I. La lección del pasado.
1 .Bajo el largo predominio de las ramificaciones del liberalismo, prácticamente de 1900 hasta después de la guerra chaqueña, no pudo lograr se la estructuración de la democracia formal, como acariciaban los paladines del nuevo orden y temían los conservadores. Merece ser analizada esta colosal frustración del proyecto inseparable de uno de los movimientos políticos más importantes de nuestra historia. La lección debe ser debidamente aprovechada.
El liberalismo naufragó v se agotó políticamente al no poder construir una generosa democracia burguesa, pese a ser en ese momento la expresión política de los sectores más avanzados. Tampoco pudo materializar el desarrollo integral e independiente del capitalismo, basamento material imprescindible para la puesta en pie del gran Estado nacional soberano, meta de todos los movimientos nacionalistas de contenido burgués. La fragilidad de los análisis políticos hechos hasta ahora arranca de que no se ha visto la inter-relación existente entre ambos procesos.
El liberalismo contó en su favor y excepcionalmente, con condiciones sumamente auspiciosas para el logro de sus planes democratizantes: llegó al poder a la cabeza de la mayoría nacional, como el partido más popular y más nacional hasta e- se momento ¡favorables condiciones económicas le permitieron emprender la aventura de la transformación del país. En el futuro la clase obrera pugnará tercamente por convertirse en caudillo nacional, lo que hará peligrar el respaldo multitudinario al nacionalismo. ¿Si en esas condiciones tan sorprendentes no pudo desarrollarse la democracia, cómo podrá esperarse que fructifique ahora, cuando el desarrollo de las fuerzas productivas en el marco capitalista es ya inconcebible? El capitalismo mundial ha ingresado a un período de franco descenso (el choque entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción es por demás evidente), el imperialismo está en desintegración y el proletariado, instintivamente, socialista, domina el escenario político.
Si aplicamos los esquemas que socialistas mecanicistas han ideado, se concluiría que la clase obrera estaba llamada a desarrollado numéricamente, hasta ser la mayoría do la población, y a educarse políticamente bajo el ala protectora del liberalismo, destinado a jugar el papel de demiurgo creador de la sociedad capitalista boliviana plenamente desarrollada. Todavía no estaban en el escenario los "teóricos” de la revolución por etapas y la clase obrera apoyaba entusiastamente a los llamados a impulsar la industrialización y el funcionamiento de una amplia democracia. El proletariado ha conocido largos períodos en los que se ha limitado a ser soporte de la política burguesa.
Confirmando lo que enseña el marxismo, la clase obrera para afirmarse como tal no pudo menos que convertirse en antiliberal y antiburguesa, pese a su poco número, a su incultura y a la falta de tradiciones de lucha democrática en el país.
El aspecto más vulnerable de la supuesta "democracia liberal” era su carácter cerradamente elitista, como si se hubiese retornado a las épocas de Grecia, reducida a los gamonales y a sus seguidores tradicionales, al margen de la mayoría nacional campesina, que por iletrada se la consideraba incapaz de discernir entre diferentes opciones políticas. Se intentó vanamente estructurar la democracia de la minoría opresora, pretenciosamente blancoide, de espaldas a las grandes nacionalidades aymará y quechua que venían luchando por su liberación desde tiempos lejanos, lucha en la que ocupó un primerísimo lugar la reconquista de la tierra y no así el derecho al voto u otras reivindicaciones del mismo tipo. Para la mentalidad europeizante de los liberales, los siervos de la gleba no podían ser considerados ciudadanos con plenitud de derechos; de esta manera traicionaron a su propia izquierda, que en su momento puso tanto empeño por efectivizar el voto universal.
El Estado estructurado por los liberales estuvo muy lejos del clásico gran Estado soberano soñado por la burguesía y fue rápidamente puesto al servicio de la invasión del capital financiero, se convirtió en la herramienta que estranguló el global y armónico desarrollo de la economía nacional, a fin de favorecer a los intereses de la metrópoli saqueadora. No pudo elevarse hasta el nivel de expresión de los intereses generales de la clase dominante, pues acabó como instrumento del patiñismo que, convertido en* un verdadero superestado, lo utilizó para concentraron sus manos la propiedad y capitales mineros, actuando como engranaje del capital financiero. Se perfiló como un aparato destinado a estrangular toda resistencia a los planos imperialistas, toda crítica o reserva que buscasen mejorar las regalías que debía percibir el Estado. No se buscó que una amplia democracia se convirtiese en el escenario adecuado para el desarrollo capitalista, sino que la dictadura de clase fue puesta al servicio incondicional de los inconfesables propósitos del opresor foráneo. El liberalismo doctrinario se planteó como meta mantenerse en el poder no importando por qué medios y a qué precio, todo para servir mejor al capital financiero. Este propósito hegemónico se materializó principalmente mediante el manipuleo del voto. La democracia formal resultó inadecuada para los fines antinacionales y antipopulares del liberalismo en el poder. La dictadura de la feudal burguesía, que eso fue el liberalismo como expresión social del capitalismo bajo su modalidad de economía combinada, no pudo presentarse ostentando francamente el ropaje de respeto a la voluntad popular, supuesta fuente primigenia de la soberanía, sino utilizando métodos brutales e inconfundiblemente antidemocráticos.
Ante el punzante problema de la efectivización de la pureza del sufragio, convertido en punto capital del programa liberal, se fueron pulverizando sucesivamente los diversos grupos y sectas democratizantes. Cuando el cohecho y los fraudes aplastaron, bajo su peso brutal, a todas las teorías acerca de la genuidad de la representación de la voluntad popular, se derrumbó la demagogia acerca de la vigencia de la democracia. En Bolivia nunca hubo voto libre ni lo habrá en el porvenir. Las elecciones son ganadas por la cabalgadura del corregidor, importando poco el mayor o menor grado de popularidad de los dueños del poder. La excesiva pobreza de la clase media, agravada porque junto a las libras esterlinas y a las máquinas se importaban especialistas, técnicos medios, etc. convirtió al voto en mercancía qué se pignoraba a vil precio, en fácil recurso para que determinada capa de la feudal burguesía se perpetuase en el gobernó, cerrando así el paso a las expresiones políticas de la misma clase. La alterabilidad, uno de los fundamentos de la democracia, no pudo materializarse con ayuda de la papeleta electoral, se vio obligada a recurrir al sable de los generales. El manipuleo de las elecciones contribuyó a acentuar, aún más, la chatura del parlamento.
No estaban dadas las condiciones materiales para probar las bondades de la democracia representativa. Seguramente las teorías liberales fueron bien copiadas, aunque mal traducidas por cerebros autóctonos que hablaban castellano como símbolo de su superioridad social, pero no pudieron ser aplicadas, fracasaron, ruidosamente el enfrentarse con las particularidades nacionales, siendo las más remarcables su tremendo atraso y pobreza. Se puede decir que el parlamento boliviano conoció durante el período liberal un relativo brillo. Con todo, no fue más que una tribuna donde se lucían los parlanchines altoperuanos, carecía del suficiente poder para definir las grandes orientaciones a las que debía ceñirse la política nacional. El voto amañado permitía estructurar mayorías domesticadas, siempre dispuestas a aplaudir todo lo que hiciese el todopoderoso Ejecutivo, esto a cambio de la dieta que resultaba remuneración jugosa en medio del hambre generalizada y por sólo levantar la mano y decir amén toda vez que así lo ordenase el amo. Las minorías no tenían más derecho que el del pataleo y lo usaban a fondo buscando justificar el próximo cuartelazo. En las democracias clásicas el voto servía y sirve para perpetuar la dictadura de clase, pero dentro del juego equilibrado de sus diferentes tendencias, de manera que las mayorías parlamentarias tienen, de tarde en tarde, la satisfacción de convertirse en gobierno, de esta manera la espada de los generales no está al servicio exclusivo de una camarilla cualquiera o actuando como árbitro supremo de la política, sino de los intereses generales de la clase dominante, convertida en sostén y salvaguarda del régimen. Esta es una de las bondades de la democracia, más Para consuelo de los burgueses que de las mayorías explotadas.
