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Prólogo al libro El Estado y la revolución

Compartimos el prólogo incluido en la reciente reedición que realizó Editorial Rumbos del clásico de Lenin.

El libro que presentamos aparece en la edición de las Obras completas de Lenin como escrito “entre agosto y septiembre de 1917”. Es decir, tras las “jornadas de julio” que dieron lugar a una persecución contra los bolcheviques y obligaron a Lenin a exiliarse en Finlandia.

Sin embargo, según nos cuenta Jean-Jacques Marie en su biografía, el 9 de agosto, mientras partía hacia su exilio forzoso en Finlandia, que culminaría en las vísperas de la Revolución de Octubre, Lenin, con la incertidumbre sobre qué pasaría con su vida al día siguiente, entregó un pequeño cuaderno azul a uno de sus compañeros con esta orden: “Si me matan, pido que publiquen este cuadernito sobre el marxismo y el Estado”.

La importancia de esta información está en que nos indica que Lenin en ese “cuaderno azul” había elaborado las ideas fundamentales de El Estado y la revolución antes aun de la Revolución de Febrero, en los meses de enero y febrero de ese año 1917, durante su exilio en Zúrich, Suiza. El “cuaderno azul” llevaba como título “El marxismo y el Estado” y como subtítulo “Más precisamente: Las tareas de la revolución proletaria con relación al Estado”. Es decir, que su caracterización de la Revolución de Febrero, las Tesis de abril y la orientación para la intervención de los bolcheviques desde febrero a octubre fueron las consecuencias de una intensa y muy productiva investigación que Lenin llevó a cabo en esos meses. Y al mismo tiempo, ese “cuaderno azul” nos muestra cuáles fueron los disparadores de esa investigación, las polémicas ante las que Lenin quiso fijar posición y en qué medida esas investigaciones y sus conclusiones le permitieron intervenir desde febrero hasta octubre con una claridad y determinación especiales.

Podemos decir entonces que en lugar de ser El Estado y la revolución el texto que resume las conclusiones que Lenin extrajo de la Revolución rusa, de febrero en adelante, fue al revés. El “cuaderno azul” que ya tenía todas las conclusiones de El Estado y la revolución fue el que permitió y facilitó la intervención de Lenin y los bolcheviques durante todo el proceso revolucionario y su triunfo en octubre.

Un nuevo tipo de Estado

La calificación de los soviets como un nuevo “tipo de Estado” y su oposición frontal con la “república democrática parlamentaria”, que aparecía como la máxima aspiración de los socialistas conciliadores (mencheviques y socialistas revolucionarios), no fue una improvisación ni la consecuencia exclusiva de una apreciación de los resultados contradictorios y “paradójicos” de la Revolución de Febrero. Era una de las conclusiones fundamentales del “cuaderno azul”. Y naturalmente no se derivaba de los soviets de febrero pues el texto había sido escrito antes. Se refería a los soviets de 1905 y los emparentaba con la Comuna de Paris, que Marx y Engels habían señalado como el nuevo tipo de Estado.1En esta parte del prólogo recogemos el trabajo de Lucas Poy en el libro “Cuándo y por qué Lenin escribió ‘El Estado y la Revolución’”, en Un mundo maravilloso, Editorial Biblos, 2009.

El debate que despertó el interés de Lenin había comenzado con dos trabajos de Nicolái Bujarin, de 1915 y 1916, sobre los cambios que experimentaba el Estado bajo el imperialismo. Estos trabajos contenían una fuerte crítica a las posiciones de Karl Kautsky, líder teórico de la socialdemocracia alemana, que había mantenido una polémica unos años antes (1912) con el dirigente del ala izquierda de ese partido, Anton Pannekoek, justamente sobre la actitud frente al Estado.

Pannekoek sostenía “que el socialismo no podía emerger de la obtención gradual de una mayoría parlamentaria, sino de la creciente erosión del Estado burgués y de la simultánea creación de un contra Estado proletario a través de la acción de masas” y tomaba como ejemplo la experiencia de los soviets en la Revolución rusa de 1905.

Kautsky le respondió: “el objetivo de nuestra lucha política sigue siendo el mismo: conquistar el poder estatal ganando una mayoría parlamentaria y convertir al Parlamento en el centro del Gobierno. Y no destruir el poder estatal”. 
Bujarin adoptó una postura crítica frente a la de Kautsky y mucho más cercana a la de Pannekoek. Analizando los cambios operados en el Estado bajo el imperialismo, lo denunciaba como la “organización de hierro que aprisiona el cuerpo vital de la sociedad” y concluía que la tarea de los revolucionarios, ante un Estado que había cobrado esas características, era “destruir la organización estatal de la burguesía”.

