La situación de las mujeres en el capitalismo

“La genuina cuestión femenina moderna aparece con el capitalismo”, decía la dirigente Clara Zetkin en un discurso pronunciado en el Congreso de Gotha del Partido Socialdemócrata de Alemania, el 16 de octubre de 1896 (Zetkin, 2017) 

Es cierto que desde las primeras sociedades patriarcales, hace miles de años, existía una opresión específica hacia la mujer, y que en ocasiones estas lograron denunciarla a través de la escritura (como en el caso de Christine de Pizan, quien en 1405 publicó su obra La ciudad de las damas, imaginando una urbe hecha solo por mujeres y haciendo notar el rol de aquellas que se destacaron a lo largo de la historia). Pero el capitalismo, señalaba Zetkin, al absorber y colocar bajo sus propias leyes al modo de dominación patriarcal, con su Estado de Derecho y la destrucción de la producción autónoma de la familia, obligó a millones de mujeres a buscar su sustento por fuera del hogar. Fue entonces que se colocó sobre la mesa que la falta de derechos para las mujeres, su condición subalterna y oprimida, hace exponencialmente más difícil su vida.

Y es que, con el capitalismo, la atadura de la mujer a la vida doméstica y a la crianza no desaparece. Por el contrario, este tipo de dominación juega un rol fundamental en la reproducción y el cuidado de la mano de obra; se reproduce una estructura de poder que se amalgama y articula con la explotación económica del capital sobre la clase obrera, haciendo funcional el rol de la familia en la reproducción de las relaciones de propiedad capitalistas. 

Es así como la lucha por los derechos de las mujeres irrumpió muy tempranamente en la historia moderna. El 5 de octubre de 1789, la llamada “Marcha de las Mujeres a Versalles” terminó de voltear al monarca Luis XVI, constituyéndose en uno de los acontecimientos más notables de la Revolución Francesa. En aquella oportunidad fueron las mujeres más plebeyas quienes, en la lucha por alimentar a sus familias, lograron concretar el golpe de gracia en el marco de un potente proceso revolucionario.

Ya en los primeros años de la toma del poder político por parte de la burguesía, Charles Maurice de Talleyrand-Périgord escribía para la Asamblea Nacional Constituyente de Francia Los derechos de la mujer, en donde se planteaba que las mujeres tenían el derecho de acceder a una educación que estuviera relacionada al ámbito doméstico. La inglesa Mary Wollstonecraft respondió a esta declaración con la “Vindicación de los derechos de las mujeres”, publicado en 1792, donde planteaba que las mujeres debían ser consideradas iguales a sus esposos y por lo tanto debían recibir una educación acorde a su condición social. Wollstonecraft consideraba que serían las mujeres de clase media quienes realmente podrían elevarse intelectualmente con mayor autonomía, siempre y cuando “no copiaran la moda de la nobleza” (Wollstonecraft, 2017) 

Vemos así como, desde los primeros posicionamientos “feministas”, la existencia de clases antagónicas bajo el capitalismo genera distintos objetivos en la lucha por los derechos de las mujeres, según su pertenencia de clase. Se han escrito libros y artículos académicos de los más variados dando cuenta de los mecanismos de opresión hacia la mujer en el capitalismo, y desarrollado posiciones de las más diversas. Desde feministas que bregan por una igualdad de derechos que con 200 años de capitalismo aún no conseguimos, pasando por las que pelean por ocupar un lugar igualitario al de los hombres en los estamentos de poder, hasta aquellas mujeres, mayoritarias, cuyo norte cotidiano está puesto en poder alimentar a sus hijos y pelear por sobrevivir en un mundo hostil que las juzga cotidianamente y las somete a situaciones de violencia permanente.

Luego de 200 años de capitalismo y con el objetivo de fortalecer la lucha de las mujeres, queremos aportar un balance radiográfico de la situación en la que nos encontramos las mujeres hoy. 

