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José Martí y el Socialismo


Se cumplieron el 19 mayo 100 años de la muerte de José Martí (1859-1895), revolucionario cubano que encabezó la liberación de su país, colonizado hasta 1898 por España.


 


Hijo de un militar español radicado en la isla, José Martí se vinculó a los movimientos independentistas desde muy joven, y a los 16 años es encarcelado y deportado a España. Allí estudia leyes, luego viaja por Europa y regresa a América. Conoce a fondo la realidad política y social de México, Guatemala, Venezuela, entre otros países, y estando impedido de regresar a su patria se instala en Estados Unidos, donde vivirá como periodista durante más de 15 años, participando de la colonia de exiliados cubanos, promoviendo siempre la liberación de su país y de Puerto Rico (últimas colonias españolas). En 1892 funda, junto con algunos veteranos de la guerra de liberación de 1878, el Partido Revolucionario Cubano, trampolín para lanzar la guerra de independencia en 1895. Llegados desde Centro y Norteamérica en barcos al sur de la isla, inician una lucha en la que Martí sucumbe tempranamente.


 


La economía cubana estaba basada esencialmente en la producción de azúcar, y en la segunda mitad del siglo XIX se habían ido tecnificando paulatinamente los ingenios. También se desarrolló por esta época la industria del tabaco. Durante la independización de la mayor parte de América Latina, los terratenientes cubanos habían preferido la seguridad de su relación comercial con España y habían desistido de luchar por su liberación. Pero hacia mediados del siglo XIX la mayor parte de la producción azucarera era comprada por Estados Unidos, con lo cual la economía cubana dependía más de este país que de su metrópoli europea. A medida que la oligarquía se muestra desinteresada de la independencia, va surgiendo un sentimiento independizador en la clase intelectual y en la pequeño burguesía urbana, que se entronca también con los conflictos entre los pequeños campesinos, alejados de los puertos, y los terratenientes beneficiarios del comercio azucarero. También paulatinamente, un sector de la oligarquía cubana se va haciendo ‘anexionista’, es decir favorable a un pasaje de la dependencia de España a Estados Unidos.


 


El movimiento encabezado por Martí surge ante el crecimiento económico y político de Estados Unidos, que buscará en las Antillas y en Cuba un puente de lanzamiento para su dominio en toda América Latina. Martí asistió en calidad de reportero a la Conferencia Internacional Americana en Washington de 1889, primera de una serie de reuniones continentales promovidas y dirigidas por Estados Unidos con el fin de lograr una hegemonía en el continente. En estas conferencias (habrá diez más en los próximos veinte años) el principal objetivo de Estados Unidos consiste en lograr la unidad aduanera y la unidad monetaria de toda América. En ambos temas fracasará, en buena medida por la cerrada oposición de los países más vinculados a Inglaterra, como Argentina y Uruguay.


 


Es por estas tendencias hegemonistas que Martí escribe en los últimos días de su vida, ya desatada la guerra de liberación, que su misión es “impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso.” En esta misma carta a su amigo Manuel Mercado, Martí prefigura para Cuba un dichoso porvenir como centro del comercio en todo el mar Caribe, lugar privilegiado que le permitiría progresar como país.


 


Sin embargo la guerra de independencia no fue como Martí la imaginó. Estados Unidos se entrometió en la guerra mediante un ardid, inclinó la balanza favorablemente a los cubanos y luego pactó directamente con España la independencia, pasando a ser desde ese momento un factor determinante en la política cubana, rigiendo sus destinos por intermediación o por invasión hasta 1959. Evidentemente la dirección de la guerra le había sido burlada a la pequeño burguesía democrática y nacionalista, y había pasado a la oligarquía aliada a los Estados Unidos.


