El cuadro de las recientes elecciones
Las recientes elecciones presidenciales francesas se efectuaron en un momento de aguda crisis: crisis económica y política mundiales, crisis económica y política de la burguesía francesa. La recesión, marcada por una concurrencia cada vez más encarnizada entre los diversos imperialismos, está acompañada por un enorme aumento de la desocupación y por la tendencia general a la baja de la producción. En Francia, esta desocupación alcanza a 2 millones de trabajadores. Mientras se registra una hipertrofia de las formas más variadas del capital financiero y los bancos han obtenido en 1980 un nivel de utilidades sin precedentes, se produce un retroceso en la industria. La siderurgia y el sector textil están en quiebra, mientras la industria del automóvil está gravemente amenazada. Los pocos sectores que han conocido un desabollo en los últimos años, aeronaútica, armamento, teléfonos, informática, lo han logrado gracias a los fondos públicos y en estrecha dependencia financiera y tecnológica del imperialismo norteamericano; ahora conocen también grandes dificultades. La economía francesa pierde posiciones en el mercado mundial y la Comunidad Europea ha quedado reducida a un mecanismo de protección de la producción agropecuaria, con agudos conflictos interiores.
En el plano político, el fenómeno más significativo es la desvalorización generalizada de las instituciones de carácter bonapartista de la V República y de los partidos burgueses. Las formaciones burguesas se presentaron en orden disperso a las elecciones y la pérdida de confianza en Giscard y su personal era manifiesta. El régimen fue afectado por escándalos de diverso tipo, desde los diamantes que el presidente recibió de Bokassa hasta el suicidio de un ministro, y más profundamente por su incapacidad de poner orden al interior de su propia clase y de imponerle al proletariado una política de austeridad. La campaña electoral de Giscard fue extremadamente defensiva, mientras Chirac utilizó las críticas al gobierno como uno de sus caballos de batalla y le otorgó a aquél un apoyo menos que tibio en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales.
Giscard, como candidato de la burguesía, tuvo un vasto apoyo internacional, que comprendió desde el Departamento de Estado hasta Brezhnev, pasando por Schmidt. La Pravda publicó, semanas antes de las elecciones, un artículo altamente elogioso para el presidente saliente y crítico de Mitterrand, mientras los gobiernos de Alemania Occidental y de Francia concluían un acuerdo de lanzamiento de un empréstito para financiar los negocios de los capitalistas en dificultades. Estos apoyos expresaban el temor común del imperialismo y de la burocracia a una derrota de Giscard que fuera el prólogo de una movilización obrera independiente, en un momento en el cual la burocracia es incapaz de hacer frente a la fractura de su régimen en Polonia, en tanto el imperialismo no puede imponerle ningún retroceso esencial al desarrollo revolucionario en América Central y en Irán, a pesar de las direcciones conciliadoras y pequeño burguesas de las masas.
El movimiento obrero ante las elecciones
La situación de las masas estaba marcada por una contradicción central. Por un lado, soportaba las consecuencias de la crisis económica, pero sin sufrir ninguna derrota decisiva. Sus direcciones sindicales y políticas la condenaron a una situación de relativa inmovilidad en cuanto a las movilizaciones contra la patronal y el gobierno a través de una sistemática acción divisionista y desmoralizadora. Es así como se produce una baja en la actividad sindical y reivindicativa. Por el otro, se manifestaba una potente voluntad de liquidar el régimen de Giscard, de derrotar a la burguesía. La consigna de “abajo Giscard" unificó de hecho a los diversos sectores del movimiento obrero y a las capas de la pequeño burguesía.
