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“Volver a Educar” de Adriana Puiggros


Adriana Puiggros es una de las pedagogas más destacadas del país.


 


En los años 70 revistó en las filas de la llamada izquierda peronista. En ese convulsionado período, su padre, el conocido historiador Rodolfo Puiggros, fue nombrado rector de la UBA.


 


Adriana Puiggros, integra en la actualidad, el Frente Grande y en tal condición fue electa Convencional Constituyente por esa fuerza en el año  1994. Autora de varios libros de educación y pedagogía acaba de editar uno nuevo, que lleva por título “Volver a educar”, “El desafío de la enseñanza argentina a fines del siglo XX”.


 


Diagnóstico


 


Adriana Puiggros comienza sus reflexiones trazando un diagnóstico: “La utopía de D.F. Sarmiento ha fracasado”, dando por concluida la experiencia educativa liberal, “La Argentina neoliberal encama el fin de aquel proyecto; el tejido social y cultural, que en cien años de vida alcanzó un entramado aceptable, se ha desintegrado” (pág. 9).


 


El 'neoliberalismo' se ha adueñado de la escena política y educativa. La reducción de los presupuestos educacionales, la descentralización privatizante de los sistemas escolares, la pérdida del nivel adquisitivo y la propaganda de desprestigio profesional de los maestros han pasado a ser las tendencias dominantes en materia de política educativa.


 


Frente a este avance ‘arrollador' del neoliberalismo, no surgieron ‘políticas alternativas’ Según la autora, estamos en presencia de un vacío programático. El neoliberalismo no encontró una oposición marxista o estrategias educacionales socialistas. “Fracaso de las perspectivas linealmente evolucionistas, fracaso de los proyectos de transformación revolucionaria basados en la concepción leninista y marxista, insuficiencias del marxismo y del funcionalismo, todos estos acontecimientos produjeron un hueco estratégico y programático” (pág. 129).


 


Más aún, Adriana Puiggros señala que esta confusión provocó el desplazamiento de la intelectualidad al campo ‘neoliberal’ convenció a buena parte de los mejores cuadros pedagógicos latinoamericanos de la legitimidad de incorporarse como técnicos de los gobiernos de ajuste” (pág. 162).


 


Marxismo y ‘reduccionismo’


 


Adriana Puiggros procura darle un fundamento teórico a sus afirmaciones.


 


La izquierda, según ella, no logró superar un pensamiento “trasnochado”, “que dominó la escena educativa en los años 70” “La relación entre educación y sociedad se reducía a las determinaciones económicas y las alternativas tendían a ser maximalistas. Se pensaba que el cambio en las relaciones de producción de las sociedades era causa suficiente de la transformación pedagógica y costaba pasar más allá de la denuncia” (pág. 125).


 


La autora considera “reduccionista” adjudicarle un contenido de clase a la actividad educativa. Objeta el punto de vista de los marxistas a los que califica de “reproduccionistas”, esto porque destacan la función ideológica de la educación al servicio de la clase dominante, dirigida a la perpetuación —y ‘reproducción’ precisamente— del orden social vigente. “La educación — dice— no puede reducirse a la imposición de un arbitrio cultural, a un recorte hecho a la medida de la clase dominante. Educadores y educandos no son una proyección de sujetos sociales o políticos. Ellos no representan simplemente a la burguesía o al proletariado y ni siquiera al estado o a la iglesia actuando sobre la conciencia de los educandos” (pág. 112).


 


Según la pedagoga, hay otros factores que trascienden la división clasista de la sociedad y que están presentes en el ámbito pedagógico. Por ejemplo, menciona la autora, los docentes organizados gremial y políticamente que se erigen como una interferencia para los planes educativos oficiales. Pero esto no nos debe hacer perder de vista la naturaleza de clase de esos planes. Los docentes no fijan la política educativa, ni sus contenidos, los que son privativos del estado. El uso que hagan los docentes de las aulas, el ejercicio de su independencia de criterio y hasta como tribuna de oposición, se ve superado con creces por el dominio indiscutido que ejerce la burguesía sobre el aparato educativo, que le permite que éste satisfaga su función ideológica de sometimiento y dominación.


 


Toda la pedagogía moderna —según Adriana Puiggros.— tanto desde el lado liberal como desde el marxista, tendieron a dosificar a los educandos v los convirtieron en objeto de la manipulación del educador”. La autora propone destacar, en cambio, al educando como sujeto activo, hasta el punto que pretende consagrar, a partir de allí, las premisas de una nueva perspectiva pedagógica y posibilidades de transformación educativa.