2. Bolivia copió de los EE.UU. el régimen presidencialista, remedó una forma gubernamental, pero no Pudo trasladar el basamento capitalista altamente desarrollado, que se alimenta con la cacería de negros, con el saqueo de casi todo el mundo y cuyo gran desarrollo se debe a que ha logrado encadenar debidamente a los trabajadores, con ayuda de la aristocracia y burocracia sindicales.
Ha sido imposible aplicar sin distorsiones la forma norteamericana a un capitalismo que se da como economía combinada, es decir, con fuerte dosis de precapitalismo, que se traduce en la miseria de la mayoría nacional y sobre todo de su pequeña burguesía.
Nos hemos quedado como presidencialistas únicamente. El Ejecutivo se ha hipertrofiado en perjuicio de los otros poderes. El ordenamiento jurídico consagra ilimitados privilegios en favor del Ejecutivo o bien éste se los toma simplemente porque concentra la capacidad compulsiva, lo que se traduce en métodos de gobierno marcadamente dictatoriales. Aún en las etapas de mayor estabilidad legal y social, Bolivia estuvo siempre más cerca de la dictadura que de la democracia. En la “democracia” norteamericana el parlamento es un verdadero poder y puede controlar y hasta mantener en jaque al Ejecutivo. Esta característica se acentúa en los regímenes parlamentarios. Es este segundo aspecto el que no ha podido desarrollarse entre nosotros y ni siquiera el fuero parlamentario ha podido efectivizarse, los opositores más osados, inclusive los que no cuestionan la legitimidad de la propiedad privada, invariablemente se convierten en víctimas de la represión oficial. El recurso de la interpelación, ideado como una forma que puede hacer posible la rectificación de la política del Ejecutivo, ha quedado como un simple enunciado, como señuelo para distraer a los tontos, como demuestra toda la historia. Dentro de un régimen presidencial brutal no ha podido desarrollarse el parlamento, que se ha perdido en medio de la inocuidad. Ya sabemos que sin un fuerte y eficaz parlamento no puede hablarse de democracia representativa. La única vez que los bolivianos conocieron fugazmente la democracia fue al organizarse en cabildos para tomar decisiones y ejecutarlas o cuando por necesidad han sacado de sus entrañas órganos de poder (soviets), como la Asamblea Popular, la COB de los primeros momentos o los sindicatos campesinos del pasado, por ejemplo.
De una manera general, dentro de la dictadura de clase, que es la democracia formal, los intereses de los poseedores de la propiedad privada se encuentran expresados en el ordenamiento jurídico; el Estado al imponerlo, siempre en defensa de la burguesía, de su porvenir como clase, puede entrar en contradicción con los empresarios particulares tan obsesionados en lograr descomunales ganancias en el menor tiempo posible, aún a costa de la destrucción física de la fuerza de trabajo. En el caso boliviano, donde apenas si ha habido una caricatura de democracia, esa primerísima función estatal fue a parar a manos de las empresas que conformaban la gran minería y el gobierno central no tuvo más remedio que limitarse a ejecutar los planes capitalistas particulares en detrimento del conjunto de la burguesía, lo que determinó la acentuación de su carácter reaccionario y servil, en ningún momento pudo señalar una política de gran vuelo, inclusive desde el punto de vista de la burguesía voluntariamente sometida al imperialismo. De esta manera el Estado tuvo que sobrevivirse sometido a la despótica autoridad de la metrópoli opresora y actuando como gendarme a órdenes de la gran minería. Nunca se le ocurrió a la feudal burguesía convertir el aparato estatal en palanca poderosa del desarrollo económico.
Una de las grandes tareas democráticas, la creación del Estado nacional soberano, quedó frustrada para siempre, como consecuencia de la inviabilidad del desarrollo capitalista pleno y libre, de la imposibilidad de la estructuración de la democracia formal y del sometimiento de la burguesía nacional al imperialismo. Este rasgo del atraso del país es común a toda Latinoamérica; la preservación de la soberanía sólo puede darse en escala continental. Si se descarta la posibilidad del desarrollo de las fuerzas productivas dentro del capitalismo, ya no puede esperarse la estructuración de ese gran Estado. La liberación nacional será materializada bajo la dictadura del proletariado, camino que conducirá a los EE.UU. Socialistas de Latinoamérica.
El pleito teórico alrededor de la pureza del sufragio, que los liberales pretendieron vanamente convertir en fórmulas prácticas, acabó fracturando definitivamente al liberalismo en el poder, que es la peor de las fracturas, que paulatinamente dejó de ser poderoso partido popular y fue acusando sus aristas conservadoras y antinacionales. La indiscutible capacidad para resistir tan profundas crisis y permanecer como gran directriz política en la historia, se debió a que el liberalismo fue programáticamente un serio intento de respuesta coherente a los grandes problemas que plantea el no cumplimiento de importantes tareas democráticas y también al hecho de que fue vigorosa su penetración en las masas. Sólo mucho más tarde el MNR lo reemplazará al formular osadas respuestas, más autoritarias que democráticas, a la necesidad de lograr el desarrollo capitalista de Bolivia.
3. La reiterada frustración del proyecto de construir una gran democracia representativa motivó la aparición de las ramas republicanas e inclusive del efímero Partido Radical. Las ramas liberales, cada una a su turno v de manera plebeya o cerradamente gamonal, intentaron dar vigencia a gobiernos democráticos, como fruto del sufragio libre, exceptuando de él a la masa campesina. Los nuevos fracasos no se dejaron esperar; los liberales estaban apostando a una carta falsa: al desarrollo de la democracia en un país empobrecido y atrasado. Después de esta rica y amarga experiencia se insiste en resolver los problemas nacionales y sociales con ayuda de la fórmula milagrosa del verificativo de elecciones generales limpias, que, se supone, permitirían la existencia de un vigoroso parlamento. Hasta cierto punto es comprensible esta ilógica postura: la burguesía sólo puede ofrecer la salida democratizante o bien la fascista; la demagogia gusta presentar a esta última con ropaje populachero.
Los teóricos de la clase dominante no han demostrado la aparición de nuevas condiciones materiales que pudiesen permitir la materialización de los sueños democratizantes. Esas condiciones serían las referidas a un poderoso desarrollo del capitalismo capaz de sacar a Bolivia de la pobreza, que se traduce en extrema virulencia de la lucha de clases.
II. La situación actual.
4. A diferencia de los nacionalistas y de la “izquierda” proburguesa, los marxistas han desentrañado las causas de la inviabilidad de la democracia en Bolivia, país atrasado clásico. Ha sido necesario luchar contra la influencia negativa de tendencias “marxistas” y hasta “trotskistas” del exterior, empeñadas en aplicar mecánicamente algunos clisés. Uno de esos dice que ahora toca luchar únicamente por la democracia, lo que alienta la ilusión de que ésta pueda aún estructurarse.