A fines de 1977 se produce la crisis de la Unión de la Izquierda, provocada por la voluntad del PC de preservar la coalición burguesa en el poder. Desde entonces, el aparato stalinista desarrolló en forma abierta una campaña divisionista, concentrando sus ataques en Mitterrand y el PS, en forma tanto más exacerbado cuando más se delineaban las posibilidades de su victoria. Aquí Marchais actuaba en perfecto acuerdo con Brezhnev, para evitar toda ruptura del equilibrio mundial y europeo en particular a raíz de la intervención de la clase obrera. En esta campaña el PC utilizó un lenguaje izquierdista pero recurrió a los argumentos y acciones más reaccionarios: racismo, xenofobia, ataques contra los inmigrantes, persecución contra la juventud en nombre de la droga. El aparato de la CGT se jugó en defensa de la línea del PC, como punta de lanza de la división sindical y de oposición a la movilización contra el gobierno. La línea de la dirección se impuso al interior del partido gracias a un control represivo acentuado pero a costa de un reflujo marcado de la actividad de los militantes. En la CGT encontró resistencias más organizadas y es así como se estructuró una corriente de oposición a la dirección, que conjugaba las aspiraciones unitarias y las ilusiones en la reconstrucción de la unidad de la izquierda.
El PS encontró en la campaña electoral su terreno predilecto de intervención. Este partido fue reconstruido en 1971, luego de haber obtenido en las elecciones presidenciales de 1969 el resultado catastrófico de un 5 por ciento, frente al 22 por ciento del candidato comunista. Mitterrand tomó su dirección. Este viejo político burgués, con una larga carrera gubernamental en la IV República, comprendió lúcidamente que resultaba imposible organizar una alternativa burguesa a De Gaulle en el cuadro de las instituciones de la V República, sostenida por el control del gaullismo sobre el aparato gubernamental y del stalinismo sobre el movimiento obrero. Al mismo tiempo, la huelga general de mayo-junio de 1968 marcó un ascenso histórico de la clase obrera y el comienzo del proceso de descomposición del régimen. En estas condiciones, se apodera del PS para proceder a una reestructuración de las relaciones políticas en el país, para llegar a una situación en la cual su partido le pudiera disputar al PC la dirección del movimiento obrero, ofreciendo una alternativa en un momento de crisis. Este punto fue alcanzado en 1981.
Para ello, Mitterrand tuvo que mantener al interior de su partido una línea de “unidad de izquierda” y derrotar a Rocard, que era partidario de pasar a una colaboración con el giscardismo. En la campaña electoral, la candidatura de Mitterrand se transformó en el medio privilegiado de la derrota política de Giscard, ante el divisionismo del PC. En función de sus intereses, Mitterrand se presentó como un garante de la preservación de las instituciones de la V República, dejando de lado sus ataques contra las instituciones gaullistas. L. Jospin, nuevo secretario general del PS, lo expresó claramente: “La reelección de Giscard es la seguridad de una explosión social; nosotros queremos y podemos evitarla”. Mitterrand fue también explícito: “En 1944 y 1945 estábamos unidos. Era el desorden general en una Francia desgarrada y De Gaulle dijo ‘necesito de todo el mundo’. Era la guerra. Hoy, es la crisis. Necesitaré de todo el mundo.” Es así como recibe el apoyo de un conjunto de políticos burgueses que, aunque minoritarios, comprenden que no existe otra salida circunstancial para la preservación de los intereses históricos de su clase.
El programa de Mitterrand fue no solamente una defensa general de la colaboración de clases sino más directamente de las instituciones políticas existentes. En el terreno electoral, polarizó la voluntad del movimiento de masas de derrotar a la burguesía a través de un partido obrero, mientras la candidatura de Marchais cumplía la función de exacerbar la división y favorecer por el flanco la reelección de Giscard. Es por esta razón que el PC pierde en la primera vuelta una cuarta parte de su electorado, que se desplaza hacia Mitterrand, asegurando su triunfo en la segunda.
El significado de los resultados electorales
La elección de Mitterrand constituye un viraje político marcado por la derrota de la burguesía y por el triunfo de la voluntad de los trabajadores de terminar con el régimen de Giscard. Aunque la movilización de las masas fue fundamentalmente electoral, este viraje tiene importantes consecuencias porque indica una perspectiva de lucha, una tendencia a la unificación del combate por las reivindicaciones inmediatas con el problema del poder.