Lenin inicialmente criticó la posición de Bujarin como semi-anarquista y le recomendó, en una carta de agosto-septiembre de 1916, que dejara “madurar” sus ideas sobre el punto.

Pero el que realmente se puso a “madurar” sus ideas sobre la polémica en relación al Estado fue el propio Lenin, en esos cruciales meses de enero y febrero de 1917. Se concentró en la biblioteca de Zúrich para investigar exhaustivamente los textos de Marx y Engels sobre la cuestión del Estado, llegando a conclusiones que, aunque no eran idénticas a las de Bujarin, lo apartaron decisivamente de la posición de Kautsky y de la mayoría de la socialdemocracia alemana (y mundial) y lo colocaron claramente en el camino que va a sintetizar en las Tesis de abril. La conclusión fundamental a la que llegó fue que, mientras Marx y Engels llamaban a la “destrucción” y “demolición” del aparato estatal burgués, los oportunistas y los kautskistas “lo ignoraron sistemáticamente”.

Fue más allá de lo que Bujarin y la izquierda alemana habían planteado al llamar a “identificar a los soviets creados en la Revolución de 1905 como la nueva forma de Estado que el proletariado debería introducir”, soviets que consideró “estructuralmente afines a la Comuna (de París de 1871)”. Lo sintetizó a su modo: “reemplazar la vieja máquina estatal y los Parlamentos por soviets de diputados obreros y sus delegados. ¡Esta es la verdadera esencia del asunto!”.

Imperialismo y Estado

Para entender las conclusiones de este texto fundamental, debemos tener en cuenta los dos desarrollos sucesivos y complementarios que Lenin fue realizando durante el transcurso de la guerra. El primero fue su caracterización del imperialismo, íntimamente asociada a su postura frente a la guerra mundial y a la bancarrota de la II Internacional, al alinearse detrás de las burguesías imperialistas. El segundo fue el cambio y ajuste de su postura sobre la actitud de los revolucionarios ante el Estado, piedra de toque que va a diferenciar de allí en adelante a los revolucionarios de los socialistas conciliadores. La ruptura de Lenin con Kautsky ya era evidente en el primer punto (la actitud ante la guerra) al punto que Lenin denunciaba a la derecha de la Conferencia de Zimmerwald por su actitud conciliadora hacia el centro liderado por Kautsky. Pero si tenemos en cuenta sus conclusiones de los primeros meses de 1917 y el “cuaderno azul”, las diferencias con Kautsky frente a la cuestión del Estado se vuelven irreversibles. Un año después, en 1918, escribirá su célebre folleto contra “el renegado Kautsky” del que impulsó una edición especialmente rápida para llegar a repartirlo en Alemania antes del estallido que se veía venir de la Revolución alemana en noviembre de 1918.

En una carta a Inessa Armand, de fines de febrero de 1917, Lenin escribía: “He leído la discusión de Pannekoek con Kautsky en Die Neue Zeit (1912). Kautsky es un hombre despreciable, y Pannekoek, a pesar de ciertas imprecisiones y pequeños errores, está casi en lo cierto. Kautsky es el abecé del oportunismo”.

Sobre la caracterización de los soviets como un nuevo tipo de Estado (tipo Comuna), es llamativo comprobar que Lenin llegó a esa conclusión tomando en cuenta la experiencia de 1905 y antes de que se produjera la Revolución de febrero. No fueron los soviets de 1917 los que lo llevaron a formular esa caracterización. De allí que podamos afirmar que esa comprensión por parte de Lenin del significado de los soviets lo llevó a anticipar (a su manera) el rol de los mismos en 1917 (más allá de sus vaivenes en el curso de la Revolución).

La contraposición que formula Lenin entre un Estado tipo Comuna de París, basado en los soviets y la república democrática, tal cual está formulada en las Tesis de abril, va a ser material de la propaganda bolchevique durante los meses siguientes. Un primer elemento sobre el que Lenin insiste es la capacidad de renovación interna de los soviets, cuya composición, de hecho, cambiaría notoriamente entre febrero y octubre. Otra de las características de este Estado nuevo es el reemplazo de una fuerza armada especial por el armamento del pueblo. La milicia obrera no solo impedía el retorno de la policía y el ejército del zar, sino que debía “conjugar funciones militares con funciones generales del Estado y con el control de la producción social y la distribución”. Sostendrá: “No a una república parlamentaria, volver a ella desde los soviets de diputados obreros sería dar un paso atrás, sino una república de los soviets, en todo el país, de abajo arriba. Supresión de la policía, del ejército y de la burocracia”. Lenin denunciará que la consigna “el poder a los soviets” es frecuentemente mal entendida, como “un ministerio formado con los partidos mayoritarios de los soviets”, siendo que esto es solo un cambio de personas en todo el viejo aparato del poder gubernamental. “El poder a los soviets” significa la eliminación de ese aparato y “su reemplazo por otro nuevo, popular -o sea auténticamente democrático- el de los soviets, que implica una mayoría organizada y armada del pueblo”.