El capitalismo y la violencia específica hacia las mujeres 

La violencia hacia la mujer, un tipo de violencia por razones de clase y de género que, como ya dijimos, se arrastra desde las primeras sociedades patriarcales, hace miles de años, fue absorbida por el capitalismo en su propio esquema de dominación, colocando viejas formas de opresión bajo las leyes del capital. Estas leyes, como dan cuenta los artículos de este número de En defensa del marxismo, han conducido a que en el mundo haya más de 700 millones de personas que viven en extrema pobreza (La pobreza…, 2022) Y según datos de las Naciones Unidas, el 70% de las personas pobres en el mundo son mujeres (Alonso del Val, 2022) 

La violencia y la opresión de las mujeres y las diversidades en el capitalismo es asimismo una herramienta de dominación de clase. El capital se vale del machismo, como ocurre con el racismo y la xenofobia, para reforzar una política de división dentro de las filas de la clase obrera. Son mecanismos auxiliares al servicio de reproducir una sociedad basada en la explotación de clase, que requiere de la sumisión de los verdaderos productores de la riqueza social. El flagelo de la violencia, la discriminación y la subordinación de las mujeres es fomentado como ideología de Estado, que educa en estos principios con la desigualdad salarial y laboral, con mandatos sobre el rol feminino dentro de la organización familiar, o con leyes restrictivas de los derechos de las mujeres (como ocurría hasta hace muy poco en nuestro país con el aborto legal). Al dividir y regimentar a toda la clase obrera, atentan a la organización colectiva de esta contra quienes la someten a una vida alienada y repleta de frustraciones: sus explotadores capitalistas y sus Estados.

Es un hecho irrefutable, reconocido por distintos organismos internacionales, que las condiciones de pobreza aumentan la tasa de violencia sobre las mujeres y las niñas (Buwinic, Morrison, Shifter; 1999). El reclamo por la independencia económica de la mujer parece englobar un objetivo común para una mujer de cualquier clase social que deba escapar de una relación violenta. Sin embargo, alcanzar esa independencia económica puede ser una posibilidad para mujeres de la burguesía, o de la clase media más acomodada, pero es un objetivo inalcanzable para la gran mayoría de las mujeres trabajadoras. El capitalismo, que empujó a 700 millones de personas a la extrema pobreza, lo único que puede ofrecer al enorme universo de las mujeres y las niñas que engrosan esas filas es una vida de sometimiento a la violencia doméstica, a la explotación sexual y la trata de personas. La pandemia, asociada directamente a los mecanismos de la economía capitalista mundial, ha profundizado esta situación de vulnerabilidad extrema. Lo dicen las propias Naciones Unidas: “los confinamientos y otras restricciones en la circulación han obligado a las mujeres a quedar atrapadas con sus agresores, aisladas del contacto social y redes de apoyo. La profundización de la precarización económica ha limitado aún más la capacidad de muchas mujeres de abandonar situaciones abusivas” (Naciones Unidas, s/f)

…guerras y crisis humanitarias

El siglo XXI corrobora, como ya lo había hecho el XX, la tesis de Lenin sobre el carácter del imperialismo como una etapa de crisis, guerras y revoluciones. La guerra en Ucrania, como ya se ha mencionado en estas páginas, ha vuelto a colocar sobre el territorio europeo la posibilidad de una guerra nuclear y ha profundizado la crisis alimentaria y energética en el mundo. En el escenario de la guerra, las mujeres han sido históricamente un objetivo de ataques; los abusos sexuales sobre ella y les niñes se transforman en una herramienta más de guerra, cuyo alcance es reconocido (cuando eso sucede) muchos años más tarde. En una nota publicada en La Nación el 8 de marzo de 2022, la periodista Ana María Jara Gómez decía al respecto, que “un superficial vistazo a la extensa literatura sobre las últimas guerras avala la tesis de la específica posición de la mujer en los escenarios bélicos, su cosificación, su salvaje instrumentalización y su sistemática desconsideración omisiva en los tribunales y en los análisis postconflicto”. (Jara Gómez, 2022.)

