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A 150 años de La Comuna de París: retomar el hilo de la estrategia proletaria revolucionaria

[Adelanto] Prólogo de Rafael Santos a la reedición de "La Guerra Civil en Francia"

El 18 de marzo se cumplirán 150 años de la instauración de la Comuna de París, reconocida como el primer gobierno obrero de la historia. Habrá centenares de notas y homenajes en todo el mundo.

Pero… con la Comuna sucede lo mismo que con el 1° de mayo. Surgido este último por una resolución de la II Internacional que planteaba la necesidad de un día internacional de lucha de los trabajadores contra los poderes burgueses por la jornada de 8 horas y otros reclamos, con el correr del tiempo, las burguesías promoviendo burocracias sindicales y la cooptación de dirigentes socialistas, lo fueron transformando en un feriado, en un “día de fiesta de los trabajadores”. La clase capitalista prefería pagar un día de salario sin trabajar, para bloquear la movilización independiente de la clase obrera y tratar de que se fuera borrando de la conciencia de las masas el carácter revolucionario de esa jornada.

Ahora, habrá múltiples homenajes a los más de 30 mil comuneros, incluyendo mujeres y niños, que fueron asesinados a mansalva una vez que fue quebrada la resistencia de las masas al Ejército contrarrevolucionario que armó el presidente provisional Thiers en combinación directa con Bismarck, el mariscal y canciller alemán que había ganado la guerra contra Francia y mantenía sitiada a París.

Los homenajes -como el que ofrecemos también a los “mártires de Chicago” en los primero de mayo- son justos y necesarios para ayudar a conformar la conciencia de clase.

Pero en la mayoría de los casos no se irá al fondo de la cuestión: a señalar la importancia y las enseñanzas históricas que tuvo la Comuna de París. El valor de la Comuna consiste en haber desmantelado el aparato estatal substituyéndolo por un gobierno obrero, la dictadura del proletariado. Solamente se puede reivindicar consecuentemente la Comuna desde la perspectiva de la lucha por el gobierno de los trabajadores y el socialismo.

Publicamos La guerra civil en Francia escrita por Carlos Marx, por mandato de la I Internacional, mientras transcurrían los hechos y con un balance impecable apenas 48 horas después de su caída. También un prólogo posterior de Federico Engels que ayuda a dar una visión más histórica de la trascendencia revolucionaria de la Comuna y su época. Y va acompañado por otros textos de Lenin y de Trotsky que rescatan el significado de La Comuna de París y las enseñanzas críticas que dejo a los trabajadores y revolucionarios de todo el mundo. La guerra civil en Francia es uno de los más importantes textos de Marx e integra, junto a El Manifiesto Comunista y El Capital, el grupo de obras esenciales que todo revolucionario debería conocer. El propósito de esta antología es político y militante. No solo ilustrar al lector, sino ayudar a formar en la escuela de la estrategia de lucha por el poder para la clase obrera a las nuevas generaciones.

El contexto

Luis Bonaparte (luego llamado Napoleón III) fue presidente primero y emperador después de Francia, desde 1848 hasta su caída en 1870. Para escapar de la crisis que corroía a su gobierno, Napoleón III fomentó el chauvinismo y la “unión nacional”, y declaró la guerra a Alemania en 1870. Luego de una corta campaña fue vencido completamente en Sedán y tomado prisionero. 48 horas después estallaba la revolución en París que lo destituyó y proclamó la III República. La Asamblea Nacional –integrada en gran parte por restauracionistas de la monarquía y burgueses republicanos opuestos al Imperio- entregó el poder a un “Gobierno de la Defensa Nacional”. Contaba, sin embargo, con una Guardia Nacional constituida mayoritariamente por trabajadores que se habían enrolado para la defensa contra los prusianos, en batallones formados desde las 20 circunscripciones de París. Después de la caída del Imperio, esta Guardia se extendió notablemente: llegando a abarcar a más de 300 mil voluntarios armados. Esta Guardia Nacional armada eligió delegados según esos batallones de base territorial, que culminaron en la elección por parte de ellos, de un Comité Central. La radicalización de los soldados-obreros creó objetivamente una situación de doble poder entre el Gobierno de la Defensa Nacional y el Comité Central de la Guardia Nacional.