 


A. Puiggros dice apoyarse, para ello, en Paulo Freire (1) y ni más ni menos que en Marx. “La teoría materialista —cita al fundador del socialismo científico— de que los hombres son productos de las circunstancias y de la educación y de que, por lo tanto, los hombres modificados son productos de circunstancias distintas y de una educación distinta, olvida que las circunstancias se hacen cambiar por los hombres y que el propio educador necesita ser educado” (Marx, Tercera Tesis sobre Feuerbach). Pero mientras Marx procura llevar el papel activo del sujeto, la acción transformadora de los hombres al terreno de la lucha de clases y de la revolución social, Adriana Puiggros la sustrae para darle a la actividad pedagógica una entidad autónoma.


 


Para hacer justicia y sin pretender adentrarnos en su doctrina y enseñanzas, Paulo Freire tampoco se ilusiona con salidas educativas autónomas. “Si la práctica de la educación implica el poder político —señala el pedagogo brasileño— y si los oprimidos no lo tienen ¿Cómo realizar, entonces, la pedagogía del oprimido antes de la revolución? Paulo Freire circunscribe su conocida teoría sobre “pedagogía del oprimido” a una práctica auxiliar que llama a abrazar a alumnos y maestros identificados con la causa de la emancipación. En ese sentido, el especialista brasileño distingue entre “la educación sistemática” que “sólo puede transformarse con el poder” y “trabajos educativos” que “deben ser realizados en el proceso de su organización” (2).


 


¿Nueva propuesta o desplazamiento ideológico?


 


¿Qué nos propone A. Puiggros?


 


“Para doblar la mano del neoliberalismo es necesario que los sectores democráticos de la sociedad civil se fortalezcan.” “No se trata de proyectar un estado monopólico ni de derivar el financiamiento educativo a las corporaciones. Es necesario que un estado responsable y democrático sea el ente principal para el financiamiento de la educación pública”.


 


Cancelada la perspectiva ‘maximalista’ la propuesta ‘realista’ y pragmática'’, como ella la califica, consiste en… confiar en la misma fuerza social que hoy encarna el ‘neoliberalismo’. Es la clase capitalista, a través de su 1estado democrático’ la responsable de la ofensiva que se está ejerciendo contra la educación que patéticamente Puigross describe en su libro. El régimen ‘democrático’ no sólo no se ha revelado una valla para los planes corporativos y empresarios sino que ha sido el principal vehículo de ellos. Todas las iniciativas que la autora se encarga minuciosamente de mencionar, desde el traspaso de los colegios medios hasta la ley de educación, el desfinanciamiento educativo, pasando por el avance confesional han tenido un tratamiento ‘democrático’ y hasta constitucional.


 


Contra lo que sostiene la autora, no asistimos a una confrontación de ‘modelos’. La tentativa —y su puesta en práctica— de reformas educativas no responden a un principio ideológico sino a profundos intereses materiales. Los planes en materia educativa no han nacido en los gabinetes de pedagogos e investigadores sino en las oficinas de las cámaras y fundaciones empresarias (UIA, FIEL, etc.) o de los órganos del capital financiero internacional (Banco Mundial, BID). La reforma educativa es un instrumento para atacar el salario de los trabajadores (eliminando la educación gratuita); descalificar el proceso de formación educacional y abaratar la mano de obra; reducir los costos educativos (y consagrar el presupuesto al pago de acreedores y capitalistas y abrir nuevas fuentes de lucro —privatización— a expensas de la población explotada). La política estatal responde a este imperativo y las instituciones de la democracia no pueden sustraerse a estas presiones de la clase capitalista.


 


Esto no se le escapa a una intelectual de la estatura de A. Puiggros. El ‘realismo’ más elemental consistiría en reconocer estas tendencias, pero es increíble que considere que de la mano de ellas se puede desembocar en una transformación ‘progresista’.


Adriana Puiggros hace una defensa de la educación privada, denunciando “un falso antagonismo, dado que ambos (privados y estatales) no son esencialmente incompatibles” (pág. 23). “Lo público y lo privado —agrega— Son espacios de constitución de social, términos necesarios en la sociedad moderna" (pág. 232). Consecuentemente con ello, no se opone a la incursión privada. Todo lo contrario, propone”un programa de estímulos para la inversión educativa por parte de empresarios y particulares” (pág. 228).


 


La autora apoya la sustitución de la secundaria por la polimodal (que es el corazón de la reforma educativa menemista), aunque advierte “que se degrade transformándose en una fuente de mano de obra barata”, cuando la principal función del cambio es precisamente ésta.