Merece la pena recordar algunos datos que en el curso de la historia del capitalismo marcaron con el fuego de la guerra a las mujeres y las colocaron de manera masiva en una situación de vulnerabilidad extrema. Durante la Segunda Guerra Mundial “se registraron violaciones masivas por parte de las tropas nazis en su avance sobre Europa; Francia, Bélgica y Holanda. El ejército estalinista, en su avance sobre el Tercer Reich, violaba a las mujeres de territorios ocupados por el ejército alemán; Berlín, Polonia, países bálticos, Rumania, Hungría, República Checa y Eslovenia. En la guerra de Asia, el ejército japonés violó y esclavizó a 200.000 mujeres provenientes de Corea, China, Filipinas e Indonesia entre 1932 y hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial. También se estima que la toma de la ciudad china de Nanking por el Ejército Imperial japonés implicó el asesinato de 300.000 personas, y la violación de 20.000 mujeres antes de ser asesinadas (Aucía, 2011). En Argelia, el ejército francés llevó adelante violaciones masivas a mujeres árabes entre los años 1954 y 1962. Durante la guerra de Vietnam los soldados norteamericanos también violaron masivamente a mujeres. 

En el conflicto de Ruanda cerca de 250.000 mujeres fueron violadas, algunas de las cuales dieron a luz a 20.000 bebés. [También en] Camboya, Sierra Leona, República Democrática del Congo, Liberia, Bosnia Herzegovina – Ex Yugoslavia” (Pelle, 2022)

Antes de la guerra en Ucrania, las mujeres más vulnerables estaban expuestas al negociado de la subrogación de vientres. En 2020 denunciábamos que “un promedio de 1.000 bebés son “producidos” al año, generando una ganancia aproximada de 100 millones de euros que se reparten, casi en su totalidad, entre las clínicas privadas que realizan los tratamientos y las agencias de intermediarios que actúan en los distintos países de Europa occidental” (Rodas, 2020). Hoy ese país se encuentra asolado por una cruenta guerra que, lejos de estar llegando a su fin, sigue amenazando con transformarse en una tercera guerra mundial.

Al panorama de la guerra en Ucrania, cuyas verdaderas consecuencias humanas terminaremos de conocer con los años, se suma la acuciante situación de las y los refugiados en el mundo, empujados a escapar de sus propios países por la situación de extrema pobreza y las guerras nacionales, promovidas por los países imperialistas y las crisis de la economía mundial. Son sistemáticamente criminalizados y empujados, en muchos casos, a la muerte. Es muy interesante notar el lugar preponderante que ocupa la mujer en estas crisis humanitarias que dan cuenta del escenario realmente dantesco al que el capitalismo somete a un gran sector de la humanidad.

Por caso, “en el año 2021 se vivió una crisis humanitaria sin precedentes para las personas migrantes y solicitantes de asilo en América Latina” (Médicos sin fronteras, 2022). Las deportaciones de miles de personas desde Estados Unidos y el exilio forzado de decenas de miles de venezolanos, junto a la política de criminalización a la inmigración, han forzado a casi un millón de personas a arriesgarse en rutas verdaderamente peligrosas, zonas de montañas y de pantanos, en los que están expuestas a ataques, asaltos y a padecer los avatares del clima y la naturaleza. Son caminos sinuosos en los que miles dejan la vida. 

En el Mediterráneo Central, la vía por la que decenas de miles escapan de la pobreza a la que los países imperialistas han sometido a las masas africanas, al menos 19.300 personas han perdido la vida en el mar durante los últimos 8 años. Y quienes logran llegar a destino son recibidos con la represión y el encarcelamiento por la guardia costera de Libia, donde son torturadas y extorsionadas (Médicos sin fronteras, 2022). La Unión Europea les niega la asistencia humanitaria y las criminaliza, promoviendo desde los grandes medios de comunicación, y con la represión sistemática, la xenofobia que contribuye al crecimiento de los sectores de la extrema derecha.

La fila de los “rechazados” por la Unión Europea se agranda en la ruta migratoria de los Balcanes, que va de Albania a Serbia, y en las fronteras de Bielorrusia con Letonia, Lituania y Polonia, que son el foco de un sinfín de denuncias de crímenes de lesa humanidad por parte de las autoridades. Empezando por los alambrados de cinco metros de altura que impiden el ingreso a la Unión Europea, las agresiones físicas sistemáticas y los robos que sufren por parte de los guardias fronterizos y la policía.