El gobierno republicano burgués que se había autoproclamado de la “defensa nacional” fue el que negoció con Bismarck la paz. Dirigido por Thiers, quería terminar rápidamente la guerra con Alemania, para desmovilizar a las tropas de la Guardia Nacional de París y reconstruir el aparato estatal “dañado” por la insurgencia revolucionaria. La clase obrera en armas en París, con su creciente cohesión y reclamos, ponía nerviosos a Thiers y las clases propietarias. En enero de 1871 el “gobierno de la Defensa Nacional” firmó una paz vergonzosa que entregaba al naciente imperio alemán las provincias de Alsacia y Lorena, otorgaba el pago de indemnizaciones millonarias, etc. Pero la firma de la paz, no significó el retiro de las tropas alemanas que establecerán un cerco sobre París. Por el contrario, Thiers admite este cerco y hasta da su beneplácito, a que el ejército alemán entre a París. Bismarck aplica el internacionalismo contrarrevolucionario de la burguesía, alertado por el peligro que significaba para las clases dominantes el armamento obrero de París y la repercusión que tendría entre el proletariado alemán y de toda Europa.

Thiers reclama que desmovilicen y entreguen las armas, pero los batallones de la Guardia Nacional se niegan. El 18 de marzo en una acción sorpresiva Thiers envía, de madrugada, tropas seleccionadas a retirar los cañones y desarmar algunos de los barrios más importantes. Igual que en la Revolución Rusa en febrero de 1917, la acción revolucionaria y corajuda de las mujeres, muchas de ellas también obreras o esposas y/o hijas de obreros, inicia la segunda revolución. Ellas logran que los soldados que venían a recuperar los cañones titubeen y finalmente se pasen al bando de los obreros. Dos generales fueron ajusticiados por los revolucionarios cuando intentaban imponer a sangre y fuego el desarme de la milicia obrera. Frente a estos hechos, y temeroso que esta tendencia contagiara al resto de las fuerzas que aún se le mantenían leales, es que Thiers se fuga de París, abandona la sede de gobierno y se traslada a Versalles llamando a todos los militares y funcionarios del gobierno a imitarlo: se va a preparar la contrarrevolución.

La dictadura del proletariado

El 18 de marzo de 1871 se instaura La Comuna de París, el Comité Central de la Guardia Nacional de los obreros armados y organizados con sus delegados elegidos en los batallones barriales se hacen cargo del poder.

Pero lo hacen a su manera, desconociendo las instituciones de la “república” de Thiers y formando sus propios órganos de poder.

El Ejército es disuelto y reemplazado por el pueblo en armas, por la Guardia Nacional. La policía igual.

Es el primer y fundamental paso de una revolución obrera: la destrucción del viejo Estado burgués y su reemplazo por un nuevo poder sustentado en el armamento de los trabajadores.

El gobierno de la Comuna estará basado en un solo organismo ejecutivo y legislativo al mismo tiempo. Eliminando la tradicional división de poderes instaurada por el Estado burgués, donde un parlamento legisla y un ejecutivo diferente aplica lo votado. Una división que favorece a la clase burguesa que hace sentir el poderío económico-social de sus capitales y que es fuente de una conspiración permanente de los “poderes” contra las masas. Los poderes ejecutivos tienen derecho al veto y a las “reglamentaciones” que pueden deformar la legislación votada si lesiona seriamente los intereses de las clases dominantes. La Comuna abolió el parlamentarismo y creó una corporación única de trabajo ejecutiva y legislativa. Lo que se legislaba se ponía en práctica directamente. Y si no ejecutaba o se tergiversaba lo votado, los responsables podía ser destituidos y reemplazados.

Para combatir el arribismo y la burocratización clásica del Estado burgués (y de todo Estado de clase opresor), los funcionarios, incluyendo jueces y fiscales, eran electos por el pueblo. Todos ellos son representantes de sus votantes y pueden ser destituidos y reemplazados en cualquier momento si sus bases consideran que no cumplen con lo mandatado. No hay que esperar a que termine el mandato de varios años para, eventualmente, no reelegirlos si no cumplió con sus promesas electorales, como sucede en los regímenes burgueses que viven embaucando a las masas y luego se manejan en forma impune.

Los diputados y funcionarios ganan el mismo salario que un obrero especializado: no constituye ningún privilegio material ocupar ese cargo, sino el compromiso de una actividad.

El gobierno obrero de La Comuna también tomo medidas políticas esenciales. No solo disolvió los organismos represivos del Estado burgués, sino también su suporte ideológico en la Iglesia. Decretó la separación de la Iglesia del Estado, la expropiación de bienes de la curia, su alejamiento de la salud (se eliminaron crucifijos de hospitales y entidades públicas, etc.), la educación y la asistencia pública que pasaban a ser monopolizados por el Estado. Revirtiendo el oscurantismo reaccionario que tendía a fortalecer y justificar la opresión burguesa sobre las masas explotadas. La religión pasaba a convertirse en un asunto del fuero personal y las iglesias debían sostenerse sobre la base del aporte de sus feligreses y no del Estado.