 


Adriana Puiggros denuncia el papel del Banco Mundial, las ataduras y condicionamientos que genera, lo que no le impide aceptar los préstamos de éste y otros órganos financieros, reclamando eso sí, bases equitativas, que contemplen “los intereses de todas las jurisdicciones”.


 


Se declara también partidaria de la ‘descentralización' y de la “ley de educación” —“un instrumento que el país necesitaba hace un siglo”— aunque se lamenta de la transmutación que ha sufrido como si hubiera algún otro contenido posible, haciendo total abstracción de las fuerzas sociales que lo motorizaban y estaban detrás de estos proyectos.


 


En el texto se propone tímidamente “un sistema de contralor y publicidad de la inversión educativa de procedencia pública y privada con la participación de la comunidad, en especial de las organizaciones no gubernamentales”. Una propuesta que está por debajo del liberalismo sarmientino "fracasado’ y, decrépito quien, al menos, impulsó y puso en práctica consejos escolares elegidos por la población. Adriana Puiggros habla de una alternativa 'democrática’ pero deja en manos del estado, el monopolio del quehacer educativo. Este 'estatismo’ es reaccionario pues significa la supremacía política de una maquinaria ajena a la población y fuera de su control y que actúa contra ella, como correa de transmisión de los intereses de los explotadores. Esto también vale para los llamados 'países socialistas’ en cuyo caso son una manifestación de la asfixiante opresión burocrática y del entrelazamiento de esa burocracia con el capitalismo internacional. El estado debe asegurar el financia-miento de la educación pero la gestión debe ser democrática, sin injerencia gubernamental, a través de asambleas y consejos libremente elegidos por el pueblo. 


 


Adriana Puiggros habla del fracaso de los proyectos de transformación del ‘60 y ‘70 sin percibir que ese fracaso consistió en procurar hacerlos de la mano de la burguesía nacional (en eso consistió la frustada experiencia peronista de la que la autora entusiastamente participó). Adriana Puiggros repite el mismo error que en el pasado pero en forma agravada. Renuncia a la perspectiva de la revolución social —que, por lo menos, antes (de palabra) sostenía— en nombre de un supuesto 'realismo'. Pero lo 'real es que termina desplazándose al ‘neo liberalismo’ que tanto critica. La destacada pedagoga viene acompañando la política del Frente Grande que ha concluido en el bordonismo, es decir, como vocero del FMI y la política del Departamento de Estado. En la nueva fuerza democrática que pregona, llamada ni más ni menos que a doblarle el brazo al 'neoliberalismo’ incluye como aliados a los representantes de los viejos, y en este caso, sí ‘trasnochados’ partidos tradicionales del peronismo y el radicalismo. “Emerge la posibilidad —refiriéndose a la experiencia vivida con la Convención Constituyente— de una nueva mayoría… Paradójicamente no solo algunos radicales se sienten interpelados por esta alianza en formación, sino también algunos convencionales pertenecientes al Partido Justicialista. En el entramado de esas solidaridades transversales que las estructuras partidarias no podían contener, surgió un trabajo de confluencia que tomó como punto de partida el proyecto del Frente Grande y la Unidad Socialista” (Ni siquiera sirvió de escarmiento el desenlace de esta experiencia que culminó con los convencionales ‘aliados’ disciplinándose a sus bloques y el proyecto ‘progresista ’ esfumándose alegremente).


 


El producto que ofrece Adriana Puiggros no tiene nada de original; no es más que una adaptación vergonzante a la política capitalista dominante, pre-tendiendo darle una desembocadura progresista—en este caso sí, con total falta de ‘realismo’— a intereses muy caros para los explotadores.


 


La ‘posmodernidad’ de Adriana Puiggros tiene ese contenido. La autora no ha ido tan lejos como los intelectuales y especialistas que critica y que hoy revisten la condición de funcionarios pero ideológicamente se desplaza en la misma dirección.


 


 


 


Notas:


1. Paulo Freire. brasileño, es considerado uno de los pedagogos más hnp^rianies de Latinoamérica. Encargado del sector de Alfabetización de julios hasta el golpe de 1964. Es reconocido por sus teorías originales en niaiena de allabetización que le hicieron ganar numerosos seguidores en latinoamérica y en todo el mundo. Autor de números libros, entre los que sC destacan: La educación como práctica de la libertad y Pedagogía del oprimido.


2. Paulo Freire. Pedagogía del oprimido, p. 47. Edición “Siglo XXI Editores"


 

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