra en Ucrania, la cumbre bianual que reúne a los países costeros del Ártico se había caldeado en torno a la carrera de colonización económica y militar en la región a partir del retroceso de los hielos, por el apetito en la explotación de las inmensas reservas de hidrocarburos y minerales y por el control de las rutas comerciales estratégicas que se forman con esta nueva configuración geopolítica. El cerco militar de la Otan contra Rusia, que decantó en la invasión a Ucrania, tuvo un foco de su estrategia en cortar el abastecimiento gasífero y petrolero ruso a Europa, algo que disparó los precios de la energía y motivó la reactivación de plantas de carbón en China, India y hasta Alemania. Eso, claro, sumado a las emisiones de la industria armamentista y la devastación ambiental y humanitaria de la propia guerra. 

Ante este panorama, la Ley de Reducción de la Inflación promovida por Biden (IRA, por sus siglas en inglés) apunta a abaratar los costos de la energía en Estados Unidos a partir de un amplio programa de beneficios fiscales e incentivos a la generación de electricidad con fuentes renovables, pero solo contempla como proveedores a aquellos países con los que firmaron acuerdos de libre comercio; es decir que es un arma del imperialismo yanqui para presionar a otras naciones por una mayor apertura económica. Es que el abastecimiento de ciertos insumos se volvió una cuestión vital, como ocurre con los considerados “minerales críticos” para el transporte y almacenamiento de energía: el litio para las baterías, el cobre para el cableado o las llamadas tierras raras que por sus propiedades electroquímicas y magnéticas son indispensables en tecnología. Los motivos de la preocupación de Biden son muy claros: según la Agencia Internacional de Energía (IEA), China concentra el 60% de extracción de tierras raras del mundo y el 87% de su procesamiento, el 58% de la industrialización del litio y 40% del cobre (además, por ejemplo, de controlar dos tercios del procesamiento de grafito y cobalto).

Es paradigmático lo que pasa con el litio. Estados Unidos viene de suscribir tratados bilaterales con Japón y la Unión Europea para formar un “club de compradores”2Financial Times (10/7/2023). de este mineral en aras de impedir precios excesivos, lo que funciona como una cartelización contra los países exportadores -una suerte de antítesis de la Opep de los países petroleros. Es expresión de una ambición de saqueo de las naciones donde se concentra este “oro blanco”. Como sabemos en Argentina, que es una de las tres aristas del apetecido Triángulo del Litio (la mayor reserva litífera del mundo), su producción puede ser un negocio muy rentable que deja una renta diferencial descomunal en manos de multinacionales mineras y automotrices, pero sin beneficio alguno para el país: ni para las finanzas públicas, ya que reina la evasión fiscal y la fuga de divisas, ni para el ambiente y las comunidades que habitan la zona, ya que la extracción de salmuera en los salares amenaza con agotar las fuentes de agua dulce. Es lo que mostró al rojo vivo la lucha de los pueblos de Jujuy, en el marco de la rebelión popular que enfrenta la reforma constitucional reaccionaria del gobernador Gerardo Morales y su intento de entregar las tierras y la gestión del agua a los pulpos mineros. 

Podemos advertir que un capitalismo verde sería igualmente destructivo para el ambiente, para los pueblos de las naciones oprimidas y para los trabajadores en general.

No es de ninguna manera un caso aislado. La IEA advierte que la producción actual de cobre y litio, que demanda grandes cantidades de agua, se concentra en más del 50% en áreas con altos niveles de estrés hídrico. En ambos casos el mercado pronostica décadas de alza de precios, con la demanda creciendo muy por encima de la oferta. Eso, en parte, por los problemas socioambientales que genera la minería. Por eso a pesar de los pronósticos alcistas un alto ejecutivo de la estadounidense Freeport, uno de los mayores productores de cobre del mundo, considera que “existe una escasez de oportunidades de inversión realizables en el mundo de hoy” y refiere a los levantamientos populares que sacudieron en los últimos años a Chile y Perú -de donde sale casi el 40% del cobre mundial3The Economist (30/3/2023), declaraciones de Richard Adkerson.. En el caso de las tierras raras, denominadas así porque suelen encontrarse en pequeñas cantidades, por la dispersión de los yacimientos y sus características químicas se emplean métodos de extracción y separación bastante contaminantes e ineficientes. 

Podemos advertir entonces que un capitalismo verde sería igualmente destructivo para el ambiente, para los pueblos de las naciones oprimidas y para los trabajadores en general. Puede haber enormes ganancias para los capitales embarcados en la “economía verde”, a la vez que graves pasivos ambientales y mayor saqueo. 

La transición energética, de todas maneras, no es una realidad. Es más bien un campo minado. A tal punto que el presidente de la próxima conferencia de la ONU sobre cambio climático, la COP 28, va a ser el sultán Al Jaber, quien se desempeña como CEO de la compañía petrolera de Emiratos Árabes Unidos. Es particularmente importante dimensionar este conflicto, por la magnitud de los capitales invertidos actualmente en las industrias de combustibles fósiles. Una descarbonización requiere el cierre masivo de minas y pozos, el levantamiento de infraestructura y tareas de remediación ambiental; algo que podría ser un verdadero desquicio si no es planificado. En 2021, cuando la Agencia Internacional de Energía dictaminó que para alcanzar el cero neto de emisiones de carbono en 2050 no debía invertirse ni un dólar más en nuevos pozos de petróleo y gas, su director ejecutivo advertía que podrían perderse unos cinco millones de puestos de trabajo en todo el mundo. Diversos estudios cuantifican las cifras multimillonarias que quedarían atrapadas en una “burbuja de carbono”, en alusión a los billones de dólares entre reservas de carbón, gas y petróleo, y deudas corporativas, que quedarían inmediatamente desvalorizados. Eso acarrearía enormes pasivos ambientales, porque las empresas podrían abstenerse de cumplir con sus obligaciones de retiro de la infraestructura de explotación en los pozos después de cesar la producción, sobre todo si no alcanzaron a amortizar sus inversiones, de manera que quedaría una masa de “capital fosilizado”4Christophers, Brett; “Capital fosilizado: precio y ganancia en la transición energética” en New Political Economic núm. 27 (12/5/2021)..

Señalemos también que fue desmentido el mito que afirmaba que la transición energética se desarrollaría naturalmente cuando los costos de generación de energías renovables fueran menores que las de combustibles fósiles. Hoy hay fuentes limpias que pueden ser más baratas que los hidrocarburos. Pero lo que guía al capital no son los costos bajos, sino las ganancias altas, y la rentabilidad de las inversiones en petróleo y gas llega a cuadruplicar a las de energías renovables -principalmente porque en estas últimas se requieren inversiones inferiores, lo que aumenta la competencia y reduce la escala, de manera que ofrecen menores tasas de retorno5Christophers, B., en The Guardian (25/5/2021).. De hecho, las principales empresas del sector no se dedican a la generación energética limpia en sí, sino al desarrollo y fabricación de tecnología, insumos y servicios para generadoras.

En noviembre de 2019, en el cierre de la COP 25 realizada en Madrid, el presidente español Pedro Sánchez afirmaba que así como Europa lideró la revolución industrial debía también liderar la descarbonización “por elemental justicia histórica”. Pocos años después el continente es el epicentro de una guerra cuyo alcance y significado comprometen a todo el planeta por los intereses que hay en juego. Más allá de sus efectos inmediatos sobre la humanidad y la naturaleza, es una refutación histórica al intento de extrapolar la situación actual con aquel capitalismo ascendente de la era de la revolución industrial. Para ser correcto, el paralelismo histórico debería hacerse con las vísperas de la Primera Guerra Mundial, cuando se sucedían reuniones y negociaciones internacionales para intentar evitar el estallido inexorable de una gran conflagración, que no dieron resultados porque ésta era el corolario de la evolución del capitalismo en su etapa monopolista e imperialista. Si como decía Lenin “la desigualdad del desarrollo económico y político es una ley absoluta del capitalismo” y “para restablecer de cuando en cuando el equilibrio alterado, no hay más medio posible que las crisis en la industria y las guerras en la política”6Lenin, V. I.; Sotsial-Demokrat n44 (23/8/1915), en La lucha de los pueblos de las colonias y países dependientes contra el imperialismo, Ediciones Lenguas Extranjeras, Moscú; págs. 165-166., en la época del reparto del mundo entre las grandes potencias la guerra mundial era inevitable. Fue por eso una manifestación categórica de su agotamiento histórico como régimen social, y el escenario de la primera revolución socialista triunfante.