Los revolucionarios de la Comuna actuaron en base a una larga experiencia histórica, en la cual pesaba el balance de las revoluciones de 1848, 1830 y la experiencia de la revolución burguesa de 1789. En El Manifiesto del Partido Comunista (1848), Mensaje del Comité Central de la Liga de los Comunistas (1850), La lucha de clases en Francia (1848-1850), Marx fue recogiendo este proceso político y el programa de estos revolucionarios socialistas se fue profundizando y precisando. No solo plantearon la necesidad de que el proletariado interviniera en la lucha política y que batallara por el poder político, sino que llegaron a la conclusión que no podía tomar el Estado burgués que había creado la burguesía, sino que debían destruirlo y crear un nuevo Estado, una dictadura del proletariado. A la dictadura de la burguesía (dictadura de una minoría explotadora sobre una mayoría explotada, cualquiera fuera la forma que asumiera su Estado) había que oponerle la dictadura del proletariado, imprescindible para doblegar la resistencia de la burguesía y las clases dominantes, expropiarla y promover el desarrollo planificado de las fuerzas productivas hacia una sociedad socialista.

A diferencia de los socialistas utópicos que los precedieron, Marx y Engels, no crearon de su mente la forma que debía asumir el Estado proletario, la dictadura del proletariado. Ahí radica la importancia de la experiencia de la Comuna. Fue la experiencia de la lucha de clases y la intervención del propio proletariado la que determino concretamente las formas genéricas que iba a adoptar un nuevo régimen estatal conquistado por la acción revolucionaria de los trabajadores.

Marx y Engels, analizando la experiencia de la Comuna de París llegan a la conclusión de que se había hallado “la forma al fin descubierta de la dictadura del proletariado”, del poder del proletariado. En el prólogo de 1872 a una nueva edición del Manifiesto Comunista plantearán que este mantenía plena vigencia 25 años después de su publicación y que si hubiera algo que incorporarle sería la experiencia de La Comuna de París.

Pero esta formulación revolucionaria fue siendo abandonada y ninguneada por gran parte de los partidos socialdemócratas que terminarán constituyendo la II Internacional. Marx librará una lucha muy tenaz contra este abandono: en la Crítica al Programa de Gotha en 1875 –adoptado por el Congreso que unificó a las corrientes socialistas alemanas- objetará el planteo que propugnaba la lucha por un Estado Popular Libre, etc. Igual que Engels que se dedicará en el Prólogo a Guerra Civil en Francia en el vigésimo aniversario de La Comuna en defender centralmente el concepto de la dictadura del proletariado.

Esto llevó a Lenin, que venía trabajando el problema, a escribir en las vísperas de la revolución rusa de 1917 su célebre El Estado y la Revolución, donde señala que las enseñanzas de Marx y Engels respecto al carácter del Estado y la necesidad de luchar por la dictadura del proletariado han sido “relegados al olvido”. No es casualidad que Lenin retome la Comuna, la experiencia revolucionaria más avanzada de la época, para desarrollar los planteamientos en torno al problema del Estado. Lenin en ardua lucha política contra los revisionistas del marxismo y la corriente oportunista (Bernstein, Kautsky, etc.) y su glorificación de la democracia burguesa y el parlamentarismo, rescata y profundiza la teoría marxista sobre el Estado. Defendiendo la necesidad política-histórica de la lucha por revolución y la dictadura proletaria. La III Internacional será creada teniendo como base fundamental de su programa la lucha por la dictadura del proletariado en todos los países. Fue el gran eje de división entre revolucionarios y revisionistas.

Un siglo después, esta lucha por imponer en el programa revolucionario el objetivo de la dictadura del proletariado conserva su vigencia: es uno de los problemas de primer orden para la vanguardia revolucionaria.

La dictadura del proletariado es el desmantelamiento del Estado burgués, incluso en su forma democrática, que sirve a los intereses de clase capitalista. Y la “democracia” fue utilizada ampliamente en los últimos 50 años por la burguesía como un régimen político de rescate al capital. El imperialismo se valió de la “democracia” para superar grandes crisis prerrevolucionarias e incluso revolucionarias, como la que se planteó por la caída de Franco en España, de Salazar en Portugal o de las dictaduras militares latinoamericanas. Con la excusa de la democracia, el imperialismo norteamericano intervino en Irak y Afganistán. Israel, un Estado que aplica un apartheid contra la población palestina, mantiene una fachada democrática. Frente a esta experiencia histórica, el valor de la Comuna es haber mostrado el carácter de clase del Estado democrático y la vía para su superación por medio del gobierno de los trabajadores.