 


La permanencia de Martí en Estados Unidos es de fundamental importancia. Vivía como periodista, y sus artículos se publicaban en diarios de toda América Latina. Creador de una de las mejores prosas de la lengua castellana, su pluma dejó testimonio de los principales sucesos europeos y americanos en los años 80 y 90 del siglo pasado. Fue testigo del crecimiento de los Estados Unidos después de la guerra civil y, acorde con ello, del crecimiento de la población obrera y de sus partidos y sindical. Por otra parte, conectado con buena parte de la clase dirigente latinoamericana, fue nombrado por la Argentina, Uruguay y Paraguay cónsul plenipotenciario ante los Estados Unidos. La aceptación por parte de Martí para hacerse cargo de una representación de los estados oligárquicos del Cono Sur obedece a que estos países eran los más relacionados a Inglaterra y se oponían a la hegemonía yanqui en América Latina, no por antimperialismo sino por un proimperialismo de otro signo. Esta postura de Martí se observa con claridad en sus crónicas de la Conferencia Americana de 1989 ya mencionada. Allí no sólo previene a los países latinoamericanos contra la voracidad de su vecino más fuerte, sino que destaca elogiosamente los obstáculos que la delegación argentina pone en el camino de la ‘demagogia’ yanqui.


 


José Martí, ‘apóstol’ del PC cubano


 


La visión que el stalinismo cubano tiene de Martí es absolutamente carente de criticismo marxista. Similar a la estúpida idealización de los próceres de nuestras republiquetas burguesas, Martí es presentado como un dios, un marxista sin Marx (por su visión de los oprimidos), un leninista sin Lenin (por su partido ‘único1), un castrista sin el Che, que también vino por mar desde el continente, desembarcó en el sur y quiso derrocar una dictadura. Todos insisten en que Martí tuvo en gran consideración a los oprimidos, a ‘los pobres de la tierra' y aun al proletariado.


 


Blas Roca, dirigente histórico del PC cubano, dice que “Martí siente la fuerza del proletariado, comprende la razón de su causa y sabe que la lucha por la independencia necesita de su concurso” (1). y luego acumula una docena de citas y referencias que no confirman la vocación ‘obrerista* de Martí. Julio Antonio Mella (2). va más allá y afirma que de haber sobrevivido Martí a la guerra habría estado en la fundación del Partido Socialista en 1899. En cambio, se acerca más a la verdad Isabel Monal cuando señala la ‘desorientación’ de Martí con respecto al problema obrero. Todos aceptan, en definitiva, que este aspecto de la ideología martiana puede ser entendido con las limitaciones correspondientes a su época. Dice Juan Marinello: “Sacar a Martí de su tiempo sería gran despropósito” (3).


 


El 'tiempo de Martí' no fue el enclaustramiento en su colonia precapitalista y retrasada. El tiempo de Martí transcurrió en uno de los centros del comercio y la cultura mundiales como ya lo era Estados Unidos. Asistió a la manifestación del problema obrero en Norteamérica y a su desarrollo, y las manifestaciones de 1886, la creación de sindicatos, la extensión de las agrupaciones políticas a todo lo ancho del territorio lo prueban. Por otra parte, el capitalismo y con él el proletariado, había sido, era y sería un fenómeno internacional. Comprenderlo no era una preocupación superficial referida a un suceso exótico y distante: comprender el capitalismo era arribar al conocimiento de la fuerza histórica que ya había arrasado con todas las barreras, económicas, políticas y espirituales, que se oponían a su avance en el mundo y que se había instalado en la misma Cuba.


 


Evidentemente Martí se aparta en buena medida de los ‘próceres’ fundadores del resto de países de América Latina. En la conformación de los Estados latinoamericanos, los revolucionarios e intelectuales tomaron casi como premisa la de oponerse a la barbarie, es decir a las masas, y tomar partido por las oligarquías en contra de la mayoría explotada de la nación. Martí no sólo defendió en sus escritos a las masas trabajadoras, sino que una de las características de la guerra de liberación era tratar de sublevar a los negros y a los campesinos, enfrentándolos a los terratenientes y al ejército español. El gran drama de los libertadores de América era cómo desalojar a los españoles sin generar por ello una sublevación de los indios, los negros y las diferentes clases explotadas. Todos adhirieron a teorías más o menos racistas y discriminatorias exaltando la ‘civilización’ que ellos mismos representaban. En la época en que Martí se forma políticamente estaba en auge el positivismo racista que fundaba el sometimiento en las mar cas genéticas de las clases inferiores v sin embargo Martí se apartó decididamente de esas teorías.