La democracia burguesa es una creación de la clase dominante como la mejor forma de expresión del Estado capitalista, como consecuencia del gran crecimiento de las fuerzas productivas. El auge de la democracia ha correspondido al desarrollo del reformismo y del colaboracionismo clasista; no en vano parte de la ficción de la igualdad de los hombres ante la ley y la papeleta electoral. Se toma en serio la patraña de que el gerente y el peón sólo depositan un sobre en las ánforas (un ciudadano = un voto). El patrón fabricante de la opinión pública, con su gran poder puede hacer votar a miles de peones en su favor. El parlamentarismo ha dado lugar a que se alimente la idea de que el capitalismo puede trocarse en socialismo mediante reformas graduales. La lucha revolucionaria y la insurrección, con sus dolores y dificultades, estarían de más.
El capitalismo monopolista en plena desintegración y por el retardo de la revolución proletaria mundial, que no ha logrado echarle la palada de tierra al cadáver putrefacto de la vieja sociedad, se ha visto obligado a sustituir la democracia por el fascismo, por su antípoda, lo que importa el reemplazo de la libertad de empresa y de comercio por la disciplina de cuartel en las fábricas, a fin de lograr un mayor volumen de plusvalía a costa de los obreros famélicos. El fascismo es la carta brava que juega el imperialismo contra las masas subvertidas. Democracia y fascismo no hacen más que defender, con diferentes métodos, el régimen de la propiedad privada y de explotación de los obreros.
Democracia y fascismo son dos formas de gobierno del Estado burgués, administrador de los intereses generales del capitalismo; aparecen en etapas diferentes del desarrollo de la sociedad burguesa. Cuando el choque de las fuerzas productivas con la propiedad privada ha llegado a su exacerbación y sin embargo, aún no ha podido consumarse la revolución por la extrema debilidad, corrupción o inexistencia del partido obrero, la sociedad capitalista comienza a desintegrarse y una de sus emanaciones maléficas es el fascismo.
5. Algunos “marxistas” sostienen que el fascismo es un fenómeno exclusivo de las metrópolis y que no se da en los países atrasados. Se trata de una complementación de esa teoría que clasifica a los diversos países en maduros y no para la revolución proletaria. Se ignora que a economía combinada (coexistencia de varios modos de producción; está integrada en la economía mundial, lo que determina que las leyes generales de ésta también actúen en la periferia semicolonial. La experiencia enseña que el Estado burgués de los países atrasados también toma indistintamente las formas democráticas o fascistas. De la misma manera que nos han hecho madurar desde fuera para la revolución proletaria, también nos han impuesto el fascismo.
El totalitarismo fascista y la democracia corresponden a la superestructura política y gubernamental, y son fenómenos mundiales que a la semicolonia se las importa desde la metrópoli, que en determinadas condiciones se ve obligada a recurrir a la violencia estatal contra las masas. El opresor foráneo utiliza indistintamente, conforme a las variaciones políticas, determinadas por las modificaciones en la conciencia de las masas, la democracia o el fascismo. En la semicolonia así como en la gran metrópoli, fascismo y democracia son simples expresiones de la dictadura de la burguesía.
Los "izquierdistas” democratizantes no se refieren para nada a todo esto, sólo hablan de las diferencias existentes entre democracia y fascismo. Así idealizan, en servicio de la burguesía, a la democracia. El error más grave de todo radica en que se niegan a reconocer el carácter clasista de la democracia, a fin de presentarla como naturalmente inclinada a favorecer a los explotados y capaz de asegurarles su ingreso a la nueva sociedad.
6. La democracia no puede existir y desarrollarse colgada de las nubes, tiene que corresponder a una estructura económica, que se refleja en la conducta de las clases, en sus objetivos. Si no fuera así, la democracia y el fascismo podrían ponerse y quitarse a voluntad de los políticos, no importando en qué condiciones. El desarrollo social objetivo impone a los líderes a asumir determinadas actitudes incluso contra su voluntad. Los golpistas del 1ro de noviembre de 1979 se disfrazaron de demócratas a fin de acomodarse a las condiciones en las que actuaron.
La ambición de los politiqueros puede prosperar si corresponde a las condiciones objetivas de determinada realidad; pero no puede suplantar al pre-requisito de que el advenimiento de la democracia precisa cierto desarrollo capitalista como imprescindible basamento material.
Las ricas metrópolis, además de controlar al movimiento obrero, dan nacimiento a una clase media económicamente poderosa, privilegiada e interesada en preservar el orden existente, fuente de su bienestar. En la Inglaterra del siglo XVIII, reformas electorales y la estabilidad gubernamental basada en la actividad parlamentaria, fueron posibles gracias a la irrupción de la clase media en la política y no sólo al talento del segundo W. Piet.
Es la clase media la que cumple la función de amortiguadora de las contradicciones clasistas, lo que alienta al reformismo y al colaboracionismo. Se convierte en pivote vigoroso del parlamentarismo, no sólo por permitir el funcionamiento de la democracia o por ser el semillero de las ideas del legalismo burgués, sino porque proporciona a este sistema los argumentos que lo justifican y porque en sus filas recluta a sus efectivos. La clase media, que puede pasar por progresista y hasta por socializante, siempre que no comprometa su bolsa (caso del PS-1, por ejemplo), sigue naturalmente el camino de las pequeñas reformas, del legalismo, a condición de que se mantenga la propiedad privada. Acertadamente dice Trotsky que la democracia es un lujo caro que solamente pueden darse los países ricos.
La estructura económico-social boliviana se caracteriza por su excesiva pobreza, por las agudas contradicciones clasistas, por la ausencia de una clase media rica. Todo esto como consecuencia de su doble tragedia: la que emerge de su tardía incorporación a la economía mundial, que se ha limitado a dar una particular expresión a su atraso y no a liquidarlo, y del poco desarrollo del capitalismo. Una clase media poderosa es hija del enriquecimiento del país. En Bolivia no ha podido aflorar hasta ahora y tampoco lo hará en el futuro, porque no existen condiciones para el desarrollo pleno del capitalismo.
Nuestra clase media vive en peores condiciones que el proletariado y, por esto mismo, se mueve naturalmente detrás de éste. El radicalismo estudiantil es una de sus consecuencias. El artesanado andrajoso y la masa campesina pauperizada son cargas explosivas que tornan virulenta la marcha del proletariado. Estas circunstancias, propias de un pueblo empobrecido por el saqueo imperialista y por la herencia pre- capitalista, han impedido la permanencia y florecimiento del reformismo y hasta del centrismo, han determinado que el nacionalismo cumpla su ciclo en un plazo relativamente breve. Si a estas circunstancias se añade la gran politización de las masas, será fácil comprender por qué la conducta proburguesa de parte de la "izquierda” queda descamada casi inmediatamente después de que se hace pública.
La lección de nuestra historia: el parlamento ha saltado, una y otra vez, hecho astillas y víctima de la lucha de clases. Se trata de una criatura deforme e incapaz de definir la suerte del gobierno y de la política. El propio régimen jurídico convierte al Legislativo en caja de resonancia del hipertrofiado Ejecutivo y la práctica se ha encargado de demostrar que no es imprescindible para el funcionamiento del Estado. La oposición clasista revolucionaria no puede desenvolverse libremente, como demuestra la expulsión del Bloque Minero en 1949, porque tuvo el coraje de convertir la curul en tribuna revolucionaria, como enseñó Lenín. En 1979-80, la oposición, indispensable para dar la apariencia de liberaloide a un régimen burgués de derecha, se esmeró en comportarse como democrática a gusto y medida de la clase dominante; sin embargo, se vio obligada a mostrarse servil ante el sable desenvainado, ante cuya presencia no se atrevió a hablar en voz alta o a exigir el cumplimiento de la Ley.