También debemos mencionar la situación de las y los inmigrantes y el lugar de las mujeres dentro de esta población. Los últimos datos relevados por las propias Naciones Unidas indican que entre 2000 y 2015 el número de migrantes internacionales aumentó en un 41% y alcanzó los 244 millones. Casi la mitad son mujeres (Asamblea General de las Naciones Unidas, 2016) A su vez, se indica que las mujeres migrantes tienen índices de participación en la fuerza laboral en un 72.7%, mayores al de las mujeres no migrantes (63.9%) (OIT, 2015). El trabajo doméstico es uno de los oficios más comunes dentro de los inmigrantes, en el cual las mujeres representan una mayoría abrumadora. Casi uno de cada seis trabajadores domésticos en el mundo son migrantes internacionales; las mujeres representan el 73.4% de esta población (OIT, 2015). 

Y es que el trabajo doméstico y las tareas de cuidado son bajo el capitalismo tareas adjudicadas exclusivamente a las mujeres. Las mujeres de la burguesía y de un sector de la pequeña burguesía acomodada van a encontrar el modo de desarrollar su potencial individual despojándose de esta ardua labor, mediante el pago a una mujer de la clase obrera para que las realice por ellas. Tarea, por cierto, que genera de manera indirecta un valor que el capitalista no reconoce y que la mujer de la burguesía, fiel a su propio carácter de clase, tampoco genera. 

La carga del trabajo doméstico y de cuidados no remunerado, que la ideología capitalista siempre colocó como mandato de las mujeres, ha aumentado drásticamente durante la pandemia. Las madres, en particular, han tenido que conciliar el trabajo remunerado con el cuidado infantil a tiempo completo por el cierre de las escuelas. El cuidado de integrantes de la familia que cursan una enfermedad, entre otras tareas que suelen recaer de manera casi exclusiva en las mujeres, también ha aumentado durante la pandemia.

En síntesis, observamos que gran parte de la población es sometida por el capitalismo a situaciones de extrema vulnerabilidad, siendo las mujeres mayoría. La lucha por los derechos de estas confluye con una lucha por el derecho a tener un lugar en este mundo, por el derecho a la existencia. 

A su turno, las luchas por la equidad respecto de las tareas domésticas y de cuidados1Para profundizar el debate respecto de este tema ver Casola N. (2022), por la igualdad de condiciones para ser elegidas para un trabajo, por tener las mismas posibilidades que los varones de ejercer una profesión, involucran muchas dimensiones donde se manifiesta la opresión de género; la lucha por decidir ser madre o no, la lucha por decidir cuándo. Cuestiones fundamentales para el desarrollo profesional pero que son inalcanzables para la gran mayoría de mujeres en este mundo. Por eso, dentro del movimiento de mujeres y su amplio abanico de reclamos, no es extraño que sean las mujeres de la clase media quienes levanten con mayor fuerza estas consignas. 

La cosificación de la mujer 

Otro elemento es la cosificación del cuerpo femenino, también arrastrada desde hace miles de años, pero que se potenció en el contexto de un sistema económico en el que “la cosa”, la mercancía, aparece como la forma elemental de la riqueza, enmascarándose las relaciones entre personas como relaciones entre cosas. Es así que, con el capitalismo, el cuerpo de la mujer de cualquier clase social, desde el cabello hasta los pies, tiene un precio. Un precio que está acorde a su pertenencia de clase. 

Pero es también por esta cosificación que el derecho al aborto bajo el capitalismo representa una lucha titánica para el movimiento de mujeres, y que incluso en aquellos países donde se arrancaron leyes por la interrupción voluntaria del embarazo, su acceso es permanentemente obstaculizado por la iglesia y por el Estado. El control de la mujer sobre su propio cuerpo constituye un problema para el capitalismo porque bajo las leyes del capital la mujer produce, por sus condiciones biológicas, la futura mercancía fuerza de trabajo.

Este problema, que es transversal a las clases sociales, adquiere un carácter de vida o muerte para la mayoría de las mujeres que forman parte de la masa trabajadora de este mundo. 

La desigualdad económica entre hombre y mujeres

La brecha salarial existente entre hombres y mujeres dentro del mercado de trabajo es un hecho irrefutable y se mantiene intacta a pesar de los esfuerzos de las feministas que participan de las instituciones de poder del sistema capitalista, cuyo único “logro” es “hacerla visible”. Y es que la brecha salarial entre hombres y mujeres le brinda al capital enormes beneficios; convence al hombre, a su propio compañero de clase, que la mujer vale menos. En la mayoría de los casos, también convence a la mujer de que ella misma vale menos. Y en ese mismo acto enfrenta dentro de una misma clase a hombres y mujeres para competir en el mercado de trabajo. Un salario más bajo para las mujeres hace que el trabajador varón tenga que competir con una mano de obra más barata. Esto garantiza, en favor del capital, el abaratamiento generalizado de la mano de obra, profundizando de conjunto la precarización laboral.