“Un invento de los comunistas”, o la dinámica del capital

De lo dicho podemos sacar algunas conclusiones. Reflexionando un poco, vemos que cuando un liberal facistizante como Javier Milei dice que el cambio climático es “un invento de los comunistas” refleja el rechazo de un amplio sector de la burguesía a cualquier planificación productiva como una intromisión del Estado en el terreno de la libre competencia de mercado. Ya vimos lo “libre” que es el mercado mundial en medio de una brutal guerra comercial entre monopolios. Pero además esta falsa dicotomía Estado/mercado es dejada de lado cuando la intervención pública apunta al rescate del capital, como el reciente salvataje masivo de los bancos centrales ante los indicios de una ola de quiebras bancarias luego del colapso del Silicon Valley Bank y el gigante suizo Credit Suisse. El ejemplo vale porque el SVB era el banco estrella de las startups, universo del cual forman parte las empresas de tecnologías energéticas, como paneles solares. En ese punto se vincula con el fracaso de las tan promocionadas “finanzas verdes” -como se llamó a la política de ofrecer líneas de créditos baratos y flexibles, y garantías para la emisión de deuda corporativa- para aquellas empresas que encararan reconversiones sustentables o redujeran sus huellas de carbono. Esa política, con la que se suponía que iba a canalizarse la inversión hacia una transición ecológica, ya se había topado con que, en la era de las empresas zombies y las recesiones cada vez más agudas, los incentivos financieros solo fluyen hacia la especulación y la valorización ficticia -como ocurrió durante el período de tasas bajas e incluso negativas que siguió a la crisis de 2008-2009 y luego con la pandemia. El trasfondo de este proceso es la caída de la rentabilidad, sin la cual el capital no tiene motivo para invertir; una tendencia que la valorización financiera sólo puede evadir por un tiempo breve y al costo de preparar estallidos mayores de burbujas de capital ficticio. 

A su vez, los rescates estatales a grandes empresas bloquean el único mecanismo que tiene la economía capitalista de depurarse y salir de la crisis. Sin la posibilidad de deshacerse del capital sobrante, de las masas de capital que no son rentables, se obstaculiza cualquier nuevo ciclo ascendente de inversiones y desarrollo económico como el que sería necesario para transformar hacia la sustentabilidad la producción en el capitalismo. Mal que le pese a los abanderados del libre mercado, tenemos acá una negación de las leyes de la competencia capitalista… para rescatar al capital. Cuando un régimen social se sobrevive violando sus propias bases es porque ya están dadas las condiciones para su superación. Y eso se manifiesta en particular, como señalaba Marx, con el enorme desarrollo del sistema de crédito y el sistema bancario que, al concentrar y poner a disposición de la industria y el comercio todo el capital de la sociedad, destruye el carácter privado del capital y realiza su carácter social, lo cual lleva implícito la abolición del mismo capital. Pero eso requiere una revolución socialista, ya que si esa función social sigue siendo un negocio “los bancos y el crédito se convierten en medios para empujar a la producción capitalista a salirse de sus propios límites y en uno de los vehículos de la crisis y la especulación”7 Marx, Karl; El Capital. Tomo III, Fondo de Cultura Económica, México D. F., 1999; pág. 567.. Solo un gobierno de trabajadores podría implementar un verdadero programa de “finanzas verdes”, cortando con todo este parasitismo mediante la expropiación de la banca y la nacionalización del sistema financiero, concentrando el ahorro nacional para invertirlo en donde sea socialmente necesario, como una transición energética planificada por los que van a poner el lomo para llevarla adelante. Claro que, además de financiación, para eso haría falta nacionalizar bajo control obrero y popular toda la industria energética. En última instancia, hay cierto fundamento en ese temor de la derecha a que la lucha socioambiental termine abrazando el comunismo como bandera y como programa. 

Los Milei, Trump o Bolsonaro niegan el calentamiento global porque la única forma de abordarlo es mediante una real planificación económica, pero la crisis actual refuerza la anarquía del mercado capitalista, la rapiña entre sus competidores y la ofensiva contra los trabajadores para incrementar la tasa de explotación. Por eso naufragaron todas las políticas “verdes” de las últimas décadas, que es lo que usan a su favor los discursos negacionistas. Es una norma básica de la economía capitalista, cuya dinámica “se impone a los agentes de la producción como una ley ciega y no como una ley comprendida y, por lo tanto, dominada por su inteligencia colectiva, que somete a su control común el proceso de producción”8Ídem; pág. 254.. Son también palabras de Marx, quien ya notaba que la depredación ambiental es inherente a las leyes de la acumulación capitalista.

Él explicó que la necesidad de una rápida rotación del capital -es decir, del retorno del dinero invertido- lleva a acelerar incluso los procesos productivos que dependen de tiempos naturales, como las cosechas o el ganado9Marx, K; El Capital. Tomo II, Fondo de Cultura Económica, México D. F., 1999, págs. 209 a 211.; en busca de ello se recurre hoy a los transgénicos y los monocultivos, a los feedlots y las granjas industriales, y hasta surgió una enorme gama de negocios en base a la propiedad intelectual y las licencias sobre materiales genéticos (semillas), paquetes tecnológicos (fertilizantes, agrotóxicos) y métodos productivos. Lo dicho vale aún más en el caso de la industria forestal, donde la magnitud de la tala no guarda relación con el período necesario para la renovación de los bosques10ídem, pág. 216. Algo similar sucede con el agotamiento de las fuentes de agua por la minería o el fracking, cuya intensidad supera la reposición de los ingresos hídricos en ríos, arroyos y reservorios subterráneos; cuando no con desastrosos siniestros con graves consecuencias como los derrames químicos sobre fuentes de agua. 

Además, la intención de evitar interrupciones en el ciclo productivo, en las cuales el capital invertido queda ocioso, lleva a asegurar el abastecimiento de materias primas incentivando su sobrestock11ídem, págs. 416 y 417. Y como la acumulación de capital requiere inversiones cada vez mayores, en competencia con otros, se genera una tendencia a la superproducción relativa de maquinaria y capacidad industrial frente a una subproducción relativa de materias primas vegetales y animales12Marx, K; El Capital. Tomo III…; pág. 128.; se motorizan así alzas de precios que incentivan a una mayor producción y hasta la explotación en nuevas zonas que ahora pasan a ser rentables (a pesar de condiciones desfavorables, como el déficit de infraestructura o mayores gastos de transporte). Incluso, apuntaba ya el autor de El Capital, en las épocas de carestía de materias primas los capitalistas se agrupan para tensar los precios hacia abajo13ídem, pág.129 (es lo que vimos en el caso del litio), lo cual refuerza la presión por emplear los métodos más económicos posibles. 

Aún más, en su teoría del origen de la renta de la tierra Marx concebía que una agricultura realmente racional es incompatible con el capital y la propiedad privada del suelo14ídem, pág.131. La renta diferencial se deriva de la monopolización del uso de fuerzas naturales que facilitan una mayor capacidad productiva respecto del resto de los capitales de una rama determinada (la fertilidad o ubicación de la tierra, un curso de agua, la calidad de un mineral)15ídem, pág. 600., y generan una ganancia extraordinaria -constituye una renta cuando es embolsada por el terrateniente a costa de una porción de la ganancia del empresario productivo, por el solo derecho jurídico de propiedad. 

El capital se apropia de la potencia productiva de esas fuerzas naturales como si fueran un atributo suyo, de forma análoga a como se apropia de la capacidad productiva natural y social del trabajo16ídem, pág. 602.. Por eso, “todo progreso de la agricultura capitalista no es sólo un progreso en el arte de esquilmar al obrero, sino a la vez en el arte de esquilmar el suelo. (…) La producción capitalista, por consiguiente, no desarrolla la técnica y la combinación del proceso social de producción sino socavando, al mismo tiempo, los manantiales de toda riqueza: la tierra y el trabajador”. Además, la siempre creciente concentración de población en las ciudades “perturba el metabolismo entre el hombre y la tierra, esto es, el retorno al suelo de aquellos elementos constitutivos del mismo que han sido consumidos por el hombre bajo la forma de alimentos y vestimenta, retorno que es la condición natural eterna de la fertilidad permanente del suelo”17Marx, K: El capital, Tomo I, Vol. II, Siglo Veintiuno Editores, Buenos Aires, 2011; pág 611..

Con todo, eso no quiere decir que para Marx el capitalismo fuera a colapsar producto de los límites que le impone la naturaleza, cuando se viera en la imposibilidad de seguir expandiéndose a nuevas áreas del planeta. Entre quienes sugieren esto último tal vez la versión más concienzuda es la de David Harvey. Él cuestiona a quienes ven las problemáticas en la relación capital-naturaleza como una constricción externa, objetando que esta es una contradicción interna al capital, el cual es un “sistema ecológico en constante funcionamiento y evolución” dentro del cual “los elementos naturales son agentes activos en todas las etapas del proceso de acumulación”18Harvey, David; Diecisiete contradicciones y el fin del capitalismo, editorial IAEN, Quito, 2014; pág. 242. Pero culmina planteando que “la apropiación de las fuerzas naturales y la ocupación de los puntos clave del ecosistema del capital podrían amenazar con el estrangulamiento del capital productivo”, debido a la creciente capacidad de la improductiva clase rentista o terrateniente para “apropiarse de la totalidad de la riqueza y de la renta sin prestar atención a la producción”, extrayendo “rentas monopolísticas a costa del capital productivo” que reducen la tasa de beneficio “y, por consiguiente, el incentivo para reinvertir”19ídem, pág. 254.