7. El parlamento sólo puede existir en la medida que subalternice su rol y no cuestione la legitimidad de los actos del Ejecutivo, en que se torne del todo inoperante, entonces aparece como un adorno democratizante de la dictadura de clase. No hay que olvidar que el régimen democrático-burgués consiste en que el parlamento permite el funcionamiento de los otros poderes y fisonomiza al gobierno. En Bolivia esta no es ninguna necesidad y los regímenes brutales han dado pruebas de que saben prescindir de algo considerado como un estorbo.
La democracia consiste en la constitución de los poderes del Estado, considerados iguales, independientes entre sí y moviéndose armónicamente, por el voto universal libremente ejercitado. Se parte del falso supuesto de que los ciudadanos, pertenecientes a diferentes clases, al votar adoptan definitivamente una posición política. En realidad, no se cansan de modificar constantemente sus opiniones y de esta manera se abre un abismo entre sus nuevas inclinaciones políticas y la conducta de sus "representantes”. Lo único democrático sería imponer el derecho de revocatoria de los mandatos toda vez que los votantes cambien de posición, lo que no se da en la democracia más perfecta. En cierto momento existe una completa contradicción entre lo que dicen y hacen los legisladores y la voluntad de la ciudadanía. Si realmente hubiese una efectiva unidad entre legisladores y masa votante, el parlamento sería invulnerable y contra él nada podría la espada de los generales. Después de las elecciones de 1979, los trabajadores que dieron su voto en favor de algunos parlamentarios, rápidamente repudiaron al Legislativo por ir contra sus intereses, a pesar de esto no estaba en sus composición de las cámaras.
La crisis del 1ro de noviembre puso al desnudo la extrema debilidad del parlamento. Los políticos se consolaron con el argumento de que era el único poder constitucional y constituido, pero así y todo su existencia precisó del visto bueno de las FFAA y de la COB, que demostraron poseer mayor capacidad de decisión que el Legislativo en su conjunto. La argucia leguleyezca fue llevada por el viento: no es suficiente acumular sufragios, es preciso tener la capacidad de sobrevivir y convertir en realidad las decisiones adoptadas. El parlamento no fue capaz de eliminar del escenario a los golpistas, tuvo que negociar con ellos, merecer su tolerancia para existir. La “voluntad popular", que se la suponía debidamente expresada por los legisladores, tuvo que agachar la cabeza ante la despótica voluntad de los gorilas y las resoluciones de la COB.
El parlamento funcionando como efectivo poder estatal, no sólo como centro en el que se pronuncian discursos, sino como uno de los factores determinantes de la política gubernamental, forma parte de los rasgos diferenciales del régimen democrático. La democracia no puede circunscribirse a la pura lucha por la vigencia de las garantías constitucionales, es toda una forma de gobierno. Los que confunden las garantías constitucionales con el funcionamiento del aparato estatal lo hacen buscando meter gato por liebre.
8. Nuestro planteamiento se resume así: el democratismo burgués y el generoso florecimiento del parlamentarismo resultan inviables por la extrema pobreza del país, resultado de la imposibilidad de que todavía pueda darse un pleno e independiente desarrollo del capitalismo. Pueden pronunciarse discursos en favor del “proceso democrático" e inclusive practicarse elecciones periódicas, pero no será posible llenar la ausencia del basamento material para la democracia con declaraciones vacuas acerca de sus bondades.
Aquellos que abrigan la esperanza de pasar por un largo periodo democrático, dentro del cual podría educarse a la clase obrera, a fin de hacer posible, en un futuro lejano, una revolución puramente socialista, parten implícitamente de la convicción de que todavía es posible el pleno desarrollo capitalista, punto de arranque de la “revolución por etapas" y de la total realización de la revolución burguesa. Estas proposiciones son comunes al stalinismo y al nacionalismo: un vigoroso desarrollo económico tornaría factible el establecimiento de la democracia.
De la misma manera que no conoceremos ya un total florecimiento del capitalismo y el necesario desarrollo de las fuerzas productivas se dará a través de los métodos socialistas (estatización de los medios de producción, economía planificada), tampoco pasaremos por la escuela política de la democracia formal, sino que los beneficios de las libertades democráticas serán conocidas por las masas bajo la dictadura del proletariado.
9. La “izquierda marxista” e inclusive la trotskysante, se han sumado a las proposiciones de la burguesía liberal acerca de las virtudes milagrosas de la supuesta libre expresión de la 'voluntad popular'. Cree que si hay elecciones puras y la “izquierda” logra el control del parlamento, se solucionarán como por encanto los problemas nacionales y sociales. La revolución v el método insurreccional serían anacrónicos, se trataría de modificar, con el auxilio de la papeleta electoral, el Estado burgués desde dentro, de tornarlo socialista. Esta “izquierda” ha concluido atrapada en las redes del legalismo y del reformismo, ha abandonado toda su palabrería radical del pasado y se ha subordinado a la política burguesa, en fin, ha cambiado de campo social de lucha. Cree que estaría plenamente consumada la democracia si opresores y oprimidos se sometiesen por igual a la Constitución. La política reducida a un pacto de caballeros, para que los vencidos no recurran al cuartelazo, como si se tratara de componendas y maniobras y no del efecto de determinada estructura económica.
No. La democracia debe importar la superación de los problemas nacionales por los canales parlamentarios. Esto sólo puede ser posible gracias a un cierto desarrollo del capitalismo. Los discursos adquieren significación si interpretan la madurez material de la sociedad para determinadas soluciones económicas, jurídicas o políticas. Los montones de palabras carecen de importancia.
La caducidad de la burguesía ya no permite esperar que se produzca la revolución democrática; aquella ya no se encuentra entre las fuerzas motrices del proceso de transformación, ahora concentradas en obreros y campesinos. La clase obrera al tomar en sus manos las tareas democráticas, las utiliza para convertirse en caudillo nacional y para efectivizar sus objetivos históricos; la lucha democrática le sirve de palanca para impulsar a las masas hacia la liberación nacional y social. La consumación del proceso democrático (limpieza de las formaciones económico-sociales precapitalistas) ya no puede ser obra de la burguesía y no puede ser pasado por alto, tiene que ser cumplido y lo será por el proletariado desde el poder y de un modo socialista.
Los “izquierdistas”, al subordinarse a la política burguesa, se esmeran en cerrar las puertas del poder a la clase obrera; punto de partida del choque entre los obreros radicalizados y su dirección tradicional. Si la burguesía es miserable e incapaz de desarrollar posiciones opuestas a las del imperialismo, la pequeñaburguesía lo es en mayor medida, obligada como está a arrastrarse a los pies de una clase que vive de las migajas que le arroja el opresor foráneo. Todo esto se traduce en política en chatura, inmoralidad, entreguismo y carencia de ideas de gran vuelo. Tal el retrato de la “izquierda” pequeñoburguesa.
10. La exigencia de encajar los planteamientos nacionales y clasistas en el marco del “proceso de democratización”, por parte de la burguesía democratizante y de la “izquierda”, es punto principal del programa destinado a estrangular políticamente a los explotados. La “democratización” es el bozal que la clase dominante, contando con los servicios de la “izquierda”, coloca a las masas para impedirles liberarse y satisfacer sus necesidades inmediatas. La “izquierda” proburguesa empuja al proletariado hacia el campo del enemigo de ciase; el juego surte sus efectos hasta tanto aquel no se sacuda de la influencia de su ocasional dirección. Los frentes democrátizantes, organizados alrededor de enunciados abstractos o imprecisos de defensa del “proceso democrático”, acaban, casi mecánicamente, bajo la dirección de la burguesía y actuando contra los intereses de las masas. A la burguesía en el poder el slogan de la defensa de la democracia le sirve para obligar a las masas a abandonar sus reivindicaciones, añade que la débil criatura no podría soportar arremetidas muy violentas. Acertadamente el hombre de la calle ha dado a la caricatura constitucional el nombre de “democracia hambreadora”. Si la democracia sólo puede existir a condición de que los obreros no pidan aumentos salariales y las masas se dejen de criticar y de utilizar sus propios métodos de lucha, el ensayo no merece ser realizado. Las libertades sirven si los explotados pueden utilizarlas en su beneficio: para organizarse y marchar libremente tras sus objetivos.