 


Por estos factores es interesante ver qué postura tuvo José Martí frente al movimiento obrero de su época, fenómeno que abordó en varios de sus artículos periodísticos. Y esto, si bien es sólo un aspecto de las ideas de Martí, tiene una gran importancia para ubicar en su justo término al pensador y al luchador.


 


El ‘problema’ obrero


 


Con fecha 29 de marzo de 1883 escribe una crónica de los funerales cívicos que en Nueva York rinden a Karl Marx, muerto ese mes. ¿Qué dice del gran revolucionario? “Como se puso del lado de los débiles, merece honor. Pero no hace bien el que señala el daño, y arde en ansias generosas de ponerle remedio blando al daño”. Es decir, está bien que haya pensado en los pobres, tiene un alma generosa y cristiana, pero no “enseñó remedio blando”, sino violento  Karl Marx estudió la manera de erigir una sociedad más igualitaria, “pero… (otra vez “pero”) anduvo de prisa, y un tanto en la sombra”. Es interesante que Martí, un contemporáneo, reconozca que Marx fue un revolucionario, cosa que aún hoy niegan socialdemócratas e intelectuales ‘marxistas’. Las acusaciones son claras, aun en el lenguaje poético de Martí: Marx era un conspirador (“en las sombras”) y propugnaba soluciones violentas para el problema social. En el mismo artículo Martí afirma que el trabajador norteamericano es de naturaleza cautelosa, y lo podría demostrar “si no le virtieran en el oído sus heces de odio los más apenados y coléricos de Europa. Alemanes, franceses y rusos guían estas jornadas”. La teoría del extranjero conspirador opuesta al criollo manso, que fue el caballito de batalla de la oligarquía represiva argentina, es asumida aquí por Martí. En otra crónica (27 de abril de 1886) dirá que la violencia de los trabajadores se  debe a que no los atan "los frenos del patriotismo”.


Otro grupo de crónicas pertenece al año 1886, cuando una ola de huelgas insurreccionales se desata en Estados Unidos, reclamando las ocho horas de trabajo. Martí reconoce que los reclamos se originan en la miseria, pero no aprueba los métodos de lucha para conquistarlos. “De buena voluntad no se le ha dado nada: ella (la clase obrera) ha tenido que irlo arrebatando todo: por la organización, por la huelga, por el asedio — que llaman ahora ‘boicot’— siempre por un medio violento.”


 


Habla del peligro obrero y su remedio: “El peligro está en la absorción de los derechos públicos por los obreros exigentes y rencorosos: no quieren que se emplee sino a los que a ellos les place, y son sus asociados; niegan a las empresas el derecho de despedir a sus empleados, pretenden imponer como capataces de las fábricas a obreros que son desagradables a los dueños de ellas; casi no quedaría derecho alguno a los dueños y empresarios en sus fábricas y compañías si se accediese a todo lo que piden los obreros. El remedio está en la vivacidad con que se ha entrevisto el peligro, y en la disposición que muestra la gente de paz a rechazar mano a mano la invasión obrera.” Aplaude entonces las ‘asociaciones de ciudadanos' dispuestos a enfrentar a los obreros.


 


Se deshace en elogios para los Caballeros del Trabajo. Esta era una central sindical, dirigida en esos años por Powderly, del ala más moderada y que “abominaba las huelgas”. Y afirma que las huelgas no salieron de su dirección sino de las bases, pues los Caballeros del Trabajo debieron “prohijar a las asociaciones fanáticas o turbulentas”. Y sigue Martí: “En cuanto a huelgas y a asedios, ya se ve que el país reconoce sus razones, pero no soportará mucho tiempo sus excesos”.