Harvey confunde aquí el síntoma con la enfermedad. En realidad, lo que está detrás del vuelco del capital hacia ramas no productivas (inclusive la valorización ficticia de la especulación financiera) es la caída de la tasa de ganancia, y no al revés. Es cierto que ya en la teoría de la renta de la tierra de Marx está formulada una contradicción entre el rentista y el capitalista productivo, ya que la propiedad territorial es una traba para la inversión del capital y su libre valorización sobre la tierra20Marx, K; El Capital. Tomo III…, pág.696.; pero incluso puede darse el caso en que sea suprimida la propiedad privada del suelo para un pleno desenvolvimiento de la agricultura capitalista (basta pensar en los pooles de siembra). El verdadero límite de la producción capitalista es el mismo capital, y eso se debe a que el desarrollo incondicional de las fuerzas productivas de la sociedad y la tendencia al crecimiento ilimitado de la producción sólo funcionan como medios para la valorización del propio capital21ídem, pág. 248.. Al llegar a cierto grado de expansión, se paraliza donde lo impone la realización de la ganancia22ídem, pág. 256.. Y la tasa de ganancia cae porque crece cada vez más la proporción de los medios de producción (trabajo pasado) por sobre la fuerza de trabajo (trabajo vivo), que es la única que agrega nuevo valor en el proceso de producción, plusvalor. Es entonces un resultado del éxito relativo del progreso capitalista23Esta contradicción puede apreciarse en que, como afirmaba Pablo Rieznik: “La creación de valor tiende a desaparecer en la misma medida en que disminuye la participación del trabajo, vivo, directo, inmediato en el proceso productivo y… aumenta la riqueza social. El valor es apenas una relación social, la riqueza una cosa material, que puede existir sin ser una mercancía, esto es, tener un valor o precio, existir en el mercado”; “¿Qué es la teoría del derrumbe del capitalismo?”, en Hic Rhodus núm. 6; junio 2014.. Fuera de ello, el capital podría seguir valorizándose aún a costa de convertir en inhabitables enormes franjas del planeta. Incluso encuentra que la destrucción de regiones enteras puede generar grandes negocios de reconstrucción, como lo fue el Plan Marshall tras la Segunda Guerra Mundial; es, como decíamos arriba, una de las vías por las que se depura del capital sobrante, se destruyen fuerzas productivas y se recomponen las condiciones para un nuevo ciclo de acumulación. 

La conclusión de ello es sensiblemente diferente no sólo como teoría económica sino fundamentalmente en términos políticos. Para Harvey, “el desarrollo geográfico desigual sirve, por encima de todo, para desplazar los fallos sistémicos del capital de un lugar a otro”24Harvey, D; Diecisiete contradicciones…; pág. 162.. De ello deriva que la alternativa no es una revolución social, sino que por el contrario “los movimientos anticapitalistas tienen que abandonar toda pretensión de igualdad y convergencia regional alentada por teorías utópicas de armonía socialista, que no son más que recetas para una monotonía global inaceptable e imposible de conseguir”, en aras de “cultivar múltiples transformaciones diversas del capitalismo hacia un futuro anticapitalista”25Ídem; pág. 164.. Es la conclusión de su concepción sobre la “acumulación por desposesión”, según la cual como el capital es incapaz de una reproducción ampliada sustentable debe resolver sus crisis de sobreacumulación ensayando ajustes espacio-temporales26Harvey, D; “El ‘nuevo’ imperialismo: acumulación por desposesión”, CLACSO, Buenos Aires, 2005, valiéndose de su desarrollo geográfico desigual para expandirse y desplazarse. Lo define como “una nueva forma de imperialismo”27En otro artículo fundamentamos, en contraposición a esta noción de imperialismo, la superioridad de la definición de Lenin como fase superior y última del capitalismo, y de la ley del desarrollo desigual y combinado analizada por Trotsky. Ver: Hirsch, Iván; “Capitalismo y socialismo en la crisis climática”, en En Defensa del Marxismo núm. 55, editorial Rumbos, Buenos Aires, 2020. en la que la burguesía toma conciencia de que la acumulación originaria del capital debe “repetirse una y otra vez”, para que “el motor de la acumulación” no se detenga súbitamente. 

En realidad, como dice Carles Soriano, “la obtención de plusvalor mediante la explotación del trabajo es el proceso que organiza la expropiación, la proletarización y la mercantilización, y no al revés. De ahí que sea el mecanismo impulsor de la expansión del modo capitalista sobre la Tierra”28Soriano, Carles; “Antropoceno, Capitaloceno y otros ‘-cenos’”, en Monthly Review, vol. 74, núm. 6; noviembre 2022. La atomización en “múltiples transformaciones diversas” que nos propone Harvey sería ciertamente una respuesta favorable al capital, que recurre a la deslocalización y el aprovechamiento de las disparidades regionales para presionar a la baja sobre los salarios, derechos laborales y normas ambientales en un mercado globalizado. De hecho, esos “desplazamientos espacio-temporales” del capital reafirman la necesidad de la organización de los trabajadores a escala internacional. Es lo que mostró muy claramente la enorme huelga triunfante del Sutna clasista que paralizó completamente la producción de neumáticos en Argentina en 2022, cuando el gobierno peronista intentó quebrarla habilitando la importación de cubiertas y recibió como respuesta una negativa categórica de los obreros de Brasil, quienes advirtieron a las multinacionales del sector: “no provoquen un conflicto regional y hasta mundial”. 

Para brindar una salida de fondo al calentamiento global y la crisis ecológica hay que romper la columna vertebral de la sociedad burguesa, la cual se apoya sobre la explotación de la clase trabajadora.

En cambio, el rechazo de Harvey a esta convergencia internacional de los trabajadores en aras de “múltiples transformaciones” abre la puerta a la confluencia con las burguesías nacionales de países oprimidos, como los latinoamericanos, donde proliferan experiencias de nacionalismo burgués o pequeñoburgués con discursos más o menos anitimperialistas. Su definición de que desde 1970 se produjo una “contrarrevolución neoliberal”, caracterizada por la “alianza funesta entre poderes estatales y afán predador del capital financiero para crear una especie de ‘capitalismo buitre’”29Harvey, D; Diecisiete contradicciones…; pág. 163., insinúa que habría otras vías alternativas con gobiernos intervencionistas aliados a los capitalistas “productivos” nacionales, experiencias que -como vamos a ver más adelante– fueron incapaces de promover un desarrollo autónomo por su sumisión como socios menores del saqueo imperialista. En la dirección opuesta, la experiencia de solidaridad de clase entre el Sutna argentino y el Sitrabor brasileño requiere, para desarrollarse como horizonte alternativo, de un programa político internacional que una a los trabajadores del mundo en cuanto tales, sin distinciones. Como reconoce Harvey, ese programa es el del socialismo, el de la revolución socialista. Es que para salvar al planeta hace falta reemplazar la relación social capitalista que hoy rige la división del trabajo a escala global. No quiere decir esto que no debamos apoyar todas aquellas luchas de pueblos que defienden sus modos de vida frente a una integración forzosa en el mercado capitalista, ni que no tengamos mucho que aprender de otras formas culturales de vincularse con la naturaleza; sino que para brindar una salida de fondo al calentamiento global y la crisis ecológica hay que romper la columna vertebral de la sociedad burguesa, la cual se apoya sobre la explotación de la clase trabajadora. 

¿Socialismo o ecosocialismo?

La acusación de que el socialismo no brinda ninguna respuesta ante la crisis ambiental, e incluso de que es incapaz de hacerlo porque lleva el productivismo adherido en su ADN, es muy propagandizada. En otro lugar polemizamos30 Ver nota 21. con Michael Löwy, quien propone una revisión crítica del marxismo por su carácter apologético del progreso y el crecimiento económico, y define al ecosocialismo como una ruptura con la idea de la revolución socialista como impulso al desarrollo de las fuerzas productivas de la humanidad bloqueado por el capitalismo en descomposición31Löwy, Michael; Ecosocialismo. La alternativa radical a la catástrofe ecológica capitalista, Siglo Veintiuno Editores, Madrid, 2012.. Esta falsificación fue refutada por una amplia gama de agudos estudios de otras corrientes de ecosocialistas, que reivindicaron valiosos conceptos de la obra de Marx para la comprensión de la crisis ecológica. De ellas, nos dirigimos ahora a la llamada escuela de la “fractura metabólica”32Muchas publicaciones excelentes pueden leerse en las revistas The Monthly Review y Climate and Capitalism..

Esta corriente se centra en las interrupciones y alteraciones en el metabolismo de la sociedad y la naturaleza generados por el modo de producción capitalista. La idea está expresada especialmente en el pasaje de Marx en el Tomo I de El Capital que citamos más arriba, en que explica cómo la agricultura capitalista además de esquilmar al obrero arruina la tierra porque “perturba el metabolismo entre el hombre y la tierra, esto es, el retorno al suelo de aquellos elementos constitutivos del mismo que han sido consumidos por el hombre bajo la forma de alimentos y vestimenta, retorno que es la condición natural eterna de la fertilidad permanente del suelo”. Una fundamentación profunda del concepto de interacción metabólica es la de John Bellamy Foster en su libro La ecología de Marx33Bellamy Foster, John; La ecología de Marx, El Viejo Topo.. Allí no solo se rescata la preocupación de Marx y Engels sobre lo que podríamos considerar problemáticas ambientales, sino que se inserta la concepción del metabolismo social con la naturaleza como pieza clave en la comprensión materialista del mundo y del materialismo histórico. 