La clase obrera, si realmente quiere ser caudillo nacional, consumar su revolución, no puede limitarse a la lucha por la vigencia de las garantías democráticas; partiendo de la inevitabilidad de esta lucha, tiene que convertirla en palanca impulsora de las masas hacia la conquista del poder.
Hay diferencias entre fascismo y democracia y, en cierto momento, hay que contraponer esta última a la dictadura; pero, si no se quiere zozobrar en el mezquino reformismo, hay que subrayar que la contradicción fundamental se da entre fascismo y socialismo, que debe informar la estrategia, porque sólo este último acabará con el totalitarismo.
La frustración del nacionalismo burgués habla de la imposibilidad del capitalismo pleno y también de la democracia y del parlamentarismo.
¿Por qué la “izquierda” se ha tornado democratizante? Porque ha capitulado ante la burguesía nacional, ha sustituido revolución por reformismo. Cree que si las fuerzas productivas han madurado sólo para la revolución burguesa es obligatorio estructurar democráticamente al Estado. La democracia burguesa suena mal, por eso los demagogos hablan de un parlamentarismo de nuevo tipo, capaz de satisfacer las inquietudes populares y creación de las masas, etc.
La supuesta "nueva democracia-’, “social” o “popular” no es nada nuevo, la socialdemocracia llamó al colaboracionismo de clases "democracia económica”. El milagro se produjo cuando la "voluntad popular” tuvo la ocurrencia de favorecer a los “socialistas”, los más integrantes de frentes burgueses, para que ingresasen al Legislativo, antro de las violaciones a la Constitución, y procediesen a transformarlo desde dentro, para facilitar la llegada de la nueva sociedad. No hay razones para que el Estado no conozca iguales mutaciones, al margen de revoluciones.
Está consagrado el reformismo socializante: el parlamentarismo, gracias a la participación de sindicalistas y de líderes de “izquierda”, conducirá gradual y pacíficamente al socialismo, como cuadra a los jesucristianos que repudian la violencia en general. El PS-1, abandonando su palabrería sobre el "salario justo”, la "sociedad justa” y esta la “estupidez justa” dio su confianza parlamentaria a la Presidenta de un gobierno burgués, como ya lo hizo anteriormente con Ovando y luego con el pacto timoneado por Paz, Guevara, etc. Marx llamó a todo esto cretinismo parlamentario, dolencia grave y sin cura de nuestros “socialistas”.
11. El pleno desarrollo democrático conlleva la suposición del total desarrollo capitalista. La revolución por etapas cree que, dentro de las fronteras nacionales, las fuerzas productivas están maduras sólo para la transformación burguesa. La formulación es anticientífica: dentro de la economía mundial las fuerzas productivas son dimensiones internacionales y así están demasiado maduras para la revolución proletaria, lo que desahucia el desarrollo democrático previo. La revolución boliviana será combinada: el proletariado desde el poder cumplirá tanto tareas socialistas como democráticas y estas últimas radicalmente para trocarlas en socialistas.
Si se diese una floreciente democracia, el proletariado no tendría ninguna posibilidad de plantearse la lucha por el poder y esto dice el lechinismo.
12. El remedo democrático se desnuda cuando se enfrenta con ese poder real que es el ejército. Las formas estatales emanan de la voluntad despótica de los generales y no de la “voluntad popular”. El parlamento es débil porque sus decisiones no adquieren preeminencia frente a los otros poderes y están lejos de imponerse venciendo la resistencia de las FFAA y del Ejecutivo. Según la Ley, que todos dicen respetar, el ejército y el Legislativo no pueden ir más allá o contra sus determinaciones. En Bolivia, la fábrica de leyes se doblega ante la espada amenazadora. No hay democracia.
Las FFAA son la entidad política más poderosa, mucho más que el parlamento, desde luego, lo que no es excepcional en los países atrasados, como consecuencia de la caducidad del nacionalismo, que se expresa en la inanidad de sus partidos, y de la inexistencia de poderosas clases que hagan funcionar la democracia. El ejército concluye como una alternativa eficaz en manos del imperialismo y de los explotadores nativos.
Que las FFAA se muevan por encima de los partidos, no quiere decir que sigan una línea apolítica. En cierto momento son las únicas capaces de imponer la política burguesa El ejército está en ventaja sobre los partidos para efectivizar sus planes: su capacidad ejecutiva que viene de su estructura vertical y la severa disciplina que anula a su ancha base social (soldados, clases, suboficiales).
No es posible anular al ejército tornándolo apolítico y encerrándolo en sus cuarteles. Las FFAA no abandonarán la política y, desde el punto de vista revolucionario, es preferible un ejército que delibera, que toma posturas políticas, lo que puede permitir la participación en las decisiones de la tropa. El derecho de organizarse y deliberar debe alcanzar a soldados y clases. No se trata de apolitizar al ejército, sino de ganarlo, al menos a un?, parte de él, para la política revolucionaria.
El apoliticismo es careta de la política burguesa.
La democracia supone la subordinación de las FFAA a la Ley y a las decisiones parlamentarias, lo que ahora resulta
utópico. El objetivo revolucionario es lograr que en el ejército se manifieste abiertamente la lucha de clases, lo que potenciaría a la tropa y a los jóvenes oficiales frente a la jerarquía castrense. Así será escindido y perderá su capacidad represiva y de fuego. El hundimiento de este pilar de sustentación del Estado burgués se convierte en requisito para la victoria revolucionaria. Las FFAA, al jugar un rol político preeminente, reproducen las limitaciones orgánicas de la burguesía nacional, lo que les impide desarrollar una línea revolucionaria o extraña a las clases polares.
13. La inviabilidad de la democracia no significa que la clase obrera y su partido se nieguen a participar, en todas las condiciones y por principio, en las elecciones, lo que significaría caer en el anarquismo. El POR no formula este planteamiento.
Durante los retrocesos, cuando el ascenso recorre los primeros peldaños y se encuentra lejos de la insurrección, conviene la participación en los procesos electorales, la utilización del método parlamentario que es propio de la burguesía. Se justifica porque puede permitir a la vanguardia difundir ampliamente su programa, organizar y educar a los explotados. El objetivo es aprovechar la coyuntura creada por las elecciones para entregar a los explotados una perspectiva revolucionaria. Esta participación no significa la obligatoriedad de presentar candidatos, que puede o no darse según las circunstancias y las modalidades de la ley, pero debe importar la inexcusable difusión del programa partidista. La actividad parlamentaria debe subordinarse a la acción directa, esto es convertirla en tribuna revolucionaria.