Pero además, el Estado se refuerza cada día más como un factor de conspiración contra las masas. Los Estados imperialistas están copados por los servicios de inteligencia mientras ven crecer sus presupuestos militares puestos al servicio de intervenciones, unilaterales o multilaterales sobre países oprimidos. Colocan su poder económico al servicio del rescate de la banca mientras ejecutan desalojos masivos. Las “democracias avanzadas” de Europa mantienen campos de concentración contra los refugiados en el Egeo. La cara del Estado en el siglo XXI es la de la impunidad de la policía norteamericana asesinando a Floyd, en un hecho que se repite sin atenuantes en todo el mundo.

Por eso, el valor de la Comuna. Pero cuando más necesaria es la lucha y la clarificación sobre los intereses de clase que defiende el Estado democrático, más la izquierda se adapta a sus marcos de acción. Primero fueron las corrientes estalinistas (eurocomunistas de España, Italia, Francia) que retiraron de sus programas la consigna estratégica de la dictadura del proletariado para adaptarse e integrarse plenamente a las democracias burguesas, planteando su objetivo de llegar al socialismo a través de la democracia. Pero este abandono ya se había realizado mucho antes. Figuraba en sus programas como un tributo a la fraseología revolucionaria, para engañar a los trabajadores socialistas. Los gobiernos imperialistas presionaban abiertamente a los PC en ese sentido, como condición para permitir una mayor integración-participación en los gobiernos burgueses.

Poco tiempo más tarde, esta posición se hizo plenamente presente entre sectores que se reclamaban trotskistas. El XV Congreso de la Liga Comunista Revolucionaria (LCR, la sección más importante del llamado Secretariado Unificado de la Cuarta Internacional, SU) quitaba de sus estatutos la lucha por el objetivo estratégico de la dictadura del proletariado. Era una consigna a la que ya había renunciado hace tiempo, desde los 80 con la caída del Muro de Berlín y la implosión de la URSS. Reemplazando la consigna de la dictadura del proletariado por la de “democracia socialista”, etc. Quitándole el filo revolucionario. Esto se hizo bajo el planteo de “repensar” el programa. Lo que termino llevando, directamente, a la disolución de la LCR para crear una “nueva izquierda” sin impronta revolucionaria alguna. El abandono del objetivo estratégico de la lucha revolucionaria y de la dictadura del proletariado no fue solo de la LCR francesa, sino que se extendió a todo el SU. Afirmar que el SU es revisionista no es un capricho o arbitrariedad, sino que está basado en su política concreta. En Brasil su corriente (Democracia Socialista) adoptaba directamente, una posición ministerialista incorporando uno de sus dirigentes como ministro del agro a un gobierno burgués.

Pero si en el siglo XIX y principios del XX, la oposición a la dictadura del proletariado, es decir a la revolución, se hacía en nombre de la ‘lucha’ por la democratización del estado; hoy en el siglo XXI, después de tener ante nuestros ojos una larga experiencia histórica de la utilización imperialista-burguesa de las banderas de la “democracia” (con sus tremendos ejércitos, sus redes de espionaje contra el pueblo y los socialistas, etc.) para enfrentar los procesos revolucionarios, se coloca abiertamente en el terreno de la defensa del régimen capitalista.

Engels finaliza su Prólogo a la edición en alemán (1891) de La Guerra civil en Francia, a 20 años de La Comuna, de una forma tajante: “Últimamente, las palabras “dictadura del proletariado” han vuelto a sumir en santo horror al filisteo socialdemócrata. Pues bien, caballeros, ¿queréis saber que faz presenta esta dictadura? Mirad a la Comuna de París: ¡he ahí la dictadura del proletariado!”.

La Comuna y el partido

La Comuna dio origen a debates desde el momento mismo de su surgimiento. Las críticas a los errores y vacilaciones de La Comuna fueron planteadas como una tarea fundamental por Marx y los revolucionarios socialistas. No desmerece en lo más mínimo el salto histórico que significo la instauración de La Comuna, a pesar de su corta existencia. De esa experiencia se han sacado conclusiones importantes para el marxismo revolucionario.

Los debates en torno a la Comuna en el movimiento socialista internacional en la etapa de la II internacional y los albores de la revolución rusa tuvieron una particularidad. La experiencia de la Comuna era reciente y había marcado a fuego a la clase obrera francesa y de toda Europa. Pero chocaba de frente con las concepciones que fue desarrollando la II internacional, de colaboración política con el Estado en los marcos democráticos. Cuando Lenin escribió El estado y la revolución, recurrió a la experiencia de la Comuna como contracara de lo que la socialdemocracia europea pregonaba como estrategia política: un lento proceso de crecimiento electoral que culminaría en una transición pacífica hacia un gobierno socialista.