Así, contra quienes afirmaban que el socialismo reproduce una lógica extractivista o una visión “prometeica” del progreso, demuestra la profunda conexión entre la cosmovisión marxista y la defensa del planeta, e incluso los grandes aportes brindados al entendimiento científico de la naturaleza. En otros trabajos amplía su análisis incorporando la noción de imperialismo ecológico como motor de una fractura ecológica global, ejemplificando con lo sucedido en el siglo XIX cuando Gran Bretaña “resolvió” el agotamiento de sus suelos agrícolas a base de la importación del guano y nitratos de las costas peruanas y chilenas; un saqueo de fertilizantes naturales que incluyó hasta la guerra, el endeudamiento de las naciones sudamericanas y la esclavización masiva de culíes chinos. Lo toma como un ejemplo de desplazamiento de las barreras ecológicas a partir de la explotación global del trabajo y los recursos, lo cual “está generando un conjunto de contradicciones ecológicas a escala planetaria, que ponen en peligro a toda la biósfera tal como la conocemos”34Bellamy Foster, J.; “Imperialismo ecológico y la fractura metabólica global. Intercambio desigual y el comercio de guano/nitratos”, en revista Theomai 26, Universidad de Quilmes, segundo semestre 2012..

Son aportes valiosos y lecturas recomendables, pero creemos necesario dotar al concepto de fractura metabólica de una mayor proyección histórica. Bellamy Foster es consciente de que los desequilibrios en la interacción metabólica son previos a la sociedad capitalista, y coincidimos con él cuando afirma que es con el desarrollo de la sociedad de clases que la característica crucial de la especie humana de ser auto-mediadora de la naturaleza toma una forma alienada; pero luego adjudica unilateralmente una excesiva particularidad histórica a la expropiación de la naturaleza por la clase capitalista como base para la explotación de la humanidad35Bellamy Foster, J. y Clark, Brett; “El robo de la naturaleza. El capitalismo y la fractura metabólica”, en Monthly Review, julio 2018.. Todos los modos de producción implican diversas formas sociales de apropiación y transformación de la naturaleza. Finalmente, decía Alfred Schmidt, “desde el punto de vista histórico, frente a la unidad del hombre con la naturaleza se afirma su carácter irreconciliable, es decir, en última instancia, la necesidad del trabajo”, y por eso la relación de la humanidad con la naturaleza es siempre práctico-transformacional36Schmidt, Alfred; El concepto de naturaleza en Marx, Siglo Veintiuno, México D. F., 2014; pág. 26.. Y como las sociedades y el mundo natural están en constante cambio, las relaciones sociales con que los humanos producían y reproducían sus condiciones materiales de vida tendieron con el tiempo a colisionar con el equilibrio sostenido hasta entonces con su entorno37“La férrea coacción que lleva a la producción y reproducción de la vida humana y que define toda la historia, tiene de hecho algo que la emparenta con el rígido curso cíclico de la naturaleza”; Ídem, pág. 97. -sea por crecimiento demográfico, por el agotamiento de recursos, por cambios climáticos, o la disputa y conquista por otros pueblos. 

Estas fracturas metabólicas expresaban la contradicción alcanzada entre relaciones de producción y las fuerzas productivas para satisfacer las nuevas o crecientes necesidades sociales. En ese sentido, sólo relativamente eran crisis de escasez. “La ruptura, o ‘contradicción’, entre naturaleza y hombre, dada gracias al trabajo, no es absoluta sino relativa”, ya que el hombre es siempre un ser natural y “el trabajo mismo es una especie de proceso natural, que solamente ocurre gracias al conocimiento, reconocimiento y utilización de las leyes naturales”38Piedra, Rogney; Marxismo y dialéctica de la naturaleza, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2017; pág 44.. Eran más bien crisis de subproducción. Históricamente, estas crisis derivaron en un retroceso o estancamiento (material y cultural) más o menos prolongado, en un colapso (como la extinción de los rapanuí en la remota Isla de Pascua en el Pacífico, o la crisis del siglo XIV europea, entre incontables ejemplos), o en una superación por la vía de una nueva organización social. Es cierto que la particularidad del capitalismo es que eleva esa fractura metabólica a escala global, pero en definitiva este modo de producción es un resultado de una larga acumulación histórica. Marx definió como una “ley general (…) el hecho de que las bases materiales de cada sucesiva forma de producción -tanto las condiciones tecnológicas como la estructura económica de la empresa que a ella corresponde- son creadas en la forma inmediatamente precedente”39Marx, Karl; Progreso técnico y desarrollo capitalista (manuscritos  de 1861-1863), Ediciones Pasado y Presente, México D. F., 1982; pág. 151.

Si nos explayamos en esto es porque al unilateralizar el lugar histórico de la sociedad capitalista se relativiza la necesidad de la revolución socialista. Este es el punto fundamental que define al ecosocialismo, como revisión del socialismo. En un artículo titulado Lo que todo ambientalista necesita saber sobre capitalismo40Bellamy Foster, J. y Magdoff, Fred; “Lo que todo ambientalista necesita saber sobre capitalismo” en Monthly Review, marzo de 2010. Traducción: Observatorio Petrolero del Sur., Bellamy Foster y Fred Magdoff aseguran que la transición a una economía ecológica “no es una cuestión de ‘asaltar el Palacio de Invierno’” sino que será un proceso arduo de “lucha dinámica, multifacética, para un nuevo pacto cultural y un nuevo sistema productivo”, que tiene que esforzarse “en el aquí y el ahora en la creación, en los intersticios del sistema, de un nuevo metabolismo social arraigado en el igualitarismo, la comunidad y una relación sustentable con la tierra”, cuyas bases “deben surgir desde el interior del sistema dominado por el capital, sin ser parte de él”. 

¿Qué implica ésto en términos prácticos? El rechazo a la lucha por gobiernos de trabajadores (“asalto del Palacio de Invierno”) culmina, como señalamos ya con Harvey, en expectativas en el nacionalismo de contenido burgués o pequeñoburgués. Por eso el mencionado artículo reivindicaba al gobierno venezolano de Hugo Chávez por prometer “liberarse de una economía basada en la renta petrolera” y se esperanzaba con que allí los Consejos Comunales fueran “un ejemplo de planificación a nivel local para la satisfacción de necesidades humanas”. También manifestaba sus simpatías por Evo Morales tras “sus comentarios sobre el cambio hacia un sistema que promueva el ‘vivir bien’ en vez del ‘vivir mejor’ del capitalismo. Como ha dicho en la Conferencia Climática de Copenhague de diciembre de 2009: ‘El vivir mejor es explotar seres humanos. Es agotar recursos naturales’”. Veamos qué sucedió con estas experiencias, que ofrecían una transformación social valiéndose de la intervención del Estado.

Para no parecer tendenciosos, tomemos el balance de un autor para el cual, en medio del “profundo desencanto con la idea de socialismo que para muchos produjo la caída del Muro de Berlín, el colapso del bloque soviético, el fin de la historia, la hegemonía económica, cultural y militar de los Estados Unidos (…) América Latina aparece como el continente de la esperanza en la forma de los gobiernos denominados progresistas”41Lander, Edgardo; Crisis civilizatoria: experiencias de los gobiernos progresistas y debates en la izquierda latinoamericana, CALAS editorial Universidad de Guadalajara, 2019; pág. 59.. Edgardo Lander ve en la noción del “buen vivir” incorporada en las constituciones de Bolivia, Ecuador y Venezuela una “ruptura profunda con la tradición del socialismo del siglo pasado” basada en 1) “la confrontación con el antropocentrismo, que se expresa en el reconocimiento de los derechos de la naturaleza”; 2) “la postulación de Estados plurinacionales y la interculturalidad”; y 3) la profundización de la democracia mediante la incorporación de modalidades participativas, comunitarias y plebiscitarias, en oposición a “la sustitución de esta ‘democracia de clase’ por la democracia de otra clase”42Ídem, págs. 62 y 63.. ¿Cuál fue el resultado de estos procesos al final del camino? Que “en ninguna de estas experiencias se dieron pasos significativos en dirección a una transición a otro modelo productivo compatible con la preservación de la vida”, sino que se produjo una profundización de la inserción colonial, de la primarización de las economías y del extractivismo43Ídem, pág. 71.. Su base de sustentación, de hecho, fueron los ingresos fiscales extraordinarios basados en el alto precio de las commodities, y se desplomó junto con ellos. 