Las siguientes son las condiciones mínimas para la participación en las elecciones:
a) Preservar la independencia de clase, requisito imprescindible para la marcha hacia adelante del movimiento revolucionario. Exigencia a la que deben subordinarse los frentes electorales. La subordinación obrera a la burguesía es una traición. La independencia de clase quiere decir colocar en primer plano la estrategia proletaria. Por esto hay que constituir el FRA.
b) No despertar en las masas ninguna ilusión acerca de las bondades del parlamento, de la democracia o de las posibilidades de transformación interna del Estado burgués en socialista. Hay que demostrar que la democracia más perfecta no es más que encubierta dictadura de la burguesía, que la clase obrera lucha por materializar la revolución y dictadura proletarias. No al cretinismo parlamentario.
c) La participación en las elecciones debe permitir arremeter contra la democracia burguesa, la lucha de clases pasa por este camino. Consolidar la democracia importa consolidar la explotación obrera y el rol imperialista. Para acabar con estas calamidades hay que acabar con la propiedad privada, lo que importa acabar también con la democracia formal.
d) La lucha electoral y por las garantías democráticas, deben subordinarse a la estrategia proletaria, en caso contrario los “revolucionarios concluyen como colaboracionistas y reformistas.
III. Unidad nacional al servicio de la burguesía
14. La democracia, que no tiene posibilidades de materializarse en una forma gubernamental concreta, es una difusa ansiedad de la clase dominante, que busca utilizar el sufragio libre para potenciar sus intereses. Su prematura frustración a convertido en sueños sus naturales aspiraciones.
La “izquierda” hace suya la ansiedad de los explotadores. Está en medio de la lucha de clases y es actora de ella, pero se ha colocado en la trinchera de los enemigos de las mayorías; abandonando su programa se ha derechizado. Los teóricos” pequeñoburgueses, impedidos de desarrollar una política propia, se esfuerzan por imponer los intereses de la burguesía, plantean el olvido de la lucha de clases, su relegamiento a segundo plano amparados en el argumento de que este “sacrificio’’ lo impone el imperialismo, “Marxistas” y nacionalistas se niegan a hablar de la lucha de clases en este momento considerado como un “proceso de democratización”, que tan dificultosamente camina bajo la vigilancia de los gorilas armados hasta los dientes. Sería la hora del colaboracionismo clasista para hacer posible la democracia. ¿De qué democracia se habla? Es el Caribdis v Escila de la “izquierda”, cuyos torpes navegantes no pueden burlar la tormenta ni los obstáculos generados por ellos mismos; se trata de un suicidio. De “revolucionarios” se convierten en servidores del enemigo de clase. El olvido de la lucha de clases obedece a la urgencia de no asustar al capitalismo, que de aliado se convierte en amo. Toda vez que los “izquierdistas” buscaron justificar su traición a los obreros con el argumento de que convenían con la burguesía un acuerdo circunstancial y destinado a preparar la victoria del socialismo mañana, acabaron como contrarrevolucionarios. Los pactos electorales y para reconstituir ministerios son políticos y de largo alcance.
Olvidar la lucha de clases (colaboracionismo) importa dar las espaldas definitivamente a la estrategia proletaria, relegarla a un futuro indeterminado, por eso argumentan que no es la oportunidad de referirse a ésta, sino de consumar libremente maniobras tácticas; cuando éstas se ejecutan sin referirlas a un determinado fin, se convierten en objetivos estratégicos. Si el norte de la actividad cotidiana (su materialización emerge de la lucha diaria según el Programa de Transición) va no es la revolución y ésta queda sustituida por la reforma del capitalismo, por su embellecimiento, se está apuntalando al orden burgués contra los obreros.
La actitud de la burocracia cobista, controlada por la burguesa UDP, descubre qué es lo que busca la “izquierda” que se ha olvidado del socialismo. Actuando contra las metas históricas del proletariado, toma en sus manos los intereses de la clase dominante. El capitalismo v Bolivia atraviesan una aguda crisis estructural y los “izquierdistas” se afanan por superarla a costa de la mayor explotación de los obreros. La burguesía está condenada a abandonar el poder porque va no puede alimentar a sus esclavos y las fábricas pueden marchar mejor sin su presencia. La “izquierda”, esta vez su derechización no tiene paralelo, se lanza a salvar al capitalismo, busca que las empresas se tornen rentables v obligando a los obreros a morigerar sus demandas, a someterse a la regla grata a los empresarios de "primero producir más para luego pedir mejores salarios”. Esta “izquierda” está empeñada en salvar al capitalismo en lugar de sepultarlo. La socialdemocracia propugnó la cooperación obrero-patronal en las fábricas. La burocracia habla de mejorar el sistema impositivo y aparece como interesado en cooperar en la administración empresarial, sólo después ofrece algunas esperanzas de mejoramiento de las condiciones de vida del obrero.
La “izquierda” se identifica íntegramente con la burguesía al convertirse en paladín del gobierno democrático (no del proceso democrático en su más amplia acepción), al extremo de considerarlo el más perfecto para los trabajadores, pues supone que permitirá su gradual liberación. El parlamentarismo es presentado como el método adecuado para que el sindicalismo logre el bienestar de la mayoría nacional. La burguesía busca legítimamente la materialización de la democracia y entonces la “izquierda" arria sus banderas y coopera con el enemigo de clase para el logro de objetivos que son propios de éste. Los intereses de la burguesía y del proletariado son antagónicos y excluyentes, lo que descarta que dicha cooperación pueda significar que los explotados conserven su ideología y sus objetivos pese a la subordinación a sus explotadores, como tampoco puede traducirse en una política que sea el término medio entre lo que buscan los polos extremos de la sociedad. Los burgueses utilizan todo su poderío económico, de donde arranca su preeminencia cultural y política, para imponer a sus “aliados” sus ambiciones excluyentes. La clase dominante, a diferencia de la sumisa “izquierda”, tiene objetivos claros: mejores salarios (para que la fuerza de trabajo sea explotada normalmente) a cambio de más productividad; defensa de la democracia y de la “libertad” a condición de que se respete la propiedad privada y sus inevitables emergencias. Los patrones colocan las cadenas a los obreros, objetivo central de su existencia, y los “izquierdistas” toman a su cargo la sucia tarea de remacharlas. Se trata de una cooperación al servicio de la burguesía exclusivamente.
15. Los "revolucionarios” argumentarán que forzada y momentáneamente se disfrazan de inofensivos corderillos para empujar imperceptiblemente a la actual sociedad hacia el socialismo. Es el desarrollo del capitalismo, un hecho objetivo, que crea las premisas materiales de la sociedad comunista (economía mundial, trabajo y producto social, etc.); los “izquierdistas” no son los autores de este desarrollo, sino que se agotan en el esfuerzo por mantener en pie al caduco régimen imperante, a la apropiación individual del producto social, conspiran contra la evolución de la conciencia de clase y se esmeran en despolitizar y desmovilizar a las masas, en resumen, actúan contrarrevolucionariamente.
La “izquierda” destruye la independencia de clase al someter a los explotados a la política burguesa. La independencia política quiere decir no sólo fisonomía y organización propias, sino una ideología revolucionaria que necesariamente tiene que ser opuesta a la burguesa y a las ideas oficiales de la época. La “izquierda” y la burocracia sindical se han levantado contra la tradición programática del movimiento obrero, buscando quitarle sus ideas revolucionarias, a fin de que más fácilmente se someta a la clase dominante. La subordinación a la burguesía quiere decir que los obreros se alinean detrás de ideas que les son extrañas y que justifican su explotación; de esta manera concluyen defendiendo un programa que conspira contra sus objetivos.
Aparentemente la tan pregonada "unidad nacional” sería la fusión de todos los sectores sociales del país, de las mayorías explotadas con las minorías explotadoras, para beneficio de todos por igual, sin que ninguno de sus componentes pueda sacar ventaja parcial. Se vuelve a pretextar el consabido “enemigo común”. Antes se habló del imperialismo, ahora se invoca el peligro fascista. Ambos son amenazas permanentes, pero desaparecerán sólo con la destrucción del capitalismo, vientre común de ambos.