La votación fue una derrota aplastante para el aparato stalinista que se encuentra, ahora, al nivel de su electorado en el mismo punto de 50 años atrás. Su retroceso lo obligó a llamar a votar por Mitterrand en la vuelta decisiva sin la posibilidad de poner en juego sus medios de saboteo del triunfo del candidato socialista, porque la dirección de Marchais se encontró en la peor de las situaciones: la derrota de Giscard era casi una certeza y el PC se había debilitado. El giro se impuso como un medio para tratar de mantener las posiciones en el movimiento obrero durante el próximo período, o al menos, limitar el retroceso. De todas maneras, este retroceso no es puramente electoral y se manifiesta con tanta o más agudeza en la CGT. Es un fenómeno cuyas implicancias desbordan las fronteras francesas; es un fracaso de la política de la burocracia, un síntoma de su debilidad, cuya expresión más aguda es Polonia. A diferencia de 1974 y 1978, Brezhnev no pudo asegurar el triunfo de Giscard. Esta derrota de la burocracia estará plagada de consecuencias. Al nivel del aparato internacional, los partidos llamados eurocomunistas, que no dejaron de pregonar su oposición a la línea de Marchais, volverán a tomar impulso en una perspectiva de colaboración con el imperialismo y la burguesía relativamente independiente del Kremlin, como se nota ya en el reciente encuentro entre Carrillo y Berlinguer. Las fracciones opositoras a Marchais dentro del PCF también han levantado cabeza y el partido vivirá sin duda una etapa de crisis, en la cual los militantes tratarán de ajustar cuentas con su dirección, que desde ya ha optado por las expulsiones. Lo que resulta más importante es que este recule de Brezhnev y sus partidarios hace aún más problemática la intervención militar en Polonia.
Si el giro de la situación está constituido por la derrota burguesa y la victoria de la voluntad obrera de terminar con Giscard, no hay que olvidar en ningún momento que a la cabeza de este movimiento se encuentra un partido cuya estrategia no es otra que la salvaguarda de los intereses fundamentales de la burguesía y de sus instituciones.' Estos dos elementos deberán inevitablemente entrar en conflicto. El gobierno está forzado a una serie de concesiones menores a las exigencias de las masas pero estas chocarán más y más con las necesidades de reestructuración del capital y con la posición de los nuevos líderes del país.
El punto extremadamente débil del movimiento obrero está dado no sólo por la inexistencia de su organización revolucionaria -en Francia la bancarrota política del SU y del CI es tanto más brutal cuanto mayor es la significación relativa de sus fracciones nacionales-sino también por la ausencia de un cuadro de centralización y agrupamiento de los sectores que se delimitan de la política de los aparatos. La línea de Mitterrand no tiene que hacer frente, por el momento, a ningún ala a su izquierda dentro del PS, como fue el caso, por ejemplo, de Blum con la fracción de Pibert. En el PC, la oposición a Marchais se recuesta políticamente en el eurocomunismo y cuando proclama una orientación “unitaria” lo hace en dirección del Frente Popular.
Hay, sin duda, un comienzo de movilización obrera y juvenil pero por ahora sin intervención independiente del proletariado, según sus métodos propios y
sobre su terreno. La actitud que prima es la expectativa y la ilusión en la acción del gobierno. Es el resultado de largos años de control conservador de los aparatos y sobre todo de la división y de la desmoralización del último período. El proletariado ha ganado cualitativamente en cuanto a la confianza en sus propias fuerzas luego de las jornadas electorales y ello tendrá su traducción en su movilización. El pronóstico es claro: asistiremos a un período de agudización de la lucha de clases cuya característica inicial será el choque entre las exigencias inmediatas de las masas, la acción del gobierno y la política de la burguesía, en un entrelazamiento creciente con la cuestión del poder político. La burguesía vive una situación de desbande político que agudiza cualitativamente sus dificultades para poner en pie la reestructuración propia a una situación de crisis, liquidando los sectores cuyo capital se desvaloriza y desarrollando otros, en un cuadro de alza de la tasa de plusvalía.