Para la mujer obrera, esta opresión se agiganta por las condiciones materiales de su clase. El dinero que falta a fin de mes (o durante todo el mes), la falta de perspectiva en un futuro, la imposibilidad de cumplir con los roles de género que impone esta sociedad capitalista en la que le exige al obrero proveer (y no puede) y a la mujer ser una madre amorosa y verse linda (y tampoco puede, porque está cansada de tanto trabajar y no tiene ni tiempo ni recursos para alcanzar estos objetivos). Tampoco puede cumplir con el mandato de las obligaciones maternas, cuando se ve privada de los recursos más elementales, como vacantes escolares, centros de salud, condiciones habitacionales, transporte, etc. 

A su vez, todas las expresiones de lo que las feministas de la academia suelen llamar “micro-machismos” afectan de un modo proporcionalmente mayor cuando las condiciones económicas son apremiantes. Las mujeres de la clase obrera, en los hechos, hacen confluir la lucha por los reclamos específicamente de la mujer con una lucha generalizada por el derecho a vivir, porque el capitalismo atenta sistemáticamente contra este derecho. Su pertenencia a la clase antagónica al capital le demuestra que la lucha por la igualdad legal entre hombres y mujeres es un terreno inaccesible, porque también lo es la igualdad entre los hombres en un mundo organizado a partir de desigualdades materiales evidentes. Un mundo donde la mayoría trabajadora, que produce la riqueza, vive sumida en la pobreza y la desesperación, mientras que el pequeño grupo de capitalistas disfrutan de las cuantiosas ganancias que extraen del trabajo de la clase obrera. 

El rol de la iglesia en el capitalismo

El rol de las iglesias en sus distintas ramificaciones, aunque con especial preponderancia (al menos en el mundo occidental) de la católica y las evangelistas, ha sido históricamente fundamental para imponer ideológicamente al conjunto de la sociedad una serie de conductas sociales relacionadas con los roles de género, confluyendo con un esquema de dominación que implica la sumisión del conjunto de las masas al poder del capital. 

Ya Max Weber había encontrado, a principios del siglo XX, afinidades ideológicas entre el protestantismo2El protestantismo surge de la Reforma del XVI, nació en Alemania y fue liderado por Lutero y Calvino. El Evangelismo, tan extendido en América Latina, es una vertiente del Protestantismo, como así también lo son los “mormones”, “testigos de Jehová”, los “ortodoxos”, entre otros. y el capitalismo, en su famoso libro La ética protestante y el espíritu del capitalismo. En su análisis histórico, el autor alemán veía como la ruptura dentro de la Iglesia católica aggiornó la existencia de Dios a una realidad en la que La Razón (del Hombre) tuviera un rol central, por colocar la posibilidad de la interpretación de la Biblia en el razonamiento humano, en lugar de la iglesia como institución. Esa misma Razón que, en los albores del capitalismo, hacía avanzar la ciencia y la ponía al servicio del desarrollo de las fuerzas productivas. Los postulados filosóficos del protestantismo buscaban imponer entre los hombres (y mujeres, ahora sí) un conjunto de valores relacionados al trabajo duro y al progreso. Con el tiempo esta vertiente, que acompañó el carácter revolucionario del propio capitalismo, adquirió las características reaccionarias acompañando el propio proceso del capitalismo, que en su fase decadente, imperialista, dejó de jugar un rol progresivo para la humanidad. 

Mientras aún conservaba su carácter transformador, el protestantismo consideraba que el rol de la mujer debía estar directamente comprometido con el desarrollo de “la atmósfera afectiva del hogar, la educación de los hijos, y por lo mismo, del ascenso cultural y social de la pareja y de la familia” (Amestoy, 2012) Es interesante tener en cuenta que, particularmente en Estados Unidos, la religión protestante atravesó una serie de reformas conocidas como los “Grandes Despertares” o “Revival”, en las cuales el rol de la mujer fue preponderante porque logró participar de las ceremonias de manera igualitaria con sus pares varones, a la vez que poder oficiar el rol de Pastora. Con todo, esta posibilidad de la mujer de “llevar la palabra de Dios”, impensable en la religión católica, no modifica ni un ápice el rol que la mujer debe tener en la sociedad respecto de la familia y la educación.