 


Hay que observar aquí que Martí, si bien alaba la prudencia y la moderación de Powderly y los Caballeros del Trabajo, no se identifica con ellos, se identifica en todo momento con la opinión pública de una supuesta clase media que reconoce que los obreros pidan por sus reivindicaciones pero que rechaza de plano la lucha de clases. Martí, varias veces en sus artículos, aboga por el arbitraje, por la mediación. Por ejemplo, ante la huelga ferroviaria del sur, “una junta de ciudadanos de lo mejor de San Luis intervino largamente como mediadora entre los obreros y el ferrocarril”. Y afirma cuando ya la represión se desencadenó: “Es general esta tendencia al arbitramiento general, la atención al gran problema, la fe en la sensatez pública, y como cierto legítimo orgullo, que ya se nota, de ver cómo el aire de la libertad tiene una enérgica virtud que mata a las serpientes”. Es decir que para Martí los aires de libertad sólo se consiguen matando a las serpientes que envenenan ese aire, no arrebatándole a los pudientes sus tesoros exclusivos, generadores de miseria.


 


Con la ola de huelgas de 1886 se conforma una “comisión de arbitramiento” en Washington, donde participan tanto “Jay Gould, el millonario duro y desdeñoso que preside en el ferrocarril, mas no en el cariño público”, y Powderly, “el gran maestro de la orden de los Caballeros”. Martí, ubicándose en el centro, no hace más que ponerse en el punto de vista de la opinión pública, del Estado como ente que defiende el ‘bien común’ y el ‘interés general’, el representante de ‘todos los ciudadanos”. Mientras la comisión de arbitramiento se reúne, bien está que la policía reprima a los que siguen en la huelga, con el beneplácito de Martí y de Powderly, porque entonces se respirarán mejor los aires de libertad’.


 


La coronación de la obra represiva que se descargó sobre las huelgas de 1886 fue el encarcelamiento, juicio y condena a muerte de 5 dirigentes anarquistas que tras su muerte son conocidos aún hoy como los “mártires de Chicago”. Símbolo de la lucha por las ocho horas de trabajo, un Congreso Socialista en 1889 decretó que desde el 1° de mayo de 1890 todos los obreros del mundo se manifestaran al unísono por sus reivindicaciones, como jornada de combate internacional. En Estados Unidos el juicio y ejecución de los dirigentes obreros generó un gran debate, pues el mismo gobierno intentó que fuera un castigo ejemplarizador.


 


Martí (al igual que su ‘amigo’ Powderly, líder de los Caballeros del Trabajo) apoyó el ajusticiamiento, calificando con las palabras más groseras a las víctimas: “Míseros, incapaces de llevar sobre su razón floja el peso peligroso y enorme de la justicia", “cría de asesinos”, “hombres de espíritu enfermizo o maleado por el odio”. Cita al fiscal, y no lo retruca, quien dice que los anarquistas “pudrían, como el vomite del buitre, todo aquello a que alcanza su sombra". Llenándose la boca de odio, Martí acuerda con el fiscal y con el veredicto, justificando entonces la pena de muerte.


 


En noviembre de 1887 llevan a los cuatro anarquistas a la horca (el quinto se suicidó en la cárcel poco antes) y Martí escribe una crónica al respecto. Su tono cambia parcialmente: ahora denuncia los vicios del juicio y los falsos testimonios (en su crónica inicial destacaba especialmente que hasta “los mismos amigos” de los acusados testimoniaban en su contra). Además acusa a los diarios de derecha que pintaban a los anarquistas como “bestias dañinas”. ¿Y qué hizo el mismo Martí un año antes? No otra cosa que dejarse arrastrar por la ‘opinión pública’ y dejarse presionar por las ‘razones de Estado', participando en el delirio nacional que pedía la cabeza de los dirigentes de las revueltas obreras en Chicago.