El reagrupamiento de la vanguardia obrera es la condición para que, a partir de estos elementos, se produzca un salto cualitativo que permita la apertura de una crisis revolucionaria, con la formación y extensión de organismos de acción directa de las masas.
La formación del gobierno Mauroy y las elecciones legislativas
El primer gobierno que forma Mitterrand combina la situación hegemónica del PS, que habrá de acentuarse luego de las elecciones legislativas, con la presencia de politicastros de la burguesía. Se trata de un gobierno burgués por su política y sus objetivos en una situación de crisis y retroceso de la burguesía, cuya autoridad descansa en un partido obrero.
Se trataba de un gobierno de transición en vistas de las elecciones legislativas pero que desnudaba ya las características de su estructuración definitiva. Mitterrand, con la presencia de ministros burgueses, mantiene las puertas abiertas para una perspectiva de unidad nacional si el desarrollo de la crisis así lo exige. Además, el gobierno no sólo mantuvo en su lugar al alto personal del Estado sino que, para acentuar aún más esta continuidad, llamó a funcionarios formados en la lealtad a la V República y sus mandarines para los nuevos gabinetes ministeriales. No hay que olvidar tampoco que algunos de los ministros que hoy son miembros del PS hicieron su carrera en los gobiernos de De Gaulle y Pompidou, como es el caso de J. Delors, a cargo del ministerio de Economía.
Una de las funciones de este gobierno fue la de otorgar las garantías necesarias a la burguesía y al imperialismo. La primera tarea de C. Cheysson, ministro de Relaciones Exteriores, fue viajar a Washington para asegurarles a Reagan y Haig la fidelidad francesa a la Alianza Atlántica y para explicarles que la presencia futura de ministros comunistas le iba a dar todavía más peso a esta fidelidad y a los choques del nuevo gobierno con la burocracia soviética. Se trató de controlar el pánico inicial de la burguesía, tal como se manifestó en la bolsa y en los movimientos especulativos de capital. Si los controles fueron mínimos, las promesas fueron abundantes y los resultados ambiguos. La burguesía y el gran capital quieren limitar al máximo los costos de su derrota, más aún teniendo en cuenta la pérdida de posiciones de Francia en el mercado mundial. Los explotadores no están todavía en condiciones de reorganizar su ofensiva contra las masas. Por ahora exigen que el gobierno sirva de amortiguador y se haga cargo de los efectos de la crisis. Queda para el futuro, de acuerdo a cómo se estructuren las nuevas relaciones entre las clases, una opción entre la hostilidad ai gobierno y su desestabilización y la colaboración, aunque sea a regañadientes.
Las elecciones legislativas convocadas luego de la disolución de la Asamblea Nacional profundizaron la derrota de la burguesía. En apariencia fueron un triunfo completo de Mitterrand pero en la realidad se ha ido más lejos en esta derrota de lo que el nuevo gobierno esperaba. Los socialistas favorecieron la formación, para estas elecciones, de una fuerza burguesa “centrista”, sobre la base de gaullistas arrepentidos, con una estructura suficiente para participar en la coalición gobernante. La maniobra fracasó lamentablemente. Sin proponérselo, y sin que los dirigentes lo esperaran, según su propia confesión, el PS se encontró con una mayoría propia en la Asamblea. El componente burgués se debilitó en lugar de reforzarse.
La consecuencia de este movimiento acentuado de la pequeña burguesía hacia el PS, gracias al cual creció notablemente en votos en las pocas semanas transcurridas entre la elección presidencial y la legislativa, es que todo el poder formal del Estado está ahora en manos de este partido. El PS es el gobierno, en todas sus facetas, y es el eje de desarrollo de las contradicciones de la nueva situación política, su escenario privilegiado. A su interior se manifestarán los choques entre fracciones más o menos sensibles a las presiones de la burguesía y a la satisfacción de las reivindicaciones inmediatas de las masas. Es por ello que una de las preocupaciones cotidianas de Mitterrand ha sido la de mantener el control del partido, para evitar todo desborde y para utilizarlo como dique de contención.
