El fracaso de la reforma del sistema de transporte urbano de Santiago (Transantiago) está provocando una enorme crisis política en Chile.
El Transantiago fue un intento de la Concertación y de la burguesía chilena de darle una salida a la crisis del transporte en la capital. Fue una reforma planificada durante varios años, y generosamente financiada.
El remedio fue peor que la enfermedad. El Transantiago desquició la vida de los trabajadores porque fue establecido con “criterios básicamente financieros”, según un documento de dirigentes ‘críticos’ de la Concertación (El Mostrador, 26/6). El resultado fue la reducción de los servicios, de los recorridos, de las frecuencias, del horario nocturno, y la ‘maximización’ del uso de las unidades (los trabajadores viajan como ganado después de varias horas de espera).
El Transantiago convirtió la vida de los trabajadores santiaguinos en un caos. Con la excusa de “descongestionar” el tránsito, se procedió a reemplazar la flota de micros por unidades más grandes y modernas. El reemplazo significó el despido de miles de choferes y personal técnico, la reducción del número de líneas y frecuencias, y la concentración del negocio en unos pocos consorcios. Un grupo de bancos está encargado de administrar la venta de boletos. En resumen, Bachelet entregó el transporte público al capital financiero. Pero las empresas beneficiarías pusieron en funcionamiento muchos menos micros que los comprometidos y con un funcionamiento reducido (hasta las diez de la noche). Todo el sistema colapso: los barrios populares y periféricos se quedaron sin transporte; las colas son interminables; se viaja como ganado.
En promedio, el tiempo necesario para llegar al empleo o al colegio aumentó en tres horas… “El ejemplo más conocido es lo que sucede en el paradero de Santa Rosa con Alameda; su hora más complicada es alrededor de las doce de la noche, donde miles de trabajadores hacen una enorme fila de más de dos horas, para poder llegar a sus respectivos hogares” (El Observatodo, 10/7).
El fracaso del Transantiago no sólo ha sido un factor de ira popular y crisis política (Bachelet debió despedir a varios ministros responsables). Es también un factor de crisis fiscal, ya que la Concertación deberá destinar enormes recursos para tratar de recomponer el fracaso del sistema.