La experiencia bolchevique de 1917 vino nuevamente a ratificar el camino histórico emprendido por la Comuna de París. Los soviets, que destruyeron la vieja maquinaria de estado zarista, retomaron la experiencia abierta por el armamento popular y las medidas revolucionarias de 1871.

Ese es el propósito de publicar en esta edición de La guerra civil en Francia los artículos de Lenin y Trotsky sobre La Comuna. Estos no son solo homenajes a La Comuna rescatando el avance histórico que esta significo para el movimiento revolucionario del proletariado mundial, sino que desarrollaron también la polémica frente a toda el ala revisionista de la Internacional que renegaba de la experiencia viva de la Comuna, incluso cuando seguía reivindicándola formalmente. En el curso de esa polémica, tuvieron un valor especialmente relevante las críticas a la Comuna. Es que el movimiento socialista había desarrollado su experiencia en base a una valoración crítica de la experiencia de 1871. Bajo la pluma de Kautsky, la socialdemocracia reformista, en cambio, elogió todos los límites políticos de la Comuna para oponer esta experiencia a la de la Revolución Rusa, en un intento por cortar la continuidad histórica entre ambos procesos revolucionarios.

El 18 de marzo de 1871 no hubo un Partido Revolucionario que dirigiera una insurrección para tomar el poder. Ante el rechazo militar por la Guardia Nacional al ataque provocador de las tropas que envió Thiers a desarmar la artillería en manos de los trabajadores y su inmediata huida y la de su gobierno y las tropas aún adictas, a Versalles para no ser detenidos, el poder en la París acéfala fue tomado por el Comité Central de la Guardia Nacional, integrada por delegados de los barrios proletarios. Se trató de una reacción defensiva impulsada por la clase obrera de París pero, con poca preparación en comparación, por ejemplo, de la revolución de octubre, preparada políticamente por el Partido Bolchevique.

Al hablar Marx (en una carta a Kugelman que reproducimos en esta edición), con orgullo y admiración de la sublevación del 18 de marzo como un logro “de nuestro Partido”, lo decía no solo en general, dado el carácter proletario del nuevo poder, sino también porque entre los luchadores, aunque en minoría, había muchos miembros afiliados a la Internacional. Pero no había una homogeneidad política-estratégica dentro de esa minoría, constituida por un frente único de militantes y tendencias.

Los reformistas elogian esta relativa falta de preparación política de La Comuna. La contraponen con la experiencia bolchevique o sea, con la estrategia de desarrollo de un partido revolucionario. Pero la falta de preparación y de una estrategia clara de poder les costó a los revolucionarios de la Comuna un tiempo precioso que la contrarrevolución utilizó para armarse y luego avanzar contra París.

En realidad, sin embargo, hay que decir que en un sentido histórico,l a Comuna fue largamente preparada por la experiencia de la clase obrera de París. Después de la derrota de la revolución de 1848, la sangría asesina contra los trabajadores y la instauración del régimen bonapartista represivo, la clase obrera tardó un período en reconstituir su fuerza. La fundación de la I Internacional en 1864 fue fundamental para esa reconstitución. La propaganda y la acción de los diferentes núcleos de la Internacional en Francia, fue moldeando una conciencia socialista y revolucionaria en la masa proletaria. A esto se sumaba la vigencia aún presente de la tradición combativa de la gran revolución francesa de 1789 y el balance de la revolución de 1848, con la traición a la misma de la burguesía republicana. Pero, al momento de instaurarse La Comuna los marxistas eran minoría respecto a las tendencias de Blanqui y de Prohudon. Y no estaban realmente organizados.

El historiador marxista, Franz Mehring, afirma en su monumental biografía de Marx: “Nadie sabía mejor que el propio Marx que la Comuna no era obra de la Internacional (pero) la reconoció y defendió siempre como carne de su carne y sangre de su sangre. Claro está que dentro de los límites que trazaban el programa y los estatutos de la Internacional, según los cuales todo movimiento obrero encaminado a la emancipación del proletariado tenía cabida en ella”. Pero al momento de la acción insurreccional y de la toma del poder se transformó en una debilidad la ausencia de una fuerza organizada, con cuadros formados en torno a la estrategia marxista. En el seno de la Comuna en forma mayoritaria, se encontraban los blanquistas, que eran en realidad republicanos radicalizados que se habían acercado a los socialistas (“república social”) –según Engels “por instinto revolucionario y proletario”- y que se destacaban por una fuerte organización conspirativa, partidaria de que la toma del poder iba a ser obra de una minoría organizada. Una especie de putchismo que había protagonizado varios golpes insurreccionales fracasados. Estos habían hecho alianza con los marxistas porque apoyaban la posición de que los trabajadores debían intervenir en la lucha política y por el poder. Esto los unía contra la posición de los partidarios de Proudhon, cuya doctrina se oponía a la intervención política de la clase obrera y a la necesidad de crear un partido político independiente de las formaciones burguesas y pequeñoburguesas. Proudhon negaba también la necesidad de que el proletariado no solo destruyera el Estado burgués explotador, sino que formara su propio gobierno de trabajadores. Y tenían una plataforma anarquizante, de autogestión económica y política, para el accionar obrero. Los que se reclamaban de la Internacional estaban divididos. Los internacionalistas que adherían a las orientaciones de Marx, eran minoría y no estaban organizados, pero los planteos de este tenían fuerte influencia sobre todos los sectores, con los cuales mantuvo correspondencia durante las jornadas de la Comuna.