Ecuador, bajo el mando de Rafael Correa, se convirtió en un “mineralo-Estado”, que tras la devastación ambiental de décadas de explotación petrolera de la yanqui Chevron promovió “la apertura de nuevas zonas de la Amazonía a la explotación petrolera en áreas que se sobreponen con los territorios indígenas (…) a pesar de la oposición de estos pueblos y sin la consulta previa, libre e informada”. Luego sancionó una ley que autorizó la minería en gran escala y desconocía el derecho de los pueblos indígenas a ser consultados sobre las actividades en sus territorios, por la cual tuvo duros enfrentamientos con la Conaie (confederación indígena) y persiguió a sus organizaciones. Similar derrotero siguió el mandato de Evo Morales en Bolivia, con “una masiva ampliación de la escala” de la actividad minera y la forma de explotación a cielo abierto como predominante, que pasó a superar a los hidrocarburos y fue concentrada en su momento de auge por cuatro multinacionales que controlaban más de la mitad de las exportaciones44Ídem, pág. 85.. Una orientación que tuvo su punto más conflictivo en el intento de cruzar el territorio indígena y parque nacional del Tipnis con una carretera para abrir paso a exploraciones hidrocarburíferas y a la colonización de la zona por cocaleros y madereras; un proyecto resistido tenazmente por las comunidades, que fueron violentamente reprimidas en varias ocasiones. En Venezuela, donde el corazón de la experiencia bolivariana fue el control estatal del petróleo, hacia el final de la vida de Chávez el crudo significaba el 96% de las exportaciones, Luego su sucesor Nicolás Maduro impulsó la delimitación del Arco Minero del Orinoco “dentro de la política de creación de zonas económicas especiales en las cuales se flexibilizan las normas laborales, ambientales y referidas a los pueblos indígenas para atraer al capital transnacional”; todo lo cual el autor define como un “paroxismo del extractivismo”45Ídem, pág. 93.. Para quienes guardaban grandes expectativas, es un balance lapidario de la experiencia del Estado como sujeto de la transformación social, bajo el mando de la burguesía nacional o incluso de gobiernos de frentes policlasistas que no superan el estatismo burgués. 

Ya Trotsky sentenciaba que “el estatismo, en sus esfuerzos de economía dirigida, no se inspira en la necesidad de desarrollar las fuerzas productivas, sino en la preocupación de preservar la propiedad privada en detrimento de las fuerzas productivas”, y por lo tanto es reaccionario en términos históricos46Trotsky, León; La revolución traicionada, Ediciones del Sol, México D. F.,1969; pág. 202.. Comparemos entonces este panorama con el análisis que sustentaba la lucha de este revolucionario ruso contra el estalinismo años después de la Revolución de Octubre, la primera revolución socialista triunfante de la historia. En su polémica sobre la degeneración burocrática del Estado obrero soviético, Trotsky enfatizaba que “no se podrá hablar de victoria real del socialismo más que a partir del momento histórico en que el Estado sólo lo sea a medias y en que el dinero comience a perder su poder mágico. Esto significará que el socialismo, liberándose de fetiches capitalistas, comenzará a establecer relaciones más límpidas, más libres y más dignas entre los hombres”47ídem, pág. 63.. Pero, agregaba después, “el fetichismo y el dinero sólo recibirán su golpe de gracia cuando el crecimiento de la riqueza social libere a los bípedos de la avaricia por cada minuto suplementario de trabajo y del miedo humillante por la magnitud de sus raciones”. La nacionalización del crédito, la presión de las cooperativas y del Estado sobre el comercio interior, el monopolio del comercio exterior, la colectivización de la agricultura, no podían por sí mismas liquidar al comienzo de la revolución proletaria toda posibilidad de explotación, sino que la transferían al “Estado comerciante, banquero e industrial universal”48ídem, pág. 64.. Eso permitía un período de transición en que era necesaria una planificación económica, pensada como una “hipótesis de trabajo” que debía ser verificada y transformada durante su ejecución por la “participación real de las masas en la dirección, lo que no se concibe sin democracia soviética”. 

Ahondando en un aspecto que consideramos comparable a la situación que plantea la tensión entre un plan económico y el derecho de las comunidades a preservar sus territorios, es interesante que Trotsky alertara la contradicción planteada por el hecho de que las necesidades culturales de las distintas naciones del viejo imperio ruso exigían la más amplia autonomía, pero a la vez la economía sólo podía desarrollarse si todas las partes de la Unión Soviética se sometían a un plan centralizado de conjunto. “La economía y la cultura no están separadas por murallas; sucede, pues, que las tendencias a la autonomía cultural y a la centralización económica se ponen en conflicto. Sin embargo, no hay entre ellas un antagonismo irreductible. Si para resolver este conflicto no tenemos ni podemos tener una fórmula ya hecha, la voluntad de las masas existe y solo su participación efectiva en la decisión cotidiana de su propio destino puede, en cada etapa dada, trazar el límite entre las reivindicaciones legítimas de la centralización económica y las exigencias vitales de las culturas nacionales”49ídem, pág. 143.. Acto seguido, reivindicaba que en la URSS “se imparte la enseñanza en ochenta idiomas, cuanto menos. Se ha necesitado, para la mayor parte de ellos, crear alfabetos o reemplazar los alfabetos asiáticos demasiado aristocráticos, por otros latinos más al alcance de las masas. Aparecen periódicos en otras tantas lenguas” que incluso llegaban a los pastores nómadas, y se enorgullecía de que en las más lejanas regiones, “antiguamente abandonadas”, ahora “al mismo tiempo que la escritura aparecen la medicina y la agronomía”50ídem, pág. 144..

Si citamos extensamente a Trotsky, en su combate a la burocracia estalinista, es porque en cierta forma demuestra que para que el socialismo sea ecológico y respete la diversidad cultural no hay que abandonar la lucha por la revolución, entendida como la pelea por gobiernos de trabajadores, por destruir al Estado burgués y erigir Estados obreros basados en la democracia “soviética”, única vía para abrir paso a una transformación integral del metabolismo social con la naturaleza. Claro que esto requiere un proceso arduo, pero de planificación económica y reorganización social, de lucha por la revolución internacional y apoyo a los pueblos del mundo, no de mayor atomización. El propio derrotero de la Unión Soviética lo confirma: si Stalin lideró a una casta que se apropió del poder estatal conquistado por los soviets de obreros y campesinos con la revolución de 1917 fue como resultante de la situación histórica creada por su aislamiento, tras las derrotas de las revoluciones obreras y campesinas en el resto de Europa y Asia. Luego inventó la teoría del “socialismo en un solo país”, y encarnó un rumbo que decantó en la restauración capitalista. Bajo el control de la burocracia estalinista, todo lo progresivo de una industrialización sin precedentes y desarrollo económico se hizo sobre la base de la cancelación de la democracia soviética, y aquel “Estado comerciante, banquero e industrial universal” no tendió hacia su disolución sino a su reforzamiento. Sin duda, es necesario clarificar ante todos los luchadores ambientales que el socialismo no es el productivismo ni la opresión política del estalinismo, sino que éste es más bien su “negación termidoriana”.

Si el objetivo es frenar al capitalismo, es necesario derribar la columna que lo sostiene, es decir, quebrar la propiedad privada del capital sobre los medios sociales de producción. Esta lucha requiere unir a las clases trabajadoras con un programa y una organización común, y de ahí la necesidad histórica de construir un partido revolucionario. La mayoría de la izquierda internacional que se reivindica ecosocialista hace tiempo que abandonó la lucha por gobiernos obreros y campesinos, y abrazó la “reconciliación” del marxismo con la cuestión ambiental mediante una adaptación teórica que expresa su adaptación política a la democracia burguesa y el nacionalismo burgués. Este ecosocialismo es una cobertura del abandono de una perspectiva de clase y de la revolución socialista. Es, por eso, un reflejo ideológico de las derrotas sufridas por los trabajadores en el plano internacional.

Sobre productivismo y el comunismo del decrecimiento

¿No hay, con todo, un sesgo productivista en la meta de desarrollar las fuerzas productivas? Para responder a este interrogante veamos ahora a otro autor que se destacó en el último tiempo, Kohei Saito, cuyo libro El ecosocialismo de Karl Marx se volvió un best seller. Allí rechaza que Marx haya seguido una visión lineal del progreso, al menos en su madurez, e incluso asegura que su proyecto comunista apuntaba a la “rehabilitación consciente de la unidad entre los humanos y la naturaleza”51Saito, Kohei; La naturaleza contra el capital. El ecosocialismo de Karl Marx, Bellaterra Edicions, Barcelona, 2017; pág. 61.. Sostiene que “el socialismo de Marx concibe una lucha ecológica contra el capital” y postula una estrategia ecosocialista apuntada a restringir el imperio de la lógica del valor sobre la sociedad, que luego definió como “comunismo del decrecimiento”. Esto plantea problemas nuevos. 

Saito adjudica a Marx la perspectiva de una “reconciliación” de la relación humano-naturaleza previa al capitalismo, ya que éste significa una transformación histórica tras la cual la “actividad de los trabajadores ya no puede funcionar como realización subjetiva de la capacidad libre y consciente de los seres humanos en y con la naturaleza”52 Ídem; pág. 60., porque la dominación de la mercancía y el dinero genera la pérdida de la unidad originaria entre los productores y sus condiciones objetivas de producción. Eso lo distinguiría de todas las anteriores formaciones sociales: aquellas habrían incorporado los aspectos materiales y hasta ecológicos en la asignación del trabajo social y la distribución del producto53Ídem; pág. 162., habrían sido reguladas conociendo previamente la suma del trabajo social y las necesidades sociales; mientras que en la específica división social del trabajo del capital esa asignación y distribución se realiza por medio del mercado después de que el trabajo fue ejecutado como un acto privado54Ídem; pág. 144..