La "unidad nacional” abarca a la derecha y a la izquierda y nace bajo el pretexto de rechazar la amenaza golpista o la política desarrollada por el fascismo, el terrorismo, etc. Su contenido es esencialmente político, desde el momento que subordina a la nación a la voluntad de la burguesía y busca defender o modificar al gobierno. Siendo una alianza de clases, hay que preguntarse quién la dirige y con qué fines. Todos los planteamientos que hace la “unidad nacional”, desde las peticiones al gobierno hasta las proposiciones de su reforma, se circunscriben al mantenimiento del orden social existente, y esto es pura política. El programa más osado de esta a- lianza clasista sólo puede propugnar una revolución política: la sustitución en el poder de una capa de la clase dominante por otra que ocasionalmente se encuentra en la oposición y que se esfuerza por colocarse a la cabeza de la nación. Es fundamental preguntarse si busca la destrucción del capitalismo o simplemente su reforma. En el último caso sigue una política conservadora y burguesa. Cuando el proletariado se integra a la “unidad nacional” concluye disolviéndose en su seno, adoptando como suya la política propia de la burguesía.
El proletariado plantea también la alianza de clases; en los países atrasados la protagonista de la revolución será la nación oprimida. Hasta esta altura pueden confundirse los planteamientos de burguesía y clase obrera; las discrepancias surgen no bien se trata de señalar las metas y la dirección política de la alianza. Se trata de algo importante. La lucha por la hegemonía sobre la nación oprimida entre las clases extremas de la sociedad es irreconciliable, como lo son sus intereses; quién dirige a la nación oprimida define las metas de ésta.
El frente antiimperialista (alianza de clases) adquiere carácter revolucionario al subordinarse a la estrategia proletaria, puede convertirse en instrumento de la revolución obrera. La burguesía, utilizando al stalinismo, puede timonear al frente antiimperialista y entonces éste cumplirá el mismo papel que la "unidad nacional". El frente anti-imperialista revolucionario y la "unidad nacional”, pese a ser ambos alianzas de clases, son de naturaleza diferente, por seguir orientaciones clasistas contrapuestas. Pueden servir a la revolución o a la contrarrevolución, esto dependa da que sea o no el proletariado el que se convierta en su dirección.
16. La "izquierda”, violentando su pasado, aparece como abanderada de la sociedad democrática o burguesa. Si su objetivo es lograr el desarrollo económico sin tocar la propiedad privada, garantizar mayores beneficios a los empresarios y algunas migajas a los trabajadores, es lógico que se empleen a fondo en el proyecto de construcción de la democracia. Cuando las masas se movilizan pueden siempre salir de los canales democráticos y dar al traste con la dirección y los esquemas de la “izquierda” derechizada, lo que explica por qué ésta tiene tanto miedo a la actuación independiente de los explotados, naturalmente inclinados a la acción directa. Los “revolucionarios” al servicio de los burgueses dan las espaldas a los métodos de la revolución proletaria, que son propios de la clase obrera, para asirse desesperadamente del parlamentarismo.
La “izquierda”, para satisfacer las exigencias de la clase dominante aparece como democrática. Coloca parches a la envejecida estructure del Estado burgués y se empeña en hacer funcionar la democracia; se despoja de todo rasgo obrerista o salarialista, a fin de tornarse "razonable” frente a las dificultades que tiene que afrontar la burguesía.
La clase dominante y sus sectores golpistas y gorilas, se benefician enarbolando la bandera democrática frente a las masas, de donde para ella provienen las mayores amenazas. El señuelo de un parlamento capaz de solucionar los problemas de las mayorías nacionales, le sirve a la burguesía para obligar a los explotados a someterse al ordenamiento jurídico. Cuando la mayoría nacional limita sus objetivos a los puramente democráticos se fortalece la burguesía y se debilita el movimiento revolucionario.
La burguesía está vivamente interesada en consolidar la "unidad nacional” dentro del marco democrático, pues así verá consolidada su propia dictadura; la acción do los sectores mayoritarios se tornará inofensiva para la clase dominante. Es la "izquierda” la que ayuda a domesticar a los explotados.
El actual gobierno burgués derechista aparece patrocinando el entendimiento entre explotados y explotadores, que sólo puede imponerse a costa del mayor empobrecimiento y postración de los obreros.
El 27 de marzo de 1980 tuvo lugar el III Seminario sobre Temas Económicos auspiciado por la Cámara de Comercio Americana y a la que asistió el embajador de los EEUU Waissman. Se evidenció la total unidad de criterio entre la empresa privada boliviana y los yanquis. Sólo la minería pequeña, económica y socialmente insignificante, ha mostrado su discrepancia con el imperialismo. Al encuentro de los todopoderosos capitalistas también asistió el “asesor económico de la COB", el cepalista y burgués Flavio Machicado, ocasión en que dijo que la COB se apartaba por principio de la política “salarialista", para coadyuvar en el desarrollo industrial y en la implantación de un régimen de “censura social". Para este curioso “teórico”, el problema de la explotación de la clase obrera es reemplazado por la creciente inmoralidad funcionaría, etc. No es sorprendente que el "asesor” hubiese descubierto que la economía boliviana no permite el aumento de salarios y esto por mucho tiempo. La consecuencia: por voluntad de la burocracia y para asegurar la prosperidad de los empresarios, los obreros deben conformarse con seguir produciendo sin pedir nada.
G. Sánchez de Lozada, poderoso minero y militante del pazestenssorismo (MNRH), norteamericanizado en su mentalidad y conducta, fundamentó teóricamente el carácter democrático de los empresarios. Informó Presencia: “una empresa es esencialmente democrática, ‘tal vez mucho más democrática que cualquier otro sector’ y que, por este motivo, debe tener una mayor participación en la vida política. Esa participación -advirtió- debe ser indirecta y fundamentalmente canalizada a través del apoyo a la formación de corrientes políticas y a la postulación de candidatos.
“Planteado el paralelismo (organización empresarial y sistema democrático), dijo que la democracia es un ´sistema de competencia por el poder; una competencia libre por el voto libre, para determinar quién es el que va a dirigir la sociedad, de la misma manera que en una empresa se elige a la máxima autoridad'. Sostuvo que la democracia es la única forma civilizada de convivencia, en la quo debo gobernar la opinión do la mayoría, sin quo olio signifique la destrucción do la opinión minoritaria. 'Como en las empresas, la sociedad do- be utilizar el sistema democrático para designar a las personas con capacidad dirigente, en un juego en el que los perdedores sepan reconocer su derrota’, agregó, al opinar que las actuales dificultades políticas de Bolivia se deben a que 'no hay una mayoría coherente que imponga su criterio”. Citó como modelo de partidos que comprenden “las características del juego democrático” al PDC y a ADN, acotando que todos los demás serían revolucionarios “porque quieren imponer sus principios y lograr transformaciones del orden vigente”. Lo dicho por Sánchez de Lozada (burgués más que aristócrata, pese al de) puede resumirse en la tesis de que corresponde a los empresarios modelar la democracia mediante la estructuración de grandes corrientes políticas, que dicho gobierno debe estar al servicio de los capitalistas. La paz social impuesta en ese marco sería ideal para el establecimiento de las relaciones obrero-patronales subordinadas a los intereses de los empresarios. La esencia de la democracia: una vez que los empresarios dominen a las tendencias mayoritarias, las minorías deben tener derecho a la crítica dentro de la ley, sin que se les reconozca como legítimo el empeño de transformar el orden existente. Como se ve, la democracia es una dictadura de la burguesía impuesta a la mayoría nacional.