Blanquistas y Proudhionistas actuaron en muchos aspectos –presionados por la crisis y la dinámica de movilización obrera- en contra de sus doctrinas. Según Engels “la Comuna fue la tumba de la escuela proudhoniana del socialismo”. Sin embargo influyeron en las limitaciones políticas y económico-sociales que tuvo la Comuna.

El frente único no reemplaza la necesidad de la existencia de un partido centralizado y militante.

Para el revisionismo contemporáneo esta fue, por el contrario, la gran virtud de La Comuna y una confirmación del carácter innecesario de la existencia de un partido obrero que disputara un rol dirigente en el proceso revolucionario. El elogio de la primera internacional, sin desarrollar sus límites políticos, para contraponerla a los avances superadores dela III Internacional, se transformó entonces en una reivindicación antirrevolucionaria.

Todo lo contrario de las críticas que hicieran los líderes socialistas revolucionarios de los siglos XIX y XX. Ellos demostraron que el Comité Central de la Guardia Nacional que tomó el poder en París en marzo de 1871 vaciló. No pudo llegar a tiempo a la conclusión de que Thiers había iniciado la guerra civil de la burguesía contra el proletariado. En lugar de perseguir a las fuerzas burguesas contrarrevolucionarias, marchando sobre Versalles, cuando estas se hallaban desorganizadas y desmoralizadas, trato de legitimar “democráticamente” el gobierno de La Comuna, convocando a elecciones, para quitar argumentos a la derecha. En el fondo había sectores que pensaban que se podía conciliar entre La Comuna y el gobierno contrarrevolucionario de Versalles. Sólo desde este punto de vista puede entenderse colocar la prioridad en “consolidar” la revolución en París mientras el enemigo se reagrupaba y rearmaba a sus puertas.

El arte de la lucha revolucionaria y la guerra civil subsecuente, es impedir el reagrupamiento de la contrarrevolución burguesa, aplastar todo intento de resistencia armada de esta: ejercer la dictadura del proletariado. Impedir que se fuera reagrupando un ejército contrarrevolucionario. Que fue, luego, definitivamente constituido con la liberación por el canciller Bismarck de los prisioneros del ejército bonapartista derrotado en la guerra contra Alemania y su incorporación bajo el mando de Thiers. Una acción ofensiva revolucionaria de persecución y aniquilamiento de la reacción armada burguesa que huía hacia Versalles hubiera roto el aislamiento de La Comuna de París y puesto las bases para desarrollar la revolución en toda Francia. Hubo numerosos estallidos, intentos de conformar Comunas y pronunciamientos de apoyo en decena de ciudades, desde Marsella y Lyon hasta ciudades más pequeñas a lo largo y ancho de toda Francia, pero fueron aislados y aniquiladas por Thiers y su camarilla contrarrevolucionaria.

El avance revolucionario de la Comuna sobre Versalles hubiera ayudado a extender la revolución a Francia y hubiera colocado frente a frente a la Francia revolucionaria y los ejércitos alemanes (con el riesgo de la disolución de una parte importante de estos por la agitación revolucionaria que significaba enfrentar a un gobierno de trabajadores y no al imperio chauvinista de Napoleón III). La lucha por la revolución, no sólo en Francia, sino en toda Europa, hubiera presentado entonces una perspectiva mucho más favorable que la que se dio, rompiendo el aislamiento de París. Por eso Bismarck -con los dos ojos puestos sobre la reacción de los trabajadores y socialistas alemanes- le entregó rápidamente los prisioneros con sus armas a Thiers, ni bien obtuvo de este la rendición incondicional, para que aplastara a La Comuna. Mientras continuaba –a pesar de la firma de la paz- cercando gran parte de París. El estadista alemán contrarrevolucionario temía el contagio del ejemplo revolucionario de La Comuna al resto del proletariado y las masas explotadas de toda Europa.