La incorporación de ministros comunistas
La incorporación de cuatro ministros comunistas al gobierno fue la modificación significativa del gabinete Mauroy, luego de las legislativas. ¿Por qué Mitterrand toma esta decisión? Como veíamos, la situación política creada excluía un viraje inmediato hacia centristas y gaullistas. Pero la decisión va más lejos. La incorporación de ministros comunistas fue precedida de un acuerdo entre el PC y el PS según el cual el aparato stalinista subscribe formalmente el conjunto de posiciones del partido socialdemócrata, tanto en la política nacional -nacionalizaciones-, como en la internacional -fidelidad a la OTAN, instalación de misiles Pershing en Europa, Afganistán, Polonia. Incluso más, el PC se compromete a respetar una disciplina común en el gobierno y también en las municipalidades y en las empresas.
Esto constituye un aspecto clave. El acuerdo es un nudo corredizo con el cual se quiere estrangular la actividad independiente del movimiento obrero; asegura la domesticación de las direcciones sindicales para evitar cualquier campaña de movilización. Luego de las elecciones, esas direcciones se apresuraron a comprometer su colaboración con el gobierno y a servir de parachoques ante las reivindicaciones de los trabajadores. Ahora, esta colaboración está políticamente respaldada por el acuerdo PS-PC. Es el interés común de ambas direcciones. El aparato stalinista colaborará en el mantenimiento de la “paz social” bajo el pretexto de que así sostiene un gobierno de unidad. Mitterrand se asegura de un relevo para esta tarea.
Por otra parte, el gobierno socialdemócrata cuenta así con la colaboración de un partido stalinista de masas como respaldo para su política atlantista, de choque con la burocracia soviética. Es la primera vez después de la postguerra que un PC de Europa Occidental está asociado al gobierno y a diferencia de entonces en un período de confrontación entre el imperialismo y Moscú y no como consecuencia de un pacto explícito. No es extraño que la burocracia haya recibido con muchas reservas esta participación, según surge de los comentarios de Pravda. Estas fisuras de la burocracia y su aparato, puesto que diversos sectores tratan de ejercer independientemente su colaboración en el sostenimiento del estado burgués, confirma una caracterización de Trotsky: “No se puede considerar a la Internacional Comunista como un simple instrumento de la política internacional de Stalin. En Francia, en 1934, el PC bajó de 80.000 a 30.000 militantes. Era necesaria una nueva política… Al mismo tiempo, Stalin estaba buscando una nueva política exterior. De una parte y de otra observamos estas tendencias a un nuevo giro. Son diferentes aspectos de un mismo proceso. El PC francés es no sólo una agencia de Moscú, es también una organización nacional con miembros en el parlamento, etc.
(Sobre la historia de la oposición de izquierda, Abril de 1939).
El imperialismo francés se refuerza en forma temporaria con esta participación, tanto en relación a sus negociaciones con Washington como en sus choques, sobre todo en Europa, con la burocracia.
Hay que extraer una consecuencia más general. La participación gubernamental del PC y el bloque PS-PC ponen de relieve hasta qué punto los aparatos traidores del movimiento obrero tienen que comprometerse en esta alternativa política de crisis, cargando sobre sus espaldas con las tareas del orden y de la reestructuración. Las direcciones políticas y sindicales de la clase obrera se alinean compactamente alrededor y en el aparato del Estado. Si el efecto inmediato puede ser el de una dificultad adicional para una actividad independiente de las masas, las consecuencias más profundas no serán otras que las de un enfrentamiento más agudo con esas direcciones; el proceso será inevitablemente largo. Tenemos aquí un ejemplo llamativo de la “independencia” de estas direcciones que, según la OCI, eran una diferencia cualitativa en relación a otras burocracias.