Si bien hacia el final de su libro menciona que las facturas metabólicas no son una particularidad del capitalismo, puesto que la totalidad de relación con la naturaleza nunca se ha organizado de manera consciente55Ídem; pág. 327., entiende que la especificidad de la perturbación capitalista de ese metabolismo es estar mediada por el valor, lo que convierte la producción en un movimiento infinito de valorización puramente cuantitativa. Incluso argumenta que, a diferencia de lo que ocurre en la sociedad moderna, en la sociedad feudal toda la producción tendía a ser estable porque su finalidad estaba dirigida a la satisfacción de las necesidades sociales concretas, y el trabajo de los siervos poseía una “faceta afectiva” gracias a que su conexión con la tierra le permitía mantener su autonomía en el proceso de producción y tener asegurada su vida material56Ídem; págs. 56 y 57.

No compartimos que el horizonte del socialismo como lo concibieron Marx y Engels sea una “rehabilitación” de un metabolismo perdido57En palabras de Rieznik, Marx “denominaba ‘comunismo’ al movimiento práctico de la clase obrera, determinado por las condiciones de su explotación y por su evolución, es decir, por las propias tendencias del capital hacia su agotamiento histórico”, y el socialismo no era un ideal sino una fase necesaria de la humanidad hacia la que tiende la historia conforme las leyes del propio capital; La pereza y la celebración de lo humano, Editorial Biblos, Buenos Aires, 2015; pág. 59.. Si ellos hubieran postulado un retorno al feudalismo o un decrecimiento (como lo hicieron en aquella época algunos economistas burgueses, como solución a las crisis de sobreproducción) nunca hubieran podido interpelar a las clases trabajadoras que entraban en la historia con las grandes revoluciones de mediados del siglo XIX. Por el contrario, en el Manifiesto del Partido Comunista entendían a la lucha de clases como el motor de la historia, lo cual lejos de ser una frase vacía expresa toda una comprensión profunda del desarrollo histórico, al servicio de una intervención independiente de los trabajadores en el proceso político y social. En las antípodas, un programa de decrecimiento en medio de enormes privaciones de las masas trabajadoras nunca podría ofrecerse como un canal para realizar sus aspiraciones, sus demandas tanto económicas como culturales. Menos aún puede serlo en contextos de crisis y contracción económica generadas por la misma dinámica del capitalismo, en que se extiende la desocupación y se destruyen fuerzas productivas. En estas condiciones, sólo puede ganar adeptos entre quienes tengan ya cubiertas sus necesidades elementales.

El decrecimiento es correcto en lo que refiere a eliminar ramas innecesarias y el despilfarro (industria armamentista, masas de residuos y desperdicios aprovechables, obsolescencia programada, artículos innecesarios, sobreproducción), e incluso como norma de una economía ya comunista, en la que cada quien trabaja según sus capacidades y recibe según sus necesidades. Pero es un error político y teórico reemplazar como móvil de la revolución el desarrollo de las fuerzas productivas por el decrecimiento. Incluso en un período de transición al socialismo debe responderse a necesidades sociales insatisfechas, y aún se está bajo la presión de los Estados imperialistas, a los cuales el Estado obrero deberá superar en cuanto a productividad del trabajo para ofrecer mejores condiciones de vida a las masas. Como decía Trotsky, “el socialismo no podría justificarse por la simple supresión de la explotación; es necesario que asegure a la sociedad mayor economía de tiempo que el capitalismo. Si esta condición no es cumplida, la abolición de la explotación no sería más que un episodio dramático desprovisto de porvenir”58Trotsky, L.; op. cit., pág. 73.. Desde ya, esto no quita que la expropiación del capital, el control obrero de la producción y la planificación económica permitirán reducir en buena medida aquel despilfarro y ser mucho más eficientes. Eso se acentuará a medida que progrese hacia sus objetivos, como ocurriría por ejemplo con la socialización de las tareas domésticas, que además de liberar de la carga a las mujeres implicaría un ahorro energético importante si se recurre a comedores y lavaderos comunitarios; y lo mismo puede decirse de la superioridad de una electromovilidad basada en sistemas de transporte público eficientes en lugar de automóviles privados.

Marx nunca formuló algo como un “comunismo del decrecimiento”, porque así concebido contradice su comprensión dialéctica de la evolución histórica. Si las cosas hubieran ocurrido como las presenta Saito, no habría forma de explicar cómo surgió el capitalismo ni cómo subordinó a él todos los anteriores modos de producción. Las sociedades precapitalistas ya se basaban en la extracción de excedente producido por la masa del pueblo, sea en trabajos colectivos o privados. De hecho, Lenin refutaba a quienes embellecían la situación del campesinado medieval manifestando que en realidad no existió una verdadera pertenencia de la tierra al agricultor, sino que ésta era adjudicada por los terratenientes para explotarlos, era “algo así como un salario en especie: proveía al campesino de los productos necesarios a fin de que pudiera producir plusproducto para el terrateniente”59Lenin, V.; Quiénes son los “amigos del pueblo” y cómo luchan contra los socialdemócratas, editorial Anteo, Buenos Aires 1973; pág 76.. Y es por eso que no hay nada más lejos de la historia del feudalismo, en su evolución y su caída, que una “producción estable”. Se caracterizó por su expansión territorial (desde la subordinación de las comunidades campesinas libres a las Cruzadas), entrañó profundas revoluciones técnicas (como la rotación trienal de los cultivos, el arado con arnés mejorado, la difusión de los molinos), y decantó en la revolución científica de Copérnico y el Renacimiento. También motivó colapsos sociales y ecológicos colosales como la crisis del siglo XIV, con su epidemia de Peste Negra que barrió con un tercio de la población del continente, en un cuadro de revueltas generales campesinas por el hambre y con ciudades repletas de mendigos sin ocupación -una enorme sobrepoblación relativa. 

La conclusión es que incluso bajo relaciones económicas asentadas todavía en el valor de uso vemos un crecimiento de la producción, que por lo demás no está orientado a la satisfacción de las necesidades sociales en general, sino que es estimulado por la lucha entre las distintas clases por la apropiación del excedente, y de la naturaleza como medio de producción. Así se crearon las precondiciones del surgimiento del capitalismo, por factores internos a la sociedad feudal, como explica Rodney Hilton60Hilton, Rodney; ver su “Comentario” en La transición del feudalismo al capitalismo, que compila el debate que suscitó la polémica entre Maurice Dobb y Paul Sweezey. Ediciones la Cruz del Sur, Buenos Aires, 1974. Inicialmente no era el comercio, sino la lucha por la tierra y la maximización de la renta entre los señores y los campesinos, y entre señores rivales, lo que impulsó la producción de mayores excedentes, el cultivo de nuevas tierras, la centralización política en Estados; y fue como consecuencia de ello que se desarrolló el comercio y la producción artesanal y manufacturera de las ciudades. Vale señalar además que estas relaciones sociales también motivaron una estratificación al interior del campesinado, y que un sector de los campesinos más acomodados se convirtió luego en arrendatarios capitalistas mientras que otro perdía sus tierras. La acumulación originaria del capital no fue un cataclismo externo sino una evolución de la sociedad precedente. Claro que, para apropiarse de la producción y no ya sólo del comercio y la usura, el capital debió romper los marcos del feudalismo; y lo hizo mediante grandes revoluciones sociales, acaudilladas por la clase social que había nacido en la sociedad feudal.

Ni el crecimiento ni las fracturas metabólicas son entonces una particularidad histórica del capitalismo y del dominio del valor de cambio sobre la producción. Por eso diferimos de Saito en que sea la subsunción real del trabajo por el capital lo que rompe la unidad entre concepción y ejecución del trabajo61Saito, K; op. cit.; pág 172.. Es un hecho, sí, que con ella los obreros son privados de sus capacidades subjetivas (por la falta del acceso a la tecnología y los conocimientos) y pasan a ser meros apéndices de la máquina. Pero el dominio del trabajo intelectual sobre el físico es antiquísimo62Engels, Friedrich; “El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre” en Dialéctica de la naturaleza, Editorial Cartago, Buenos Aires 1975; pág 144.. La novedad histórica, para Marx, es que esa enajenación se convierte a la vez en premisa de “la fuerza productiva social del trabajo desarrollada por la cooperación”63Marx, K.; El Capital. Tomo I…, pág. 407.. Es así que, al mismo tiempo que la acumulación originaria separó al trabajador de la naturaleza, “la racionalización de la agricultura, que pone a ésta en condiciones de ser explotada socialmente, y la reducción de la propiedad privada del suelo ad absurdum, constituyen dos grandes méritos de la producción capitalista, que al igual que todos los progresos históricos fueron logrados en primer lugar a costa de la total depauperación de los productores directos”64Marx, K., El Capital. Tomo III…, págs. 575 y 576.. Podemos extrapolar esto a toda la industria, ya que como apuntaba Lenin la especialización del trabajo social en ramas productivas que dependen unas de otras redunda en que toda la producción “se fusiona en un único proceso productivo social”65“… pero al mismo tiempo cada empresa es dirigida por un capitalista, depende de su arbitrio, y los productos sociales pasan a ser propiedad privada suya ¿No es evidente que la forma de producción entra en contradicción inconciliable con la forma de apropiación? ¿No es evidente que esta última debe adaptarse a la primera, debe convertirse en una forma también social, esto es, socialista?”. Lenin, op. cit., págs. 59 a 71..