 


Martí pudo escapar al juicio de la historia, encubierto por los endiosa-dores y glorificadores del ‘Apóstol’ (como lo llaman en Cuba) que creen haber superado el ‘culto a la personalidad’, sin ver que aún ese rasgo menor del stalinismo lorepiten sin cesar un día y otro con los viejos y con los nuevos dirigentes del movimiento social. ¿Qué harán todos los 1° de mayo en Cuba? ¿Sacarán en el Granma un artículo reproduciendo los insultos de José Martí a los mártires de Chicago?


 


Una “escena norteamericana”


 


Isabel Monal (4) acierta al destacar la importancia del apoyo de Martí a Henry George. Era éste un periodista y político populista que cobró notoriedad con su libro Progreso y pobreza. En él se denunciaba la miseria aparejada por el capitalismo y se ofrecía como solución la nacionalización de la tierra, su arrendamiento por parte del Estado a todo el que la trabajara y el cobro de un impuesto único equivalente a la renta producida. De gran éxito en Estados Unidos en los años 80, sus doctrinas fueron muy apoyadas por los irlandeses (en especial por sectores de la iglesia católica) y se emparentaron con los narodniki (populistas) rusos. Muy del gusto de Martí, por sú moderación, la abundancia de citas bíblicas y el aire angelical de sus arengas, el cubano dijo de Geórge que era “el reformador más sano e ingenuo que estudia hoy el problema del trabajo”. Marx, en cambio, opinaba que representaba el' último intento posible por idear una solución económica para la pobreza sin salirse de los marcos del capitalismo.


 


Este buen Henry George se presentó en 1886 como candidato a alcalde de Nueva York, y Martí le dio su apoyo sin condiciones, así como se lo dieron una parte de la iglesia católica, el ala moderada de los sindicatos (Powderly) y los socialistas, George araña el triunfo, sacando 70 mil votos. Al año siguiente se producen elecciones presidenciales y el Partido Obrero Unido de George amenaza con romper la alternancia bipartidista de demócratas y republicanos. Sin embargo, deseoso de ganarse los votos de la clase media, rompe con los socialistas y reafirma sus posturas moderadas con respecto al problema obrero. Esto hunde su candidatura y descienden sus votos en Nueva York a 30 mil, menos de la mitad que el año anterior. Martí, después de haber celebrado la depuración de izquierdistas que realizara George, le reprocha a los socialistas que no le hubieran dado sus votos a su candidato ‘apostólico’.


 


A partir de esta experiencia, Henry George va a ser más decididamente antisocialista, mientras que Martí va a reforzar el antisocialismo de que ya hacía gala anteriormente. Isabel Monal, en cambio, piensa que con la experiencia populista norteamericana, Martí da un giro a sus ideas y comienza a apoyar las luchas de las clases oprimidas contra las oligarquías capitalistas, “como cabe interpretar de sus escritos, en su conjunto y no por frases sueltas”, es decir en ningún lado. Sin embargo, la realidad es que este apoyo político es toda una definición política ‘democrática’ para Martí, ya que se trata de una candidatura centroizquierdista como las que abundan cien años después en toda Latinoamérica, que rompen con su izquierda para ganarse a la clase media y coquetear con los poderes y por ese mismo motivo naufragan entre dos orillas, de las cuales una recién abandonaron y otra los rechaza por poco confiables.


 


La candidatura de Henry George y su ruptura con los socialistas fue un acontecimiento decisivo en la historia del movimiento obrero norteamericano. Definió rumbos y provocó la reestructuración del socialismo y de los sindicatos. Su fuerza radicó no tanto en el movimiento obrero como en la derrota de éste en la gran huelga de 1886 y significó el primer intento de la pequeño burguesía por aglutinar detrás de sí al proletariado. José Martí, observador atento, no fue ajeno a esos designios.