La bancarrota del SU y del Cl
Desde hace largos años Francia es el terreno privilegiado del SU y del ahora Comité Internacional. Casi en ningún otro país los pablistas y el lambertismo han tenido oportunidades tan favorables para el desarrollo de su política. El balance de estos últimos meses es abrumador para estas corrientes. Han ido al remolque de la política traidora de las direcciones y la OCI es la que se gana la medalla en esta carrera, pues ahora está políticamente disuelta en el PS y en el sostenimiento al gobierno de Mitterrand. Es una lección de gran importancia. Cuando el SU y el CI tienen todas las posibilidades, las utilizan no para defender el programa del trotskismo, sino para ocupar un lugar en una operación política de sostenimiento del orden burgués.
El electoralismo más ramplón fue la característica de la campaña de la LCR, aunque no haya podido presentar formalmente la candidatura de Krivine por las trabas legales de una legislación reaccionaria. Ya antes de la campaña, la perspectiva de la huelga general, con la cual la Liga polemizaba contra la OCI, era presentada como una simple abstracción y no como una perspectiva política concreta. En ningún momento se planteaba bajo qué formas se debía preparar este combate; no se desarrollaba ninguna campaña por la organización de comités en las fábricas. Todo quedaba reducido a una expresión de deseos cuyo destinatario eran las direcciones. Una vez que la campaña electoral ganó en intensidad, la consigna desapareció lisa y llanamente. La LCR no propuso otra cosa que el apoyo electoral a las direcciones del PC y del PS y trató, en particular, de escamotear las responsabilidades del stalinismo. Al interior del movimiento “Unión en las luchas”, que reúne disidentes del PC, militantes de la LCR, independientes y algunos socialistas, los representantes franceses del SU se adaptaron a la concepción política de su dirección, para la cual la unidad reside en el acuerdo entre las direcciones obreras y otras fuerzas “progresistas” sobre una base parlamentaria, esto es, una forma de Frente Popular, un pacto para desmoralizar y desorganizar al movimiento obrero. La consigna de “gobierno PC-PS”, en manos de la LCR, perdió todo contenido revolucionario pues alimentaba las ilusiones en uha combinación entre direcciones de partidos como sinónimo de gobierno obrero, sin postular ningún programa político independiente.
La declaración de su Comité Central, del 16 y 17 de mayo, es notable ante todo por su apología del nuevo gobierno, en tanto afirma que reúne las condiciones para imponer las reivindicaciones obreras -habría que agregar que una de las cosas que le faltan es la voluntad. Son las direcciones políticas y sindicales las que reciben la misión de constituir comités unitarios de acción. Hay una negativa a la caracterización de clase de este gobierno y se la puede buscar en vano en la prensa de la LCR. El requisito elemental ante una situación de este tipo: delimitarse, caracterizar, es el primero que se deja de lado. El editorial de Rouge, del 26 de junio, apoya la incorporación de ministros comunistas como un paso adelante en la satisfacción de las reivindicaciones obreras. Si se puede hablar de una concepción teórica por supuesto extraña al trotskismo, que suponer que para la LCR y el SU gobierno Mitterrand es una forma embrionaria, para decir lo menos, de gobierno obrero -mucho más después del incorporación de los stalinistas— y que ahora sólo resta empujarlo en la misr^6 dirección. La LCR se ubica en el cuadro del apoyo a la unidad PS-PC, como columna vertebral de un poder destinado a clausurar una perspectiva independiente para el proletariado.
La OCI ha tenido el mérito de ser todavía más clara. Esta organización se había especializado en la persecución literaria del Frente Popular, como en el caso de Chile, considerándolo como una divisoria de aguas. Ahora tiene frente a si una forma todavía bastarda de Frente Popular, porque el gobierno trata de no aparecer como la representación política de la movilización de las masas, y su comportamiento es el de una organización que ha capitulado por completo. El CI nos proporciona una muestra acabada de que constituye una diferenciación hacia la derecha.