Lo que faltó (y no podía dejar de faltar)

En esta edición de la obra de Lenin hemos incorporado el capítulo del libro La revolución traicionada de León Trotsky que aborda el tema del Estado a casi veinte años de la Revolución de octubre.

La importancia de este texto complementario para la comprensión de la temática del Estado es simple de explicar.

Sobre las circunstancias necesarias para una sociedad comunista, el mismo Marx había escrito siendo todavía muy joven: “(…) el desarrollo de las fuerzas productivas es prácticamente la primera condición absolutamente necesaria (del comunismo) porque sin él sí se socializaría la indigencia y esta haría resurgir la lucha por lo necesario, rebrotando, consecuentemente, todo el viejo caos (…)”. Quien lo recordará, casi veinte años después de El Estado y la revolución, será León Trotsky, y para concluir en lo siguiente: “esta idea no la desarrolló Marx en ninguna parte, y no se debió a una casualidad: no preveía la victoria de la revolución en un país atrasado. Tampoco Lenin se detuvo en ella, y tampoco esto se debió al azar: no preveía un aislamiento tan largo del Estado soviético”. Es un tema que quedó, entonces, excluido de la obra más conocida del líder bolchevique.

Con la perspectiva que brindan dos décadas de una historia ciertamente dramática, el mismo Trotsky, en La revolución traicionada, traza un balance de la obra de Lenin: “Partiendo únicamente de la teoría marxista de la dictadura del proletariado, Lenin no pudo, ni en su obra capital sobre el problema (El Estado y la revolución), ni en el programa del partido, obtener sobre el carácter del Estado todas las deducciones impuestas por la condición atrasada y el aislamiento del país. Al explicar la supervivencia de la burocracia por la inexperiencia administrativa de las masas y las dificultades nacidas de la guerra, el programa del partido prescribe medidas puramente políticas para vencer las ‘deformaciones burocráticas’ (elegibilidad y revocabilidad en cualquier momento de todos los mandatarios, supresión de los privilegios materiales, control activo de las masas). Se pensaba que con estos medios el funcionario cesaría de ser un jefe para transformarse en un simple agente técnico, por otra parte provisional, mientras que el Estado poco a poco abandonaría la escena sin ruido. “Esta subestimación manifiesta de las dificultades se explica porque el programa se fundaba enteramente y sin reservas en una perspectiva internacional”.

De esta manera Trotsky plantea, en 1936, los elementos para reformular los problemas de… El Estado y la revolución.

Actualidad y vigencia

Han pasado más de 100 años de la publicación de El Estado y la revolución y su actualidad y vigencia se refuerzan a cada paso. La desviación oportunista, “filistea” en los términos que usaba Lenin en su tiempo, se ha expandido por una gran parte de la izquierda. No solamente por la socialdemocracia, que hoy está totalmente entrelazada con las posiciones de la gran burguesía europea. Ni tampoco esta desviación se limita a las derivas de los viejos partidos comunistas estalinistas totalmente asimilados a los regímenes burgueses hace muchas décadas.

Hoy el oportunismo, bajo la forma “democratizante”, abarca a una gran parte de la izquierda mundial incluyendo muchos que se reclaman o se reclamaban trotskistas. Los democratizantes hacen un culto de la “democracia”, tirando por la borda todo lo que Lenin explicó con amplia y abundante referencia en el libro que tendrán en sus manos. Muchas de estas corrientes abandonan explícitamente el objetivo central de los revolucionarios que es el eje del libro de Lenin: la “dictadura del proletariado”. Y por lo tanto la necesidad de destruir el Estrado burgués y no adaptarse a él.

Al lado de esas adaptaciones a las presiones burguesas y pequeño burguesas, el libro de Lenin reboza lozanía y frescura. Su actualidad se hace cada vez más presente ante los desafíos de nuestra época, que como Lenin ya había anticipado, es una época de “guerras y revoluciones”.

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