El nuevo gobierno de La Comuna no solo no marchó sobre Versalles sino que titubeó en enfrentar con métodos de guerra civil los ataques de la contrarrevolución burguesa. De entrada la camarilla contrarrevolucionaria de Thiers inició la ofensiva y aplicó el terror contra los comuneros. Cada prisionero sospechoso de simpatizar con La Comuna era pasado por las armas. El gobierno de La Comuna actúo con una generosidad humanista contraria a los principios de la guerra. Por el contrario, desarmados los contrarrevolucionarios en París, el gobierno de La Comuna, sobre la base de un compromiso de los jefes militares de no volver a tomar las armas contra la revolución, los dejó en libertad. Lógicamente, estos no cumplieron con su “promesa” y se presentaron ante Thiers integrando gran parte de la oficialidad sangrientamente contrarrevolucionaria. Pocas semanas después de los informes que señalaban el ajusticiamiento permanente de revolucionarios por Thiers, La Comuna resolvió tomar rehenes en París entre miembros de la burguesía y funcionarios (el Obispo, etc.) que no habían logrado huir y amenazó con tomar represalias directas. Esto detuvo por un momento el ajusticiamiento sistemático de revolucionarios que realizaba Versalles. Pero al ver que las amenazas comuneras no se terminaban de concretar fueron reanudados. Es indudable que estas medidas ayudaron a Thiers a reamar la contrarrevolución, que luego volcó sobre París asesinando a más de 30.000 comuneros. La clase obrera francesa aprendió a sangre y fuego las consecuencias de los intentos de conciliación en el cuadro de la revolución y la guerra civil, mientras la burguesía mostraba la verdadera cara de su moral de clase.

De esta experiencia sacaron conclusiones los revolucionarios para guiar los nuevos procesos revolucionarios. La experiencia histórica es asimilada por programas y partidos que se constituyen en torno a estos. Los bolcheviques en la revolución rusa recurrieron al armamento de los trabajadores y pusieron en pie el ejército rojo para combatir a la contrarrevolución. Fueron acusados, por estas medidas de poner en pie una dictadura, pero ejercieron consecuentemente el derecho a la defensa de la revolución. Habían vivido en carne propia, luego de la experiencia de la Comuna, las grandes represiones y matanzas desarrolladas por el Zar luego de la revolución de 1905.

En la Revolución Rusa de 1917 se planteó la misma dinámica.

Tempranamente comenzó la reacción terrorista contrarrevolucionaria. De entrada, en la insurrección en Moscú fueron degollados los prisioneros comunistas del Arsenal por la resistencia blanca. Desarmadas las fuerzas contrarrevolucionarias en Petrogrado, los bolcheviques tuvieron también un instante de vacilación. El general Krasnov, mano derecha del fallido golpe de Kornilov para impedir el avance bolchevique e instaurar una dictadura militar, terminó siendo liberado bajo “palabra de honor” de que no empuñaría las armas contra el naciente poder soviético. Como se sabe, Krasnov se suma casi de inmediato a los ejércitos blancos y se coloca al frente de divisiones cosacas que realizaron grandes masacres contra obreros y comunistas. (Derrotado y obligado a huir al exilio en 1920, lo veremos nuevamente alentando la constitución de ejércitos cosacos para hacer de títeres y carne de cañón de la invasión de Hitler a la URSS en la segunda guerra mundial).Esta vacilación fue rápidamente superada. Lo mismo con el cierre de la prensa burguesa que bajo La Comuna siguió haciendo una fuerte labor de agitación contrarrevolucionaria.

No fue la única experiencia asimilada. Marx criticó como “un error político muy grave” que La Comuna no ocupara el Banco Nacional de Francia, para hacerse con los recursos monetarios y financieros en su poder. La burocracia funcionaria del mismo declaro su “independencia” del poder de La Comuna y se negó a entregar los fondos necesarios para el desarrollo del gobierno revolucionario. Pero bajo cuerda, clandestinamente, siguió alimentando a Thiers y el gobierno de Versalles.

En la revolución rusa de 1917 cuando el gobierno soviético quiso hacerse cargo del Banco del Estado se encontró con una huelga de los empleados, que no reconocían al nuevo poder revolucionario, las oficinas desiertas y la caja fuerte cerrada. El gobierno no contaba con fondos para encarar las funciones más urgentes y elementales. Nuevamente la experiencia de La Comuna sirvió de ejemplo. La instalación de destacamentos de obreros armados en las instalaciones bancarias llevó a que estas reanudaran su funcionamiento y a que se pudiera establecer el control de los fondos.