Su posición parte de una glorificación de la democracia parlamentaria. Identifica la salida de Giscard con la apertura de la crisis revolucionaria, en tanto va a haber una transformación de régimen, el retomo al parlamentarismo: “La diferencia entre los dos sistemas políticos, república parlamentaria y bonapartismo, tiene una importancia esencial desde el punto de vista de la lucha de clases.” (Correspondencia Internacional, febrero-marzo de 1981). La declaración de su Comité Central llamando a votar por Mitterrand en la primera vuelta afirma: “Es claro lo que está en juego en las elecciones: se trata de terminar con las instituciones antidemocráticas da la V República tirando abajo a Giscard”. Esta es la tarea central que le asigna al nuevo gobierno.
Curiosamente, entonces, la revolución proletaria aparece como un sinónimo de la defensa de la democracia parlamentaria, en un país imperialista, considerada como un régimen superior. En realidad, y bajo la forma bastarda que conoce en esta época del imperialismo, la democracia en Francia no es otra cosa que un régimen de opresión para millones de individuos y no un grado más elevado de la lucha de clases. No tiene nada de casual que la OCI no se refiera nunca al carácter imperialista de Francia y de sus gobiernos, incluido el de Mitterrand.
Al PS se le atribuye la tarea del retorno a la democracia y ello a pesar de lo que Mitterrand dijo durante su campaña y de lo que declara ahora, sobre la que ejerce sus nuevos poderes. La socialdemocracia debería chocar con las instituciones de la burguesía y así se abriría la crisis política. La OCI, decididamente, no aprendió nada en España y en Portugal, donde el PS se acomoda perfectamente a la monarquía y al gobierno de Eanes. El supuesto carácter parlamentario de ese partido estaría por encima de su programa contrarrevolucionario. La OCI ha archivado el abe de la lucha de clases para reemplazarlo por un juego de instituciones lo que le permite deslizarse hacia la apología de la socialdemocracia.
El llamado de la OCI a votar por Mitterran desde la primera vuelta tiene el mismo contenido, pues considera a su candidatura como ‘‘la candidatura de la unidad”, como una expresión genuina del movimiento obrero. Una cosa era llamar a votar por el PS para derrotar a Giscard y a la maniobra divisionista del PC; otra es sostener que la línea de su candidato tiene un signo igual al del programa del proletariado. La posición de la OCI según la cual no hay que colocar “ninguna condición a la unidad PC-PS” equivale a un sometimiento a los aparatos. La OCI no planteó ni plantea ninguna reivindicación y movilización independientes. Se limita a repetir las consignas del gobierno, a hacerles eco. Allí donde el programa de Mitterrand habla de nacionalizaciones, negociadas con los capitalistas y con indemnizaciones, la OCI le hace coro y en su prensa aparece exactamente la misma consigna: nacionalizaciones. ¿Hay que recordar, acaso, lo que afirma al respecto el Programa de Transición?: “La diferencia entre estas reivindicaciones (las del proletariado, de expropiación de los capitalistas) y la estúpida consigna reformista de “Nacionalización0 reside en lo siguiente: 1. Nos oponemos a las indemnizaciones; 2. Alertamos a las masas contra los demagogos del Frente Popular que, defendiendo hipócritamente la nacionalización, continúan siendo en realidad agentes del capital; 3. Llamamos a las masas a que confíen sólo en su propia fuerza revolucionaria; 4. Enlazamos la cuestión de la expropiación con la de la toma del poder por los obreros y los campesinos.” La OCI debe considerar que esto es adecuado para los días de fiesta y las reuniones internacionales pero no para la lucha política concreta.