El protestantismo es hoy una de las religiones que, atada a los Estados de distintos países, juega el rol de garantizar una estructura de poder cuya tarea femenina principal es la de transmitir los valores que educan a otras mujeres y les niñes en la sumisión y la obediencia. Por tanto, no es extraño que los grandes movimientos evangelistas (una de las ramificaciones de aquella corriente) confluyan con los movimientos de extrema derecha como el Tea Party Republicano y Donald Trump, o con Bolsonaro en Brasil. En nuestro país, una referente del evangelismo que estuvo en la primera línea de la oposición al derecho de las mujeres a la interrupción voluntaria del embarazo, y antes al matrimonio igualitario, es Cynthia Hotton, que actualmente acompaña a Horacio Rodríguez Larreta. 

El evangelismo y la Iglesia católica han confluido para garantizar la obstaculización de la implementación del derecho al aborto. En los últimos años, distintos estados dentro de los Estados Unidos, como Mississippi, Oklahoma y Florida, mantuvieron expresa prohibición a este derecho -una ofensiva que terminó de coronarse el año pasado con la anulación del fallo Roe Vs. Wade (Michel, 2022) por parte de una Corte Suprema de Estados Unidos compuesta mayoritariamente por jueces católicos, pero también protestantes (Smith, 2022). 

La Iglesia católica tiene una historia de más de dos mil años de desprecio y castigo a las mujeres, que ciertamente merecen un artículo propio. Lo destacable es cómo, en el capitalismo, los Estados modernos lograron incorporar y establecer vínculos infranqueables con la misma, para garantizar la dominación y el específico castigo a las mujeres. Se valen así de un exitoso ejercicio de siglos y siglos de dominación, genocidios y masacres a los sectores más empobrecidos, imponiendo una educación basada en la obediencia al poder y la resignación del pobre. Los subsidios y tierras, así como la vía libre para inmiscuirse en cuestiones educativas y de la salud (Michel y Garralda, 2021) son la llave de la relación carnal que la iglesia católica mantiene con los Estados capitalistas para garantizar la dominación de clase, en la que la opresión sobre las mujeres juega un rol fundamental.

Los mecanismos de cooptación del capitalismo sobre el movimiento de mujeres 

Particularmente en el último cuarto del siglo XX, en el que el movimiento de mujeres comenzó a desarrollarse con más fuerza a nivel mundial y a denunciar las condiciones específicas de la opresión sobre la mujer, los organismos internacionales imperialistas buscaron canalizar algunos de los reclamos a partir de la puesta en pie de distintos organismos. 

En 1975, la Comisión de la Condición Jurídica y Social de la Mujer de la ONU organiza la Conferencia Mundial del Año Internacional de la Mujer en México, en la que participaron representantes de 133 gobiernos que definieron un plan para “mejorar” la situación de las mujeres respecto del empleo, la salud y la educación. En 1980, representantes de 145 Estados se reunieron en Copenhague para realizar una evaluación sobre los logros obtenidos. En 1985, con la presencia de 157 Estados, se reunieron nuevamente en Nairobi para establecer medidas consistentes en “superar los obstáculos al logro de los objetivos” y adoptar medidas para lograr la “igualdad de género” y promover la participación de las mujeres en las iniciativas de paz y desarrollo, dentro de la propia ONU.

Diez años después se lleva adelante la famosa Conferencia de Beijing, de la que se desprende una “Plataforma de Acción”, con la participación de 189 países. El objetivo de esta declaración era “empoderar a la mujer”, con el norte de concretar la mentada “igualdad de género”. En esta plataforma se establece una serie de objetivos para lograr esta “igualdad” en 12 esferas: mujer y pobreza, educación y capacitación de la mujer, mujer y salud, violencia contra la mujer, la mujer y los conflictos armados, la mujer y la economía, la mujer y el ejercicio del poder y la adopción de decisiones, mecanismos institucionales para el adelanto de la mujer, los derechos humanos de la mujer, la mujer y los medios de difusión, la mujer y el medio ambiente, la niña.