 


La clase obrera cubana y la guerra de independencia


 


De todas las afirmaciones artificiales para justificar a Martí, la más fantasiosa es la que dice que el proletariado aún no estaba desarrollado y por eso el único “horizonte político y epistemológico” del poeta era la revolución nacional y la independencia. En realidad, al momento de iniciarse la guerra de independencia, el proletariado cubano tenía ya un gran desarrollo organizativo y político. Los sindicatos se contaban por centenares y sus afiliados por miles. La industria más importante en las ciudades era la tabacalera y ésta fue la columna principal de los trabajadores. Los primeros organizadores obreros, de los años 70, eran reformistas y favorables a la dominación española. Pero en los años 80 llegaron muchos trabajadores emigrados de España, que tenía una extendida organización obrera dominada por el anarquismo. Estos pronto se hicieron fuertes en Cuba y encabezaron el ascenso obrero que se vivió en la isla desde 1887 hasta la independencia, contándose innumerables huelgas y reclamos(tabaco, construcción, toneleros, cocheros, etc.) con enormes muestras de solidaridad por parte de los demás gremios.


 


El proceso de organización y lucha obrera de esos años se puede comparar con el que se dio en Argentina recién hacia el año 1900. No sólo por la extensión y virulencia de las luchas sino además por la característica de que los anarquistas, en general reacios a todo tipo de organización, en Cuba (al igual que en la Argentina del 900) tendieron a unificar sindicalmente a todos los obreros, creando la Sociedad General de Trabajadores (SGT) y logrando de esta forma superar a los reformistas. Incluso uno de sus dirigentes más importantes, Enrique Roig San Martín, muerto en 1889, tuvo aparentemente simpatías por el socialismo marxista.


 


Esto nos plantea un panorama totalmente diferente a la imagen de la independencia de Cuba similar al periodo independentista del resto de Latinoamérica, donde por debajo de los terratenientes y un puñado de intelectuales a su servicio, sólo había campesinos, indígenas y un incipiente proletariado, todos ellos hundidos en el marasmo del servilismo y la ignorancia. En Cuba el movimiento independentista, encabezado desde los años 80 por la pequeña burguesía y los intelectuales, contaba con un proletariado organizado y combativo, dirigido por una fracción belicosa, al menos a los ojos de las clases dominantes.


 


Pero se debe tener en cuenta que los anarquistas, contrarios a toda discusión sobre el Estado, eran, en principio, enemigos de la independencia, en el sentido de que no podían apoyar la instauración de ‘otro’ Estado independiente. Por lo tanto se abstenían de todo pronunciamiento sobre la independencia de Cuba con respecto a España, siendo que todas las fuerzas subjetivas y objetivas tendían a separar a la isla caribeña de su dominación, acercándola más hacia el área de dominio norteamericano. Pero como dijo Trotsky, los anarquistas rechazan la política hasta que ésta un día los agarra del pescuezo, y así fue que en un congreso obrero de 1892, a propuesta de los mismos dirigentes anarquistas, se aprobó una moción que representó un viraje en la postura hacia la independencia, que decía: “Sería absurdo que el hombre que aspira a su libertad individual, se opusiera a la libertad colectiva de un pueblo, aunque la libertad a que ese pueblo aspira sea a esa libertad relativa que consiste en emanciparse de la tutela de otro pueblo” (5). Este “no oponerse”, que en realidad reflejaba las intensas presiones de las bases obreras sobre la dirigencia libertaria, se convirtió rápidamente en un “apoyarse”. Los dirigentes anarquistas entraron en contacto con los miembros del Partido Revolucionario Cubano, de Martí, y no sólo le dieron su apoyo en Cuba sino fundamentalmente en la extensa colonia obrera de la península de Florida, donde se habían instalado algunas fábricas tabacaleras de cubanos en Tampa y Cayo Hueso. Los cerca de 30.000 obreros cubanos que trabajaban en Estados Unidos conformaron la base principal del asalto por mar que se desencadenó en febrero de 1895.