El portavoz gubernamental Garret, vinculado a las actividades empresariales, recapituló lo dicho por el “teórico” de la empresa privada: el Estado tiene la misión de asegurar la participación de los empresarios en el funcionamiento de la democracia. No se ocultó que los capitalistas y la burocracia sindical se mueven según la voluntad del imperialismo. Todos estaban seguros que la democracia debe servir para que este estado de cosas pueda desarrollarse sin las interferencias de las masas encabritadas.
17. Un modelo de lo que es la “unidad nacional” al servicio exclusivo de la burguesía, tanto vale decir del imperialismo, se tiene en el pacto suscrito, el 25 de marzo de 1980, entre la COB, las entidades religiosas y de caridad, junto con los partidos de derecha, de centro y de "izquierda", excepción hecha del POR, lo que le permitió poner a salvo su presente y su futuro como dirección revolucionaria.
Este pacto, sellado con el pretexto do oponerse al golpismo gorila, busca encadenar a las masas a los objetivos democráticos, a la utilización exclusiva de los métodos democráticos, a abandonar sus propias ideas heréticas y radicales para enarbolar la bandera de la burguesía.
En el primer punto se fijan los objetivos: “Reiterar su irrenunciable decisión de luchar en defensa del proceso democrático abierto por el esfuerzo y sacrificio del pueblo boliviano, contra la conjura de una minoría antinacional y antipopular… y contra toda forma de adulteración de la soberanía popular”. Esta es una declaración principista impuesta por la burguesía. Los “demócratas” no están interesados en una transformación democrática, que puede considerarse parte del contenido de la revolución, sino sólo en el verificativo de elecciones y en la vigencia de algunas garantías. Esta meta burguesa es coreada por democratizantes e “izquierda”. Se parte de la “soberanía popular” como fuente de los poderes del Estado, una teoría liberal.
A los “izquierdistas” a veces se les ocurría, por demagogia más que por convicción, añadir a su profesión de fe democrática la promesa de luchar por el socialismo. Como ahora los que impusieron la línea fueron Paz, Guevara, Siles, el PDC, los monseñores de la Iglesia, etc., no hubo lugar para declaraciones líricas sobre el lejano consuelo igualitario.
Sobre el pretexto del pacto se puntualiza que la escala terrorista obliga a exigir al gobierno que señale a los culpables y los castigue drásticamente. Sabíamos que sólo las masas armadas podían acabar con el terror fascista. Más que ingenuidad hay toda una concepción política extraña a la orientación y métodos obreros. El débil gobierno Gueiler sobrevive porque los militares no encuentran aún la oportunidad de enviarlo al tacho de los objetos inservibles y gracias a que la Presidenta adula y hace concesiones a los generales. El POR ha denunciado que desde la Presidencia se paga a los agentes del servicio de inteligencia de las FFAA, a los autores de la ola de terrorismo. En la afirmación se encuentra implícita la tesis de que el terrorismo, como el fascismo en sí, pueden ser arrancadas de raíz por el gobierno burgués Esto es peligroso porque puede despertar ilusiones acerca del carácter de clase del régimen y de sus posibilidades para aplastar a la reacción burguesa. ¿Es falso decir que el fascismo sólo será aplastado definitivamente si se aplasta al capitalismo? Esto no desea la burguesía, pues ya sabrá encontrarse bien dentro del totalitarismo gorila, como enseña la historia.
La defensa del proceso electoral, de las libertades, etc., se promete hacerla exclusivamente con métodos democráticos (pacíficos), con reclamos al Ejecutivo, con la papeleta electoral, para evitar la movilización y acción directa de las masas, consideradas como el mismo caos. Enemigos de la violencia, se esmeran en evitar que ésta se apodere de los explotados y que bien podría convertirse en amenaza contra la propiedad privada. Era el momento de decir: a la violencia fascista, la violencia revolucionaria y la “izquierda” calló.
El pacto ha redundado en beneficio de la burguesía y del imperialismo y ha perjudicado a las masas, les ha hecho perder su independencia política y las ha sometido a la voluntad burguesa.
Los pactantes no se acordaron del imperialismo. Han dado pruebas inequívocas de que se apoyan en lo que dicen y hacen los yanquis. Cuando el embajador de los EEUU metió las manos en la política interna, los demócratas e “izquierdistas” sé esmeraron en aplaudir al amo y ninguno tuvo el coraje de repudiar la actitud intervencionista de la metrópoli.
Sería absurdo reducir el problema a saber si entre los firmantes está Paz, que resume la evolución del nacionalismo, desde la histeria antiyanqui hasta el progorilismo. Hay que preguntarse por qué estos elementos se encuentran a sus anchas en ese bloque político. La respuesta: el compromiso ha sido elaborado y sellado en beneficio de la burguesía y en ese marco se busca estrangular a las masas. Los que juegan con formalidades están buscando encubrir su propio sometimiento político a las ideas y planes de la burguesía.
18. La inviabilidad de la democracia abre, ni duda cabe, el camino del golpismo, que por la preponderancia política de las FFAA debe tener como eje a caudillos castrenses. El aferrarse a la falsa carta de la democracia no hace más que ayudar, en definitiva, al golpismo. Llegará el momento, cuando las masas se tornen amenazantes, en el que los EEUU volverán a alentar las ambiciones de los gorilas.
La actitud revolucionaria no consiste en jugar con una ilusión, sino en movilizar a los explotados para que sepulten al capitalismo y al fascismo y abran la perspectiva democrática para la mayoría nacional bajo la dictadura del proletariado. Lejos de estrangular “democráticamente” a las masas, hay que utilizar la lucha por las garantías constitucionales como palanca impulsora del movimiento revolucionario; en el camino habrá que aplastar al reformismo, al oportunismo socializante y al nacionalismo obsoleto.
Que la “izquierda” (PPCC, PS-1, otros grupúsculos que son desperdicios del proceso social) forme fila detrás de connotados sirvientes del imperialismo y de masacradores de obreros, buscando salvar a la inexistente democracia, lo que la convierte en ilusionista que saca palomitas de la manga de la chaqueta, demuestra que es políticamente menchevique. La afirmación acaso diga poco a los lectores. El menchevismo no es más que la subordinación a la burguesía y el propósito de poner en pie a la democracia. La lucha de clases configura el proceso político y marca a fuego a sus protagonistas. En la izquierda seguimos en medio de la secular lucha entre menchevismo y bolchevismo. Trotsky, en 1919, presentó el siguiente resumen de tal lucha:
“El punto de vista menchevique partía del principio de que nuestra revolución es burguesa, es decir que su consecuencia natural sería el paso del poder a la burguesía y la creación de las condiciones de un parlamento burgués. El punto de los bolcheviques… aun reconociendo la inevitabilidad del carácter burgués de la revolución, planteaba la creación de una república democrática bajo la dictadura del proletariado y del campesinado… Las advertencias de que las circunstancias del desarrollo del capitalismo habían provocado grandes contrastes entre sus dos polos y habían condenado a la insignificancia a la democracia, no impedían a los mencheviques… buscar incansablemente una democracia ‘auténtica’, ‘verdadera’, que tendría que ponerse a la cabeza de la nación e introducir condiciones parlamentarias, a ser posibles democráticas, cara a un desarrollo capitalista. Intentaron siempre descubrir indicios de democracia burguesa y al no encontrarlos se los imaginaron…”