Para el marxismo, por paradójico que parezca, el capitalismo constituyó una necesidad histórica como premisa para superar la división clasista de la sociedad, y con ella la división entre trabajo manual e intelectual (unir “concepción y ejecución del trabajo”, pero a escala social). “El reflejo religioso del mundo real únicamente podrá desvanecerse cuando las circunstancias de la vida práctica, cotidiana, representen para los hombres relaciones diáfanamente racionales, entre ellos y con la naturaleza. (…) el proceso material de producción sólo perderá su místico velo neblinoso cuando, como producto de hombres libremente asociados, éstos lo hayan sometido a su control planificado y consciente. Para ello, sin embargo, se requiere una base material de la sociedad o una serie de condiciones de existencia que son, ellas mismas, el producto natural de una prolongada y penosa historia evolutiva”66Marx, K.; El Capital. Tomo I…, pág. 97.. Como vemos, nada matiza que, dialécticamente, el progreso técnico haya servido para depreciar el nivel de vida de las mayorías y degradar la naturaleza. Es decir, estamos ante una paradoja de la realidad, antes que del pensamiento. Como escribió Bujarin, “cuando hablamos de necesidad histórica no nos referimos a algo deseable desde el punto de vista, por ejemplo, del progreso social, sino a lo que deriva inevitablemente del curso de la evolución social (…) ‘Necesario’ sólo significa condicionado por causas”67 Bujarin, Nicolai; Teoría del materialismo histórico. Ensayo popular de sociología marxista, Ediciones Pasado y Presente, Córdoba, 1972; pág. 64.. A todo este penoso proceso histórico de desarrollo de las fuerzas productivas que llega hasta nuestros días, Marx y Engels solían denominarlo como la prehistoria de la humanidad68Vista la gigantesca desproporción entre los fines preestablecidos y los resultados alcanzados, “se podría afirmar que todavía estamos en la prehistoria ‘natural’ de la humanidad, en la que las leyes del movimiento económico funcionan sin control, como las ‘ciegas’ leyes de la naturaleza”. Piedra, R., op. cit., pág 76..  

“En sus orígenes, todo poder político descansa sobre una función económica y social”, aunque luego “se independiza de la sociedad convirtiéndose de servidor en señor”, explicaba Engels en su Anti Dühring. Es que el progreso de las fuerzas productivas sólo “se pudo lograr con una división intensificada del trabajo, que forzosamente debía basarse en la gran división del trabajo entre las masas entregadas a la simple labor física y unos cuantos privilegiados, que dirigían los trabajos, se dedicaban al comercio, a los asuntos de Estado y, más tarde, también a la ciencia y a las artes”. Era este el resultado de que “mientras la población realmente trabajadora, absorbida por su trabajo necesario, no tuvo un solo momento libre para dedicarlo a la gestión de los asuntos comunes de la sociedad (…) tenía que existir necesariamente una clase especial, que, libre del trabajo propiamente dicho, atendiese otros asuntos; pero esta clase no dejaba escapar ocasión alguna para echar nuevas cargas de trabajo sobre los hombros de las masas trabajadoras, explotándolas en su propio beneficio. Sólo el advenimiento de la gran industria, con su gigantesco aumento de las fuerzas productivas, permitió que el trabajo se distribuyera sin excepción entre todos los miembros de la sociedad, reduciendo así la jornada laboral del individuo a límites que dejan a todos el tiempo libre para intervenir -teórica y prácticamente- en los asuntos colectivos de la sociedad. Sólo ahora toda clase dominante y explotadora se ha hecho superflua, más aún, constituye un obstáculo para el desarrollo de la sociedad”69Engels, Friedrich; Anti Dühring, Editorial Cartago, Buenos Aires 1973; págs. 149 y 150.. Llegamos así a nuestra conclusión fundamental.

¿Cuánto vale el tiempo?

Es precisamente en esta meta histórica de reducir la jornada laboral donde se refuta la acusación al marxismo de productivista y apologético del progreso lineal. Sucede que para los socialistas el desarrollo de las fuerzas productivas no es un objetivo en sí mismo, sino el progreso de la productividad del trabajo. Con él germina la posibilidad de controlar y armonizar el metabolismo social. En palabras de Bujarin, “la productividad del trabajo es la medida precisa del ‘balance’ de las relaciones entre la sociedad y la naturaleza”70Bujarin, N.; op. cit., pág. 125., del intercambio de materias y energía que constituye el proceso de producción social como adaptación activa de la sociedad humana a la naturaleza externa, a la cual a su vez adapta al convertirla en su objeto de trabajo. Es la lucha por la vida lo que ocasionó el antagonismo de la humanidad con la naturaleza, de la que es parte. De esto no se deriva ninguna predilección por el crecimiento en sí. 

En la meta histórica de reducir la jornada laboral es donde se refuta la acusación al marxismo de productivista y apologético del progreso lineal. Para los socialistas el desarrollo de las fuerzas productivas no es un objetivo en sí mismo, sino el progreso de la productividad del trabajo.

Para comprenderlo en profundidad volvamos a El Capital, donde se destaca como un aspecto progresivo que el capitalismo cree “los medios materiales y el germen para relaciones que en una forma superior permitirán a la sociedad vincular su trabajo sobrante con una mayor limitación del tiempo consagrado al trabajo material en general. (…) En efecto, el reino de la libertad sólo empieza allí donde termina el trabajo impuesto por la necesidad y por la coacción de los fines externos; queda, entonces, más allá de la órbita de la producción material. (…) La libertad en este terreno sólo puede consistir en que el hombre socializado, los productores asociados, regulen racionalmente su intercambio de materias con la naturaleza, lo pongan bajo su control común en vez de dejarse dominar por él como un poder ciego, y lo lleven a cabo con el menor gasto posible de fuerzas y en las condiciones más adecuadas y más dignas de su naturaleza humana. Pero, con todo ello, siempre seguirá siendo éste un reino de la necesidad. Al otro lado de sus fronteras comienza el despliegue de las fuerzas humanas que se considera como fin en sí, como el verdadero reino de la libertad, que sin embargo sólo puede florecer tomando como base aquel reino de la necesidad. La condición fundamental para ello es la reducción de la jornada de trabajo”71Marx, K.; El Capital. Tomo III…; págs. 758 y 759.

También anotó Marx que, con el progreso de las fuerzas productivas, la creación de la riqueza real depende cada vez menos del tiempo y la cantidad de trabajo utilizado que “del nivel general del desarrollo de la ciencia y del progreso de la tecnología, o de la aplicación de esta ciencia a la producción”. “Tan pronto como el trabajo en forma inmediata ha dejado de ser la gran fuente de la riqueza, el tiempo de trabajo deja y tiene que dejar de ser su medida y, en consecuencia, el valor de cambio tiene que dejar de ser la medida del valor de uso. El plustrabajo de la masa ha dejado de ser condición para el desarrollo de la riqueza general, así como también el no-trabajo de unos pocos ha dejado de ser condición para el desarrollo de las fuerzas generales del cerebro humano. Con ello se derrumba la producción basada sobre el valor de cambio, y el proceso de producción material inmediato pierde la forma de la miseria y del antagonismo. Aquí entra entonces el desarrollo de los individuos, y por lo tanto, la reducción del tiempo de trabajo necesario, no para crear plustrabajo, sino la reducción en general del trabajo necesario de la sociedad a un mínimo, al que corresponde entonces la formación artística, científica, etc., de los individuos gracias al tiempo devenido libre y a los instrumentos creados para todos ellos”72Marx, K.; Antología (selección de Jacobo Muñoz), Editorial Gredos, Madrid, 2012; págs. 357 y 358

Como diría nuestro compañero Pablo Rieznik, “la productividad del trabajo (…), acumulada históricamente, permitiría al hombre elevarse a una sociedad, hasta cierto punto, sin trabajo, es decir, sin el trabajo tal como fue conocido hasta la modernidad. Y sin embargo el trabajo ganaría la forma más bella posible; sería entendido como una relación, entre hombres y con la naturaleza, libremente constituida, que tiene ciertos prerrequisitos materiales”73Rieznik, Pablo; Las formas del trabajo y la historia, Editorial Biblos, Buenos Aires,2009;  pág. 64. Así, es posible superar el carácter predador de la producción en la medida en que “el antagonismo entre el trabajo y el trabajador, entre el trabajo privado y el trabajo para la sociedad, entre el tiempo libre (fuera del trabajo) en el cual vivo y el trabajo en el cual no vivo, en resumen, el antagonismo propio de la alienación tiende a desaparecer”74Rieznik, P.; La pereza y la celebración de lo humano…; pág. 38..