 


La organización combativa de la clase obrera cubana es el verdadero telón de fondo sobre el cual se juegan las decisiones de Martí en referencia al lanzamiento de la insurrección independentista. El giro decisivo de los acontecimientos lo aportan los anarquistas al iniciar, en ese congreso obrero de 1892, la subordinación política de la clase obrera a la dirección burguesa de la guerra. Y ése no es solamente el origen de la independencia, sino también el origen del endiosamiento de José Martí, quien pudo manipular a los dirigentes anarquistas a su gusto, evitando que el proletariado tuviera una actitud independiente v de clase para derrotar al ejército español.


 


Enrique Messonier, uno de los principales dirigentes de la SGT, se puso en contacto con Martí y actuó de ‘enlace’ entre los obreros anarquistas de Florida y el PRC. En una carta, con motivo de un mitin obrero celebrado en Cuba, le sugiere “que las gestiones que en un futuro realizara” la comisión elegida en el mitin, “debían estar sometidas a la decisión del partido (PRC), como una norma que regulara sus actos”. Messonier, después de la guerra, terminó como un vulgar dirigente antiobrero y mezclado a la política burguesa. Por otra parte, el anarquismo proveyó de hombres, dinero y apoyos diversos al ejército independentista. El otro gran dirigente de la SGT, Enrique Crecci, murió combatiendo en la llanura de Matanzas.


 


Es constante en la historia del anarquismo observar cómo corrigen un error con el error contrario. Aquí en Cuba se opusieron a considerar el problema de la independencia, cayendo en el ‘antiestatismo' sectario. Finalmente se ‘corrigieron’ subordinándose completamente a los dictaos del PRC. Liquidaron la actividad sindical en las ciudades cubanas. La casi desapareció y pasó a manos je sectores reformistas y favorables a España. A pesar de todo esto, durante los 4 años de la guerra hubo innumerables huelgas por reivindicaciones concretas en diferentes gremios, que sin embargo estaban huérfanos de una dirección revolucionaria que guiara sus pasos en la lucha contra el ocupante español.


 


Si bien no le cabe la misma responsabilidad que a los anarquistas, Carlos Baliño, el único marxista cubano de esos años, que vivía en Estados Unidos, también se integró al partido de Martí y fue uno de sus organizadores.


 


Fernández Retamar, en el libro Cuba: una revolución en marcha (6), afirma que no es aceptable presentar a Martí “como reformista o moderado: luchó por hacer, para su circunstancia, lo más radical que el proceso histórico le permitía. Puesto que una actuación más hacia la izquierda no era entonces históricamente factible en un país colonial”. Pero una cosa es que en Cuba no hubiera una posibilidad más radical de actuar, y otra muy distinta es que en el proceso de lucha de clases internacional Martí no pudiera ver la envergadura y la perspectiva que tomaba el movimiento socialista y obrero. La amplia organización del proletariado cubano, su combatividad, su internacionalismo (a diferencia de Martí, apoyaron la lucha contra la ejecución de los mártires de Chicago; desde 1890 conmemoraban el Io de mayo, etc.) demuestra que estaban dadas las condiciones para plantear y desarrollar una política independiente frente al problema de la guerra, que no significaba tener uña política opuesta al PRC de Martí, sino mantener la organización, acrecentar la lucha por las reivindicaciones propias y combatir al gobierno español con los métodos históricos de la clase obrera. La política ‘más radical posible’ en 1895 era ésta, no para Martí, sino para la clase obrera cubana.


 


Por todo esto, el endiosamiento de Martí es un ‘operativo histórico’ del stalinismo dedicado a reivindicar la subordinación política del proletariado cubano en el transcurso de la guerra. Ese es el momento ‘armonioso y maravilloso’ en el cual por fin el stalinismo (chupamedias internacional de cuanto burgués, progresista o no, los dejara cobijarse bajo su paraguas ‘legitimador’) en el cual el ‘pueblo’ y su líder ‘natural’ forman un solo cuerpo, como el devoto se une a Cristo a través de la hostia. Al grito de “Nada sin Martí” son conscientes de que al defender 7a política más radical’ de 1895 defienden por elevación 7a política más rastrera’ de seguidismo a las direcciones burguesas, constante en su negra historia de entregas y traiciones.