El Partido Bolchevique había educado a sus cuadros en la experiencia de La Comuna de París. Habían leído el balance de Marx en La guerra civil en Francia. Y un par de meses antes de la toma del poder, Lenin había publicado su famoso El Estado y la Revolución donde recogía y reivindicaba esta experiencia en términos revolucionarios. Sin Partido Obrero Revolucionario no habría podido triunfar la Revolución Rusa. Esta fue otra gran conclusión sobre la que se organizó la fundación de la III Internacional, pregonando activamente la constitución de partidos revolucionarios de acción, de militancia revolucionaria disciplinada, de combate por la revolución que destruyeran los Estados burgueses e instauran dictaduras proletarias.

Ambos términos –dictadura del proletariado y formación de partidos militantes revolucionarios- están íntimamente ligados: la lucha por la dictadura revolucionaria tiene como requisito ineludible la formación de partidos militantes de combate. No se puede encarar la lucha contra el Estado burgués altamente centralizado para enfrentar la revolución, sin contar con una organización política revolucionaria centralizada.

Luego de la derrota de La Comuna, el movimiento socialista centró su accionar en la constitución de Partidos Obreros Socialistas en torno a un programa definido (II Internacional) y, poco más tarde, en que estos partidos fueran centralistas democráticos organizados para la acción cotidiana y revolucionaria (III Internacional).

Contra esta experiencia histórica, la izquierda adaptada al régimen no solo abandonó la estrategia de la lucha por la dictadura del proletariado, sino también la necesidad de formar partidos de combate militantes. Los “nuevos” partidos que renuncian al programa revolucionario y se autoproclaman como la “nueva izquierda” se constituyen como partidos contrarios al centralismo, como “partidos amplios”, como “partidos de tendencias”. Son, en realidad, fuerzas organizadas para conquistar cargos parlamentarios, adaptadas a la democracia burguesa y por lo tanto, hostiles a la lucha por el gobierno de los trabajadores y el socialismo. Este es el caso no solo del NPA francés, sino también del PSOL de Brasil. La “nueva izquierda” electoralista, que abandona el camino revolucionario, se reflejara en todas las formaciones europeas (Die Linke de Alemania, el Bloco de Portugal, etc), que integra como pata izquierdista de la colaboración de clases.

Tradición revolucionaria y programa de acción

El 28 de mayo de 1871, menos de 3 meses de haber tomado el poder, terminó la resistencia del proletariado comunero de París. Peleó heroicamente calle por calle y barricada por barricada. La venganza de la contrarrevolución burguesa triunfante fue atroz. Se calcula que unos 30 mil trabajadores, incluyendo mujeres y hasta niños, fueron salvajemente fusilados en grupos de a 10 en el ahora llamado “Muro de los Comuneros”del Cementerio del Père-Lachaise de París y echados en fosas comunes. Otros miles fueron arrastrados a Versalles, juzgados y condenados a penas de prisión y otros tantos salvaron sus vidas huyendo al exilio. Todos los 18 de marzo, la izquierda y sectores del movimiento obrero francés, marchan hacia “el Muro” para homenajear a los mártires de La Comuna. Se podría hablar largo, y es necesario hacerlo, sobre toda la obra obrera, socialista y revolucionaria que realizaron los comuneros en estos escasos 3 meses de poder (prohibición de desalojos y congelamiento de alquileres, moratoria en el pago de préstamos de los pequeños productores y comerciantes a los bancos a causa de la crisis de la guerra y la revolución, disolución de la casa de empeños y devolución de los objetos empeñados a sus propietarios que se vieron obligados a hacerlo por la miseria; destrucción de los símbolos chauvinistas que la burguesía había impuesto al pueblo francés, etc.). Pero dejamos al lector que lea directamente todas las medidas democráticas, sociales y pro-obreras que adoptó el gobierno de La Comuna. En las páginas de prensaobrera.com podrá encontrar también una serie de notas que profundizan diversos aspectos de la historia y el balance de La Comuna.

La Comuna fue un hecho histórico trascendente. Adoptó como insignia la bandera roja que se había visto por primera vez manchada de sangre obrera en la revolución de 1848. Bajo su influjo directo se escribieron los versos de “La Internacional” que se transformaría en el himno internacional de lucha proletaria. En el III Congreso de los soviets rusos, realizado después de la toma del poder, el 10 de enero de 1918, Lenin inició su discurso congratulando a todos que el poder soviético acababa de superar el record de permanencia de La Comuna de París: 5 días más. Lo cual lo convertía ya en un hecho histórico. La caída de La Comuna aceleró la disolución de la I Internacional, el triunfo de la Revolución Rusa fue el puntapié decisivo para poner en pie la III Internacional. Corresponde a nuestras generaciones retomar el hilo revolucionario de La Comuna. Y para ello un instrumento imprescindible es La guerra civil en Francia de Karl Marx y el prólogo que le escribió Friedrich Engels.

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