Lo dicho muestra la potencia que tiene en el marxismo la ligazón histórica entre el progreso de la productividad del trabajo y la lucha por la reducción del tiempo que se destina a la producción. Señalemos en este punto, porque nos parece ilustrativo, otra divergencia con Saito, para quien en el capitalismo los límites a la jornada laboral se imponen como una “coacción externa”75Saito, K.; op. cit., pág. 170.. La fuerza de trabajo no sólo es un factor interno de la producción capitalista, sino su factor vivo, la base sobre la que descansa la producción de plusvalor y por ende toda la valorización del capital76“La dirección ejercida por el capitalista (…) es función de la explotación de un proceso social de trabajo, y de ahí que esté condicionada por el inevitable antagonismo entre el explotador y la materia prima de su explotación”; Marx, K., El Capital. Tomo I…, pág. 402.. Y es únicamente la lucha colectiva de la clase obrera la que fija un límite al tiempo dedicado al trabajo. Considerar la delimitación de la jornada laboral como una coacción externa solo puede significar que ésta es arbitrada por el Estado. En realidad, la coacción estatal fue antes que nada descargada sobre el movimiento obrero, como atestiguan los mártires de Chicago, y sólo cuando la correlación de fuerzas obligó a los capitalistas a ceder se plasmó legalmente la jornada de trabajo (al igual que ocurre con todos las conquistas en cuanto a salubridad, higiene, salarios, descanso). Cuando Marx participó de la redacción de los estatutos de la Asociación Internacional de Trabajadores -conocida luego como la I Internacional- enfatizó que “en la lucha por la reducción legal de la jornada venía a interpretarse el gran duelo que se estaba librando entre la regla ciega de la economía política burguesa y la producción reglamentada y presidida por la sociedad por la que abogaba la clase obrera. Por eso la ley de las diez horas fue algo más que un gran triunfo práctico, fue el triunfo de un gran principio: por primera vez en la historia, la economía política de la burguesía sucumbió ante la economía política de la clase obrera”77Mehring, Franz; Carlos Marx y los primeros tiempos de la Internacional, Editorial Grijalbo, México D. F., 1968; pág. 23..

Es un ejemplo histórico muy valioso para que los movimientos que luchan por defender el ambiente y salvar al planeta tomen dimensión de dónde está el peso social para combatir al capitalismo, dónde están las palancas de la producción capitalista que es necesario asaltar para virar a tiempo antes de alcanzar un punto de no retorno en la degradación de la naturaleza y el calentamiento global. Es fusionándose con las organizaciones obreras combativas y con el socialismo que las luchas ambientales pueden pasar del terreno defensivo a una ofensiva, y hacer su aporte particular en el movimiento real de transformación social. Siguiendo con el emblemático caso de la lucha por la jornada laboral podemos apreciar que, a diferencia de las efemérides oficiales, el 1° de Mayo es una conmemoración realmente mundial, que supera todas las fronteras y barreras del lenguaje. Es una demostración del carácter universal de la clase obrera, “una clase cuyos intereses fundamentales son idénticos en todos los países y cuya lucha supera necesariamente el marco local y nacional; (…) cuyas condiciones de existencia son tales que ya no tiene ningún interés particular que hacer prevalecer, que no puede luchar sino por suprimirse a sí misma en tanto que clase, suprimiendo los antagonismos de clase”78Goblot, Jean-Jacques; “La concepción marxista de la evolución social” en Materialismo histórico e historia de las civilizaciones, Goblot, J. y Pelletier, A., Editorial Grijalbo, México D. F., 1975. pág. 111.. Por esta esencia universal es que el Manifiesto del Partido Comunista concluía llamando a los proletarios del mundo a unirse. A agruparse políticamente, para luchar por su propio gobierno junto a los explotados. Ello porque, citando a Luckács, “que una clase está llamada a dominar significa que desde sus intereses de clase, desde su conciencia de clase, es posible organizar la totalidad de la sociedad de acuerdo con esos intereses”79Luckács, Georgy; Historia y conciencia de clase, Ediciones RyR, Buenos Aires, 2013; pág. 151; y el programa comunista no concibe otro interés que el de los productores asociados para terminar con la explotación. Ese es el pilar de la lucha por la revolución socialista, y sobre el cual puede erigirse un nuevo metabolismo de la sociedad con la naturaleza.

Es fusionándose con las organizaciones obreras combativas y con el socialismo que las luchas ambientales pueden pasar del terreno defensivo a una ofensiva, y hacer su aporte particular en el movimiento real de transformación social.

Así, el producto más típico del capitalismo, la clase obrera, fue nombrada como su sepulturera. Como desposeída, solo puede trabajar colectivamente, como una fuerza colectiva que pone en movimiento medios de producción de carácter social, y por eso es la premisa de una nueva división social del trabajo basada en la asociación y la cooperación. La acumulación originaria del capital que “liberó” a la fuerza de trabajo enajenando las condiciones objetivas del trabajo, opone a ésta las fuerzas sociales de producción, comprendidas las fuerzas de la naturaleza y de la ciencia80Marx, K.; Progreso técnico y desarrollo capitalista…, págs. 187 y 188.. Y con esto crea la posibilidad de una reapropiación, de carácter socializado. El trabajo de la producción material puede transformarse en una autorrealización del individuo solamente si se pone de relieve “su índole social y si es de carácter científico y al mismo tiempo trabajo general; no el esfuerzo de un hombre como fuerza natural deliberadamente adiestrada sino como sujeto que en el proceso de la producción aparece más bien en una forma meramente natural, creada por la naturaleza, más que como actividad que regula todas las fuerzas naturales”81Schmidt, A., op. cit., pág. 166.. Diría Rieznik: “No se puede ni se trata de elevar al hombre por medio de la ciencia y la tecnología, sino de liberar a ambos de un metabolismo social históricamente agotado”82Rieznik, P.; op. cit.; pág. 200.

Hacia allí apunta la revolución socialista. “Al posesionarse la sociedad de los medios de producción cesa la producción de mercancías y con ella el imperio del producto sobre los productores. La anarquía reinante en el seno de la producción social deja el puesto a una organización planificada y consciente”83Engels, F.; Anti Dühring, pág. 230, afirmaba Engels. Ya a fines del siglo XIX, sentenciaba que sólo una sociedad que combine armónicamente las fuerzas productivas de acuerdo a un plan general puede permitir la abolición del antagonismo entre la ciudad y el campo, algo que “se ha convertido en una necesidad directa tanto de la producción industrial como de la producción agrícola y, además, de la salubridad pública. Sólo fundiendo la ciudad y el campo podrá acabarse con la actual intoxicación del aire, del agua y de la tierra”84ídem, pág. 240.. Marx subrayó que “desde el punto de vista de una formación económica superior de la sociedad, la propiedad privada de algunos individuos sobre la tierra parecerá algo tan monstruoso como la propiedad privada de un hombre sobre su semejante. Ni la sociedad en su conjunto, ni todas las sociedades que coexisten en un momento dado, son propietarias de la tierra. Son, simplemente, sus poseedoras, sus usufructuarias, llamadas a usarla como buenos padres de familia y a transmitirla mejorada a las futuras generaciones”85Marx, K.; El Capital. Tomo III…, pág. 720..

La revolución socialista, finalmente, es la precondición para que la ciencia pase de estar al servicio de la destrucción del planeta86 “… el capital ha arrastrado a la ciencia a las vicisitudes de su evolución histórica (…) transformando en su contrario las formidables fuerzas productivas que puso en pie, es decir, desarrollando fuerzas destructivas igualmente formidables”; Rieznik, P.; op. cit.; pág 198. a ser el vehículo de la reorganización del metabolismo de la sociedad con la naturaleza, con todo lo que tiene para aportar en la situación crítica en la que estamos hoy. “Para Engels, la lucha de la clase obrera y la praxis revolucionaria tienen su desenlace en el encuentro y la soldadura entre la ciencia y la libertad del hombre bajo la forma de la regulación colectiva de la sociedad”, la cual “no representa sólo un resultado deseable sino también la condición para salvaguardar la armonía entre la especie y su ambiente”87Badaloni, Nicola; “Ciencia y filosofía en Engels y Lenin” en Lenin, ciencia y política de Badaloni, N., Sereni, E. y Presenti, A., Editorial Tiempo Contemporáneo, Buenos Aires, 1973. pág. 21. Incluso, como sostiene Chris Knight, el carácter global intrínseco a la ciencia la diferencia de todas las formas de conciencia meramente locales o territoriales, o basadas en la división de clases (religiosas, políticas); y sólo la clase obrera ofrece la base social para una sociedad realmente científica, porque “es la única clase social producto ella misma de la ciencia, que es tan intrínsecamente internacional como lo es el desarrollo de la ciencia, y cuyos intereses están en contradicción con todos los intereses particulares existentes”88Knight, Chris; “Marxismo y ciencia”, congreso de la CCI, diciembre de 2011

El hecho de haber llegado, por medio del progreso de las fuerzas productivas, a poner en riesgo nuestra supervivencia es también otra muestra de la dialéctica de la evolución social, ya que, volviendo a Engels, “la modificación de la naturaleza por los hombres, y no sólo la naturaleza como tal, es la base más esencial e inmediata del pensamiento humano, y en la medida en que el hombre aprendió a modificar la naturaleza creció su inteligencia”89Engels, F.; Dialéctica de la naturaleza, pág. 184.. Por eso sólo habrá una ciencia socializada una vez que “desaparezcan las preocupaciones respecto de los medios de subsistencia individual y pueda hablarse, por vez primera, de una libertad verdaderamente humana, de una existencia en armonía con las leyes naturales conocidas”90Engels, F.; Anti Dühring, pág. 96..


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1 comentario en «La revolución socialista para salvar al planeta»

  1. Un excelente artículo, para desmitificar al “Socialismo del Siglo XXI”y devolver al socialismo marxista al lugar propio: la única teoría capaz de permitir el avance del género humano en armonía consigo mismo y con la naturaleza.

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