Todas estas comisiones, que se armaron para el engolosinamiento de algunas feministas de la academia y del poder, no amagaron siquiera con pasar la prueba de lo que el capitalismo le ofrecía a las mujeres del mundo por aquellos mismos años. Solo fueron una poderosa herramienta de cooptación y embellecimiento de un régimen de explotación y opresión y de sus instituciones, que se recrea hoy en buena parte del mundo, como en nuestro país, con la creación de ministerios y dependencias estatales “de género”. 

Por caso, desde 1993 se empezaban a conocer los crímenes que en la localidad mexicana de Ciudad Juárez se llevaban la vida de mujeres y niñas de entre 9 y 25 años en manos de empresarios de la zona y narcotraficantes en las famosas “maquiladoras” (Segato, 2006).

En ese mismo año, producto de las contundentes denuncias y protestas de los distintos movimientos de mujeres en el mundo, la Conferencia Mundial de Naciones Unidas sobre Derechos Humanos llevada a cabo en Viena reconoció por primera vez que la violencia contra las mujeres constituía una violación a los derechos humanos, y las Naciones Unidas llevó adelante la Convención sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación contra la Mujer, conocida por su sigla en inglés como CEDAW. En Argentina, este Tratado adopta rango constitucional en el año 1994.

También por esos años se desarrollaba la guerra de Kosovo, cuyos crímenes específicos hacia las mujeres (incluyendo violaciones masivas) en el marco de un genocidio, generaron el repudio del conjunto del movimiento de mujeres, lo que permitió que se tipificara en 1998 como crimen de lesa humanidad la violación sexual.

Sumado a esto, la última década del siglo XX, con las políticas de privatización y las crisis económicas como la del Tequila (1995) y la de los Tigres Asiáticos (1997), sumía en la pobreza a franjas enteras de la población en todo el mundo. Entre las cuales, como ya se desarrolló, las mujeres son abrumadora mayoría. En el curso de los primeros años del siglo XXI estalló una nueva guerra imperialista en Irak, donde las denuncias sobre violación de derechos humanos desbordaron en los medios de comunicación y los tribunales internacionales. 

En este sentido, es pertinente recordar que el imperialismo norteamericano utilizó, como herramienta de cooptación en su cruzada contra el pueblo de Irak, referencias a la necesidad de liberar a las mujeres oprimidas de Medio Oriente. Hillary Clinton, referente para muchas feministas de la academia y del poder, estuvo a la cabeza de este discurso, promoviendo con él uno de los ataques más devastadores en lo que va del siglo XXI. Si bien la situación de las mujeres de Medio Oriente es acuciante respecto de sus derechos fundamentales, y merecería la pena (en honor a su lucha) profundizar en un artículo específico sobre ellas, no queremos dejar de mencionar que el imperialismo norteamericano utilizó un discurso “feminista” para sumar adeptas a su política guerrerista, de avance político y económico sobre las masas de Medio Oriente.

Sobre techos de cristal y la participación de los estamentos del poder capitalista

La cooptación imperialista al movimiento de mujeres se ha basado en incorporar a algunas feministas a los staff de poder, creando comisiones, ministerios3Como el Ministerio de la Mujer creado por las feministas del poder y la academia referenciadas con el kirchnerismo y el difunto “Frente de Todos”., nuevos cargos y engrosando los nombres de mujeres en los distintos gobiernos.

Los hechos han refutado la idea de que las mujeres van a defender a otras mujeres, una presunción que oculta que el antagonismo de clase (en el cual se desenvuelve la opresión de género) constituye el eje ordenador en el mundo capitalista. El carácter irreconciliable de los intereses de estas clases antagónicas hace inviable cualquier tipo de fundamento biológico para que una mujer que defiende los intereses de la clase dominante, y gestiona su poder, defienda a las mujeres pobres. Los ejemplos son contundentes y abrumadores, desde Margaret Tatcher, pasando por Hillary Clinton, Ángela Merkel, Giorgia Meloni, la ministra de Desarrollo Social argentina Victoria Tolosa Paz… y la lista sigue. 