 


La fundación del Partido Revolucionario Cubano es glorificada ahora por el PC como un antecedente del ‘partido único’ que rige los destinos de la Cuba de hoy. Pero también es glorificado porque es la corporización de un frente policlasista, donde el proletariado, que ya estaba maduro parra tener una voz propia, es compelido a actuar bajo la disciplina impuesta por los generales más cercanos a la oligarquía. Acierta por la negativa Ramón de Armas cuando afirma que “no se trata de una conciliación de clases, de una identificación de intereses o de una erradicación supuesta de diferencias clasistas” (7). Para Armas el PRC, amalgama de todos los sectores de la emigración, es ya la prefiguración de la república. ¿Pero qué será la república cubana sino una sociedad donde convivan clases con intereses diferentes y antagónicos, dirigida en última instancia (al igual que el PRC) por la oligarquía y la burguesía?


 


La subordinación de la clase obrera cubana al PRC trajo dos consecuencias. Primeramente, una militar. De adoptarse otra actitud, la cruzada martiana habría tenido un apoyo decisivo en la lucha insurreccional de las ciudades del Oeste de Cuba, que fue la zona más difícil de conquistar militarmente. La guerra, ya no orientada por Martí sino por su partido, quedó reducida al campo y a las zonas más alejadas de La Habana. Y aunque el ejército español era derrotado una y otra vez, el Oeste de Cuba parecía inexpugnable. La guerra tuvo n curso lento y doloroso hasta que Estados Unidos decidió entrometerse y le arrebató la dirección de la guerra a los mismos cubanos.


 


La segunda consecuencia fue el debilitamiento de la organización proletaria y la derechización de sus dirigentes. La SGT se disolvió cuando terminó la guerra, desprestigiada por su último apoyo a España. La central que la reemplazó no tuvo mejor actuación. En sus bases figuraba una cerrada defensa del Estado cubano contra todo el que atentara contra él, y la misma clase obrera le dio la espalda en poco tiempo. Los anarquistas fueron capturados para la política democratizante. En 1899 Diego Vicente Tejera funda un partido socialista reformista, que se autodisuelve a los pocos meses… porque tuvo mala acogida en los diarios y en los salones. Recién en 1902 se funda el primer círculo de propaganda marxista con Carlos Baliño a la cabeza. Y sin embargo, la clase obrera sufría en esos años una carestía y una miseria sin precedentes, producto de la guerra y la ocupación militar yanqui, y salía a la lucha una y otra vez, demostrando que ‘la política poco radical’ de sus direcciones no había estado a la altura de los acontecimientos.


En definitiva, hemos cumplido con lo que nos 'exigían' los dirigentes stalinistas cubanos: no hemos sacado a Martí de su tiempo, no lo hemos interpretado fuera de la realidad de su país. Sólo lo hemos hecho empalidecer un poco, contrastándolo con el brillo que la clase obrera siempre imprime a los movimientos donde participa.


 


NOTAS:


1. .Jose Marti, revolucionario radical de su tiempo. Casa de las Américas n° 76. enero 1973


2 Glosando los pensamientos de .losé Martí. Casa de las Américas n° 7. enero 1973


3 Cuadernos de Cultura n° 56. Buenos Aires, marzo de 1962


4. José Marti: del liberalismo al democratismo antiniperialista. en Casa de las Américas n° 76. enero 1973


5. Citado en Historia del movimiento obrero cubano. I<S'65-/95<S publicación del CC del PC cubano. Editora Política. La Habana. 1985


6. Una selección de artículos de diversos autores editada por Ruedo Ibérico. París. 1967


7. Casa de las Américas n° 76. enero de 1973

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