Luego del triunfo de Mitterrand y el PS en las legislativas, la capitulación de la OCI llega a su paroxismo. ¿Qué carácter de clase tiene el nuevo gobierno? El editorial de Informations Ouvriéres del 30 de mayo contesta de la siguiente manera: ‘‘El fondo de la cuestión se reduce a la respuesta que será dada a la pregunta: ¿colaboración de clase con el capital o lucha de clases contra el capital? Es así como el interrogante está planteado no por la teoría en general sino como una cuestión práctica de la política francesa actual. Para la OCI, la caracterización de clase del gobierno no es un problema teórico, esto es programático, de delimitación política del movimiento obrero y su vanguardia, sino una cuestión que todavía no tiene una respuesta. ¿Existe, acaso, forma más grosera de aplicar el seguidismo?
No es raro que la OCI sea un componente más de lo que ahora es en Francia la nueva “mayoría presidencial”. Con motivo de las elecciones legislativas, su campaña tuvo por consigna “Darle a Mitterrand los medios para gobernar contra los capitalistas y los banqueros” como si Mitterrand lo pidiera y como si su expresión más osada fueran los parlamentarios. Renunció a presentar candidatos propios en la primera vuelta de estas elecciones para no diferenciarse de la “mayoría PC-PS”.
Le ofrece su apoyo incondicional al gobierno: “Nosotros afirmamos: PS-PC en el parlamento es la mayoría, el gobierno de Mitterrand es el gobierno que la mayoría considera como su gobierno” (I.O. 22 de junio). Ante este gobierno de los trabajadores, la única exigencia de la OCI es la de “la libre discusión, el debate libre de todos aquellos que se reclaman del movimiento obrero y de la democracia”. Se supone que esto último incluye a los partidos burgueses y la OCI de dejar de lado su consigna casi ritual, para los otros puntos del globo pero no para Francia de ¡fuera los ministros burgueses!
La OCI se ve obligada a reescribir la historia. Cuando en 5 líneas del mismo editorial que venimos de citar hace el balance del gobierno de Allende, su fracaso es atribuido a los funcionarios y generales que habían permanecido en sus puestos, instalada la UP. La política del Frente Popular es absuelta de culpa y cargo y los hechos son falseados. El gobierno de Allende tolera y coloca a estos funcionarios en sus cargos dado su programa; la hostilidad abierta de la burguesía que culminaría en el golpe no fue inmediata sino que se produjo después de que fue evidente el fracaso del gobierno como freno democrático del movimiento revolucionario de las masas.
Con estas posiciones, la actividad partidaria de la OCI ha sufrido una degradación vergonzosa y no por falta de medios, puesto que según su prensa se encuentra en el zenit de su potencia militante y financiera. Dejemos de lado el hecho de que un lector desprevenido de 10 lo consideraría, lisa y llanamente, como un periódico más del PS, pues nada lo distingue de las posiciones mitterrandistas. La OCI no efectuó ningún mitin después del 3 de abril y hasta renunció a sus acostumbradas campañas de firmas y de constitución de comités fantasmales luego del triunfo presidencial. La organización carece de revista teórica y los pocos artículos sobre Francia que se publican en Correspondencia Internacional, órgano del CI, así como la resolución adoptada en la última reunión de su Consejo General, se limitan a la letanía de la crítica del PC y del stalinismo, con una ausencia total de caracterizaciones de la situación del movimiento obrero y sus organizaciones, del PS, del gobierno. En junio de este año se debía realizar su congreso, el de los 10.000 militantes (Lambert tiene ahora la agradable compañía de Moreno y la competencia por reunir la mayor cantidad posible de miembros, aunque sea en el papel). Pues bien, ni una palabra de este congreso y ello luego de acontecimientos tan decisivos como los que se acaban de vivir y de problemas tan fundamentales como los que hay que afrontar. La OCI se ha dislocado por completo como organización y sus supuestos éxitos en los últimos meses no son otra cosa que las migajas que le permite recoger su política de adaptación sin límites al PS y al gobierno.
Roger Sibbon 1° de julio de 1981
Este artículo retoma las posiciones políticas adoptadas a través de 2 documentos públicos, antes y después de las elecciones presidenciales, por los militantes en Francia de la Tendencia Cuartainternacionalista.
Roger Sibbon (de la célula de la TCI en Francia)