Al día de hoy, las mujeres representan el 22,8% de los miembros de gabinetes gubernamentales en el mundo, siendo Europa y América del Norte (con 31,6%) y América Latina y el Caribe (con 30,1%) las regiones con la proporción más alta (Women in politics 2023 map) Sin embargo, la situación de la mayoría de las mujeres en el mundo no solamente no ha mejorado, sino que empeora al calor de la descomposición cada vez más aguda de las condiciones materiales de vida a las que el capitalismo somete a la mayoría de la población mundial. 

Los distintos Estados, a través de sus consejeras feministas, lo único que han hecho fue “hacer visibles” datos que marcan una desigualdad económica brutal entre hombres y mujeres, y que no se han modificado por más “economía feminista”, “perspectiva de género” y campañas para difundir la necesidad de “compartir las labores domésticas”. Muy por el contrario, asistimos a un agudo crecimiento de la “feminización de la pobreza”. Los datos de pobreza, violencia doméstica y femicidios sugieren que la situación de las mujeres empeora acorde pasan los años. 

La “perspectiva de género” de las feministas del poder se basa en campañas por romper paredes y techos de cristal que son realmente inaccesibles para la mayoría de las mujeres del mundo. Colocan sobre los hombros cansados de las mujeres la responsabilidad de empoderarse y resolver individualmente una situación que se les impone cultural y materialmente. 

Con las mujeres, contra todo tipo de opresión, en la lucha por el socialismo 

Con lo expuesto, parece lógico concluir que la situación de la opresión específica sobre la mujer es un elemento no solamente funcional a la dominación de clase, sino además inherente. El capitalismo se ha demostrado impotente para resolver la desigualdad de género porque esta desigualdad es un pilar fundamental en su estructura de poder. Y es que, como hemos señalado en este artículo y en números anteriores de esta revista, los mecanismos de opresión a las mujeres están en el ADN de la estructura de dominación del capital. La lucha contra el sistema capitalista es el verdadero punto de partida hacia el fin de la opresión de género.

El camino lo muestra el movimiento de mujeres que sigue luchando por conseguir derechos y no se deja engolosinar por propuestas de participación en las instituciones del Estado, que son las que reproducen y buscan perpetuar la dominación capitalista. El camino es junto a las mujeres trabajadoras que pelean por sobrevivir todos los días parando la olla, organizándose en los comedores de los barrios y en las calles para defender su derecho a vivir mejor. Un derecho que choca de frente con lo que el capitalismo tiene para ofrecerle a la mayoría de la población. 

Es por eso que la lucha por los derechos de las mujeres confluye decididamente con la lucha de la clase obrera contra el capitalismo y la construcción de una sociedad que no esté organizada a partir de las necesidades del capital, sino por una sociedad que se organice sobre la base de las necesidades sociales. Solo despojándonos de las leyes del capital la mujer podrá comenzar a desarrollarse plenamente.

En este camino, las mujeres de los distintos países debemos profundizar la lucha por trabajo genuino con un salario igual a la canasta familiar. Igual salario por igual trabajo y guarderías en los lugares de trabajo. Por la separación de las iglesias de los Estados. Porque se haga efectiva una educación sexual integral y laica en todos los países. Por acompañamiento económico y asistencia psicológica gratuita y vivienda digna, a cargo del Estado, para las mujeres que sufren violencia doméstica. Por acceso democrático y sin revictimización a la justicia; dispositivos de atención y seguimiento para los hombres que ejercen violencia; y derecho a licencia por violencia de género en los trabajos (o cumplimiento efectivo de esta en los países donde ya existen). 

Es fundamental que la organización por los derechos de las mujeres sea independiente de los Estados y sus gobiernos. La puesta en pie de un Consejo Autónomo de mujeres y diversidades, cuyas autoridades sean revocables y electas por el voto directo, con plenas facultades para enfrentar la violencia y defender nuestros derechos, sería un paso fundamental en el reforzamiento de la lucha y de la organización que necesitamos.


Referencias

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Amestoy, N. (2012). Las mujeres en el protestantismo rioplatense 1870–1930. Franciscanum 54 (157), (pp 51–81). http://www.scielo.org.co/scielo.php?script=sci_artte

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